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Ortega y Gasset, José Una interpretación de la historia universal


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Ortega y Gasset, José

Una interpretación de la historia universal (en torno a Toynbee)

Madrid, Revista de Occidente en Alianza Editorial, 1984.

Primera edición: 1958


Dawson, Christopher

Los orígenes de Europa

Madrid, Rialp, 1991

Primera edición: 1970
Filosofía de la Historia
Se trata de realizar una "filosofía de la historia", es decir de ver si en ese caos que es la serie confusa de los hechos históricos pueden descubrirse líneas, facciones, rasgos, en suma, fisonomía. Todas las épocas históricas han presentado algo así como una cara o sistema de facciones recognoscibles. Es semejante a lo que en la vida personal hace todo hombre. El hombre conforme va viviendo se forma espontáneamente un conocimiento de lo que es la vida. La lengua usual ha acuñado una expresión para denominar este conocimiento, la llamada "experiencia de la vida" (Ortega, interpretación) / La Hª como Magister Vitae: maestra de la vida... (JR)

En el orden político la experiencia vital milenaria de la cultura griega y romana adquirió su primera forma clásica en la obra La República de Platón. En ella se contiene la experiencia de griegos que saben la historia de las mil ciudades y estados que habían constituido la civilización griega. Después de Platón, Aristóteles modeló aún más la expresión de esta experiencia. Toda ella a su vez se transmitió a su vez a Cicerón, el cual es la convergencia de todo el saber antiguo, lo cual se puede observar en su Tratado de la República. (Ortega, interpretación)

Esta imagen del proceso histórico desde unos mil años se precipitó en la conciencia griega y romana. Se componía de tres grandes ideas o imágenes. La primera de ellas era la experiencia de que toda forma de gobierno llevaba dentro de sí su vicio congénito y, por tanto, inevitablemente degeneraba. Esta degeneración producía un levantamiento, el cual derrocaba la Constitución, derrumbaba aquella forma de gobierno y la sustituía por otra, la cual a su vez degeneraba y contra la cual, a su vez, se sublevaban, siendo también sustituida. Tras un serie de discusiones (p.e. entre Platón y Aristóteles) se llegó a la conclusión de que la institución más antigua y más pura era la Monarquía. Sin embargo ésta degeneraba a su vez en el poder absoluto, que provocaba la sublevación de los hombres más poderosos del pueblo, es decir, de los aristócratas, que derrocaban la Monarquía y establecían una Constitución aristocrática. Pero la aristocracia degeneraba a su vez en oligarquía y esto provocaba la sublevación del pueblo, que arrojaba a los oligarcas e instauraba la democracia. Pero la democracia se convertía muy pronto en puro desorden y en la anarquía; iba movida por los demagogos y acababa por ser la presión brutal de la masa, del populacho. La anarquía llegaba a ser tal que uno de esos demagogos, el más acertado y poderoso, se alzaba con el poder e instauraba la tiranía, y si esa tiranía perseveraba se convertía en Monarquía, y así tenemos que las instituciones se muerden la cola y volvía a empezar el ciclo de evoluciones. Esto es lo que se llamó el círculo, ciclo o circuito de las formas de gobierno. Suponía esto no creer en ninguna forma política y haber experimentado que todas eran fallidas y erróneas (Ortega, interpretación).

Aristóteles en consecuencia afirmaba que el propósito y designio de la ciencia política no era otro que el de conseguir la estabilidad. Para ello debía formarse una constitución que reuniera los principios de todas las demás, afin de que unos y otros se regularan y compensaran: que hubiera un poco de Monarquía, un poco de aristocracia, y un poco de democracia. Y esta es la segunda gran idea: la Constitución mixta (Ortega, interpretación).



La tercera gran idea, que se refería al proceso mismo histórico integral que tuvieron a la vista los hombres de Grecia y Roma, era esta: el Poder, el mando del mundo, el Imperio, se había ido moviendo, desplazando y como emigrando de un punto de la tierra a otro. En efecto, primero había sido el Imperio de los asirios, de allí pasó el mando al Imperio de los persas, de donde a su vez se trasladó a Macedonia, con Alejandro Magno, y que en su tiempo acabó de llegar al pueblo romano. Es decir, el Imperio emigraba de Oriente a Occidente (Ortega, interpretación).

