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1. estudios arabes-islámicos contemporáneos -“Posición Hegemónica Norteamericana y la Imposición de la Democracia en Irak en beneficio particular para el país del norte”


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El concepto de Hidalguía
Desde el título mismo Cervantes incluye el concepto de ‘hidalguía’. Don Quijote no es un caballero, ni un duque, ni un marqués. Es un hidalgo y, además, ingenioso. Pero, ¿por qué hacer de este personaje un sujeto de la baja nobleza y no un alto señor con mayores posibilidades de autoconfigurarse, autodeterminarse o re-construirse? Al parecer, la respuesta está en los efectos que conllevaba ser un fijodalgo en la España de Cervantes.

En un primer acercamiento, Godoy aduce que “el término hidalgo debe verse en contraposición con la normal denominación de los héroes caballerescos, pues estos son siempre designados con el tratamiento de caballeros. Con esta denominación se ubica a don Quijote en un escalón social bajo: desde esta posición no podía aspirar a entrar en una orden caballeresca.”174, entregándonos desde ya la visión distorsionada con que Cervantes emplaza a su personaje, y con la que estaría impidiendo que don Quijote se erija individualmente. Pero veremos cómo esto no se desarrolla así, sino que cumple la función contraria: permitir que el sujeto parta desde cero y, desde allí, se reconstruya, pero esta vez lleno de matices orientales.

Sobre este punto nos da más luces Américo Castro, quien explica el concepto de hidalguía en la península Ibérica y sus implicancias: “Durante la Edad Media era el fijodalgo ‘un hombre libre y exento por linaje’; era en realidad, como exactamente dice R. Menéndez Pidal, un miembro de la «última clase nobiliaria»”175. Y es exactamente así como se nos presenta, en el siglo XVII, a don Quijote: sin linaje conocido o, tal vez, uno que se prefiere mantener en el anonimato; con una hacienda bastante escuálida y con una fortuna ‘malgastada’ en libros de caballería. Castro nos dice además que “ninguna designación nobiliaria en las lenguas europeas incluye la palabra «hijo». A estro se añade la rareza de que algo […] signifique «bienes materiales» y «bienes morales» («filii bene natorum»). Nada de esto ocurre fuera del español y del portugués. Si los historiadores no hubiésemos estado bajo la influencia de una represión psíquica –a saber, el miedo a islamizar el pasado español -, habríamos visto hace mucho tiempo que fijodalgo […] debe ser reflejo de una expresión árabe. En cuanto nos despojamos del prejuicio antiislámico, hijodalgo aparece como lo que es, como una de tantas formas de designar la condición de la persona a base de trascendencia mágica.”176. Y, en tanto don Quijote no es hijo de nadie, porque su estirpe está velada al lector, no podemos sino comenzar a buscar esa trascendencia en otros ámbitos de su quehacer caballeresco. Para hacerlo, primero debemos saber que “hijadalgo puede interpretarse, por consiguiente, como ‘hijo de bondades, buenas obras, mercedes’, lo cual estaría de acuerdo con la traducción del siglo X antes citada «filii bene naturum», ‘hijos de los bien nacidos’.”177. Lapesa agrega a esto que “los árabes llamaban “hijo de una cosa” a quien se beneficiaba de ella: ibna-dunyā “hijo de la riqueza”; ibn al lay “hijo de la noche” (ladrón). Esto explica hijodalgo, hidalgo = hijo de bienes.”178. Don Quijote, así, se transformaría en el verdadero beneficiado de sus actos, pues, en un sentido religioso, son los estos los que determinarán si creyente merece el cielo o el infierno. El caballero estaría en busca de su propia salvación.

Sorprendentemente, es a esta categoría a la que parece más fácil suscribir al personaje quijotesco, pues, de la mano del código caballeresco que lo mueve, don Quijote actúa siempre persiguiendo realizar las mejores obras y otorgar bondades a quienes lo necesiten: “Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos”179, o cuando se dirige a una villano diciendo: “Y si queréis saber quién os manda esto (…) sabed que soy el valeroso don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones”180. Así, si don Quijote no es ‘hijo de los bien nacidos’ (porque no tiene linaje), entonces pasaría a ser ‘hijo de las bondades’.

