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Nuevo Testamento evangelio de san mateo


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El santuario de la antigua alianza


9 1Y el primer pacto tenía su ceremonial y su santuario material. 2Fue construido un tabernáculo, y en él una primera estancia, en que estaban el candelabro y la mesa, y los panes de la proposición. Esta estancia se llamaba el Santo. 3Después del segundo velo, otra estancia del tabernáculo, que se llamaba el Santo de los Santos, 4en el que estaba el altar de oro de los perfumes y el arca de la alianza, cubierta toda ella de oro, y en ella un vaso de oro que contenía el maná, la vara de Arón, que había reverdecido, y las tablas de la alianza. 5Encima del arca estaban los querubines de la gloria, que cubrían el propiciatorio, de los cuales nada hay que decir en particular.

6Dispuestas así las cosas, en la primera estancia del tabernáculo entraban cada día los sacerdotes, que desempeñaban sus ministerios; 7pero en la segunda, una sola vez en el año entraba el pontífice solo, no sin haber ofrecido la sangre en expiación de sus ignorancias y las del pueblo. 8Quería mostrar con esto el Espíritu Santo que aún no estaba expedito el camino del santuario mientras el primer tabernáculo subsistiese. 9Era esto figura que miraba a los tiempos presentes, pues en aquél se ofrecían oblaciones y sacrificios, que no eran eficaces para hacer perfecto en la conciencia al que ministraba. 10Sus preceptos eran carnales, sobre alimentos, bebidas, diferentes lavatorios y preceptos de una justicia carnal establecidos hasta el tiempo de la substitución.

La purificación de los pecados por Cristo


11Pero Cristo, constituido Pontífice de los bienes futuros, entró una vez para siempre en un tabernáculo mejor y más perfecto, no hecho por manos de hombres, esto es, no de esta creación; 12ni por la sangre de los machos cabríos y de los becerros, sino por su propia sangre entró una vez en el santuario, realizada la redención eterna. 13Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros y la aspersión de la ceniza de la vaca santifica a los inmundos y les da la limpieza de la carne, 14¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno a si mismo se ofreció inmaculado a Dios, limpiará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios vivo! 15Por esto es el mediador de una nueva alianza, a fin de que, por su muerte, para redención de las transgresiones cometidas bajo la primera alianza, reciban los que han sido llamados las promesas de la herencia eterna.

Necesidad de la muerte de Cristo


16Porque donde hay testamento es preciso que intervenga la muerte del testador. 17El testamento es valedero por la muerte, pues nunca el testamento es firme mientras vive el testador. 18Y ni el primero fue otorgado sin sangre; 19porque, habiendo sido leídos al pueblo todos los preceptos de la Ley de Moisés, tomando éste la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua y lana teñida de grana, e hisopo, aspergió el libro y a todo el pueblo, 20diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que Dios ha contraído con vosotros». 21Y el mismo tabernáculo y los vasos del culto los aspergió del mismo modo con sangre, 22y según la Ley, casi todas las cosas han de ser purificadas con sangre, y no hay remisión sin efusión de sangre.

Necesidad del sacrificio de Cristo


23Era, pues, necesario que las figuras del santuario celestial fuesen purificadas, pero el santuario mismo del cielo había de serlo con más excelentes sacrificios; 24que no entró Cristo en un santuario hecho por mano de hombre, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer ahora en la presencia de Dios a favor nuestro. 25Ni para ofrecerse muchas veces, a la manera que el pontífice entra cada año en el santuario en sangre ajena; 26de otra manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del mundo. Pero ahora una sola vez en la plenitud de los siglos se manifestó para destruir el pecado por el sacrificio de sí mismo. 27Y por cuanto a los hombres les está establecido morir una vez, y después de esto el juicio, 28así también Cristo, que se ofreció una vez para soportar los pecados de todos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud.

Impotencia de la Ley para santificar


10 1Pues como la Ley sólo es la sombra de los bienes futuros, no la verdadera realidad de las cosas, en ninguna manera puede, con los sacrificios que cada año sin cesar le ofrecen, siempre los mismos, perfeccionar a quienes los ofrecen. 2De otro modo cesarían de ofrecerlos, por no tener conciencia ninguna de pecado los adoradores una vez ya purificados. 3Pero en esos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados, 4por ser imposible que la sangre de los toros y de los machos cabríos borre los pecados. 5Por lo cual, entrando en este mundo, dice: «No quisiste sacrificios ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo. 6Los holocaustos y sacrificios por el pecado no los recibiste. 7Entonces yo dije: Heme aquí que vengo -en el volumen del Libro está escrito de mí- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad».

8Habiendo dicho arriba: «Los sacrificios, las ofrendas y los holocaustos por el pecado no los quieres, no los aceptas», siendo todos ofrecidos según la Ley, 9dijo entonces: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad». Abroga lo primero para establecer lo segundo. 10En virtud de esta voluntad somos nosotros santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una sola vez.

Los antiguos sacrificadores y Cristo


11Y mientras que todo sacerdote asiste cada día para ejercer su ministerio y ofrecer muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados, 12éste, habiendo ofrecido un sacrificio por los pecados, para siempre se sentó a la diestra de Dios, 13esperando lo que resta «hasta que sean puestos sus enemigos por escabel de sus pies». 14De manera que con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados. 15Y nos lo certifica el Espíritu Santo, porque después de haber dicho: 16«Esta es la alianza que contraeré con vosotros, dice el Señor: Después de aquellos días depositaré mis leyes en sus corazones, y en su mente las escribiré», 17y de sus pecados e iniquidades no me acordaré más. 18Pues donde hay remisión, ya no hay oblación por el pecado.

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