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Leo huberman


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Eran palabras valientes. Pero apuntaban a una meta que no ha­bía sido alcanzada. A pesar de todos los meritorios esfuerzos de Roosevelt, "un numeroso ejército de desocupados" continuó exis­tiendo, a través de sus dos primeros períodos de gobierno. Jamás comprendió menos de 8 millones de persenas. Habría sido más nutrido a no ser por el programa de inversiones públicas. Y menor si ese programa de inversiones hubiese presentado medidas real­mente adecuadas.

Los hombres del New Deal juzgaban la desocupación como una condición de emergencia, de manera que pensaron en las inver­siones públicas en carácter de programa de emergencia. Eso fue un error. El derrumbamiento del sistema lucrativo implicaba que sería el destino de muchos norteamericanos estar permanentemente des­ocupados. Lo que se necesitaba era lanzar inmediatamente un pro­grama permanente de inversiones públicas en escala gigantesca, un programa que hiciese pleno uso de los recursos humanos y mate­riales de la nación; y abolir, en último término, el sistema lucrativo. Sin embargo, lo que hizo el New Deal fue dar sólo un paso vaci­lante en dirección del alivio del problema del desempleo. No fue una revolución en la economía.

CAPÍTULO XVIII
"QUE TAMBIÉN TENGA CUIDADO EL VENDEDOR!"

El Socorro y la Recuperación no eran suficientes. Remediar una mala situación existente representaba sólo parte de la tarea que aguardaba a Roosevelt. Contender con los males que, en primer lugar, habían conducido a la situación, era otra cosa distinta. Aquellas medidas del New Deal que tuvieron el propósito de co­rregir antiguos abusos, se consideran aquí bajo el encabezamiento de Reforma.

En la práctica, según hemos visto, el programa del New Deal no se dividió en tres secciones distintas: Socorro, Recuperación y Re­forma. La WPA, por ejemplo, era, a la vez, una medida de socorro y recuperación, mientras que las construcciones de la AOP y la Conservación del Suelo, a menudo constituyeron una combi­nación de las tres. Lo mismo ocurrió con las demás fases del programa del New Deal. La finalidad principal de algunas medidas fue el soco­rro, o la recuperación o la reforma, pero con frecuencia uno o los dos objetivos restantes también resultaron servidos.

El programa de viviendas ofrece una buena ilustración. Co­menzó como integrante de la AOP. Se ideó en carácter de auxilio para la recuperación. Fue eso y más que eso. La erradicación de las barriadas pobres y la construcción de viviendas a bajo costo, fue­ron, sin lugar a dudas, asimismo medidas de reforma.

Era paradójico que el país más rico del mundo contase con ba­rrios más miserables que en la mayor parte del mundo, pero cons­tituía un hecho. En su segundo discurso de ascensión a la presiden­cia, pronunciado en 1937, Roosevelt señaló que, si bien se habían producido avances innegables, mucho quedaba aún por hacer:

"Volvamos a preguntar: ¿Hemos alcanzado la meta de nuestra visión de aquel cuarto día de marzo de 1933? ¿Hemos hallado nuestro valle feliz?

"Veo una gran nación sobre un gran continente, bendecida con una gran riqueza de recursos naturales...

"Pero hay aquí un desafío a nuestra democracia: en esta nación veo decenas de millones de sus ciudadanos —una parte sustancial de su población total— a quienes, en este preciso momento, se les niega la porción más grande de lo que los niveles más bajos de hoy llaman las necesidades de la vida...

"Veo un tercio de la nación mal albergado, mal vestido, mal nutrido."

