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1. estudios arabes-islámicos contemporáneos -“Posición Hegemónica Norteamericana y la Imposición de la Democracia en Irak en beneficio particular para el país del norte”


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La ‘mancha’ de don Quijote: el trasfondo islámico.
Por Francisco de Torres
A modo de Introducción
Cervantes nos enseña sin pretenderlo,

con la gracia gratuita del arte que lo es todo,

que todos los días son el primero y el último,

y que todas las personas son nosotros y el otro.”

Antonio Medina

( Cervantes y el Islam)
“…Mi patria está sin nombre, sin tachas
hay una verdad en la subversión
que nos devolverá nuestra pureza escarnecida…”


Juan Luis Martínez

(Quien Soy, fragmento)
Comenzar el trabajo de comprender la literatura española, desde el medioevo hasta el siglo XVIII al menos, sería impensable anulando de ella sus elementos semíticos. Casi nueve siglos de convivencia, debieron incrustar tópicos propios de la literatura árabe en la española y aparecer, paralela y posteriormente, en gran número de las manifestaciones artísticas de la península Ibérica. En este sentido, creo que muchos de estos elementos son posibles de rastrear en obras hispanas posteriores a la expulsión de moros y judíos, y muy especialmente en El Quijote, obra que muestra un período postrero a la cultura musulmana en la España del medioevo, pero que, de algún modo, intenta revivirla o, al menos releerla. Por ello, emprenderé la peligrosa tarea (para Occidente) de rastrear en la obra cervantina, y en don Quijote mismo, factores estilísticos, temáticos y lingüísticos que reflejen, en alguna medida, esta coexistencia que determinó la configuración de la identidad española. Y, aunque la sola posibilidad de encontrar en el personaje caballeresco formas o conductas propias de la literatura árabe, parece osada – mas no descabellada, como me apuntara en algún momento el profesor Eduardo Godoy - intentaremos mostrar cómo la conciencia de mundo propia del musulmán se presenta en el desarrollo de las aventuras quijotescas más de lo que muchos españoles – y muchos occidentales, repito- quisieran o podrían esperar.

Cabe advertir que el presente ensayo no intenta, de ningún modo, invalidar los copiosos estudios cervantistas que desde una perspectiva netamente ‘occidentalizante’ se han realizado sobre la obra, sino más bien entregar una lectura alternativa con la cual enfrentar este texto, desde una óptica menos reduccionista y uniformalizadora, esto es, intentando abrir nuestras lecturas hacia un re-conocimiento progresivo del Otro, sea este musulmán, judío, budista: oriental.. Del mismo modo, nuestro trabajo, si bien hará referencia a datos biográficos del autor, se centrará específicamente en el carácter ficcional del texto, por lo que los temas de la autoría, de mundos posibles o religiosidad, por ejemplo, se abordarán desde esta óptica, tomando en cuenta además sus usos prácticos en la época a la que se adscriben. Propongo así, internarnos desde ya en el enorme mundo que nos presenta esta obra cumbre de la cultura y literatura occidental pero, esta vez, buscando en ella las relaciones que, inevitablemente, por su contexto histórico, debió de establecer con Oriente, los moros y el Islam.


¿Por qué aludir a lo islámico?
Presuponer que dos pueblos en estrecha convivencia por tanto tiempo puedan hacer caso omiso de los intercambios culturales, sociales o lingüísticos, de manera consciente - por exclusión deliberada y voluntaria del Otro146-, fue parte del método que los españoles utilizaron para convencerse de que, luego de 1492, nada árabe quedaba ya en la Península. Así, luego de la expulsión de los musulmanes y judíos, se pretendió negar el legado cultural y, lo que nos convoca, la influencia literaria que los árabes dejaron en su largo paso por España. Hablamos de ese sentimiento ‘antiislámico’ propio de la sociedad y la intelectualidad española al que alude A. Castro en España en su Historia147.

