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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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n la misma matrícula. Cuando tenía que traslada.rse, hacía que saran los Cinco, pero evidentemente él solo montaba en uno. Los inco llevaban escolta, y ninguno de sus hombres sabía con certeza pu qué automóvil iba él. El coche salía de la residencia, y ellos lo se— juan para escoltarlo. Una manera segura de evitar traiciones, aunque
o fuera la más inmediata de indicar que el boss se estaba moviendo. La señora lo contaba en un tono de profunda conmiSeración por el sufrimiento y la soledad de un hombre obligado siempre a pensar que iban a matarlo. Después del baile de gestos y abrazos, después de los saludos y los guiñOS de los personajes pertenecientes al poder más feroz de Nápoles el cristal blindado que separaba al boss de los demás estaba lleno de marcas de todo tipo: huellas de manos, rastros de grasa, sombras de labios.
Menos de veinticuatro horas después de la detención del boss, encontraron en la rotonda de Arzano a un chico polaco que temblaba como una hoja mientras intentaba con dificultad tirar a la basura un enorme fardo. El polaco iba manchado de sangre y el miedo dificultaba sus movimielltos. El fardo era un cuerpo. Un cuerpo maltratado, torturado, desfigurado de un modo tan atroz que parecía imposible que se pudiera destrozar así un cuerpo. Una niina que hubieran hecho tragar a alguien y hubiera explotado en su estómago habría causado menos estragos. El cuerpo era de EdoardO La MoniCa, pero ya no se distinguían sus facciones. La cara solo tenía labios; el resto estaba hecho cisco. El cuerpo, repleto de orificios, estaba cubierto de costras de sangre. Lo habían atado y, con una maza de clavos, torturado lentamente, durante horas. Cada mazazo sobre el cuerpo era un agujero mazazos que no solo rompían los huesos sino que agujereaban la carne, clavos que entraban y salían. Le habían cortado las orejas, rebanado la lengua, roto las muñecas y sacado los ojos con un destornillador estando vivo, despierto, conscieflte.’ luego, para matarlo, le habían machacado la cara con un martillo, y con un cuchillo le habían grabado una cruz sobre los labios. El cuerpo debía acabar en la basura para que lo encontraran podrido entre la inmundicia de un vertedero. Todos entienden claramente el mensaje escrito en la carne, aunque no hay más pruebas que esa tortura. Cortadas las jas con las que has oído dónde estaba escondido el boss, rotas las n ñecas con las que has movido las manos para recibir el dinero, arra cados los ojos con los que has visto, rebanada la lengua con la que 1 hablado. La cara que has perdido ante el Sistema haciendo lo ç has hecho, destrozada. Sellados los labios con la cruz: cerrados pa siempre por la fe que has traicionado. Edoardo La Monica era i chable. Tenía un apellido de muchísimo peso, el de una familia c había hecho de Secondígliano una tierra de Camorra y un filón pal los negocios. La familia en la que Paolo Di Lauro había dado los pi,, meros pasos. La muerte de Edoardo La Monica es similar a la 4 Giulio Ruggiero. Ambos maltratados, torturados con meticulosida pocas horas después de las respectivas detenciones de los boss. De carnados, machacados, despedazados, desollados. No se veían hor cidios cometidos con tan diligente y sanguinaria voluntad simbólica desde hacía años: desde el fin del poder de Cutolo y de su killer PaSI quale Barra, llamado «‘o Nimale», famoso por haber matado en’ cárcel a Francis Turatello y haberle mordido el corazón después d habérselo arrancado del pecho con las manos. Estos ritos habían desaparecido, pero lafaida de Secondigliano los había desenterrado había convertido cada gesto, cada centímetro de carne, cada palabra en un instrumento de comunicación de guerra.
En rueda de prensa, los oficiales de los ROS declararon que la detención había sido posible gracias a que habían localizado a la proveedora que compraba el pescado preferido de Di Lauro, el besugo. El relato parecía demasiado perfecto para deteriorar la imagen de un boss poderosísimo, capaz de movilizar a cientos de vigilantes pero que al final se había dejado atrapar por un pecado de gula. En Secondiglíano ni por un segundo resultó creíble la historia del seguimiento de la pista del besugo. Muchos señalaban más bien al SISDE (Servicio para la Información y la Seguridad Democrática) como único responsable del arresto. El SISDE había intervenido, lo confirmaban incluso las fuerzas del orden, pero resultaba realmente muy díficíl advertir su presencia en Secondigliano. El indicio de algo que

