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Ies do castro


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Textos de La Celestina:



TEXTOS

Aucto primero


  PÁRMENO, CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO. 




CALISTO.-  En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA.-  ¿En qué, Calisto?

CALISTO.-  En dar poder a natura que de tan perfeta hermosura te dotasse e facer a mí inmérito tanta merced que verte alcançasse e en tan conueniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin dubda encomparablemente es mayor tal galardón, que el seruicio, sacrificio, deuoción e obras pías, que por este lugar alcançar tengo yo a Dios offrescido, ni otro poder mi voluntad humana puede conplir. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre, como agora el mío? Por cierto los gloriosos sanctos, que se deleytan en la visión diuina, no gozan mas que yo agora en el acatamiento tuyo. Más ¡o triste!, que en esto diferimos: que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienauenturança e yo misto me alegro con recelo del esquiuo tormento, que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA.-  ¿Por grand premio tienes esto, Calisto?

CALISTO.-  Téngolo por tanto en verdad que, si Dios me diese en el cielo la silla sobre sus sanctos, no lo ternía por tanta felicidad.

MELIBEA.-  Pues avn más ygual galardón te daré yo, si perseueras.

CALISTO.-  ¡O bienauenturadas orejas mías, que indignamente tan gran palabra haueys oydo!

MELIBEA.-  Mas desauenturadas de que me acabes de oyr Porque la paga será tan fiera, qual meresce tu loco atreuimiento. E el intento de tus palabras, Calisto, ha seydo de ingenio de tal hombre como tú, hauer de salir para se perder en la virtud de tal muger como yo.¡Vete!, ¡vete de ay, torpe! Que no puede mi paciencia tollerar que aya subido en coraçón humano comigo el ylícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO.-  Yré como aquel contra quien solamente la aduersa fortuna pone su estudio con odio cruel.

CALISTO.-  ¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldito?

SEMPRONIO.-  Aquí soy, señor, curando destos cauallos.

CALISTO.-  Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO.-  Abatiose el girifalte e vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO.-  ¡Assí los diablos te ganen! ¡Assí por infortunio arrebatado perezcas o perpetuo intollerable tormento consigas, el qual en grado incomparablemente a la penosa e desastrada muerte, que espero, traspassa. ¡Anda, anda, maluado! Abre la cámara e endereça la cama.

SEMPRONIO.-  Señor, luego hecho es.

CALISTO.-  Cierra la ventana e dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienauenturada muerte aquella, que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Hipócrates e Galeno, médicos, ¿sentiríades mi mal? ¡O piedad de silencio, inspira en el Plebérico coraçón, porque sin esperança de salud no embíe el espíritu perdido con el desastrado Píramo e de la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO.-   ¿Qué cosa es?

CALISTO.-  ¡Vete de ay! No me fables; sino, quiçá ante del tiempo de mi rabiosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO.-   Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO.-  ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO.-   No creo, según pienso, yr comigo el que contigo queda. ¡O desuentura! ¡O súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento, que assí tan presto robó el alegría deste hombre e, lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo o entraré alla? Si le dexo, matarse ha; si entro alla, matarme ha. Quédese; no me curo. Más vale que muera aquel, a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Avnque por al no desseasse viuir, sino por ver mi Elicia, me deuría guardar de peligros. Pero, si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas, puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Asaz es señal mortal no querer sanar. Con todo, quiérole dexar vn poco desbraue, madure: que oydo he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque mas se enconan. Esté vn poco. Dexemos llorar al que dolor tiene. Que las lágrimas e sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. E avn, si delante me tiene, más comigo se encenderá. Que el sol más arde donde puede reuerberar. La vista, a quien objeto no se antepone, cansa. E quando aquel es cerca, agúzase. Por esso quiérome sofrir vn poco. Si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no lo sabe, con que mude el pelo malo. Avnque lo es esperar salud en muerte agena. E quiçá me engaña el diablo. E si muere, matarme han e yrán allá la soga e el calderón. Por otra parte dizen los sabios que es grande descanso a los affligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar e que la llaga interior más empece. Pues en estos estremos, en que estoy perplexo, lo más sano es entrar e sofrirle e consolarle. Porque, si possible es sanar sin arte ni aparejo, mas ligero es guarescer por arte e por cura.

CALISTO.-   Sempronio.

SEMPRONIO.-  Señor.

CALISTO.-  Dame acá el laúd.

SEMPRONIO.-  Señor, vesle aquí.

CALISTO.-  ¿Qual dolor puede ser tal que se yguale con mi mal?

SEMPRONIO.-   Destemplado está esse laúd.

CALISTO.-  ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel, que consigo está tan discorde? ¿Aquel en quien la voluntad  a la razón no obedece? ¿Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, pecados, sospechas, todo a vna causa? Pero tañe e canta la más triste canción, que sepas.

SEMPRONIO







   Mira Nero de Tarpeya













a Roma cómo se ardía:













gritos dan niños e viejos













e el de nada se dolía.














CALISTO.-  Mayor es mi fuego e menor la piedad de quien agora digo.

SEMPRONIO.-  No me engaño yo, que loco está este mi amo.

CALISTO.-  ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO.-  No digo nada.

CALISTO.-  Di lo que dizes, no temas.

SEMPRONIO.-  Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego, que atormenta vn viuo, que el que quemó tal cibdad e tanta multitud de gente?

