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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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mi santo laico, ni tampoco un Cristo literario. Iba buscando un sitio; un sitio donde todavía fuera posible reflexionar sin vergüenza sobre la posibilidad de la palabra. La posibilidad de escribir sobre los mecanismos del poder, más allá de las historias, más allá de los detalles. Reflexionar acerca de sí todavía era posible decir los nombres, uno a uno, señalar los rostros, desnudar los cuerpos del delito y convertirlos en elementos de la arquitectura de la autoridad. Si todavía era posible perseguir como cerdos truferos las dinámicas de lo real, la afirmación del poder, sin metáforas, sin mediaciones, con la sola llama de la escritura.
Cogí el tren de Nápoles a Pordenone, un tren lentísimo, cuyo nombre resultaba especialmente elocuente con respecto a la distancia que había de cubrir: Marco Polo; la enorme distancia que parece separar las regiones de Friul y Canipania. El tren salió a las ocho menos diez, y llegó a Friul a las siete y veinte del día siguiente atravesando una noche extremadamente fría que no me dio tregua para lograr dormir ni siquiera un poco. Desde Pordenone, en autobús, llegué a Casarsa; bajé y empecé a caminar con la cabeza gacha como el que sabe adónde va y puede reconocer el camino mirándose solo la punta de los zapatos. Evidentemente, me perdí. Pero después de haber vagado inútilmente logré llegar a la calle Valvasone, al cementerio donde están sepultados Pasolini y toda su familia. A la izquierda, poco después de la entrada, había una franja de tierra desnuda. Me acerqué a aquella parcela, en cuyo centro se alzaban dos pequeñas lápidas de mármol blanco, y vila tumba: «Pier Paolo Pasolini (1922- 1975)». A un lado, un poco más allá, estaba la de su madre. Me pareció que estaba menos solo, y allí empecé a mascullar mi rabia, apretando los puños hasta que las uñas se me clavaron en la palma de la mano. Empecé a articular mi propio «Yo sé»; el «Yo sé» de mi tiempo.
Yo sé, y tengo las pruebas.Yo sé dónde se originan las economías y de dónde toman su olor. El olor de la afirmación y de la victoria.YO sé qué exuda el beneflcio.Y0 sé.Y la verdad de la palabra no hace prisionerO5 porque todo lo devora y de todo hace una prueba.Y no debe arrastrar contrapruebas ni hilvanar sumarios. Qbserva, sopesa, mira, escucha. Sabe. No condena a ninguna trena y los testimonios no se retractan. Nadie se arrepiente.Y0 sé, y tengo las pruebas.Yo sé dónde se deshojan las páginas de los manuales de economía, transformando sus fractales en materia, cosas, hierro, tiempo y contratos. Yo sé. Las pruebas no se hallan ocultas en ningún peri-drive custodia

do en un hoyo bajo tierra. No tengo vídeos comprometedores


garajes escondidos en inaccesibles poblaciones de montaña. Ni pose documentos ciclostilados de los servicios secretos. Las pruebas
inconfundibles porque son parciales, capturadas por el iris, explicadai con las palabras y forjadas con emociones que rebotan en hierros j maderas.Yo veo, presiento, miro, hablo, y así testimonio, fea
que todavía puede valer cuando susurra «Es falso» a la oreja de quier escucha las cantinelas en versos pareados de los mecanismos del po der. La verdad es parcial; en el fondo, si pudiera reducirse a una fór’ mula objetiva, sería química.Yo sé, y tengo las pruebas.Y por ello ha’.. blo. De estas verdades.
