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1. estudios arabes-islámicos contemporáneos -“Posición Hegemónica Norteamericana y la Imposición de la Democracia en Irak en beneficio particular para el país del norte”


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I Los autores
Adolf Friedrich von Schack nació en Brüsewitz bei Schwerin, en 1815. Desde su infancia se interesó por el mundo mediterráneo, España y Grecia, escuchando lecciones y conversaciones de adultos. Sentía gran admiración por éstas culturas, por lo que aprendió muy joven español e italiano. Estudió literatura y lenguas orientales en Heidelberg, y en 1839 emprendió un viaje, en el que visitó Sicilia, Grecia y el Oriente Próximo, cruzando luego el mar hacia Granada, Córdoba y Madrid, donde reunió material para su estudio Historia de la literatura y del arte dramático en España. Luego regresó a Alemania, y estudió a fondo la lengua árabe, de modo que en 1851 se publicó su traducción de Firdusi (Firdusi al Thamil, Historia en verso de los reyes árabes de Persia y España) Decidió abandonar su empleo como abogado y dedicarse a lo que más le gustaba, la investigación histórica y a la poesía. Se detuvo en España con el fin de escribir un libro sobre la casi desconocida -pero esplendorosa- cultura, poesía y arte árabes en dicho país. De ahí nació Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia, cuya primera edición apareció en 1865.

El estudio de von Schack nace a partir de una serie de viajes que el alemán realizó a la Península Ibérica, especialmente Andalucía y Granada, ciudad esta última en la que permaneció dos veranos. Como buen romántico, dedicó sus viajes (y su vida) a buscar en los lugares que visitaba ‘las huellas del pasado’. Teniendo en cuenta esta búsqueda, no es difícil imaginar la razón de la elección de España como destino: un escenario en que latía y perduraba, a través de sus ruinas, la cultura árabe.

Llegó a obtener el consentimiento de los guardianes de ambientes únicos, como la Alhambra y el Generalife (en Granada) para quedarse allí por las noches y obtener así la mejor inspiración para escribir sus propios poemas. Para el autor, la arquitectura (la ruina) se le presentó como un testimonio que lo indujo a estudiar la poesía y cultura árabes, que había creado tan grandiosos monumentos. Esto es lo que lo lleva a ligar el estudio del arte con la poesía del pueblo.

Será von Schack quien nos aporte el conocimiento y traducción de la poesía hispanoárabe de las ruinas. A través de su estudio podemos leer y conocer estas composiciones en que los poetas hispanoárabes, adoloridos en circunstancias del desmoronamiento de su cultura en la Península, debido a invasiones de otros pueblos, y especialmente durante la reconquista española, cantan con desesperación y desconsuelo cuando ante sus ojos se derrumban no sólo sus monumentos y construcciones, sino sus propias posesiones culturales y espirituales.

Por otra parte, para von Schack, la cultura y poesía árabe en España se ha desarrollado justamente entre ruinas, debido a las continuas invasiones, sacudimientos, enfrentamientos y guerras civiles (durante los últimos años de la dinastía omeya) a la que tuvo que sobreponerse. Es una poesía que nace y se hace continuamente, sobre ruinas. Primero en las devastadoras invasiones de los almorávides y almohades, y después, decisivamente, tras las de los cristianos, fueron destruidas las bibliotecas. La caracteriza como una cultura que siempre brilla intelectualmente, más o menos según las circunstancias, pero que nunca se extinguió, “(…) antes bien, cuando parecía que iba a apagarse, volvía a resplandecer de nuevo251.

