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Leo huberman


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Cuando otros países del mundo devolvieron a los Estados Unidos el golpe propinado por su elevada tarifa, levantando altas murallas tarifales propias, nuestros financistas edificaron sus establecimien­tos dentro del país en cuestión. Así, en 1929, la Woolworth Company tenía 130 tiendas en Canadá, 350 en Gran Bretaña, 35 en Alemania y 8 en Cuba.

Ese mismo año, había en los Estados Unidos un automóvil para cada cinco personas. En Europa (excluyendo a Rusia) la proporción era de uno para ochenta y tres. Los capitalistas norte­americanos percibieron en tal situación una oportunidad de in­vertir capital excedente, que no debería desperdiciarse simple­mente a raíz de las vallas tarifales. De manera que la General Motors compró la Adam Opel Company, que producía casi la mitad de los automóviles de Alemania, y la Ford Company procedió a instalar varias plantas en algunos de los países europeos, No im­portaba que la mano de obra empleada en estas fábricas de pro­piedad norteamericana tuviese que ser europea, y no norteameri­cana; no importaba que los materiales usados fuesen europeos, no norteamericanos; lo que sí importaba era que los beneficios ingre­saran a la patria: Estados Unidos.

El capital evidentemente no conocía confines. Iba a todas partes. A veces la invasión de un país por el capital norteamericano tenía lugar en forma pacífica. Ocasionalmente trajo por conse­cuencia serios disturbios. En oportunidades, nuestro dinero fue seguido por nuestra infantería de marina, enviada para "proteger vidas y propiedades norteamericanas". Borah, senador por Idaho, protestó en contra de esto. "Fuimos, según creo, a Nicaragua en 1910. A mi juicio jamás nos asistió razón suficiente para ir. No obstante, enviamos allí nuestra infantería de marina, la hicimos desembarcar, tomamos posesión del país, marchamos a la capital, matamos cerca de 200 nicaragüenses y colocamos a guisa de con­trol, como presidente nominal de Nicaragua, a un escribiente o empleado de una corporación de Pittsburgh." 1

La relación del senador Borah puede parecer increíble, pero que ésa era efectivamente la técnica usada en algunas de nues­tras aventuras imperialistas, quedó corroborado por la declara­ción de un hombre que tuvo activa intervención en ellas, en más de una oportunidad. Pocos años atrás, el mayor general Smedley D. Butler describió, con pintoresco lenguaje, su labor en calidad de guardián de los intereses de los Grandes Negocios norteamericanos en tierras foráneas:

Pasé treinta y tres años y cuatro meses dedicado al servicio activo en carácter de miembro de la más ágil fuerza militar de nuestro país, el cuerpo de Infantería de Marina. Serví en todos los rangos, desde teniente segundo a mayor general. Y durante ese período transcurría la mayor parte de mi tiempo haciendo las veces de matón de alta categoría en favor de los grandes Negocios de Wall Street y de los banqueros. Fui, en suma, un pan­dillero del capitalismo...

Ayudé así en 1914 a hacer de México y especialmente de Tampico, lugar seguro para los intcreses petroleros nortcamericanos. Ayudé a convertir a Haití y a Cuba en sitio decente para que los muchachos del National City Bank recogiesen réditos... Ayudé a purificar Nicaragua para la casa de crédito internacional de Brown Brothers en 1.909-1.912. Llevé la luz a la República Dominicana en 1916, en nombre de los intereses azucareros norte­americanos. Ayudé a "corregir" en 1903 a Honduras para las compañías frutícolas norteamericanas. En China ayudé en 1927 a velar por que la Standard Oil obrara a su antojo sin ser molestada.