Trato siempre de calmar esta ansia que me invade cada vez que ando, cada vez que subo escaleras, que cojo un ascensor, que arrastro las suelas sobre felpudos y atravieso umbrales. No puedo evitar rumiar permanentemente sobre cómo se han construido edificios y casas.Y cuando tengo a alguien que me escuche, solo con gran dificultad logro abstenerme de contarle cómo se suben pisos y balcones hasta el techo. No es un sentimiento de culpa universal lo que me invade, ni una redención moral para con quien ha sido borrado de la memoria histórica. Más bien trato de interrumpir aquel mecanismo brechtiano, que, sin embargo, es connatural en mí, consistente en pensar en las manos y en los pies de la historia. Es decir, de pensar más en las escudillas perennemente vacías que llevaron a la toma de la Bastilla que en las proclamas de los girondinos y los jacobinos. No logro dejar cíe pensar en ello, Tengo este vicio. Como alguien que, mirando unVermeer, pensara en quien ha mezclado los colores, tensado la tela con maderas o engarzado los aretes de perlas, en lugar de contemplar el retrato. Una verdadera perversión. No logro siquiera acordarme de cómo funciona el ciclo del cemento cuando veo un tramo de escaleras, y no me distrae de cómo se monta la torre del andamiaje el hecho de ver una vertical de ventanas. No logro hacer como si nada. No logro apenas ver el entramado, pensar en la argamasa y en la paleta. Será tal vez que quien nace en ciertos meridianos tiene relación con algunas sustancias de un modo singular, único. No toda la materia se acoge de la misma manera en todas partes. Creo que en Qatar el olor a petróleo y gasolina evoca sensaciones y sabores que hablan de residencias inmensas, gafas de sol y limusinas. Ese mismo olor ácido del crudo, en Minsk, imagino que evoca rostros ceñudos, fugas de gas y ciudades ahumadas, mientras que en Bélgica evoca el olor a ajo de los italianos y la cebolla de los magrebíes. Lo mismo ocurre con el cemento para Italia, para el mediodía italiano. El cemento. Petróleo del sur. Todo nace del cemento. No existe imperio económico nacido en el sur de Italia que no pase por la construcción: licitaciones, contratas, obras, cemento, grava, mortero, ladrillos, andamios, obreros... Este es el instrumental del empresario italiano. El empresario italiano que no tenga la base de su imperio en el cemento no tiene esperanza alguna. Es el oficio más simple para ganar dinero en el más breve tiempo posible adquirir solvencia, contratar personas en el momento propicio para unas elecciones, distribuir salarios, acaparar financieramente, multiplicar el propio rostro en las fachadas de los edificios que se construyen. El talento del constructor es el del intermediario y el del rapaz. Primero posee la paciencia del inquebrantable recopilador de documentos burocráticos, de esperas interminables, de autorizaciones sedimentadas como lentas gotas de estalactitas.Y luego el talento del rapaz, capaz de planear sobre terrenos insospechables sustraerlOs por poco dinero y después reservarlos hasta que cada centímetro y cada hoyo se hagan revendi bies a precios exorbitantes. El empresario rapaz sabe muy bien cómo usar el pico y las garras. Los bancos italianos saben dar a los constructores el máximo crédito; digamos que los bancos italianos parecen edificados por los constructores.Y cuando no tenga crédito y las casas que va a construir no basten como garantía siempre habrá algún buen amigo que le avale. La concreción del cemento y de los ladrillos es la única materialidad que verdaderamente conocen los bancos italianos. Investigación, laboratorio, agricultura artesanía, los directores de banca los conciben como territorios difusos, lugares sin presencia de gravedad siquiera. Habitaciones, planos, azulejos, tomas de teléfono y de corriente: estas son las únicas concreciones que reco— nocen.Y0 sé, y tengo las pruebas. Sé cómo se ha construido media Italía.Y más de media. Conozco las manos, los dedos, los proyectos. Y la arena. La arena que se ha vertido en edificios y rascacielos. Barrios, parques villas. En CastelvoltUrflb nadie olvida las filas infinitas

de camiones que depredaban la arena del río Volturno. Camiones e fila, que atravesaban las tierras limítrofes de campesinos que jam habían visto semejantes mamuts de hierro y caucho. Habían lograd quedarse, resistir sin tener que emigrar, y ahora se lo arrebate


todo ante sus ojos. Ahora aquella arena está en las paredes de los blo ques de pisos de los Abruzos, en los edificios deVarese, de Asiago, d Génova. Ahora ya no es el río el que desemboca en el mar, sino
mar el que se adentra en el río. Ahora en elVolturno se pescan lubii nas, y los campesinos han desaparecido. Al carecer de tierras, han em pezado a criar búfalas, y después de las búfalas han montado peque. ñas empresas de construcción, contratando a jóvenes nigerianos y sudafricanos sustraídos a las faenas estacionales, y cuando no se han asociado a las empresas de los clanes han hallado una muerte precoz Yo sé, y tengo las pruebas. Se autoriza a las empresas de extracción a extraer únicamente cantidades mínimas, pero en realidad muerden y devoran montañas enteras. Montañas y colinas terminan desmigajadas y amasadas en cemento. De Tenerife a Sassuoio. La deportación de las cosas ha seguido a la de los hombres. En un figón de San Felice a Cancelo conocí a don Salvatore, un viejo capataz. Era una especie de cadáver ambulante: no tenía más de cincuenta años, pero aparentaba ochenta. Me explicó que durante diez años tuvo la tarea de repartir en las hormigoneras polvo de extracción de humos. Con la mediación de las empresas de los clanes, los residuos ocultos en el cemento constituyen la fuerza que permite a las empresas presentar— se a las licitaciones con precios de mano de obra china. Ahora garajes, paredes y rellanos tienen los venenos incorporados. No pasará nada hasta que algún obrero, tal vez magrebí, inhale el polvo, reventando unos años después y echando la culpa de su cáncer a la mala suerte.