acercaba mucho a la hipótesis de muchos cronistas, esto es, que el había puesto a sueldo a diversas personas de la zona a cambio


informa no de no interferencia, lo había oído fragnefltaniam en algunas charlas de bar. Hombres que, mientras tomaban un café un cappucciflb con un cruasán, pronunciaban frases de este tipo:
—Ya que recibes dinero de James l3ond...
En aquellos días oí nombrar dos veces de forma furtiva o alusia 007, un hecho demasiado insignificante y ridículO para concluir
de él, pero al mismO tiempO demasiado anómalo para pasar advertido.
La estrategia de los servicios secretos en el arresto de Di Lauro podría haber sido la de localizar a los responsables técnicos de los vigilantes y comprarlos, para poder desplazar a todos los pali yl05 cen— tinelaS a otras zonas y de ese modo impedir que dieran la alarma e hicieran huir al boss. La familia de Edoardo La Moflica desmintió su osibie implicación afirmando que el joven nunca había formado parte del Sistema, que tenía miedo de los clanes y sus negocios. Quizá pagó por otro de su familia, pero la quirúrgica tortUra parecía encargada para ser recibida, no enviada a través de su cuerpo a otra persona.
Un día vi un grupito de gente no lejos de donde habían encontrado el cuerpo de Edoardo La Moflica. Un chico empezó a señalar su dedo anular y luego, tocándose la cabeza, a mover los labios Sifl emitir ningún sonido. Enseguida me Vino a la mente, como si se hubiera encendido una cerilla delante de mis ojos, el gesto deViflcefl zo Di Lauro en la sala del tribunaL aquel gesto extraño, insólito, aquel preguntar antes de nada, después de años sin ver a su padre por el anillo. El anillo, en napolitano aniellø. Un mensaje para indicar AniellO y el anular como alianza. En consecuencia, la fidelidad traicionada, como si estuviera señalando la cepa familiar de la traición. De dónde procedía la responsabilidad del arresto. Quién había hablado.

Aniello La Monica era el patriarca de la familia. Durante años, en el barrio llamaron a los La Monica los «Anielli», al igual que llamaban a los Gionta de Torre Annunziata los «Valentmi», por el boss Valentino Gionta. Según las declaraciones del arrepentido RuocCO y de Luigi Giuliano, Aniello La Monica había sido liquidado precisa mente por su ahijado Paolo Di Lauro. Es verdad que todos los hc bres de los La Monica están en las ifias de los Di Lauro. Pero est muerte atroz podría ser el castigo por la venganza de aquella muerta de hace veinte años, una venganza servida fría, helada, mediante una delación más violenta que una ráfaga de balas. Una memoria pacien. te, infinitamente paciente. Una memoria que parecen compartir lo clanes que se han sucedido en la cima del poder en Secondigliano y el propio barrio en el que estos reinan. Pero que continúa basándos en rumores, hipótesis y sospechas, capaces tal vez de producir efectosi como una detención clamorosa o un cuerpo torturado, pero jamás de plasmarse en verdad. Una verdad que siempre debe ser interpi como unjeroglifico que, según te dicen, es mejor no descifrar.