Como apunta Eduardo Godoy, “el Quijote es un texto de extraordinaria complejidad, riqueza y modernidad. Incrustado en circunstancias españolas determinantes, en pleno siglo XVII (1605 – 1615), permanece fiel al presente, pero sin descuidar el pasado y el futuro.”148. Una de estas preocupaciones por el pasado sería el destino de los moros tras la expulsión y la temática árabe en general. Esto lo podemos ver no sólo en El Quijote, sino que en gran parte de la literatura española. Así, el inconsciente español revela, a veces patente y otras, las más, implícitamente, que la influencia de la literatura árabe se mantuvo vívida hasta muy tardíamente. Como ejemplo de esto, podemos citar a Vicente Mengod, quien asegura que en España “el tema árabe se repite a lo largo de varios siglos. Cada vez se le agregan elementos nuevos, se adapta a las circunstancias del momento, conservando íntegras sus líneas generales, desembocando, a veces, en soluciones geniales. Por ejemplo […] en la literatura árabe se dio el tipo de burlador, inspirado quizás en Ibn Abi Amir […] Su perfil humano ha podido ser un lejano antecedente del burlador de Tirso de Molina, quien situó al personaje en un marco cristiano, poniendo entre las mujeres burladas de baja condición a grandes damas de la nobleza”149. Esta idea se vuelve a repetir hacia 1845, cuando Zorrilla saca a la luz su Don Juan Tenorio. Así, luego de casi cuatro siglos desde la expulsión de los musulmanes de la Península, en España se seguían reelaborando conceptos y tópicos propios de la literatura árabe. No sería de extrañar entonces que a inicios del siglo XVII, cuando Cervantes piensa, escribe y publica El Quijote, los temas islámicos estuviesen aún muy presentes.

Dentro del texto El Quijote, las veces que se alude al mundo árabe, que se actualizan proverbios orientales, que se juzga de algún modo a los moros, etc., son tan numerosas como imposibles de soslayar. Poresto tal vez, se puede decir que El Quijote es un libro construido a base de ambigüedades, que permiten moverse entre lo castellano y lo que dejó la cultura del Al-Andalus en España. Lo que está intentando de mostrar Cervantes es la interculturalidad de caracterizaría a España por muchos siglos. Antonio Medina dice al respecto que “tal vez esta experiencia intercultural, unitaria y sin resentimiento, del heroísmo crepuscular de El Quijote, plantea en sí misma la teoría del diálogo incesante entre el autor y su propia extrañeza, aproximándonos a las huellas que la cultura andalucí dejó en sí misma tanto en El Quijote como en el resto de la obra cervantina: baciyelmo, suciedad limpia…”150. Como veremos más adelante, Cervantes hace que su obra esté escrita por un sabio historiador árabe, y que el traductor de ella al español sea un moro aljamiado pagado por Cervantes personaje. ¿Deberíamos pensar, por lo tanto, que todos estos elementos no pasan de ser simples datos, o juegos narrativos, importantes sólo en tanto en cuanto habilidad escritural o matiz literario y sin uso práctico alguno? Juzgo necesario develar este trasfondo islámico de don Quijote, de modo que cada vez sean más las riquezas que de esta mina podamos extraer, al mismo tiempo de enriquecernos aún más con su lectura.
Cervantes y su relación con lo islámico
Abordar el problema de la relación de Cervantes con los musulmanes y el Islam es entrar a lo más espinoso del asunto interno de la obra, pues ella se ha prestado para todo tipo de interpretaciones, desde el mismo siglo XVII hasta hoy - en este mismo momento-, en donde se han visto reflejadas innumerables visiones de mundo. Por tomar un tema, podremos decir que, en algunos textos, se explicita la enemistad del autor para con el Islam y quienes lo profesan; el orgullo nacionalista por la determinación a expulsarlos, etc. Pero otros autores han resaltado las frases más comprometedoras, que reflejarían un pensamiento ‘otro’ de Cervantes, uno más ‘fidedigno’, que sobrepasa el miedo a la censura y el castigo de la Inquisición.

