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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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Mujeres



Tenía en el cuerpo el olor de algo indefinible. Como el tufo que impregna el abrigo cuando se entra en una freiduría y que al salir se atenúa lentamente, mezclándose con las pestilentes emanaciones de los tubos de escape. Puedes ducharte decenas de veces, poner la carne en remojo en la bañera durante horas con las sales y los bálsamos más perfumados: no te lo quitas de encima.Y no porque haya penetrado en la carne como el sudor de los violadores; no, comprendes que el olor que te notas en el cuerpo ya lo tenias dentro, como despedido por una glándula que nunca había sido estimulada, una glándula adormecida que de repente empieza a secretar, activada, incluso antes que por el miedo, por una sensación de verdad. Como si existiera en el cuerpo algo capaz de señalarte cuándo estás mirando la verdad. Con todos los sentidos. Sin mediaciones. Una verdad no contada, no ifimada, no fotografiada pero que está ahí. Comprender cómo funcionan las cosas, cómo va el derrotero del presente. No hay pensamiento que pueda confirmar lo que has visto. Después de haber fijado en las pupilas una guerra de la Camorra, las exceSiVame te numerosas imágenes llenan la memoria y no acuden a tu mente de una en una sino todas a la vez, superponiéndose y confundiéndo se. No puedes contar con los ojos. Después de una guerra de la Camorra no hay ruinas de casas, y el serrín seca rápidamente la sangre. Como si hubieras sido tú el único que has visto o sufrido, como si alguien estuviera preparado para señalarte con el dedo y decir «No es verdad».
La aberración de una guerra de clanes _capitales que se enfrentan, inversiones que se degüellafl hipótesis financieras que se devoran— siempre encuentra una motivación consoladora, un que pueda empujar el peligro a otro sitio, capaz de hacer sentir 1 no, lejanísimo, un confficto que, por el contrario, está desarrollánd se en el portal de casa. Puedes colocarlo todo en un casillero de s tido que poco a poco vas construyendo, pero los olores no se de domeñar, están ahí. Como señal postrera única de un patrimon de experiencia disperso. En la nariz me habían quedado olores; solo el olor de serrín y sangre, ni el de las lociones para después 4 afeitado de los niños soldados puestas sobre mejillas sin vello, sino sd bre todo el de los perfumes femeninos. Seguía teniendo bajo las f sas nasales el olor intenso de los desodorantes, de las lacas, de los pe fumes dulzones.
Las mujeres siempre están presentes en las dinámicas de pode de los clanes. No es casual que lafaida de Secondigliano haya vist eliminar a dos mujeres con una crueldad habitualmente reservada los boss. Como tampoco lo es que cientos de mujeres bajaran a la ca1 ile para impedir los arrestos de camellos y centinelas, para incendiar contenedores y tirar de los brazos a los carabineros.Veía correr a las chiquillas cada vez que una cámara de televisión aparecía en la calle; se precipitaban delante de los objetivos, sonreían, canturreaban, pe— dían ser entrevistadas, revoloteaban alrededor del cámara para ver qué logo llevaba en el aparato, para averiguar qué televisión las estaba filmando. Nunca se sabe. Alguien podría fijarse en ellas y llamarlas para algún programa. Aquí las oportunidades no se presentan, sino que se arrancan con los dientes, se compran, se buscan haciendo averiguaciones. Las oportunidades tienen que surgir a la fuerza. Y lo mismo sucede con los chicos: no se deja nada al azar del encuentro, al hecho del enamoramiento. Cada conquista es una estrategia.Y las chicas que no trazan estrategias pecan de una falta de previsión peligrosa y se exponen a encontrarse manos por todas partes y lenguas tan insistentes que pueden perforar dientes apretados.Vaqueros ajustados, camiseta ceñida: todo debe convertir la belleza en un cebo. En ciertos lugares, la belleza parece una trampa, aunque sea la más agradable de las trampas. Así que se cede, se busca el placer de un momento, no sabes al encuentro de qué vas. La habilidad de la chica se mide por su capacidad para conseguir ser cortejada por el mejor y,

ia vez que ha caído en la trampa, conservarlo, retenerlo, soportarl0 agrsel0 con la nariz tapada. Pero tenerlo para ella. Todo. Una vez saba por delante de un colegio y vi a una chiquilla bajando de una ioto. Bajó lentamente para dar tiempo a todos de observar bien nioto, el casco, los guantes de motorista y sus botas de punta fina, e a duras penas conseguía apoyar en el suelo. Un bedel, uno de sos bedeles eternos por delante de cuyos ojos pasan generaciones de niños, se acercó a ella y le dijo:


—Pero, France’, ¿ya tienes novio? Y nada menos que Angelo! ¿Acaso no sabes que va a acabar en Poggioreale?
El tal Angelo había entrado hacía poco en el Sistema y no parecía ocupar cargos poco importantes. Según el bedel, pronto acabaría en la prisión de Poggioreale. Antes incluso de intentar defender a su novio, la chiquilla tenía preparada una réplica. Una de esas réplicas que se tienen a mano:
—Y cuál es el problema si de todas formas me da la niensualidad? Este me quiere de verdad...
La mensualida Ese es el principal éxito de las chicas. Aunque su novio acabe en la cárcel, habrá conquistado un sueldo. La mensualidad es el sueldo mensual que los clanes dan a las familias de los afiliados. Estando comprometid0s la mensualidad se paga a la novia, aunque conviene, para estar seguros de que es la beneficiaria, estar embarazada. No necesariamente casada; basta con tener un hijo, aunque todavía esté en el vientre. Si solo estás prometida te arriesgas a que se presente ante el clan otra chica, tal vez mantenida oculta hasta entonces, chicas que no saben nada la una de la otra. En este caso, o el responsable de zona del clan decide si se reparte la mensualidad entre dos mujeres, cosa arriesgada porque genera mucha tensión entre las familias, o se hace decidir al afiliado a qué chica se le da. La mayoría de las veces se decide no dar la mensualidad a ninguna de las dos, sino pagarla directamente a la familia del preso, así se resuelve el conflicto. Matrimonio o puerperio son los elementos que garantizan con seguridad las retribuci0ne Los sueldos se entregan casi siempre en mano, para evitar dejar demasiados rastros en las cuentas corrientes. Los llevan los «submarinos». El submarino es la persona encargada de repartir las mensualidades. Los llaman así porque reptan por el fondo de las calles. No se dejan ver nunca; no se les debe localizar facilmeu te porque pueden chantajearlos, presionarlos, atracarlos. Brotan de 1. calle de repente y van a las casas haciendo cada vez un recorrido dis tinto. El submarino se ocupa de los pagos de los niveles más bajos
clan. Los dirigentes, en cambio, piden la suma que necesitan y trat directamente con los cajeros. Los submarinos no forman parte dc Sistema, no son afiliados; podrían, puesto que se ocupan de los sue dos, explotar ese papel fundamental y aspirar a ascender en el cl
Suelen ser jubilados, peritos mercantiles, antiguos contables de co- mercios que, trabajando para los clanes, cobran un sobresueldo para redondear la pensión y, sobre todo, tienen un motivo para salir de c
y no consumirse delante del televisor. Llaman el 28 de cada mes, de— jan las bolsas de plástico encima de la mesa y luego, del interior de la americana, de un bolsillo abultadísimo, sacan un sobre en el que está escrito el apeffido del afiliado muerto o encarcelado y se lo dan a su mujer o, si no está, al hijo mayor. Casi siempre llevan también, junto con la mensualidad, algunos comestibles. Jamón, fruta, pasta, huevos, pan. Suben la escalera restregando las bolsas por la pared. Ese frotamiento continuo y el paso lento son el timbre del submarino. Siempre van cargados como burros, hacen la compra en las mismas charcuterías y las mismas fruterías, la hacen toda a la vez y la llevan a las familias. Se puede calcular cuántas mujeres de presos o viudas de camorristas viven en una calle por lo cargado que va el submarino.
Don Ciro es el único submarino que he conocido. Es del centro histórico y se ha ocupado de ios pagos de clanes actualmente di— sueltos pero que poco a poco, en esta nueva fase fértil, están tratan— do de reorganizarse y no solo de sobrevivir. Los clanes de los Barrios Españoles y durante algunos años también los de Forcella. Ahora trabajaba ocasionalmente para el clan del barrio de Sanitá. Don Ciro era tan capaz de encontrar en el dédalo de las callejas napolitanas casas, plantas bajas, semisótanos, edificios sin número y pisos añadidos en las esquinas de los rellanos que a veces los carteros, que se perdían continuamente, le daban el correo para que lo ilevara a sus clientes. Don Ciro tenía los zapatos destrozados: el dedo gordo le hacía un bulto, como un bubón, en la punta, y en el talón las suelas estaban totalmente gastadas. Esos zapatos eran realmente el emblema del submarino y auténticos símbolos de los kilómetros hechos a pie por callejas y cuestas, de recorridos deliberadamente alargados por las calles de Nápoles, asediados por la paranoia de persecuciones o atracos. Don Ciro llevaba unos pantalones deslucidos; parecían limpios, pero sin planchar.Ya no tenía mujer y su nueva compañera moldava era demasiado joven para ocuparse realmente de él. Miedoso hasta la médula, miraba siempre hacia el suelo, incluso cuando me hablaba; tenía el bigote amarillento por efecto de la nicotina, así como los dedos índice y corazón de la mano derecha. Los submarinos también entregan la mensualidad a los maridos de las mujeres presas. Para estos es humillante recibir la mensualidad de la esposa encarcelada, así que por regla general los submarinos, para ahorrarse reproches fingidos, gritos en los rellanos y que los echen de casa con mucho teatro pero, eso sí, sin olvidarse nunca de coger antes el sobre con el dinero, para ahorrarse todo eso van a casa de las madres de las afiliadas y les entregan a ellas la mensualidad correspondiente a la familia de la presa. Los submarinos escuchan todo tipo de quejas de las mujeres de los afiliados. Quejas sobre el aumento de los recibos, del alquiler, sobre los hijos que suspenden o que quieren ir a la universidad. Escuchan todas las peticiones todos los comentarios sobre las mujeres de los otros afiliados, que tienen más dinero porque sus maridos han sido más listos y han conseguido subir de categoría en el interior de los clanes. Mientras ellas hablan, el submarino repite sin parar «Lo sé, lo sé, lo sé». Para que las señoras se desahoguen mejor, cuando acaban solo pronuncia dos tipos de respuesta: «No depende de mí» o «Yo solo traigo el dinero, el que decide no soy yo». Las mujeres saben de sobra que los submarinos no deciden nada, pero esperan que, llenándoles la cabeza de quejas, antes o después algo saldrá de su boca delante de algún jefe de zona, y quizá se decidan a aumentar los salarios y a conceder más favores. Don Ciro estaba tan acostumbrado a decir «Lo sé, lo sé, lo sé» que siempre que hablabas con él, sobre cualquier tema, murmuraba como una letanía «Lo sé, lo sé, lo sé». Había llevado las mensualidades a cientos de mujeres de la Camorra, habría podido contar recuerdos precisos de generaciones de mujeres, de esposas y novias, y también de hombres solos, reproducir los comentarios críticos sobre los boss y los politicos. Pero don Ciro era un

submarino silencioso y melancólico que había convertido su en un cuerpo vacío donde rebotaban, sin dejar huella, las palabras cuchadas. Mientras le hablaba, me había llevado del centro a la pe feria de Nápoles; luego se despidió y tomó un autobús que lo lle ría de vuelta al punto del que habíamos partido. Todo formaba


