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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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Cemento armado



Hacía mucho que no iba por Casal di Principe. Si Japón se conside’. ra la patria de las artes marciales, Australia la del surf y la República de Sierra Leona la de los diamantes, Casal di Principe es la capital del poder empresarial de la Camorra. En la provincia napolitana y caser— tana el mero hecho de provenir de Casale* era como una especie de garantía de inmunidad, significaba ser algo más que uno mismo, como directamente emanado de la ferocidad de los grupos criminales casertanos. Se gozaba de total respeto, de una especie de temor natural. Incluso Benito Mussolini había tratado de eliminar esa marca de procedencia, esa aura criminal, y había rebautizado los dos municipios de San Cipriano d’Aversa y Casal di Principe con el nombre de Albanova. A fin de inaugurar un nuevo amanecer de justicia, mandó incluso a decenas de carabineros con el encargo de resolver el problema «a hierro y fuego». Hoy, del nombre de Albanova no queda más que la ruinosa estación de Casale.
Puedes haber estado dando puñetazos al saco durante horas, haber pasado tardes enteras bajo un balancín para ejercitar los pectorales, haber engullido un blíster tras otro de píldoras para hinchar los músculos, pero frente al acento preciso, frente a la gesticulación fuerte, es como si se materializaran todos los cuerpos en tierra cubiertos de sábanas. Hay viejas maneras de decir en estos lugares que llegan a sintetizar muy bien la carga letal de cierta niitología violenta: «El camorrista se hace; el casalés nace», O bien cuando se riñe, cuando uno
* En italiano, casal es apócope de casale; de ahí que el autor se refiera indistintamente a Casal di Principe o a Casale. (N. de los Y)

desafia con la mirada, un instante antes de liarse a trompazos o a cuchilladas, se clarifica la propia visión de la vida: «Para ini, vida y muerte es lo mismo!». A veces el propio origen, el propio lugar de procedencia pueden resultar ventajosos, se pueden utilizar como elemento de fascinación, dejarse confundir de buena gana con la imagen de violencia, utilizándolos como disimulada intimidación. Puedes tener descuento en el cine y crédito ante cualquier encargo terrible. Pero ocurre también que tu lugar de origen te supone una carga perjudicial demasiado fuerte, y no quieres ni siquiera quedarte allí para decir que no todos son afiliados, que no todos son criminales, que los camorristas son una minoría, y coges un atajo corriendo con la mente a un pueblo vecino, más anónimo, que pueda alejar cualquier vínculo entre los criminales y tú: así, Secondigliano suele con— vertirse en Nápoles, y Casal di Principe en Aversa o Caserta. Uno se avergüenza o se siente orgulloso según el juego, según el momento o la situación; como un traje, aunque con la diferencia de que es este el que decide cuándo llevarte a ti.


Corleone, en comparación con Casal di Principe, parece una ciudad proyectada por Walt Disney. Casal di Principe, San Cipriano d’Aversa, Casapesenfla un territorio con menos de 100.000 habitantes, pero con 1.200 condenados por el 416 bis, el delito de asociación mafiosa, y un número exorbitante de investigados y condenados por colaboración externa en asociación mafiosa. Esta tierra sufre desde tiempo inmemorial el peso de las familias camorristas, una burguesía violenta y feroz que posee en el clan su vanguardia más cruenta y potente. El clan de los Casalesi —que toma su nombre precisamente de Casal di Principe es una confederación que reúne en sí misma, en una relación de autonomía federativa, a todas las familias camorristas de la región casertana: desde Castelvolturno, Villa Literno, GricignanO, San Tarnmaro, o Cesa, hasta Villa di Briano, Mondragofle, Carinola, Marcianise, San Nicola La Strada, Calvi Risorta, Lusciano y varias decenas más de poblaciones. Cada una de ellas con su jefe de zona, y todas integradas en la red de los Casalesi. El fundador de las familias casalesas, Antonio Bardellino, había sido el primero en Italia que había comprendido que a la larga la cocaína llegaría a sustituir en gran medida a la hero’ma.Y sin embargo, para la Cosa Nostra y para muchas familias de la Camorra, la heroína seguía siendo la principal mercancía. Se veía a los heroinómanos como auténticas cajas de caudales, mientras que en la década de 1980 la coca tenía la característica de ser una droga de élite. Antonio Bardellino había comprendido, sin embargo, que el mayor mercado había de ser el de una droga capaz de no matar en un tiempo breve, capaz de ser más un aperitivo burgués que un veneno de los parias. Creó, así, una empresa de importación y exportación de harina de pescado, que exportaba a Sudamérica e importaba a la región de Aversa; harina de pescado entre la que se escondían toneladas de coca. La heroína con la que traficaba, Bardellino la vendía también en Estados Unidos, donde la enviaba a John Gotti, introduciendo la droga en los filtros para máquinas de café expreso. En una ocasión, las brigadas de narcóticos estadounidenses interceptaron sesenta y siete kilos de heroína, pero para el boss de San Cipriano d’Aversa aquello no representó una derrota. A los pocos días mandó que se telefoneara a Gotti:
—Enseguida enviamos el doble por otras vías.
De la campiña aversana nació el cártel que supo oponerse a Cu— tolo, y la ferocidad de aquella guerra todavía está presente en el código genético de los clanes casertanos. En la década de 1980, las familias cutolianas fueron eliminadas con unas pocas operaciones militares, aunque de violentísima potencia. Los Di Matteo, cuatro hombres y cuatro mujeres, fueron exterminados en el plazo de unos días. Los Casalesi solo dejaron vivo a un niño de ocho años. Los Simeone, en cambio, fueron asesinados en siete, casi todos al mismo tiempo. Por la mañana la familia estaba viva, presente y poderosa; aquella misma noche había desaparecido. Exterminada. En Ponte Annicchino —en marzo de 1982—, los Casalesi apostaron sobre una colina una ametralladora de campaña, de las que se utilizan en las trincheras, y dispararon hasta matar a cuatro cutolianos.
Antonio Bardellino estaba afiliado a la Cosa Nostra, se hallaba vinculado a Tano Badalamenti, era socio y amigo de Tommaso Buscetta, con quien compartía una villa en Sudamérica. Cuando los Corleonesi acabaron con el poder de Badalamenti-Buscetta trataron de eliminar también a Bardellino, aunque sin éxito. Los sicilianos, durante la primera fase del auge de la denominada Nueva Camorra Organizada, intentaron eliminar también a Raifaele Cutolo. Para ello enviaron a un killer, Mimmo Bruno, en un ferry desde Palermo; pero este fue asesinado en cuanto puso el pie fuera del puerto. La Cosa Nostra siempre ha sentido por los Casalesi una especie de respeto y sumisión; pero cuando, en el año 2002, estos mataron a Raifaele Lu— brano —boss de Pignataro Maggiore, cerca de Capua—, un hombre afiliado a la Cosa Nostra, concertado directamente por Totó Riina, muchos temieron que se desatara la venganza. Recuerdo que el día después de la emboscada, un quiosquero, que vendía un periódico local, se dirigía a un cliente mascullando entre dientes sus temores:
—Como también se líen a pelear los sicilianos perderemos la paz durante tres años!
—Qué sicilianos? ¿Los mafiosos?
—Sí, los mafiosos.
—Esos tienen que arrodillarse delante de los Casalesi y tragar. Eso es lo único que tienen que hacer: tragar y nada más.
Una de las declaraciones que más me han llamado la atención sobre los mafiosos sicilianos la hizo Carmine Schiavone, un arrepentido del clan de los Casalesi, en una entrevista realizada en 2005. Hablaba de la Cosa Nostra como de una organización esclava de los políticos, incapaz de razonar en términos de negocios, a diferencia de los camorristas casertanos. Para Schiavone, la Mafia pretendía ser una especie de anti—Estado, y ese no era precisamente un discurso propio de empresarios. No existe el paradigma Estado/anti-Estado, sino únicamente un territorio en el que se hacen negocios, ya sea con, mediante o sin el Estado.
