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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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Angelina Jolie

En los días sucesivos acompañé a Xian a sus reuniones de negocios. En realidad, me había escogido para que le hiciera compañía durante los desplazamientos y las comidas. O me pasaba hablando o no soltaba prenda. Los dos extremos le gustaban. Me enteraba de cómo se sembraba y cultivaba la simiente del dinero, de cómo se dejaba en barbecho el terreno de la economía. Llegamos a Las Vegas. Al norte de Nápoles. Aquí llamamos a esa zona Las Vegas por diversas razones. Al igual que Las Vegas de Nevada, está construida en medio del desierto, así que estas aglomeraciones también parecen emerger de la nada. Se llega por un desierto de carreteras. Kilómetros de asfalto, de carreteras inmensas que en unos minutos te llevan fuera de este territorio para conducirte a la autopista hacia Roma, directo hacia el norte. Carreteras hechas no para turismos sino para camiones, no para trasladar a ciudadanos sino para transportar ropa, zapatos, bolsos. Viniendo de Nápoles, estos pueblos aparecen de repente, plantados en el suelo uno junto a otro. Grumos de cemento. Las carreteras se enmarañan a los lados de una recta en la que se alzan sin solución de continuidad Casavatore, Caivano, Sant’Antimo, Melito, Arzano, Piscinola, San Pietro a Patierno, Frattamaggiore, Frattaminore, Grumo Nevano. Marañas de carreteras. Pueblos idénticos que parecen una sola gran ciudad. Carreteras, que partidas por la mitad, una pertenece a un pueblo y la otra, a otro.


Habré oído cientos de veces llamar a la zona de Foggia «Califoggia», o al sur de Calabria «Calafrica» o «Calabria Saudí», o incluso decir «Sahara Consilina» en lugar de Sala Consilina, o «Tercer Mundo» para referirse a una zona de Secondigliano. Pero aquí Las vegas es realmente LasVegas. Durante años, cualquier persona que huiera querido hacer carrera empresarial eneste territorio habría po—
- o hacerlo. Convertir el sueño en realidad. Con un préstamo, una idación o unos buenos ahorros, montaba su fábrica. Establecía
na empresa: si ganaba, obtenía eficiencia, productividad rapidez, si— 1encios y trabajo a bajo coste. Ganaba como se gana apostando al
jo o al negro. Si perdía, cerraba al cabo de unos meses. Las Vegas. Porque nada era el resultado de precisas planificaciones administrativas y económicas. Zapatos, trajes, prendas de vestir en general, eran producciones que se imponían oscuramente en el mercado internacional. Las ciudades no hacían ostentación de esta valiosa producción. Los productos tenían tanto más éxito cuanto más en silencio y clandestinamente se fabricaran. Territorios que producían desde hacía décadas las mejores prendas de la moda italiana.Y por lo tanto, las mejores prendas de vestir del mundo. No había asociaciones de empresarios, no había centros de formación, no había nada que no fuera el trabajo, la máquina de coser, la pequeña fábrica, los artículos embalados, la mercancía enviada. Nada más que una repetición de estas fases. Cualquier otra cosa era superflua. La formación la llevabas a cabo en la mesa de trabajo, la calidad empresarial la demostrabas ganando o perdiendo. Ni financiaciones, ni proyectos, ni prácticas. De la noche a la mañana, en la arena del mercado. O vendes o pierdes. Con el aumento de los salarios, las casas han mejorado, los automóviles que se compran son de los más caros. Todo sin una riqueza que pueda llamarse colectiva. Una riqueza saqueada, arrebatada con esfuerzo por alguien para llevársela a su propio agujero. Llegaban de todas partes para invertir, fábricas que producían prendas de vestir, camisas, faldas, chaquetas, cazadoras, guantes, sombreros, zapatos, bolsos, carteras para empresas italianas, alemanas, francesas. En esta zona, desde la década de 1950 no hací falta tener permisos, contratos, espacios. Garajes, sótanos y trasteros se convertían en fábricas. En los últimos años, la competencia china ha acabado con las que fabricaban productos de calidad media. No ha dejado espacio para el desarrollo de las capacidades de los obreros. O trabajas mejor que nadie y deprisa, o alguien será capaz de trabajar mejor y más rápidamente. Un elevado número de personas se han quedado sin trabajo. Los propietarios de las fabricas han acabado machacados por las deudas, por la usura.

Muchos viven en la clandestinidad.


Hay un sitio que, con la desaparición de estas fábricas de baja calidad, ha dejado de respirar, de crecer, de sobrevivir. Parece el emblema del fin de la periferia. Con las casas siempre iluminadas y llenas de gente, con los patios abarrotados. Los coches permanentemente aparcados. Nadie sale nunca de allí. De vez en cuando entra alguien. Pocos se detienen. En ningún momento del día reina el silencio, ese que se oye por la mañana cuando todo el mundo se .ha ido a trabajar o al colegio. Aquí, en cambio, siempre hay gente, un murmullo continuo de vida. Parco Verde, en Caivano.
Parco Verde despunta nada más salir del eje central, una cuchilla de asfalto que corta a cercén todos los pueblos de los alrededores de Nápoles. Más que un barrio, parece una mole de cemento, ventanas de aluminio que se hinchan como pústulas en todos los balcones. Parece uno de esos sitios que el arquitecto ha proyectado inspirándose en las construcciones de playa, como si hubiese concebido esos edificios pensando en las torres de arena que salen al volcar el cubo. Edificios descarnados, grises. En una esquina hay una capillita minúscula, casi imperceptible. Aunque no siempre ha sido así. Antes era una capilla. Grande, blanca. Un auténtico mausoleo dedicado a un chico, Emanuele, que murió en el trabajo. Un trabajo que en algunas zonas es incluso peor que el trabajo clandestino en las fábricas. Pero es un oficio. Emanuele cometía atracos.Y los cometía siempre los sábados, todos los sábados, desde hacía algún tiempo.Y siempre en la misma carretera. La misma hora, la misma carretera, el mismo día. Porque el sábado era el día de sus víctimas. El día de las parejitas.Y la Nacional es el lugar al que van todas las parejas de la zona. Una carretera de mierda, entre asfalto parcheado y microvertederos. Cada vez que paso por allí y veo a las parejitas, pienso que es preciso echar mano de toda tu pasión para conseguir estar bien en medio de tanta porquería. Justo ahí, Emanuele y dos amigos suyos se escondían, esperaban a que una pareja aparcara, a que apagase los faros del coche. Dejaban pasar unos minutos después de que las luces se hubieran apagado para darles tiempo de desnudarse y, en el momento de máxima vulnerabilidad, aparecían. Rompían la ventanilla con la culata

