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Leo huberman


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Coro:

¡Hurra! ¡Hurra! ¡La pintaremos de rojo!

¡Hurra! ¡Hurra! Claro se abra el camino delante,

Estamos ganando la democracia del taller, la libertad y el pan ¡Con Una Gran Unión Industrial!
Aborrecernos su podrido sistema más que cualquier mortal.

Nuestro objeto no es remendarlo, sino edificarlo totalmente,

Y lo que tendremos por gobierno, cuando finalmente acabemos,

¡Será. Una Gran Unión Industrial!
La influencia de los IWW fue mucho mayor de lo que nos induciría a creer el total de sus afiliados en el momento de su culminación. Probablemente no contaron en época alguna con más de 75.000 miembros, pero, en el curso de su actividad militante, su influjo llegó a centenares de miles de otros trabajadores. Los desorgani­zados y los inexperimentados, los muchos obreros migratorios que, en amplia medida, constituían sus soldados de fila, se contagiaron del ardor revolucionario de los líderes. Las huelgas no eran motivo de inquietud para esta organización; por el contrario, las acogía con parabienes. Sus dirigentes no conocían el temor y ejercían magnética acción, dando prueba de notoria habilidad al conducir muchas enconadas luchas,

En el curso de tales batallas los obreros oprimidos recibieron de ellos la ayuda que tan desesperadamente necesitaban. Pero el programa revolucionario de los IWW no atrajo, en el primer cuarto del siglo XX, una adhesión permanente. El gobierno acabó con los "tambaleantes" durante la Primera Guerra Mundial, y, en 1918, más de cien de sus líderes fueron encerrados en la cárcel, acusados de conspiración. Hacia 1924, habían sido prácticamente borrados de la existencia.1

Los unionistas, ya sea los que integraban los Caballeros del Trabajo, la AFL o la organización de los IWW, hallaron arduo el avance. La clase empleadora vio en las uniones laborales un desa­fío a su poder. Por ende, se opuso a ellas y empleó todos los medios, lícitos e ilícitos, para destruirlas. Algunas de las más acerbas luchas de la historia norteamericana —a raíz de las cuales fueron deshechos bienes que valían millares de dólares y se perdieron veintenas de vidas— fueron consecuencia, en último análisis, de la negativa de los empleadores, que no quisieron reconocer a las organizaciones aludidas y negociar colectivamente con ellas. El hecho de que esta verdad no sea aceptada más generalmente se debe a la sencilla razón de que los empleadores han tenido bajo su control a las fuerzas creadoras de la opinión, la prensa, las escuelas, la iglesia, etc. Los periódicos han publicado, los maestros han enseñado y los clérigos han predicado, en su gran mayoría, el lado capitalista de la lucha.

Además, en sus tratativas directas con los trabajadores orga­nizados, muchos empleadores hicieron uso efectivo de su poder económico. Formaron uniones propias —asociaciones patronales—destinadas a oponer un frente unido a los organismos obreros; impusieron el "juramento a titulo de coraza" (el contrato del yellow dog, "perro amarillo" o sea cobarde), que arrancaba al obre­ro la promesa de no integrar hermandad alguna, so pena de per­der su empleo; discriminaron abiertamente en contra y despidie­ron a conocidos unionistas; hicieron uso extensivo de la lista ne­gra contra los "perturbadores", vale decir, los sindicalistas; em­plearon espías a los efectos de que informasen sobre los esfuerzos organizadores de sus subalternos y de aplastar las uniones; pren­dieron insignias en los pechos de los hombres, convirtiéndolos en "policías de la compañía", y procedieron luego a munirlos de ga­rrotes y de armas de fuego que debían usar sobre los huelguistas. (Fue esta habilidad para conseguir obreros que contendieran con sus compañeros lo que indujo a Jay Gould, famoso capitalista, a jactarse de que "puedo contratar a la mitad de la clase trabaja­dora para que mate a la otra mitad".) Estos métodos de los pa­tronos resultaron en su totalidad sumamente eficaces; las unio­nes afrontaron difíciles trances 9.1

Y aún les aguardarían momentos más penosos cuando los em­pleadores descubrieran que lo que no podían lograr por sí mismos, mediante su propia presión económica directa, a menudo era fac­tible a través de la acción que podían conseguir de los tribunales. Los tribunales estaban en posición de realizar las cosas más sor­prendentes, tan sorprendentes como para excitar la envidia de un mago.

El Congreso había puesto, en el año 1890, dentro del sombrero legislativo, un acta antitrust. ¡Ved, contemplad! Los tribunales sacaron de él un acta antilaboral. Observen Vds., por ejemplo, los puntos ganados en pleitos por el gobierno, entre los años 1892 y 1896:



Contra los truts

Contra el trabajo


Total

Ganados

Perdidos

Porcentaje

5

5


1

4


4

1


200

800

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