Nosotros vivíamos con el Estado. Para nosotros, el Estado había de existir y había de ser el Estado que era, pero teníamos una filosofia distinta de la de los sicilianos. Mientras que Riina procedía del aislamiento insular, de la montaña, era en definitiva un viejo cateto, nosotros habíamos superado esos límites, nosotros queríamos vivir con el Estado. Si alguien en el Estado nos hacía obstruccionismo, encontrábamos a otro dispuesto a favorecernos. Si era un politico no le votábamos; si e uno de las instituciones se encontraba la manera de engatusarle.
Carmine Schiavone, primo del boss Sandokan, fue el pri
en destapar los negocios del clan de los Casalesi. Cuando optó por colaborar con la justicia, su hija Giuseppina le lanzó una terrf
condena, quizá aún más letal que una condena de muerte. Escri
en algunos periódicos con letras de fuego: «Es un falso, un embuste ro, un malhechor y un hipócrita, que ha vendido a los suyos fraudu- lentamente. Una bestia. Nunca ha sido un padre para mí.Yo ni si— quiera sé qué es la Camorra».
Empresarios.Así se definen los camorristas de Caserta: nada más que empresarios. Un clan formado por ejecutivos violentos, gerentes ki— llers, constructores y terratenientes. Cada uno con sus propias bandas armadas, confabuladas entre sí y con diversos intereses en todos los ámbitos económicos. La fuerza del cártel de los Casalesi ha sido siempre la de negociar con grandes partidas de droga sin necesidad de alimentar un mercado interno. La gran plaza romana es su referente de venta al por menor, aunque ha asumido mucha mayor relevancia el carácter intermediario en la compraventa de grandes partidas. Las actas de la Comisión Antimafia de 2006 señalan que los Casalesi abastecían de droga a las familias de Palermo. La alianza con los clanes nigerianos y albaneses les ha permitido emanciparse de la gestión directa de la venta al por menor y del narcotráfico. Los pactos con los clanes nigerianos de Lagos y de la ciudad de Benín, las alianzas con las familias mafiosas de Pritina y Tirana, los acuerdos con los mafiosos ucranianos de Lvov y de Kíev han emancipado a los Casalesi de las actividades criminales de primer nivel. Al mismo tiempo, los Casalesi recibían un trato privilegiado en las inversiones realizadas en los países del Este y en la adquisición de coca de los traficantes internacionales con base en Nigeria. Los nuevos líderes, las nuevas guerras: todo se había producido tras la eclosión del clan Bardellino, origen del poder empresarial de la Camorra en estas tierras. Tras haber alcanzado un dominio total en todos los ámbitos econó mico

legales e ilegales, desde el narcotráfico hasta la construcción, Antonio Bardellino se había establecido en Santo Domingo con una nueva familia. Había dado a sus hijos sudamericanos los mismos nombres que a los de San Cipriano, una manera simple y cómoda de no confundirse. Sus hombres más fieles tenían en sus manos las riendas del clan en el territorio. Habían salido indemnes de la guerra con Cutolo, habían creado empresas y se habían investido de autoridad, se habían expandido por doquier, tanto en el norte de Italia como en el extranjero. Mario lovine,Vincenzo De Falco, Francesco Schiavo— ne «Sandokan», Francesco Bidognetti «Cicciotto di Mezzanotte» y Vincenzo Zagaria eran los capos de la confederación casalesa. A comienzos de la década de 1980, Cicciotto di Mezzanotte y Sandokan, responsables militares, pero también empresarios con intereses en todos los ámbitos, habían madurado ya la posibilidad de dirigir el enorme ente multicéfalo de la confederación. Sin embargo, tenían en Mario lovine a un boss demasiado ligado a Bardellino, un capo reacio a apostar por la autonomía. Adoptaron, pues, una estrategia sibilina, aunque políticamente eficaz. Utilizaron las asperezas de la diplomacia camorrista del único modo que podía permitirles realizar su objetivo: hacer estallar una guerra interna en la sociedad.


Como relata el arrepentido Carmine Schiavone, los dos boss presionaron a Antonio Bardellino para hacerle regresar a Italia y empujarlo a eliminar a Mimi lovine, hermano de Mario, que tenía una tienda de muebles y era completamente ajeno oficialmente a la dinámica de la Camorra, aunque según los dos boss había desempeñado demasiadas veces el papel de confidente de los carabineros. Para convencer al boss le habían contado que incluso Mario estaba dispuesto a sacrificar a su hermano con tal de mantener firme el poder del clan. Bardellino se dejó convencer e hizo matar a Mimi cuando iba a trabajar a su tienda de muebles. Poco después del atentado, Ciciotto di Mezzanotte y Sandokan presionaron a Mario lovine para que eliminara a Bardellino, diciéndole que había osado matar a su hermano con un pretexto, solo por un rumor; un doble juego que lograría enfrentar al uno contra el otro. Empezaron, pues, a organi— zarse. Los delfines de Bardellino estaban todos de acuerdo en eliminar al capo de los capos, el hombre que, más que nadie en la Campania, había creado un sistema de poder criminal—empresarial. C0E vencieron al boss de que se trasladara de Santo Domingo a su ví brasileña, diciéndole que la Interpol le pisaba los talones. En Brasi en 1988, fue a verle Mario lovine con el pretexto de tratar asuntG de negocios en la empresa de importación y exportación de harina ¿ pescado—cocaína. Una tarde, lovine —que en aquel momento no 11 yaba la pistola en la pernera— cogió un mazo y le abrió la cabeza Bardellino. Luego enterró el cuerpo en un hoyo excavado en playa brasileña, donde jamás le encontrarían; así nació la leyenda ¿ que Antonio Bardellino en realidad seguía vivo y gozando de sus ri quezas en alguna isla de Sudamérica. Una vez ejecutada la opera., ción, el boss telefoneó de inmediato aVincenzo De Falco para co municarle la noticia y dar comienzo a la matanza de todos los bardellinianos. Pande Salzillo, sobrino de Bardellino y en la práctical su verdadero heredero, fue invitado a una cumbre de todos los din— gentes del cártel casalés. Cuenta el arrepentido Carmine Schiavone que le hicieron sentar a la cabecera de la mesa, en representación de su tío. Entonces, de repente, Sandokan se abalanzó sobre él y empezó a estrangularle, mientras su primo, su homónimo conocido como «Cicciariello», y otros dos individuos, Raifaele Diana y Giuseppe Caterino, le sujetaban los brazos y las piernas. Había podido matarle de un tiro o de una puñalada en el estómago como hacían los antiguos boss. Pero, en cambio, tenía que hacerlo con sus propias manos, tal como se mata a los viejos reyes cuando son reemplazados por otros nuevos. Desde que, en 1345,Andrés de Hungría fue estrangulado en Aversa, en una conjura organizada por su mujer,Juana 1, y los nobles napolitanos dirigidos por Carlos Durazzo, que ambicionaba el trono de Nápoles, en la campiña aversana el estrangulamiento se había convertido en el símbolo de la sucesión al trono, del reemplazo violento de un soberano por otro. Sandokan había de demostrar a todos los boss que él era el heredero; que él, por derecho de ferocidad, era el nuevo líder de los Casalesi.
