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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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Y esos otros han hecho un. pieza en el Tercer Mundo.
La televisión era la mejor manera de seguir en tiempo real 1 guerra sin tener que hacer llamadas telefónicas comprometedora Desde ese punto de vista, la atención mediática que la guerra habí atraído sobre Scampia suponía una ventaja estratégica militar. Pero 1 que más me había impresionado era el término «pieza». Pieza era la nueva manera de designar un homicidio. Hablando de los muertoS de la guerra de Secondigliano, Pikachu también hablaba de las pie- zas que habían hecho los Di Lauro y las piezas que habían hecho los secesionistas. «Hacer una pieza»: una expresión tomada del trabajo a destajo, el asesinato de un hombre equiparado a la fabricación de una cosa, cualquier cosa. Una pieza.
Pikachu y yo empezamos a pasear y me contó cosas de los chiquillos del clan, la verdadera fuerza de los Di Lauro. Le pregunté dónde se reunían y se ofreció a acompañarme; todos lo conocían y quería demostrármelo. Había una pizzería donde se reunían por la noche. Antes de ir, pasamos a recoger a un amigo de Pikachu, uno de los que formaban parte del Sistema desde hacía tiempo. Pikachu lo adoraba, lo describía como una especie de boss, era un referente entre los chiquillos del Sistema porque le habían encomendado la tarea de alimentar a los prófugos y, según él, hacer la compra directamente a la familia Di Lauro. Se llamaba Tonino «Kit Kat» porque devoraba toneladas de chocolatinas. Kit Kat se las daba de pequeño boss, pero yo me mostraba escéptico. Le hacía preguntas a las que se cansaba de responder, así que se levantó el jersey. Tenía todo el tórax lleno de moretones redondos. En el centro de las circunferencias violáceas aparecían puntos amarillos y verduscos de capilares rotos.
—Pero ¿qué has hecho?
—El chaleco...
—El chaleco?
—Sí, el chaleco antibalas...
—Y el chaleco hace esos cardenales?
—Claro, las berenjenas son las balas que me han alcanzado...

Los moretones, las bereflje1*s, eran el fruto de los disparos de pisque el chaleco detenía Ufl centímetro antes de llegar a entrar en parne. Para enseñal a no tener miedo de las armas, hacían ponerse chaleco a los chiquillos y disparaban contra ellos. Un chaleco por lo no bastaba para impulsar a un individuo a no huir ante un


ma. Un chaleco no es la vacufla contra el miedo. La única manera anestesiar todo temor era mostrar cómo podían ser neutralizadas armas. Me contaron que los llevaban al campo, nada más salir de
.condliano. Les hacían ponerse los chalecos aritjbalas debajo de la
miseta y escargaba1 medio cargador de pistola contra cada uno. _Cuando llega la bala, caes al suelo y dejas de respirar abres la poca y tomas aire, pero no entra nada. No puedes más. Son como ;astañazos en el pech0 te parece que vas a estallar... Pero después te vantaS, eso es lo importante. Después del tiro, te levantas.
Kit Kat había sido adiestrado junto a otros para recibir disparos, Un entreflafl’° para morir, mejor dicho, para casi morir.
Los reclutan en cuanto son capaces de ser fieles al clan. Tienen entre doce y diecisiete años; muchos son hijos o hermanos de afihiados, mientras que otros muchos proceden de familias de trabajadores con empleos precarios. Son el nuevo ejército de los clanes de la Camorra napolitafla.eflen del centro histórico, del barrio de Sanita, de Forcella, de Secofldi3fl0, de la barriada San Gaetano, de los Ba1 trios Españoles del Pallonetto, los reclutan mediante affliaciones estructuradas en diversos clanes..P0r su número, son un verdadero ejército. Las ventajas para los clanes son múltiples: un chiquillo cobra menos de la mitad del sueldo de un afiliado adulto de la categoría más baja, raramente debe mantener a los padres, no tiene las obligaciones que impone una familia, no tiene horarios, no necesita un lario puntual y, sobre todo, está dispuesto a estar permanentemente en la calle. Las atribUci0n son diversas y con diversas responsabilidades. Se empieza con la venta de droga blanda, sobre todo hachís. Los chiquillos se sitúan casi siempre en las calles más bulliciosas. Con el tiempo empiezan a vender pastillas y casi siempre les proporcionan un ciclom0t0 Por último, la cocaína la llevan directamente a las universidas, a los alrededores de los locales y los hoteles, a las estaciones de metro. Los grupos de niños camellos son fundamentales en la economía flexible de la venta de droga porque llaman menos atención, la venden entre una patada al balón y una carrera en tocicleta, y con frecuencia van al domicilio del cliente. En much casos, el clan no obliga a los chiquillos a trabajar por la mañana; realidad, continúan asistiendo a clase durante la enseñanza primaí en parte porque si decidieran no ir podrían descubrirlos más fT mente.Tras los primeros meses de trabajo, muchos chiquillos salex la calle armados, para defenderse y al mismo tiempo para hacerse v ler: una promoción sobre el terreno que promete la posibilidad escalar a la cima del clan. Aprenden a utilizar pistolas automáticas semiautomáticas en los vertederos de basura de los alrededores o e las galerías de la Nápoles subterránea.
Cuando demuestran que son de fiar y cuentan con la confiar za total de un jefe de zona, pueden desempeñar un papel muchi más importante que el de camello: se convierten en pali. Control en una calle de la ciudad, encomendada a ellos, que los camiond que descargan mercancías para los supermercados y las tiendas sea los que el clan impone, y cuando no es así, informan de que el re partidor de un determinado comercio no es el «seleccionado». En la cobertura de las obras también es fundamental la presencia de lo pali. Las empresas contratistas a menudo subcontratan a empresa constructoras de los grupos camorristas, pero a veces se adjudica trabajo a empresas «no aconsejadas». Para averiguar si en una obra s subcontratan los trabajos a empresas «externas», los clanes necesitar ejercer una vigilancia continua y que no despierte sospechas. E tarea es confiada a los chiquillos, que observan, controlan, informan al jefe de zona y reciben órdenes de este sobre cómo actuar en caso de que en una obra la empresa contratista haya «fallado». Los chiquillos afiliados se comportan como camorristas maduros y tienen responsabilidades comparables a las de estos últimos. Empiezan la carrera muy pronto, queman etapas a gran velocidad, y su escalada a los puestos de poder en el interior de la Camorra está modificando radicalmente la estructura genética de los clanes.Jefes de zona niños, boss jovencísimos se convierten en interlocutores imprevisibles y despiadados que se guían por lógicas nuevas, cuya dinámica resulta incomprensible para las fuerzas del orden y la Antimafia. Son rostros totalmente nuevos y desconocidos. Con la reestructuración del clan llevada a cabo por Cosimo, parcelas enteras de la venta de droga son gestionadas por adolescentes de quince o dieciséis años, que dan órdenes a hombres de cuarenta y cincuenta sin sentirse ni por un instante incómodos ni creer que no están a la altura. Un micrófono oculto instalado por los carabineros en el coche de un chico, Antonio Galeota Lanza, permite intervenir una conversación en la que este cuenta, con la música a todo volimen, cómo se vive haciendo de camello:
—Todos los domingos por la noche gano ochocientos o novecientos euros, aunque hacer de camello es un oficio que te lleva a manejar crack, cocaína, y te juegas quinientos años de cárcel...
Cada vez con más frecuencia, los chiquillos del Sistema intentan conseguir todo lo que quieren utilizando el «hierro», que es como llaman a la pistola y el deseo de un teléfono móvil o de un equipo de música, de un coche o de una motocicleta, se transforma facil— mente en un asesinato. En la Nápoles de los niños soldados no es raro oír junto a la caja de los comercios, en tiendas de todo tipo y su— permercados afirmaciones de este tipo: «Pertenezco al Sistema de Secondigliano» o «Pertenezco al Sistema de los Barrios». Palabras mágicas mediante las cuales los chiquillos cogen lo que quieren y ante las cuales ningún comerciante exigirá jamás el pago de los productos
En econdigliaflo, esta nueva estructura de chiquillos había sido militarizada. Los habían convertido en soldados. Pikachu y Kit Kat me llevaron a una pizzería de la zona cuyo propietario, Nello, era el encargado de dar de comer a los chiquillos del Sistema cuando acababan su turno. Nada más poner los pies en la pizzería llegó un grupo. Se les veía rollizos, inflados, porque debajo del jersey llevaban el chaleco antibalaS. Dejaron los ciclomotores sobre la acera y entraron sin saludar a nadie. La forma de moverse y el hecho de llevar el pecho embutido hacía que parecieran jugadores de fútbol americano. Caras de críos, a algunos empezaba a crecerles la barba, tenían entre trece y dieciséiS años. Pikachu y Kit Kat me hicieron sentarme con ellos, cosa que no pareció molestar a nadie. Comían y, sobre todo, bebían. Agua, Coca-Cola, Fanta. Una sed increíble. Hasta con la pizza querían refrescarse: pidieron una botella de aceite, añadieron acei te y más aceite a las pizzas porque decían que estaban demasiado se— cas. En su boca se había secado todo, desde la saliva hasta las palabras De pronto caí en la cuenta de que venían de hacer la guardia de no— che y habían tomado pastillas. Les daban pastillas de MDMA. Par que no se durmieran, para evitar que perdieran tiempo comiendc dos veces al día. Por lo demás, la MDMA fue patentada por los laboratorios Merck en Alemania para ser suministrada a los soldados que estaban en las trincheras en la Primera Guerra Mundial, aquellos soldados a los que llamaban Menschenmaterial, material humano, que de ese modo soportaba el hambre, el frío y el terror. Después la cm— plearon los estadounidenses en operaciones de espionaje. Ahora, estos pequeños soldados recibían también su dosis de valor artificial y de resistencia adulterada. Comían sorbiendo los trozos de pizza que cortaban. De la mesa se desprendía un ruido semejante al que hacen los viejos cuando sorben el caldo de la cuchara. Los chiquillos se pusieron de nuevo a hablar, siguieron pidiendo botellas de agua.Y entonces hice una cosa que podría haber sido castigada con violencia, pero intuía que podía hacerla porque lo que tenía delante eran chiquillos. Embutidos en lastre de plomo, pero chiquillos al fin y al cabo. Puse una grabadora sobre la mesa y me dirigí en voz alta a todos, tratando de cruzar la mirada con cada uno de ellos:
—Ánimo, hablad aquí delante, decid lo que queráis...
A nadie le pareció extraño mi gesto, a nadie se le ocurrió que estaba ante un poli o un periodista. Algunos se pusieron a proferir insultos delante de la grabadora. Luego, un chiquillo, instigado por alguna de mis preguntas, me contó su carrera.Y parecía impaciente por hacerlo.
—Empecé trabajando en un bar; ganaba doscientos euros al mes, con las propinas llegaba a doscientos cincuenta, y el trabajo no me gustaba.Yo quería trabajar en la oficina con mi hermano, pero no me cogieron. En el Sistema gano trescientos euros a la semana, pero si vendo bastante gano también un porcentaje de cada ladrillo (la pastilla de hachís) y puedo llegar a entre trescientos cincuenta y cuatrocientos euros.Tengo que currármelo, pero al final siempre me dan algo más.