de la estrategia de distracción para evitar que intuyera, aunque fue remotamente, dónde vivía.
Para muchas mujeres, casarse con un camorrista suele ser como red bir un préstamo, como conseguir un capital. Si el destino y la pef
lo permiten, ese capital fructificará y las mujeres se harán empresa rias, dirigentes, generalas con un poder ilimitado. Las cosas pueden i mal y solo quedarán horas de espera en las cárceles y súplicas humi llantes para hacer de asistenta compitiendo con las eslavas, para po der pagar a los abogados y dar de comer a los hijos, si el clan se vie ne abajo y no puede seguir pagando la mensualidad. Las mujeres d la Camorra proporcionan a través de su cuerpo bases para alianzas, su rostro y su comportamiento reflejan y muestran el poder de la fa- milia; en público se reconocen sus velos negros en los funerales, los gritos durante los arrestos, los besos lanzados al otro lado de la bari
durante las audiencias. 9
La imagen de las mujeres de la Camorra parece compuesta de visiones previsibles: mujeres capaces de hacer de eco solo al dolor y a la voluntad de los hombres, sean hermanos, maridos o hijos. No es así. La transformación del mundo camorrista en los últimos años ha producido también una metamorfosis del papel femenino, que de una identidad materna, de un apoyo en la desventura ha pasado a ser una auténtica figura directiva, comprometida casi exclusivamente çn la actividad empresarial y financiera, delegando en otros las tareas militares y el tráfico ilegal.
Una figura histórica de dirigente camorrista es sin duda Anna Mazza, viuda del padrino de Afragola, una de las primeras mujeres condenadas en Italia por delitos de asociación mafiosa, como jefa de una de las más poderosas sociedades criminales y empresariales. ini— cialmente, Anna Mazza explotó el aura de su marido, Gennaro Moc—

la, asesinado en los años setenta. La «viuda negra de la Camorra», orno la llamaron, fue el verdadero cerebro del clan Moccia durante de veinte años, capaz de ramificar de modo increíble su poder, lasta tal punto que, cuando en la década de 1990 fue confinada cera de Treviso, consiguió, según diversas investigaciones, establecer Contacto con la mafia del Brerkta para tratar de consolidar su red de poder incluso en total aislamiento. Fue acusada inmediatamente después de la muerte de su marido de haber armado la mano de su hijo, que aún no había cumplido trece años, para matar al que había ordenado asesinar al padre de este. Sin embargo, fue absuelta de esta imputación por falta de pruebas.Anfla Mazza llevaba a cabo una gesti ón vertical, empresarial y decididamente hostil a las intervenciones militares, capaz de condicionar todos los ámbitos dominados por ella, como demuestra la disolución en 1999, por filtraciones camorristas, del ayuntamiento de Afragola. Los políticos la secundaban, buscaban su apoyo. Anna Mazza era una pionera. Antes que ella solo había estado Pupetta Maresca, la bella killer vengadora que se hizo célebre en toda Italia a mediados de la década de 1950, cuando, es— tando embarazada de seis meses, decidió vengar la muerte de su marido, Pascalone «‘e Nola».
Anna Mazza no fue solo vengadora. Comprendió que sería más sencillo aprovechar el retraso cultural de los boss camorristas y disfrutar de una especie de impunidad reservada a las mujeres. Un retraso cultural que la hacía inmune a emboscadas, envidias y confliCtoS. En los años ochenta y noventa consiguió dirigir la familia con una marcada tendencia a mejorar sus empresas a obtener ventajas a través de una firme escalada en el sector de la construcción. El clan Moccia se convirtió en uno de los más importantes en la gestión de las contratas en el ámbito de la construcción, en el control de las canteras y en la mediación para la compra de terrenos edificables.Toda la zona que se extiende por rattamaggi0re, Crispano y Sant’A1tim0, así como por FrattamiflOre y CaivanO, está dominada por jefes de zona vinculados a los Moccia. En los años noventa se convirtieron en uno de los pilares de la Nueva Familia, el amplio cártel de clanes que se opuso a la Nueva Camorra organizada de Raifaele Cutolo y que fue capaz de superar en cifras de negocios y poder a los cárteles de la Cosa
Nostra. Con el desplome de los partidos que habían obtenido ven jas de la alianza con las empresas de los clanes, los boss de la Nue Familia se encontraron con que eran los únicos detenidos y conC nados a cadena perpetua. No querían pagar ellos por los políticc los que habían ayudado y apoyado. No querían ser considerados cáncer de un sistema que, por el contrario, habían mantenido en p siendo parte viva y productiva de él, aunque criminal. Dec arrepentirse. En la década de 1990, Pasquale Galasso, boss de Poggi marino, fue el primer personaje de altísimo nivel empresarial y m tar que empezó a colaborar con la justicia. Nombres, lógicas, les. . .,una opción de arrepentimiento total que fue recompensada p el Estado con la protección de los bienes de su familia y en pali también los suyos. Galasso reveló todo lo que sabía. Fueron los Mo cia la familia de la gran confederación que asumió la tarea de haced callar para siempre. Las palabras de Galasso habrían podido destruir clan de la viuda en unas cuantas horas y en unas pocas rondas de re velaciones. Intentaron comprar a su escolta para que lo envenenar planearon eliminarlo a golpes de bazuca, pero, después de los faffidoS intentos militares organizados por los hombres de la casa para liquiJ darlo, intervino Anna Mazza, que intuyó que había llegado el momento de cambiar de estrategia. Propuso la disociación. Hizo tras-. ladar el concepto del terrorismo a la Camorra. Los militantes de las organizaciones armadas se disociaban sin arrepentirse, sin revelar nombres ni acusar a ordenantes y ejecutores. La disociación era un distanciamiento ideológico, una decisión de conciencia, una tentativa de deslegitimar una práctica política cuyo mero rechazo moral, oficializado, bastaba para proporcionar reducciones de pena. En opinión de la viuda Mazza, sería realmente el mejor truco para eliminar todo riesgo de arrepentimiento y al mismo tiempo hacer creer que los cianes eran independientes del Estado. Alejarse ideológicamente de la Camorra disfrutando de las ventajas, las reducciones de pena, las mejoras de las condiciones carcelarias, pero sin revelar mecanismos, nombres, cuentas corrientes, alianzas. Lo que para algunos observadores podía ser considerado una ideología, la camorrista, para los clanes no era sino la actuación económica y militar de un grupo dedicado a los negocios. Los clanes se estaban transformando: la retórica

