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1. estudios arabes-islámicos contemporáneos -“Posición Hegemónica Norteamericana y la Imposición de la Democracia en Irak en beneficio particular para el país del norte”


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Thesiger: El desierto, los nómadas, la ‘barbarie’
Después de la primera guerra mundial, escribe Thesiger, la tranquila vida bedu sufrió un desequilibrio que significó su fin. El desierto estaba dominado por los bedu, su economía se basaba en el desierto, en el que cobraban tributo a los viajeros o simplemente saqueaban a voluntad. Pero la intromisión de aeroplanos y la radiotelegrafía dieron al gobierno poder en el territorio, le entregaron la movilidad que antes estaba relegada a los bedu “El desierto había sido pacificado; el merodeo y las guerras intertribales habían quedado efectivamente concluidos desde el valle de Jordán hasta el límite norte de la Zona Desierta. Sólo aquí, en la parte más remota de esta gran barrera de arena, continuaba el antiguo modo de vida, apenas afectado por los cambios del norte”310.

Así, la imagen del desierto (de la ‘barbarie’) que encontramos en Las Arenas de Arabia se asemeja a una visión muy cercana a la utópica, al lugar ideal, que se aparta del mundo humano, en este caso, ‘civilizado’: “Hora tras hora, días tras día, seguíamos adelante y nada cambiaba: el desierto se unía con el cielo vacío, siempre a la misma distancia frente a nosotros. El tiempo y el espacio se nos hacían uno. En torno reinaba un silencio en que sólo los vientos jugaban, y una limpieza total, infinitamente alejada del mundo de los hombres”311.

El desierto se va a contraponer al mundo ‘civilizado’ que Thesiger tanto deplora. El ‘Territorio Vacío’ se ve como un lugar virgen, inviolado por la mano del hombre moderno. “En el desierto había encontrado una libertad inaccesible dentro de la civilización; una vida no trabada por posesiones, ya que cuanto no era una necesidad era un estorbo. Había hallado, además, una camaradería inherente a las circunstancias, y la fe en que allí había de hallarse la paz. Había aprendido la satisfacción que deriva de la vida dura y el placer que nace de la abstinencia (…)”312. En la ‘barbarie’, en el desierto, Thesiger encuentra la libertad, el bien más preciado pero más extinguido, a la vez, en la ‘civilización’, en la sociedad moderna, que coarta al individuo en la esencia de sí mismo.

Thesiger cuenta que muchas veces le preguntaban en Europa cómo había sobrevivido a la soledad en el desierto; nunca la sintió, y afirma en cambio: “Ciertamente, la peor soledad es la del solitario en una multitud”313. Thesiger se había sentido solitario cuando pequeño, en las escuelas y en las ciudades europeas donde no conocía a nadie, pero jamás entre los árabes, los cuales no comprendían el aislamiento e incomunicación. Así, en el desierto mismo, se da testimonio de la soledad que vive el individuo en la sociedad moderna, sumergido en un ambiente frío y ‘racional’, carente de espiritualidad.

A pesar de la hostilidad del territorio desértico, sus habitantes lo hacen más que ‘habitable’; lo convierten, con su generosidad y camaradería, en un lugar espléndido para un inglés, quien prefiere esta hospitalidad menesterosa en un medio hostil a las comodidades de Londres, medio ‘civilizado’ y con todos los lujos imaginables, pero cuyos habitantes ‘urbanos’ carecen justamente de ‘urbanidad’ (anecdóticamente, sinónimo de amabilidad y cortesía) “En el desierto jamás puede uno deshacerse de un huésped, por inoportuno que fuere”314. Así era la ‘civilización’ en el desierto ‘bárbaro’. En medio de ‘Las arenas’, tras días sin comer, padeciendo frío y sueño, de todos modos prefiere la incomodidad del desierto y se aferra a esa convicción en los momentos más críticos, ya que olvidarla era aceptar el fracaso, renegar de sus principios: “Si estuviera en Londres, daría cualquier cosa por estar aquí (…)No: prefería morirme de hambre aquí antes de andar sentado en una silla, ahíto de comida, escuchando un mensaje inalámbrico y dependiendo de vehículos motorizados para cruza Arabia”315. Preguntárselo una y otra vez, en los momentos más difíciles, era la evocación con que se ponía a prueba.