CALISTO.-  ¿Cómo? Yo te lo diré. Mayor es la llama que dura ochenta años, que la que en vn día passa, y mayor la que mata vn ánima, que la que quema cient mill cuerpos. Como de la aparencia  a la existencia, como de lo viuo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego, que dizes, al que me quema. Por cierto, si el del purgatorio es tal, mas querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales, que por medio de aquel yr a la gloria de los sanctos.

SEMPRONIO.-  ¡Algo es lo que digo! ¡A más ha de yr este hecho! No basta loco, sino ereje.

CALISTO.-  ¿No te digo que fables alto, quando fablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.-   Digo que nunca Dios quiera tal; que es especie de heregía lo que agora dixiste.

CALISTO.-   ¿Por qué?

SEMPRONIO.-  Porque lo que dizes contradize la cristiana religión.

CALISTO.-   ¿Qué a mí?

SEMPRONIO.-  ¿Tú no eres cristiano?

CALISTO.-  ¿Yo? Melibeo so e a Melibea adoro e en Melibea creo e a Melibea amo.

SEMPRONIO.-  Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el coraçón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester. Bien sé de qué pie coxqueas. Yo te sanaré.

CALISTO.-  Increyble cosa prometes.

SEMPRONIO.-  Antes fácil. Que el comienço de la salud es conoscer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO.-  ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO.-  ¡Ha!, ¡ha!, ¡ha! ¿Esto es el fuego de Calisto? ¿Estas son sus congoxas? ¡Como si solamente el amor contra él asestara sus tiros! ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios! ¡Quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite posiste por marauilla. Paresce al amante que atrás queda. Todos passan, todos rompen, pungidos e esgarrochados como ligeros toros. Sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la muger dexar el padre e la madre; agora no solo aquello, mas a ti e a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me marauillo, pues los sabios, los santos, los profetas por él te oluidaron.

CALISTO.-   Sempronio.

SEMPRONIO.-  Señor.

CALISTO.-   No me dexes.

SEMPRONIO.-  De otro temple está esta gayta.

CALISTO.-  ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO.-  Que amas a Melibea.

CALISTO.-  ¿E no otra cosa?

SEMPRONIO.-   Harto mal es tener la voluntad en vn solo lugar catiua.

CALISTO.-  Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO.-  La perseuerancia en el mal no es constancia; mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósofos de Cupido llamalda como quisiérdes.

CALISTO.-   Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO.-  Haz tú lo que bien digo e no lo que mal hago.

CALISTO.-  ¿Qué me reprobas?

SEMPRONIO.-  Que sometes la dignidad del hombre a la imperfección de la flaca muger.

CALISTO.-  ¿Muger? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO.-  ¿E assí lo crees? ¿O burlas?

CALISTO.-  ¿Que burlo? Por Dios la creo, por Dios la confiesso e no creo que ay otro soberano en el cielo; avnque entre nosotros mora.

SEMPRONIO.-  ¡Ha!, ¡ah!, ¡ah! ¿Oystes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?

CALISTO.-   ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO.-  Ríome, que no pensaua que hauía peor inuención de pecado que en Sodoma.

CALISTO.-  ¿Cómo?

SEMPRONIO.-  Porque aquellos procuraron abominable vso con los ángeles no conocidos e tú con el que confiessas ser Dios.

CALISTO.-  ¡Maldito seas!, que fecho me has reyr, lo que no pensé ogaño.

SEMPRONIO.-  ¿Pues qué?, ¿toda tu vida auías de llorar?

CALISTO.-  Sí.

SEMPRONIO.-  ¿Por qué?

CALISTO.-  Porque amo a aquella, ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO.-   ¡O pusilánimo! ¡O fideputa! ¡Qué Nembrot, qué magno Alexandre, los quales no solo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!

CALISTO.-   No te oy bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO.-  Dixe que tú, que tienes mas coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar vna muger, muchas de las quales en grandes estados constituydas se sometieron a los pechos e resollosde viles azemileros e otras a brutos animales. ¿No has leydo de Pasife con el toro, de Minerua con el can?

CALISTO.-  No lo creo; hablillas son.

SEMPRONIO.-  Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO.-   ¡Maldito sea este necio! ¡E qué porradas dize!

SEMPRONIO.-  ¿Escociote? Lee los ystoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles e malos exemplos e de las caydas que leuaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mugeres e el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca e verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, cristianos e moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho e lo que dellas dixere no te contezca error de tomarlo en común. Que muchas houo e ay sanctas e virtuosas e notables, cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liuiandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan, osan sin deliberar. ¿Sus disimulaciones, su lengua, su engaño, su oluido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su reboluer, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su soberuia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria e suziedad, su miedo, su atreuemiento, sus hechizerías, sus embaymientos, sus escarnios, su deslenguamiento, su desvergüença, su alcahuetería? Considera, ¡qué sesito está debaxo de aquellas grandes e delgadas tocas! ¡Qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas e autorizantes ropas! ¡Qué imperfición, qué aluañares debaxo de templos pintados! Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de pecado, destruyción de parayso. ¿No has rezado en la festiuidad de Sant Juan, do dize: Las mugeres e el vino hazen los hombres renegar; do dize: Esta es la muger, antigua malicia que a Adán echó de los deleytes de parayso; esta el linaje humano metió en el infierno; a esta menospreció Helías propheta &c.?

CALISTO.-  Di pues, esse Adán, esse Salomón, esse Dauid, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, ¿cómo se sometieron a ellas? ¿Soy mas que ellos?

SEMPRONIO.-  A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes que facen? Cosa, que es difícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor comiençan el ofrescimiento, que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros denuestan en la calle. Combidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apacíguanse luego. Quieren que adeuinen lo que quieren. ¡O qué plaga! ¡O qué enojo! ¡O qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breue tiempo, que son aparejadas a deleyte!