A esto podría referirse don Quijote en el discurso que da a los cabreros sobre la caballería andante y el Siglo de Oro. En este discurso, el manchego da a conocer a los cabreros cuál es su condición como caballero, y cómo debe enfrentar al mundo y a los hombres por el hecho de serlo: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados […] porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto […] Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia: aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella sin ser forzada ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían […] La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje aún no se había asentado en el entendimiento del juez, porque, entonces no había que juzgar ni quién fuese juzgado.”181. Don Quijote pertenecería, después de todo, a una ‘casta’, que sólo él es capaz de revivir en el ejercicio de las armas. Su máxime fundamento teórico es vivir en la bondad para recibir el cielo a cambio, lo que él cree imposible de alcanzar viviendo como se hacía en su época.

Todo lo anterior nos hace pensar sobre la verdadera procedencia de la hidalguía de don Quijote, y si “fijo d’algo es la adaptación de una expresión árabe, porque no hay modo de entenderlo como palabra puramente románica, y porque en la España mozárabe encontramos una institución y un nombre que es razonable relacionar con ella”182, entonces tendremos que Cervantes incluyó el término desde el título para brindarnos una pista más para llegar a esta lectura. En síntesis, el personaje don Quijote, respecto a su hidalguía, se relacionaría de mejor manera con el concepto árabe que con su adaptación al español o portugués, lo que sin duda entraría en conflicto con la idea de hidalgo que hemos manejado hasta ahora para comprender a nuestro personaje.


Tópicos árabes en El Quijote
Si bien muchos tópicos literarios se ven reiterados en una y otra cultura sin conexión aparente, en este caso, hallar tópicos árabes en El Quijote adquiere matices distintos en el sentido de la posible transferencia de temas literarios entre la cultura árabe y la hispana a partir del 711. Según Alfredo Canedo, “el sueño del Hidalgo en la cueva de Montesinos, leyenda sobrepuesta a la de las artes mágicas en la cueva de Toledo, que, según Menéndez y Pelayo, han nacido de la cuentística arábiga del siglo XII”183, es un ejemplo de trasvasije literario. Partiendo de esta idea de repetición y préstamo de tópicos, notaremos que muchos de los elementos presentes en el acto amatorio de don Quijote hacia Dulcinea, en su quehacer caballeresco y en su visión de mundo, presentan correspondencias con motivos propios de la literatura árabe de manera bastante clara e irrefutable, aunque alguien pueda aducirlas a simples coincidencias. Un estudio más acabado, imposible de desarrollar aquí, podría validar o refutar esta idea.

Comenzaremos por nombrar algunos tópicos comunes184:

1. La presencia de la mujer en la guerra: bien sabida es la forma en que don Quijote invoca a Dulcinea cada vez que se enfrenta a una batalla o dificultad. Es la forma que tiene nuestro caballero para ‘hacer presente’ a la mujer amada. A lo largo de todo el libro nos encontramos con numerosas exhortaciones hacia la ideal doncella: “¡Oh princesa Dulcinea, señora de este cautivo corazón! Mucho agravio me habedes fecho en despedirme y reprocharme con el riguroso afincamiento de mandarme no parecer ante la vuestra fermosura. Plégaos, señora, de membraros de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”185, lo que constituiría una forma de la ‘presencia por ausencia’.