Sobre este tema es bastante lo que podemos encontrar y deducir en la obra. En el capítulo 9 de El Quijote, por ejemplo, escribe Cervantes: “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero....”151, contando cómo en ellos estaba en árabe la historia del ingenioso hidalgo Don Alonso Quijano, escrita por el sabio musulmán, Cide Hamete Benengeli y que después contrató a un morisco para que tradujese esta historia al castellano: “le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mismo modo que aquí se refiere”152. Y esta idea, de que un partidario de la expulsión llevase a un morisco a su casa, se presta para dudas, pues “esta atribución de la obra del Quijote a un supuesto autor musulmán, pone de manifiesto cómo Cervantes, que era hijo de conversos cordobeses, cristiano nuevo, que vivió en el último siglo de la mixtura cultural morisca, es extraordinariamente sensible a todo ello y mira con simpatía el Islam, como lo demuestran los términos en que Don Quijote se refiere expresamente a los moriscos.”153. Algunos cervantistas han planteado la idea de que Cervantes pudo haber asimilado y hasta aceptado al Islam durante su estadía en Argel, pues su reclusión debió haber sido muchos menos traumática de lo que comúnmente se piensa. Antonio Medina asegura que “no consta que los cautivos cristianos por el mero hecho de serlo, fueran en general torturados, asesinados y mucho menos forzados a la islamización. Es sabido, sin embargo, que en las zonas más importantes de cautiverio, donde el número de rehenes del corso era mayor, dispusieron incluso de la ayuda tolerada de sacerdotes para que los que quisieran, pudieran recibir tanto asistencia sacramental como redención económica; permisividad con la que no parecieron contar los moriscos ni los cautivos musulmanes en las cárceles de la Inquisición.”154

Si bien no podemos confirmar ni desmentir, con los datos que manejamos, una suerte de ‘maurofilia’ por parte de Cervantes, nuestro trabajo se plantea sobre una pregunta no tan inadmisible: ¿cómo enfrentaríamos El Quijote si Cervantes hubiese tenido una relación, distinta a la que comúnmente se nos presenta, con el Islam? O menos imposible aún: ¿Qué nos entregaría El Quijote si su autor hubiese querido apuntarnos algo – lo que fuese- respecto al Islam y a los musulmanes?

A lo largo del texto son numerosas, aunque no excesivas, las veces en que don Quijote o cualquier otro personaje -Sancho, Dorotea, el mismo Ricote- hace alguna referencia a los moros. Sin embargo, a partir de ellas, no es verdaderamente mucho lo que podemos asegurar o afirmar acerca de la idea de musulmán que manejó el autor a la hora de concebir su obra. Las alusiones explícitas al Islam parecen estar - por una razón que nos parecerá, según veremos, bastante obvia- encubiertas; no por ello debemos creer, como se ha preferido hacer hasta ahora, que no existiese una intención de hablar de ellos en la obra. Por lo mismo, parece necesario, a la hora de acercarse desde esta otra óptica a El Quijote, buscar más allá de lo claramente dicho o explicitado. Debemos internarnos en ése espacio que Cervantes no pudo mostrar con libertad, interiorizándonos en un contexto ficcional que nos permita elucubrar (crear, jugar si se quiere, ¿por qué no?) con la obra acerca de los motivos árabes, sobre todo, y semíticos, que no se pudieron ‘mostrar’ libremente. Tal vez podamos, mediante un profundo rastreo, encontrar en El Quijote más del mundo árabe de lo que esperamos. Recordemos, ante todo, algunas alusiones a los moros, a la expulsión y al Islam:

Pone Cervantes en boca de Ricote, el moro que había sido vecino de Sancho antes de la expulsión definitiva (a saber, decreto real del 10 de julio de 1610), palabras que sólo nos producen dudas respecto al verdadero sentimiento de Cervantes (autor) hacia los moros. Dice Ricote a Sancho: “Finalmente, con justa razón fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al parecer de algunos, pero al nuestro la más terrible que se nos podía dar. Donde quiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos de ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería y en todas las partes de África donde esperábamos ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan.”155. En el párrafo anterior, nos encontramos con una actitud bastante ambigua por parte del moro; su sentimiento religioso después de la expulsión muestra bordes y límites muy borrosos, pues se hace dificultoso determinar dónde comienza uno o termina el otro. Por una parte, siente que la expulsión es justo castigo, pero por otro lado sabe que fuera de España nunca estará tan bien como estaba dentro de ella. Esto es importante de mencionar, porque nos da cuenta de cómo el amor por la tierra natal supera, en este caso, a la fe religiosa.

Ricote afirma más adelante: “- Que, en resolución, Sancho, yo sé cierto que la Ricota mi hija y Francisca Ricota mi mujer son católicas cristianas, y aunque yo no lo soy tanto, todavía tengo más de cristiano que de moro, y ruego siempre a Dios que me abra los ojos del entendimiento y me dé a conocer cómo le tengo que servir.”156. Con esto se nos da a conocer un hecho, al perecer, muy usual en la España del siglo XVII, en donde una misma familia podía estar constituida, a la vez, por miembros cristianos y musulmanes. Además podemos observar, como señalamos antes, cierta indecisión de las personas entre el catolicismo y el islamismo. Pareciera ser que este período se caracteriza por un sentimiento fronterizo entre ambas doctrinas de fe. Algo similar a lo que muestran los personajes de El Abencerraje y la hermosa Jarifa, en donde la frontera de identidad religiosa se ve constantemente distorsionada por la ambivalencia de los individuos.

Si efectivamente esto se dio así, entonces no sería difícil pensar que don Quijote también se encontrara parado en medio de la delgada línea fronteriza teológica y mística que separaba a los cristianos de los moros. Esta es precisamente nuestra hipótesis, y en el transcurso del presente trabajo intentaremos dar cuenta de cómo ambas fuentes religiosas van a moldear la psique de don Quijote y, en gran medida, muchas de sus conductas.
El trasfondo islámico en la(s) autoría(s)
Bien sabido es que El Quijote permite múltiples entradas, infinitas lecturas y variadas interpretaciones. Respecto a estas últimas, Valero nos advierte que “una de ellas es ver la obra no como género literario sino como la historia escrita por un autor árabe traducida al castellano por un moro. Éste es el juego literario que nos propone Cervantes: la ficción de presentar como verdadero autor de la historia a un cronista árabe por medio del muy usado recurso caballeresco del ‘manuscrito encontrado’.”157, esto sin olvidar que ‘historia’ juega un papel multívoco y polisémico en la obra, pues se puede entender historia como relato de hechos reales o como simple y llana ficcionalidad. Juan Goytisolo dice al respecto que la introducción de un autor y un traductor árabe “no es simplemente un capricho de su transcriptor Miguel de Cervantes, ni obedece tan solo al expediente, entonces muy común, del ‘manuscrito hallado’. La elección del encuadre narrativo, al engastar idealmente el libro en una cultura peninsular recién abrogada, va mucho más allá de la anécdota o la mera concisión a la moda del día. En realidad, traduce la existencia de una vena inspiradora profunda que aflora a lo largo de la escenografía mental cervantina, arropada con mil sinuosidades y meandros: me refiero a las complejas o obsesivas relaciones del autor con el mundo morisco-otomano y si fascinación por el Islam.”158

Ver a El Quijote a través de este prisma nos permitiría encontrar muchos de esos elementos islámicos que gran parte de los cervantistas han preferido obviar, a causa, tal vez, de la utilización de criterios demasiado occidentales. Este juego narrativo, desde el cual nos apoyaremos ahora, iniciado ya desde el Prólogo a la primera edición de la Primera Parte, fechada en 1604 y publicada unos meses más tarde en 1605, nos muestra a un primer narrador que nos habla de los manuscritos que ha encontrado en La Mancha: “…yo determino que el señor don Quijote se quede sepultado en sus archivos en La Mancha, hasta que el cielo depare quien le adorne de tantas cosas como le faltan…”159, desligándose de responsabilidades que no sean las de compilador: “Pero yo, que, aunque parezco padre, soy padrastro de don Quijote”160 y cediendo tempranamente la voz a un segundo (o tercer) narrador.