Este es otro factor que lo lleva a reflexionar sobre su identidad como europeo, ya que más de una vez Thesiger se avergonzó al aceptar las regalías de los desposeídos bedu, cuando estos le decían que no se inquietara, ya que tenían la seguridad de que si ellos visitaran ‘sus tierras’, sus ‘tribus’ harían lo mismo por ellos. El inglés sabía que no sería de ese modo. Los bedu debido a las adversas condiciones de sobrevivencia, respetaban sobremanera al otro –comían, bebían y fumaban en conjunto, jamás solos- y nunca intentaban sacar ventaja de otro compañero.

Wilfred Thesiger no quería ni imaginar lo que ocurriría si los hombres ‘civilizados’ de su país fueran expuestos a estas condiciones. Si no podían guardar una mínima preocupación por el otro en un medio acomodado, ¿cómo sería en el desierto? Vemos entonces cómo Thesiger actualiza el ‘mito del buen salvaje’, el prototipo de ‘hombre natural’ que en el siglo XVIII el filósofo ilustrado francés, Jean-Jacques Rousseau había planteado puro en sus orígenes, pero que es luego corrompido por las condiciones socio- culturales de su entorno. En su pensamiento, el hombre sólo encontraría felicidad a través de la autenticidad (proximidad a la naturaleza) y mediante un contrato social igualitario, esto conllevaría a la armonía entre los individuos, cuya ética básica, por el contrario, no se estaba respetando en las sociedades históricamente consideradas.

“Pensé en cuán desesperadamente dura era la vida de los bedu en esa tierra mustia, y cuán paciente y animoso su espíritu. Ahora, oyéndolos hablar y observando los pequeños actos de cortesía que cumplían como instintivamente, comprendía, por compasión, cuán tristemente inepto debía parecer yo, cuán egoísta”316. Recordemos aquí que al caracterizar al beduino, von Schack también se había referido a él como ‘el buen salvaje’ cuyo bien supremo es la libertad y poniendo también hincapié a su carácter hospitalario “Tienen por único placer la guerra, la caza; el amor y la hospitalidad, dada o recibida”317.

A pesar que Thesiger había comenzado su viaje sintiendo desconfianza y recelo por los bedu, esta idea no tardó en dar un giro abrupto: aunque ellos amaban el dinero e incluso discutían como por entretención sobre el valor de sus pertenencias, jamás, en los cinco años que convivió con ellos, perdió ni una moneda, ni una pertenencia. El viajero piensa en la infinita hospitalidad árabe, pobre, pero extraordinaria, en contraste con la europea. Muchas veces esa camaradería lo incomoda, ya que sabe que tras su visita podían pasar días de hambre, pero lo atendían tan a gusto y contentos que casi lo convencían de que había sido una gentileza de su parte quedarse a su lado y comer de su plato.

“Llegué allí creyendo en mi superioridad racial, pero en sus tiendas me sentí como un bárbaro rudo e incapaz de expresarme, un intruso proveniente de un mundo materialista y vulgar”318. Thesiger, el ‘bárbaro civilizado’, se afanó, mientras estuvo entre los nómadas del desierto, en convertirse en uno de ellos y transmutó sus ropas por las de los bedu. Si bien en un comienzo lo hace por no sentirse enajenado de sus acompañantes, también tuvo que hacerlo por una razón práctica: si algunas tribus se llegaban a enterar que por sus arenas andaba un cristiano, estaba muerto. En un comienzo dice sentirse ‘psíquicamente incómodo’; se sentía ‘descollar como un faro’ con su metro 88 de altura, entre pequeños bedu. Pero a pesar de su altura, muy superior a la de ellos, confiesa su sentimiento de inferioridad, de ser simplemente un ‘infiel’ entre ellos, que “eran musulmanes y bedu, y yo no era ninguna de las dos cosas”319.