Yo sé, y tengo las pruebas. Los empresarios italianos que triunfan provienen del cemento. Ellos mismos forman parte del ciclo del cemento.Yo sé que antes de transformarse en maridos de modelos de portada, en ejecutivos con barco, en depredadores de grupos financieros, en compradores de periódicos, antes de todo eso y detrás de todo eso está el cemento, las subcontratas, la arena, la grava, las furgonetas abarrotadas de obreros que trabajan de noche y desaparecen por la mañana, los andamios, podridos, los seguros de pega. El grosor de las paredes es la base en la que se apoyan quienes tiran de la economía italiana. Habría que cambiar la Constitución. Escribir que se fundamenta en el cemento y en los constructores. Ellos son los padres fundadores. Y no Ferruccio Parri, ni Luigi Einaudi, ni Pietro Nenni, ni el comandante Valerio. Fueron los especuladores quienes arrastraron por los pelos a la Italia hundida por el escándalo Sindona y por la condena sin paliativos del Fondo Monetario Internacional. CementeraS, contratas, edificios y periódicos.
En la construcción terminan los afiliados que quieren hacer borrón y cuenta nueva. Después de hacer carrera como asesino, extor— sionador o rompesquinas, se acaba en la construcción o recogiendo basura. Antes que pasar películas y dar conferencias en las escuelas, podría ser interesante coger a los nuevos afiliados y llevarles a dar una vuelta por las obras, mostrándoles el destino que les aguarda. Si evitan la cárcel y la muerte, estarán en una obra, envejeciendo y escupiendo sangre y cal. Mientras, los empresarios y negociantes a los que los boss crean controlar tendrán pedidos millonarios. De trabajo se muere. Sin parar. El ritmo de construcción, la necesidad de ahorrar en cualquier clase de medida de seguridad y en cualquier respeto a los horarios.TUrnOS inhumanos de nueve a doce horas al día, incluidos sábados y domingos. Cien euros a la semana como paga, más un plus nocturno y dominical de cincuenta euros cada diez horas. Los más jóvenes llegan a hacer quince. Acaso tirando de coca. Cuando se muere en las obras, se pone en marcha un mecanismo harto ensayado. Se saca fuera el cuerpo sin vida, y se simula un accidente de tráfico. Lo meten en un coche que luego hacen caer por terraplenes o precipicios, sin olvidarse de prenderle fuego primero. La suma que paga la aseguradora se envía a la familia como liquidación. No es raro que para simular el incidente se hieran incluso gravemente los simuladores, sobre todo cuando hay que estrellar un automóvil contra un muro, antes de incendiario con el cadáver dentro. Cuando el capataz está presente, el mecanismo funciona bien. Cuando está ausente, a menudo el pánico atenaza a los obreros.Y entonces se coge al herido grave, al casi cadáver, y casi siempre se le deja cerca de una calle próxima al hospital. Se pasa con el coche, se deja el cuerpo, y se huye. Cuando se tienen demasiados escrúpulos de con ciencia, se llama a una ambulancia.Todo el que toma parte en la dei saparición o el abandono del cuerpo casi cadáver sabe que lo r harán sus colegas en el caso de que su cuerpo sea el que casualmen te quede destrozado o ensartado. Sabe a ciencia cierta que, en casi de peligro, quien tienes al lado te socorrerá de inmediato solo p desembarazarse de ti, para darte el golpe de gracia.Y debido a ello ei las obras se da una especie de recelo. Quien tienes al lado podría ser tu verdugo, o tú el suyo. No te hará sufrir, pero será él quien te deja rá que revientes solo en una accra o te prenderá fuego en un coche. Todos los constructores saben que es así como funciona.Y las enij presas del sur son las que dan mejores