Roosevelt veía correctamente. Un tercio de la nación se hallaba mal albergado. El hecho era incontrovertible. La gente lo apreciaba claramente en sus propias ciudades; resultaba evidente para cual­quier pasajero que mirase por la ventanilla de un vagón de fe­rroca­rril. Moradores de barrios pobres por todas partes. Millones de per­sonas viviendo bajo condiciones de sordidez, de insalubridad. Había necesidad de reforma, Había necesidad de un programa de reestructuración de viviendas que sacara a las gentes de las villas miserables y las trasladara a casas decorosas, de bajo alquiler. TaI programa de eliminación de los barrios pobres entrañaría la salva­ción de vidas humanas. Y, otra cosa menos trascendental pero igualmente cierta, traería aparejado un ahorro de dinero. Esos ba­rrios engendraban la enfermedad y el crimen. Los muni­cipios pa­gaban caro su descuido del problema, en la forma de costos extra para la previsión de nuevos hospitales, de nuevos policías, de nue­vas cárceles. Una investigación tras otra, realizadas en el Norte, en el Sur, en el Este y el Oeste, tanto en la ciudad como en el campo, demostraron lo señalado:

Jacksonville, Florida: "Casi la tercera parte de todos los crí­me­nes mayores fueron perpetrados en un sector de villas miserias que cubre menos del 2 por ciento del área de la ciudad".

Detroit, Michigan: "Un área de 50 cuadras, elegida para lim­pieza y reestructuración de viviendas, muestra una proporción de crímenes que superan siete veces y media el promedio de la ciudad, una proporción de delincuencia juvenil más de diez veces mayor que el promedio de la ciudad, y una proporción de tubercu­losis que excede seis veces y media el promedio de la ciudad."

Ciudad de Nueva York: 'Un estudio que insumió cinco años re­veló que tres de cada cuatro criaturas de la población que vive en conventillos padecen de raquitismo."

Birmingham, Alabama: "La inspección de 1933 indicó que la ciudad gastaba en nueve áreas de barrios pobres, seis veces más de lo que recibía de esa área en carácter de impuestos." 1

Y las cifras referentes a las zonas rurales indicaban que las con­diciones de vivienda en los distritos del campo ¡eran aún peo­res que las urbanas!

Las naciones europeas que enfrentaban el problema de los ba 


rrios pobres, se habían embarcado en programas públicos de vi  vienda, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, pero en los Estados 'Unidos no se había hecho prácticamente nada.
Cuando en 1932, bajo la presidencia de Hoover, se instauró la RFC, se la facultó para efectuar préstamos en lo relativo a proyec­tos de vivienda. Sólo concedió uno. Llegó, luego, el New Deal y principió por fin la tarea de despejar las aludidas barriadas y pro­veer hogares decentes a familias de reducidos ingresos.

En 1937, se estableció la United States Housing Authority (Au­toridad de Viviendas de los Estados Unidos) (USHA) para llevar adelante la labor, según los lineamientos que habían demostrado su efectividad en los países europeos. Bajo la USHA, el Gobierno Federal no edificó por cuenta propia. Otorgó, en cambio, emprés­titos y concesiones a autoridades locales de vivienda, instituidas por los gobiernos municipales o de condado. De la cantidad reque­rida para la construcción, la USHA prestó hasta el 90 por ciento, y el resto debía ser reunido por la autoridad local. Además, tanto la autoridad local corno la USHA efectuaban contribuciones anua­les, en proporción de 1 a 5, para mantener los alquileres presupues­tados en los proyectos al alcance del "grupo con menores ingre­sos". Esta contribución anual de la autoridad local se concretaba, por lo habitual, a través de una exención de impuestos concedida al proyecto.

El programa de USHA de viviendas de bajo alquiler, con el apoyo del gobierno, resultó marcadamente exitoso. Restringiéron-se por ley los costos de contribución a $ 1000 la habitación o $ 4,000 la unidad de vivienda (en ciudades de más de 500.000 habi­tantes, la limitación fue de $ 1250 y $ 5000, respectivamente). Los alquileres, según lo planeado por la USHA, oscilaban entre los $ 2.00 y los $ 5,25 mensuales por habitación. En lo atinente a "vivien­das decorosas, seguras y en condiciones de sanidad", estos alqui­leres eran más bajos de lo que jamás se había logrado, ya fuere por constructores públicos o privados. La suma de 8 dólares men­suales, por una casa o departamento de cuatro ambientes, estaba al alcance de los moradores de barrios pobres, cuyos ingresos quizás fueran tan bajos .corno lo indicarían $ 450 dólares anuales. El pro­grama de la USHA procedía a convertir en realidad el traslado de personas que vivían según condiciones subnormales, a hogares, de­centes. Estaba liquidando los barrios pobres.