Antonio Bardeffino había creado un complejo sistema de dornimo, y todas las células empresariales que se habían generado en su seno ya no podían permanecer por mucho más tiempo limitadas a los compartimientos que él dirigía. Habían alcanzado su madurez, debían expresar todo su poder, sin más vínculos de jerarquía. Sandokan Schiavone se convirtió, así, en el líder. Había erigido un sistema extretnadamente eficiente, ligado del todo a su familia. Su hermano Walter coordinaba las baterías de fuego; su primo Carmine gestionaba el aspecto económico y financiero; su primo FrancescO fue elegido alcalde de Casal di Principe, y su otro primo, Nicola, concejal de economía y finanzas,Todos ellos pasos importantes para llegar a afianzarSe en el territorio, lo que en la fase de auge significa mucho. El poder de Sandokan se afirmó en los primeros años de su dominio también a través de sus estrechos vínculos políticos. Por un conflicto con la vieja Democracia Cristiana, en Casal di Principe, en 1992, los clanes apoyaron al Partido Liberal Italiano, que experimentó la mayor remontada de toda su historia: de un escaso 1 por ciento pasó, tras contar con el apoyo del clan, nada menos que al 30 por ciento. Sin embargo, todos los demás hombres de primera línea del clan eran contrarios al liderazgo absoluto de Sandokan; sobre todo los De Falco, un grupo capaz de contar con sus propios carabineros y policías con alianzas empresariales y políticas. En 1990 hubo varias reuniones de dirigentes de los Casalesi. A una de ellas se invitó incluso aVincenzo De Falco, apodado «el Fugitivo». Al parecer, los boss pretendían eliminarlo. Pero no se presentó. Sí se presentaron en cambio, los carabineros, que arrestaron a todos los invitados. En 199 1,VincenzO De Falco fue asesinado: lo acribillaron a tiros en su coche. La policía lo encontró desplomado, con el equipo de música atravesado por una bala y un casete de Modugno todavía funcionafldO.Tras esta muerte se produjo una escisión entre todas las familias de la confederación de los Casalesi. Por un lado, las familias cercanas a Sandokan_IOVine: Zagania, Reccia, Bidognetti y Caterino. Por el otro, las familias próximas a De Falco:
Quadrano, La Torre, Luise y Salzillo. Los De Falco respondieron a la muerte del Fugitivo matando a Mario lovine en Cascais, Portugal, en 1991. Lo acribillaron a tiros cuando estaba en una cabina telefónica. Con la muerte de lovine se despejó el camino para Sandokan Schiavone. Hubo cuatro años de guerras, de constantes matanzas entre las familias próximas a Schiavone y las cercanas a De Falco. Años de cambios y de alianzas, de clanes que pasaban de un bando a otro; no hubo una verdadera solución, sino un reparto de territorios y de poder. Sandokan se convirtió en el símbolo de la victoria de su sobre las demás familias. Después, todos sus enemigos se convirtie en aliados suyos. Cemento y narcotráfico, crimen organizado, traxi portes, residuos, y monopolio del comercio y de los gravámenes s bre suministros. Este era el territorio empresarial de los Casalesi Sandokan. Los consorcios del cemento se convirtieron en un arr ftindamental para los clanes casaleses.
Cualquier empresa de construcción debía abastecerse con el c mento de dichos consorcios, y así, este mecanismo pasaba a ser fixfl damental para que los clanes entraran en relación con todos los presarios de la construcción que había en el territorio y con todos k negocios posibles. El precio del cemento de los consorcios gestion dos por los clanes, como declararía con frecuencia Carmine Schia ne, llegaba a tener grandes ventajas, puesto que, además del cemen los barcos de los consorcios distribuían armas a los países de Orient Próximo sobre los que pesaban embargos. Este segundo nivel de c mercio permitía reducir los costes del nivel legal. Los clanes Cas, ganaban en todas y cada una de las fases de la economía de la cons trucción. Suministrando cemento, proporcionando empresas subcon tratadas, y recibiendo una comisión sobre los grandes negocios; t comisión que resultaba ser un punto de partida, ya que sin ella sus efi- cientes empresas económicas no habrían podido trabajar, y tampoco habría podido hacerlo ninguna otra firma sin perjuicios y de forma barata. Se puede cuantificar el volumen de negocio gestionado por la familia Schiavone en 5.000 millones de euros. Toda la potencia económica del cártel de las familias de los Casalesi, entre bienes inmuebles, casas de labranza, acciones, líquido, empresas de construcción, azucareras, cementeras, usura, tráfico de drogas y tráfico de armas, ronda los 30.000 millones de euros. La Camorra casalesa se ha convertido en una empresa polivalente; la más sólida de la Campania, capaz de participar en todos los negocios. La cantidad de capital que ha acumulado ilegalmente le posibilita contar a menudo con un crédito barato que, a su vez, permite a sus empresas desbaratar a la competencia con precios bajos y con intimidaciones. La nueva burguesía camorrista casalesa ha transformado la relación de extorsión en una especie de servicio adicional, y el crimen organizado, en una partícipación en la empresa de la Camorra. Pagar una mensualidad al clan puede significar concederle exclusivamente dinero para sus negocios, pero, al mismo tiempo, puede significar también disponer de protección económica con los bancos, servicio de transporte puntual y respetados agentes comerciales: el crimen organizado como una adquisición planificada de servicios. Esta nueva concepción del crimen organizado proviene de una investigación realizada en el año 2004 por la jefatura de policía de Caserta, que concluyó con el arresto de dieciocho personas. Francesco Schiavone, Sandokan, Michele Zagaria y el clan Moccia eran los socios más importantes de Cirio y Parmalat* en la Campania. En toda la provincia de Caserta, en una parte importante de la de Nápoles, en todo el bajo Lacio, en parte de las Marcas y de los Abruzos, y también en parte de Lucania, la leche distribuida por Cirio y, más tarde, por Parmalat había conquistado el 90 por ciento del mercado; un resultado obtenido gracias a la estrecha alianza con la Camorra casalesa y a las comisiones que las empresas pagaban a los clanes para mantener una posición predominante. Eran varias las marcas implicadas, pero todas ellas relacionadas en última instancia con el imperio Eurolat, la empresa que en 1999 pasó de manos de la Cirio de Cragnotti a las de la Parmalat de Tanzi.
Los jueces habían dispuesto el embargo de tres concesionarias y de varias firmas dedicadas a la distribución y venta de leche, todas ellas, según la acusación, controladas por la Camorra casalesa. Las empresas lácteas estaban registradas a nombre de testaferros que actuaban por cuenta de los Casalesi. Para obtener el papel de cliente especial, primero Cirio, y luego Parmalat, habían tratado directamente con el cuñado de Michele Zagaria, prófugo de la justicia desde hacía una década y regente del clan de los Casalesi. El trato de favor se conseguía sobre todo a través de políticas comerciales. Las marcas de Cirio y Parmalat concedían a los distribuidores un descuento especial —del 4 al 6,5 por ciento, en lugar del habitual, que rondaba el 3 por ciento—, además de diversas primas de producción; de modo que también los supermercados y detallistas podían conseguir buenos descuentos en los precios: los Casalesi creaban así una
* En ambos casos se trata de importantes empresas alimentarias. (N de los T)

conformidad generalizada con respecto a su predominio


Luego, donde no llegaban el convencimiento pacífico o el intc común, entraba en acción la violencia: amenazas, extorsiones, d trucción de los camiones de transporte de mercancías... Agr
los camioneros, asaltaban los TIR de las empresas de la comp etenc o pegaban fuego a los almacenes, creando un clima de temor gez ralizado, hasta el punto de que en las zonas controladas por los
resultaba imposible no solo distribuir, sino incluso encontrar a guien dispuesto a vender marcas distintas de las impuestas por
Casalesi. Quienes acababan pagándolo al final eran los consumíc res, ya que, en aquella situación de monopolio y de mercado bi queado, los precios finales quedaban fuera de todo control por fa1 de una verdadera competencia.
El gran acuerdo entre las empresas lácteas nacionales y la C morra se rompió en el otoño de 2000, cuando un afiliado de
Casalesi, Cuono Lettiero, empezó a colaborar con los jueces y a e plicar las estrechas relaciones comerciales de los clanes. La certeza d poder contar con un volumen de ventas constante era la manera directa y automática de disponer de un aval frente a los bancos; e sueño de cualquier gran empresa. En semejante situación, Cirio’ Parmalat resultaban ser oficialmente las «partes agraviadas», esto es, víctimas de la extorsión, aunque los investigadores están convencido de que el clima de negocios era relativamente distendido y que la dos partes, las empresas nacionales y los camorristas locales, obraban con mutua satisfacción.
Jamás ni Cirio ni Parmalat habían denunciado que sufrieran las imposiciones de los clanes de la Campania, si bien en 1998 un empleado de Cirio había sido víctima de una agresión en su residencia de la provincia de Caserta, donde fue brutalmente golpeado con un bastón delante de su mujer y de su hija de nueve años porque no había obedecido las órdenes del clan. Ni rebelión ni denuncia alguna:
la seguridad del monopolio era preferible a la incertidumbre del mercado. Los pagos distribuidos para mantener el monopolio y ocupar el mercado de la Campania habían de justificarse en los balances de las empresas, pero eso no representaba ningún problema en el país de las finanzas creativas y de la despenalización de la falsedad en los balances: falsas facturas, falsas esponsoriZaci0h1 y falsas primas de fin de año sobre el volumen de leche vendido venían a resolver cualquier problema contable. En 1997, por ejempl0 se financiaron espectáculos inexistentes: la Feria de la Mozzarefla, Música al Aire Libre, e incluso la fiesta de San Tammaro, patrón de Villa Literno. En el caso de Cirio, la empresa llegó a financiar, corno muestra de gratitud por la labor realizada, incluso una sociedad deportiva gestionada de hecho, por el clan Moccia, la Polisportiva Afragoiese, además de una tupida red de clubes deportivoS musicales y recreativos: la «sociedad civil» de los Casalesi en el territorio.