CALISTO.-   ¡Ve! Mientra más me dizes e más inconuenientes me pones, más la quiero. No sé qué s' es.

SEMPRONIO.-  No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter, no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO.-  ¿E tú qué sabes? ¿quién te mostró esto?

SEMPRONIO.-   ¿Quién? Ellas. Que, desque se descubren, assí pierden la vergüença, que todo esto e avn más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra, piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deue.

CALISTO.-   Pues, ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO.-  ¿Quién? Lo primero eres hombre e de claro ingenio. E mas, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuuo, conuiene a saber, fermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza. E allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad, que los bienes, que tienes de dentro, con los de fuera resplandescen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaece en esta vida ser bienauenturado. E mas, a constelación de todos eres amado.

CALISTO.-  Pero no de Melibea. E en todo lo que me as gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se auentaja Melibea. Mira la nobleza e antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandescientes virtudes, la altitud e enefable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar vn poco, porque aya algún refrigerio. E lo que te dixere será de lo descubierto; que, si de lo occulto yo hablarte supiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO.-  ¡Qué mentiras e qué locuras dirá agora este cautiuo de mi amo!

CALISTO.-  ¿Cómo es eso?

SEMPRONIO.-  Dixe que digas, que muy gran plazer hauré de lo oyr. ¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!

CALISTO.-  ¿Qué?

SEMPRONIO.-  Que ¡assí me medre Dios, como me será gracioso de oyr!

CALISTO.-  Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO.-   ¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andaua. De passarse haurá ya esta importunidad.

CALISTO.-   Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado, que hilan en Arabia? Más lindos son e no resplandescen menos. Su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados e atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para conuertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO.-   ¡Mas en asnos!

CALISTO.-  ¿Qué dizes?

SEMPRONIO.-  Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

CALISTO.-  ¡Veed qué torpe e qué comparación!

SEMPRONIO.-  ¿Tú cuerdo?

CALISTO.-   Los ojos verdes, rasgados; las pestañas luengas; las cejas delgadas e alçadas; la nariz mediana; la boca pequeña; los dientes menudos e blancos; los labrios colorados e grosezuelos; el torno del rostro poco más luengo que redondo; el pecho alto; la redondez e forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? ¡Que se despereza el hombre quando las mira! La tez lisa, lustrosa; el cuero suyo escurece la nieue; la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO.-  ¡En sus treze está este necio!

CALISTO.-  Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas; los dedos luengos; las vñas en ellos largas e coloradas, que parescen rubíes entre perlas. Aquella proporción, que veer yo no pude, no sin duda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor, que la que Paris juzgó entre las tres Deesas.

SEMPRONIO.-   ¿Has dicho?

CALISTO.-  Quan breuemente pude.

SEMPRONIO.-  Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre eres más digno.

CALISTO.-  ¿En qué?

SEMPRONIO.-  En que ella es imperfecta, por el qual defeto desea e apetece a ti e a otro menor que tú. ¿No as leydo el filósofo, do dize: Assí como la materia apetece a la forma, así la muger al varón?

CALISTO.-  ¡O triste, e quando veré yo esso entre mí e Melibea!

SEMPRONIO.-  Possible es. E avnque la aborrezcas, cuanto agora la amas, podrá ser alcançándola e viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO.-  ¿Con qué ojos?

SEMPRONIO.-  Con ojos claros.

CALISTO.-  E agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO.-  Con ojos de alinde, con que lo poco parece mucho e lo pequeño grande. E porque no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO.-  ¡O! ¡Dios te dé lo que desseas! ¡Qué glorioso me es oyrte; avnque no espero que lo has de hazer!

SEMPRONIO.-  Antes lo haré cierto.

CALISTO.-  Dios te consuele. El jubón de brocado, que ayer vestí, Sempronio, vistétele tú.

SEMPRONIO.-  Prospérete Dios por este e por muchos más, que me darás. De la burla yo me lleuo lo mejor. Con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. ¡Bueno ando! Házelo esto, que me dio mi amo; que, sin merced, impossible es obrarse bien ninguna cosa.

CALISTO.-  No seas agora negligente.

SEMPRONIO.-  No lo seas tú, que impossible es fazer sieruo diligente el amo perezoso.

CALISTO.-   ¿Cómo has pensado de fazer esta piedad?

SEMPRONIO.-   Yo te lo diré. Días ha grandes que conosco en fin desta vezindad vna vieja barbuda, que se dize Celestina, hechicera, astuta, sagaz   -59-   en quantas maldades ay. Entiendo que passan de cinco mill virgos los que se han hecho e deshecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promouerá e prouocará a luxuria, si quiere.

CALISTO.-  ¿Podríala yo fablar?

SEMPRONIO.-  Yo te la traeré hasta acá. Por esso, aparéjate, seyle gracioso, seyle franco. Estudia, mientra vo yo, de le dezir tu pena tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO.-  ¿Y tardas?

SEMPRONIO.-  Ya voy. Quede Dios contigo.

CALISTO.-  E contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios! Tú, que guías los perdidos e los reyes orientales por el estrella precedente a Belén truxiste e en su patria los reduxiste, humilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que conuierta mi pena e tristeza en gozo e yo indigno merezca venir en el deseado fin.

CELESTINA.-  ¡Albricias!, ¡albricias! Elicia. ¡Sempronio! ¡Sempronio!

ELICIA.-  ¡Ce!, ¡ce!, ¡ce!