Durante esos años tenía, como dirían los muchachos de la investigación secreta, regia pandilla de socaliñeros. Fui recompensado con honores, meda­llas, promociones. Revisando ese período en el rccuerdo, pienso que pude haber brindado a Al Capone algunas ideas. Lo mejor que él logró hacer fue movi­lizar su organización en tres distritos ciudadanos. Nosotros, los Infantes de Marina, operamos en tres continentes. 1

Aparte de Nicaragua, Cuba, las Filipinas, Puerto Rico y Guam, somos dueños de o controlamos Hawai, Samoa, Panamá, Santo Domingo, Haití, Alaska y las Islas Vírgenes. En algunos de estos lugares hemos tenido disturbios, como el de Nicaragua, donde, tanto nativos como infantes de marina de los Estados Unidos, re­sultaron muertos en refriegas. En otros países, no citados en la lista que precede, nuestros capitalistas conquistaron con escasas dificultades o directamente sin ninguna. Aplicóse exitosamente la técnica imperialista más moderna de invadir un país débil sin fanfarrias, sin clarines. Estos países se convirtieron para los Es­tados Unidos en "esferas de influencia", a través de la silenciosa pero altamente eficaz penetración del capital sobrante.

¿Debe la "bandera seguir al dólar"?

Si los capitalistas norteamericanos obtienen el control de un país, por intermedio de su amplia propiedad de ferrocarriles, minas, tierras y demás, ¿corresponde entonces, en el supuesto caso de que un George Washington de ese país reclute un ejército para liberar a su patria del dominio capitalista norteamericano, que el gobierno de los Estados Unidos envíe allí infantes de marina con el objeto de proteger los bienes de sus financistas? Ésta ha sido una cuestión acaloradamente debatida, todavía no resuelta. Una cuestión constantemente sobre el tapete pues, pasada la Primera Guerra Mundial, la economía de los Estados Unidos fue de una índole tal que nuestros capitalistas, al igual que los de otros países, hallaron necesario buscar el control de las materias primas del mundo, mercados disponibles para las mercaderías excedentes y oportunidades de una lucrativa inversión del capital sobrante.

En 1900, la riqueza de los Estados Unidos se estimaba en $ 86.000.000.000.

En 1929, se la consideraba de $ 361.000.000.000.

El período comprendido entre la Guerra Civil y el año 1900 fue de gran expansión. Pero la expansión que tuvo lugar de 1900 a 1929 fue de orden tan descomunal como para conferir la impre­sión de que, en el lapso previo, el país había estado estancado en la inmovilidad. Observemos, por ejemplo, las siguientes cifras que indican entre 1899 y 1927, el porcentaje de aumento, según el valor añadido por la manufactura, en unas cuantas industrias sobre­salientes:



Productos químicos................................ 239 %

Cuero y productos.................................. 321 %

Textiles y productos................................ 449 %

Productos alimenticios............................ 551 %

Maquinarias........................................... 562 %

Papel e impresos..................................... 614 %

Acero y productos.................................. 780 %

Transporte y equipos............................... 969 %



Las antedichas son las cifras relativas a unas cuantas industrias seleccionadas. En lo que concierne a la manufactura en total, la tabla transcripta a continuación es Igualmente reveladora:


Crecimiento de las manufacturas en los Estados Unidos *

(en miles)

Año

Nº de

establecimientos



Asalariados

Valor de los

productos



Valor añadido

por la manufactura



1899

1914


1929

208

273


207

4.713

7.024


8.822

11.407.000

24.217.000

69.961.000


4.831.000

9.858.000

31.783.000

Al finalizar el siglo los Estados Unidos ya eran el país manufac­turero principal del mundo. Veintinueve años más tarde, ninguna otra nación llegaba siquiera a pisarle los talones. No sólo en lo re­lativo a la manufactura se hallaban los Estados Unidos a la cabeza del mundo en el año 1929. Ocupaban asimismo el primer lugar en prácticamente todos los demás campos. Los 300 años trascurridos desde la época de las colonias primígenas hasta 1929, habían sido de expansión económica, años en los que se había producido un continuo aumento en la cantidad de mercaderías y servicios dispo­nibles para la población del país. La firme elevación del nivel de vida habla alcanzado su punto más alto en la década de 1920, pe­ríodo de prosperidad sin par.

La Norteamérica de los albores del siglo XVII era muy dis­tinta de la del dorado año 1929. Lo que había sido desolado yermo, únicamente habitado por salvajes y animales feroces, se había convertido en el país más rico que el mundo hubiera visto nunca. La transformación que había tenido lugar en el curso de esos 300 años, constituía una historia de éxitos que habría deleitado al escritor de novelas de aventuras de otro tiempo. Éste probable­mente, con toda propiedad, habría intitulado a la narración: "De los harapos a la opulencia".