La sociedad occidental
México, p.e., es sólo una parte, tiene su realidad como fragmento de un todo amplísimo en el cual convive con las demás naciones hispanoamericanas. Estas sociedades llamadas naciones son sociedades de un tipo distinto que la provincia, la comarca, la aldea o la tribu. Son sociedades de una determinada especie, precisamente de la especie que llamamos nación. Pero estas sociedades llamadas naciones son a su vez sólo parte de una sociedad muchísimo más amplia que integra una multitud de ellas, la cual entonces, por fuerza, será una sociedad de tipo y de especie diferente a las nacionales, y que podemos explicar como un campo histórico inteligible o una realidad entera en donde situar la historia de cualquier nación; o de algo dentro de ellas, p.e. la biografía de un hombre (Ortega, interpretación).

En orden al espacio la comunidad de principios jurídicos, p.e., del México se refiere a un área que abarca el continente europeo y todo el continente americano. Respecto a la dimensión cultural se podría trazar la misma figura geográfica, porque la coincidencia es casi perfecta. En cuanto al orden religioso el México lógicamente está incluso en el mundo cristiano, el cual ocupa con su cuerpo principal, un espacio aproximadamente idéntico (Ortega, interpretación).

Este espacio al que corresponden los círculos jurídicos, culturales y religiosos forma una gran sociedad de nueva especie, a la que podemos llamar sociedad occidental. Esta comunidad de algunos principios en el pensar, sentir y querer no es una mera coincidencia que se haya producido entre los grupos distintos entre sí, sin relación ni contacto mutuos, sino que se ha originado en una efectiva convivencia. Es más esa convivencia ha sido hecha posible, a su vez, por esa unidad de principios, porque la convivencia bajo el régimen de unos mismo principios es lo que se llama sociedad; sociedad, no Estado (Ortega, interpretación).

Esta área amplísima a que el México pertenece representa el territorio de una gran sociedad, la sociedad occidental, una sociedad de la que son partes integrantes todas esas otras naciones. Obviamente esta sociedad occidental no es ilimitada sino que tiene sus fronteras. Junto a esta sociedad que es la nuestra encontramos otras 4 grandes sociedades, aparentemente al menos del mismo tipo, integradas cada una por múltiples naciones. Una es la sociedad islámica, el mundo del Islam que corre desde el Pakistán hasta el extremo de Marruecos, llegando en Africa casi hasta el Ecuador; la sociedad hindú, en la regiones tropicales de Asia; la sociedad extremo-oriental de China y parte del Pacífico y, en fin, la sociedad cristiano-ortodoxa o bizantina que forman Grecia y Rusia y ocupa la parte externa y más próxima a lo que es propiamente Europa (Ortega, interpretación).

Desde el siglo XVI la sociedad occidental ejecutó una enorme ampliación con el descubrimiento del Nuevo Mundo y la creación en él, en los 4 siglos siguientes, de sociedades de tipo parecido a las nuestras. Desde esa fecha, desde el siglo XVI, retrocediendo al siglo VIII dJC, en que Carlomagno imperaba, el cuerpo principal de la sociedad occidental ha ocupado el mismo espacio geográfico que hoy. Esto significa que la historia de la sociedad occidental está constitutivamente adscrita a una región del globo que corre verticalmente desde Escandinavia hasta el Mediterráneo y horizontalmente desde Escocia hasta el Danubio. A esa figura geográfica podemos llamarla el sistema de fronteras que limitaba en el espacio las sociedades occidentales (Ortega, interpretación).

En el imperio de Carlomagno nos aparece por primera vez constituida la sociedad europea casi exactamente con el mismo formato y figura que iba a tener siempre, salvo la ampliación de otro orden representada por el descubrimiento de América. Por tanto desde fines del siglo VIII hasta hoy se reconoce sin interrupción la identidad de la sustancia y personalidad del mundo histórico occidental. Sin embargo mirando hacia atrás en el tiempo desde Carlomagno nos encontramos con un caos histórico: no hay caminos, todos guerrean contra todos, en cada rincón mandó ayer uno, manda hoy otro, mañana no mandará nadie. En suma fueron casi 4 siglos de absoluta confusión, que fue producida por la invasión de los bárbaros. Es lo que el historiador Toynbee llamó una época de interregno, una época en que no mandó nadie, ni personas ni principios. Sin embargo, en ese caos hubo dos elementos que se pueden reconocer (Ortega, interpretación).