El poder del clan en los últimos años ha crecido enormemente, llegando a alcanzar el este de Europa: Polonia, Rumanía, Hungría... Precisamente en Polonia, en marzo de 2004, fue arrestado Francesco Schiavone, Cicciariello, el primo de Sandokan, el boss bigotudo y rechoncho, una de las personalidades más importantes de la sociedad camorrista. Era buscado por diez homicidios, tres secuestros, nueve tentativas de homicidio y numerosas violaciones de las leyes en materia de armas, además de extorsión. Lo pillaron cuando iba a hacer la compra con su compañera rumana, Luiza BoetZ, de veinticinco años de edad. Cicciariello se hacía llamar Antonio, y. aparentaba ser un sim- pie empresario italiano de cincuenta y un años. Sin embargo, su pareja Luiza debería haber intuido que algo no iba bien en su vida, puesto que para encontrarSe con él en Krosno, cerca de Cracovia, había tenido que dar un tortuoso rodeo en tren para despistar a los sabuesos de la policía. Un viaje con varias etapas, en el que la habían seguido a través de tres fronteras y luego en automóvil hasta la periferia de la ciudad polaca. A Cicciariello le habían detenido en la caja del supermercado; se había cortado el bigote y se había estirado su encrespado cabello, y además estaba más delgado. Aunque se había trasladado a Hungría, había viajado a Polonia para encontrarSe con su compañera.Teflia enormes negocios, criaderos, terrenos edificables de su propiedad y corretajes de empresas del lugar. El representante italiano del SECI, un organismo dedicado a combatir la criminalidad transfronteriza en la Europa sudoriental, había denunciado que Schiavone y sus hombres viajaban con frecuencia a Rumania y tenían importantes negocios en las ciudades de l3árlad (al este del país), Sinaia (centro) y Cluj (oeste), así como en la costa del mar Negro. Cicci rielo Schiavone tenía dos amantes: además de Luiza Boetz esta Cristina Coremanciau, también rumana. En Casale, la noticia de detención «por medio de una mujer», pareció ser motivo de befa ci boss. Un periódico local tituló, casi como mofndose de él: «Ciccia rielo arrestado con su amante». En realidad, las dos amantes era’ auténticas gestoras que habían velado en su nombre por sus inversi nes en Polonia y Rumanía, haciéndose indispensables para sus neg cios. Cicciariello era uno de los últimos boss de la familia Schiavon detenidos. Muchos dirigentes y soldados del clan de los Casalesi ha bían acabado en la cárcel a lo largo de veinte años de poder y de conffictos. El macrojuicio «Espartaco», llamado como el gladiador rebel - que precisamente desde estas mismas tierras intentó la mayor insu-’ rrección que Roma había conocido nunca, recogía la suma de las in-. vestigaciones sobre el cártel de los Casalesi y todas sus ramificaciones,
El día de la sentencia fui al tribunal de Santa Maria CapuaVete— re. Encajé mi Vespa en un intersticio entre dos coches, y me dispuse a entrar en el edificio. Me esperaban algunas videocámaras y máquinas fotográficas, aunque había muy pocas, y solo de periódicos y emisoras de televisión locales. Los carabineros y policías, en cambio, estaban por todas partes: había casi doscientos. Dos helicópteros sobrevolaban el tribunal a baja altura, dejando que el rumor de las palas se nos metiera a todos en los oídos. Perros antibomba, patrullas... Una tensión altísima.Y sin embargo, la prensa y la televisión nacionales brillaban por su ausencia. El mayor proceso contra un cártel criminal tanto por el número de imputados como por las condenas propuestas había sido completamente ignorado por los medios de comunicación. Los encargados de su gestión conocen el proceso «Espartaco» por un número: el 3.615, que es el número del registro general atribuido al sumario, con cerca de mil trescientas pesquisas iniciadas por la Dirección de Distrito Antimafla (DDA) en 1993 partiendo de las declaraciones de Carmine Schiavone.
Un proceso que duró siete años y veintiún días, con un total de 626 vistas. El proceso antimafla más completo realizado en Italia en los últimos quince años: 500 testimonios, además de los 24 colaboradores de la justicia, de los que seis resultaron imputados; 90 carpetas de actas, sentencias de otros procesos documentos, transcrj ciones de escuchas. Casi un año después de la campaña de 199S a- ron también los sumarios subsidiarios de «Espartaco»: «E5partac2 y «Regi Lagní», este último relacionado con la recuperación delo canales hidrográficos borbónicos del mismo nombre cuy0 orj en se remontaba al siglo xviii y que desde entonces no había0
to de una adecuada reestructuración. La recuperación de los
Lagní estuvo dirigida durante años por los clanes, los Cuales e la acusaciófl generaron contratas millonarias que luego no se
lizaron para reconstruir las viejas estructuras borbónicas, 5j0 que en cambio, se desviaron hacia sus empresas de construcción, que elos años posteriores pasarían a adquirir un papel preponderante en toda ltalia.Y luego vino, asimismo, el proceso «Aima», relativo a los fraudes que los clanes Casalesi habían cometido en los centros en donde la Comunidad Europea recogía la fruta producida en exceso nra destruirla, dando a cambio una indemnización a los agriculto0 las grandes crateras en las que se vertía la fruta, los clanes echaba escombros, hierros y desechos de los trabajos de construcc6 Pero antes hacían pasar todos aquellos desperdicios como si fueran fruta Y evidentemente recibían el dinero de las indemnizaciones ena que la fruta de sus parcelas seguía vendiéndose por doquier, Se ennitíeron 131 decretos de embargo que afectaban a empresas terrenos e industrias agrariaS por un valor global de cientos de fl’iillones de euros. También fueron objeto de embargo dos clubes de fútbol el Albanova, que jugaba en la liga C2, y el Casal di Principe
La investigación examinó también la imposición por parte del clan de la adjudicación de subcontratas de obras públicas a empresas próximas a la organiZació1 con la consiguiente gestión del sun,j tro de hormigón y de las actividades de movimiento de tierras Otro capítulo relevante de la investigación fue el relativo a los fraude cometidos en perjuicio de la CEE, en particular con respecto a las subvenciones obtenidas ilegalmente en el sector agroalimentarj0y tbién centenares de homicidios y de alianzas empresariales tje55 estaba allí, a la espera de la sentencia como todo el mundo pensaba que aquel no era un proceso como los demás, no era un simple ordinario juicio contra familias camorristas de la provincia merjna

Aquel parecía más bien un proceso a la historia, como una espd de Nuremberg para toda una generación de la Camorra, si bier diferencia de los generales del Reich, muchos de los camorristas q estaban allí seguían mandando, seguían siendo los referentes de imperio. Un Nuremberg sin vencedores. Los imputados permar cían en sus jaulas, en silencio. Sandokan comparecía mediante v conferencia, inmovilizado en la cárcel de Viterbo: habría sido deni siado arriesgado trasladarlo hasta allí. En la sala se oían solo las voc de los abogados: participaban más de veinte bufetes, y más de c cuenta personas, entre abogados y pasantes, habían estudiado, segu do, observado y defendido en el caso. Los parientes de los imputad estaban todos apiñados en una salita situada junto a la sala—búnk observando atentamente el monitor. Cuando el presidente del tri nal, Catello Marano, cogió las treinta páginas de la sentencia, se hiz un gran silencio: solo se escuchaba la respiración pesada, centenare de gargantas tragando saliva, el tictac de cientos de relojes, la silen ciosa vibración de decenas de teléfonos móviles... Era un silencid nervioso, acompañado de una orquesta de ansiosos sonidos del exte-. rior. El presidente empezó leyendo primero la lista de los condena dos, y luego la de los absueltos. Veintiuna cadenas perpetuas; más de setecientos cincuenta años de cárcel. El presidente repitió veintiuna veces la condena a prisión perpetua, a menudo repitiendo también el nombre de los condenados y otras setenta veces dio lectura a los años que otros hombres, soldados y gerentes, habían de pasar en la cárcel para pagar el precio de sus alianzas con el terrible poder casa— lés.A la una y media todo estaba a punto de terminar. Sandokan pidió que le dejaran hablar. Se agitaba, quería responder a la sentencia, remachar sus tesis y las de su bufete de abogados: que él no era más que un empresario que había triunfado, que un complot de magistrados envidiosos y marxistas había considerado que el poder de la burguesía de la campiña aversana constituía una fuerza criminal, y no el fruto del ejercicio empresarial y económico. Quería gritar que la sentencia era una injusticia.Todos los muertos de la provincia de Caserta, según su argumentación habitual, habían de atribuirse a riñas debidas a la cultura campesina de la zona, y no a conflictos de la Camorra. Pero esta vez a Sandokan no se le permitió hablar, y se le obligó a callarse como a un escolar bullicioso. Empezó a gritar, y los jueces mandaron desconectar el audio; siguió viéndose a un hombre barbudo que se revolvía hasta que se desconectó también el vídeo. La sala se, yació enseguida, y los policías y carabineros se fueron yendo poco a poco, mientras el helicóptero seguía sobrevolando el búnker judicial. Era extraño, pero yo no tenía la sensación de que el clan de los Casalesi hubiera sido derrotado. Muchos hombres habían sido castigados con unos cuantos años de cárcel; los boss no saldrían de la cárcel en toda su vida, aunque con el tiempo es probable que alguno decidiera arrepentirse y recuperar así algunos años de vida fuera de los barrotes. La rabia de Sandokan probablemente se debía a la asfixiante sensación del hombre de poder que tiene en la cabeza el mapa entero de su imperio, pero que no puede controlarlo directamente.