PARTE


II

CAPÍTULO XV


LA OPULENCIA A LOS HARAPOS

Después de octubre de 1929, el título de la historia tendría que haberse invertido, quedando redactado así: "De la opulencia a los harapos". En los terribles años de la depresión, 1930 a 1932, el país más rico del mundo configuró "una nación anonadada".

La desgracia cayó sobre todos los sectores de los Estados Unidos. Trabajadores, granjeros, profesionales, todo el mundo fue dura­mente golpeado.

En las grandes ciudades, ascendentes millones de personas vagabundeaban por las calles en busca de empleos inexistentes. Colas a la espera de pan en todas partes.

En las granjas, las cosechas se apilaban hacia lo alto; los precios descendían. El hambre en el rostro de una muchedumbre.

Un banco tras otro cerraba sus puertas, enterrando las espe­ranzas y sueños de millones que se habían impuesto privaciones a los fines de ahorrar para el futuro. En 1932, en lo más hondo de la depresión, los bancos quebraban a razón de cuarenta diarios.

Las organizaciones de caridad hacían lo que podían, pero no resultaba bastante. Una comisión del Senado escuchó sus relatos de miserias. Dos informes provenían de Filadelfia:

J. Prentice Murphy, director ejecutivo de la Oficina de la Infancia, expresaba: "...pero ciertamente si un Estado moderno ha de descansar sobre cimientos firmes, no debe permitirse que sus ciudadanos perezcan de hambre. Algunos de ellos mueren así. Y su fin no es rápido. Uno puede desfallecer de inanición durante largo tiempo, sin morirse" 1

Dorothy Kahn, directora ejecutiva de la Sociedad para el Bienestar Judío decía: "Precisamente el otro día vino a mi aten­ción un caso en el cual una familia compuesta de diez personas acababa de mudarse junto con otra de cinco, a un departamento de tres habitaciones. Por más horrible que esto parezca a los miem­bros de esta comisión, es algo que ocurre casi a diario en nuestro derredor. Los vecinos alojan desde luego personas en sus casas. Duermen en sillas, duermen sobre el suelo. En Filadelfia, existen condiciones que eclipsan cualquier descripción. No hay casi día en que dejemos de recibir llamados en todas nuestras oficinas solicitando que, de algún modo, proporcionemos una cama o una silla. Los pedidos de cajas en las cuales una persona pueda sen­tarse o estirarse, son poco menos que increíbles."

En 1932, una comisión de Chicago redactó un informe relativo a la investigación que había practicado en nueve vaciaderos de basura de la ciudad. He aquí parte del informe: "Alrededor del camión que estaba descargando la basura y otros residuos, se en­contraban más o menos 35 hombres, mujeres y niños. En cuanto el vehículo se alejó del montón, todos ellos comenzaron a escarbar con palos, algunos con las manos, apoderándose de trozos de comida y verduras."

Un granjero refirió su historia en 1932: "He engordado y en­viado al mercado 430 cabezas de ganado. La carne que esos anima­les han adquirido por mi intermedio equivaldrá a 135.000 libras de carne de vaca. Ésta es suficiente para durar un año a 2.076 personas. Y yo no tengo ni una hilacha de carne en la casa, y nada con que comprar siquiera un pedazo.

"He criado y enviado al mercado 1.200 cerdos. Esto rendirá 240.000 libras de carne de cerdo. La suficiente para durar un año a 300 personas y yo estoy sin carne de cerdo, sin tocino y sin dinero." 1

Todos estos relatos indican lo que significaba la depresión para los Estados Unidos, en términos de seres humanos. Hay otro modo de mostrar lo que significó la depresión: las estadísticas. Si bien los totales y promedios son siempre desorientadores, por cuan­to ocultan la extensión de los sufrimientos de los que atraviesan la situación peor, puede, no obstante, obtenerse un valioso indicio de lo que sucedió, mediante un vistazo a algunas estadísticas clave. Toda suerte de estadísticas: relacionadas con la renta nacional, la producción industrial, la ocupación en las fábricas, las nóminas de pago, la construcción, el comercio exterior. En su conjunto, trasuntan una sola cosa, la crisis. Las cifras señalan, en términos inconfundibles, el quebranto de la economía norteamericana.