Uno de ellos son los bárbaros, agentes de aquella confusión y que iban a ser la fuerza renovadora cuya primera construcción fue precisamente aquel Imperio de Carlomagno. El otro elemento que se reconoce en este caos es la Iglesia católica, que en estos siglos V, VI, y VII se extendió y dominó sobre todo el área occidental. Los pueblos bárbaros se fueron convirtiendo a ella. Fue como una base de vida común y universal. Según Toynbee una Religión Universal (Ortega, interpretación).

Si retrocedemos más en el tiempo y nos instalamos p.e. en el siglo IV d.J.C. nos hallamos en una sociedad perfectamente organizada, de ámbito inmenso, de solidaria y densa convivencia que se llamó el Imperio romano. Pero esta sociedad es completamente distinta de la occidental. No sirven nuestras ideas, valoraciones, perspectivas para entender esa realidad histórica que llamamos el Imperio romano. A primera vista sin embargo los dos elementos de los que hemos hablado antes, la Iglesia católica y los bárbaros, existen también en dicho Imperio pero con un carácter muy distinto al que tienen para nosotros hoy. Son irrecognoscibles. La Iglesia católica desde un punto de vista romano parece un confuso y peligroso complejo de creencias, ritos, usos que tienen y practican grupos ya numerosos. Cristo es un extraño Dios del mundo grecorromano. Sobre todo es el Dios de pequeñas colonias extranjeras formadas por artesanos y cambistas que de Siria han venido a vivir en las grandes urbes imperiales y que se llaman judíos. Ese complejo de creencias y ritos ha nacido allá, en la Periferia del Imperio romano, en Palestina. Es decir, que esa religión, la cual al fin del Imperio romano va a ser una religión universal, triunfante, oficial y poderosa, era hacia el año 300 algo sin importancia en la realidad histórica del Imperio (Ortega, interpretación).

Efectivamente, según un buen nº de autores Europa era la Cristiandad, puesto que el cristianismo ha sido el eje espiritual que ha organizado durante siglos la vida religiosa y moral del continente europeo. El impulso religioso ha sido el elemento que ha dado fuerza cohesiva a la sociedad y cultura occidentales. Según lord Acton: "La religión es la clave de la Historia" (Dawson, orígenes). / La influencia del Cristianismo en la formación de Europa demuestra decisivamente hasta qué punto el curso del desarrollo histórico puede ser modificado por la intervención de un nuevo elemento espiritual. El cristianismo ofrece ejemplo evidente de la presencia del elemento más profundo en la historia, un elemento misterioso debido al poder creador de las fuerzas del espíritu. Nadie podría haber creído en los días de las persecuciones que aquella religión de procedencia oriental, sin relación ninguna con el pasado europeo y sin raíces en las tradiciones clásicas, iba a transformar con el tiempo la vida y el pensamiento de la antigua civilización. Sin embargo, superando enormes dificultades, el cristianismo se propagó y extendió, modificando a su paso la estructura moral del mundo romano y centrándolo alrededor de un vigoroso eje espiritual (Dawson, orígenes).

Igualmente los bárbaros están allí, pero más allá de los límites del Imperio romano. Su constante inquietud guerrera, su presión permanente sobre el perfil del Imperio obligaron a elaborar un ejército permanente que estaba tendido desde las costas británicas, pasando por Holanda, y por toda la ribera del Rhin y del Danubio. Es lo que se llamó el limes, la línea defensora de las fronteras del Imperio. Pero los bárbaros no pertenecían a la sociedad romana, eran los germanos pueblos salvajes vagabundos en los bosques del Norte o en las estepas de Asia. (Ortega, interpretación).

Según Dawson, en The Making of Europe (1932) los elementos fundamentales de la formación de Europa fueron 4: además de la religión cristiana y el impulso radical de los pueblos bárbaros están la tradición científica de la Grecia clásica y el genio político unificador de Roma. ººPor su posición geográfica de arrinconamiento en el Mediterráneo oriental, la elevada cultura griega distaba mucho de poderse considerar como europea en el sentido generalizador de la palabra. Obra de Roma fue extenderla hacia el Oeste, y misión suya la de actuar de transmisora entre Grecia y el Occidente (Dawson, orígenes).

Hacia el siglo VI Europa logró una fusión preliminar de estos 4 distintos elementos que tenían que integrar la nueva cultura.+ Las invasiones originaron un proceso de mezcla racial y cultural de consecuencias definitivas en la historia europea, y este fenómeno de infiltración y asimilación de razas y culturas se verificó por mediación de dos movimientos contrarios: los pueblos bárbaros, que presionaban hacia el Sur romanizado, y la Iglesia católica, heredera de la cultura latina, que se extendía por el Norte hasta los apartados rincones del continente europeo y proporcionando el eje espiritual que tenía que unificar a Europa durante más de mil años hasta la Reforma protestante (Dawson, orígenes).