Al regresar a su país, Thesiger siente que en la sociedad europea vive enajenado, ya que la ‘civilización’ pertenece a la era de las máquinas, que él aborrece. Se sabe distinto y que allí nunca podrá encontrar la satisfacción que sí tiene entre los bedu, a pesar de que “nunca llegara a ser uno de ellos”320. Al regresar a la ciudad y vestirse con pantalones, Thesiger admite que ha vuelto a recobrar sus inhibiciones, se avergüenza de tomarles las manos en las calles a sus compañeros, como lo acostumbraban hacer en el desierto: “Al afeitarme la barba, mudar ropas, vivir en una casa y utilizar los aparatos provistos por la civilización, me había separado de ellos”321 y piensa que sería lo mismo que le ocurriría a él si llegase un bedu a Londres, y luego de adaptarse a las costumbres inglesas, se empeñera en vestirse con sus túnicas y comer con los dedos. Cuando Thesiger muda a ropas inglesas se reconoce como un turista, como un intruso en territorio ajeno.

El regreso de la primera travesía es gustoso sólo porque sabe que es un interludio, y disfruta de las comodidades (hablar en su idioma, sentarse en una silla, un baño caliente) sólo porque sabe que se trata de un intermedio y no del fin de su viaje. Estando en el desierto dice no haber añorado en ningún momento una verde pradera, pero al regresar a Londres “(…) era casi un dolor físico el deseo de regresar a Arabia”322 y las arenas occidentales de Arabia son su nueva obsesión y desafío. Así, emprende su segunda travesía.

En esto va a radicar la permanente ‘extranjería identitaria’ del viajero: “Yo sabía moverme sin esfuerzo en cualquiera de los dos mundos con tanta facilidad como quien muda de ropas, pero comprendía que corría el riesgo de no pertenecer a ninguno. Cuando me encontraba entre gente de mi raza, siempre había a mi lado una sombra que los observaba con ojos críticos e intolerantes”323. Thesiger se siente feliz entre los bedu, les ha tomado un infinito cariño y siente ‘cómoda igualdad’ en sus relaciones, y a pesar que eran muy tolerantes en cuanto a la religión, dice Thesiger: “(…) no podía engañarme considerándome uno de los suyos. Ellos eran bedu y yo no; ellos eran musulmanes, y yo, cristiano”324. A pesar de que los bedu le daban la mayor familiaridad y lo protegerían y defenderían como a uno de ellos, Thesiger fue siempre conciente de su ‘alteridad’; por eso es notoria la desazón del inglés, cierto de su condición de extranjero.

El desierto de Arabia es el terreno inexplorado que promete, es lo desconocido, porque existían otros lugares cuyos misterios se habían disipado, ya que habían sido trazados mapas y rutas, y sus tribus estaban ya sujetas a administración. “La Zona Vacía se convirtió para mí en la Tierra Prometida”325, nos dice Thesiger.

Como podemos ver, para Thesiger el ‘Territorio Vacío’ se presenta como el ‘paraíso perdido’, o que, más bien, está a punto de perderse.

En la poesía hispanoárabe de las ruinas la ciudad también se ve como un edén, que pronto será, por desgracia, ‘paraíso perdido’. En un elogio a Andalucía leemos:


(…) Edén de los elegidos

es vuestra tierra dichosa;

si a mi arbitrio lo dejasen,

no viviría yo en otra (…)326


Tal como los románticos buscan una comunión más pura y original con la naturaleza, Thesiger busca una cultura pura y limpia, la menos ‘afectada por el mundo exterior’, y la encuentra en ‘los más auténticos bedu’ porque justamente se ha mantenido alejada de la civilización europea, que encarna la corrupción. Los bedu del ‘Territorio Vacío’ son la raza más pura de entre los puros de raza y viven en condiciones en que sólo sobreviven los mejores y más fuertes327.

Todos los habitantes de Arabia están excluidos, dice Thesiger, del mundo exterior gracias al desierto y al mar (a diferencia de su vecinos, como Egipto, Siria e Iraq, que han sido territorio abierto para invasiones y migraciones) y dentro de la península, los bedu del ‘Territorio Vacío’ están aún más protegidos que los habitantes de la periferia y apenas han modificado, por milenios, su estilo de vida. Thesiger admira esta rudeza bedu, y también por su capacidad de sobrevivencia los considera una raza única: “Ninguna raza en el mundo aprecia tanto como los árabes su pureza, y ninguna la ha mantenido a tal punto. Hay, naturalmente, mezcla de sangre en las ciudades, sobre todo en los puertos marítimos; pero no es más que la espuma sucia en los bordes del desierto”328.

