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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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Tierra de los fuegos



Imaginar no es complicado. Formarse en la mente una persona, un gesto, o algo que no existe, no es dificil. No resulta complejo imaginar incluso la propia muerte. Pero lo más complicado es imaginar la economía en todas sus partes. Los flujos financieros, los márgenes de beneficio, las contrataciones, los débitos, las inversiones... No hay fisonomías que visualizar, cosas precisas que meterse en la mente. Se pueden imaginar las diversas determinaciones de la economía, pero no los flujos, las cuentas bancarias, las operaciones individuales. Si se prueba a imagiñar la economía, se corre el riesgo de tener los ojos cerrados para concentrarse y estrujarse hasta ver aquellas psicodélicas deformaciones de colores que se forman en la pantalla del párpado.
Trataba cada vez más de reconstruir en la mente la imagen de la economía, algo que pudiera dar el sentido de la producción, de la venta, de las operaciones de descuento y de las compras. Era imposible encontrar un organigrama, una concordancia icónica precisa. Acaso el único modo de representar la economía en su trayectoria era intuir lo que dejaba atrás, seguir su reguero, las partes que, como escamas de piel muerta, iba dejando caer mientras consumía su trayecto.
Los vertederos eran el emblema más concreto de todo ciclo económico. Amontonan todo lo que ha sido, son la verdadera estela del consumo, algo más que la huella que todo producto deja en la corteza terrestre. El sur de Italia es la terminal de todos los residuos tóxicos, los restos inútiles, la escoria de la producción. Si los desechos que escapan al control oficial —según estimaciones de la asociación ecologista Legambiente— se unieran en un solo montón, su conjunto formaría una cordillera de catorce millones de toneladas: pi4c- ticamente como una montaña de 14.600 metros de altura con una base de tres hectáreas. Piénsese que el Mont Blanc tiene 4.810 metros y el Everest, 8.844, de modo que esa montaña de residuos que han escapado a los registros oficiales sería la mayor existente en toda la tierra. Es así como he imaginado el ADN de la economía, sus operaciones comerciales, las restas y sumas de los asesores fiscales, los di— videndos de los beneficios: en la forma de esta enorme montaña. Una enorme cordillera que —como si se la hubiera hecho explotar— se ha dispersado por la mayor parte del sur de Italia, en las cuatro regiones con mayor número de delitos ecológicos: la Campania, Sicilia, Calabria y Apulia. La misma lista que surge cuando se habla de los territorios con las mayores organizaciones criminales, con la mayor tasa de paro y con la participación más alta en las convocatorias de voluntarios para el ejército y las fuerzas de policía. Una lista siempre igual, permanente, inmutable. La provincia de Caserta, la tierra del clan Mazzoni, entre el río Garellano y el lago Patria, durante treinta años ha absorbido toneladas de residuos, tanto tóxicos como ordinarios.

La zona más golpeada por el cáncer del tráfico de venenos se encuentra entre los municipios de Grazzanise, Cancelo Amone, Santa Maria La Fossa, Castelvolturno, Casal di Principe —casi trescientos kilómetros cuadrados de extensión— y en el perímetro napolitano de Giugliano, Qualiano,Villaricca, Nola, Acerra y Marigliano. Ningún otro territorio del mundo occidental ha tenido una carga mayor de residuos, tóxicos y no tóxicos, vertidos ilegalmente. Gracias a este negocio, la facturación que ha caído en los bolsillos del clan y de sus intermediarios ha alcanzado en cuatro años la cifra de 44.000 millones de euros. Un mercado que ha experimentado en los últimos tiempos un incremento global del 29,8 por ciento, equiparable únicamente a la expansión del mercado de la cocaína. Desde fi— nales de la década de 1990, los clanes camorristas se han convertido en los líderes continentales del vertido de residuos.Ya en el informe realizado en 2002 por el ministro del Interior para el Parlamento italiano se hablaba claramente del paso de la recogida de residuos a un pacto empresarial con algunos de los responsables de las obras, para acabar ejerciendo un control total sobre el ciclo entero. El clan de I Casalesi, en sus dos vertientes, una dirigida por Schiavone y la otra por Francesco Bidognetti, alias «Cicciotto di Mezzanotte* se reparte este gran negocio, un mercado tan enorme que —pese haber constantes tensiones— no les ha llevado nunca a un choqw frontal. Pero los Casalesi no están solos en esto. Está también el c’ Mallardo de Giugliano, un cártel habilisimo a la hora de recolocar dø manera rápida las ganancias del propio tráfico, y capaz de vehicular en su territorio una cantidad inmensa de residuos. En la zona de Giugliano se ha descubierto una antigua cantera abandonada rebo- sante de residuos. Se estima que la cantidad allí vertida equivale a unos 28.000 camiones TIR, un volumen que uno se puede representar imaginando una fila de camiones, cada uno de ellos pegado al parachoques del otro, que llegaría desde Caserta hasta Milán.