El eje histórico europeo
La sociedad o civilización occidental añadió a lo que eran los límites de la civilización grecorromana en el Rhin y Danubio, toda Germania y toda Escandinavia, es decir, todo el norte de Europa. Por ello lo que era limes, la línea militar fronteriza y terminal del Imperio romano pasó ahora a ser nada menos que la línea central, la línea eje de la configuración geográfica propia de nuestra civilización (Ortega, interpretación).

En el Imperio romano el Ejército era la única función pública en la cual, por necesidad misma de su actuación, se permitía que un hombre personalmente dispusiese y ordenase. Ese era el Imperio y ese era el emperador, el jefe del Ejército (el que imperaba, el que mandaba). Y como el Ejército no estaba o no debía estar en la plaza pública, en el ágora y en el foro, sino allí donde se combatía, y se combatía sobre todo en la frontera por donde amenazaba el enemigo, era en la frontera donde estaba el ejército romano y, por tanto, la función de Imperio y de emperador. De aquí pues que la línea, el limes del Rhin y el Danubio, límite militar de las fronteras imperiales, fuese durante la historia del Imperio romano la línea imperial por excelencia (Ortega, interpretación).

Durante la época grecorromana el centro de la vida fue el Mediterráneo. Fue, en verdad, un mar interior, un mar entre tierras, y toda la vida circuló de una a otra costa. Cualquiera que fuera la profundidad de territorio a que llegó tierra adentro, el Imperio romano, la vida griega y romana fue siempre vida costera, mientras que nuestra historia, sobre todo hasta el siglo XVI, fue una historia en tierra que se hizo a caballo. Fue la nuestra una historia de caballeros y en su conjunto una gloriosa caballería. En cambio, la vida antigua se hizo toda por la nave. De aquí que toda la existencia del hombre antiguo estuviera llena de preocupación en torno al navío. La leyenda más antigua de Grecia, casi puramente mitológica, fue el viaje de la nave de Argos a buscar el vellocino (carnero) de oro, el viaje de los argonautas. Y el cuento que más se contó en los siglos IX y VIII, el fin de la adolescencia de Grecia, fue el cuento de la nave errabunda, de la nave de Ulises por el Mediterráneo, de costa a costa, sometido a las tormentas y a las gracias de todas las encantadoras del Mediterráneo. De esta manera la idea de la nave se adentra en lo más profundo y emocionado del alma antigua. De ahí su culto a la nave (Ortega, interpretación).

Este añadido del norte de Europa que hizo nuestra civilización frente a la antigua quedó compensado por una enorme pérdida. Henri Pirenne sostiene en su libro Mahoma y Carlomagno que la terminación del mundo antiguo no ocurrió cuando cayó el Imperio romano por la invasión de los bárbaros (siglo V dJC), sino cuando en el siglo VII los musulmanes conquistaron todo el Norte de Africa, dividieron el Mediterráneo y separaron en absoluto el tráfico de costa a costa. Para Pirenne esto constituye una modificación radical, ya que por causa de ello nace una nueva civilización. El Mediterráneo deja de ser centro de la vida histórica, la cual si antes iba del interior de las tierras a la costa, ahora partirá de las costas e irá a través de la tierra hacia el Norte. De esta forma toda la historia europea ha sido una gran emigración hacia el Norte (Ortega, interpretación).

Cuando Carlomagno muere, a principios del siglo IX, le sucedió su hijo Ludovico Pío, el cual, a su vez, cuando murió, dividió sus Estados entre ellos. A Luis, el germánico, le dejó el Oriente; a Pipino, el Occidente; pero al mayor, a Lotario, que heredó el título imperial, le dejó la Lotaringia, un Estado de forma muy extraña que siempre ha sorprendido a los historiadores: le dejó un faja de terreno que iba desde los Países Bajos, por todo el Rhin hasta Italia (Ortega, interpretación).

La explicación de ello estriba en que en este territorio nos encontramos con las dos capitales imperiales: la del Imperio romano antiguo, que Carlomagno quiere resucitar con su Imperio, y la capital del propio Imperio, Aquisgrán. La línea que une estas dos ciudades (la línea del Rhin, la línea imperial, la línea de las batallas, la línea del mando en el Imperio romano), a través de la Lotaringia, antiguo limes del Imperio romano, va a seguir siendo hasta nuestros días la línea por la cual han tenido que luchar todos los que han querido mandar en Occidente. Ahí se han dado todas las grandes batallas por la hegemonía europea. Continúa siendo pues eje central de la historia (Ortega, interpretación).