Después de una ráfaga de eructos que dos chavalines quisieron


ar, el chiquillo, al que llamaban «Satore» —una combinación de
y Totore—, prosiguió:
—Al principio estaba siempre en la calle, aunque me fastidiaba io tener un ciclomotor, tener que ir a pie o en autobús. El trabajo
e gusta, todos me respetan y, además, puedo hacer lo que quiero.
‘ero ahora me han dado un hierro y tengo que estar siempre aquí.
1 Tercer Mundo y las Casas de los Pitufos. Siempre encerrado aquí ro, arriba y abajo.Y no me gusta.
Satore me sonrió y, riendo, gritó delante de la grabadora:
—Sacadme de aquí...! Decídselo al maestro!
Los habían armado, les habían dado un hierro, una pistola, y un territorio liniitadísifll0 donde trabajar. Kit Kat empezó a hablar delante de la grabadora tocando con los labios los orificios del micróno de forma que quedaba grabada hasta su respiración.
—Yo quiero montar una empresa para restaurar casas, o un almacén o una tienda, el Sistema tiene que darme dinero para montarla, de lo demás me encargo yo, también de decidir con quién voy a casarme.Tengo que casarme con una que no sea de aquí, con una modelo negra o alemana.
Pikachu sacó una baraja del bolsillo y cuatro de ellos se pusieron a jugar a las cartas. Los demás se levantaron y se desperezarofl pero ninguno se quitó el chaleco. Seguí preguntándole a Pikachu por las paranze, pero estaba empezando a cansarse de mi insistencia. Me dijo que había estado hacía unos días en casa de una paranza y que la habían desmantelado, que solo había quedado un lector de MP3 que escuchaban cuando iban a «hacer piezas». El MP3 que escuchaban los hombres de la paranZa mientras iban a asesinar, la recopilación de archivos musicales, colgaba del cuello de Pikachu. Con una excusa, le pedí que me lo prestara UnOs días. Él se echó a reír, como para decirme que no se ofendía si había creído que era tan tonto, tan idiota como para andar prestando las cosas. Así que se lo compré, saqué cincuenta euros y conseguí el lector. Me metí inmediatamente los auriculares en los oídos, quería saber cuál era el fondo musical de la matanza. Esperaba oír música rap, rock duro, heavy metal, pero era una sucesión ininterrumpida de fragmentos neomelódicos y de música pop. En Estados Unidos disparan atiborrándose de rap; los k de Secondigliano iban a matar escuchando canciones de amor.
Pikachu empezó a cortar el mazo de cartas mientras me p guntaba si quería participar, pero a mí siempre se me ha dado malj gar a las cartas. Así que me levanté de la mesa. Los camareros de pizzería tenían la misma edad que los chiquillos del Sistema y los ti raban con admiración, sin atreverse siquiera a servirles. De eso ocupaba personalmente el propietario. Aquí, trabajar de aprendiz, d camarero o en una obra es como una deshonra. Además de los ete nos motivos habituales —trabajo clandestino, fiestas y bajas por en fermedad no remuneradas, diez horas de media diarias—, no tien esperanzas de poder mejorar tu situación. El Sistema al menos ofre ce la ilusión de que el esfuerzo sea reconocido, de que haya posibi” dades de hacer carrera. Un afiliado nunca será visto como un a diz, las chavalas nunca pensarán que las corteja un fracasado. Esto chiquillos inflados, estos ridículos vigilantes con aspecto de mario netas de fútbol americano no tenían en mente convertirse en Al Ca- pone sino en Flavio Briatore, no en pistoleros sino en hombres del negocios acompañados de modelos: querían llegar a ser empresarios de éxito.
El 19 de enero matan a Pasquale Paladini, de cuarenta y cinco años. Ocho tiros. En el pecho y en la cabeza. Pocas horas más tarde disparan en las piernas a Antonio Auletta, de diecinueve años. Pero el 21 de enero parece que la situación da un giro inesperado. De pronto empieza a correr la voz, sin necesidad de agencias de noticias. Cosimo Di Lauro ha sido arrestado. El regente de la banda, el líder de la matanza, según las acusaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápoles, el comandante del clan según los arrepentidos. Cosimo se escondía en un agujero de cuarenta metros cuadrados y dormía en una cama medio rota. El heredero de una sociedad criminal capaz de facturar solo con el narcotráfico quinientos mil euros al día y que podía disponer de una residencia de cinco millones de euros en el corazón de uno de los barrios más miserables de Italia, se veía obligado a encerrarse en un agujero maloliente y minúsculo no lejos de su presunta mansión.