‘minal se acababa, la manía cutoliana de ideologizar la actuación rrista se había superado. La disociación podía ser la solución al


poder letal de los arrepentidos que, aunque lleno de contradicciones,
el verdadero eje del ataque al poder de la Camorra. Y la viuda prendió el alto potencial de este truco. Sus hijos escribieron a un
cerdote dando muestras de querer redímirse, habría que dejar un cote lleno de armas en Acerra, delante de una iglesia, como símbolo «disociación» del clan, igual que hace el IRA con los ingleses. De,osición de las armas. Pero la Camorra no es una organización independentista un núcleo armado, y sus armas no son su poder real. A 1 coche nunca llegó a ser encontrado y la estrategia de la cliso nacid de la mente de una mujer boss lentamente fue perdiendo atractivo, ni el Parlamento ni la magistratura le prestaron atención, y tampoco los clanes siguieron apoyándola. Los arrepentidos fueron cada vez más y con verdades cada vez menos útiles, y las grandes revelaciones de Galasso condenaron los aparatos militares de los clanes, pero dejaron prácticamente intactos los planes empresariales y políticos. Anna Mazza continuó construyendo una especie de matriarcado de la Camorra. Las mujeres como verdadero centro del poder, y los hombres, brazos armados, intermediarios y dirigentes solo después de las decisiones de las mujeres. Decisiones importaflteS económicas y militares, aguardaban a la viuda negra.
Las mujeres del clan demostraban más capacidad empresarial, menos obsesión por la ostentación y menos voluntad de conflicto. Eran mujeres las dirigentes, mujeres sus guardaespaldaS y mujeres las empresarias del clan. Una de sus «damas de compañía», immacolata Capone, a lo largo de los años hizo fortuna dentro del clan. Immacolata fue la madrina de Teresa, hija de la viuda. No tenía aspecto de matrona, con el pelo moldeado y la cara rolliza como Anna Mazza. immacolata era menuda, rubia, llevaba una melena corta y siempre bien peinada, poseía una elegancia sobria. No se parecía en nada a la oscura camorrista. Y más que buscar hombres que le confirieran autoridad, eran los hombres los que se acercaban a ella en busca de protección. Se casó con Giorgio Salierno, camorrista implicado en los intentos de obstaculizar al arrepentido Galasso, y más tarde se unió a un hombre del clan Puca de Sant’Antimo, una familia de poderoso pasado cercana a Cutolo, un clan que hizo célebre al hern no del compañero de Immacolata, Antonio Puca. Le encontraron un bolsillo una libretita con el nombre de Enzo Tortora, el presex dor televisivo acusado injustamente de ser camorrista. Cuando I macolata alcanzó la madurez económica y directiva, el clan estaba crisis. Cárcel y arrepentidos habían puesto en peligro el infatigal trabajo de doña Anna. Pero lmmacolata lo apostó todo al cerne administraba también una fábrica de ladrillos en el centro de A, gola. La empresaria había hecho lo imposible para vincularse al p der del clan de los Casalesi, que es el que más controla los nego del sector de la construcción en el plano nacional e internaciona Según las investigaciones de la DDA de Nápoles, Immacolata Cap ne fue quien logró que la empresas de los Moccia conquis nuevamente el liderazgo en el sector de la construcción. Tenía a si disposición la empresa MOTRER, una de las más importantes en campo de la maquinaria de construcción del sur de Italia. Había es tablecido un mecanismo impecable —según las investigaciones— con el consenso de un político local. El político concedía las contra tas, el empresario las obtenía y doña Immacolata las tomaba en sub contrata. Creo haberla visto solo una vez. Precisamente en Afragola al llegar a un supermercado. Sus guardaespaldas eran dos chicas. La escoltaban siguiéndola con un Smart, el pequeño coche de dos pla. zas que tienen todas las mujeres de la Camorra. Por el grosor de las puertas, sin embargo, aquel Smart parecía blindado. Es frecuente imaginar a las mujeres guardaespaldas como esas culturistas cuyos músculos abultados les dan un aspecto masculino. Muslos prietos, pectorales que han engullido los pechos, bíceps hipertrofiados, cuello de toro. Las guardaespaldas que yo vi, en cambio, no tenían nada de virago. Una era bajita, con un trasero grande y bamboleante y el pelo teñido de un negro excesivo; la otra, delgada, espigada, huesuda. Me llamó la atención lo cuidado de la vestimenta; ambas llevaban algo que recordaba el color del Smart, amarillo fosforescente. Una llevaba una camiseta del mismo color que el coche, mientras que la que iba al volante llevaba la montura de las gafas del sol amarilla. Un amarillo que no podía haber sido elegido por casualidad, ni tanipo— co que se hubieran puesto las dos algo de ese color por una coinci mcia

Era uno de los toques de profesionalidad. El mismo tono de Tio que el mono de motorista que Urna Thurrnan lleva en Kill de Quentin Tarantino, una película donde por primera vez las


lujeres son protagonistas criminales de primer orden. El amarillo 1 mono que Urna Thurman lleva también en el cartel de la peula, con la espada de samurái desenfundada, y que se te queda grado en los ojos y quizá también en las papilas gustativas. Un amarillo artificial que se convierte en un símbolo. La empresa ganadora
be dar una imagen ganadora. Nada es dejado al azar, ni siquiera el olor del coche y el uniforme de las guardaespaldas. Immacolata Ca— one había dado ejemplo, pues muchísimas mujeres integradas a dirente título y nivel en los clanes exigen escolta femenina y cuidan la armonía de su estilo e imagen.
Pero algo no estaba yendo por buen camino. Quizá había invadí- territorios que no eran suyos, quizá tenía enemigos secretos: Immacolata Capone fue asesinada en marzo de 2004 en Sant’AntimO, el pueblo de su compañero. No llevaba escolta. Quizá no creía que corriese peligro. La ejecución tuvo lugar en el centro del pueblo, los killers iban a pie. En cuanto intuyó que la seguían, Immacolata Capone salió huyendo; a su alrededor, la gente creía que le habían dado un tirón y estaba persiguiendo a los ladrones, pero llevaba el bolso colgado al hombro. Corría con el bolso apretado contra el pecho, obede1 ciendo a un instinto que no permite soltar, tirar al suelo lo que difi— culta la carrera para salvar la vida. Imrnacolata entró en una pollería, pero no tuvo tiempo de refugiarse detrás del mostrador. La alcanzaron y apoyaron el cañón de la pistola en su nuca. Dos tiros secos: el retraso cultural que evitaba tocar a las mujeres y que Anna Mazza había aprovechado quedó superado. El cráneo destrozado por los proyectiles y el rostro bañado en la densa sangre mostraron el nuevo curso de la politica militar de los clanes. Ninguna diferencia entre hombres y mujeres. Ningún presunto código de honor. No obstante, el matriarcado de los Moccia ha actuado lentamente, permaneciendo en todo momento dispuesto a hacer grandes negocios, controlando un territorio con inversiones prudentes y mediaciones financieras de primer orden, dominando la adquisición de terrenos, evitando faidas y alianzas que hubieran podido interferir en las empresas familiares.