CELESTINA.-  ¿Por qué?

ELICIA.-  Porque está aquí Crito.

CELESTINA.-  ¡Mételo en la camarilla de las escobas! ¡Presto! Dile que viene tu primo e mi familiar.

ELICIA.-  Crito, retráete ay. Mi primo viene. ¡Perdida soy!

CRITO.-   Plázeme. No te congoxes.

SEMPRONIO.-  ¡Madre bendita! ¡Qué desseo traygo! ¡Gracias a Dios, que te me dexó ver!

CELESTINA.-  ¡Fijo mío!, ¡rey mío!, turbado me has. No te puedo fablar. Torna e dame otro abraço. ¿E tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia! ¡Elicia! ¡Cátale aquí!

ELICIA.-  ¿A quién, madre?

CELESTINA.-  A Sempronio.

ELICIA.-  ¡Ay triste! ¡Qué saltos me da el coraçón! ¿Es qué es dél?

CELESTINA.-  Vesle aquí, vesle. Yo me le abraçaré; que no tú.

ELICIA.-  ¡Ay! ¡Maldito seas, traydor! Postema e landre te mate e a manos de tus enemigos mueras e por crímines dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas. ¡Ay, ay!

SEMPRONIO.-  ¡Hy!, ¡hy!, ¡hy! ¿Qué has, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

ELICIA.-  Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea, nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste, que en ti tiene su esperança e el fin de todo su bien!

SEMPRONIO.-  ¡Calla, señora mía! ¿Tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego, que está en mi coraçón? Do yo vó, comigo vas, comigo estás. No te aflijas ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

ELICIA.-  ¿Quién? Vn mi enamorado.

SEMPRONIO.-   Pues créolo.

ELICIA.-   ¡Alahé! , verdad es. Sube allá e verle has.

SEMPRONIO.-   Voy.

CELESTINA.-  ¡Anda acá! Dexa essa loca, que ella es liuiana e, turbada de tu absencia, sácasla agora de seso. Dirá mill locuras. Ven e fablemos. No dexemos passar el tiempo en balde.

SEMPRONIO.-  Pues, ¿quién está arriba?

CELESTINA.-  ¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO.-   Quiero.

CELESTINA.-  Vna moça, que me encomendó vn frayle.

SEMPRONIO.-  ¿Qué frayle?

CELESTINA.-  No lo procures.

SEMPRONIO.-  Por mi vida, madre, ¿qué frayle?

CELESTINA.-   ¿Porfías? El ministro el gordo.

SEMPRONIO.-  ¡O desaventurada e qué carga espera!

CELESTINA.-  Todo lo leuamos. Pocas mataduras as tú visto en la barriga.

SEMPRONIO.-  Mataduras no; mas petreras sí.

CELESTINA.-  ¡Ay burlador!

SEMPRONIO.-   Dexa, si soy burlador; muéstramela.

ELICIA.-   ¡Ha don maluado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten!, que no basta a ti vna ni otra. ¡Anda!, véela e dexa a mí para siempre.

SEMPRONIO.-  ¡Calla, Dios mío! ¿E enójaste? Que ni la quiero ver a ella ni a muger nascida. A mi madre quiero fablar e quédate adiós.

ELICIA.-  ¡Anda, anda!, ¡vete, desconoscido!, e está otros tres años, que no me bueluas a ver!

SEMPRONIO.-  Madre mía, bien ternás confiança e creerás que no te burlo. Torna el manto e vamos, que por el camino sabrás lo que, si aquí me tardasse en dezirte, impediría tu prouecho e el mío.

CELESTINA.-   Vamos. Elicia, quédate adiós, cierra la puerta. ¡Adiós paredes!

SEMPRONIO.-   ¡O madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey atenta e ymagina en lo que te dixere e no derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diuersos lugares le pone, en ninguno le tiene; si no por caso determina lo cierto. E quiero que sepas de mí lo que no has oydo e es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, desear bien de que no te cupiesse parte.

CELESTINA.-  Parta Dios, hijo, de lo suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas. Que la amistad, que entre ti e mí se affirma, no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos para ganar voluntad. Abreuia e ven al fecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

SEMPRONIO.-  Assí es. Calisto arde en amores de Melibea. De ti e de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprouechemos. Que conoscer el tiempo e vsar el hombre de la oportunidad hace los hombres prósperos.

CELESTINA.-  Bien has dicho, al cabo estoy. Basta para mí mescer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas, como los cirujanos de los descalabrados. E como aquellos dañan en los principios las llagas e encarecen el prometimiento de la salud, assí entiendo yo facer a Calisto. Alargarle he la certenidad del remedio, porque, como dizen, el esperança luenga aflige el coraçón e, quanto él la perdiere, tanto gela promete. ¡Bien me entiendes!

SEMPRONIO.-  Callemos, que a la puerta estamos e, como dizen, las paredes han oydos.

CELESTINA.-  Llama.

SEMPRONIO.-   Tha, tha, tha.

CALISTO.-  Pármeno.

PÁRMENO.-  Señor.

CALISTO.-   ¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO.-  ¿Qué es, señor?

CALISTO.-  A la puerta llaman; corre.

PÁRMENO.-  ¿Quién es?

SEMPRONIO.-  Abre a mí e a esta dueña.

PÁRMENO.-  Señor, Sempronio e vna puta vieja alcoholada dauan aquellas porradas.