Así, por ejemplo, tras la toma de Córdoba por los beréberes almorávides (en el año 1013) la biblioteca de al-Hakam fue destruida. “Pero, poco después de la caída del califato, empezó un nuevo período histórico, en general favorable a la literatura. Los numerosos estados independientes, que se levantaron entre las ruinas del destrozado imperio, fueron otros tantos centros de actividad literaria y artística”252. Sin embargo, tras la desmembración del califato, los príncipes de estos pequeños estados entrarán en celosa discordia permanentemente, por lo que se hicieron enemigo fácil y atractivo para los cristianos. En 1236 el rey San Fernando pone la cruz en la mezquita de Córdoba. En el año 1492 cae Granada, último baluarte del Islam. Allí se desarrolló la cultura casi dos siglos después de la caída de Córdoba, que luego pasó a África, donde se fue desvaneciendo con toda la civilización. Así, advierte von Schack, una y otra vez, conocemos ‘ruinas literarias’, vestigios de la literatura hispanoárabe que –casi milagrosamente- lograron pervivir. Por esto, sólo una mínima parte de las obras han llegado hasta nosotros. Aún así, advierte von Schack, peor era la masacre humana: “Más cruel aún que con los documentos escritos de la literatura, debió de ser el destino, que lanzaba de su antigua mansión a aquel pueblo, y que le destruía como nación”253.

El viajero alemán crea una verdadera ‘historia de la poesía árabe en España’, desde la poesía pre-islámica, pasando por su esplendor en Córdoba, hasta la caída del último bastión árabe en España: Granada.

Las ruinas de los monumentos de los árabes en España serán el escenario en que von Schack encontrará ‘huellas’ magníficas, pero latentes de la ya ‘ida’ cultura árabe. Será él quien estará encargado de ‘poblar’ esas esplendorosas ruinas, tal como él mismo sentía, ‘con las sombras del pasado’. Von Schack busca ver y encontrar aquello que sólo se manifiesta a través de ‘los ojos del espíritu’, tras las ruinas. Así, nos cuenta que cuando invitó a dos amigos pintores a Granada, y estos se disponían a retratar los paisajes en sus cuadros, apuntaban que eran perfectos, tanto así, que su único defecto era el de ser inverosímiles: el paisaje extasiaba a los artistas, pero se les hacía desesperadamente inexpresable. Lenbach, uno de ellos, “dejaba a un lado la paleta con un gesto de desesperación”254.

Había que ver tras ese paisaje algo que sin la imaginación y sensibilidad (propiamente románticas) se hacía inefable. Este intento constituye el fundamento de la gran empresa de von Schack: “Cuando no es dable al pincel de un artista dar una idea exacta y digna de este mundo encantado, ¿cómo ha de lograrlo la pobre palabra humana? (…) No es, sin embargo, difícil, valiéndose de la imaginación y sirviendo de guía las partes que están sin deterioro, restablecer el conjunto en su estado primitivo”255.
Se puede decir, sin temor a equivocarnos, que Wilfred Thesiger fue un explorador inagotable. Nacido el año 1910 en Addis Abeba (hoy Etiopía), lugar donde su padre era ministro británico, pasó toda su infancia en las mesetas abisinias. Cuando a los nueve años regresó a Inglaterra se sintió un niño absolutamente extraño e impugnado en la escuela. No lograba adaptarse a la ‘civilización europea’ y desde entonces no dejó de soñar con regresar a África, lugar donde –sentía- había abandonado su ‘verdadera identidad’. A esta búsqueda, de carácter básicamente identitario, dedicaría el resto de su vida. Thesiger encontrará en el desierto las respuestas a su desarraigo cultural y social; en el vacío volverá, de algún modo, al umbral de la vida.

A los veinticuatro años regresa a Addis Abeba. Emprende una excursión que durará seis meses, en la zona de los Danakiles, buscando respuesta al misterio del río Awash, ya que se desconocía el lugar en que el río se perdía. Esta aventura constituyó toda una hazaña, por el peligro que de la zona emanaba: para los Danakil, pueblo nómada, la apreciación de un hombre estriba en su reputación como guerrero, que depende a su vez de la cantidad de hombres que ha matado, mutilando sus testículos, como prueba de la hazaña. Thesiger es el primer europeo a quien se le concede el permiso para explorar esta delicada zona, con el fin de resolver uno de los últimos misterios geográficos de África. Y lo logra, presuntuoso.