Ahora, en un territorio dominado por sus empresas, se aiz mayor centro Ikea de Italia, y precisamente en esa zona empe construirse la línea de alta velocidad del sur de Italia. Por enés vez, en octubre de 2005 el ayuntamiento de Afragola fue disw por infiltración camorrista. Las acusaciones son graves: un grup concejales municipales de Afragola pidieron al presidente de una tructura comercial que contratara a más de doscientas cincue personas vinculadas por estrechos lazos de parentesco con el Moccia.


En la decisión de disolver el concejo pesaron, asimismo, algw concesiones de obras otorgadas violando las normas. Hay mega truCturas en terrenos propiedad de los boss, y se habla también hospital que habría que construir en terrenos adquiridos por el ci Moccia precisamente coincidiendo con los debates del concejo nl nicipal.Terrenos comprados a precio bajo, bajísimo, y tras haber convertidos en suelos sobre los que construir el hospital vendida evidentemente, a precios astronómicos. Un beneficio del 600 p ciento sobre el precio inicial. Un beneficio que solo las mujeres los Moccia podían obtener.
Mujeres dispuestas a todo para defender los bienes y las propia dades del clan, como hizo Anna Vollaro, nieta del boss del clan c Portici, Luigi Vollaro. Tenía veintinueve años cuando se presentó 1 policía para embargar el enésimo local de la familia, una pizzerL.. Cogió una lata de gasolina, se la echó encima y con una cerilla s prendió fuego. Para evitar que alguien tratara de apagar las lla:
echó a correr de un lado para otro. Acabó por chocar contra una pa red y la pintura se ennegreció como cuando en una toma de co rriente se produce un cortocircuito. AnnaVollaro se quemó viva 1 protestar contra el embargo de un bien adquirido con capitales ilici tos, que ella consideraba simplemente el resultado de una trayectori empresarial normal, natural.
Se cree que en la praxis criminal el vector militar lleva, una vez alcanzado el éxito, al papel de empresario. No es así, o al menos no siempre. Sin ir más lejos, lafaida de Quindici, un pueblo de la provincia de Avelino que sufre desde hace años la presencia asfixiante y perenne de los clanes Cava y Graziano, constituye un ejemplo de

o. Las dos familias están enfrentadas desde siempre y las mujeres constituyen el verdadero eje económico. El terremoto de 1980 destruye el valle de Lauro; la lluvia de miles de millones de liras para su reconstrucción da origen a una burguesía empresarial camorrista, pero en Quindici sucede algo más, algo distinto de lo que ocurre en todas las demás zonas de la Campania: no Solo un enfrentamiento entre facciones, sino una faida familiar que a lo largo de los años ha hecho que se registre una cuarentena de emboscad2s feroces, las cuales provocan luchas entre los dos núcleos contendientes. Se produce una carga de odio incurable que contagia como una enfermedad del alma a todos los representantes de las dos familias durante varias generaciones. El pueblo asiste impotente a la arena donde se asesinan las dos facciones. En la década de 1970, los Cava representaban una costilla de los Graziano. El choque se produce cuando, en la década de 1980, llueven sobre Quindici cientos de miles de millones de liras para la reconstrucción tras el terremoto, una suma que desencadena el conflicto por desacuerdos sobre las cuotas de contratas y porcentajes que hay para repartir. Los capitales que llegan harán levantar a ambas familias, a través de la gestión de las mujeres de los dos clanes, pequeños imperios de la construcción. Un día, mientras el alcalde del pueblo hecho elegir por los Graziano, estaba en su despacho, un comando de los Cava llamó a su puerta. No disparan enseguida, y eso concede tiempo al alcalde para abrir la ventana, salir deldespa cho, trepar al tejado del ayuntamiento y escapar por los tejados de las casas. El clan GrazianO ha tenido entre sus filas a cinco alcaldes, dos de ellos asesinados y tres destituidos por el presidente de la República por mantener relaciones con la Camorra. Hubo un momento, sin embargo, en que pareció que las cosas podían cambiar. Una joven farmacéutica, Olga Santaniello, fue elegida alcaldesa. Tan solo una mujer tenaz podía responder al poder de las mujeres de los Cava y los Graziano. Intentó por todos los medios eliminar la mugre del poder de los clanes, pero no lo consiguió. El 5 de mayo de 1998 un terrible aluvión inundó todo el valle de Lauro, las casas se llenaron de agua y barro, las tierras se convirtieron en charcas fangosas y los canales se volvieron intransitables. Olga Santarliello murió ahogada. Aquel fango que la asfixió resultó doblemente beneficioso para los clanes. El aluvión llevó más dinero, y con los nuevos capitales aumen tó el poder de las dos familias. Por otro lado, fue elegido Antonio níscalchi, confirmado en el cargo cuatro años después de n