Una residencia surgida de la nada enVia Cupa dell’Arco, cerca ila casa familiar de los Di Lauro. Una elegante villa del siglo xviii,


como una residencia pompeyana. Impluvio columnas, es:os y escayolas, techos falsos y escalinatas. Una residencia que na— .e sospechaba que existiera. Nadie conocía a sus propietarios for— es; los carabineros estaban investigando, pero en el barrio nadie a dudas. Era para Cosimo. Los carabineros descubrieron la villa
or casualidad, saltando los gruesos muros que la rodeaban. Enconraron dentro a algunos obreros que, en cuanto vieron los uniformes,
La guerra no había permitido terminar la residencia, llenar— de muebles y de cuadros, convertirla en la mansión del regente, en corazón de oro del cuerpo marcescente del sector de la construcide Secondigliano.
Cuando Cosimo oye el ruido de las botas impermeables de los carabineros que van a detenerlo, cuando oye el sonido de los fusiles, no intenta escapar, ni siquiera se arma. Se pone delante del espejo. Moja el peine, se retira el pelo hacia atrás desde la frente y se lo recoge en una coleta a la altura de la nuca, dejando que la melena rizada caiga sobre el cuello. Se pone un jersey de cuello vuelto oscuro y una gabardina negra. Cosimo Di Lauro se viste de payaso del crimen, de guerrero de la noche, y baja la escalera erguido. Cojea, unos años antes sufrió una desgraciada caída de la moto y la cojera es el regalo que recibió de aquel accidente. Pero para bajar la escalera también ha pensado en esto. Apoyándose en los antebrazos de los carabineros que lo escoltan, consigue disimular su impedimento físico, andar con paso normal. Los nuevos soberanos militares de las sociedades criminales napolitanas no se presentan como chulos de barrio, no tienen los ojos desorbitados y extraviados de Cutolo, no creen que tengan que comportarse como Luciano Liggio o como caricaturas de Lucky Luciano y Al Capone. Matrix, El cuervo y Pulp Fiction consiguen hacer comprender mejor y más rápidamente qué quieren y quiénes son. Son modelos que todos conocen y que no tienen necesidad de excesivas mediaciones. El espectáculo es superior al código sibilino del guiño o a la limitada mitología del crimen de barrio del hampa. Cosimo mira las cámaras de televisión y los objetivos de los fotógrafos, baja la barbilla, alza la frente. No ha dejado que lo encuentren como a Brusca, con unos vaqueros raídos y una camisa manchada de sa no está atemorizado como Riina, al que pasearon sobre un he
tero, ni tampoco lo han sorprendido medio dormido como le sw dió a Misso, boss de Sanitá. Es un hombre formado en la socie del espectáculo y sabe salir al escenario. Se presenta como un g rrero en su primera tregua. Parece que esté pagando por tener masiado valor, por haber dirigido la guerra con un exceso de c Eso dice su rostro. No parece que lo lleven arrestado, sino simi mente que cambie su base de operaciones. Al desencadenar la gu rra sabía que se dirigía directo al arresto. Pero no tenía elecció O guerra o muerte.Y el arresto quiere representarlo como la ‘ mostración de su victoria, el símbolo de su valor, capaz de de ciar toda clase de protección de sí mismo con tal de salvar el sistC ma de la familia.
A la gente del barrio solo con verlo se le enciende la sangr Comienza la revuelta, vuelcan coches, llenan botellas de gasolina las lanzan. El ataque de histeria no tiene como objetivo evitar arresto, como podría parecer, sino conjurar venganzas. Eliminar t
posibilidad de sospecha. Indicar a Cosimo que nadie lo ha traiciona.1 do. Que nadie se ha ido de la lengua, que el jeroglífico de su escon- drijo no ha sido descifrado con la ayuda de sus vecinos. Es un enor- me rito casi de disculpa, una capilla de expiación metafisica que la gente del barrio quiere construir con los coches patrulla quemados de los carabineros, los contenedores puestos a modo de barricadas, el humo negro de las cubiertas de los neumáticos. Si Cosimo sospecha, no tendrán tiempo ni de hacer las maletas, el hacha militar se abatirá sobre ellos como la enésima implacable condena.
Unos días después de la detención del vástago del clan, el rostro que mira con arrogancia las cámaras de televisión aparece como salvapantallas en los móviles de decenas de chiquillos y chiquillas de las escuelas de Torre Annunziata, Quarto, Marano. Gestos de mera provocación, de banal estupidez de adolescente. Sin duda. Pero Cosimo sabía. Así hay que actuar para ser reconocidos como capos, para llegar al corazón de los individuos. Hay que saber utilizar también la pantalla, la tinta de los periódicos, hay que saber hacerse la coleta. Cosimo representa claramente al nuevo empresario de Sistema. La de la nueva burguesía liberada de todo freno, movida por la o1untad absoluta de dominar todos los territorios del mercado, de poderarse de todo. No renunciar a nada. Hacer una elección no sigca limitar el propio campo de acción, privarse de cualquier otra la posibilidad. No para quien considera la vida un espacio donde es poiible conquistarlo todo arriesgándose a perderlo todo. Significa contar con ser arrestado, con acabar mal, con morir. Pero no significa renunciar. Quererlo todo y deprisa, y tenerlo cuanto antes. Ese es el atractivo y la fuerza que personifica Cosimo Di Lauro.
Todos, hasta los más preocupados por su integridad, acaban en la cárcel de la pensión, todos descubren antes o después que son cornudos, todos terminan atendidos por una polaca. ¿Por qué caer en la depresión buscando un trabajo que solo da para malvivir? ¿Por qué acabar contestando al teléfono en un empleo a tiempo parcial? Hacerse empresario. Pero de verdad. Capaz de comerciar con todo y de hacer negocios hasta con la nada. Ernst Jünger diría que la grandeza se halla expuesta a la tempestad. Lo mismo repetirían los boss, los empresarios de la Camorra. Ser el centro de toda acción, el centro del poder. Usarlo todo como medio y a sí mismos como fin. Los que dicen que es amoral, que no puede haber vida sin ética, que la econornía posee límites y reglas que hay que seguir, son solo los que no han conseguido mandar, los que han sido derrotados por el mercado. La ética es el límite del perdedor la protección del derrotado, la justificación moral para aquellos que no han conseguido jugárselo todo y ganarlo todo. La ley tiene sus códigos establecidos, pero la justicia es harina de otro costal. La justicia es un principio abstracto que afecta a todos, que permite según cómo se interprete, absolver o condenar a todo ser humano: culpables los ministros, culpables los papas, culpables los santos y los herejes, culpables los revolucionarios y los reaccionarios. Culpables todos de haber traicionado, matado, errado. Culpables de haber envejecido y muerto. Culpables de haber sido superados y derrotados. Culpables todos ante el tribunal universal de la moral histórica y absueltos por el de la necesidad. Justicia e injusticia solo tienen un significado en lo concreto. De victoria o derrota, de acción realizada o padecida. Si alguien te ofende, si te trata nial, está cometiendo una injusticia; si, en cambio, te reserva un trato de favor, te hace justicia. Observando los poderes del clan, hay ceñirse a estas categorías. A estos criterios de valoración. Son su cientes. Deben serlo. Esta es la única forma real de valorar lajustícia El resto no es más que religión y confesonario. El imperativo econ&4 mico está modelado por esta lógica. No son los camorristas los qu persiguen los negocios, son los negocios los que persiguen a los ca morristas. La lógica del empresariado criminal, el pensamiento de• boss coincide con el neoliberalismo más radical. Las reglas dictadas,, las reglas impuestas, son las de los negocios, el beneficio, la victoria, sobre cualquier competidor. El resto es igual a cero. El resto no existe. Estar en situación de decidir sobre la vida y la muerte de todos, de promocionar un producto, de monopolizar un segmento de mercado, de invertir en sectores de vanguardia es un poder que se paga con la cárcel o con la vida. Tener poder durante diez años, durante un año, durante una hora. La duración da igual: vivir, mandar de verdad, eso es lo que cuenta.Vencer en la arena del mercado y llegar a mirar el sol directamente, como hacía en la cárcel Raifaele Giuliano, boss de Forcella, desafiándolo, demostrando que a él no lo deslumbraba ni la luz por excelencia. Raifaele Giuliano, que había tenido la crueldad de espolvorear con pimienta la hoja de un cuchillo antes de clavárselo a un pariente de uno de sus enemigos, a fin de hacerle sentir una quemazón lacerante mientras la hoja entraba en la carne, centímetro a centímetro. En la cárcel era temido no por esta meticulosidad sanguinaria, sino por su mirada desafiante, capaz de mantenerse alta incluso mirando el sol. Tener conciencia de ser de los hombres de negocios destinados a sucumbir —muerte o cadena perpetua—, pero con la voluntad implacable de dominar economías poderosas e ilimitadas. Al boss lo matan o lo detienen, pero el sistema económico que él ha generado permanece, sin dejar de cambiar, de transformarse, de mejorar y de producir beneficios. Esta conciencia de samuráis liberales, los cuales saben que tener el poder, el absoluto, exige un pago, la encontré sintetizada en una carta de un chaval encerrado en un correccional de menores, una carta que entregó a un sacerdote y que fue leída durante un simposio. Todavía me acuerdo de lo que decía. De memoria:

Todos los que conozco o han muerto o están en la cárcel. Yo quiero ser un boss. Quiero tener supermercad05 tiendas, fabricas, quiero tener mujeres. Quiero tres coches, quiero que cuando entro en una tienda se me respete, quieto tener almacenes en todo el mundo. Y después quiero morir. Pero como muere un boss auténtico, uno que manda de verdad. Quiero que me maten.


Este es el nuevo compás que marcan los empresarios crimina— s. Esta es la nueva fuerza de la economía. Dominarla, a costa de alquier cosa.

El poder por encima de todo. La victoria económi más preciada que la vida. Que la vida de cualquiera, e incluso que


propia.
Los chiquillos del Sistema incluso habían empezado a llamarlos aertos parlantes». En una conversación telefónica intervenida que ira en la orden de detención dictada por la Fiscalía Antimafla en
•,.,rero de 2006, un chico explica por teléfono quiénes son los jefes [de zona de Secondigliaflo
—Son mocosos, muertos parlantes muertos vivientes, muertos que se mueven... Sin más ni más cogen y te matan, pero total la vida ya está perdida...
Jefes niños, kamikazes de los clanes que no van a morir por ninguna religión sino por dinero y poder, a costa de lo que sea, como único modo de vivir que vale la pena.
La noche del 21 de enero, la misma noche de la detención de Cosi- mo Di Lauro, aparece el cuerpo de Giulio Ruggiero. Encuentran un coche quemado un cuerpo en el asiento del conductor. Un cuerpo decapitado. La cabeza estaba en los asientos posteriores. Se la habían cortado. No de un hachazo, sino con una radial, esa sierra circular dentada que utilizan los herreros para limar las soldaduras. El peor instrumento de todos, pero precisamente por eso el más teatral. Primero cortar la carne y luego astillar el hueso del cuello. Debían de haber hecho la faena allí mismo, pues había jirones de carne por el suelo. Antes incluso de que se iniciaran las investigaciOneS en la zona todos parecían estar seguros de que era un mensaje. Un símbolo. Cosimo Di Lauro no podía haber sido arrestado sin un chivatazo.P -. cuerpo truncado era en el imaginario de todos el traidor. Tan quien ha vendido a un capo puede ser destrozado de ese modo. sentencia se dicta antes de que empiecen las investigaciones. Da L que se diga la verdad o se mienta. Miré aquel coche y aquella cal za abandonados enVia Hugo Pratt sin bajar de la Vespa. Me llegat a los oídos los detalles de cómo habían quemado el cuerpo y la beza cortada, de cómo habían llenado la boca de gasolina, puesto i. mecha entre los dientes y, después de haberla encendido, habían perado a que la cabeza explotara. Arranqué la Vespa y me fui.
El 24 de enero, cuando llegué, estaba tendido en el suelo sobre II baldosas, muerto. Un enjambre de carabineros caminaba con nervi sismo por delante de la tienda donde había tenido lugar la ejecucióh La enésima.
—Un muerto al día se ha convertido en la cantinela de Nápc les —dice un chico nerviosísimo que pasa por allí.
Se para, se descubre ante el muerto, al que no ve, y se marcha Cuando los killers entraron en la tienda ya apretaban las culatas de L pistolas. Estaba claro que no querían robar sino matar, castigar. Attilic intentó esconderse detrás del mostrador. Sabía que no servía de nad pero quizá esperó que indicara que estaba desarmado, que no ten]’ nada que ver, que no había hecho nada. Tal vez se había dado cuenta de que aquellos dos eran soldados de la Camorra, de la guerra desata— da por los Di Lauro. Le dispararon, vaciaron los cargadores y después del «servicio» salieron, hay quien dice que con calma, como si hubieran comprado un móvil en lugar de matar a un individuo. Attilio Romanó está alli. Sangre por doquier. Casi parece que el alma se le haya salido por los orificios de bala que le han marcado todo el cuerpo. Cuando ves tanta sangre por el suelo empiezas a tocarte, compruebas que tú no estás herido, que en aquella sangre no está también la tuya, empiezas a entrar en un estado de ansiedad psicótica, intentas asegurarte de que no haya heridas en tu cuerpo, de que no te hayas herido por casualidad, sin darte cuenta.Y aun así, no crees que en un hombre pueda haber tanta sangre, estás seguro de que tú tienes mucha menos. Cuando te convences de que esa sangre no la has perdido tú, no es suficiente: te sientes desangrado aunque la hemorragia no sea tuya. Tú mismo te conviertes en hemorragia, notas las piernas flojas, la boca pastosa, notas las manos disueltas en aquel lago denso, quisieras que alguien te mirase el interior de los ojos para comprobar el nivel de anemia. Quisieras llamar a un enfermero y pedir una transfusión, quisieras tener el estómago menos cerrado y comer un ifiete, si consigues no vomitar.Tienes que cerrar los ojos y no respirar. El olor de sangre coagulada que ya ha impregnado ¿ambién las paredes de la habitación sabe a hierro oxidado.Tienes que salir al aire libre antes de que echen serrín sobre la sangre, porque la mezcla despide un olor terrible que hace imposible contener las ganas de vomitar.
No acababa de entender por qué había decidido una vez más ir al escenario del crimen. De una cosa estaba seguro: no es importante trazar el recorrido que conduce a lo que ha concluido, reconstruir el terrible drama que ha tenido lugar. Es inútil observar los círculos de tiza alrededor de los restos de los casquillos que casi parecen un juego infantil de bolos. Lo que sí que hace falta es percatarse de si ha quedado algo. Quizá es eso lo que voy a buscar. Trato de percibir si todavía flota algo humano; si hay un sendero, una galería excavada por el gusano de la existencia que pueda desembocar en una solución, en una respuesta que dé el sentido real de lo que está ocurriendo.
El cuerpo de Attilio continúa en el suelo cuando llegan los familiares. Dos mujeres, quizá su madre y su mujer, no lo sé. Caminan abrazadas, el hombro de una pegado al hombro de la otra, son las únicas que todavía esperan que no haya sucedido lo que ya saben perfectamente que ha sucedido. Pero van cogidas, se sostienen la una a la otra un instante antes de encontrarSe ante la tragedia. En esos instantes, en los pasos de las mujeres y de las madres hacía el encuentro con el cuerpo acribillado, es cuando se intuye una irracional, disparatada, insensata confianza en el deseo humano. Esperan, esperan, esperan y siguen esperando que haya sido un error, una mentira que ha ido pasando de boca en boca, un malentendido del oficial de los carabineros que anunciaba el asesinato y el asesino. Como si obstinarse en creer algo pudiera realmente cambiar el curso de los acontecimientos. En ese momento, la presión arterial de la esperanza canza un máximo absoluto sin mínimo alguno. Pero no hay na que hacer. Los gritos y los llantos muestran la fuerza de gravedad lo real. Attilio está en el suelo. Trabajaba en una tienda de telefonía í para redondear el sueldo, en un cali center. Él y su mujer, Natalia, aí no tenían hijos. Todavía no era el momento, quizá no tenían reci sos económicos para mantenerlo y a lo mejor esperaban la oporttÉ nidad de hacerlo crecer en otro lugar. Los días se reducían a horas trabajo, y cuando tuvo la oportunidad y unos ahorros, Attilio con deró conveniente convertirse en accionista de esa tienda donde h encontrado la muerte. Pero el otro socio es familia lejana de Parian.4 te, el boss de Bacoli, un coronel de Di Lauro, uno de los que se iei han puesto en contra. Attilio no lo sabe o al menos resta importan-J cia al hecho, se fia de su socio, le basta con saber que es una persona que vive de su trabajo esforzándose mucho, demasiado. Resumiendo, aquí no se decide la propia suerte, el trabajo parece ser un privilegio, algo que una vez obtenido no se suelta, casi como una fortuna que te hubiera tocado, un hado benévolo que te ha escogido, aunque ese trabajo te obligue a estar füera de casa trece horas al día, te deje medio domingo libre y te proporcione mil euros al mes que a duras penas te alcanzan para pagar un préstamo. Independientemente de cómo haya llegado el trabajo, hay que dar gracias y no hacer demasiadas preguntas, ni a uno mismo ni al destino.
Sin embargo, alguien deja caer la sospecha.Y a partir de ese momento, el cuerpo de Attilio Romanó se halla expuesto a sumarse al de los soldados de la Camorra asesinados en los últimos meses. Los cuerpos son los mismos, pero las razones de la muerte son distintas aunque se caiga en el mismo frente de guerra. Son los clanes los que deciden quién eres, cual es tu bando en el Risiko* del conflicto. Los bandos se determinan con independencia de la voluntad individual. Cuando los ejércitos avanzan por la calle, no es posible establecer una dinámica externa a su estrategia, son ellos los que deciden el sentido, los motivos, las causas. En aquel instante, la tienda donde At—
* Juego de mesa o de ordenador que simula un conflicto internacional y prevé estrategias de guerra. (N de los T)