Pero Wilfred Thesiger anhelaba cruzar los desiertos inexplorados de Arabia del sur, en busca de la desvaneciente, pero ‘más pura raza del mundo’. Por esos años el gobierno británico estaba preocupado por la plaga de langostas, que desde Arabia invadían el oriente Próximo, destruyendo campos y cultivos. Así, el viajero encontró la excusa y financiamiento necesarios para cruzar libremente el territorio, como investigador del Centro de Control de Langostas.

Thesiger aspiraba a conocer los beduinos del desierto, y llegar a convertirse en uno de ellos fue su aspiración, de lo que estuvo muy cerca. Dos jóvenes de la tribu de los rashid fueron sus principales compañeros durante sus dos exploraciones por el ‘Territorio Vacío’ (1945-1946, la primera, 1947-1948, la segunda), Salim bin Kabina y Salim bin Ghabaisha. Ahí fue donde, dice Thesiger, “Tuve el tiempo justo para viajar, ver y sentir la experiencia de un mundo que se venía abajo”256.

La búsqueda del peligro, el deseo de ser ‘el primero y el último’ en recorrer lo desconocido lo llevarán a vivir cinco años de travesías por los desiertos de Arabia. Recorrió veinte mil kilómetros a lomo de camello (animal sagrado para los bedu) conviviendo con las tribus camelleras nómadas del desierto de Arabia, por quienes llegó a ser llamado “Umbarak” (‘el bendito’) De esta experiencia, su testimonio: Las Arenas de Arabia.

Buscando nuevamente un paisaje sin contaminar, después de 1950 Thesiger encuentra un lugar acogedor en Irak, y se traslada del desierto a las marismas iraquíes, para vivir ahí durante ocho años. Ahí se desempeñó como cazador y ‘médico’ de las tribus, experiencia de la que surge su libro Los árabes de las marismas (1964). Sin embargo, nunca alcanzará con los marismeños la relación estrecha que tuvo con los beduinos de ‘Las Arenas’.

Al momento de morir, el año 2003, en un hospital en Londres, sentía que nada lo ligaba al presente. Sus últimas palabras fueron: “No tengo nadie con quien charlar, amigos con los que hablar de mi mundo, un mundo hecho de arena y silencio”257.
II Los testimonios
La imaginación romántica de von Schack
Harto sé que no todos ven estas cosas y las sienten, pero nunca debe penetrar en aquel santuario quien sólo estima y reconoce en la piedra la piedra, y no comprende ni se apodera de la grande alma del Oriente, que en aquel floreciente mundo de mármol circula y respira”258.

En el romántico la ruina suscita una noble melancolía que se asocia al paso del tiempo que en ella se registra. Las piedras, tal como lo dice von Schack, son los ‘testigos mudos’ del pasado, únicas pruebas existentes de que algo tuvo lugar allí, y no es sólo producto de una fábula de la fantasía. El pasado es como un recuerdo nostálgico de ‘lo que fue’, y se busca en él (más concretamente en la Edad Media) su inspiración más alta.

El Romanticismo rompe con la imagen a-histórica y estática del mundo, para proponer una concepción más dinámica y evolucionista de la naturaleza del hombre y la sociedad. De ahí la importancia de mirar sigilosamente hacia el pasado, en el que, inevitablemente, el hombre era más puro y estaba más cercano a su esencia original. En él ubican la ‘unidad perdida’. En esta mirada histórica mitificada los románticos despiertan a la noción de aprender del pasado para lograr progreso y una transformación positiva del mundo.

El romántico viaja, buscando nuevos horizontes en el pasado, “[los viajeros](…) desdeñaban el plan convencional de la existencia para emprender aventuras personales llenas de gloria inspiradora”259. Si la ruina oculta más de lo que muestra, y es sólo una huella de un pasado irrecuperable, ello será entonces uno de los misterios más grandes de revelar para los románticos.

El Romanticismo dio una importancia fundamental a la imaginación, la que fue concebida como de naturaleza espiritual, e incluso divina, y que atañe a las profundidades del ser. Sus invenciones guardan una importante relación con la realidad, ya que se corresponden con la experiencia viva y revelan una forma importante de verdad.