En el capítulo 9, Cervantes pone en jaque el asunto de la autoría de El Quijote, y planta sobre el escenario a Cide Hamete Benengeli: “Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa a que leyese el principio, y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo161 y, un poco más tarde, integrando al morisco aljamiado como importantes ejecutores de la historia de don Quijote.

Cervantes escribe: “… en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podría hallar lo que de ella faltaba”162, dejando así en suspenso la continuidad del texto (tal como haría Sancho con don Quijote en Sierra Morena con el cuento de las ovejas). Lo que en realidad está haciendo Cervantes es poner de manifiesto la cantidad de voces narrativas que compartirán el podio de la autoría. Desde esta primera complejización del texto, Cervantes no se cansará de introducir, a lo largo de la obra, quiebres narrativos que nos conducirán, cada vez más, a un absoluto desconcierto reflejados en actitudes esperadas por parte del lector, como ‘quién escribió esto’ o ‘y ahora quién es el que narra’.

Luego de haber introducido el primer elemento disuasivo - sea, interrumpir la narración y confesar (falsamente, como veremos) que ya nada más tiene para contar -, se retoma la historia, y se introduce a otro ‘seudo-autor’ de la obra, mediante la traducción que realiza en poco tiempo un morisco aljamiado al que Cervantes le entregó los manuscritos encontrados: “...diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo: (…) Dulcinea del Toboso (...) Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote.”163. A partir de este punto, ya no podemos determinar taxativamente qué es lo que leemos o, más bien, quién escribió lo que leemos. No podemos diferenciar, en este punto, entre Cide Hamete, el moro aljamiado, Cervantes personaje o Cervantes autor real.

Todo este embrollo narrativo se produce porque, cuando Cervantes personaje ha encontrado los manuscritos, la ‘traducción’ de la obra todavía no ha sido llevada a cabo íntegramente, y no sabemos de dónde se han obtenido los primeros ocho capítulos: así, la intervención del morisco hará que adquiera gran importancia la traducción y “el cambio, de improviso, del árabe al castellano, pues a partir de este momento toda la historia será la versión del traductor, no el texto original. También es conveniente destacar que en esta escena aparece la primera reacción del traductor hacia la obra. Con el acto de reír, el traductor le adjudica un valor, si bien lo hace de manera espontánea e inconsciente.”164.

El tema de la traducción es, como vemos, más importante de lo que pareciera, pues no debemos olvidar que, el hecho de ser un aljamiado quien traduce, implica necesariamente, además de un posible falseamiento, una intensión de conservación de la escritura árabe clásica, ya que, “terminado el dominio musulmán en al-Andalus, los moriscos que aún permanecen en la Península se plantean conservar sus señas de identidad escribiendo en romance con caracteres árabes, esto es, en aljamiado, re-codificación del español o lengua sumergida que se mantuvo hasta el siglo XVII. El sistema era el mismo que se había utilizado con las jarchas, aunque las circunstancias eran penosamente distintas.”165. De este modo, “el traductor morisco, cuyo nombre se desconoce, es el instrumento que va a presentar de aquí en adelante la historia al lector.”166, haciendo posible que la traducción de El Quijote contuviese rasgos o estilos gráficos aljamiados, que Cervantes personaje debió conocer, para entender a cabalidad la traducción del morisco.