Galmés de Fuentes nos dice al respecto que “en relación con esta invocación de la mujer, conviene señalar que aquí el gesto de galantería militar de recabar la presencia de la mujer [se realiza] para que el guerrero se sienta más esforzado en la pelea”186. Por lo tanto, “esta importancia concedida a la mujer contrasta con el escaso relieve que se le presta, por lo general, en otras epopeyas europeas. Así, por ejemplo, en la Chanson de Roland, como ha puesto de relieve Menéndez Pidal, sólo aparecen dos mujeres, pero la reina Bramimunda no tiene fisonomía especial femenina, y Alda, novia de Roldán, ocupa sólo treinta versos en el cantar”187. Algo similar ocurre, como sabemos, con la ‘identidad’ de Dulcinea, quien jamás aparece en la obra más que en las palabras de su amante. Su existencia en la obra se hace no a través de una fisonomía, sino por medio de alusiones que pueden ser verdaderas o falsas para quienes las oyen. A pesar de esto, en El Quijote se le otorga vital importancia a la presencia (o ausencia) de Dulcinea. Por ejemplo, en la escena en que don Quijote se encuentra con una caravana y les ordena jurar que Dulcinea es la más hermosa: “- Todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.”188. Notamos a partir de esto, cómo la dama amada se configura como elemento decisivo en el quehacer caballeresco de don Quijote, asimilándose así a una característica propia de la épica y la literatura árabe.

Esta misma presencia de la mujer en la guerra introduce otro tópico propiamente árabe, correspondiente al enaltecimiento de la mujer amada. Vemos cómo don Quijote hace emperatriz, princesa, reina, etc., a una labradora sin dotes ni tierra alguna. Dice don Quijote: “… que su nombre es Dulcinea; su patria, el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad, por lo menos, ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura, sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus musas…”189. El sentido de ‘reina y señora mía’ es muy importante pues “a la mujer de alta alcurnia le incumbe todavía otro papel importante en la epopeya árabe, la de ser consoladora del cautivo.”190.

Efectivamente, “la mujer, parienta del monarca, que acude a consolar al prisionero, atendiéndole en la cárcel y ofreciéndole su amor, es un tópico en la narrativa árabe”191. Nuestro caballero andante, se transforma, desde un inicio, en un prisionero de amor, cuya única liberadora es una idealización inexistente. En este sentido, el amante se ‘hace de la dama’, en el sentido que el caballero se va configurando como tal en torno a lo que él hace para honrar a su doncella, y de lo que la doncella, a su vez, hace por él. Esta idea manifiesta la distancia que existe entre la dama y el amante, determinada no por un rango social, sino por el imperio que ella ejerce sobre él. Ella está a la vez próxima y lejana, es caprichosa y majestuosa, humana pero divina. Junto a lo anterior, podemos encontrar el tópico árabe del ‘amor sin recompensa’, cuyo sentido de gozarse en un amor sin recompensa es un refinamiento del espíritu cortés. Don Quijote dice: “– Yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta, o no, de que el mundo sepa que yo la sirvo…”192, mostrando con ello una nula intención de recompensa por las hazañas que realiza y las dificultades que enfrenta.

Muy apegado a esta idea de enamorarse sin recompensa se encuentra el tópico del ‘enamoramiento de oídas’, que en la lírica árabe se sintetiza en un verso famoso del célebre poeta cortés del Irak abasí, Baššar ibn Burd, que era ciego. Pero los poetas árabes videntes hicieron amplio eco del enamoramiento de oídas, y en la épica árabe, este motivo se vuelve un tópico193. En El Collar de la paloma encontramos: “Otro de los más peregrinos orígenes de la pasión es el que nazca el amor por la simple descripción del amado, sin haberle visto jamás. Por este camino se puede llegar incluso a los últimos grados del amor.”194. Un muy buen ejemplo de el ‘enamorarse a oídas’ lo encontramos en el capítulo 4 de El Quijote, donde topamos con la sabrosa arremetida que nuestro caballero le hace a unos hombres que venían en carreta para que juren que Dulcinea es la más hermosa. Los hombres contestan a don Quijote:
“- Señor caballero, nosotros no conocemos quién sea esa buena señora que decís; mostrádnosla, que, si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida.

- Si os la mostrara – replicó Don Quijote -, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender…”195.