Albert Béguin, en su libro “El alma romántica y el sueño”260, comienza con una reflexión acerca de la relación que existe entre la vigilia y el sueño. Al pensar en los límites entre ambos estados, y en cuán conscientes podemos ser de esos límites, Béguin se refiere a ciertas reminiscencias que se presentan en el estado de vigilia, que suscitan en nuestra percepción ‘resonancias afectivas’ que nos ligan fraternalmente con un pasado, con otras percepciones que no necesariamente nos pertenecen o hemos experimentado. Situaciones que sentimos ‘hemos vivido antes’, alguna vez, en nuestras vidas. Esto ocurriría ya que “La imaginación colectiva, en sus creaciones espontáneas, y la imaginación que ciertos instantes excepcionales liberan en el individuo parecen referirse a un mismo universo”261, así, gracias a la imaginación, las cosas dejarían de sernos extrañas y ajenas, ésta conmovería en nosotros sueños anteriores para traerlos a superficie y en última instancia permitiría penetrar en el reino de la inconsciencia y en el ‘santuario de las grandes revelaciones’. La imaginación es un puente entre lo inconsciente e irracional y el estado despejado de nuestros sentidos, la razón misma.

Así, para Béguin el Romanticismo alemán fue, “una generación para la cual el acto poético, los estados de inconsciencia, de éxtasis natural o provocado, y los singulares discursos dictados por el ser secreto se convertían en revelaciones sobre la realidad y en fragmentos del único conocimiento auténtico (…) el hombre quería aceptar los productos de su imaginación como expresiones válidas de sí mismo”262; el autor se refiere al carácter de ‘verdad’ de la imaginación romántica. Son testimonios, dice Béguin (como los del surrealismo, que tuvo la misma aspiración) que no están ligados solamente a la razón, sino que se trata de una búsqueda que se consagra a lo esencial, en la que “(…)la humanidad vuelve a su pasado y trata de hacerlo revivir, no lo hace sólo por simple curiosidad o por necesidad de un saber más vasto, sino que vuelve a él como se vuelve a una fuente o como se persigue en el recuerdo una melodía de la infancia”263 y, lo que es más importante, para Béguin en este recorrido no se ven solamente vestigios de un pasado remoto e insignificante, sino por el contrario, una huella de una edad irremplazable, esplendorosa. De esta forma, el hombre busca en su alrededor señales, objetos, que le permitan inclinarse sobre el pasado, para acceder a esa ‘verdad’ que espera suscitar a través de esta ‘exploración espiritual’.

El concepto de ‘conocimiento absoluto’ que Béguin atribuye al Romanticismo es un ‘saber’ que es distinto al conocimiento que es producto de una suma de hechos comprobables que entregan ‘poder’, como instrumento de ‘conquista’ y redención de la naturaleza. El Romanticismo aspiraría a un conocimiento ‘aventurero’, en el cual no participa sólo el intelecto -la razón-, sino el ser completo, “(…) con sus más oscuras regiones y con las aún ignoradas, pero que le sarán reveladas por la poesía y otros sortilegios”264.

Si hasta el siglo XVIII, continúa Béguin, el sueño se concebía como un estado de ‘desorden’ en que vigía razón estaban adormecidas y se buscaba conocer y domesticar este estado ‘caótico’, a finales de éste siglo esta tesis racionalista que concebía al sueño como un estado negativo, imperfecto y perturbado de la conciencia ‘normal’, va a dar paso a una psicología menos materialista, viendo en el sueño una facultad positiva que determina sus tramas; esta facultad es la ‘imaginación’.

Así, el sueño es concebido como fruto del adormecimiento de los sentidos exteriores, pero también como una actividad de los sentidos interiores y de la imaginación. Esta nueva teoría del sueño265, dice Albert Béguin, llevará en el Romanticismo a una constante comparación entre el sueño y la actividad poética, pensando al poeta como soñador, a la imaginación como una potencia creadora, que permitiría acceder, mediante el sueño (combinación entre imaginación y razón, ya que las ‘pasiones oníricas’ tendrían correspondencia con la ‘realidad consciente’) a una comunicación con el Infinito. Este primer paso está para Béguin aún muy lejos de la ‘resurrección del alma’ que intentarían los románticos, pero la superación del racionalismo es un antecedente fundamental de esta actividad.