4e la pistola y después apuntaban al chico con el arma. Limpiaban a ..s parejitas y terminaban los fines de semana con decenas de atracos cometidos y quinientos euros en el bolsillo: un botín minúsculo que puede saber a tesoro.


Pero resulta que una noche una patrulla de carabineros los in— terceptó. Emanuele y sus compinches son tan imprudentes que no prevén que hacer siempre los mismos movimientos y atracar siempre en las mismas zonas es la mejor manera de ser detenido. Los dos coches se persiguen, se embisten y se producen disparos. Después, todo queda en suspenso. Emanuele está muerto en el coche.Tenía una pistola en la mano y había hecho el ademán de apuntar a los carabineros. Lo mataron disparando once veces en pocos segundos. Disparar once veces a quemarropa significa llevar la pistola desenfundada y estar preparado para disparar a la más mínima señal. Disparar para matar y después pensar en hacerlo para que no te maten. Los otros dos habían parado el coche. Los proyectiles habían atravesado el coche como un rayo. Todos atraídos por el cuerpo de Emanuele. Sus amigos habían intentado abrir las ventanillas, pero en cuanto se habían percatado de que Emanuele estaba muerto se habían quedado quietos. Habían abierto las portezuelas sin oponer resistencia a los puñetazos que preceden a cualquier arresto. Emanuele estaba doblado sobre sí mismo, tenía en la mano una pistola falsa. Una de esas de juguete que antes se usaban en el campo para alejar a los vagabundos de los gallineros. Un juguete que se utilizaba como si fuera de verdad. Por lo demás, Emanuele era un chaval que actuaba como si fuera un hombre maduro: mirada asustada que fingía ser implacable, el deseo de un poco de calderilla que fingía ser anhelo de riqueza. Emanuele tenía quince años.Todos lo llamaban simplemente Manü. Tenía un semblante adusto, ceñudo y hosco, uno de esos que asocias al arquetipo de chaval cuya compañía hay que evitar. Emanuele era un chico en este rincón de territorio donde el honor y el respeto no te los dan unas monedas, sino cómo las obtienes. Emanuele formaba parte de Parco Verde.Y no existe error o crimen que pueda borrar la pertenencia a determinados lugares que te marcan a fuego. Todas las familias de Parco Verde habían hecho una colecta.Y habían levantado un pequeño mausoleo. Dentro habían puesto una fotografla de la Virgen del Arco y un marco con el rostro sonriente de Mamí. Apa reció también la capilla de Emanuele, entre las otras veinte que
fieles habían construido a todas las vírgenes posibles, una por cad año de desempleo.

Pero el alcalde no podía permitir que se construl yera un altar a un golfo y mandó una excavadora para que lo derribarse. En un instante, la construcción de cemento se desmoronó comd un castillo de arena. En cuestión de minutos se corrió la voz por e Parco y los chavales llegaron con ciclomotores y motos donde estaba la excavadora. Nadie pronunciaba palabra. Pero todos miraban a hombre que estaba moviendo las palancas. Bajo el peso de las miradas, el hombre interrumpió su trabajo e hizo ademán de mirar al oficial de los carabineros. Era él quien le había dado la orden. Fue como un gesto para señalar el objetivo de la rabia, para retirar la diana de su pecho. Tenía miedo. Se encerró dentro. Asediado. En un momento empezó el ataque. El hombre consiguió escapar en el coche de la policía. La emprendieron a puñetazos y patadas con la excavadora, vaciaron botellas de cerveza y las llenaron de gasolina. Inclinaron los ciclomotores para verter el carburante en las botellas directamente de los depósitos.Y se pusieron a apedrear los cristales de un colegio cercano al Parco. Si cae la capilla de Emanuele, debe caer todo lo demás. Desde las casas tiraban platos, vasos, cubiertos. Acto seguido, las botellas incendiarias contra la policía. Pusieron en fila los contenedores a modo de barricada. Prendieron fuego a todo lo que pudiese arder y extender las llamas. Se prepararon para la guerrilla. Eran cientos, podían resistir bastante. La revuelta se estaba extendiendo, hasta llegar a los barrios napolitanos.