2. La alegría ante la presencia del enemigo: este tópico lo podemos encontrar innumerables veces en El Quijote, cada vez que el caballero andante se enfrenta a alguna dificultad. En esas circunstancias, don Quijote demuestra siempre alegría al enfrentarse a una aventura. Veamos por ejemplo:
“- Esta, sin duda, Sancho, debe de ser grandísima y peligrosísima aventura, donde será necesario que yo muestre todo mi valor y esfuerzo. […]

- Y si le encantan y entomecen, como la otra vez lo hicieron – dijo Sancho-, ¿qué aprovechará estar en campo abierto o no?

- Con todo eso –replicó Don Quijote-, te ruego, Sancho, que tengas buen ánimo, que la experiencia te dará a entender el que yo tengo”196.
O esta otra ocasión:
“La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, dónde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.”197.
Esta cita se torna muy interesante en la medida que, además de sentir alegría por la aventura y por enfrentar a los enemigos, don Quijote define la guerra como ‘buena’, con lo que la idea de la guerra santa musulmana, o jihād, se no aparece de improviso. Según Galmés de Fuentes, “la guerra santa, por su parte, es la vía más segura para alcanzar el paraíso. Esto explica la alegría de los caballeros musulmanes ante la presencia del enemigo y ante la inminencia del combate […] Esta alegría ante la presencia del enemigo ha de referirse, sin duda, al ideal islámico de la guerra santa o jihād.”198. Esto, más bien, abre una brecha por donde nuestra lectura se hace cada vez más alternativa y amplia. Es decir, ¿qué tipo de guerra es la está llevando a cabo don Quijote?, ¿una guerra personal o una guerra religiosa y mística? Si nos inclinamos por la segunda opción, don Quijote se nos presentaría ahora no como un caballero cristiano, sino como un caballero con valores islámicos, que emprende la jihād contra los infieles y cuya única meta es la salvación a través del sacrificio.

Este sacrificio199 lo podemos encontrar claramente representado en una de las aventuras más sabrosas de toda la obra: la aventura de Sierra Morena. En este lugar, don Quijote se dispone ha rendir penitencia de amor, a flagelarse y ha ayunar sin una razón lógica aparente. Según apunta Bernardo Subercaseaux200 “no hay justificación racional ni una base real para que don Quijote se interne en Sierra Morena a hacer penitencia de amor.”201. Este acto de expurgación, similar a la ablución islámica, respondería a un deseo de acercamiento a la divinidad, encarnado en la obra por Dulcinea. Pero esa relación que establece don Quijote con Dulcinea podría ir incluso más allá. La doncella idealizada podría no ser más que un chivo expiatorio del autor, para ocultar bajo el velo del amor carnal un amor religioso. De ello se desprenden las frases, ya citadas, en que don Quijote se refiera a Dulcinea como a una diosa202 y dueña de su corazón.

El hecho de que don Quijote jamás haya establecido contacto físico con su amada, transforma la relación en una especie extraña de amor místico. Recordemos que el nivel de sumisión a esta divinidad amorosa es en extremo apasionada, y don Quijote afirma al respecto que “si en seco hago esto, ¿qué hiciera en mojado?”203, es decir, que si puede hacer esto sin motivo, qué podría hacer si lo tuviera. Esto sin duda no lleva a uno de los dogmas islámicos, que corresponde a la recompensa que reciben los fieles al Islam por hacer penitencia sin haber cometido pecado. Este tipo de actos se van ‘sumando’, en el Islam, y aseguran un buen lugar en le paraíso. ¿Puede ser que don Quijote quisiera realizar una acto religioso hereje respecto a la cristiandad y por ello decide enviar a Sancho con alguien que no existe y quedar, por segunda vez en la obra, completamente solo? Aquí queda puesta en cuestión la fe de don Quijote, tema que abordaremos más adelante.
3. El viaje a caballo: Alfredo Canedo afirma que “de cierto que Cervantes ha frecuentado bastante la cuentística oriental. Una de las opiniones más autorizadas en ese sentido (se podrían citar muchas más) la del poeta y crítico Guillermo Schlégel en Historia de la antigua y moderna literatura, donde señala que las ficciones, los proverbios y hasta las cabriolas del manchengo son comunes ya no solamente a las Mil y una noche sino también a Historia de Barlaan y Josefat del príncipe Sakya Muni, gobernador de Damasco en tiempos de la España morisca.