plebiscitaria.Tras la primera victoria electoral de Siniscaichi, desde
sede del colegio electoral salió un cortejo a pie en el que participa ron el alcalde, los concejales y sus más abiertos partidarios. El cojo llegó a la aldea de Brosagro y desfiló por delante de la vivienda d Arturo Graziano, apodado «Guaglione», pero no era a él a quien iba1 dirigidos los saludos. Estaban destinados sobre todo a las mujeres
los Graziano, que, en fila en el balcón por orden de edad, recibían eh homenaje del nuevo alcalde después de que la muerte hubiera eli- minado definitivamente a Olga Santaniello. Más adelante, Antoniol Síniscaichi fue arrestado en un blitz de la DDA de Nápoles en junio de 2002. Según las acusaciones de la Fiscalia Antimafia de Nápoles, con los primeros fondos de la reconstrucción había adjudicado el contrato para reparar el camino de acceso y la cerca de la villa—búnker de los Graziano.
Las villas diseminadas por Quindici, los escondrijos secretos, las calles asfaltadas y el alumbrado público eran asunto del ayuntamiento, que con el dinero público ayudaba a los Graziano y los hacía inmunes a. atentados y emboscadas. Los miembros de las dos familias vivían atrincherados detrás de verjas insalvables y vigilados las veinticuatro horas del día por un circuito cerrado de cámaras de vídeo.
El boss Biagio Cava fue arrestado en el aeropuerto de Niza mientras se disponía a embarcar para NuevaYork. Una vez en la cárcel, todo el poder pasó a manos de su hija, de su mujer, de las mujeres del clan. Solo se dejaron ver en el pueblo las mujeres. Además de ser las administradoras ocultas, los cerebros, se convirtieron en el símbolo oficial de las familias, en las caras y los ojos del poder. Cuando se encontraban por la calle, las familias rivales intercambiaban miradas feroces, de superioridad, de esas que se clavan en los pómulos en un juego absurdo que considera perdedores los ojos que miran hacia abajo. La tensión en el pueblo era altísima cuando las mujeres de los Cava se dieron cuenta de que había llegado el momento de empuñar las armas. Debían pasar de ser empresarias a killers. Se entrenaron en los portales de sus casas, con la música alta para cubrir el ruido de las pistolas al disparar contra los sacos de avellanas procedentes de sus latifundios. Mientras se celebraban las elecciones municipales de 2002, empezaron a recorrer armadas el pueblo en su Audi 80. Eran Maria Scibelli, Michelina Cava y las adolescentes Clarissa y Felicetta Cava, de dieciséis y diecinueve años, respectivamente. EnVia Casse— se, el coche de las mujeres de los Cava se cruzó con el coche de los Graziano, en el cual iban Stefania y Chiara GrazianO, de veinte y veintiún años. Desde el coche de las Cava empezaron a disparare pero las mujeres de los Graziaflo, como si se esperaran la emboscada, clavaron el coche y consiguieron virar en redondo. Aceleraron y salieron a escape. Los disparos habían roto las ventanillas y agujereado la chapa, pero no las habían alcanzado. Las dos chicas volvieron a la villa gritando. Decidieron ir a vengar la afrenta directamente la madre de las dos chicas, Anna Scibelli, y el boss Luigi Salvatore Graziano, el septuagenario patriarca de la familia. Fueron en su Alfa, seguidos por un automóvil blindado con cuatro personas armadas con metralletas y fusiles. Interceptaron el Audi de las Cava y lo embistieron repetidamente. El coche de apoyo bloqueaba la salida lateral; luego se puso delante del coche perseguido obstruyendo otra vía de escape.TraS el primer enfrentamiento armado frustrado, las mujeres de los Cava, temiendo que los carabineros las hicieran parar, se habían deshecho de las armas. Así que, al encontrarse frente al coche, viraron, abrieron las portezuelas y se precipitaron fuera para tratar de escapar a pie. Los Graziano bajaron del automóvil y empezaron a disparar contra las mujeres. Una lluvia de plomo atravesó piernas, cabezas, hombros, pechos, mejillas, ojos. Todas cayeron al suelo en unos segundos esparciendo los zapatos y quedándose con los pies desnudos. Parece ser que los Graziano se ensañaron con los cuerpos, pero no se dieron cuenta de que una seguía con vida. Felicetta Cava se salvó. En el bolso de una de las Cava encontraron un frasco de ácido: quizá, además de disparar, su intención era desfigurar a sus enemigas echándoles ácido a la cara.
Las n1ujeres son más capaces de afrontar el crimen como si fuera solo el espacio de un momento, el juicio de alguien un peldaño alcanzado e inmediatamente superado. Esto, las mujeres del clan lo muestran de un modo más evidente. Se sienten ofendidas, vilipen raba la repugnancia que le producía la miseria: «No estoy de acuercon Tommasino, a mí el belén me gusta, son los pastores los que
ie dan asco».
El rostro del poder absoluto del sistema camorrista adopta cada vez más rasgos femeninos, pero los seres machacados, aplastados por los tanques del poder también son mujeres.Annalisa Durante murió en Forcella el 27 de marzo de 2004, víctima de un fuego cruzado, a los catorce años. Catorce años. Catorce años. Repetírselo es como pasarse por la espalda una esponja empapada de agua helada. Estuve en el funeral de Annalisa Durante. Llegué pronto a las inmediaciones de la iglesia de Forcella. Las flores todavía no habían llegado, había carteles pegados por todas partes, mensajes de condolencia, lágrimas, desgarradores recuerdos de las compañeras de clase. A Annalisa la mataron. Esa noche cálida, tal vez la primera noche cálida de verdad de esa estación terriblemente lluviosa, Annalisa había decidido pasarla ante el portal del edificio donde vivía una amiga. Llevaba un vestido bonito y seductor. Se ceñía a su cuerpo firme y terso, ya bronceado. Esas noches parecen nacer expresamente para conocer chicos, y para una chica de Forcella catorce años es la edad propicia para empezar a elegir un posible novio al que arrastrar hasta el matrimonio. Las chicas de los barrios populares de Nápoles a los catorce años parecen ya mujeres experimentadas.Vafl profusamente pintadas, sus pechos se han transformado en turgentes meloncitos por obra de los push-up, llevan botas de punta fina con unos tacones que ponen en peligro la incolumidad de los tobillos. Deben ser expertas equilibristas para sostenerse en pie caminando vertiginosamente sobre el basalto, piedra de lava que reviste las calles de Nápoles y que es desde siempre enemiga de todos los zapatos femeninos.Annalisa era guapa. Muy guapa. Estaba escuchando música con su amiga y una prima, las tres lanzaban miradas a los chavales que pasaban montados en ciclomotores, encabritándose, haciendo chirriar las ruedas, empeñándose en peligrosas carreras de obstáculos entre coches y personas. Es un juego de cortejo. Atávico, siempre idéntico. La música preferida de las chicas de Forcella es la de los neomelódicos, cantantes populares de un circuito que vende muchísimo en los barrios populares napolitanos, así como en los de Palermo y Bari. Gigi D’Alessio es el mito diadas cuando se las llama camorristas, criminales. Como si
fuera solo un juicio sobre una acción, no un gesto objetivo, un coiíl portamiento, sino simplemente una acusación. Por lo demás, hasta fecha, a diferencia de los hombres, ninguna mujer boss de la C
rra se ha arrepentido. Nunca.
Consagrada a la defensa a ultranza de los bienes de la familia
estado siempre Errninia Giuliano, llamada Celeste por el color de s ojos, la guapa y llamativa hermana de Carmine y Luigi, los boss
Forcella, que, según las investigaciones, es el referente absoluto en Ø clan en lo concerniente a la gestión de los bienes inmuebles y de ioi capitales invertidos en el sector comercial. Celeste tiene la imagen la napolitana clásica, de la descarada del centro histórico: pelo teñido de rubio platino, ojos claros y fríos siempre pintados con sombra ne4 gra. Ella gestionaba los asuntos económicos y legales del clan. Y 2004 fueron confiscados a los Giuliano los bienes fruto de la actividad empresarial, veintiocho millones de euros, el verdadero pulmón económico del clan. Tenían una serie de cadenas de tiendas en Nápoles y la provincia, y una empresa titular de una marca que se había hecho muy famosa gracias a la habilidad empresarial y la protección militar y económica del clan. Una marca que posee una red en franquicia compuesta por cincuenta y seis puntos de venta en Italia y en Tokio, Bucarest, Lisboa y Túnez.
El clan Giuliano, hegemónico en las décadas de 1980 y 1990, nace en el vientre ondulante de Nápoles, en Forcella, el barrio que atrae hacia sí mitologías de kasba, leyendas de ombligo podrido del centro histórico. Los Giuliano parecen un clan que ha llegado al final del trayecto tras haber surgido lentamente de la miseria, desde el contrabando hasta las putas, desde la gestión de la extorsión puerta a puerta hasta los secuestros. Una dinastía enorme basada en primos, sobrinos, tíos, parientes. La cima del poder la alcanzaron a finales de la década de 1980 y ahora poseen una especie de carisma que no puede desaparecer. Todavía hoy, quien quiere mandar en el centro histórico tiene que vérselas con los Giuliano. Un clan con el aliento sobre el cuello de la miseria y del terror a volver a ser miserables. El cronista Enzo Perez había recogido una de las afirmaciones de Luigi Giuliano, el rey de Forcella, que mejor demos-