Los boss no han tenido el menor escrúpulo en recubrir de ve— neno sus propios pueblos, dejando pudrirse las tierras que rodeaban sus propias villas y sus propios dominios. La vida de un boss es breve; el poder de un clan, entre guerras internas, arrestos, matanzas y cadenas perpetuas, no puede durar mucho. Ahogar en residuos tóxicos un territorio, rodear los propios pueblos de montañas de veneno puede resultar un problema solo para quien posee una dimensión de poder a largo plazo y dotada de una responsabilidad social. En la inmediatez del negocio, en cambio, no hay más que un elevado margen de beneficios y la ausencia de cualquier contraindicación. La parte más consistente del tráfico de residuos tóxicos tiene un vector único: el vector norte-sur. Desde finales de la década de 1990 se han vertido entre Nápoles y Caserta 18.000 toneladas de residuos tóxicos procedentes de Brescia, mientras que en el plazo de cuatro años un millón de toneladas han acabado en Santa Maria CapuaVetere. Desde el norte, los residuos tratados en las instalaciones de Milán, Pavía y Pisa se enviaban después a la Campania. La Fiscalía de Nápoles y la de Santa Maria Capua Vetere descubrieron, en enero de 2003, y gracias a las investigaciones coordinadas por el fiscal Donato Ceglie, que en cuarenta días habían llegado más de 6.500 toneladas de residuos de Lombardía a Trentola Ducenta, cerca de Caserta.

Los campos de las provincias de Nápoles y de Caserta son auténticos mapamundis de basura, papeles de tornasol de la producción industrial italiana.Visitando vertederos y canteras es posible ver el destino de decenios enteros de productos industriales italianos. Siempre me ha gustado dar vueltas con la Vespa por los caminos que bordean los vertederos. Es como andar sobre residuos de civilizaciones, sobre estratos de operaciones comerciales; como flanquear pirámides de producción, trazas de kilómetros consumidos. Pistas forestales a menudo muy mal asfaltadas para facilitar el acceso de los camiones. Territorios donde la geografia de los objetos se halla integrada por un mosaico variado y múltiple. Todo resto de producción y de actividad tiene su ciudadanía en estas tierras. En cierta ocasión, un campesino estaba arando un campo que acababa de comprar, exactamente en el límite entre las provincias de Nápoles y de Caserta. El motor del tractor se calaba; era como si aquella tierra fuese especialmente compacta. De pronto empezaron a asomar trozos de papel por ambos lados de la reja. Era dinero. Miles y miles de billetes de banco; cientos de miles. El campesino bajó de un salto del tractor y empezó a recoger frenéticamente todos los fragmentos de dinero, como un botín oculto por quién sabe qué bandido, fruto de quién sabe qu inmenso robo. Era solo dinero desmenuzado y descolorido; billetes de banco triturados procedentes del Banco de Italia, toneladas de fardos de dinero ya desechado y fuera de curso legal. El templo de la lira había acabado bajo tierra; los restos del viejo papel moneda liberaban su plomo en un campo de coliflores.