La Lotaringia ha dado en evolución fonética el vocablo actual de Lorena para significar la adscripción a una pequeña porción de toda aquella larga zona. Una vez que Lotario recibió la Lotaringia el Oriente y el Occidente de Europa quedaron separados y no se volvieron a juntar. La Lotaringia actuó como un aislador, como un distanciador entre ambos lados del continente, y también esto dió ocasión a que se iniciasen y madurasen dentro de Europa dos modos de ser hombre tan profundamente distintos como el francés, de un lado, y el alemán, de otro. Esa faja separatoria fue causa de la formación de dos grandes naciones continentales: Francia y Alemania, las dos naciones principales de la civilización occidental (Ortega, interpretación).
Imperium e imperator


El jefe del Estado fue primero, en Roma, el rey. Su poder era unipersonal y absoluto. Era, a la vez, jefe del ejército, legislador y juez supremo. Es decir, poseía el pleno imperium, el pleno poder. La revolución eliminó la monarquía y en lugar del rey designó dos magistrados sumos, dos jefes del Estado, que se llamaron cónsules. Como jefes del Estado conservaron por inercia histórica todos los poderes del rey, sólo que ahora esto se separaron en poderes fuera de la ciudad -militae o militares- y poderes de la ciudad -domi o civiles-. Esta separación típica de la República fue inevitable por la siguiente razón: porque lo mismo que el rey en aquella época antigua, era siempre el cónsul o magistrado civil quien actuaba como jefe del Ejército en caso de guerra. Es más, muy probablemente no fueron los cónsules la primera institución que sustituyó al rey, sino los que llamaron pretores y que con otras funciones iban a perdurar bajo los cónsules. Y pretor significa el que va delante, el adalid, el caudillo; en fin, el general. Sin embargo en el 190 aJC los cónsules no tenían por que ser los generales. Escipión Africano, el vencedor de Aníbal, había sido el general del Ejército sin ser cónsul y, además, era ya lo constituido que si había guerra la dirigiese no el cónsul en funciones, sino el que lo había sido el año anterior, que fue llamado -también por inercia histórica- "sustituto del cónsul", pro-cónsul. Así el imperium militare, único auténtico, quedó adscrito al proconsulado (Ortega, interpretación).

Los romanos de la República distinguieron radicalmente la hora civil de la hora bélica, la vida ciudadana de la vida militar, domi de militae, en casa o en el Ejército. La acción guerrera, el comportamiento estratégico son de condición imprevisible, no cabe reglamentarlos. El acierto en medio de una batalla depende de la decisión fulminante que adopte un hombre por su cuenta y riesgo. Por eso crearon la figura del jefe del Ejército y con la franqueza ruda y exacta que empleaban para denominar las cosas le llamaron imperator, el que manda. Sabido es que la superioridad del Ejército romano sobre todos los demás, y muy especialmente sobre los helénicos, p.e., fue la ilimitación de poderes, el absolutismo otorgado al jefe del Ejército. En su Guerra civil el propio César contrapuso los poderes del legado y del imperator, diciendo que aquel tenía que someterse en todo a lo prescrito; en cambio éste debía resolver con absoluta libertad en todas las cuestiones. Pero bien entendido que esos poderes excepcionales no comenzaban a existir sino en el momento en que el general ponía el pie más allá de la línea en que terminaba el territorio de la ciudad, en los extramuros. El imperator tenía poder de vida o muerte sobre sus soldados, potestad que nadie poseía dentro de la urbe. En esta regía sólo la autoridad, y la autoridad era la ley impersonal. Un ciudadano, por elección popular, era destacado de entre los demás para ocuparse de hacerla cumplir. Como depositario de la ley a este hombre se le hacía magis (más) que los demás, se le hacía magister, magistrado. El imperator, en cambio, no era un magistrado sino un comisionado, un encargado de ejecutar un menester: la operación llamada guerra. No era pues un magister, sino un menestral (menester), un minister. Mommsen en su Historia del derecho público romano dice textualmente que "el título de emperador pasaba por una distinción inferior", por tanto, no era un magis (más) sino un minus (menos) (Ortega, interpretación).