io trabajaba era expresión de una economía vinculada al grupO de los Españoles’ y esa economía tenía que ser eliminada.


Natalia, «Nata», como la llamaba Attilio, era una chica abrumada or la tragedia. Se había casado hacía apenas cuatro meses, pero no
Irecibe consuelo, en el funeral no está el presidente de la República, un ministro, el alcalde dándole la mano. Quizá sea mejor así; se aliorra la puesta en escena instituci0n Pero lo que flota sobre la muerte de Attiio es una injusta desconfiaflza.Y la desconfianza es la conformidad silenciosa que se concede al orden de la Camorra. El enésimo consenso a la actuación de los clanes. Pero los compañeros del cafl center de «Attila», como lo llamaban por su violento deseo de vivir, organizan marchas nocturnas y se obstinan en caminar aunque en el recorrido de la manifestación continúen produciéndose emboscadas, aunque la sangre continúe manchando la calle. Avanzan, encienden luces, se hacen oír, eliminan todo rastro de deshonra, borran toda sospecha. Attila ha muerto trabajando y no tenía ninguna relación con la Camorra.
En realidad, después de cada emboscada la sospecha cae sobre todos. La mquína de los clanes es demasiado perfecta. No hay error. Hay castigo. Así que es al clan al que se da un voto de confianza, no a los familiares, que no entienden, no a los compañeros de trabajo, que lo conocen, no a la biografía de un individuo. En esta guerra se machaca a las personas sin ser culpables de nada, se las incluye en los efectos colaterales o en los probables culpables.
Un chico, Dario Scherillo, de veintiSéiS añoS, asesinado el 26 de diciembre de 2004: mientras iba en motocicleta, le disparan en la cara y en el pecho lo dejan morir en el suelo bañado en su propia sangre, que tiene tiempo de impregnar complemente la camisa. Un chico inocente. Le ha bastado COfl ser de Casavatore, una localidad maltratada por este conflicto. Para él, de nuevo silencio e incomprensión. Ningún recordatorio, placa o inscriPciófl.
_Cuando la Camorra mata a alguiefl nunca se sabe —me dice un viejo que se hace la señal de la cruz cerca del lugar donde Dario ha caído.
La sangre que hay en el suelo es de un rojo vivo.Toda la sangre no tiene el mismo color. La de Dario es púrpura parece que todavía fluye.

Los montones de serrín no acaban de absorberla. Al cabo de u rato, un coche, aprovechando el espacio vacío, aparca sobre la maz cha de sangre.Y todo acaba. Todo queda cubierto. Ha sido asesinad para enviar un mensaje al país, un mensaje de carne metido en sobre de sangre. Como en Bosnia, como en Argelia, como en Soma ha, como en cualquier confusa guerra interna, cuando resulta difici saber a qué bando perteneces, basta con matar a tu vecino, al perro a un amigo o a un familiar. Un rumor de parentesco, una semejanz* es condición suficiente para convertirse en blanco. No tienes mf que pasar por una calle para recibir de inmediato una identidad de plomo. Lo importante es concentrar lo máximo posible dolor, trage-J dia y terror. Con el único objetivo de mostrar la fuerza absoluta, e1. dominio indiscutible, la imposibilidad de oponerse al poder verdadero, real, imperante. Hasta acostumbrarse a pensar como aquellos que podrían ofenderse por un gesto o por una palabra. Permanecer atentos, callados, ser prudentes para salvar la vida, para no tocar el cable de alta tensión de la vendetta. Mientras me alejaba, mientras se llevaban a Attilio Romanó, empecé a comprender. A comprender por qué no hay un solo momento en que mi madre no me mire con preocupación, sin entender por qué no me voy de aquí, por qué no salgo huyendo, por qué continúo viviendo en este sitio infernal.Trataba de recordar cuántos caídos, asesinados, afectados ha habido desde que nací.


No haría falta contar los muertos para comprender las economías de la Camorra, es más, son el elemento menos indicativo del poder real, pero son la huella más visible y la que consigue hacer razonar con el estómago de forma inmediata. Empiezo la cuenta: en 1979, cien muertos; en 1980, ciento cuarenta; en 1981, ciento diez; en 1982, doscientos sesenta y cuatro; en 1983, doscientos cuatro; en 1984, ciento cincuenta y cinco; en 1986, ciento siete; en 1987, ciento veintisiete; en 1988, ciento sesenta y ocho; en 1989, doscientos veintiocho; en 1990, doscientos veintidós; en 1991, doscientos veintitrés; en 1992, ciento sesenta; en 1993, ciento veinte; en 1994, ciento quince; en 1995, ciento cuarenta y ocho; en 1996, ciento cuarenta y siete; en 1997, ciento treinta; en 1998, ciento treinta y dos; en 1999, noventa y uno; en 2000, ciento dieciocho; en 2001, ochenta; en 2002,

senta y tres; en 2003, ochenta y tres; en 2004, ciento cuarenta y dos; n 2005, noventa.