Los boss que deciden no arrepentirse viven de un poder metafisico, casi imaginario, y tienen que hacer de todo para olvidar a los empresarios a los que ellos mismos han sostenido y potenciado, y que, al no ser miembros del clan, pueden llegar a salir limpios de po1- yo y paja. Si quisieran, los boss podrían hacer que también ello,s acabaran en la cárcel; pero para ello habrían de arrepentirse, y eso pondría fin de inmediato a su máxima autoridad y supondría un riesgo para todos sus familiares. Además —cosa aún más trágica para un boss—, muchas veces ni siquiera podrían llegar a rastrear adónde ha ido a parar su capital, sus inversiones legales. Aun confesando, aun desvelando su poder,jamás llegarían a saber hasta el fondo dónde ha acabado su dinero. Los boss siempre pagan, es imposible que no lo hagan. Matan, gestionan baterías militares, constituyen el primer eslabón de la extracción de capital ilegal, y ello hará que sus delitos resulten siempre identificables y no tan diáfanos como los delitos económicos de sus empleados de cuello blanco. Por lo demás, los boss no pueden ser eternos. Cutolo deja paso a Bardellino, Bardellino a Sandokan, Sandokan a Zagaria, La Monica a Di Lauro, Di Lauro a los Españoles, y estos vete a saber quién. La fuerza económica del sistema de la Camorra reside precisamente en el continuo recambio de líderes y de opciones criminales. La dictadura de un hombre en el clan es siempre breve; si el poder de un boss durara demasiado, haría dispararse los precios, empezaría a monopolizar el mercado, haç. do que este se volviera rígido, invertiría siempre en los mismos pacios de mercado, sin explorar nunca otros nuevos. En lugar convertirse en un valor añadido para la economía criminal, sería obstáculo para los negocios. Así, apenas un boss llega al po poco tiempo surgen nuevas figuras dispuestas a ocupar su puesto ci la voluntad de expandirse y alzarse sobre los hombros de los giga tes que ellos mismos han contribuido a crear. Lo recordaba siem. uno de los observadores más atentos de las dinámicas del poder periodista Riccardo Orioles: <‘La criminalidad no es el poder, sir uno de los poderes».Jamás habrá un boss que pretenda sentarse en gobierno. Si la Camorra fuese todo el poder, sus negocios no r tarían esenciales en el mecanismo del escalafón legal e ilegal. En et sentido, todo arresto, todo macrojuicio, parece más bien una manea de reemplazar capos, de interrumpir fases, antes que una acción d tinada a destruir un sistema de cosas.
Los rostros publicados en fila el día después por los periódicos, unos al lado de otros, los rostros de los boss, de los soldados, de• muchachitos afiliados y de los viejos desechos de la sociedad, no re— presentaban un cerco infernal para los criminales, sino teselas de un mosaico de poder que durante veinte años nadie había podido igno rar o desafiar. Después de la sentencia del proceso «Espartaco», los boss con condenas de cárcel empezaron a lanzar amenazas implícitas y explicitas a los jueces, a los letrados, a los periodistas, y a todos aque— líos a los que consideraban responsables de haber puesto a un puñado de gerentes del cemento y de torpes killers ante los ojos de la ley.
El senador Lorenzo Diana seguía siendo el blanco privilegiado de su odio, con cartas enviadas a periódicos locales y amenazas explícitas proferidas durante el juicio. Inmediatamente después de la sentencia del caso «Espartaco», algunas personas habían entrado en el criadero de truchas del hermano del senador y las habían esparcido por los alrededores, dejándolas morir lentamente, agitándose en el suelo, asfixiadas por el aire. Algunos arrepentidos se habían referido, asimismo, a intentos de atentado por parte de los «halcones» de la organización contra el senador, unas operaciones que luego habrían sido interrumpidas por los sectores más diplomáticos del clan. Sin duda, también contribuyó a disuadirles la escolta del senador. Normalmente, la escolta armada nunca es un obstáculo para los clanes:
estos no tienen miedo de los coches blindados ni de los policías; pero sí es una señal, la señal de que el hombre al que quieren eliminar no está solo, y que no podrán desembarazarse de l con tanta facilidad como si se tratara de un individuo cuya muerte no preocupara más que a su propio círculo familiar. Lorenzo Diana es uno de esos políticos que ha decidido mostrar la complejidad del poder casalés en lugar de denunciar genéricamente a los criminales. Nacido en San Cipriano d’Aversa, ha vivido observando muy de cerca el auge del poder de Bardellino y de Sandokan, los conflictos, las matanzas, los negocios... Puede hablar de dicho poder mejor que nadie, y los clanes temen sus conocimientos y su memoria. Temen que de un momento a otro pueda atraer la atención de los medios de comunicación nacionales sobre el poder casalés, temen que en la Comisión Antimafia el seiador pueda denunciar lo que actualmente la prensa todavía ignora, relegando todo el asunto a una especie de delincuencia provinciana. Lorenzo Diana es uno de esos pocos hombres que sabe que combatir el poder de la Camorra comporta una paciencia inquebrantable, la que se requiere para empezar cada vez de cero, desde el principio, tirando uno a uno de los hilos de la madeja económica para llegar hasta los capos criminales. Poco a poco, pero con constancia, con rabia, incluso cuando la atención se disipa, incluso cuando todo parece realmente inútil y perdido en una metamol{05i5 que reemplaza unos poderes criminales por otros, sin derrotarlos jamás.