Pero no con la suficiente rapidez. Al igual que en la mayoría de las otras medidas del New Deal, se había dado un paso en la buena dirección, pero solamente un paso. En lo relativo a la liquidación de estas barriadas, también en Gran Bretaña denotaba lentitud el movimiento, pero a raíz de que allí el problema se venía ata­cando desde 1918, más de un millón de unidades de vivienda de bajo alquiler habían sido contruídas bajo un plan de autoridad local, con apoyo del gobierno. Ello significaba la reestructuración de viviendas para 4.500.000 personas, o sea el 10 por ciento de la población. En contraste, la adjudicación de $ 800.000.000 por la USHA, con destino a un programa de tres años, sólo podría mu­dar a hogares decorosos, medio millón de personas residentes en barrios pobres. Visto que "un tercio de la nación se hallaba mal albergado", esto no representaba más que una gota de agua en un pozo seco.

Si el New Deal se limitó a rascar la superficie en su programa de eliminación de villas miserias, fue, en cambio, considerablemente más a fondo en su programa de desarrollo regional del Valle del Tennessee. Hacía años que venía prolongándose una agria con­troversia en el país, concerniente a la planta del gobierno establecida en Muscle Shoals, Alabama, sobre el río Tennessee. Originalmente adquiridas en 1918, en calidad de medida de guerra, para la pro­ducción de nitratos, la represa, la usina y las plantas de nitrato habían permanecido inactivas mientras los partidarios y adversa­rios de la puesta en funcionamiento por el gobierno, proseguían su debate en el Congreso. En dos oportunidades encabezado por el gran senador Norris, de Nebraska, había conseguido que se aprobaran proyectos de ley que disponían la producción y distribución por el gobierno de fuerza motriz y la manufactura de fertilizantes en Muscle Shoals. En ambas ocasiones, quienes se oponían a la inge­rencia del gobierno, habían logrado bloquear la medida por inter­medio de vetos presidenciales, en 1928 de parte de Coolidge y en 1931 por Hoover. En el mensaje que transmitía su voto al Senado con fecha 3 de marzo de 1931, el "Presidente ingeniero", expresa­ba su horror ante el pensamiento de la invasión por el gobierno del campo correspondiente a las compañías de energía privadas. El hecho de que el Gobierno Federal entrase en el negocio de pro­ducir y distribuir fuerza motriz y de manufacturar fertilizantes, equivalía a "quebrar la iniciativa y la empresa del pueblo nortea­mericano; es la destrucción de la igualdad de oportunidades para nuestro pueblo; es la negación de los Ideales sobre los cuales se basa nuestra civilización".

Pero Roosevelt no experimentó alarma. La única falla del plan, en su opinión, era que lo consideraba demasiado estrecho. Allí don­de Hoover veía el quebranto del espíritu de empresa del pueblo, Roosevelt percibía la oportunidad de la revificación de toda el área del Valle del Tennessee. El 10 de abril de 1933, solicitó al Con­greso que ampliase los alcances del plan: "Está claro que el desa­rrollo de Muscle Soals sólo representa una pequeña parte de la utilización pública potencial de todo el río Tennessee. Tal utili­zación, concebida en su integridad, trasciende el mero desenvolvi­miento energético; entra en los vastos campos del control de inun­daciones, de la erosión del suelo, de la forestación, de la elimina­ción del uso agrícola en las tierras marginales y de la distribución y diversificación de la industria. En resumen, este desarrollo enér­gico de guerra conduce lógicamente al planeamiento nacional en procura de una completa línea divisoria de aguas fluviales que in­volucra muchos Estados y las vidas futuras y el bienestar de millones. Está vinculado con y da vida a todas las formas del inte­rés humano." 1

Roosevelt pidió valientemente al Congreso la creación de una Autoridad del Valle del Tennessee (TVA), que tuviese la misión de planear una adecuada utilización de las tierras y de las aguas de los siete Estados de la cuenca del Tennessee, área que cubría apro­ximadamente la superficie de Inglaterra y Escocia. Un mes más tarde el Congreso aprobó el Acta de Autoridad del Valle del Tenne­ssee y se dio comienzo al más grande experimento en materia de planeamiento regional en la historia del país.