Tres mii seiscientos muertos desde que nací. La Camorra ha matado más que la mafia siciliana, más que la ‘Ndrangheta, más que la rusa, más que las familias albanesas, más que el total de los muertos causados por ETA en España y por el IRA en Irlanda, más que las Brigadas Rojas, más que los NAR* y más que todos los crímenes de Estado cometidos en Italia. La Camorra ha matado más que nadie. Me viene a la mente una imagen. La del mapa del mundo que aparece con frecuencia en los periódicos. Destaca en algunos números de Le Monde Dip1omatique es ese mapa que índica con una llama resplandeciente todos los lugares de la tierra donde hay un conflicto. Kurdistáfl, Sudán, KosovO,Tjmot Oriental. Acaba de poner los ojos en el sur de Italia. De sumar los montones de carne que se acumulan en cada guerra relacionada con la Camorra, la Mafia, la ‘Ndrangheta, los Sacristi de Apulia o los Basilischi de Lucaflia.** Pero no hay ni rastro de destellos, no hay dibujado ningún fuego. Esto es el corazón de Europa. Aquí se forja la mayor parte de la economía de la nación. Cuáles sean las estrategias utilizadas para su obtención, es lo de menos. Es necesario que la carne de matadero permanezca empantanada en los barrios de la periferia reviente en el caos de cemento e inmundicia, en las fbrícas clandestinas Y en los almacenes de coca.Y que nadie lo mencione, que todo parezca una guerra de bandas, una guerra entre facinerosos. Y entonces comprendes también la mueca de tus amigos que han emigrado, que vuelven de Milán o de Padua y no saben en qué te has convertido. Te miran de arriba abajo para tratar de calcular tu peso específico e intuir si eres un chiachieflo, una calamidad,0 un bbuono, un hombre de recursos. Un fracasado o un camorrista.Y ante la bifurcación de los caminos, sabes cuál estás recorriendo y no ves nada bueno al final del recorrido.
* Núcleos Armados Revo1uCj0t05, grupo de extrema derecha considera do responsable de veintitrés homicj0S, entre euos el del juez Amato. (N. de los T)
** Los Sacristi y los Basilischi son también organizaciones mafiosas. (N. de

los T)

Volví a casa, pero fui incapaz de estarme quieto. Bajé y me


a correr, deprisa, cada vez más deprisa, las rodillas se torcían, los tal nes golpeteaban los glúteos, los brazos parecían descoyuntados y agitaban como los de una marioneta. Correr, correr, seguir corrie do. El corazón se desbocaba, en la boca la saliva anegaba la lengu inundaba los dientes. Notaba que la sangre hinchaba la carótida, bosaba en el pecho; estaba sin aliento, aspiré por la nariz todo el a posible y lo expulsé inmediatamente como un toro. Eché de nuel a correr, con los ojos cerrados, con la sensación de tener las r
heladas y la cara ardiendo. Me parecía que toda aquella sangre vis en el suelo, perdida como por un grifo pasado de rosca, la había r cuperado yo, la sentía en mi cuerpo.
Por fin llegué al mar. Salté a las rocas, la oscuridad estaba ini pregnada de neblina, no se veían ni los faros de las embarcacione que navegan por el golfo. El mar se encrespaba, empezaron a levani tarse algunas olas, parecían no querer tocar el cieno del rompiente pero tampoco volvían al remolino lejano de alta mar. Permanecer inmóviles en el vaivén del agua, resisten obstinadas en una imposible fijeza agarrándose a su cresta de espuma. Paradas, sin saber dónde e4 mar todavía es mar.
Unas semanas más tarde empezaron a llegar periodistas. De todas partes; de repente, la Camorra había vuelto a existir en la región donde se creía que solo existían ya bandas y tironeros. Secondigliano se convirtió en unas horas en el centro de atención. Enviados especiales, fotógrafos de las agencias más importantes, hasta un equipo permanente de la BBC. Un chiquillo posa para que lo fotografíen junto a un reportero que lleva al hombro una cámara con el logo de la CNN bien visible.
—Son los mismos que están con Sadam —comentan riendo en Scampia.
Filmados por aquellas cámaras de televisión se sienten transportados al centro del mundo. Una atención que parece conferir por primera vez a aquellos lugares una existencia real. La matanza de Secondigliano atrae una atención que no suscitaban las dinámicas de la Camorra desde hacía veinte años. En el norte de Nápoles, la guerra Lata en poco tiempo, respeta los criterios periodísticos de la crónica, en poco más de un mes acumula decenas y decenas de víctimas. Parece hecha aposta para dar un muerto a cada enviado. El éxito a todos.Vieflen becarios en tropel a hacer prácticas. Aparecen micrófonos por todas partes para entrevistar a camellos, cámaras para reproducir el tétrico perifi anguloso de las Velas. Algunos incluso consiguen entrevistar a presuntos camellos, tomándolos de espaldas. En cambio, casi todos dan unas monedas a los heroinóm1n0s, que mascullan su historia. Dos chicas, dos periodistas hacen que su operador las fotografíe delante de una carcasa de coche quemada que aún no han retirado.Ya tienen un recuerdo de su primera guerra menor como cronistas. Un periodista francés me telefonea preguntándome si tiene que traer el chaleco antibalas, teniendo en cuenta que quiere ir a fotografiar la mansiófl de CosimO Di Lauro. Los equipos van de un lado a otro en coche, fotograflan filman, como exploradores en un bosque donde todo está transformándose en escenografía. Algún que otro periodista se mueve con escolta. Para describir econdígIian0, la peor opción es hacerse escoltar por la policía. Scampia no es un lugar inaccesible, la fuerza de esta plaza del narcottáflco es precisamente su accesibilidad total y garantizada para todo el mundo. Los periodistas que van con escolta solo pueden captar con la mirada lo que encuentran en cualquier noticia dada por las agencias de prensa. Como estar delante del ordenador en la redacción, con la diferencia de estar moviéndose.
Más de cien periodistas en poco menos de dos semanas. De repente, la plaza de la droga de Europa empieza a existir. Los propios policías se encuentran asediados, todos quieren participar en operaciones, ver al menos arrestar a un camello, registrar una casa. Todos quieren meter en los quince minutos de reportaje algunas imágenes de esposas y algunas metralletas incautadas. Muchos oficiales empiezan a quitarse de encima a los numerosos reporteros y neoperiodis tas de investigación haciéndoles fotografiar a policías de paisano que fingen ser camellos. Una manera de darles lo que quieren sin perder demasiado tiempo. Lo peor posible en el menor tiempo posible. Lo peor de lo peor, el horror del horror, transmitir la tragedia, la sangre, las tripas, los disparos de metralleta, los cráneoS atravesados, las carnes quemadas. Lo peor que cuentan es solo la purria de lo peor. MuchÓ cronistas creen encontrar en Secondígliano el gueto de Europa, - miseria absoluta. Si consiguieran no escapar, se darían cuenta de c
tienen delante los pilares de la economía, el filón oculto, las tiniebla donde encuentra energía el corazón palpitante del mercado.
Recibía de los periodistas de televisión las propuestas más creíbles. Algunos me pidieron que me pusiera una microcámara ei una oreja y recorriera las calles «que yo conocía», siguiendo a perso. nas «que yo sabía». Soñaban con que Scampia les proporcionara ma terial para unE episodio de un reality con homicidio y venta de drogas incluidos. Un guionista me dio un texto que contaba una historia de sangre y muerte, en la que el diablo del Nuevo Siglo era concebidc en el barrio Tercer Mundo. Durante un mes cené gratis todas las no— ches, me invitaban los equipos cíe televisión para hacerme propuestas absurdas, para tratar de obtener información. Durante el período de lafaida se creó en Secondigliano y Scampia un auténtico mercado de acompañantes, portavoces oficiales, confidentes, guías indios en la reserva de la Camorra. Muchísimos jóvenes tenían una técnica. Merodeaban en torno a los emplazamientos de los periodistas fingiendo que vendían droga o fingiendo ser pali, y en cuanto uno hacía acopio de valor para acercárseles, enseguida se declaraban d.ispuestos a contar, a explicar, a dejarse filmar. Inmediatamente anunciaban las tarifas: cincuenta euros por el testimonio, cien euros por un recorrido por las plazas de venta de droga, doscientos por entrar en la casa de algún camello que vivía en las Velas.
Para comprender el ciclo del oro no se pueden mirar solo las pepitas y la mina. Hay que partir de Secondigliano y seguir el rastro de los imperios de los clanes. Las guerras de la Camorra sitúan las localidades dominadas por las familias en el mapa geográfico, el interior de la Campania, las «tierras del hueso»,* territorios que algunos llaman el Far West de Italia y que, según una violenta leyenda, son más ricos en metralletas que en tenedores. Pero, aparte de la violen-
* Expresión empleada por el agrónomo, escritor y político Manlio Rossi Doria para designar las zonas interiores de la Campania, de colinas y montañas, en contraposición a las «tierras de la pulpa», que son las franjas costeras y llanas. (N de los T)