Entonces llegó alguien, no de muy lejos.Todo estaba rodeado de coches de la policía y de los carabineros, y sin embargo un todote— rreno negro consiguió cruzar las barricadas. El conductor hizo una seña, alguien abrió la portezuela y un grupito de revoltosos entró. En poco más de dos horas todo fue desmantelado. Se quitaron los pañuelos de la cara y dejaron que se apagaran las barricadas de basura. Los clanes habían intervenido, pero ve a saber cuáles. Parco Verde es un ifión para la Camorra.Todo el que quiere recluta allí la tropa más tirada, mano de obra a la que se paga incluso menos que a los camellos nigerianos o albaneses. Todos buscan a los jóvenes de Parco Ver-

los Casalesi —el clan que opera en Casal di Principe, los Ma‘de Giugliano, los <(cachorros» de Crispano. Se convierten en


,Jcantes a sueldo sin porcentaje sobre las ventas.Y más tarde, en chóbres y pali, para vigilar territorios en ocasiones a kilómetros de dis— a de sus casas.Y con tal de trabajar, ni siquiera piden que les pa— en la gasolina. Chicos de confianza, escrupulosos en su trabajo. 1 veces acaban en la heroína. La droga de los miserables. Alguno se se enrola, ingresa en el ejército y se va lejos; algunas chicas conuen marcharse para no volver a poner los pies allí. Casi ninguno
e las nuevas generaciones es afiliado. La mayoría trabajan para los anes, pero nunca serán «camorristas». Los clanes no los quieren, no s afilian, los hacen trabajar aprovechando esta gran oferta. No tie— nen aptitudes talento comercial. Muchos hacen de correo. Llevan mochilas llenas de hachís a Roma. El motor al máximo de revoluciones, y en una hora y media ya están a las puertas de la capital. No reciben nada a cambio de estos viajes, pero al cabo de unas veinte expediciones les regalan la moto. Lo consideran una ganancia valiosa, casi inigualable, sin duda inalcanzable en cualquier otro trabajo que se pueda encontrar allí. Pero han transportado una mercancía con la que se puede obtener diez veces lo que vale la moto. No lo saben, y no alcanzan a imaginarlo. Si los paran en un control de carretera, los condenarán a penas por debajo de los diez años de prisión, y al no ser afiliados no tendrán los gastos legales pagados ni la asistencia familiar garantizada’ por los clanes. En la cabeza solo tienen el estruendo del tubo de escape y Roma como meta.
Alguna barricada continuó desfogándOse aunque lentamente, según la cantidad de rabia acumulada en el vientre. Luego todo se desinfló. Los clanes no temían la revuelta ni las protestas. Podían pasarse días matándose e incendiando, no habría pasado nada. Pero la revuelta no los habría dejado trabajar. Habría hecho que Parco Verde dejara de ser la cantera de emergencia donde conseguir siempre mano de obra a precio bajísimo. Todo debía volver a la normalidad cuanto antes. Todos debían regresar al trabajo o, mejor dicho, a estar disponibles para el posible trabajo. El juego de la revuelta debía acabar.

Yo había estado en el funeral de Emanuele. En algunas latitudes de inundo, quince años son simplemente un número. Morir a los quin ce años en esta zona parece, más que ser privado de la vida, adelan tar una condena a muerte. En la iglesia había muchos, muchísimo jóvenes, todos con el semblante sombrío; de vez en cuando proferían U grito, e incluso se les oía entonar a coro un estribillo fuera de la iglesia: «Siem-pre con no-so—tros, estarás siempre con nosotros... siem-pre con no-so-tros. . .». Los hinchas suelen cantarlo cuando alguna vieja gloria se retira del fútbol. Parecía que estuvieran en el estadio, pero eran cantos de rabia. Había policías de paisano que intentaban permanecer lejos de los bancos.Todos los habíamos reconocido, pero no había espacio para refriegas. Dentro de la iglesia• Conseguí identificarlos enseguida; o, mejor dicho, ellos me identificaron a mí al no encontrar rastro de mi cara en su archivo mental. Como para mitigar mi tristeza, uno de ellos se acercó y me dijo:


—Todos estos tienen antecedentes. Tráfico de drogas, robo, enCubrimiento, atracos... Alguno hasta hace chapas. No hay ninguno amplio. Aquí, cuantos más mueran, mejor para todos...
Palabras a las que se responde con un puñetazo o con un cabeaazo contra el tabique nasal. Aunque en realidad era lo que todos Pensaban.Y quizá hasta era un pensamiento sabio.Yo miraba uno por Un0 a aquellos jóvenes que acabarán en la cárcel por un robo de dosCientos euros: escoria, sucedáneos de hombres, traficantes. Ninguno de ellos pasaba de los veinte años. El padre Mauro, el párroco que celebraba el oficio, sabía a quién tenía delante, y también sabía que los
que estaban a su alrededor no tenían el marchamo de la inoCencia.
—Hoy no ha muerto un héroe...
No tenía las manos abiertas, como los sacerdotes cuando leen las Parábolas los domingos. Tenía los puños cerrados. Su tono no era en absol0 el propio de las homilías. Cuando empezó a hablar, su voz estaba afectada por una ronquera extraña, como la que sobreviene Cuando llevas callado demasiado tiempo. Hablaba con rabia, ninguna COttlpasión por la criatura, ninguna concesión.

Parecía uno de esos sacerdotes sudamericanos que, durante los rimientOS guerrilleros en El Salvador, a fuerza de celebrar tantos LeraleS de matanzas, dejaban de compadecer y empezaban a gritar.