Por lo anterior, nos ha parecido bastante impresionante la enorme similitud que existe entre La historia del caballo de ébano (de Las mil y una noche) y el capítulo 41 de la Segunda Parte de Don Quijote, en la aventura con el caballo Clavileño. Al comparar ambos relatos, notamos cómo el elemento islámico se entrelaza con los motivos utilizados por Cervantes para configurar la psique de don Quijote y de Sancho. Para poner al descubierto estas relaciones, confrontemos, ante todo, extractos de ambas narraciones:

Dice Dolorida a Sancho, en la última de las aventuras en la casa de los duques:
“- Es también de saber que Malambruno me dijo que cuando la suerte me deparase al caballero nuestro libertador, que él le enviaría una cabalgadura harto mejor y con menos malicias que las que son de retorno, porque ha de ser aquel mismo caballo de madera sobre quien llevó el valeroso Pierres robada a la linda Magalona, el cual caballo se rige por una clavija que tiene en la frente, que le sirve de freno, y vuela por el aire con tal ligereza, que parece que los mismos diablos le llevan […]; y lo bueno es que el tal caballo no come ni duerme ni gasta herraduras, y lleva un portante por los aires sin tener alas […]”204, presentándole así al escudero al caballo en el cual creerán volar más allá de ‘la segunda región del aire’, realizando después el descenso al infierno. Este mágico caballo, que a caballero y escudero le presentan, dice Dolorida que “[…] se llama Clavileño de Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño y con la clavija que trae en la frente y la ligereza con que camina […]”205.
En Las mil y una noche, al comienzo de la noche cuatrocientas dieciséis, nos encontramos con la Historia del caballo de ébano, en donde se nos cuenta cómo el rey Kamaralakmar viaja sobre el caballo volador que se le ha regalado. Las semejanzas que La venida de Clavileño comparte con este cuento oriental son extraordinarias, pues coinciden en las características que se le dan al caballo, los epítetos que se le agregan, y la funcionalidad que representa:
“Schehrazada dijo:

- … montó sobre el caballo de ébano, le hizo elevar en los aires y recorrió un gran espacio con una rapidez extraordinaria para, después de haber descrito un gran círculo, descender plácidamente al lugar de donde había partido”206.

“Kamaralakmar […] dirigió sus miradas a su derredor para elegir un lugar donde pasar la noche en seguridad y sin ser molestado y en donde instalar su caballo […] y oprimiendo el tornillo de descenso, dirigió hacia ese lado a su caballo, que fue, tal un pájaro fatigado, a posarse dulcemente sobre la terraza del palacio.”207.
Vemos, de este modo, cómo algunos elementos se repiten: la velocidad del caballo, la estructura de madera y, lo más interesante, una clavija o tornillo que permite dirigirlos y de donde deriva el nombre del caballo quijotesco. Estas semejanzas parecen ser más que meras coincidencias y hacen posible que dentro de las lecturas de Cervantes se encontrara Las mil y una noches, y que, además, influyera en la configuración de uno de los capítulos más trágicos e importantes de toda la obra en tanto sirve como nudo narrativo en la que se determinará el modo en que don Quijote se enfrentará, desde allí en adelante, con la realidad a la que constantemente elude.

Como hemos visto, estos tres motivos prototípicos de la literatura árabe, se actualizan en El Quijote, y aunque evidentemente no son los únicos, los hemos trabajado precisamente por ser los menos observados y percibidos en la obra cervantina, además de constituir un importante puente conector entre oriente y occidente.