El valor neto de los artículos producidos (alimentos, ropas, casas, automóviles, rieles de acero, locomotoras, etc.), más los ser­vicios prestados (los de médicos, enfermeras, abogados, salones de belleza, peluquerías, mozos, etc.), representa lo que los economistas denominan "renta nacional producida". La cantidad de hecho dis­tribuida en calidad de jornales, salarios, dividendos, intereses y demás, constituye lo que los economistas llaman "renta nacional pagada".

En 1929, la renta nacional producida sumaba 81 billones de dólares.

En 1932, esa misma renta bajó a 40 billones de dólares.

La producción de mercaderías y servicios se había encogido, en valor, a menos de la mitad de lo que había sido.

En 1929, la renta nacional pagada ascendía al monto de 78 billones y medio de dólares.

En 1932, era de 49 billones, o sea que se había verificado una caída de más de un tercio.

A los fines de entender perfectamente lo que entraña seme­jante caída en la renta nacional, echemos un vistazo a las pérdidas sufridas por los dos grupos mayoritarios, trabajadores y gran­jeros. Lo que ocurrió a la mano de obra y a la agricultura se ilustra en los gráficos que figuran más abajo.

Algo importante que debe recordarse es que, en el primer grá­fico, "Salarios y jornales", se incluyen los salarios de los hombres que ocupaban el nivel más alto así como los jornales de los obreros del nivel más bajo, y los primeros, a pesar de la depresión, si­guieron pagándose a sí mismos "un jornal de vida" de millares de dólares semanales.


Billones

de

Dólares


60
50
40
30
20
10
0

Salarios y jornales en

ocupaciones no agrícolas























1929 1930 1931 1932




Billones

de

Dólares


15
10
5
0

Ingresos brutos de

los granjeros


















1929 1930 1931 1932

El Resumen Estadístico de los Estados Unidos destruye aún más estas cifras de la renta. Si tomamos estrictamente los jornales de un grupo de industrias elegidas (incluyendo minería, manu­factura, ferrocarriles a vapor, expresos Pullman y transporte por vía fluvial y marítima), descubrimos que los jornales descendieron de $ 17.093.000.000 en 1929 a $ 7.243.000.000 en 1932, una caída de casi el 60 por ciento.

Otro indicio acerca de nuestra prosperidad o pobreza se refiere al volumen de producción de nuestra industria, esto es, al ren­dimiento de nuestras fábricas y minas. Equivaliendo a 100 el índice correspondiente a los años 1923-25, el de nuestra producción industrial en 1929 fue de 119 y de 64 en 1932. Ello quiere decir que, en 1932, nuestras fábricas y minas estaban rindiendo sólo poco más de la mitad de lo que habían producido en 1929. 1

Los índices de empleo y de nóminas de pago en las industrias manufactureras (admitidamente no extensivos), proclaman la mis­ma historia. Siendo el bienio 1923-25 equiparable a 100, el índice de empleo que correspondió a 1929 fue de 106, y descendió a 66 en 1932, con una caída de aproximadamente el 40 por ciento, aun cuando se contaron, dentro de la clasificación de empleados, las personas que tan sólo trabajaban una parte de la jornada.

Aún más notable resultó la caída en el índice de nóminas de pago:

1929 = 110

1932 = 47
Otro importante indicador económico es el aportado por el índice del valor de los contratos de construcción asignadas, pues la in­dustria de la edificación es de por sí una amplia empleadora de mano de obra y a la vez globalmente, una de las principales clientes de la industria pesada. La siguiente tabla muestra hasta qué punto se aflojaron los puntales de la industria de la cons­trucción, con la rápida disminución del auge de los bienes raíces, acaecida después de 1929:


1923-25 = 100
Año Total Residenciales Todas las demás

1929 117 87 142

1932 28 13 40

Las cifras que se vinculan con el comercio exterior nos pro­porcionan todavía otra clave acerca de la crisis de nuestra econo­mía nacional. 1929 no fue el año cumbre de las exportaciones e importaciones norteamericanas, sin embargo, el comercio exterior alcanzó en esa fecha un valor tres veces mayor que en 1932:




EXPORTACIONES E IMPORTACIONES DE MERCADERIAS
(En millones de dólares)

Año Exportaciones Importaciones

1929 5.241 4,399

1932 1.611 1.322 1


Dondequiera dirijamos la mirada nos topamos con idéntico pa­norama. El nivel de la actividad económica llegó a su culminación alrededor del año 1929, decayendo, según razones comparativas sin precedentes y en medida desconocida en períodos anteriores, de 1929 a 1932. En ningún otro país se produjo un colapso tan tremendo, porque en ninguno había sido la expansión igualmente rápida y espectacular. Y junto con el colapso sobrevinieron la desilusión y el sufrimiento.

La Norteamérica del año 1932 era algo profundamente distinto de la de 1929. Las esperanzas albergadas en la década de posguerra habían recibido un golpe demoledor. Los altos sacerdotes de la empresa privada se habían convertido en el hazmerreír público. ¿Adónde estaban los jornales elevados, "el pollo en todas las ollas" y "El automóvil en cada garaje", acerca de los cuales habían alardeado? El sistema económico que en 1929 había hecho de Norteamérica el país más rico del mundo se había sumergido en un pantano. El sueño norteamericano de una eterna y creciente prosperidad se había tornado un mito desbaratado.

Quede bien entendido que nada había que achacar al traba­jador norteamericano. Es un hecho que su capacidad para pro­ducir mercaderías había llegado a topes no superados antes y aumentaba continuamente. La planta productiva y los recursos naturales del país aún se encontraban en disponibilidad. El deseo que el pueblo sentía por las cosas buenas de la existencia era mayor, no menor. La maquinaria permanecía empero ociosa, los materiales se pu­drían a causa del desuso, mientras que la gente se moría de hambre porque le faltaban, el dinero no rendía utili­dad, pues los pocos que lo poseían no podían darle destino lucra­tivo, y 14 millones de trabajadores recorrían las calles en busca de empleos inexistentes.

En toda la extensión del país la población sobrellevaba pe­nurias e incertidumbres. En vano aguardaba la prosperidad que sus líderes políticos y de los negocios le habían asegurado, yacía "apenas a la vuelta de la esquina". No llegaba.

¿En qué consistía la falla? ¿Qué le había sucedido a Norte­américa, la patria soñada del hambriento campesino europeo y del oprimido obrero europeo, para que le afligiera la misma enfer­medad de otras tierras? No es que las depresiones constituyesen una novedad para los Estados Unidos. Los "malos tiempos" se ha­bían producido antes, particularmente en las décadas de 1870 y de 1890, y en la primera del siglo XX. Pero esas épocas difíciles habían sido pasajeras. Los Estados Unidos eran entonces un país en ex­pansión. Ahora, al igual que Inglaterra, Francia y Alemania, habían dejado de serlo.

El sistema económico había caducado. Cumplido su colosal cometido de liberar y desarrollar las fuerzas de la producción, llevándolas a un punto jamás alcanzado antes, ya no tenía adonde dirigirse. No podía continuar impulsándose con el ímpetu que le había sido propio. La acelerada marcha en procura de más bene­ficios, más capital, más beneficios, más capital, había arribado al estadio en que cada vez se volvía más penoso conseguir más ganancias e invertir más capital. No había salida según estos términos del más y más en obsequio del más y más. El sistema económico había llenado su función. Había agotado su potencialidad.



¿Cuáles fueron las causas de la crisis de 1929? Hubo solamen­te una: el sistema de producción.

Todas las explicaciones en tér­minos del sistema monetario, de la especulación, de la distribu­ción de la riqueza, del progreso tecnológico, de la desaparición de la frontera, de los efectos posteriores de la Primera Guerra Mun­dial, y las cien otras que los economistas pasan el tiempo elucu­brando, eluden el punto primordial. Confunden los síntomas con la enfermedad. Sí, existían fallas en lo concerniente al sistema monetario. Se había incurrido, ciertamente, en demasiada espe­culación. Las rentas estaban indudablemente mal distribuidas. El progreso tecnológico había tenido, en efecto, lugar a una velo­cidad inaudita. Verdad es que la frontera había quedado cerrada (hacía más de una generación). Claro que la guerra había traído la secuela de un dolor de cabeza. Pero ningún médico se atrevería a decirnos, cuando nos aqueja una fiebre, que ésta se debe a que tenemos la lengua blanca o alta temperatura, y si lo hace le indicamos la puerta de calle. Norteamérica padecía una única y exclusiva enfermedad, el capitalismo en su forma más aguda y más altamente desarrollada.