consagrado. El que ha conseguido salir del microcircuito impor dose en toda Italia; los otros, cientos de ellos, se han quedado en1 queños ídolos de barrio, divididos por zonas, por calles, por ediflci Cada uno tiene su cantante. Pero, de pronto, mientras del aparato,, música sale un agudo estridente del cantante, pasan dos ciclomo res a todo gas persiguiendo a alguien. Este huye, corre como al que lleva el diablo. Annalisa, su prima y su amiga no entienden na piensan que es una broma o quizá un desafio. Suenan los dispaii Las balas rebotan por doquier. Annalisa está en el suelo, dos balas han alcanzado. Todos huyen, las primeras cabezas empiezan a as marse a los balcones todavía abiertos. Los gritos, la ambulancia, la rrera hacia el hospital, el barrio entero llena las calles de curíosidad angustia.


Salvatore Giuliano es un nombre importante. Llamarse así pa ce ya una condición suficiente para mandar. Pero en Forcella no el recuerdo del bandido sícilano lo que confiere autoridad a esi muchacho. Es simplemente su apellido. Giuliano. La situación h empeorado debido a la decisión de hablar de Lovigino Giuliano. Só ha arrepentido, ha traicionado a su clan para evitar la cadena perpe- tua. Sin embargo, como sucede casi siempre en las dictaduras, aun que se quite de en medio al jefe, solo uno de sus hombres puede ocupar su puesto. Así pues, los Giuliano, pese a llevar la marca de la infamia, continuaban siendo los únicos en situación de mantener relaciones con los grandes correos del narcotráfico y de imponer las leyes de la protección. Pero, con el tiempo, Forcella se cansa. No quiere seguir estando dominada por una familia de infames, no quiere más arrestos y policía. Quien quiera ocupar su puesto debe cargarse al heredero, debe imponerse oficialmente como soberano y arrancar la raíz de los Giuliano, el nuevo heredero: Salvatore Giuliano, el nieto de Lovigino. Esa noche era el momento elegido para oficializar la hegemonía, para liquidar al retoño que estaba levantando la cabeza y mostrar a Forcella el inicio de un nuevo dóminio. Lo esperan, lo identifican. Salvatore camina tranquilamente cuando, de pronto, se da cuenta de que están apuntándolo. Echa a correr, los killers lo persiguen, sigue corriendo, quiere meterse en alguna calleja. Empiezan los disparos. Muy probablemente, Giuliano pasa por delante de las tres chicas, las utiliza como escudo y, aprovechando la confusión, saca la pistola y empieza a disparar. Unos segundos y huye, los killers no consiguen alcanzarlo. Cuatro son las piernas que corren hacia el interior del portal buscando refugio. Las chicas se vuelven, falta Annalisa. Salen. Está en el suelo, sangre por todas partes, un proyectil le ha abierto la cabeza.
En la iglesia consigo acercarme al píe del altar. Ahí está el ataúd de Annalisa. En los cuatro lados hay guardias con uniforme de gala, el homenaje de la región de Campaflia a la familia de la chiquilla. El ataúd está cubierto de flores blancas. Un móvil, su móvil, es apoyado contra la base del féretro. El padre de Annalisa gime. Se agita, balbucea algo, mueve los puños en los bolsillos. Se me acerca, pero no es a mí a quien se dirige. Dice:
—aY ahora qué? ¿Y ahora qué?
En cuanto el padre rompe a llorar, todas las mujeres de la familia empiezan a gritar, a darse golpes de pecho a balancearse emitiendo chillidos estridentes; en cuanto el cabeza de familia deja de llorar, todas las mujeres se quedan en silencio. Detrás distingo los bancos ocupados por las chiquillas, amigas, primas, simples vecinas de Anna— lisa. Imitan a sus madres en los gestos, en los movimientos de cabeza, en las cantinelas que repiten:
—1Esto no ha pasado! No es posible!
Se sienten investidas de un papel importante: consolar. No obstante, exhalan orgullo. Un funeral por una víctima de la Camorra es para ellas una iniciación, como la menarqUia o la primera relación sexual. Al igual que sus madres, con este acontecimiento toman parte activa en la vida del barrio. Las cámaras de televisión las enfocan, los fotógrafos, todos parecen existir para ellas. Muchas de estas chiquillas se casarán dentro de no mucho con camorristas, de elevada o ínfima categoría. Camellos o empresarios. Killers o contables. Muchas de ellas tendrán hijos a los que matarán y harán cola en la cárcel de poggioreale para llevar noticias y dinero a los maridos presos. Pero ahora solo son niñas de luto, sin olvidar los pantalones de talle bajo y el tanga. Es un funeral, pero van vestidas de modo impecable. Perfecto. Lloran a una amiga, conscientes de que esa muerte las hará mujeres.Y pese al dolor, no veían la hora. Pienso en el eterno retorno de las leyes de esta tierra. Pienso que los Giuliano alcanzaron € máximo poder cuando Annalisa aún no había nacido y su madre e una chiquilla que se relacionaba con chiquillas, las cuales s convi tieron más tarde en esposas de los Giuliano y de sus afiliados, escu charon de adultas la música de D’Alessio y aplaudieron a Maradona que siempre compartió con los Giuliano cocaína y festines, mema rable la foto de Diego Armando Maradona en la bañera en forma