Cerca de Villaricca, los carabineros descubrieron un terreno donde se habían acumulado los papeles utilizados para limpiar las ubres de las vacas procedentes de centeneras de granjas de las regiones del Véneto, Emilia y Lombardía. Las ubres de las vacas se limpian constantemente, dos, tres, cuatro veces al día; cada vez que hay que ponerles las ventosas de los ordeñadores automáticos, los mozos de cuadra tienen que limpiarlas. A menudo las vacas enferman de mastitis y otras patologías similares, y empiezan a segregar pus y sangre; pero en ningún momento se les prescribe reposo: simplemente hay que limpiarlas cada media hora, ya que, de lo contrario, el pus y la sangre terminan en la leche, estropeando barriles enteros. Cuando pasé junto a las montañas de papel de ubre sentí un fuerte hel_ leche agria. Acaso era pura sugestión, y tal vez aquel color ami llento de los papeles amontonados deformaba incluso ios s Pero lo cierto es que estos residuos, acumulados a lo largo de dec nios, han reestructurado los horizontes, creado nuevos olores, heçj surgir siluetas de colinas inexistentes; las montañas devoradas por canteras de repente han recuperado la masa perdida. Pasear por el u tenor de la Campania es como absorber los olores de todo lo c producen las industrias.Al ver mezclada en la tierra la sangre ai y venosa de las fabricas de todo el territorio, viene a la mente a parecido a las bolas de plastilina modeladas por los niños con tod los colores disponibles. Cerca de Grazzanise se había acumulado tod la tierra de desecho de la ciudad de Milán. Durante decenios, toda basura recogida en los cubos de los barrenderos milaneses, el pro ducto de sus escobazos matutinos, se había agrupado y expedido ha cia esa zona. Cada día, 800 toneladas de residuos de la provincia Milán acaban en Alemania; sin embargo, la producción total de ciudad es de 1.300 toneladas diarias: faltan, pues, otras 500, que no s sabe dónde van a parar. Es muy probable que estos residuos fan se dispersen por todo el sur de Italia. Incluso hay tóner de impreso. ras contaminando la tierra, tal como ha puesto al descubierto la ope— ración de 2006 «Madre Tierra», coordinada por la Fiscalía de Santa Maria Capua Vetere. Entre Villa Literno, Castelvolturno y San Tam— maro, el tóner de todas las impresoras de oficina de la Toscana y Lombardía se vertía de noche desde camiones que oficialmente transportaban compost, un tipo de fertilizante. Su olor era ácido y fuerte, y afloraba cada vez que llovía. Las tierras estaban llenas de cromo he— xavalente. Si se inhala, este se fija en los glóbulos rojos y en los cabellos y provoca úlceras, dificultades respiratorias, problemas renales y cáncer de pulmón. Cada metro de tierra lleva su carga peculiar de residuos. En cierta ocasión, un amigo mío dentista me explicaba que algunos muchachos le habían llevado calaveras. Auténticas calaveras, de seres humanos, para que les limpiara los dientes. Como pequeños Hamlets, en una mano llevaban el cráneo y en la otra un fajo de billetes para pagar la limpieza de boca. El dentista les echó de la consulta y luego me telefoneó nervioso:

—Pero ¿de dónde coño sacan esos cráneos? ¿Dónde van a buscarlos?


Él se imaginaba escenas apocalípticas, ritos satánicos, chiquillos iniciados en el verbo de Belcebú.Yo sonreía. No era difidil saber de dónde venían. En cierta ocasióñ, pasando cerca de Santa Maria Capua Vetere con mi Vespa, se me había pinchado una rueda. El neumático se había rajado al pasar por encima de una especie de bastón afilado que yo creí un fémur de búfalo. Pero era demasiado pequeño para ser de búfalo: era un fémur humano. En los cementerios se realizan exhumaciones periódicas: sacan a los que los sepultureros más jóvenes llaman «los archimuertos», los que llevan más de cuarenta años bajo tierra. En teoría, estos restos habrían de tratarse, junto a los ataúdes y demás material del cementerio, mediante la gestión de empresas especializadas. El coste de este tratamiento resulta muy elevado, de modo que los directores de los cementerios dan dinero a los sepultureros para que excaven y luego lo echen todo en un camión: tierra, ataúdes podridos y huesos.Así, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos de quién sabe qué ciudad se amontonaban en los campos de Caserta. Se llegaron a verter tantos —como descubriría el NAS de Caserta en febrero de 2006— que la gente, cuando pasaba cerca, se persignaba, como si se tratara de un cementerio. Los chiquillos les mangaban los guantes de cocina a sus madres, y, excavando con manos y cucharas, buscaban los cráneos y las cajas torácicas que estuvieran intactos. Los vendedores de los rastros llegaban a comprar un cráneo con los dientes blanqueados hasta por cien euros; y por una caja torácica intacta, con todas las costillas, podían pagarse hasta trescientos. Las tibias, fémures y brazos no tienen salida. Las manos sí, pero sus trozos se pierden fadilmente entre la tierra. Una calavera con los dientes negros vale cincuenta euros, pero estas no tienen un gran mercado: parece que a la clientela no le repugna tanto la idea de la muerte como el hecho de que el esmalte de los dientes empiece poco a poco a pudrirse.