Efectivamente, en el 190 aJC la distinción de emperador o imperator era de escasa importancia. En el lenguaje corriente se llamaba, se había llamado siempre imperator al general, pero jurídica, oficialmente imperator era un título que sólo recibía y usaba el general después de haber ganado una batalla y con ello el derecho a la aclamación solemne en Roma que se llamaba triunfo. Sin embargo no había apenas general en Roma que no hubiese ganado una batalla y, por tanto, que no fuese imperator. Prácticamente, pues, general e imperator eran dos conceptos iguales (Ortega, interpretación).


Esto da idea del cambio que representó el Imperio romano frente a todo el pasado anterior a Roma. El Estado que llamamos Imperio romano vino pues a girar en torno a esta institución tan transitoria, tan eventual como fue la institución imperatoria, una institución que era todo lo contrario de una autoridad civil y, por tanto, estatal, que era un oficio anormal y transitorio, emergente sólo y mientras la ocasión lo reclamaba (Ortega, interpretación).

Cuando Augusto funda por primera vez la nueva autoridad imperial, consciente de la enorme sensibilidad romana para el derecho y los fundamentos legales de toda acción pública, buscó para respaldar su ejercicio de un impresionante poder el acogerse a las dos instituciones más periféricas, más extrañas y más anormales que había en el derecho público romano: el tribunado de la plebe y el imperium militiae o jefatura del Ejército. El tribuno de la plebe tampoco era un magistrado sino una institución muy original e irracional: el tribuno no podía hacer nada; sólo podía impedir, prohibir y vetar. Era el estorbo mismo consagrado como institución. Pues tanto el tribuno como el imperator fueron los cimientos en que se asentó el Estado más ilustre de la humanidad: el Imperio romano. De esta manera ese Estado que fue el Imperio romano fue un Estado anormal, la anormalidad consagrada como normalidad, la patología estatal aceptada como salud (Ortega, interpretación).

Trajano, emperador español que gobernó a comienzos del siglo II dJC, cuando llevaba más de un siglo el Imperio romano, fue el primer emperador que se atrevió, o que consideró oportuno, emplear oficialmente, con normalidad y en cierto modo exclusivamente, el título de Imperator. Todos los anteriores no acertaron a nombrarse. César, que preparó el Imperio, recibió en el Senado el Imperator, pero esto no significó ningún título que represente potestad o autoridad ninguna; era un nombre personal para César. Es algo que perteneció sólo a César, algo puramente personal, no una magistratura (Ortega, interpretación).
Monarquía y rey
Fustel de Coulanges en su obra La ciudad antigua recalcó el hecho de que la vida antigua estaba impregnada de religión. Los principales ritos, que se referían a los temas más importantes de la vida pública, no podían ser cumplidos por cualquiera, sino por ciertos hombres pertenecientes a determinadas familias que a lo largo de los siglos se habían ido adelantando, a la vez, por su valor guerrero, por la acumulación de riquezas y por su religiosidad. Esto dió lugar a que apareciera la primera autoridad estable y la primera forma de Estado permanente bajo la figura del director de los sacrificios -o ritos religiosos-, del hombre cuya misión era cumplir con exactitud los ritos de la vida religiosa colectiva. ººA este se le llamó rex -rey-, que significaba rector, porque regía o dirigía los ritos religiosos, los sacrificios -rex sacrorum-. Y sacri-ficio no significaba simplemente matar animales en ofrenda a Dios, sino el conjunto de los actos sacros: todo lo que fuera hacer sacro era sacri-ficio. De esta forma el rey o rex era el jefe porque le había sido otorgada la gracia mágica de hacer eficaces los ritos, sin los cuales no podía vivir el pueblo, porque ellos, los ritos, desviaban la ira de los dioses o aseguraban su favor (Ortega, interpretación).