concha de Lovigino.Veinte años después, Annalisa muere mientra perseguían a un Giuliano disparándole, mientras un Giuliano reS pondía a la agresión utilizándola como escudo o quizá s -
pasando por su lado. Un recorrido histórico idéntico, eternamente igual. Imperecedero, trágico, perenne.
La iglesia está ahora a rebosar. La policía y los carabineros
nerviosos. No lo entiendo. Se les ve inquietos, pierden la paciencia por tonterías, caminan nerviosos de un lado a otro. Comprendo 1 que pasa al salir de la iglesia. Me alejo unos pasos y veo que un ve hículo de los carabineros separa a la multitud de personas que han acudido al funeral de un grupo de individuos de punta en blanco, en motos lujosas, coches descapotables, scooters potentes. Son los miem— bros del clan Giuliano, los últimos incondicionales de Salvatore. Los carabineros temen que puedan cruzarse insultos entre los camorristas y la gente y que se arme un cirio. Por suerte, no pasa nada, pero su presencia es profundamente simbólica. Demuestran que nadie puede dominar en el centro histórico de Nápoles sin que ellos lo decidan o, al menos, lo autoricen. Ponen de manifiesto que ellos están ahí y siguen siendo los capos, pese a todo.
El ataúd blanco sale de la iglesia, una muchedumbre empuja para tocarlo, muchos se desmayan, los gritos desaforados empiezan a destrozar los tímpanos. Cuando el féretro pasa por delante de la casa de Annalisa, su madre, que no se ha sentido capaz de asistir a la ceremonia celebrada en la iglesia, intenta tirarse por el balcón. Grita, for— cejea, tiene la cara hinchada y enrojecida. Un grupo de mujeres la sujeta. Es la escena trágica habitual. Que quede muy claro que el llanto ritual y las escenas de dolor no son mentiras ni simulaciones. Nada de eso. Muestran, eso sí, la condena cultural en la que todavía viven gran parte de las mujeres napolitanas, obligadas a seguir recu jend a comportamientos marcadamente simbólicos para demosItrar su dolor y hacerlo reconocible ante toda la comunidad. Pese a ier tremendamente real, ese frenético dolor mantiene en su apariencia las características de una representación.
Los periodistas apenas se acercan. Antonio Bassolino, presidente de la región de Campania, y Rosa Russo lervolino, alcaldesa de Nápoles, están aterrorizados, temen que el barrio pueda sublevarse contra ellos. No es así. La gente de Forcella ha aprendido a sacar provecho de la política y no quiere enemistarSe con nadie. Alguien aplaude a las fuerzas del orden. Ese gesto hace que algunos periodistas se exalten. Carabineros aplaudidos en el barrio de la Camorra. Qué ingenuidad. Ese aplauso ha sido una provocación. Mejor los carabineros que los Giuliano. Eso es lo que han querido decir. Algunas cámaras intentan recoger testimonios, se acercan a una viejecita de aspecto frágil. La mujer se apodera del micrófono y grita:
—Por culpa de esos... mi hijo pasará cincuenta años en la cárcel! ¡Asesinos!
El odio contra los arrepentidos es celebrado. La multitud empuja, la tensión es tremenda. Pensar que una chiquilla ha muerto porque había decidido escuchar música con sus amigas delante del portal de casa, una noche de primavera hace que se te revuelvan las tripas. Siento náuseas. Tengo que mantener la calma. Tengo que entender, si es posible. Annalisa nació y vívió en este mundo. Sus amigas le contaban las escapadas en moto con los chicos del clan, ella misma tal vez se habría enamorado de un chaval guapo y rico, capaz de hacer carrera en el Sistema, o tal vez de un buen chico que se deslomaría trabajando todo el día por cuatro perras. Su destino habría sido trabajar diez horas al día en una f5.brica clandestina de bolsos por quinientos euros al mes. Annalisa estaba impresionada por la marca que tienen en la piel las que trabajan el cuero. En su diario había escrito: «Las chicas que hacen bolsos tienen siempre las manos negras y están todo el día metidas en la fábrica. Mi hermana Manu también, pero por lo menos a ella el jefe no la obliga a trabajar cuando no se encuentra bien». Annalisa se ha convertido en símbolo trágico porque la tragedia se ha producido en su aspecto más terrible y consustancial el asesinato. Sin embargo, aquí no hay instante en que el oficio de vivir no parezca una condena a cadena perpetua, pena que hay que descontar a lo largo de una existencia prir idéntica, veloz, feroz. Annalisa es culpable de haber nacido en N... les. Ni ms ni menos. Mientras el cuerpo de Annalisa en el atal blanco es sacado a hombros, la compañera de banco deja sonar móvil. Suena sobre el féretro: es el nuevo réquiem. Un sonido cc tinuo, luego musical, repite una suave melodía, Nadie responde.
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