Podemos atribuir varias razones y fundamentos al viaje de Thesiger, pero una de ellas es la esencial, y es –como dijimos en un comienzo- reencontrase con sus ‘bárbaros’ suelos natales que añoró toda vida: “(…) había una razón más profunda para elegir este viaje: lo había hecho para escapar por unos días más de las máquinas que dominaban nuestro mundo (…) toda mi vida había aborrecido las máquinas. Recordaba con qué amargura leía, en mis días escolares, que alguien, por vez primera, había cruzado el Atlántico en vuelo o atravesado el Sahara en automóvil. Ya entonces comprendía que la velocidad y el confort del transporte mecánico privarían al mundo de toda diversidad”329.

Por esto comienza su viaje como un gran desafío, y se arroja al desierto (lugar duro e inhóspito, con un clima aterrador) donde pasaría una vida dura e inclemente, bajo la amenaza terrible y permanente del hambre y la sed330. Tendría que vivir en hacinamiento con gente de idioma, religión y cultura radicalmente distinta a la suya, en la soledad – la que, como vimos nunca sintió- de ‘Las arenas’. Pero aún así, es esta dureza lo que lo impulsa al desierto. Esa es la ‘fortuna’ de los bedu de ‘Las Arenas’, lo que más le atrae en su espíritu de explorador, el elegir vivir bajo adversas condiciones a cambio de su libertad, que valoran mucho más que cualquier comodidad, orgullosos de su estilo de vida.

Este ‘estilo de vida’ bedu, va a condicionar de manera importante el modo en que la ‘civilización’ piensa la ‘barbarie’, visión claramente dual, marcada por un resentimiento que a la vez es admiración. El coraje y valor adquiridos por los bedu gracias a sus condiciones de vida, no tienen igual. De este modo, los nómadas del desierto se imponían con superioridad a los aldeanos, que, aunque los despreciaban por su modo de vida ‘bárbara’, sobre este resentimiento se imponía la admiración. Aunque la ‘civilización’ los consideraba ‘infieles’, ‘salvajes sin ley’, ésta se maravillaba de que un hombre pudiera sobrevivir en el desierto. A este valor insuperable, se suma su indiscutida fama de infinita generosidad, hospitalidad y camaradería. Al escuchar hablar así a los árabes que vivían en la comodidad de la ciudad, Thesiger cuenta haber comprendido que los bedu se habían convertido en los ‘héroes legendarios del pasado’. Los propios nómadas nunca dudaron de esta superioridad: “Somos bedu. No tenemos otro rey que Dios”331 a diferencia de los sedentarios más acomodaticios. “Son bedu, y esos espacios vacíos, donde no hay sombra ni abrigo, son su patria. Cualquiera de ellos habría podido trabajar en los vergeles aledaños de Salala; todos habrían despreciado esa vida cómoda de hombres inferiores. Entre los bedu, sólo los inválidos van a encallar en tierras de cultivo, a orillas del desierto”332.

La modernidad se aprecia como una constante amenaza. Un día Thesiger es visitado por un Sahara que parecía un mendigo. “Vine a ver al cristiano”, había dicho el viejo. Los bedu le dijeron que no se preocupara, porque estaba loco; pero Thesiger piensa, tras ver al viejo que venía a visitarlo, que “Quizá, borrosamente, preveía el fin (…) mi imaginación se preguntaba si él no había visto más claro que ellos, si no había sentido la amenaza que con mi presencia se anunciaba: la inminente desintegración de su sociedad y la destrucción de sus creencias”333.