CALISTO.-  Calla, calla, maluado, que es mi tía. Corre, corre, abre. Siempre lo vi, que por huyr hombre de vn peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este fecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, cay en indignación desta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO.-  ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿E tú piensas que es vituperio en las orejas desta el nombre que la llamé? No lo creas; que assí se glorifica en le oyr, como tú, quando dizen: ¡diestro cauallero es Calisto! E demás desto, es nombrada e por tal título conocida. Si entre cient mugeres va e alguno dize: ¡puta vieja!, sin ningún empacho luego buelue la cabeça e responde con alegre cara. En los conbites, en las fiestas, en las bodas, en las cofadrías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aues, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: ¡puta vieja! Las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos. Carpinteros e armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo oficio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanla los peynadores, texedores. Labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el afán cotidiano. Al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas, que son hazen, a do quiera que ella está, el tal nombre representan. ¡Oh qué comedor de hueuos asados era su marido! ¿Qué quieres más, sino, si vna piedra toca con otra, luego suena ¡puta vieja!?

CALISTO.-  E tú ¿cómo lo sabes y la conosces?

PÁRMENO.-  Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, muger pobre, moraua en su vezindad, la qual rogada por esta Celestina, me dio a ella por siruiente; avnque ella no me conoçe, por lo poco que la seruí e por la mudança, que la edad ha hecho.

CALISTO.-  ¿De qué la seruías?

PÁRMENO.-  Señor, yua a la plaça e trayale de comer e acompañáuala; suplía en aquellos menesteres, que mi tierna fuerça bastaua. Pero de aquel poco tiempo que la seruí, recogía la nueua memoria lo que la vejez no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, vna casa apartada, medio cayda, poco compuesta e menos abastada. Ella tenía seys oficios, conuiene saber: labrandera, perfumera, maestra de fazer afeytes e de fazer virgos, alcahueta e vn poquito hechizera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas siruientes entrauan en su casa a labrarse e a labrar camisas e gorgueras e otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina o jarro de vino e de las otras prouisiones, que podían a sus amas furtar. E avn otros furtillos de más qualidad allí se encubrían.  Asaz era amiga de estudiantes e despenseros e moços de abades. A estos vendía ella aquella sangre innocente de las cuytadillas, la qual ligeramente auenturauan en esfuerço de la restitucion, que ella les prometía. Subió su fecho a más: que por medio de aquellas comunicaua con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito. E aquestas en tiempo onesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alua e otras secretas deuociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa. Tras ellas hombres descalços, contritos e reboçados, desatacados, que entrauan allí a llorar sus pecados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traya! Hazíase física de niños, tomaua estambre de vnas casas, dáualo a filar en otras, por achaque de entrar en todas. Las vnas: ¡madre acá!; las otras: ¡madre acullá!; ¡cata la vieja!; ¡ya viene el ama!: de todos muy conocida. Con todos esos afanes, nunca passaua sin missa ni bísperas ni dexaua monesterios de frayles ni de monjas. Esto porque allí fazía ella sus aleluyas e conciertos. E en su casa fazía perfumes, falsaua estoraques, menjuy, animes, ámbar, algalia, poluillos, almizcles, mosquetes. Tenía vna cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mill faziones. Hazía solimán, afeyte cozido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, vnturillas, lustres, luzentores, clarimientes, alualinos e otras aguas de rostro, de rasuras de gamones, de cortezas de spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destiladas e açucaradas. Adelgazaua los cueros con çumos de limones, con turuino, con tuétano de corço e de garça, e otras confaciones. Sacaua agua para oler, de rosas, de azahar, de jasmín, de trébol, de madreselua e clauellinas, mosquetas e almizcladas, poluorizadas, con vino. Hazía lexías para enrubiar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de marrubios, con salitre, con alumbre e millifolia e otras diuersas cosas. E los vntos e mantecas, que tenía, es hastío de dezir: de vaca, de osso, de cauallos e de camellos, de culebra e de conejo, de vallena, de garça e de alcarauán e de gamo e de gato montés e de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es vna marauilla, de las yeruas e rayzes, que tenía en el techo de su casa colgadas: mançanilla e romero, maluauiscos, culantrillo, coronillas, flor de sauco e de mostaza, espliego e laurel blanco, tortarosa e gramonilla, flor saluaje e higueruela, pico de oro e hoja tinta. Los  azeytes que sacaua para el rostro no es cosa de creer: de estoraque e de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de menjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açofeyfas, de neguilla, de altramuzes, de aruejas e de carillas e de yerua paxarera. E vn poquillo de bálsamo tenía ella en vna redomilla, que guardaua para aquel rascuño, que tiene por las narizes. Esto de los virgos, vnos facía de bexiga e otros curaua de punto. Tenía en vn tabladillo, en vna caxuela pintada, vnas agujas delgadas de pellejeros e hilos de seda encerados e colgadas allí rayzes de hojaplasma e fuste sanguino, cebolla albarrana e cepacauallo. Hazía con esto marauillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendió por virgen vna criada, que tenía.




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Otros textos

1

CELESTINA — Señora, el perdón sobraría donde el yerro falta. De Dios seas perdonada, que buena compañía me queda. Dios la deje gozar su noble juventud y florida mocedad, que es el tiempo en que más placeres y mayores deleites se alcanzarán. Que, a la mi fe, la vejez no es sino mesón de enfermedades, posada de pensamientos, amiga de rencillas, congoja continua, llaga incurable, mancilla de lo pasado, pena de lo presente, cuidado triste de lo porvenir, vecina de la muerte, choza sin rama, que se llueve por cada parte, cayado de mimbre, que con poca carga se doblega.