Recordemos que la paga que Cervantes personaje ofrece al morisco por el trabajo de traductor es, por decir lo menos, insuficiente, “pues si bien en esa época las pasas eran una de las frutas preferidas de los moriscos, su valor era escaso, y dos fanegas de trigo no eran una cantidad representativa.”167. Por lo tanto, sólo se podría obtener una traducción proporcional a la paga: falseada o re-inventada por el traductor, para burlarse de su empleador. Y si falsear era la alternativa de venganza, podemos suponer que lo hiciera tomando como punto de partida lo que tenía o conocía más de cerca: el Islam. Esto se puede notar más en la segunda parte, donde el traductor “ya no sólo se limita a traducir el manuscrito de Hamete sino que […] incorpora anotaciones y opiniones personales de la obra. En este punto, Cervantes nos presenta un traductor con sólidos conocimientos del texto que traduce; él es, ante todo, un buen lector capaz de emitir juicios valorativos de El Quijote.”168, valores, como es de esperar, tangencialmente influidos por una conciencia musulmana conversa. Si el traductor es capaz de introducir opiniones cuando algo no le parece verosímil, es muy probable que omitiera, modificara o falseara aquello que le parecía absolutamente falso. Por esto no sabemos cuánto del ‘original’ de Cide Hamete nos ha llegado a las manos. No está de más, en este sentido, traer a colación la conocida imagen del traductor como traidor.

Seguir creyendo en la fidelidad de una traducción mal pagada y realizada por un ‘moro mentiroso’, como se les solía llamar, pierde todo sentido, y lo netamente islámico comienza ya a adquirir más color y sentido. Por lo tanto, el hecho de que un sabio árabe, Cide Hamete, lo haya escrito y, posteriormente, un moro aljamiado lo tradujera para Cervantes, pone de manifiesto la posibilidad de que don Quijote contenga, como personaje re-escrito, muchos elementos propios del Islam pues, quien lo leyó primero y lo tradujo de manos del historiador árabe después, debe de haber atendido al contexto de la obra como un lector musulmán converso o, en el mejor de los casos, como el morisco aljamiado que era. Es decir, el texto de El Quijote se encuentra (concientemente, por parte del autor) tres veces “islamizado” hasta ahora: por el Cervantes narrador, que se desliga de toda responsabilidad autorial desde el prólogo y en el capítulo 9; por el historiador árabe que rescata las aventuras del caballero manchego; y por el traductor morisco que traduce la historia. Con lo anterior pretendemos decir que los personajes árabes que se integran a la obra juegan un papel importante y no juegan solo un papel secundario o satelital. Si Cervantes los puso, los construyó y les dio complejidad, es porque algo quería hacer notar con ellos.

De esta manera, en el capítulo 5 de la Segunda Parte, el traductor por primera vez nos da reflexiones en torno al original: “Llegando a escribir el traductor de esta historia este quinto capítulo, dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio, y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar de traducirlo por cumplir con lo que a su oficio debía, y así, prosiguió diciendo [...]”169; “Por este modo de hablar, y por lo que más abajo dijo Sancho, dijo el traductor desta historia que tenía por apócrifo este capítulo [...]”170; “Todas estas razones que aquí va diciendo Sancho son las segundas por quien dice el traductor que tiene por apócrifo este capítulo, que exceden a la capacidad de Sancho”171.

Pero el tema de la autoría no se detiene aquí, y en la Segunda Parte, publicada en 1615, el narrador de El Quijote irrumpe con dudas sobre la traducción y sobre la autoría, creando un nuevo conflicto: un Quijote apócrifo. Primero, este conflicto sirve como evidencia de la poca rigurosidad de las traducciones en el siglo XVII y, en consecuencia, las dificultades para determinar una autoría y su originalidad: “si se leen los pasajes de El Quijote referentes a la traducción, se puede ver cómo en esta obra se pone al descubierto todo el proceso de traducción, se nos permite conocer las reflexiones que preceden a cualquier elección del traductor y, además, se nos da una imagen del oficio del traductor en el siglo XVII”172. Finalmente, el autor dice respecto de la obra: “Si a esta se le puede poner alguna objeción cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nación ser mentirosos”173, con lo que él mismo nos está haciendo evidente la necesidad de dudar de la completa hispanidad de la obra.

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