1 que surge en períodos concretos, aquí se crea una riqueza expoencial de la que estas tierras solo ven resplandores lejanos. Sin em— Irgo, no se cuenta nada de esto, las televisiones, los enviados, sus tra—


todo lo llena la estética de los arrabales napolitanos.
29 de enero matan aVincenzo De Gennaro. El 31, en una chartena, a Vittorio Bevilacqua. El 1 de febrero, Giovanni Orabona, .jiuseppe pizzofle y Antonio Patrizio son asesinados. Los matan em[pleando una estratagema antigua pero todavía eficaz: los killers fingen ser policías. Giovanni Orabona, de veintitrés años, era delantero del Real Casavatore. Iban andando cuando un automóvil los paró. Llevaba una sirena en el techo. Bajaron dos hombres con el documento de identificación de la policía. Los jóvenes no intentaron huir ni oponer resistencia. Sabían cómo debían comportarse, se dejaron
esposar y subieron al coche. Al 3OCO, el coche se detuvo de pronto y los hicieron bajar. Quizá no comprendieron enseguida lo que pasaba, pero cuando vieron las pistolas todo quedó claro. Era una emboscada. No eran policías sino los Españoles. El grupo rebelde.A dos los liquidaron en l acto obligándolos a arrodillarse y disparándoles en la cabeza; el tercero, a juzgar por las huellas encontradas en el lugar, había intentado escapar, con las manos atadas tras la espalda y la cabeza como Único eje de equilibrio. Cayó. Se levantó.VolVió a caer. Lo alcanzaron, le metieron una.automática en la boca. El cadáver tenía los dientes rotos; el chico debía de haber intentado morder el cañón de la pistola por instinto, como para romperla.
El 27 de febrero llegó de Barcelona la noticia de la detención de Raffaele Amato. Estaba jugando al blackjack en un casino; intentaba ahgerarse los bolsillos. Los Di Lauro solo habían conseguido atentar contra su primo Rosario incendiándole la casa. Según las acusaciones de la magistratura napolitana, Amato era el capo carismático de los Españoles. Había crecido enVía Cupa dell’Arco, la calle de Pao— lo Di Lauro y de su familia. Amato se había convertido en un dirigente de peso desde que hacía de intermediario en las operaciones de tráfico de droga y gestionaba las apuestas de inversión. Según acusaciones de los arrepentidos y las investigaciones de la Antima gozaba de un crédito ilimitado con los traficantes internacionales llegaba a importar toneladas de cocaína. Antes de que los policí con pasamontañas lo derribaran con la cara contra el suelo, R
Amato ya había sido arrestado durante una redada en un hotel ci Casandrino,junto con otro lugarteniente del grupo y un importar te traficante albanés, que tenía un intérprete de lujo para que lo ayt dara en los negocios: el sobrino de un ministro de Tirana.
El 5 de febrero le toca el turno a Angelo Romano. El 3 de marzo Davide Chiarolanza es asesinado en Melito. Había reconocido a lo killers, quizá hasta le habían dado cita. Lo liquidaron mientras inten— taba escapar hacia su coche. Pero ni la magistratura ni la policía y los carabineros consiguen detener lafaida. Las fuerzas del orden taponan, apartan brazos, pero no parece que logren detener la hemorragia militar. Mientras, la prensa sigue la crónica negra enredándose en ínter—, pretaciones y valoraciones, un diario napolitano da la noticia de un pacto entre los Españoles y los Di Lauro, un pacto de paz momentánea, firmado con la mediación del clan Licciardi. Un pacto deseado por los otros clanes de Secondigliano y quizá también por los otros cárteles camorristas, que temían que el prolongado silencio sobre su poder pudiera ser interrumpido por el conificto. Era preciso permitir de nuevo que el espacío legal se desentendiera de los territorios de acumulación criminal. El pacto no fue redactado por un boss carismático una noche en el calabozo. No fue difundido a escondidas, sino publicado en un periódico, un diario. En un artículo firmado por Simone Di Meo que apareció en Cronache di Napoli el 27 de junio de 2005 se pudo leer en los quioscos. Estos son los puntos de acuerdo publicados:
1) Los secesionistas han exigido la devolución de las viviendas desalojadas entre noviembre y enero en Scampia y Secondigliano:
unas ochocientas personas obligadas por el grupo de choque de Di Lauro a dejar las casas.

2) El monopolio de los Di Lauro en el mercado de la droga ieda roto. No se da marcha atrás. El territorio tendrá que ser repartido de forma equitativa. La provincia para los secesionistas; Náoles para los Di Lauro.


3) Los secesionistas podrán utilizar sus propios canales para importar droga, sin tener que recurrir obligatoriamente a la mediación de los Di Lauro.