De norte a sur, los clanes consiguen drenar de todo. El obispo de
Nola definió el sur de Italia como el vertedero ilegal de la Italia rica e industrializada. Las escorias derivadas de la metalurgia térmica del
ros. Basta con un funcionario, un técnico, un empleado, con cualquiera que desee aumentar su sueldo, y para ello, con extremada flexibilidad y silenciosa discreción, se las arregle para que el negocio salga adelante en provecho de todas las partes implicadas. Los verdaderos artífices de la mediación son, sin embargo, los que se conocen como «stakeholders»; son ellos los auténticos genios criminales del empresariado del vertido ilegal de residuos peligrosos. En este territorio, entre Nápoles, Salerno y Caserta, se forjan los mejores stakeholders de toda Italia. Por stakeholder (que en inglés significa «interesado» o «depositario») se entiende, en la jerga empresarial, aquella figura de la empresa que participa en el proyecto económico y que, asimismo, se halla en disposición de influir con su actividad, directa o indirectamente, en sus resultados. En Italia, los stakeholders de los residuos tóxicos se habían convertido en una auténtica clase dirigente.Y durante los desesperantes períodos de paro de mi vida no era raro que alguien me dijera:
—Eres licenciado y tienes cualidades, ¿por qué no te metes a stakeholder?
Para los licenciados del sur que no tenían un padre abogado o notario, esa era una vía segura hacia el enriquecimiento y la satisfacción profesional. Los licenciados con buena presencia se convertían en intermediarios después de pasar algunos años en Estados Unidos o en Inglaterra especializándose en políticas medioambientales.Yo he conocido a uno de ellos. Uno cte los primeros, y uno de los mejores. Antes de escucharle, antes de observar su trabajo, no tenía ni idea del filón que representaban los residuos. Se llamaba Franco, y le conocí en el tren, volviendo de Milán. Obviamente, se había licenciado en la milanesa Universidad Bocconi, y en Alemania se había especializado en políticas de recuperación medioambiental. Una de las mayores habilidades de los stakeholders es la de saberse de memoria el CER y comprender cómo manejarse con él. Eso les permitía saber cómo tratar los residuos tóxicos, cómo eludir las normas, cómo ofrecer a la comunidad empresarial atajos clandestinos. Franco, originario de Villa Literno, quería atraerme a su profesión. Había empezado a hablarme de su trabajo partiendo del aspecto exterior. Normas y obstáculos para el éxito de un stakeholder. Si tenías entradas o te da GOMOR

.A
aluminio, los peligrosos polvos de extracción de humos, en partia lar los producidos en la industria siderúrgica, las centrales ten


léctricas y las incineradoras; los residuos de los barnices, los líquido refluentes contaminados de metales pesados, el amianto, las tierra contaminadas procedentes de actividades de saneamiento, que y
a contaminar terrenos que aún no lo están; y también residuos pr
ducidos por empresas o instalaciones peligrosas de petroquímic históricas como la antigua Enichem de Priolo, los fangos de cur - de la zona de Santa Croce sull’Arno, o los fangos de las depuradoras c Venecia y de Forli, propiedad de sociedades mayoritariamente de ca pital público.
El mecanismo del vertido ilícito parte de empresarios de gran des compañías, o incluso de pequeñas, que quieren eliminar a precio irrisorios sus residuos, el material de desecho del que ya no es posi.& ble extraer nada sin coste alguno. En la segunda fase se hallan los ti tulares de centros de almacenaje que emplean una técnica consisten— te en recoger los residuos tóxicos y en muchos casos mezclarlos con residuos ordinarios, de modo que diluyen su concentración tóxica y de ese modo eluden su clasificación, de acuerdo con el CER (el Catálogo Europeo de Residuos), como residuos tóxicos.