Esta es una de las constantes preocupaciones del inglés: no dejar huella de su permanencia entre ellos, como la dejan los camiones petroleros en el desierto. “Mientras estuve con los árabes, sólo aspiré a vivir como ellos; ahora que los he dejado, me sería grato pensar que mi llegada en nada contribuyó a alterar sus vidas. Sin embargo, comprendo pesaroso que los mapas que tracé ayudaron a otros, guiados por fines más materiales, a visitar y corromper a esa gente cuyo espíritu encendía antes el desierto como una llama”334. Sólo los bedu eran quienes podían sobrevivir en ‘Las Arenas’ que cubren la mayor parte de Arabia, pero el ‘hombre natural’ estaba siendo corrompido por la ‘civilización’: en Arabia del norte se desintegraron las estructuras tribales, se les impuso la paz y se destruyó su economía de vida por medio de la administración extranjera. Fueron despojados de su inaccesibilidad, por lo que ya no podían imponer tributos y contribuciones a los viajeros y labradores aldeanos. Pero, dice Thesiger, el cambio más desastroso fue la introducción de los medios mecánicos de transporte, que abolieron la dependencia a la que estaban sumidos los aldeanos respecto a los camellos que criaban los bedu. El mercado camellero quedó en el pasado, uno de los mayores sustentos bedu. Junto con esto también se destruyó las ganancias que por medio del transporte de mercancías a través del desierto obtenían las tribus. Tras el descubrimiento de petróleo en el Golfo Pérsico Arabia se enriqueció, pero los precios en las ciudades ‘se fueron a las nubes’ y las pocas cosas que los bedu necesitaban de la ciudad para subsistir en el desierto (municiones, vajillas, etc…) se hicieron inalcanzables. El trueque desapareció, ya nadie necesitaba lo que los nómadas del desierto producían. Y a pesar que en los campos de petróleo los bedu habrían podido encontrar el dinero (que tanto amaban, dice Thesiger) “Su amor por la libertad y la inquietud que llevaban en la sangre los devolvía a casi todos al desierto; pero la vida en él se tornaba cada vez más difícil; y pronto podría volverse imposible”335 estos cambios económicos, en el tiempo que Thesiger escribe su libro, aún no llegaban al sur, pero se sabía que no por mucho tiempo escaparían a sus consecuencias.

Para Thesiger “lo que en los árabes hay de mejor les viene del desierto”336: el instinto profundamente religioso, que se ha expresado en el Islam, la fraternidad, generosidad y hospitalidad, el orgullo de raza y hasta el amor por la poesía. Pero, para el inglés, los árabes son una raza que florece bajo condiciones “de penuria extrema” y decae “cuanto más cómodas se tornan las condiciones de vida”337. Por esto, “Me parecía trágico que, como resultado de circunstancias que en nada dependían de ellos mismos, se convirtieran en un proletariado parásito, acurrucado en torno a los campos de petróleo, entre la sordidez y las moscas de villorios de cobertizos hacinados, en lugares de los más estériles del mundo”338.

El petróleo es lo que lleva la ruina a Arabia. Así, un día en una aldea, sórdida por los deshechos de la producción en masa extranjera (botellas, alambres, papeles al viento, latas vacías) Thesiger escucha el rugido horrible de un jeep, que deja una hedionda estela de petróleo, y piensa “Para mí, el esqueleto de un auto calcinado por el sol era infinitamente más horrible que la osamenta de un camello con que nos cruzamos a poca distancia”339.

Como ya hemos podido ver, la ya conocida, dicotomía ‘civilización/barbarie’ se presenta en el texto de Thesiger fundamentalmente a partir de la reflexión acerca de la ‘identidad europea’ y de las consecuencias de la modernidad, que rompe con la ‘ingenuidad primitiva’ del desierto y su organizada sociedad tribal. Lo que trata de probar el inglés de algún modo es lo que Montaigne interpretó como un fenómeno en el cual “(…) lo que ocurre es que cada cual llama barbarie a lo que es ajeno a sus costumbres”340. Tal como Thesiger sintió auténtico apocamiento mientras estaba en el desierto, viviendo bajo las costumbres bedu, que, rigiéndose por la primitivas leyes de la naturaleza, parecían en muchos aspectos más ‘civilizadas’ que las europeas, nos dice Montaigne “Podemos, pues, llamarlos bárbaros en presencia de los preceptos que la sana razón dicta, mas no si los comparamos con nosotros, que los sobrepasamos en todo género de barbarie”341.

Como hemos visto en el discurso de Thesiger, la ‘civilización’ ha irrumpido en la vida de los bedu, quienes se regían por leyes propias de la naturaleza, imponiendo leyes sociales, que son artificiales y que por lo tanto coartan el espíritu del hombre. Thesiger busca convivir con los individuos que aún no están contaminados por la modernidad, con los ‘bárbaros’. Pero hemos visto cómo claramente la oposición ‘civilización/barbarie’ es invertida en sus términos, porque en boca de Thesiger podríamos muy bien poner las siguientes palabras que en el siglo XVI pensó Montaigne: “(…) en verdad creo yo que mas bien debiéramos nombrar así [‘bárbaros’]a los que por medio de nuestro artificio hemos modificado y apartado del orden a que pertenecían; Las leyes naturales dirigen su existencia muy poco bastardeadas por las nuestras, de tal suerte que, a veces, lamento que no hayan tenido noticia de tales pueblos, los hombres que hubieran podido juzgarlos mejor que nosotros”342.