Secondigliano había vuelto a vivir movida por sus mecanismos económicos de siempre. Los Españoles y los Di Lauro tenían a todos los dirigentes encarcelados. Nuevos jefes de zona estaban descollando, nuevos dirigentes jovencísimos empezaban a dar los primeros pasos en las esferas del mando. La palabra faida desapareció con el paso de los meses y empezó a sustituirse por «Vietnam».
—Ese... ha hecho el Vietnam... así que ahora tiene que estar tranquilo.
—Después del Vietnam aquí todos tienen miedo...
—El Vietnam ha acabado o no?
Son fragmentos de frases pronunciadas en los móviles por las nuevas generaciones del clan. Llamadas interceptadas por los carabineros para desembocar el 8 de febrero de 2006 en la detención de Salvatore Di Lauro, el hijo de dieciocho años del boss, que había empezado a coordinar un pequeño ejército de chiquillos para vender droga. Los Españoles perdieron la batalla, pero parece ser que consiguieron su objetivo de hacerse autónomos, con un cártel propio y hegemónico dirigido por chavales jovencísimos. Los carabineros interceptaron un SMS que una chiquilla mandó a un jefe de plaza jovencísimo, detenido durante el período de lafaida y que volvió a vender droga nada más salir de la cárcel:

_EnhorabUefla por el trabajo y el regreso al barrio, me emociona tu victoria, 1felicidades!


La victoria era la militar; la felicitación, por haber combatido en el lado bueno. Los Di Lauro están en prisiófl pero han salvado la piel y el negocio, por lo menos el familiar.
La situación se calmó de repente después de las negociaciones entre los clanes y de los stos.Vagaba por una Secofld ano agotada, pisada por demasiadas personaS fotografiada filmada, violada. Cansada de todo. Me paraba delante de los murales de Felice Pignataro, delante de los rostros del sol, de los híbridos de calavera y payaso. Murales que estampaban en el cemento armado un sello de ligera e inesperada belleza. De pronto estallaron en el cielo unos fuegos artificiales, y el ruido obsesivo de los cohetes no se acababa nunca. Los equipos periodísticos que estaban desmantelando sus cuarteles después del arresto del boss fueron en tromba a ver qué pasaba. El último reportaje sensacional: dos edificios enteros estaban de fiesta. Conectaron los micrófonos, los focos iluminaban las caras, telefonearon al jefe de sección para anunciar un reportaje sobre los festejos de los Españoles por la detención de Paolo Di Lauro. Me acerqué para preguntar qué pasaba; un chico me respondió contento por mi pregunta:
—Es por PeppinO, ha salido del coma.
Peppino se dirigía al trabajo, hace un año, cuando su Ape, el motocarro con el que iba al mercado, había empezado a derrapar y había volcado. Las calles napolitanas son hidrosolubles, después de dos horas de lluvia el basalto empieza a flotar y el asfalto se deshace como si estuviera mezclado con sal. El motocarro volcó y Peppino sufrió un gravísimo traumatismo craneal. Para sacarlo del terraplén al que había ido a parar el motocarro, utilizaron un tractor que habían hecho traer del campo. Después de un año en coma, se había despertado y al cabo de unos meses el hospital le había dado el alta para irse a casa. El barrio celebró su regreso. Nada más bajar del coche, mientras todavía estaban instalándolo en la silla de ruedas, habían lanzado los primeros cohetes. Los niñOs se hacían fotografiar acariciándole la cabeza, completamente afeitada. La madre de Peppino lo protegía de caricias y besos demasiado efusivos para sus menguadas fuerzas. Los enviados que estaban en el lugar de los hechos tele nearon de nuevo a las redacciones, lo anularon todo, la serenata c bre 38 que querían filmar se había transformado en una fiesta pa un chiquillo que había salido del coma. Dieron media vuelta para vo ver a los hoteles; yo seguí. Me metí en casa de Peppino, encantado colarme en una fiesta demasiado alegre para perdérsela. Durante to la noche brindé a la salud de Peppino con toda la gente del edifici Repartida por las escaleras, entre descansillos y puertas abiertas saber muy bien de quién eran las casas abiertas y con las mesas rebci santes de cosas. Totalmente empapado de vino, me puse a hacer jes con la Vespa entre un bar todavía abierto y la casa de Peppino para aprovisionar a todos de vino tinto y Coca—Cola. Aquella noche Secondigliano estaba silenciosa y extenuada. Sin periodistas ni heli cópteros. Sin vigilantes y pali. Un silencio que daba ganas de dormir, como por la tarde sobre la arena, con los brazos cruzados debajo de la nuca sin pensar en nada.
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