Los químicos son fundamentales para reclasificar un cargamento de residuos tóxicos como basura inocua. Muchos de ellos entregan un formulario, de identificación falso con códigos de análisis engañosos. Después están los transportistas que recorren el país para llegar hasta el sitio prescrito para los vertidos, y finalmente, los responsables de dichos vertidos. Estos pueden ser gestores de vertederos autorizados o de instalaciones de compostaje en donde se cultivan los residuos para hacer abono, pero pueden ser también propietarios de canteras abandonadas o de terrenos agrícolas que se utilizan para vertidos ilegales. Allí donde haya un espacio con un propietario puede haber un vertedero. También son elementos necesarios para el funcionamiento de todo el mecanismo los funcionarios y empleados públicos que no controlan ni verifican las diversas operaciones, o conceden la gestión de canteras y vertederos a personas claramente integradas en organizaciones criminales. Los clanes no tienen que hacer pactos de sangre con los políticos, ni aliarse con partidos entereaba la coronilla, habías de evitar taxativamente emparrados y p luquines. Para mantener la imagen de triunfador, estaba prohibicL llevar el cabello largo a ambos lados de la cabeza para tapar los eS pacios vacíos causados por la calvicie. El cráneo debía estar rapada
o como máximo con una rala pelusa de cabellos cortos. Según Frai co, si el stakeholder era invitado a una fiesta, debía acudir siempfl acompañado de una mujer y evitar hacer el triste papel de ir dei
de todas las faldas presentes. Si no tenía novia o no tenía una qui estuviera a la altura de las circunstancias, tenía que pagarse a una se1 ñorita de compañía de lujo, de las más elegantes. Los stakeho”
de los residuos se presentan ante los propietarios de empresas qu, micas, de curtidurías, de fábricas de plásticos, y les ofrecen sus listas de precios.
El tratamiento de residuos representa un coste que ningún em— presario italiano considera necesario. Los stakeholders repiten siem— pre la misma metáfora:
—Para ellos es más útil la mierda que cagan que los residuos, para cuyo tratamiento tienen que desembolsar montones de dinero.
Sin embargo, jamás han de dar la impresión de estar ofreciendo una actividad delictiva. Los stakeholders ponen en contacto a las industrias con los responsables de los vertederos de los clanes, y, aunque a cierta distancia, controlan todos los pasos de la eliminación de los residuos.
Existen dos clases de productores de residuos. Por una parte, los que no tienen otro objetivo que ahorrar en el precio del servicio, sin que les importe la fiabilidad de las empresas con las que subcon— tratan la eliminación de sus residuos. Son los que consideran que su responsabilidad termina en el momento en que los barriles de veneno salen del perímetro de sus empresas.Y luego están los directamente implicados en las operaciones ilegales, que se encargan ellos mismos de eliminar sus residuos de manera ilícita. En ambos casos, la mediación del stakeholder es necesaria para garantizar los servicios de transporte y la indicación del lugar del vertido, así como su ayuda a la hora de dirigirse a quien corresponda para la desclasificación de un cargamento. La oficina del stakeholder es su coche. Con un teléfono y un ordenador portátil mueven cientos de miles de toneladas de residuos. Sus ganancias van a comisión sobre los contratos con las empresas y en relación a los kilos de residuos contratados para su eliminación. Los stakeholders tienen una lista de precios variable. Los diluyentes, que, por ejemplo, un stakeholder ligado a los clanes puede eliminar sin dificultad, van de los 10 a los 30 céntimos el kilo; el pentasulfuro de fósforo, a un euro el kilo; las tierras removidas de las carreteras, a 55 céntimos el kilo; los embalajes con restos de residuos peligrosos, a 1,40 euros; las tierras contaminadas, hasta 2,30 euros; los materiales de desecho de los cementerios, a 15 céntimos; las partes no metálicas de los automóviles, a 1,85 euros el kilo, transporte incluido. Los precios propuestos, obviamente, tienen en cuenta las exigencias de los clientes y las dificultades del transporte. Las cantidades gestionadas por los stakeholders son enormes, y sus márgenes de beneficio exorbitantes.