De aquí también que Thesiger sienta que entre los bedu no puede alcanzar la comunión que busca con sus costumbres, y de aquí también gran parte de su cuestionamiento identitario, ya que comprende que para ellos él mismo es uno de los ‘bárbaros civilizadores’: “(…) ellos [me] identificaban con el cristianismo. Sabían que los cristianos habrían subyugado la mayor parte del mundo musulmán y que el contacto con esa civilización había destruido o modificado profundamente las creencias, instituciones y culturas que ellos amaban. Naturalmente, no comprendían cuán poco simpatizaba yo con las innovaciones e inventos con los cuales me asociaban, y cuánto con los modos de vida que ellos procuraban preservar”343.





Ubi sunt?
El tópico, tan utilizado en la Edad Media, del ‘Ubi sunt’ se hace evidente en los testimonios y la ruina se observa como vestigio de un ‘paraíso perdido’ irrecuperable.

Las preguntas retóricas acerca del destino de lo que nos ha precedido son numerosas, como es de esperarse, tanto en la poesía hispanoárabe de las ruinas como en los viajeros que estudiamos, von Schack y Thesiger, son discursos en que tanto se añora el pasado que se ha ido, y así se convierten en elegías. Este tópico se relaciona por una parte con la fugacidad del paso del tiempo, y por otra, con la temática del destino inevitable, igualitario, que pone fin a todo orden de cosas, menos al recuerdo, que se eterniza344.

La falta de una respuesta clara a este triste cuestionamiento induce a una melancólica reflexión, en la que se evoca y añora el pasado, lamentaciones de su pérdida irrecuperable.

Todos estos son tópicos recurrentes y fundamentales en la poesía hispanoárabe de las ruinas. En el siguiente poema podemos ver la temática del ‘paraíso perdido’, fundamental también en Thesiger, y el tópico de ‘¿Dónde están?’:



Éste es Egipto; pero ¿dó está la patria mía?

(…) ¿Dónde está mi Sevilla? Desde el tiempo dichoso

que yo moraba en ella, lo que es gozar no sé.

(…) Cuando pienso en la vida alegre de Sevilla,

lo demás de mi vida me parece dolor.

¡Y aquellas gratas horas en el prado florido!

¡Y aquella en los placeres suave libertad!

Recordando mi dulce paraíso perdido,

cuanto en torno me cerca es yermo y soledad.

(…) En tu valle, ¡oh Granada!, fructífero y umbrío,

y en ti pienso con lágrimas, ¡oh fecundo Genil!

(…) Con el fuego amoroso de sus tiernas miradas

hacen las granadinas una herida mortal.

Y disparan sus ojos mil flechas inflamadas,

y sus pestañas matan como mata un puñal.

(…) ¿Dónde están tus almenas, ¡oh Málaga querida!

Tus torres, azoteas y excelso mirador?

Allí la copa llena de vino generoso

hacia los puros astros mil veces elevé.

Y en la enramada verde, del céfiro amoroso,

sobre mi frente el plácido susurrar escuché.

(…) Pasaron estas dichas, pasaron como un sueño:

nada en pos ha venido que las haga olvidar;

cuanto Egipto me ofrece menosprecio y desdeño;

de este mal de la ausencia no consigo sanar345.
En los primeros versos el hablante dice sentirse sin patria. Este mismo sentimiento va a ser el que inundará el corazón de Thesiger al terminar Las Arenas de Arabia, y que se deja sentir en von Schack, que al volver a visitar a España, siente ‘haber regresado a su patria’.

Este poema, que trae Maqqari, tiene un carácter enteramente popular. Se concertó en los últimos tiempos del reino de Granada, cuando ciudad y campo padecían grandemente a raíz de la guerra. También vemos en ella la añoranza de un edén que se ha perdido:


Con sus rayos el amor

aún inflama nuestros pechos;

mas ¿dónde están las amigas

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