Los interrogantes clave en cualquier programa de planeamien­to son tres, a saber: ¿Con qué debemos trabajar? ¿Qué necesita­mos? ¿Qué podemos hacer con lo que tenemos para obtener lo que necesitamos?

La TVA tenía un gran río —el cuarto entre los más caudalo­sos del país— que recogía las aguas de 26 millones de acres de tierras, en las cuales tres cuartas partes de la población se dedi­caban a la agricultura. Era un río poderoso, pero su salvaje fuer­za se hallaba incontrolada. Su gran caudal, vertiéndose en el Ohio, frecuentemente obligaba a ese último río a salirse de madre, cau­sando inundaciones cuyos estragos llegaban anualmente a casi dos millones de dólares. Sus periodos de inundaciones invernales eran seguidos en el verano por períodos de sequía, en que las aguas baja­ban y la navegación resultaba imposible. Sus tremendos recursos de fuerza motriz quedaban desaprovechados en gran parte. Las gran­jas y los agricultores del Valle estaban sumidos en la pobreza. Las tierras que abarcaban más de un tercio de la superficie total en acres, ya habían sido parcial o totalmente roídas por la erosión.

Lo que se necesitaba era un método para salvar el suelo, con­servar los recursos y aumentar la riqueza de la región. Lo que se necesitaba era un método que ayudase a los granjeros a extraer mayor fruto de sus tierras, que proveyese mejores medios de transporte para sus productos, que alentase las viejas industrias y atrajera otras nuevas al Valle.

La TVA había concebido un plan para llevar todo esto a la realización. La parte más importante del plan consistía en dome­ñar el potente río, y utilizar su salvaje energía a fin de que lle­nase las funciones requeridas. Se llamaron ingenieros y se inició la construcción de una serie de represas de almacenaje, sobre los tributarios del río, y de altos diques de navegación sobre el pro­pio Tennessee.

Las represas sirvieron tres propósitos: el control de las inun­daciones, la navegación y la producción de fuerza motriz. El agua se almacenó durante las épocas de desbordamiento y se dejó libre cuando la corriente del río mermaba. El proyecto ha devuelto con creces su costo, por el papel que jugó en la reducción de las inundaciones de 1936 y 1937 y del invierno de 1942 (y particularmente


en la producción de la energía grandemente necesitada durante la
Segunda Guerra Mundial). La nivelación de las fluctuaciones del
río, según la estación, fue parte del plan destinado a proveer un gran sistema de navegación a lo largo de todo el año; el río se convirtió en una vía navegable por la cual se transportaban inconmensurables cantidades de cargamentos, y que prestaba un directo servicio a los habitantes del Valle, tornándoles más fácil la venta de sus propias mercaderías y la compra de otras a los demás.
La fase de los proyectos relativa a la producción de energía fue la más familiar para los norteamericanos, a causa de la enconada oposición que desató, en el ánimo de las compañías de electricidad privadas. El motivo de su encarnizado ataque, salta a la vista justipreciadas por la "vara de medir" de la TVA. —era que estaban cobrando demasiado por la electricidad. La producción y distribución de energía por el gobierno, no tuvo los espantosos resultados predichos por Hoover de los que se hicieron eco los portavo­ces de las compañías de servicios— "la iniciativa y la empresa del pueblo norteamericano" no se quebrantaron. Ocurrió sencillamente que la producción y la distribución de energía por el gobierno aportó corriente eléctrica más barata y en mayor abundancia a la población norteamericana del Valle. Las tasas de la TVA por ki­lowatio-hora ascendían a justo alrededor de la mitad de las tasas de las de ener­gía privadas o sea un término medio de 2,14 centavos en el caso de los consumidores del Valle, comparado con 4,21 centa­vos de promedio para el país.