Don Quijote manchego y ‘manchado’
El profesor Eduardo Godoy nos hace notar que de don Quijote “no se entregan antecedentes familiares, extraño en un tiempo en que los antecedentes de sangre eran sobrevalorados. Si se tiene presente cómo se presentaba al héroe novelesco en ese entonces, se apreciará la profunda diferencia.”208. En efecto, don Quijote emerge como un personaje nublado por un pasado que se prefiere omitir. Un factor que pudo haber influido en esta decisión del autor es la posible impureza de sangre. Así, el caballero sólo puede comenzar su auto-configuración desde la negación absoluta de su pasado. Y es este pasado el que ahora intentaremos desentrañar.

Según apunta Francisco Rico209 en una de sus notas a Don Quijote de la Mancha, los moriscos “sometidos a limitaciones cada vez mayores en su forma de vida tradicional, se defendieron con algaradas e insurrecciones, la más importante de las cuales, la rebelión de 1568 – 1570 en las Alpujarras, tuvo como consecuencia que miles de moriscos granadinos fueran desplazados a la Mancha. La imposibilidad de asimilarlos al catolicismo, las antipatías que despertaban su laboriosidad y frugalidad, y el fundado temor de que se convirtieran en una quinta columna de turcos y berberiscos culminaron entre 1609 y 1613 en la decisión de expulsarlos de España, de donde en efecto, salieron unos trescientos mil”210. Esto haría de la Mancha un importante centro de concentración de población morisca hasta inicios del siglo XVII, momento en que nace nuestro caballero andante. Cabría hacernos una nueva pregunta: ¿es posible que este hidalgo de baja nobleza y poca monta descendiera de una estirpe impura en cuanto a limpieza de sangre y cristiandad? Debemos dar varias vueltas al asunto, pues esta parece ser una de las interpretaciones más interesantes, además de aventurada.

Se ha propuesto que esa ‘mancha’, de la que Cervantes no se quiere acordar, correspondería no sólo a La Mancha (geográfica), sino que a una ‘mancha hereditaria’ presente en don Quijote. La Mancha puede simbolizar la ‘mancha de sangre’ que portaría Don Quijote, transformándolo en un converso. Recordemos que la denominación ‘manchado’ era muy común en el siglo XV y XVI para designar a los musulmanes que se habían convertido al cristianismo.

Nace así la posibilidad de que don Quijote se halla hecho caballero para reafirmarse frente al resto en su condición de cristiano nuevo. Debía hacerlo porque era un converso y la caballería era la máxima expresión del cristianismo en el medioevo. Es importante recordar que en la España del siglo XV era muy común que los cristianos viejos sometieran a constantes ‘pruebas’ de fe a los que creían falsos cristianos nuevos: los hacían comer carne sin decirles que era de cerdo; censuraban y, además, castigaban frases o actitudes que parecían herejías o blasfemias.



La célebre frase inicial “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”211 correspondería a una alusión en donde, geográficamente, La Mancha corresponde a “parajes de nadie, eterna frontera, marca histórica con y sin marca, meseta casi desértica y propicia a cualquier revelación extraña, tierra para un aristócrata sin tierra, memoria para un beduino, tierra de conversos, de “manchados”, sucios de sangre; Mancha, por frontera de identidad. Se dice ahí que Cervantes no quiere mencionar algo que existe: ese algo unitario que caracteriza e identifica es la vez aludido y eludido. El autor tiene graves motivos para eludir ese nombre y para suscitar la reacción curiosa e interrogativa del lector; así, pues, el hecho complica al no querer mencionarse. Cervantes manifiesta su resistencia a nombrar lo que se ama y no se posee, lo que se añora. Todo el esquema formal queda desbordado por el secreto primero y último que le trasciende.”212. Sería el modo de entender al manchego-manchado que Cervantes no explicitó. Además de esto, existen otras marcas textuales que permitirían seguir elucubrando en este sentido. Veamos algunas en los próximos apartados.

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