ero aquí nadie conoce a Romero. El padre Mauro posee una rara energía.
Por más responsabilidades que podamos atribuir a Emanuele, no hiay que olvidar que tenía quince años. A esa edad, los hijos de las famujas que nacen en otros lugares de Italia van a la piscina o a clases de baile. Aquí no. El Padre Eterno tendrá en cuenta el hecho de que el error ha sido cometido por un chico de quince años. Si en el sur de Italia quince años son suficientes para trabajar, decidir atracar, matar y ser matado, son suficientes también para asumir la responsabilidad de tales hechos.
A continuación aspiró con fuerza el aire viciado de la iglesia:
—Pero quince años son tan pocos que nos permiten ver mejor qué hay detrás y nos obligan a repartir la responsabilidad. Quince años es una edad que llama, no con los nudillos sino con las uñas, a la conciencia de aquellos a los que se les llena la boca hablando de legalidad, de trabajo, de esfuerzo.
El párroco acabó la homilía. Nadie entendió del todo lo que quería decir, ni tampoco había autoridades o instituciones. Se produjo un trasiego enorme entre los jóvenes. El ataúd salió de la iglesia, cuatro hombres lo sostenían, hasta que de repente dejó de estar apoyado en sus hombros y empezó a flotar sobre la multitud. Todos lo aguantaban con la palma de las manos, como se hace con las estrellas de rock cuando se lanzan desde el escenario sobre los espectadores. El féretro navegaba por el mar de dedos. Un cortejo de jóvenes en moto formó junto al coche, el largo coche de muertos, preparado para trasladar a Manú al cementerio. Aceleraban. Apretando el freno. El rugido de los motores acompañó el último recorrido de Emanuele. Haciendo chirriar los neumáticos, dejando tronar el tubo de escape. Parecía que quisieran escoltarlo con las motos hasta las puertas del más allá. Al poco, un humo denso y una peste a gasolina lo invadió todo e impregnó la ropa. Intenté entrar en la sacristía. Quería hablar COn aquel sacerdote que había pronunciado palabras encendidas. Se tue adelantó una mujer. Quería decirle que en el fondo el chico s& lo había buscado, que su familia no le había enseñado nada. Luego Corifesó con orgullo:
—Mis nietos, aunque estén en paro, nunca atracarían a nadie.. Y añadió, nerviosa:
—Pero ¿qué había aprendido ese chico? Nada.
El sacerdote miró al suelo. Iba en chándal. No intentó contestar, Ui Siquiera la miró a la cara; sin apartar los ojos de las zapatillas de deporte, susurró:
—Lo cierto es que aquí solo se aprende a morir.
—Qué dice, padre?
—Nada, señora, nada.
Pero no todos están aquí bajo tierra. No todos han acabado en el Pa.Iltano del fracaso. Por el momento. Todavía existen fabricas ganadoras. La füerza de dichas empresas es tal que consiguen hacer frente lmercado de la mano de obra china porque trabajan con las grandes xnarcas Velocidad y calidad. Altísima calidad. El monopolio de la belleza de las prendas excepcionales todavía es suyo. El «made in Italy» se construye aquí. Caivano, Sant’Antimo, Arzano... el Las Vegas al completo de la Campania. «El rostro de Italia en el mundo» tiene las facciones de tela adheridas al cráneo desnudo de la provincia napolitana. Las firmas no se atreven a mandarlo todo al Este, a firmar contratos en Oriente. Las fabricas se hacinan en los sótanos, en las Plantas bajas de las casas adosadas. En las naves de las afueras de estos pueblos de las afueras. Se trabaja cosiendo, cortando pieles, montando zapatos. En fila. Con la espalda del compañero delante de los
Ojos y la tuya delante de los ojos del que está detrás de ti. Un obrero del sector textil trabaja unas diez horas al día. Los sueldos oscilan entre quinje05 y novecientos euros. Las horas extraordinarias suelen estar bien pagadas. Hasta quince euros más respecto al valor normal de Una hora de trabajo. Las empresas raramente superan los diez empleado . En las habitaciones donde se trabaja, destaca una radio o una televisión sobre una repisa. La radio se escucha por la música, y como mucho alguien canturrea. Pero en los momentos de máxima producciófl todo está en silencio y solo repiquetean las agujas. Más
la mitad de los empleados de estas empresas son mujeres. Hábiles, nacidas ante las máquinas de coser. Aquí, las fabricas no existen formalmente; ni siquiera existen los trabajadores. Si el mismo trabajo de alta calidad se legaliZaras los precios subirían y dejaría de haber mercado, y el trabajo se iría fuera de Italia. Los empresarios de esta zona se saben al dedillo esta lógica. En estas fábricas no suele haber enfrentamientos entre obreros y propietarios. Aquí, la lucha de clases es más blanda que una galleta en remojo. En muchos casos, el patrón es un ex obrero, comparte las horas de trabajo con sus empleados en la misma habitación, en el mismo banco. Cuando se equivoca paga directamente con hipotecas y préstamos. Su autoridad es paternalista. Se discute por un día de fiesta o por un aumento de unos céntimos. No hay contratos, no hay burocracia. Cara a cara.Y así se delimitan los espacios de concesiones y obligaciones que tienen el sabor de derechos y atribuciones. La familia del empresario vive en el piso de arriba de donde se trabaja. En estas fábricas, muchas veces las empleadas dejan a sus niños a cargo de las hijas del propietario que se convierten en canguros, o de las madres, que se transforman en abuelas vicarias. Los niños de las empleadas crecen con las familias de los propietarios.T0d0 esto crea una vida en común, hace realidad el sueño horizontal del posfordismo hacer que obreros y dirigentes coman juntos hacer que se relacionen en la vida privada, hacer que se sientan parte de una misma comunidad.
En estas fabricas no hay miradas clavadas en el suelo. Saben que hacen un trabajo excelente y saben que cobran sueldos ínfimos. Pero sin lo uno, no se tiene lo otro.Trabajas para comprar lo que necesitas, de la mejor manera posible así nadie encontrará motivos para echarte. No hay red de protección. Derechos, causas justas, permisos fiestas. El derecho te lo ganas. Las fiestas las tienes que implorar. No hay por qué quejarse. Todo sucede como debe suceder. Aquí solo hay un cuerpo, una habilidad, una máquina y un sueldo. No se conocen datos precisos sobre cuántos trabajadores clandestinos hay en esta zona. Ni sobre cuántos están, por el contrario, regularizados pero se ven obligados a firmar todos los meses nóminas en las que figuran sumas no percibidas.
Xian tenía que participar en una subasta. Entramos en el aula de
escuela primaria. Ningún niño, ninguna maestra; solo cartulinas pe— gadas en las paredes con enormes letras dibujadas. En el aula esperaba una veintena de personas en representación de sus empresas; Xian era el único extranjero. Solo saludó a dos de los presentes y aun así sin demasiada confianza. Un coche se detuvo en el patio del colegio. Entraron tres personas. Dos hombres y una mujer. La mujer llevaba una falda de piel y zapatos de charol con tacón alto. Todos se levantaron para saludarla. Los tres tomaron asiento y empezaron la subas— ta. Uno de los hombres trazó tres lineas verticales en la pizarra. Empezó a escribir lo que le dictaba la mujer. La primera columna:
«800».
Era el número de vestidos que había que producir. La mujer enumeró los tipos de tela y la calidad de las prendas. Un empresario de Sant’Antimo se acercó a la ventana y, dando la espalda a todos, propuso su precio y su plazo:
—Cuarenta euros por pieza en dos meses...
Apuntaron en la pizarra su propuesta:
«800 / 40 / 2».
Los semblantes de los otros empresarios no parecían preocupados. Con semejante propuesta no se había atrevido a entrar en los límites de lo imposible. Lo cual, evidentemente, complacía a todos. Pero los comisionistas no estaban satisfechos. La subasta continuó.
Las subastas que las grandes firmas italianas hacen en estos lugares son extrañas. Nadie pierde y nadie gana la contrata. El juego consiste en participar o no en la carrera. Alguien se lanza con una propuesta, dice el plazo y el precio que puede garantizar. Pero, si sus condiciones son aceptadas, no será el único ganador. Su propuesta es como un impulso que los otros empresarios pueden tratar de seguir. Cuando los intermediarios aceptan un precio, los empresarios presentes pueden decidir si participan o no. Los que aceptan reciben el material: las telas. Las hacen enviar directamente al puerto de Nápoles y cada empresario va a recogerlas allí. Pero solo se le pagará a uno, una vez finalizado el trabajo. Al que entregue el primero las prendas confeccionadas, siempre que tengan la máxima calidad. Los otros
- nos que han participado en la subasta podrán quedarse el material, pero no cobrarán un céntimo. Las empresas de la moda ganan tanto así que sacrificar tela no supone una pérdida relevante. Sí un empresario deja de entregar varias veces, lo que significa que aprovecha la subasta para obtener material gratis, es excluido de las posteriores subastas. Mediante este sistema, los intermediarios de las firmas se aseguran la rapidez en la producción porque si alguien intenta retrasar la entrega, otro le quitará el puesto. No hay ninguna prórroga posible para los plazos de la alta costura.
Otro brazo se alzó, para alegría de la mujer sentada tras la mesa.
Un empresario bien vestido, elegantísimo.
—Veinte euros en veinticinco días.
Al final aceptaron esta última propuesta. Se le sumaron nueve de veinte. Ni siquiera Xian se atrevió a declararse disponible. No podía coordinar rapidez y calidad en plazos tan cortos y con precios tan bajos. Finalizada la subasta, la mujer tomó nota de los nombres de los empresarios, las direcciones de las fabricas y los números de teléfono. El ganador invitó a comer en su casa. Tenía la fábrica en la planta baja; en el primer piso vivía él con su mujer, y el segundo piso lo ocupaba su hijo. Contaba con orgullo:
—Ahora he pedido permiso para levantar otra planta. Mi otro hijo va a casarse.
Mientras subíamos, seguía hablándonos de su familia, en construcción igual que su chalet.
—No pongáis nunca hombres a controlar a las trabajadoras; no dan más que disgustos. Dos hijos varones tengo yo, y los dos se han casado con nuestras empleadas. Poned maricas. Poned maricas a or— ganizar turnos y controlar el trabajo, como se hacía antes...
Las trabajadoras y los trabajadores subieron a brindar por la con— trata.Tendrían que hacer turnos muy estrictos: de las seis de la mañana a las nueve de la noche, con un descanso de una hora para comer, y otro turno de las nueve de la noche a las seis de la mañana.Todas las trabajadoras iban maquilladas con pendientes y una bata para protegerse de las colas, del polvo, de la grasa de las máquinas. Como Supermán, que se quita la camisa y ya lleva debajo su mono azul, estas chicas, cuando se quitaban la bata, estaban listas para ir a cenar füera Los trabajadores, en cambio, iban bastante desaliñados, con sudaderas y pantalones de faena. Después del brindis, el anfitrión se apartó con un invitado. Se escabulló junto con los otros que habían aceptado el precio de subasta. No se escondían, sino que respetaban la antigua costumbre de no hablar de dinero en la mesa. Xian me explicó con todo detalle quién era aquella persona. Era idéntico a la imagen que nos hacemos de los cajeros de banco. Debía anticipar liquidez y estaba discutiendo los tipos de interés. Pero no representaba a un banco. Las firmas italianas solo pagan cuando el trabajo está terminado. Mejor dicho, solo después de haber dado el visto bueno al trabajo. Sueldos, costes de producción e incluso de envío: todo lo adelantan los productores. Los clanes, según su influencia territorial, prestan dinero a las fabricas. En Arzano, los Di Lauro; en Sant’Antimo, los Verde; los Cennamo en Crispano, y así en cada territorio. Estas empresas reciben liquidez de la Camorra con tipos de interés bajos. Entre el 2 y el 4 por ciento. Ninguna empresa podría acceder más que las suyas a los créditos bancarios: producen para la flor y nata italiana, para el mercado de los mercados. Pero son fabricas vacías, y los espectros no son recibidos por los directores de banco. La liquidez de la Camorra es también la única posibilidad para los empleados de acceder a un préstamo. De ese modo, en municipios donde más del 40 por ciento de los residentes vive del trabajo clandestino, seis de cada diez familias consiguen comprar una casa. Los empresarios que no satisfacen las exigencias de las firmas también encontrarán un comprador. Lo venderán todo a los clanes para que lo introduzcan en el mercado de las imitaciones. Toda la moda de las pasarelas, toda la luz de las galas más mundanas procede de aquí. De Nápoles y de Salento. Los centros principales de la industria textil clandestina. Los pueblos de Las Vegas y los de «dintra lu Capu».* Casarano,Tricase, Taviano, Melissano, o sea, Capo di Leuca, el bajo Sa- lento. De aquí parte. De este agujero. Todas las mercancías tienen un origen oscuro. Es la ley del capitalismo. Pero observar el agujero, tenerlo delante, produce una sensación extraña. Una pesadez inquietante. Como tener la verdad en el estómago.
* Lu Capu es Salento en el dialecto de la zona. (N. de ios T)