La denominada «Operación Houdini» de 2004 ha demostrado que una sola instalación industrial del Véneto gestionaba ilegalmente cerca de doscientas mil toneladas de residuos al año. El coste de mercado para gestionar correctamente los residuos tóxicos impone precios que van de los 21 a los 62 céntimos el kilo; los clanes proporcionan el mismo servicio a 9 o 10 céntimos el kilo. En 2004, los stakeholders de la Campania llegaron a garantizar que ochocientas toneladas de tierras contaminadas de hidrocarburos, propiedad de una empresa química, se trataran al precio de 25 céntimos el kilo, transporte incluido; un ahorro del 80 por ciento sobre los precios normales.
La verdadera fuerza de los intermediarios, de los stakeholders que trabajan ¿on la Camorra, es su capacidad de garantizar un servicio en todas y cada una de sus fases, mientras que los intermediarios de las empresas legales ofrecen precios más altos y que no incluyen el transporte. Sin embargo, los propios stakeholders casi nunca son afiliados de los clanes. No hace falta. La no afiliación constituye una ventaja para ambas partes. Los stakeholders pueden trabajar para distintas familias, como agentes libres, sin tener que asumir obligaciones militares o imposiciones concretas, y sin tener que convertirse en peones de guerra. En todas las operaciones de la magistratura ita. na cogen siempre a unos cuantos, pero las condenas nunca son m duras, puesto que resulta dificil demostrar su responsabilidad di dado que oficialmente no toman parte en ninguno de los pasos del cadena de la eliminación delictiva de recursos.
Con el tiempo he aprendido a ver con los ojos del stakej una mirada distinta de la del constructor. Un constructor ve el es cio vacío como algo que hay que llenar, trata de convertir en lleno vacío; el stakeholder piensa, en cambio, en cómo hallar el vacío en - lleno.
Franco, cuando caminaba, no observaba el paisaje, sino que pen saba en cómo poder meter algo dentro. Era como ver todo lo exis tente a manera de una gran alfombra y buscar en las montañas, en 1 lados de los campos, el borde que hay que levantar para barrer deba. jo todo lo posible. En cierta ocasión, mientras caminábamos, Franco observó el emplazamiento abandonado de un surtidor de gasolina, y pensó de inmediato en que los depósitos subterráneos podrían alber-i gar decenas de pequeños barriles de residuos químicos. Una tumba perfecta. Así era su vida, una continua búsqueda del vacío. Más tarde, Franco dejó de hacer de stakeholder, de recorrer kilómetros y kilómetros con su coche, de ofrecerse a los empresarios del nordeste del país y de ser contratado por media Italia. Montó un curso de formación profesional. Sus principales alumnos eran chinos, llegados de Hong Kong. Los stakeholders orientales habían aprendido de los italianos a tratar con las empresas de toda Europa, a ofrecer precios y soluciones rápidas. Cuando en Inglaterra aumentaron los costes de la eliminación de residuos, se presentaron los stakeholders chinos discípulos de los de la Campania. En Rotterdam, la policía portuaria holandesa descubrió en marzo de 2005, justo cuando partían hacia China, mil toneladas de residuos urbanos ingleses expedidos oficial-. mente como papel para maceración destinado al reciclaje. Un millón de toneladas de residuos de las empresas de alta tecnología parten cada año de Europa para ser vertidos en China. Los stakeholders los llevan a Guiyu, al nordeste de Hong Kong; sepultados, aplastados bajo tierra, sumergidos en lagos artificiales. Como en Caserta. Debido a ello, han contaminado Guiyu con tal velocidad que los estratos acuíferos se hallan ahora totalmente comprometidos, hasta el punto de verse obligados a importar el agua potable de las provincias vecinas. El sueño de los stakeholders de Hong Kong es hacer de Nápoles el puerto de enlace de los residuos europeos, un centro de recogida flotante donde poder estibar en contenedores el oro de la basura que acabará sepultada en las tierras de China
Los stakeholders de la Campania eran los mejores; habían batido a la competencia de los calabreses, los apulianos y los romanos debido a que, gracias a los clanes, habían convertido los vertederos de la Campania en un enorme almacén de rebajas, sin solución de continuidad. En treinta años de tráfico han llegado a apoderarse de todo, a gestionar la eliminación de cualquier cosa con un único objetivo:
abaratar los costes y aumentar las cantidades que eliminar. La investigación denominada «Rey Midas», de 2003, que toma su nombre de una llamada telefónica interceptada de un traficante
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