(ROJAS, F. de, La Celestina. Cátedra, Madrid, 1983, edición de Bruno Mario Damiani. Acto IV, pág. 115. )
2

CELESTINA. No hay cirujano que a la primera cura juzgue la herida. Lo que yo al presente veo te diré. Melibea es hermosa. Calisto loco y franco; ni a él penará gastar ni a mi andar. ¡Bulla moneda y dure el pleito lo que durare! Todo lo puede el dinero; las peñas quebranta, los ríos pasa en seco; no hay lugar tan alto, que un asno cargado de oro no le suba. Su desatino y ardor basta para perder a sí y ganar a nosotros. Esto he sentido, esto he calado 184, esto sé de él y de ella; esto es lo que nos ha de aprovechar. A casa voy de Pleberio; quédate a Dios. Que, aunque esté brava Melibea, no es ésta, si a Dios ha placido. la primera a quien yo he hecho perder el cacarear. Coxquillosicas son todas; mas después que una vez consienten la silla en el envés del lomo, nunca querrían holgar; por ellas queda el campo. Muertas sí: cansadas no. Si de noche caminan, nunca querrían que amaneciese; maldicen los gallos porque anuncian el día y el reloj porque da tan a priesa. Requieren las cabrillas y el norte, haciéndose estrelleras Ya cuando ven salir el lucero del alba, quiéreseles salir el alma; su claridad les escurece el corazón. Camino es, hijo, que nunca me harté de andar; nunca me vi cansada ; y aun así. vieja como soy, sabe Dios mi buen deseo. ¡Cuánto mas estas que hierven sin fuego! Cautívanse del primer abrazo, ruegan a quien rogó, penan por el penado, hácense siervas de quien eran señoras, dejan el mando y son mandadas, rompen paredes, abren ventanas, fingen enfermedades, a los chirriadores quicios de las puertas hacen con aceites usar su oficio sin ruido. No te sabré decir lo mucho que obra en ellas aquel dulzor que les queda de los primeros besos de quien aman. Son enemigas todas del medio; continuo están posadas en los extremos.

SEMPRONIO. No te entiendo esos términos. madre.

CELESTINA. Digo que la mujer o ama mucho a aquel de quien es requerida o le tiene grande odio. Así que, si al querer despiden, no pueden tener las riendas al desamor. Y con esto, que sé cierto, voy más consolada a casa de Melibea, que si en la mano la tuviese. Porque sé que, aunque al presente la ruegue, al fin me ha rogar; aunque al principio me amenace, al cabo me ha de halagar. Aquí llevo un poco de hilado en esta mi faltriquera, con otros aparejos que conmigo siempre traigo, para tener causa de entrar donde mucho no soy conocida la primera vez ; así como gorgueras, garvines, franjas, rodeos, tenazuelas, alcohol, albayalde y solimán hasta agujas y alfileres; que tal hay, que tal quiere. Porque donde me tomare la voz, me halle apercibida para les echar cebo o requerir de la primera vista.

SEMPRONIO. Madre, mira bien lo que haces, porque cuando el principio se yerra, no puede seguirse buen fin. Piensa en su padre, que es noble y esforzado, su madre celosa y brava, tú la misma sospecha. Melibea es única a ellos: faltándoles ella, fáltales todo el bien. En pensallo tiemblo; «no vayas por lana y vengas sin pluma>>

CELESTINA. ¿Sin pluma, hijo?

SEMPRONIO. O emplumada, madre, que es peor.

CELESTINA. ¡Alahé, en malhora a ti he yo menester para compañero! ¡Aun si quisieses avisar a Celestina en su oficio! Pues cuando tú naciste ya comía yo pan con corteza; ¡para adalid eres bueno, cargado de agüeros y recelo!

SEMPRONIO. No te maravilles madre de mi temor, pues es común condición humana que lo que mucho se desea jamás se piensa ver concluido; mayormente que es este caso temo tu pena y mía. Deseo provecho; querría que este negocio hobiese buen fin, no porque saliese mi amo de pena, más por salir yo de lacería. Y así miro más inconvenientes con mi poca experiencia, que tú como maestra vieja.

(Op. cit. Acto III, pág. 105 y ss.)



3

CELESTINA — Agora que voy sola, quiero mirar bien lo que Sempronio ha temido de este mi camino. Porque aquellas cosas, que bien no son pensadas, aunque algunas veces hayan buen fin, comúnmente crían desvariados efectos. Así que la mucha especulación nunca carece de buen fruto. Que, aunque yo he disimulado con él, podría ser que, si me sintiesen en estos pasos de parte de Melibea, que no pagase con pena, que menor fuese que la vida, o muy amenguada quedase, cuando matar no me quisiesen, manteándome o azotándome cruelmente. Pues amargas cient monedas serían estas. ¡Ay cuitada de mí! ¡En qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita y esforzada pongo mi persona al tablero ¿Qué haré, cuitada, mezquina de mí, que ni el salir afuera es provechoso, ni la perseverancia carece de peligro? ¿Pues iré o tornarme he? ¡Oh dudosa y dura perplejidad; no sé cual escoja por más sano! ¡En el osar, manifiesto peligro; en la cobardía, denostada pérdida! ¿Adonde irá el buey que no are? Cada camino descubre sus dañosos y hondos barrancos. (...) Si no voy, ¿qué dirá Sempronio? Que todas estas eran mis fuerzas, saber y esfuerzo, astucia y solicitud. Y su amo Calisto ¿qué dirá?, ¿qué pensará, sino que hay nuevo engaño en mis pisadas (...)? dará voces como loco, diráme en mi cara denuestos rabiosos. proporná mil inconvenientes, que mi deliberación presta le puso, diciendo: <> ¡Pues triste yo! ¡Mal acá, mal acullá; pena en ambas partes! Cuando a los extremos falta el medio arrimarse el hombre al más sano es discreción. Más quiero ofender a Pleberio que enojar a Calisto. Ir quiero; que mayor es la vergüenza de quedar por cobarde, que la pena cumpliendo como osada lo que prometí. Pues jamás al esfuerzo desayudó la fortuna. Ya veo su puerta. En mayores afrentas me he visto (...) (Op.cit. Acto IV, pág. 109. )