los empleados del empresario ganador conocí a uno particularlente hábil. Pasquale. Era una espingarda.Alto, flaco y un poco encorvado: se doblaba a la altura de los hombros, detrás del cuello. Un fisico g.nchudo.Trabajaba con material y diseños enviados directamente por ¡os diseñadores. Modelos enviados en exclusiva para sus manos. Su sueldo no era distinto, pero lo que se le encargaba sí. En cierto modo parecía satisfecho. Pasquale me cayó bien enseguida. En cuanto vi su narizota.Tenía cara de viejo aunque era un hombre joven. Una cara siempre metida entre tijeras, cortes de tela, dedos aplanando costuras. Pasquale era uno de los pocos que podía comprar directamente la tela. Algunas firmas, confiando en su capacidad, le hacían pedir directamente los materiales a China y después él mismo comprobaba su calidad. Por esa razón, Xian y Pasquale se habían conocido. En el puerto, donde una vez quedamos para comer juntos.Acabada la comida, Xian y Pasquale se despidieron y nosotros montamos enseguida en el coche. Nos dirigíamos hacia el Vesubio. Habitualmente, los volcanes se representan con colores oscuros. El Vesubio es verde.Visto desde lejos, parece un manto infinito de musgo. Pero antes de tomar la carretera que lleva a los pueblos vesubianos, el coche entró en el zaguán de una casa. Allí estaba Pasquale esperándonos. Salió de su coche y se metió directamente en el portaequipajes del coche de Xian. Intenté pedir explicaciones:


—Qué pasa? ¿Por qu se mete en el maletero?
—No te preocupes. Ahora vamos a Terzigno, a la f.brica. Se puso al volante una especie de Minotauro. Había salido del coche de Pasquale y parecía saberse de memoria lo que tenía que hacer. Dio marcha atrás, salió de la cochera y, antes de adentrarse en la carretera, sacó una pistola. Una semiautomática. Le quitó el seguro y se la puso entre las piernas.Yo no dije esta boca es mía, pero el Minotauro veía a través del espejo retrovisor que lo miraba con preocupación.
—Una vez quisieron quitarnos de en medio.
—Quién?
Intentaba que me lo explicara todo desde el principio.
—Esos que no quieren que los chinos aprendan a trabajar con la alta costura. Esos que quieren de China las telas y nada más.


No entendía. Seguía sin entender. Xian intervino con su habitual tono tranquilizador.
—Pasquale nos ayuda a aprender. Aprender a trabajar con prendas de calidad que todavía no nos encargan. Aprendemos de él cómo hacer los vestidos.
Después del resumen de Xian, el Minotauro trató de justificar la presencia de la pistola:
—Una vez apareció uno ahí, justo ahí, ¿ves?, en medio de la plaza, y disparó contra el coche. Le dieron al motor y al limpiaparabrisas. Si querían liquidarnos, nos liquidaban. Pero era una advertencia. Aunque si vuelven a intentarlo, esta vez estoy preparado.
Después el Minotauro me explicó que, cuando vas conduciendo, llevar la pistola entre los muslos es la mejor técnica; dejarla en el salpicadero ralentizaría los gestos, los movimientos para cogerla. Para llegar a Terzigno, la carretera ascendía, el embrague olía que apestaba. Más que temer una ráfaga de metralleta, temía que el vaivén del automóvil pudiera hacer que la pistola se disparase en el escroto del conductor. Llegamos sin incidentes. Nada más detenerse el coche, Xian fue a abrir el maletero. Pasquale salió. Parecía un kleenex estrujado intentando estirarse. Se me acercó y dijo:
—Siempre la misma historia... ¡Ni que fuera un fugitivo de la justicia! Pero más vale que no me vean en el coche. Si no...
E hizo el gesto de rebanarse el cuello. La nave era grande. No enorme. Xian me la describía con orgullo. Era de su propiedad, pero en el interior había nueve microfábricas asignadas a nueve empresarios chinos. Al entrar, parecía que estuvieras ante un da— mero. Cada fábrica tenía sus propios obreros y sus propios bancos de trabajo perfectamente circunscritos dentro de los cuadrados. Xian había concedido a cada fábrica el mismo espacio de que disponían las fábricas de Las Vegas. Las contratas las concedía por su- basta. El método era el mismo. Había decidido no dejar que hubiera niños en la zona de trabajo, y los turnos los había organizado igual que lo hacían las fábricas italianas. Además, cuando trabajaban para otras empresas, no pedían dinero anticipado. En resumen, Xian estaba convirtiéndose en un auténtico empresario de la moda italiana.