Para Albert Béguin el hombre del siglo XVIII estaba convencido de poder acceder a un conocimiento completo del mundo exterior, ‘real’, a través de la copia ‘fiel’ que de él entregaban los sentidos. El intelecto es lo que rige esta relación ‘ilustrada’ del hombre con el mundo, que se hace mesurable, clasificable en ‘compartimentos estancos’, analizable, según las leyes del intelecto. El hombre se siente tranquilo por esta soberanía del espíritu humano, siente que nada se escapa a este análisis. Mito, poesía y religión son meras materias de estudio que proporcionan ‘datos’ para la investigación empírica. Los románticos devolverían el valor al Mito, la Poesía y la Religión, luego que el humanismo en el siglo XVIII concibiera al hombre como una unidad completa, lo que trajo como consecuencia que el Romanticismo considere al hombre en su unidad esencial; el único modo posible de conocimiento era justamente a través del estudio de nosotros mismos y de la correlación que hay entre el hombre y la Realidad. El misterio retorna al pensamiento y se conserva la angustia de la condición humana. Se supone la sumisión del individuo a un Destino incognoscible, el mito y Dios son realidades más cercanas que los datos y las leyes científicas dadas por la lógica.

La ‘seguridad aparente’ en que se había apoyado el siglo XVIII, dada por el conocimiento científico y empírico de la realidad, se esfumó. Los hombres vuelven a sentir el mundo como una prolongación de sí mismos, dice Béguin, y al propio ser como inserto en un influjo a la deriva: el de la vida cósmica, cuya Unidad se añora. Por esto las intuiciones y la imaginación tendrán un lugar fundamental para esta reflexión. Así, el Romanticismo resucitará grandes mitos, como el del ‘Alma del mundo’ (que ya hemos revisado junto a Emerson) y la Unidad universal. A través del Inconsciente y el Sueño se hará posible el ‘diálogo sagrado’ con la ‘realidad creadora’.

La Unidad Perdida entre el hombre, Dios y la naturaleza será una fundamental búsqueda romántica, a través de una experiencia interior y profundamente religiosa, por lo que se rechazan las apariencias efímeras y engañosas, para llegar a esta unidad profunda, primitiva, la única real. Por esto es que la ‘imaginación creadora’ tiene un carácter principal: así como la poesía, es un medio fundamental para llegar a un primer estado de comunicación con el universo divino, a un estado anterior a la separación, que se esconde ‘más allá de nosotros mismos’.

Regresemos ahora al testimonio de von Schack, quien visita los monumentos árabes de España ‘imaginando’. Tal como lo observamos en la cita que da comienzo a este apartado, los románticos “(…) creen que, al actuar la imaginación, ve cosas para las que la inteligencia ordinaria es ciega, gracias a la íntima percepción o intuición”266. La imaginación y la sensibilidad se impondrán a la razón y la intelectualidad. La realidad última sólo puede ser descubierta mediante la imaginación.

La ruina, en la escritura de von Schack, se comporta como el lugar ideal para llevar a cabo este proceso. Sí, porque la ruina es un vestigio, donde habita ‘la verdad’ de manera latente. La ruina es sólo un rastro, una huella, cuya realidad última no se muestra manifiestamente. Tal como los románticos lo sintieron, en la ruina hace falta hacer visible ‘lo que no es visible para los ojos’. Por eso von Schack busca percibir (‘lo que es invisible para los ojos’), pero al mismo tiempo crear, con la imaginación. “Fue la busca del mundo invisible lo que evocó la inspiración de los románticos y los hizo poetas”267.