4

CALISTO.— (...) Perdona, señora, a mis desvergonzadas manos, que jamás pensaron en tocar tu ropa con su indignidad y poco merecer; agora gozan de llegar a tu gentil cuerpo y lindas y delicadas carnes.

MELIBEA.— Apártate allá, Lucrecia.

CALISTO.— ¿Por qué, mi señora, Bien me huelgo que estén semejantes testigos de mi gloria.

MELIBEA.— Yo no los quiero de mi yerro. Si pensara que tan desmesuradamente te habías de haber conmigo, no fiara mi persona de tu cruel conversación.

SOSIA.— Tristán, bien oyes lo que pasa. ¿En qué términos anda el negocio?

TRISTÁN.— Oigo tanto, que juzgo a mi amo por el más bienaventurado hombre que nació. Y por mi vida, que aunque soy mochacho, que diese tan buena cuenta como mi amo.

(...)


MELIBEA.— ¡Oh mi vida y mi señor! ¿Cómo has querido que pierda el nombre y corona de virgen por tan breve deleite? ¡Oh pecadora de mí! ¡Madre, si de tal cosa fueras sabidora, cómo tomarías de grado tu muerte y me la darías a mí por fuerza! (...) ¡Oh mi padre honrado, cómo he dañado tu fama y he dado cuasa y lugar a quebrantar tu casa! ¡Oh traidora de mí, cómo no miré primero el gran yerro que seguía de tu entrada, el gran peligro que esperaba!

SOSIA.— ¡Ante quisiera yo oírte esos miraglos! Todas sabéis esa oración, después que no puede dejar de ser hecho. ¡Y el bobo de Calisto, que se lo escuha!

CALISTO.— Ya quiere amanecer. ¿Qué es esto? ¡No me parece que ha una hora que estamos aquí y da el reloj las tres!

MELIBEA.— Señor, por Dios, pues ya todo queda por ti, pues ya soy tu dueña, pues ya no puedo negar mi amor, no me niegues tu vista de día, pasando por mi puerta, de noche donde tú ordenares, sea tu venida por este secreto lugar a la misma hora, porque siempre te espere apercibida del gozo, con que quedo esperando las venideras noches. Y por el presente ve con Dios, que no serás visto, que hace muy escuro; ni yo en casa sentida, que aún no amanece.

(Op.cit. Acto XIV, pág. 244. )
5

PÁRMENO — Señor, iba a la plaza y traíale de comer y acompañábala; suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuerza bastaba. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogí la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la ciudad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seis oficios, conviene a saber: labrandera, perfumera, maestra de hacer afeites y de hacer virgos, alcahueta y un poquito hechicera. Era el primer oficio cobertura de los otros, so color del cual muchas mozas de estas sirvientas entraban a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas Asaz era amiga de estudiantes y despenseros y mozos de abades; a éstos vendía ella aquella sangre inocente de las cuitadillas, la cual ligeramente aventuraban en esfuerzo de la restitución que ella les prometía. Subió el hecho a más: que por medio de aquellas comunicaba con las más encerradas, hasta traer a ejecución su propósito.

(Op.cit. Acto I, pág. 74.)
6

PÁRMENO. ;Oh placer singular! ¡Oh singular alegría! ¿Cuál hombre es ni ha sido más bienaventurado que yo? ¿Cuál más dichoso y bienandante? ¡Que un tan excelente don sea por mi poseído y cuan presto pedido tan presto alcanzado !Por cierto, si las traiciones de esta vieja con mi corazón yo pudiese sufrir, de rodillas había de andar a la complacer. ¿Con qué pagaré yo esto? ¡Oh alto Dios!, ¿a quién contaría yo este gozo? ¿,A quién descubriría tan eran secreto? ¿A quién daré parte de mi gloria? Bien me decía la vieja que de ninguna prosperidad es buena la posesión sin compañía. El placer no comunicado no es placer. ¿Quién sentiría esta mi dicha, como yo la siento? A Sempronio veo a la puerta de casa. Mucho ha madrugado. Trabajo tengo con mí amo, si es salido fuera. No será, que no es acostumbrado; pero como agora no anda en su seso, no me maravillo que haya pervertido su costumbre.

SEMPRONIO Pármeno hermano, sí yo supiese aquella tierra. donde se gana el sueldo durmiendo, mucho haría por ir allá. que no daría ventaja a ninguno ; tanto ganaría como otro cualquiera ¿Y cómo holgazán descuidado fuiste para tornar? No sé qué crea de tu tardanza sino que te quedaste a escalentar la vieja esta noche o a rascarle los pies. como cuando chiquito.

PÁRMENO. ¡Oh Sempronio, amigo y más que hermano, por Dios no corrompas mi placer, no mezcles tu ira con mi sufrimiento, no revuelvas tu descontentamiento con mi descanso, no agües con tan turbia agua el claro licor del pensamiento que traigo, no enturbies con tus envidiosos castigos y odiosas reprehensiones mi placer! Recíbeme con alegría y contarte he maravillas de mi buena andanza pasada.