Con el proceso ya concluido, entre los Bidognetti y los Schiavone podía estallar un conflicto abierto. Durante años se habían enfrentado a través de los diversos clanes con ellos confederados, pero luego los negocios comunes habían prevalecido siempre sobre los conflictos. Los Bidognetti disponen de potentes baterías de fuego, y su territorio es el norte de la provincia de Caserta, un dominio que llega hasta la costa domicia. De carácter extremadamente feroz, en Castelvolturno habían quemado vivo a un camarero, Francesco Salvo, propietario del local en el que trabajaba, el Tropicafla, como castigo por haber osado sustituir las máquinas de videopóquer de los Bidognetti por otras gestionadas por un clan rival. Los Mezzanotte habían llegado a lanzar una bomba de fósforo contra el automóvil Gabriele Spenuso, mientras circulaba por la carretera de Nola aVillal Literno. Domenico Bidognetti había ordenado en 2001 la elimina- ción de Antonio Magliulo porque, a pesar de ser un hombre casado, se había atrevido a hacer insinuaciones a una muchacha que era prima de un boss. Le habían atado a una silla, en una playa, y frente al mar habían empezado a llenarle la boda y la nariz de arena. Para res— pirar, Magliulo tragaba y escupía arena, al tiempo que trataba de expulsarla de la nariz.Vomitaba, masticaba y agitaba el cuello, amasando la arena con la saliva y creando de ese modo una especie de primitivo cemento, una materia pegajosa que poco a poco fue ahogándole. La ferocidad de los Mezzanotte era directamente proporcional a su poder empresarial.Vinculados a la gestión de residuos, los Bidognetti habían forjado alianzas —según diversas investigaciones realizadas por la DDA de Nápoles en 1993 y en 2006— con la masonería derivada de la logia P2. Eliminaban ilegalmente, y a precios muy ventajosos, los residuos tóxicos de los empresarios ligados a la logia. Un sobrino de Cicciotto di Mezzanotte, Gaetano Cercí, arrestado en el marco de la operación «Adelphi» sobre las ecomaflas, era el contacto entre la Camorra casalesa y ciertos masones, y solía reunirse con mucha frecuencia para hablar de negocios directamente con Licio GeUi; negocios que los investigadores han llegado a identificar con el volumen financiero de una sola empresa implicada, que se ha cuantificado en más de treinta y cinco millones de euros. Cada uno de los boss, Bidognetti y Schiavone, ambos en la cárcel, y ambos con una perpetua a sus espaldas, habría podido tratar de sacar provecho de la condena del otro para lanzar a la calle a sus propios hombres y tratar de eliminar al clan rival. Hubo un momento en el que todo pareció degenerar en un enorme conflicto, de los que cada día acarrean montones de muertos.
En la primavera de 2005, el más pequeño de los hijos de Sandokan había ido a una fiesta en Parete, territorio de los Bidognetti, donde —según las investigaciones— había empezado a cortejar a una muchacha a pesar de que esta iba ya acompañada. El retoño de los Schiavone iba sin escolta, y creía que el mero hecho de ser hijo de Sandokan lo hacía inmune frente a cualquier clase de agresión.

Pero no fue así. Un pequeño grupo de personas lo arrastró fuera de casa y le dio una tunda de bofetadas, de puñetazos y de patadas en el trasero, después de lo cual hubo de ir corriendo al hospital para que le dieran puntos de sutura en la cabeza. Al día siguiente, un grupo de unas quince persoflas en motos y automóviles, se presentaron delante del bar Penélope, donde solían reunirse los muchachos que habían atacado al retoño. Entraron con bates de béisbol y lo destrozaron todo, golpeando con saña a todo el que encontraron en el interior, aunque no consiguieron identificar a los responsables de la afrenta a Schiavofle, que muy probablemente habían logrado escapar, seguramente por la puerta de atrás del bar. Luego el comando les persiguió por la calle y empezó a disparar entre la gente, alcanzando a un transeúnte en el abdomen. Como respuesta, al día siguiente llegaron tres motocicletas al café MatteOtti de Casal di Principe, donde suelen reunirse los miembros más jóvenes del clan Schiavone. Los motoristas bajaron lentamente, para dar tiempo a escapar a los transeúntes, y empezaron también ellos a destrozarlo todo. Hubo peleas a puñetazos y más de seis personas apuñaladas. La atmósfera era asfixiante: estaba a punto de empezar una nueva guerra.


La inesperada confesión de un arrepentido vino a aumentar más todavía la tensión. Se trataba de Luigi Diana, que había declarado, según un periódico local, que Bidognetti era el responsable de la primera detención de SchiavOfle, que era él quien había colaborado con los carabineros revelando el paradero del boss en Francia. Las baterías de fuego se estaban preparando y los carabineros se aprestaban a recoger los cadáveres de la matanza. Fue el propio Sandokan el que detuvo el proceso con un gesto público. Pese a estar sujeto a un duro régimen peniteflcia0 logró enviar una carta abierta a un periódico local, que se publicó el 21 de septiembre de 2005 directamente en primera página. El boss, como un afamado gerente, resolvió el conflicto desmintiendo lo que había declarado el arrepentido, a quien, entre otras cosas, poco después del arrepentimiento le habían matado a un pariente:
«El chivatazo, o, mejor dicho, quien lo anunció a los cuatro vientos y permitió mi detención en Francia, fue, como se ha probado fehacientemente, Carmine Schiavone, y no Cicciotto Bidognet 1

ti. Lo cierto es que el individuo que responde al nombre del pentido Luigi Diana dice falsedades y quiere sembrar cizaña pot’ tereses personales».


Asimismo, «sugería» al director del periódico que explicara b la noticia:
«Le ruego que no instrumentalice a este delator, que no es que un mercenario, y que no incurra en el error de convertir su rio informativo en un periódico sensacionalista, que inevitablern te perdería credibilidad como le ha sucedido a un competidor s con el que no he renovado mi suscripción, cosa que, comó yo, ha muchos otros, dejando de comprar un periódico tan instrumenq lizado».
Con la carta, Sandokan deslegitimaba al periódico compe de aquel al que la había dirigido, al tiempo que elegía oficialmente este como su nuevo interlocutor.
«No comento ni siquiera el hecho de que el periódico cc tidor suyo está habituado a escribir falsedades. El abajo firmante como el agua de la fuente: ¡transparente en todo!»
Sandokan invitó a sus hombres a comprar el nuevo periódico lugar del viejo; de decenas de cárceles de toda Italia llegaron solici- tudes de suscripción para el nuevo diario escogido por el boss y ba jas de suscripción para el que había criticado. El boss concluía su car ta de paz con Bidognetti escribiendo:
«La vida te pide siempre aquello que eres capaz de afrontar. A esos llamados arrepentidos la vida les ha pedido que afronten el fango. ¡Como los cerdos!».
El cártel de los Casalesi no estaba derrotado. Incluso salia reforzado. Según las investigaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápoles, actualmente el cártel está regido por una diarquía formada por Antonio lovine, llamado «o Ninno», es decir, el Bebé, debido a que llegó a lo más alto del clan siendo todavía un muchacho, y Michele Zagaria, el boss gerente de Casapesenna, llamado «Capastorta» por las irregularidades de su rostro, aunque parece ser que ahora se hace llamar «Manera». Los dos boss son prófugos de la justicia desde hace años, y el Ministerio del Interior los tiene en la lista de los fugitivos italianos más peligrosos. Ilocalizables, aunque seguramente siempre presentes en su lugar de origen. Ningún boss puede abandonar durante mucho tiempo sus propias raíces, puesto que sobre ellas se edifica todo el poder y también por ellas puede derrumbarse.
Apenas unos cuantos kilómetros, localidades minúsculas, escasos senderos y algunas casas de labranza perdidas en la campiña; aun así resulta imposible cogerles. Están en su tierra. Se mueven a través de trayectos internacionales, pero siempre vuelven a casa: durante la mayor parte del año están en su tierra. Todos lo saben.Y a pesar de eso, no les cogen. Las estructuras de protección son tan eficientes que impiden su detención. Sus villas siguen estando habitadas por parientes y familiares. La de Antonio lovine en San Cipriano parece un palacio modernista, mientras que la de Michele Zagaria, en cambio, es un auténtico complejo situado entre San Cipriano y Casapesenna, una casa que en lugar de techo tiene una cúpula de vidrio para permitir que entre la luz y alimentar el crecimiento de un enorme árbol que preside el centro del salón. La familia Zagaria posee decenas de empresas flliales en toda Italia, y es, según los magistrados de la DDA de Nápoles, la primera firma italiana en el sector del rnovimiento de tierras, la más potente en términos absolutos. Una supremacía económica que no nace directamente de la actividad criminal, sino de la capacidad de equilibrar los capitales legales e ilegales.