Las fábricas chinas de China estaban haciendo la competencia a fabricas chinas de Italia. Por eso Prato, Roma y las Chinatown de media Italia estaban hundiéndose miserablemente: habían experitnentado un auge tan rápido que hacía la caída aún más brusca. Las bricas chinas solo podrían salvarse de un modo: convirtiendo a los obreros en expertos en alta costura, capaces de hacer un trabajo de calidad en Italia. Aprender de los italianos, de los pequeños empresarios diseminados por Las Vegas, dejar de ser productores de artículos de pacotilla para convertirse en referentes de las firmas en el sur de Italia. Quitarles el puesto a las fabricas clandestinas italianas, adoptar su lógica de actuación, ocupar sus espacios, copiar su lenguaje para hacer el mismo trabajo que ellas. Solo que por un poco menos e invirtiendo unas horas más.


Pasquale sacó una tela del maletín. Era un vestido que debería haber cortado y confeccionado en SU fábrica. En lugar de eso, realizó la operación sobre una mesa, delante de una cámara de vídeo que lo filmaba y enviaba la imagen a Ufl enorme telón colgado a su espalda. Una chica con un micrófono traducía al chino lo que él decía. Era su quinta clase.
—Debéis tener muchísimo cuidado con las costuras. El cosido debe ser flojo, pero no inexistente.
El triángulo chino. San GiuseppeVesuviano,Terzigno y Ottaviano. Es el eje del empresariado textil chino. Todo lo que sucede en las comunidades chinas de Italia ha sucedido antes en Terzigno. Las primeras manufacturas, las calidades de producción y también los primeros asesinatos. Aquí mataron a Wang Dingjm, un inmigrante de cuarenta años que había venido en coche desde Roma para participar en una fiesta de compatriotas. Lo invitaron y después le pegaron un tiro en la cabeza. Wang era una cabeza de serpiente, o sea, un guía. Ligado a los cárteles criminales pequineses que organizan la entrada clandestina de ciudadanos chinos. Las diferentes cabezas de serpiente chocan a menudo con ‘os compradores de mercancía humana. Prometen a los empresarios un número de personas que en realidad después no traen. De la misma manera que se mata a un camello cuando se ha quedado una parte de las ganancias, se mata a una cabeza de serpiente porque ha jugado sucio con su mercancía, con los seres humanos. Pero los que mueren no son solo mafiosos. Fuera de la fabrica había una foto colgada en una puerta. La foto de. una chica menuda. Una cara bonita, pómulos rosados, ojos tan ne- gros que parecían pintados. Estaba puesta justo en el sitio donde, en la iconografia tradicional, se espera ver el rostro amarillo de Mao. Era Zhang Xiangbi, una chica embarazada a la que habían matado y arrojado a un pozo hacía unos años.Trabajaba aquí. Un mecánico de la zona le habí echado el ojo; ella pasaba por delante de su taller, a él le había gustado, y creía que eso era suficiente para tenerla. Los chinos trabajan como animales, se arrastran como culebras, son más silenciosos que los sordomudos, no pueden oponer resistencia ni expresar su voluntad. En la mente de todos, o de casi todos, está ese axioma. Zhang, en cambio, se había resistido, había intentado escapar cuando el mecánico la había abordado, pero no podía denunciarlo. Era china, y a los chinos les está negado cualquier gesto que pueda delatar su existencia. Cuando lo intentó de nuevo, el hombre no soportó el rechazo. La acribilló a patadas hasta hacerle perder el conocimiento y luego le cortó el cuello y echó el cadáver al fondo de un pozo artesiano, donde estuvo días hinchándose a causa del agua y la humedad. Pasquale conocía esa historia, le había impresionado muchísimo; cada vez que daba una clase, tenía el detalle de acercarse al hermano de Zhang y preguntarle cómo estaba, si necesitaba algo, y siempre recibía la misma respuesta:
—No, gracias.
Pasquale y yo nos hicimos muy amigos. Cuando hablaba de los tejidos, parecía un profeta. En las tiendas era puntilloso a más no poder; era imposible pasear con él: se plantaba delante de todos los escaparates para criticar el corte de una chaqueta, o para sentir vergüenza ajena por el diseño de una falda. Era capaz de prever la duración de la vida de unos pantalones, de una chaqueta, de un vestido. El número exacto de lavadas que soportarían esos tejidos antes de estropearse. Pasquale me inició en el complicado mundo de los tejidos.

ha empezado también a ir a su casa. Su familia, sus tres hijos y su mujer me transmitían su alegría. Estaban siempre moviéndose, pero o de un modo frenético. Aquella noche los niños más pequeños