SEMPRONIO Dilo, dilo. ¿Es algo de Melibea? ¿Hasla visto?

PÁRMENO. ¿Qué de Melibea? Es de otra que yo más quiero y aun tal que, sí no estoy engañado, puede vivir con ella en gracia y hermosura Sí, que no se encerró el mundo y todas sus gracias en ella.

SEMPRONIO ¿,Qué es esto, desvariado? Reírme querría sino que no puedo. ¿Ya todos amamos? El mundo se va a perder. Calisto a Melíbea, yo a Elicia; tú de envidia has buscado con quien perder ese poco de seso que tienes.

(Op.cit. Acto VIII, pág. 172.)


7

PÁRMENO. Señor, porque perderse el otro día el neblí fue causa de tu entrada en la huerta de Melíbea a le buscar; la entrada, causa de la ver y hablar; la habla engendró amor; el amor parió tu pena; la pena causará perder tu cuerpo y el alma y hacienda; y lo que más de ello siento es venir a manos de aquella trotaconventos, después de tres veces emplumada

CALISTO. !Así, Pármeno, di más de eso, que me agrada! Pues mejor me parece, cuanto más la desalabas; cumpla conmigo, y emplúmenla la cuarta; desentido eres; sin pena hablas: no te duele donde a mí, Pármeno.

PÁRMENO. Señor, más quiero que airado me reprehendas, porque te doy enojo, que arrepentido me condenes, porque no te di consejo, pues perdiste el nombre de libre cuando cautivaste tu voluntad.

CALISTO. ¡Palos querrá este bellaco! Di, mal criado. ¿por qué dices mal de lo que yo adoro? Y tú, ¿qué sabes de honra? Dime, ¿qué es amor? ¿En qué consiste buena crianza, que te me vendes por secreto? ¿No sabes que el primer escalón de locura es creerse ser sciente? Si tu sintieses mi dolor, con otra agua rociarías aquella ardiente llaga, que la cruel flecha de Cupido me ha causado. Cuanto remedio Sempronio acarrea con sus pies, tanto apartas tú con tu lengua, con tus vanas palabras: fingiéndote fiel, eres un terrón de lisonja, bote de malicias, el mismo mesón y aposentamiento de la envidia, que por disfamar la vieja, a tuerto o a derecho, pones en mis amores desconfianza, sabiendo que esta mi pena y fluctuoso dolor no se rige por razón, no quiere avisos, carece de consejo; y si alguno se le diere, tal que no aparte ni desgozne lo que sin las entrañas no podrá despegarse. Sempronio temió su ida y tu quedada. Yo quiselo todo, y así me padezco el trabajo de su ausencia y tu presencia: «valiera más solo que mal acompañado».

PÁRMENO. Señor, flaca es la fidelidad que temor de pena la convierte en lisonja, mayormente con señor a quien dolor o afición priva y tiene ajeno de su natural juicio: quitarse ha el velo de la ceguedad; pasarán estos momentáneos luegos conocerás mís agras palabras ser mejores para matar este fuerte cáncer, que las blandas de Sempronio, que lo ceban, atizan tu fuego, avivan tu amor, encienden tu llama, añaden astillas que tenga que gastar hasta ponerte en la sepultura.

CALISTO. ¡Calla, calla, perdido! Estoy yo penando y tú filosofando; no te espero más. Saquen un caballo; límpienle mucho: aprieten bien la cincha, por si pasare por casa de mi señora y mi dios.

PÁRMENO. ¡Mozos! ¿No hay mozo en casa? Yo me lo habré de hacer, que a peor vernemos

(Op.cit. Acto II, pág. 96-97)
8

AREÚSA. Mal gozo vea de mí si burlo: sino que ha cuatro horas que muero de la madre, que la tengo subida en los pechos, que me quiere sacar de este mundo. Que no soy tan vieja como piensas.

CELESTINA. Pues dame lugar, tentaré. Que aun algo se yo de este mal, por mi pecado, que cada una se tiene o ha tenido su madre y sus zozobras de ella.

AREÚSA Más arriba la siento, sobre el estómago.

CELESTINA. ¡Bendígate Dios y señor San Miguel ángel, y qué gorda y fresca que estás! ¡Qué pechos y que gentileza! Por hermosa te tenia hasta agora, viendo lo que todos podían ver; pero agora te digo que no hay en la ciudad tres cuerpos tales como el tuyo en cuanto yo conozco. No parece que hayas quince años. ¡Oh quién fuera hombre y tanta parte alcanzara de ti para gozar tal vista ! Por Dios, pecado ganas en no dar parte de estas gracias a todos los que bien te quieren. Que no te las dio Dios para que pasasen en balde por la frescor de tu juventud, debajo de seis dobles de paño y lienzo. Cata que no seas avarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza, pues es de su natura tan comunicable como el dinero. No seas el perro del hortelano Y pues tú no puedes de ti propia gozar, goce quien puede. Que no creas que en balde fuiste criada. Que, cuando nace ella, nace él, y cuando él, ella. Ninguna cosa hay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no proveyese de ella natura. Mira que es pecado fatigar y dar pena a los hombres, pudiéndolos remediar.

AREÚSA. Alahé agora. madre, y no me quiere ninguno. Dame algún remedio para mí mal y no estés burlando de mí. (Op.cit. Acto VII, pág 162-163)

Textos de HAMLET

Acto I

Escena XII

HAMLET, LA SOMBRA DEL REY HAMLET



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