garantías. Trabajan y desaparel cen, y resuelven cualquier problema discretamente.Yo sé, y tengo las pruebas.Y las pruebas tienen un nombre. En siete meses en las obras del norte de Nápoles han muerto quince obreros de la construcción. Que se han caído, que han acabado debajo de palas mecánicas, o aplastados por grúas manejadas por obreros extenuados por las horas de trabajo. Hay que actuar deprisa. Aunque las obras duren años, las empresas subcontratadas tienen que dejar paso rápidamene a otras. Ganar, hacer caja y marcharse a otra parte. Más del 40 por ciento de las firmas que operan en Italia son del sur del país. De la campiña aversana, napolitana o salernitana. En el sur todavía pueden nacer imperios, se pueden forzar las redes de la economía, y el equilibrio de la acumulación originaria aún no se ha completado. En el sur habría que colgar carteles, desde Apulia hasta Calabria, que dijeran «BIENVENIDO» a los empresarios que quieran lanzarse al ruedo del cemento y penetrar en pocos años en los salones romanos y milaneses. Un «BIENVENIDO» que sabe a buena suerte, dado que la multitud es muy numerosa y muy pocos son capaces de permanecer a flote en las arenas movedizas.Yo sé.Y tengo las pruebas.Y los nuevos constructores, propietarios de bancos y de yates, príncipes del cotilleo y majestades de nuevas fulanas, guardan con celo sus ganancias.A lo mejor todavía tienen alma.Tienen vergüenza de declarar de dónde vienen sus propias ganancias. En su país modelo, en Estados Unidos, cuando un empresario logra convertirse en un referente financiero, cuando alcanza fama y éxito, sucede que convoca a los analistas y a los jóvenes economistas para enseñar sus cualidades económicas y desvelar el camino recorrido para obtener a victoria en el mercado. Aquí, silencio.Y el dinero es solo dinero.Y los empresarios triunfadores que provienen de la zona de Aversa, de una tierra enferma de Camorra, responden sin vergüenza a quien les pregunta por su éxito: «Compré a 10 y he vendido a 300». Alguien ha dicho que en el sur se puede vivir como en un paraíso: basta con mirar al cielo, y no osar jamás mirar hacia abajo. Pero no es posible. La expropiación de toda perspectiva también ha sustraído espacios a la vista. Cualquier posible perspectiva tropieza con balcones, trasteros, buhardillas, bloques de pisos, edificios abrazados, barrios anudados. Aquí no crees que algo pueda caer del cielo. Aquí vas para bajo.Te precipitas. Porque siempre hay un abismo en el abismo. Así, cuando pongo los pies en escaleras y habitaciones, cuando subo en ascensores, no logro ser indiferente. Porque yo sé.Y es una perversión.Y así, cuando me encuentro entre los mejores y más destacados empresarios no me siento bien. Aunque estos señores sean elegantes, hablen con tono tranquilo y voten a la izquierda.Yo siento el olor de la cal y del cemento, que emana de sus calcetines, de sus gemelos de Bulgari, de sus bibliotecas.Yo sé.Yo sé quién ha construido mi país y también quién lo está construyendo ahora. Sé que esta noche sale un tren de Reggio di Calabria que parará en Nápoles a las doce y cuarto de la noche y luego seguirá directo a Milán. Estará repleto.Y en la estación, las furgonetas y los Fiat Punto polvorientos recogerán a los chicos para las nuevas obras. Una emigración sin residencia que nadie estudiará ni valorará, puesto que solo quedará en las huellas del polvo de la cal, y solo allí.Yo sé cuál es la verdadera Constitución de mi tiempo, cuál es la riqueza de las empresas.Yo sé en qué medida cada pilastra es la sangre de los demás.Yo sé, y tengo las pruebas. No hago prisioneros.
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