Estas empresas tienden a actuar de forma extremadamente competitiva. Tienen auténticas colonias criminales en las regiones de Emilia, Toscana, Umbría y el Véneto, donde las auditorías y los controles antimafia son más suaves y permiten la transferencia de secciones empresariales enteras. Los Casalesi primero impusieron la mordida a los empresarios del norte de la Campania, y ahora gestionan directamente el mercado. En las provincias de Módena y de Arezzo, los Casalesi tienen en sus manos la mayor parte de los negocios de construcción, y se traen mano de obra básicamente casertana.
Las investigaciones actualmente en curso muestran que las empresas de construcción ligadas al clan de los Casalesi se han infiltrado en las obras del tren de alta velocidad en el norte de Italia, después de haberlo hecho en el sur. Como revela una investigación coordinada por el juez Franco ImposimatO y realizada enjulio de 1995,las grandes empresas que se adjudicaron las principales contratas de las obras ti. Lo cierto es que el individuo que responde al nombre del ar pentido Luigi Diana dice falsedades y quiere sembrar cizaña por i tereses personales».
Asimismo, «sugería» al director del periódico que explicara la noticia:
«Le ruego que no instrumentalice a este delator, que no es ni que un mercenario, y que no incurra en el error de convertir su di rio informativo en un periódico sensacionalista, que inevitable te perdería credibilidad como le ha sucedido a un competidor suc con el que no he renovado mi suscripción, cosa que, como yo, harO muchos otros, dejando de comprar un periódico tan instrumenta4 lizado».
Con la carta, Sandokan deslegitimaba al periódico competidor de aquel al que la había dirigido, al tiempo que elegía oficialmente este como su nuevo interlocutor.
«No comento ni siquiera el hecho de que el periódico competidor suyo está habituado a escribir falsedades. El abajo firmante es 1 como el agua de la fuente: ¡transparente en todo!»
Sandokan invitó a sus hombres a comprar el nuevo periódico en lugar del viejo; de decenas de cárceles de toda Italia llegaron solicitudes de suscripción para el nuevo diario escogido por el boss y bajas de suscripción para el que había criticado. El boss concluía su carta de paz con Bidognetti escribiendo:
«La vida te pide siempre aquello que eres capaz de afrontar. A esos llamados arrepentidos la vida les ha pedido que afronten el fango. ¡Como los cerdos!».
El cártel de los Casalesi no estaba derrotado. Incluso salía reforzado. Según las investigaciones de la Fiscalía Antimafla de Nápoles, actualmente el cártel está regido por una diarquía formada por Antonio lovine, llamado «o Ninno», es decir, el Bebé, debido a que llegó a lo más alto del clan siendo todavía un muchacho, y Michele Zagaria, el boss gerente de Casapesenna, llamado «Capastorta» por las irregularidades de su rostro, aunque parece ser que ahora se hace llamar «Manera». Los dos boss son prófugos de la justicia desde hace años, y el Ministerio del Interior los tiene en la lista de los fugitivos italianos más peligrosos. Ilocalízables, aunque seguramente siempre presentes en su lugar de origen. Ningún boss puede abandonar durante mucho tiempo sus propias raíces, puesto que sobre ellas se edifica todo el poder y también por ellas puede derrumbarse.
Apenas unos cuantos kilómetros, localidades minúsculas, escasos senderos y algunas casas de labranza perdidas en la campiña; aun así resulta imposible cogerles. Están en su tierra. Se mueven a través de trayectos internacionales, pero siempre vuelven a casa: durante la mayor parte del año están en su tierra. Todos lo saben.Y a pesar de eso, no les cogen. Las estructuras de protección son tan eficientes que impiden su detención. Sus villas siguen estando habitadas por parientes y familiares. La de Antonio lovine en San Cipriano parece un palacio modernista, mientras que la de Michele Zagaria, en cambio, es un auténtico complejo situado entre San Cipriano y Casapesenna, una casa que en lugar de techo tiene una cúpula de vidrio para permitir que entre la luz y alimentar el crecimiento de un enorme árbol que preside el centro del salón. La familia Zagaria posee decenas de empresas filiales en toda Italia, y es, según los magistrados de la DDA. de Nápoles, la primera firma italiana en el sector del movimiento de tierras, la más potente en términos absolutos. Una supremacía económica que no nace directamente de la actividad criminal, sino de la capacidad de equilibrar los capitales legales e ilegales.
Estas empresas tienden a actuar de forma extremadamente competitiva. Tienen auténticas colonias criminales en las regiones de Emilia,TOscafla, Umbría y elVéneEo, donde las auditorías y los controles antimafia son más suaves y permiten la transferencia de secciones empresariales enteras. Los Casalesi primero impusieron la mordida a los empresarios del norte de la Campaflia, y ahora gestionan directamente el mercado. En las provincias de Módena y de Arezzo, los Casalesi tienen en sus manos la mayor parte de los negocios de construcción, y se traen mano de obra básicamente casertafla.
Las investigaciones actualmente en curso muestran que las empresas de construcción ligadas al clan de los Casalesi se han infiltrado en las obras del tren de alta velocidad en el norte de Italia, después de haberlo hecho en el sur. Como revela una investigación coordinada por el juez Franco Imposimato y realizada enjulio de 1995,las grandes empresas que se adjudicaron las principales contratas de las obras del TAV (Tren de Alta Velocidad) Nápoles-Roma habían subcont tado, a su vez, a Edilsud, vinculada nada menos que a Michele Zaga ria, así como a varias decenas más de empresas ligadas al cártel casal
Un negocio, el de la línea de alta velocidad Nápoles-Roma, que 1 producido cerca de diez billones de liras.
Las investigaciones revelaron que el clan Zagaria había estable cido ya acuerdos con las ‘ndrine o clanes calabreses para parl
con sus propias empresas en las contratas cuando las líneas de alta ve< locidad llegaran a la región de Calabria. Los Casalesi estaban listos como lo están ahora. La rama de Casapesenna de la sociedad casale sa ha logrado penetrar, según las investigaciones de la Fiscalía Anti mafia de Nápoles en los últimos años, en una serie de obras públicas en el centro y norte del país, participando en la reconstrucción de 1 región de Umbría tras el terremoto de 1997. Toda gran contrata obra puede llegar a ser dominada en todas sus fases por las empresas1 de la Camorra de la campiña aversana: fletes, movimientos de tierras,] transportes, materiales, mano de obra...
Las empresas de la campiña aversana están listas para intervenir:
organizadas, económicas, rápidas y eficientes. Las empresas de construcción de Casal di Principe son oficialmente 517. Muchísimas emanan directamente de los clanes, y varios cientos de ellas se encuentran en todas las poblaciones de la campiña aversana, un auténtico ejército dispuesto a cementar todo lo que se le ponga por delante. Los clanes no parecen haber obstaculizado el desarrollo del territorio, que más bien les reportaba ventajas a la hora de hacer caja. En una zona de poquísimos kilómetros cuadrados, se han edificado en los últimos cinco años auténticos reinos comerciales de cemento:
uno de los mayores cines multisalas de toda Italia, en Marcianise; el mayor centro comercial del sur del país, en Teverola; el mayor centro comercial de Europa, también en Marcianise; y todo ello en una región con elevadísimas tasas de paro y un flujo constante de emigrantes. Unos enormes complejos comerciales que, lejos de ser «no- lugares», como los definiría el etnólogo Marc Augé, parecerían ser más bien «lugares-inicio»: supermercados donde todo lo que puede ser comprado y consumido permite «bautizar» capitales que de otro modo no habrían podido encontrar su partida de nacimiento legal; lugares donde se «inicia», pues, el origen legal del dinero, su «bautismo» oficial. Cuantos más centros comerciales se construyen, más obras se levantan, más mercancías se traen, más proveedores trabajan, más transportes llegan, y más rápido logra sobrepasar el dinero el impreciso perímetro del territorio ilegal para entrar en el legal.
Los clanes se han beneficiado del desarrollo estructural de la provincia y están listos para recoger su parte del botín. Esperan con ansia el inicio de las grandes obras en su territorio: el metro de Ayer— sa y el aeropuerto de Grazzanise, que será uno de los más grandes de Europa, construido a poca distancia de las casas de campo que fueron de Cicciariello y de Sandokan.