Lo que siguió fue interesante y no careció de importancia. Las tasas rebajadas por kilovatio-hora significaban más artefactos eléctricos comprados y más kilovatios-hora empleados. En 1939, el número promedio de kilovatios-hora usados por año en los Estados Unidos, fue de 850. Pero el promedio respecto de los 340.000 consu­midores de energía TVA en el Valle, fue de 1179 kilowatios-hora. Al tiempo que para los clientes de la TVA las tasas descen­dían, éstos compraban más refrigeradoras, más tostadores, máquinas de lavar, de ordeñar, etc. El volumen de las ventas de artefactos eléctricos a los usuarios de la TVA ascendió a $ 114.942, en el mes de agosto de 1938. En agosto de 1939 totalizó $ 912.231. Las compañías de energía privadas habían llevado su negocio sobre la base del principio de vender menos energía a tasas elevadas; la TVA había demostrado que era más comercial, exactamente lo opuesto, Vale decir, vender más energía a tasas reducidas. Y tras de las cifras que en relación con cualquier otro lugar de los Estados Unidos indicaban la aumentada adquisición de artefactos eléctricos y el uso de más electricidad por consumidor en el Valle, se pre­sentaba la imagen de las gentes relevadas de fatiga. La electrici­dad era un maravilloso sirviente. El uso acrecentado que de ella se hacía traía aparejada una mejor vida para los habitantes del Valle.

Y esto se aplicaba con particular verdad al caso de los gran­jeros. En 1933, una de entre cada cien granjas de Mississippi tenia electricidad; en Georgia, una entre treinta y seis; en Tennessee, una entre veinticinco. Diez años más tarde, uno entre cada cinco granjeros comprendidos en el radio de la TVA disponía de electri­cidad (La región se había convertido en la segunda productora más grande de energía de los Estados Unidos). La electricidad implicaba todavía mayores ventajas en la granja que en los hoga­res ciudadanos. Proporcionaba, por ejemplo, un servicio tan im­prescindible como el agua corriente, en lugar del viejo sistema de la bomba, con el consiguiente acarreo. Las viejas compañías de energía no habían experimentado interés en suministrar un servicio eléctrico a los habitantes rurales del Valle, y dicho ser­vicio, cuando se obtenía era demasiado caro para la mayoría de los granjeros. La TVA modificó todo eso. Se mostró especial­mente interesada en proveer electricidad barata a los granjeros. Brindó a los habitantes rurales conveniencias de las que nunca antes habían disfrutado. 1

En realidad, el éxito o el fracaso de la TVA, debía medirse se­gún estuviese o no aportando prosperidad a los granjeros de esta zona. Según esa comprobación, se vio con claridad que, después de unos años de funcionamiento, la TVA se hallaba en tren de franco éxito. Menos conocidos para la mayoría de las personas que el programa energético, pero de suma importancia para los habitantes del Valle, fueron los trabajos de la TVA con miras a la preservación del suelo. La erosión había comenzado justo des­pués de la Guerra Civil. La TVA le puso freno e inició la difícil ta­rea de restaurar millones de acres. Necesitó y obtuvo la voluntaria colaboración de millares de agricultores en su programa de con­servación del suelo. Experimentaron con metafosfato notable con­centrado, de nueva composición, desarrollado por los ingenieros de la TVA a los efectos de resolver el problema de producir plan­tas alimenticias saludables, y registraron los datos relativos a su comportamiento. Los agricultores no requirieron que se les ur­giera cooperar con la TVA. Habían visto por sí mismos que de los laboratorios de ese organismo, salían valiosos elementos de ayuda para el desenvolvimiento de nuevas prácticas agrarias y el mejo­ramiento de las antiguas. Observaron que los ingenieros trabaja­ban continuamente en nuevos procesamientos industriales de los productos agrícolas, en inventos particularmente adecuados a las necesidades de la agricultura del Valle. El planeamiento de la TVA estaba mejorando su suerte y lo sabían.

Los antecedentes de la TVA, en otros campos, son igualmente impresionantes. Su administración unificada del río estuvo en condiciones de servir los intereses de toda la región, proveyendo otros beneficios además del control de las inundaciones, de la navega­ción y de la producción de energía. Reduciendo la contaminación de las aguas, mejoró la calidad del suministro de ese líquida Sus lagos y parques públicos, inteligentemente administrados y cui­dados con esmero, proporcionaban ideales puntos de vacaciones donde se podía hacer camping, pasear en bote y pescar. Sus ante­cedentes de seguridad en los trabajos de construcción, sus relacio­nes laborales, su eficacia general, en todos los órdenes, desmintie­ron los cargos harto frecuentes en el sentido de que los organismos del gobierno necesariamente tenían que ser malamente adminis­trados,

La TVA representó el gran experimento de Norteamerica en lo concerniente al planeamiento regional. Dio resultado.