Así, podemos ver la carga cultural y espiritual de las ruinas, como testimonios de un pasado que se revela y re-crea a través de la imaginación romántica. “Yo ansié reanimar los salones de los alcázares arábigos, así como las figuras de los hombres que en otra edad discurrían por ellos, como también con los cantares que entonces allí resonaron”268.

Me atrevería a decir que todos, cuando estamos frente a una ruina, imaginamos con algo de ‘morbosidad’ quién la habitaba, qué hacían en cada rincón, cómo sería escuchar sus voces entre las habitaciones, en fin, qué habrá pasado con esa gente de la cual tal vez ni siquiera encontremos huella alguna en el presente y nos reconocemos en ellas; sabemos que alguna vez otros nos imaginarán a nosotros habitando en las ruinas de nuestro entorno. A través de la imaginación romántica, von Schack logra re-poblar y re-vivir (revelar, en última instancia) las ruinas.

La ruina, en este caso, es la materia prima, es el escenario en que el autor se sitúa para componer su obra. Sin embargo, al mismo tiempo la devastación en que cayó la cultura árabe en España, es el impedimento principal con que se encuentra von Schack a la hora de comenzar su estudio: “Se oponían a mi propósito la oscuridad y el olvido en que ha caído la nación que casi por espacio de ocho siglos dominó en España, y que durante la Edad Media hizo tan gran papel”269. Al autor alemán le parece que esta oscuridad ha sumido la cultura árabe en el olvido ‘como si jamás hubiera sido’. Thesiger, por su parte, autor del testimonio de que hablaremos a continuación, tiene la triste convicción de que en esta misma oscuridad se sumirá la cultura beduina de Arabia. Por la misma razón que von Schack, escribe su testimonio, para iluminar lo que se está oscureciendo.

Como dijimos anteriormente, von Schack prefiere –literalmente- dormir en las ruinas, y consigue un permiso especial para hacerlo, porque en su opinión “Sólo en la hora del crepúsculo, cuando las sombras se extienden sobre los sitios más ruinosos y ocultan la obra de la destrucción, logra la fantasía reedificar el maravilloso edificio en su pompa primera y llenarle con la vida que antes le animaba”270. A esa hora del atardecer la dimensión catastrófica de la ruina se desvanece, y entonces von Schack ‘imagina’, toda la arquitectura en su esplendor, los usos que se les daban en su época grandiosa y les da vitalidad. Puebla tales monumentos, en ese tiempo ya, sumidos en las ‘oscuridad’.

Por esto, al finalizar su estudio, el alemán reflexiona acerca de su ‘fantástica’ experiencia en las ruinas hispanoárabes: “Desiertos están hoy estos palacios. La alegre vida, que en otra edad los llenaba, ha desaparecido (…) Se diría que de las entrañas de la tierra se alza con el agua el antiguo esplendor, que estaba allí sepultado largo tiempo hacía, como si del fondo de los aljibes surgieran evocados los espíritus tutelares de aquella mágica mansión, las peris y los genios de Arabia, con sus escondidos tesoros, para adornar de nuevo con toda su pasada pompa tan predilectos lugares”271. A pesar de que todo ha desaparecido, von Schack, a través de su ‘imaginación’, ve poblarse nuevamente el edificio, tal si este se hubiese mantenido por largo tiempo sumido en un letargo, como por obra de un encanto. Von Schack viene a deshacer ese hechizo y su genio romántico se extasía, ya que “(…) todo esto llena el alma de un dulce y religioso pasmo, cual si penetrase en el reservado y santísimo templo de la naturaleza”272. No olvidemos que la ‘imaginación’ es para los románticos una de las maneras en que Dios se manifiesta en el alma humana, es un acto espiritual, que atañe las profundidades del ser.