Los Casalesi han diseminado sus bienes por toda la provincia. Solo los bienes inmuebles embargados por la DDA de Nápoles en los últimos pocos años equivalen a 750 millones de euros. La lista resulta espeluznante. Solo en el marco del proceso «Espartaco» se han embargado 199 edificios, 52 terrenos, 14 sociedades, 12 automóviles y tres embarcaciones. En el curso de los años se ha embargado a Schiavone y a sus fiduciarios, a raíz de un proceso de 1996, bienes por valor de 450.000 millones, empresas, chalets, terrenos, edificios y automóviles de gran cilindrada (entre ellos, el Jaguar en el que encontraron a Sandokan en su primer arresto). Embargos que habrían destruido a cualquier empresa, pérdidas que habrían arruinado a cualquier empresario, auténticos mazazos económicos que habrían asfixiado a cualquier grupo económico; a cualquiera, menos al cártel de los Casalesi. Cada vez que leía noticias sobre secuestros de inmuebles, cada vez que tenía ante mis ojos las listas de bienes que la DDA embargaba a los capos, experimentaba una sensación de incomodidad y cansancio. Mirara donde mirase, parecía que todo estaba allí. Todo: tierras, granjas de búfalas, casas de labranza, obras, aparcamientos y queserías, hoteles y restaurantes. Era como una especie de omnipotencia camorrista: no lograba ver otra cosa que no fuera propiedad suya.
Había un empresario que, más que ningún otro, había gozado de ese poder total, el de convertirse en amo y señor de todo: Dante Passarelli, de Casal di Principe. Fue detenido hace años por asociación camorrista, acusado de ser el cajero del clan de los Casalesi, y la fiscalía propuso la pena de ocho años de reclusión por el delito 41 bis. No era este simplemente uno de los muchísimos empresari que hacían negocios con los clanes, o por medio de ellos: Passarelli era el Empresario en términos absolutos, el número uno, el más pró- ximo y el más fiable. Era un antiguo charcutero con grandes dotes comerciales, y dichas dotes le habían bastado, puesto que había sido. elegido, según la acusación, para convertirse en el inversor de una parte de los capitales del clan. Pasó a ser mayorista, y luego industrial De empresario de la pasta se convirtió también en empresario de l construcción, y, más tarde, pasó del azúcar al catering, hasta llegar al fútbol. El patrimonio de Dante Passarelli, según las estimaciones de la Dirección de Investigación Antimafla (DIA), valía entre trescientos y cuatrocientos millones de euros. Buena parte de aquella riqueza era fruto de su participación accionarial y de su considerable cuota de mercado en el sector agroalimentario. Era propietario de Ipam, una de las más importantes azucareras de Italia. Era líder en la distribución de comidas preparadas con la empresa Passarelli Dante e Fi— gli, que se había adjudicado la contrata para los comedores de los hospitales de Santa Maria CapuaVetere, de Capua y de Sessa Aurunca.Y era dueño de cientos de pisos, sedes comerciales e industriales. En el momento de su detención, el 5 de diciembre de 1995, todos estos bienes fueron objeto de embargo: nuevos edificios en Villa Li- terno; un piso en Santa Maria CapuaVetere; otro en Pinetamare; un edificio en Casal di Principe; y más tarde, diversos terrenos en Cas— telvolturno, en Casal di Principe, en Villa Literno y en Cancello Arnone, además del complejo agrícola La Balzana, en Santa Maria La Fossa, compuesto por 209 hectáreas de terreno y 40 construcciones rurales.Y luego estaba la joya de la corona: el Anfra III, un lujosísimo yate con decenas de habitaciones, parquet y bañera de hidromasaje, que tenía atracado en Gallípoli. En el A nfra III, Sandokan y su esposa habían hecho un crucero por las islas griegas. Las pesquisas estaban llevando a la progresiva confiscación de todos esos bienes cuando Dante Passarelli fue hallado muerto, en noviembre de 2004, tras caerse por el balcón de una de sus casas. Fue su mujer quien encontró el cuerpo, con la cabeza rota y la espina dorsal destrozada. La investigación sigue aún en curso. Todavía no se sabe si ha sido la fatalidad, o una conocidísima mano anónima, la que hizo caer al empresario del balcón en construcción. Con su muerte, todos sus bienes, que deberían haber pasado a disponibilidad del Estado, han vuelto a su familia. El destino de Passarelli ha sido el de un comerciante que, por sus dotes empresariales, había recibido mucho más capital del que jamás podría llegar a administrar, pero que supo hacer aumentar de forma extraordinaria. Luego llegó el tropiezo, la investigación judicial, y ni ese mismo patrimonio pudo defenderle del embargo. Al igual que sus dotes de empresario le habían valido un imperio, así también la derrota de los embargos le valió la muerte. Los clanes no permiten errores. Cuando indicaron a Sandokan, durante un juicio, que Dante Passarelli había muerto, el boss se limitó a decir con serenidad:
—Descanse en paz!
El poder de los clanes seguía siendo el poder del cemento. En sus actividades de construcción yo había sentido fisicamente, visceralmente, toda su potencia. Durante varios veranos había trabajado en la construcción, y para ponerme a amasar cemento no me bastaba sino mencionar mi origen al capataz, y nadie me negaba jamás el trabajo. La región de Campania suministraba los mejores albañiles de toda Italia: los más decididos, los más rápidos, los más económicos y los menos hinchapelotas. Un trabajo bestial, que jamás he llegado a aprender demasiado bien, un oficio que te puede proporcionar un buen dinero solo si estás dispuesto a hacerlo con todas tus fuerzas, todos tus músculos, todas tus energías; a trabajar en cualesquiera condiciones meteorológicas, lo mismo con el pasamontañas en la cabeza que en calzoncillos. Acercarme al cemento, con las manos y con la nariz, ha sido el único modo de entender en qué se fundamentaba el poder, el verdadero poder.
Fue cuando murió Francesco lacomino, no obstante, cuando comprendí hasta el fondo los mecanismos de la construcción. Tenía treinta y tres años cuando lo encontraron con el mono de trabajo tirado en el empedrado, en el cruce entre laVia Quattro Orologi y la Via Gabriele D’AnnunziO, en Ercolano. Se había caído de un andamio.Tras el incidente habían huido todos, incluido el aparejador. Na die había llamado a la ambulancia, temiendo que esta pudiera llega antes de que hubieran podido darse a la fuga. Así que, mientras escapaban, habían dejado el cuerpo en mitad de la calle, todavía vivo y escupiendo sangre de los pulmones. Esta enésima noticia de muerte, uno de los trescientos albañiles que reventaban cada año en las obras de toda Italia, en cierto modo me había calado hondo. Con la muerte de lacomino se me despertó una rabia de aquellas que se parecen más a un ataque de asma que a una crisis nerviosa. Me habría gusta- do hacer como el protagonista de La vita agra, de Luciano Bianciar— di, que llega a Milán con la intención de hacer saltar por los aires el rascacielos Pirellone para vengar a los 48 mineros de Ribolla, muertos a consecuencia de una explosión en la mina, en mayo de 1954, en el pozo Camorra, llamado así por sus infames condiciones de trabajo. Quizá yo también debía escoger un edificio representativo y hacerlo saltar por los aires; pero aun antes de caer en la esquizofrenia del terrorista, apenas iniciada la crisis asmática de la rabia, me retumbó en los oídos el célebre escrito de denuncia de Pasolini, el «Yo sé», como una pieza musical que se repitiera hasta el hastío.Y así, en lugar de buscar edificios para hacer saltar por los aires, me fui a Casar— sa, a visitar la tumba de Pasolini. Me fui solo, aunque estas cosas, para que resulten menos patéticas, habría que hacerlas en compañía o en grupo. Con un grupo de fieles lectores, o con una novia. Pero yo, obstinadamente, me fui solo.
Casarsa es un bello lugar, uno de esos lugares en donde te es cii pensar en alguien que quiera vivir de la literatura, y en cambio se te hace diflcil pensar en alguien que se vaya de su tierra natal para caer más bajo, más allá de la línea del infierno. Fui a visitar la tumba de Pasolini no como un homenaje, ni siquiera como una celebración. Pier Paolo Pasolini; el nombre uno y trino, como decía Capro— ni, no es
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