Por tanto tenemos que la institución de la realeza surge ante todo como un oficio religioso, pero -no habiéndose aún diferenciado las funciones- sobre esa función de sumo sacerdote van a caer todas las competencias. El será, a la vez, el general del Ejército, el legislador y el máximo juez. El ejercerá, el imperium. +Esto manifiesta cómo en el primer Estado que merece el nombre de tal, porque es el primero estable, permanente, el jefe ya no era cualquiera, sino alguien que tenía derecho a ello. Este hombre, el rex, el rey, no era ya, pues jefe, caudillo, o lo que fuera espontáneamente, sino que lo era porque tenía derecho, y tenía derecho porque todo su pueblo creía que los dioses querían que lo tuviera, habiendo otorgado a la sangre de su familia ese don de dar eficacia a los ritos, esa gracia mágica, o , como los griegos decían, carisma, de estar más cerca de los dioses que los demás. Y como todo el pueblo dependía del favor de los dioses, ese hombre era absolutamente imprescindible para la colectividad. El rey era, pues, el jefe del Estado no espontáneamente como el primitivo imperator, sino con título legítimo. ººEl historiador Salustio, cuando hacía un repaso de toda la antigüedad de Roma creía importante hacer constar esta peculiaridad de la legitimidad del rey cuando hablaba del imperium legitimum, el "imperio legítimo", que era el nombre real del mando. +El rey pues era jefe del Estado por un título que provenía de la gracia de Dios, esa gracia mágica, que llamamos don o carisma. La legitimidad originaria, prototípica, ha sido en caso todos los pueblos conocidos, el rey por la gracia de Dios. Pura legitimidad sólo hay ésta (Ortega, interpretación).

El pueblo romano creyó por tanto, con creencia total común, esto es, colectiva, en una imagen del mundo y de la vida según la cual en la sangre de ciertas familias residía y se perpetuaba la gracia mágica, esa gracia mágica que hacía eficaces los ritos, y por eso el rey, que era ante todo sumo sacerdote, rex sacrorum, rector de los sacrificios, era el jefe del Estado con un preciso derecho y título legítimo. Este título legítimo provenía de la gracia de Dios; era el rey por la gracia de Dios (Ortega, interpretación).

Los etruscos, desde Toscana (región con capital en Florencia), dominaron a los latinos y obligaron a algunas de sus tribus a que se juntasen formando una ciudad, a la cual dieron el nombre de Roma, que era vocablo etrusco y no latino, sustituyendo los reyes de las tribus por un rey etrusco. Los latinos reconocieron sin embargo la legitimidad de los reyes etruscos, porque era divina y a ellos deben las principales instituciones de su Estado, que conservaron siempre, sobre todo las religiosas. +Pero, por los abusos de algunos de estos reyes y por su comportamiento tiránico, unido a una resistencia étnica, racial, que no debió de faltar nunca, se dio lugar a un hecho anormal, consistente en que los romanos expulsaron a los reyes etruscos y por odio a ellos, tanto por su extranjería como por su tiranía, sintieron desde entonces una repulsión permanente hacia la idea misma de la Monarquía e implantaron la República. Pero este República. este nuevo Estado comenzó por ser, salvo la eliminación de los reyes, idéntico en todo a la antigua Monarquía. ººEl rey había tenido siempre a su vera al Senado, por lo menos como cuerpo consultivo compuesto por los antiguos reyes de las tribus, es decir, por los jefes de las gentes o parentelas más antiguas, respetadas y poderosas. ººLa única innovación de este nuevo Estado, de la República, fue partir al rey ausente -por tanto, a la institución monárquica- en dos, que fueron los dos cónsules. Estos estaban encargados de dirigir los actos rituales religiosos más importantes del pueblo romano como tal pueblo, que eran los augurios, las predicciones; los cónsules, eran a la vez los jefes del ejército, los máximos jueces, los legisladores, ººsi bien para establecer las leyes tuvieron que empezar a contar con el Senado y más tarde con el pueblo (Ortega, interpretación).

La expulsión de los reyes no pudo hacerse enseguida; costó largas guerras, porque los etruscos apoyaron la dinastía de sus parientes. Por ello aunque la rebelión fue aristocrática, no hubo más remedio que emplear todos los hombres, los varones útiles de Roma, pobres o ricos, nobles o vulgares. Todo este conjunto total de los habitantes varones sin distinción de clases, actuando en pie de guerra, en formación de ejército, es lo que se llamó populus. Populus por tanto fue estrictamente el conjunto de los ciudadanos organizados en pie de guerra, todos los ciudadanos juntos frente al peligro (la llamada guerra total). De populus se formó el adjetivo publicus; lo del populus es lo público. +Los senadores no tuvieron más remedio que hacer concesiones al populus en materia de legislación, y ahí tienen constituido el nuevo Estado romano, que va a recibir su nombre con crudeza clara un extrañísimo nombre, porque son dos nombres, Senatus Populusque, y de aquí se van a derivar todas las leyes, del Senado y del pueblo. Esta dualidad fue la nueva Roma (Ortega, interpretación)./ Consiste esta dualidad en que la soberanía es compartida conjuntamente por el Senado y el pueblo de Roma (senatus populusque romanus). Son las siglas SPQR y que están grabadas en los viejos monumentos romanos (analítica).