bién corrían por la casa descalzos. Pero sin alborotar. Pasquale haia encendido el televisor y, mientras cambiaba de un canal a otro, se
quedado inmóvil delante de la pantala con los ojos fruncidos como un miope pese a que veía de maravilla. Nadie estaba hablan do pero el silencio pareció hacerse más denso. Luisa, su mujer, intuyó algo, porque se acercó al televisor y se llev6 las manos a la boca,
como cuando se presencia un suceso grave y se ahoga un grito. En la televisión, Angelina Jolie recorría la alfombra de la noche de los Oscar con un traje de chaqueta de raso blanco precioso. Uno de esos hechos a medida, de esos que los diseñadores italianos, disputándose- las, regalan a las estrellas. Ese vestido lo había confeccionado Pasquale en una fabrica clandestina de Arzano. Solo le habían dicho: «Este va a América». Pasquale había hecho cientos de vestidos que habían ido a Estados Unidos. Recordaba perfectamente aquel traje sastre blanco.TOdaV recordaba las medidas, todas las medidas. El corte del escote, los milímetros de las muñecas.Y el pantalón. Había pasado las manos por las perneras y todavía recordaba el cuerpo desnudo que todos los modistos imaginan. Un desnudo sin erotismo, dibujado en sus fibras musculares, en sus huesos de porcelana. Un desnudo para vestirlo, una mediación entre músculo, hueso y porte. Había ido a buscar la tela al puerto, aquel día aún lo recordaba perfectameflt Le habían encargado tres vestidos, sin decirle nada más. Sabían a quién estaban destinados, pero nadie le había informado.
En Japón habían ofrecido al modisto de la esposa del heredero al trono un banquete oficial; un periódico berlinés había dedicado seis páginas al modisto de la primera mujer que ocupaba el cargo de canciller en Alemania. Páginas en las que se hablaba de calidad artesanal, de fantasía, de elegancia. Pasquale estaba rabioso, pero era una rabia imposible de exteriorizar. Sin embargo, la satisfacción es un derecho; si existe un mérito, debe ser reconocido. Sentía en lo más hondo, en alguna parte del hígado o del estómago, que había hecho un trabajo excepcional y quería poder decirlo. Sabía que merecía otra cosa. Pero no le habían dicho nada. Se había enterado por casualidad, por error. Una rabia estéril, que nace cargada de razones con las que no se puede hacer nada. No podría decírselo a nadie. Ni siquiera susurrarlo delante del periódico del día siguiente. No podía decir: «Ese traje lo he hecho yo». Nadie creería una cosa semejante. La noche de los Oscar, Angelina Jolie lleva un traje hecho en Arzano por Pasquale. Los dos extremos. Millones de dólares y seiscientos euros al mes. Cuando todo lo que es posible se ha hecho, cuando talento, habilidad, maestría y tesón se funden en una acción, en una praxis, cuando todo eso no sirve para cambiar nada, entonces entran ganas de tumbarse boca abajo sobre la nada, en la nada. Desaparecer lentamente, dejar pasar los minutos, hundirse en ellos como si fueran arenas movedizas. Dejar de hacer todo.Y tratar de respirar. Nada más. Total, nada puede cambiar las condiciones: ni siquiera hacer un traje para que Angelina Jolie lo luzca la noche de los Oscar.
Pasquale salió de casa sin preocuparse siquiera de cerrar la puerta. Luisa sabía adónde iba, sabía que iría a Secondigliano y sabía a quién iba a ver. Se dejó caer sobre el sofá y hundió la cabeza en el cojín, como una niña. No sé por qué, pero cuando Luisa se puso a llorar me vinieron a la mente unos versos de Vittorio Bodini. Un poema que hablaba de las estratagemas que empleaban los campesinos del sur para no ser llamados a filas, para no llenar las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en defensa de fronteras cuya existencia desconocían. Decía así:
En la época de la otra guerra campesinos y contrabandistas / se ponían hojas de Xanti-Yaca bajo las axilas / para caer enfermos. Las fiebres artificiales, la presunta malaria / que les hacía temblar y castañetear los dientes, / eran su juicio / sobre los gobiernos y la historia.
El llanto de Luisa me pareció también un juicio sobre el gobierno y sobre la historia. No un desahogo. No un disgusto por una satisfacción no celebrada. Me pareció un capítulo corregido de El capital de Marx, un párrafo de La riqueza de las naciones de Adam Smith, un fragmento de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero de John Maynard Keynes, una nota de La étíca protestante y el espíritu del capitalismo de MaxWeber. Una página añadida o suprimida.

Lda de escribir o quizá continuamente escrita, aunque no en el pacio de la página. No era un acto desesperado sino un análisis. Severo, detallado, preciso argumentado. Me imaginaba a Pasquale por i calle, golpeando los pies contra el suelo como cuando te quitas la ieve de las botas. Como un niño que se asombra de que la vida ieba ser tan dolorosa. Hasta entonces había salido adelante. Había conseguido reprinhirse, ejercer su oficio, querer ejercerlo.Y hacerlo


or que nadie. Pero en aquel momento, cuando vio aquel traje, aquel cuerpo moviéndose dentro de la tela que él había acariciado, se sintió solo. Solísimo. Porque cuando alguien experimenta una cosa iolo en el perímetro de su propia carne y de su propio cráneo es como si no la supiera.Y por lo tanto, cuando el trabajo solo sirve para mantenerse a flote, para sobrevivir, solo para uno mismo, entonces es la peor de las soledades.
Volví a ver a Pasquale dos meses después. Lo habían puesto a trabajar con los camiones.TransP0rtal todo tipo de mercancías —legales e ilegales— para las empresas vinculadas a la familia Licciardi de Secondigliaflo. O por lo menos, eso decían. El mejor modisto del mundo conducía los camiones de la Camorra entre Secondigliano y el lago de Garda. Me invitó a comer y me dio un paseo con su enorme camión. Tenía las manos rojas y los nudillos agrietados. Como a todos los camioneros que se pasan horas al volante, se le helaban las manos y tenía mala circulación. La expresión de su cara no era serena, había escogido ese trabajo por despecho por despecho a su destino, una patada en el culo a su vida. Pero era imposible seguir soportándolo aunque mandarlo todo al diablo significaba vivir peor. Mientras comíamos, se levantó para ir a saludar a unos amigos. Dejó la cartera encima de la mesa.Vi sobresalir una página de revista doblada en cuatro. La desplegué. Era una foto, una portada de Angelina Jolie vestida de blanco. El vestido confeccionado por Pasquale. La chaqueta directamente sobre la piel. Había que tener talento para vestirla sin esconderla. El tejido debía acompañar el cuerpo, delinearlo haciendo que los movimientos lo marcaran.


Estoy seguro de que algunas veces a Pasquale, cuando está sola quizá después de comer, cuando en casa los niños, cansados de ju se duermen boca abajo en el sofá, cuando su mujer, antes de fregad los platos, se pone a hablar por teléfono con su madre, justo en es momento se le ocurre abrir la cartera y mirar aquella página de r vista.Y estoy seguro de que, mirando esa obra maestra que creó cot sus manos, Pasquale es feliz. Una felicidad rabiosa. Pero eso no lo sa brá nunca nadie.
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