Era el país más rico del inundo. Los bancos y consorcios los más importantes del inundo. En ninguna otra parte se hallaban los Grandes Negocios más firmemente atrincherados. En ninguna otra parte se había superado el proceso de concentración. En nin­guna otra parte se habían amasado fortunas tan inmensas,

Y junto al Rico de la parábola iba Lázaro.

El país más opulento del globo encerraba barrios pobres que podían competir con los más miserables cabañales del Viejo Mun­do. Los negros —que integraban casi un décimo de la población— se encontraban en situación igualmente desdichada tanto en las grandes ciudades como en las granjas y plantaciones, donde la es­clavitud todavía era más que un recuerdo. El obrero se veía con­tinuamente empujado a trabajar más duramente por el mismo jornal u otro más bajo. El hambre y la pobreza campeaban en los centros industriales norteamericanos así como en los ingleses, franceses y alemanes. Pittsburgh, Chicago y Detroit apenas se di­ferenciaban de Sheffield y Lyon y Essen.

Padecían del mismo mal.

En 1929 existían en los Estados Unidos corporaciones no-ban­carias en número que sobrepasaba las 300.000. Algunas eran gi­gantescas, otras pigmeas. Entre esas 300.000 había "Doscientas" de orden tan colosal que dejaban atrás a las restantes 299.800, to­das juntas.

De entre todas las 300.000 corporaciones no-financieras del año 1929, las Doscientas:

pagaban el 56,8 por ciento del interés;

pagaban el 55,4 por ciento de los dividendos en efectivo;

ganaban el 56,8 por ciento del beneficio neto;

ahorraban el 69,3 por ciento de los ahorros.


¿Acaso se trataba solamente de un accidente? De ninguna manera. En 1929, las porciones del pastel corporativo correspondientes a las Doscientas, eran más gruesas que en 1920; y sus porciones del año 1933 fueron proporcionalmente mayores que en 1929.

Pensemos sencillamente en esto: Las Doscientas poseían acti­vos totales de 93 billones de dólares, monto equivalente a la ri­queza combinada de todo el Reino Unido.

Sin embargo, esto no alcanza a destacar el grado de centrali­zación y concentración. Además de las Doscientas del grupo no financiero, figuraban Cincuenta, de orden sobresaliente, en el grupo financiero. Según hemos visto, la distinción entre corpora­ciones financieras y no-financieras no debe tomarse literalmente. Finanzas e industria se hallan tan estrechamente entrelazadas que, en lo que concierne a las corporaciones, es difícil precisar don­de terminan las primeras y comienza la industria. Están trabadas entre sí por directorios entretejidos y toda suerte de maquinacio­nes legales, financieras y comerciales. Están mutuamente ligadas por cadenas de oro.

No son colosos que se levantan aisladamente, sino grupos de gigantes que operan en conjunto. Las monumentales corporacio­nes no-financieras que configuran las Doscientas, se apiñan, for­mando racimos, alrededor de la más encumbrada de las grandes casas financieras del grupo de las Cincuenta. Un informe del go­bierno separa estos racimos en ocho "grupos de interés", señalan­do cuáles de entre las Doscientas están vinculadas o "estrecha­mente asociadas con" ésta o aquélla de las Cincuenta; por razo­nes obvias, cinco de estos grupos reciben el nombre de Morgan, Rockefeller, Kuhn-Loeb, Mellon y Du Pont. Así, se asignan a las casas bancarias de J. P. Morgan and Company y al First Natio­nal Bank de Nueva York (el "grupo de interés" Morgan-First Na­tional) :


13 corporaciones industriales con activos de....................... 3.920 mill.

12 corporaciones de servicios públicos con activos de........12.191 „

5 sistemas ferroviarios principales y otro caminero..............9.678 „

5 bancos............................................................................1.421 "

TOTAL................................................................................39.210 mill.

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