Otra medida de reforma emanada del New Deal, acerca de la cual es dable escribir las mismas reconfortantes palabras —"dio resultado"—, estuvo configurada por el plan de protección de los depositarios contra las pérdidas originadas por quiebras banca­rias. Desde mucho atrás venía manifestándose la necesidad de alguna especie de plan de seguros que salvara los ahorros de las gentes en un país donde los quebrantos bancarios habían consti­tuido un acontecimiento diario, aún antes de la depresión En fe­cha tan temprana como el año 1886, el Congreso ya había realizado esfuerzos en esa dirección, pero nada había cristalizado de ellos. El New Deal salió airoso de lo que había sido motivo de fracaso en administraciones previas.

Su legislación bancaria frenó la ola de quiebras. Luego, su Federal Deposit Insurance Corporation (Corporación Federal de Aseguramiento de Depósitos) (FDIC), proporcionó seguros contra pérdidas a los depositantes de aquellos bancos que, a pesar de cuanto pudiera hacerse por conservar su solvencia, cayesen final­mente en la ruina. El letrero Depósitos Asegurados por la Corpo­ración Federal de Aseguramiento de Depósitos, Washington, D. C., en la ventanilla de su banco, constituía para todo depositante la certeza de que, viniera lo que viniese, estaba protegido hasta un máximo de $ 2.500 (el límite se elevó más tarde a $ 5.000). El 10 de enero de 1934, fecha en que, por primera vez, se hizo efectivo el aseguramiento de depósitos, el 98 por ciento de los 50.000.000 de depositantes en los 11.214 bancos miembros de la FDIC, fue ple­namente protegido por la limitación de $ 2.500.

Lo que esta reforma entrañó para la gran masa del pueblo con pequeñas cuentas bancarias, quedó ilustrado en el curso de los siguientes 3 años, cuando 166 bancos asegurados se encontraron "en dificultades". Antes, el panorama había sido de terror y de­sesperación, mientras las colas de pálidos depositantes rondaban ansiosamente por las inmediaciones, esperando contra toda esperanza que las puertas clausuradas se abriesen y se les devolvieran sus ahorros duramente ganados. Ahora, era distinto. Reorga­nización por los funcionarios de la FDIC. Nada de lloriqueos ni lamentos ante las puertas cerradas del banco. A menudo ni siquie­ra puertas cerradas. Ninguna interrupción de servicios. Ni un cen­tavo perdido por el pobre. De los 259.000 depositantes en los 166 bancos, menos de 600 quedaron desprovistos de la plena protección contra la pérdida. La FDIC corporificó el método concebido por el New Deal para asegurar a los depositantes contra las pérdidas acarreadas por quiebras bancarias. Dio resultado.

También se realizaron esfuerzos por proteger al público in­versor. El presidente Roosevelt reclamó la reforma de la conducta de los mercados financieros, en una recomendación enviada al Congreso el 29 de marzo de 1933:

A pesar de los muchos estatutos estatales el público ha soportado en el pasado severas pérdidas a consecuencia de prácticas —ni éticas ni honestas—de parte de muchas corporaciones que vendían títulos...

Recae... sobre nosotros la obligación de insistir en que toda emisión de nuevos valores destinados a la venta en las plazas interestatales, sea acompañada de amplia publicidad e información, y en que ningún elemento esen­cialmente importante, relativo a la emisión, sea ocultado al público comprador.

Esta propuesta agrega a la antigua regla de caveat emptor, la ulterior doctrina de "¡Que también tenga cuidado el vendedor!" Coloca sobre el vendedor la carga de decir toda la verdad. Es de suponer que en lo referente a valores, dará impulso a las transacciones honestas y devolverá así la con­fianza pública.

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