Sin embargo como no se atrevieron a romper radicalmente con la legitimidad de la realeza por parecerles como un sacrilegio la conservaron en su lado religioso creando el rex sacrorum, encargado de esa relación más inmediata del pueblo con los dioses. Pero, a la vez con miedo de que volviera a resurgir la odiada Monarquía, instituyeron que el rex sacrorum no pudiese jamás ocupar cargo alguno político o militar, lo que hizo siempre difícil hallar personas dispuestas a semejante renuncia. El rex sacrorum no era sino el auténtico rey de siempre, el rey legítimo desprovisto de todos los poderes políticos, por tanto, disecado, momificado. Cobraba por tanto carácter de supervivencia u superstición (Ortega, interpretación).

De esta manera se puede afirmar como la legitimidad de la realeza es la primera, prototípica y ejemplar; que, por tanto, es la única ejemplar y que, ocultamente, perdura bajo toda otra forma. Por ello cuando ha habido en un pueblo de Grecia, de Italia o de Europa plena y pura legitimidad, esta ha sido siempre la monarquía. +A esta legitimidad primera siguió prematuramente en Roma una legitimidad republicana que ya no fue la pura gracia de Dios, que ya no estaba fundada sólo en que se creía que Dios había dado el derecho exclusivo a mandar en una o unas familias, sino que se creía que la ley emanaba de la voluntad conjunta del Senado y el pueblo. ººEsta segunda legitimidad ya no era ni tan plena ni tan pura como la real. La prueba de ello está en que durante mucho tiempo se siguió creyendo que sólo entre ciertas familias podían elegirse los senadores, los cónsules, el rex sacrorum, el pontífice máximo (Ortega, interpretación).

Sin embargo, la legitimidad republicana representó los siglos céntricos, normales y ejemplares de Roma. A pesar de faltar el rey y, por tanto, lo que se llama legitimidad fundamental, la forma de gobierno romano, ese reparto de poderes, de soberanía entre los cónsules, el Senado y el populus fue, por excepción una de las más sólidas que nunca han existido. Esto no es una contradicción con lo que venimos diciendo, ya que para el romano de la República fue el Senado la institución que representó la más auténtica y venerable legitimidad -lo que llamaron la autorictas patrum-. Y la razón de ello era que sentían el Senado como la institución en que, larvadamente, se conservaba la Monarquía sin los inconvenientes de esta. En efecto, el rex lo había tenido siempre junto a sí, por lo menos como cuerpo consultivo. Además se componía, en su núcleo más ilustre y respetado, de antiguas familias reales, de los patre o jefes de gentes, parentelas o clanes. El Senado también fue y siguió siendo por la gracia de Dios. El pueblo romano, por tanto, creía en el derecho trascendente, como sobrehumano, del Senado a ejercer su autoridad. Y era el pueblo romano el que creía, y no un individuo u otro. Se trataba de una creencia colectiva, de un consenso general que poseía plena vigencia en el cuerpo social (Ortega, interpretación).



De esta manera tenemos una dualidad entre lo legítimo y la germinante ilegitimidad, lo que dió como resultado la que podemos llamar la legitimidad deficiente, débil, equívoca, quebradiza de la Roma republicana que siguió a la plena, compacta y saturada de la monarquía. El pueblo romano en estos siglos contuvo en realidad dos pueblos en casi permanente aunque no radical dis-cordia. Y esta dualidad enfrentada se expresó crudamente, sin atenuaciones, en el nombre oficial del Estado romano: Senatus populusque, o en nuestra terminología de razón histórica, pasado y presente de Roma juntos y contrapuestos (Ortega, interpretación).

Terminando este apartado podemos comprender mejor lo que significa la legitimidad. Algo es jurídicamente legítimo -el rey, el Senado, el cónsul- cuando su ejercicio del Poder está fundado en la creencia compacta que abriga todo el pueblo de que, en efecto, es quien tiene derecho a ejercerlo. Sin embargo, como hemos visto, al rey no se le reconoce ese derecho aisladamente, sino que la creencia en que es el rey o el Senado quien tiene derecho a gobernar sólo existe como parte de una creencia total en cierta concepción del mundo que es igualmente compartida por todo el pueblo; en suma, el consensus. Esta concepción tiene que ser religiosa. De aquí que cuando esa creencia total común se rompe se debilita o se desvanece esa legitimidad (Ortega, interpretación).



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