El ambiente encantado de Granada fue destino de muchos artistas (pintores, poetas, dibujantes) que durante la primera mitad del siglo XIX viajaron hasta ella para quedarse e intentar aprehender ese encantamiento del lugar y el pasado nostálgico que de ella emanaba, a través de sus obras. Al multifacético y curioso explorador Washington Irving (1783-1859), también lo sedujo el histórico palacio islámico medieval de La Alhambra, y cuando la visitó por primera vez en 1829, desde ya le pareció un ‘paraíso terrenal’. Ahí posicionado273 trazará también una imagen social, histórica y cultural que plasmará en sus Cuentos de la Alhambra274

Irving, igualmente, devuelve la vida a la arquitectura islámica, a través de la ‘imaginación’ poética: “(…) hay tal poesía en los dulces recuerdos de la Península, que se siente dulcemente arrebatada la imaginación (…) Para el viajero inspirado en lo histórico y en lo poético, la Alhambra de Granada es un objeto de tanta veneración como la Kaaba o Casa Sagrada de la Meca para los devotos peregrinos musulmanes”275. Así, podemos ver la importancia que adquiere la ruina para la conciencia romántica de la Historia, porque ese conocimiento se plasma en las ruinas visitadas por los románticos y se convierte en la base de la creación poética y literaria. A través de ella, y gracias a la ‘imaginación’, se busca crear una representación cultural y social, desde el pasado, plagada de ‘color local’276. Esta conciencia histórica, esta reflexiva mirada retrospectiva, planteada por el Romanticismo, se plasma tanto en von Schack como en Irving: ambos quieren reconocer y dar cuenta de la importancia histórica que ha tenido la cultura árabe en España, categoría de la cual se les ha querido despojar desde antiguo, negando la inminente cultura y posterior influencia árabe en la península277. La ruina se interpreta a modo de vestigio del paso del tiempo, como escenario de una Historia que se añora, donde el espíritu –idealizado- del hombre puede quedarse para soñar e imaginar.

Si von Schack dio muestras de una permanente nostalgia a lo largo de su estudio, al finalizarlo la melancolía se hace evidente. No puede dejar de nombrar la ‘profunda tristeza’ que siente al ver las ciudades despojadas de su esplendor lejano. Es entonces cuando comienza a preguntarse ‘que fue de’ esas ciudades maravillosas: “¿Dónde está Córdoba, la reina de las ciudades, la Meca del Occidente, a dónde los fieles peregrinaban en largas caravanas? ¿Qué es de sus bibliotecas y escuelas, primer foco del saber europeo, manantial a que acudían los sedientos de ciencia de todas las regiones? ¿Dónde está Azahara, la ciudad de las hadas, a la que prodigaron los Banu omeyas todo el lujo y toda la pompa del Oriente?”278, para terminar pensando amargamente en su destrucción, en el paso inevitable del tiempo y el cumplimiento de un destino que se hace ineludible: “Hundido en la tierra, aniquilado está todo aquel mundo. El tiempo ha roto el talismán a que estaba ligada su existencia”279. Este tópico, del ‘ubi sunt’, como veremos más adelante, será también evidente en los otros dos testimonios de que nos ocuparemos.

También tienen en común el lamentar la pérdida espiritual y cultural del pueblo árabe, merma que se esconde tras esa ruina material: “Sin embargo, más melancólico aún que el pensamiento de la pérdida de tantos monumentos del arte, es el de la mísera suerte del pueblo que hermoseó con ellos la Península; porque aflige más que los escombros y ruinas, en una comarca desolada, donde en otro tiempo floreció la vida, la contemplación de las ruinas del espíritu del hombre, que nos ofrece este pueblo en su situación actual. Perseguidos, lanzados de la patria por el mar, los árabes han vuelto a caer en una barbarie más profunda que la de sus antiguos progenitores”280, y termina lamentándose nuevamente por la pérdida irreparable de los documentos de su literatura, arrojados por ‘el tiempo y la furia destructora’ al olvido. ‘Pronto desaparecerán’ los últimos monumentos del Islam en Europa, dice von Schack. Al igual que Thesiger, siente haber llegado ‘justo a tiempo’, ya que “Como se divisa sobre las olas la única torre de una ciudad que en el mar se ha sumergido, así descuella la Alhambra en medio de la avenida furiosa que ha anegado y hundido los otros monumentos. Sus muros, no obstante, caen piedra a piedra a los golpes de la destrucción”281.



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