4) Las venganzas privadas son independientes de los negociOS es decir, los negocios son más importantes que las cuestiones personales. Si en lo sucesivo se ejecuta una venganza relacionada con lafaida, no se reanudarán las hostilidades, sino que permanecerá en la esfera de lo privado.
El boss de los boss secondig aneses debe de haber vuelto. Ha sido visto en todas partes, desde Apulia hasta Canadá. Los servicios secretos llevan meses moviéndose para pillarlo. Paolo Di Lauro deja huellas, minúsculas, invisibles, como su poder antes de lafaida. Parece ser que lo han operado en una clínica marsellesa, la misma donde se cree que estuvo e boss de la Cosa Nostra, Bernardo ProveflZan°. Ha vuelto para firmar la paz o para limitar los daños. Está aquí, ya se siente su presenCia la atmósfera ha cambiado. El boss desaparecido desde hace diez años, el que en una conversación telefónica de un afiliado «tenía que volver, aun a costa de exponerse a la cárcel». El boss fantasma, de rostro desconocido incluso para los afiliados:
—Por favor, déjame verlo, solo un momento, lo miro y enseguida me voy —le había pedido un affliado al boss MauriZio Prestieri.
El 16 de septiembre de 2005 pillan a Paolo Di Lauro enVia Canonico StornaiUlo. Escondido en la modesta casa de Fortunata Liguori, la mujer de un afiliado de poco rango. Una casa anónima como la que había elegido su hijo Cosimo para instalarse cuando estaba huido de la justicia. En el bosque de cemento es más fácil camuflarse, en casas corrientes se vive sin rostro y con sigilo. La ausencia urbana es más total, más anónima que esconderse en un sótano o en un doble fondo. Paolo Di Lauro había estado a punto de ser arrestado el día de su cumpleaños. El desafio máximo era ir a casa a comer con la familia mientras la policía de media Europa lo perseguía. Pero alguien lo avisó a tiempo. Cuando los carabineros entraron en la dencia familiar, encontraron la mesa puesta con su sitio vacío. En e
ocasión, sin embargo, las unidades especiales de los carabineros, ROS, van sobre seguro. Los carabineros están nerviosísimos c entran en la casa. Son las cuatro de la madrugada, después de toda u
noche de observación. Pero el boss no se inmuta, es más, los cahna Entrad... yo estoy tranquilo.., no pasa nada.
Veinte coches patrulla escoltan el automóvil en el que le hao subir, más cuatro liebres, las motos que lo preceden para comprob que todo esté tranquilo. El cortejo se aleja, el boss va en el blindad Había tres posibles recorridos para trasladarlo al cuartel. AtravesarV Capodimonte para ir a toda pastilla porVia Pessina y la plaza Dant o bien cerrar todos los accesos al Corso Secondigliano y tomar la cai rretera de circunvalación para dirigirse alVomero. En caso de mo peligro, habían previsto hacer que aterrizara un helicóptero trasladarlo por aire. Las liebres informan de que en el recorrido ha un coche sospechoso.Todos esperan una emboscada. Pero es una sa alarma. Trasladan al boss al cuartel de los carabineros de Via Pas trengo, en el corazón de Nápoles. El helicóptero desciende y el p y el mantillo del parterre del centro de la plaza empiezan a agitarse en un remolino a media altura lleno de bolsas de plástico, pañuelos de papel y hojas de periódico. Un remolino de basura.
No hay ningún peligro. Pero es preciso proclamar el arresto, mostrar que se ha conseguido prender lo inaprensible, detener al boss. Cuando llega el carrusel de blindados y coches patrulla, y los carabineros ven que los periodistas ya están presentes en la entrada del cuartel, se sientan a horcajadas sobre la portezuela del automóvil. Utilizando las ventanillas a modo de sillines, empuñan ostensiblemente la pistola y llevan pasamontañas y el chaleco de los carabineros. Desde el arresto de Giovanni Brusca, no hay carabinero ni policía que no quiera que lo fotografien en esa posición. El desahogo por las noches de vigilancia, la satisfacción por la presa capturada, la astucia de gabinete de prensa para ocupar con toda certeza las primeras páginas. Cuando Paolo Di Lauro sale del cuartel, no tiene la arrogancia de su hijo Cosimo, se dobla por la cintura mirando al suelo, solo deja la calva desnuda ante las cámaras y los fotógrafos. Quizá simplemente un modo de protegerse. Dejarse fotografiar por Lentos de objetivos desde todos los ánguloS dejarse filmar por decenas de cámaras de televisión haba supuesto mostrar su rostro a toda Italia, lo que tal vez hubiera llevado a algunos vecinos a denunciar que lo habían visto, que habían estado a su lado. Mejor no facilitar las nvestigacio5 mejor no desvelar sus itinerarios clandestinos. Sin embargo, algunos interpretan su cabeza agachada como un simple gesto de desgana por los flashes y las cámaras, la desazón de ser reducido a animal de feria.
Unos días más tarde, Paolo Di Lauro fue conducido al tribunal, a la sala 215.TOmé asiento entre los parientes. La única palabra que el boss pronunció fue «pnte».Todol0 demás lo dijo sin voz. Gestos, guiños y sonrisas se convierten en la sintaxis muda a través de la cual se comunica desde su jaula. Saluda, responde, tranquiliza. Detrás de mí tomó asiento un hombretón canoso. Paolo Di Lauro parecía mirarme, pero en realidad había visto al hombre que estaba a mi espalda. Se miraron por espacio de unos segundos; luego el boss le guiñ6 un ojo.
Parece ser que muchos, al enterarse de la detención, habían ido a saludar al boss, al que no habían podido ver durante años porque estaba en busca y captura. Paolo Di Lauro llevaba vaqueros y un polo oscuro. En los pies, unos Paciotti, los zapatos que calzan todos los dirigentes de los clanes de esta zona. Los celadores le liberaron las muñecas quitándol las esposas. Una jaula solo para él. Entra en la sala la flor y nata de los clanes del norte de Nápoles: Raifaele bbinante, EnricO D’Pwaflzo, Giuseppe Criscuolo, caflgelo Valentino, Maria Prestieri, Maurizio Prestieri, Salvatore Britti yVinceflzo Di Lauro. Hombres y ex hombres del boss, ahora divididos en dos jaulas: fieles y Españoles. El más elegante es Prestieri americana azul marino y camisa oxford azul celeste. Es él el primero que se acerca al cristal de protección que lo separa del boss. Se saludan. Llega también Enrico D’AVanZo, llegan incluso a susurrar algo entre las rendijas del cristal antibalas. Muchos dirigentes no lo veían desde hacía años. Su hijo VincenzO no ha estado con él desde que en 2002 huyó de la justicia y se refugió en ChivassO, en el Piamonte, donde fue arrestado en 2004.
No aparté la mirada del boss. Cada gesto, cada mueca me parec suficiente para llenar páginas enteras de interpretaciones, para crea nuevos códigos de la gramática de los gestos. Con su hijo, sin emba1 go, mantuvo un extraño diálogo silencioso. Vincenzo señaló con índice el dedo anular de su mano izquierda, como para preguntar a s padre: «Y la alianza?». El boss se pasó las manos por ambos lados c la cabeza y luego las movió como si fuera al volante, conduciendcy Me costaba descifrar los gestos. La interpretación que hicieron los pe. riódicos fue que Vincenzo le había preguntado a su padre cómo que no llevaba la alianza, y su padre le había dado a entender que los carabineros le habían quitado todo el oro. Después de los gestos, loS guiños, los rapidísimos movimientos de labios y las manos pegadas a cristal blindado, Paolo Di Lauro se quedó mirando a su hijo con una sonrisa en los labios. Se dieron un beso a través del cristal. Al finalizar la audiencia, el abogado del boss pidió que se les permitiera darse un abrazo. La petición fue concedida. Siete policías lo vigilaban.
—Estás pálido —dijo Vincenzo.
Y su padre le contestó, mirándolo a los ojos:
—Hace muchos años que esta cara no ve el sol.
Muchos prófugos llegan al límite de sus fuerzas antes de ser capturados. La huida continua demuestra la imposibilidad de disfrutar de la propia riqueza y eso hace que los boss estén todavía más en simbiosis con su propio estado mayor, que se convierte en la única medida verdadera de su éxito económico y social. Los sistemas de protección, la morbosa y obsesiva necesidad de planificar cada paso, la mayor parte del tiempo encerrados en una habitación dirigiendo y coordinando los negocios y las empresas, hacen vivir a los boss prófugos como prisioneros del propio negocio. En la sala del tribunal, una señora me contó un episodio de cuando Di Lauro estaba huido de la justicia. Por su aspecto podía ser una profesora; llevaba el pelo teñido de un color más amarillo que rubio, con una ancha raya de su color natural. Cuando empezó a hablar, tenía la voz ronca y grave. Se remontaba a la época en que Paolo Di Lauro todavía andaba por Secondigliano, obligado a moverse siguiendo meticulosas estrategias. Casi parecía que estuviera disgustada por las privaciones del boss. Me decía que Di Lauro tenía cinco coches del mismo color y modelo y
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