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Nuevo Testamento evangelio de san mateo


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19 1Tomó entonces Pilato a Jesús y mandó azotarle. 2Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de púrpura 3y, acercándose a El, le decían: Salve, rey de los judíos; y le daban de bofetadas. 4Otra vez salió fuera Pilato y les dijo: Aquí os le traigo para que veáis que no hallo en El ningún crimen. 5Salió, pues, Jesús fuera con la corona de espinas y el manto de púrpura, y Pilato les dijo: Ahí tenéis al hombre. 6Cuando le vieron los príncipes de los sacerdotes y sus satélites, gritaron, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Díjoles Pilato: Tornadle vosotros y crucificadle, pues yo no hallo crimen en El. 7Respondieron los judíos: Nosotros tenemos una ley, y, según la ley, debe morir, porque se ha hecho Hijo de Dios.
Tercer interrogatorio

8Cuando Pilato oyó estas palabras temió más, 9y entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le dio respuesta ninguna. 10Díjole entonces Pilato: ¿A mí no me respondes? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarle? 11Respondióle Jesús: No tendrías ningún poder sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto los que me han entregado a ti tienen mayor pecado. 12Desde entonces Pilato buscaba librarle; pero los judíos gritaron, diciéndole: Si sueltas a ése, no eres amigo del César, todo el que se hace rey va contra el César.
La condenación

13Cuando oyó Pilato estas palabras sacó a Jesús fuera y se sentó en el tribunal, en el sitio llamado litóstrotos, en hebreo gabbata. 14Era el día de la Parasceve, preparación de la Pascua, alrededor de la hora sexta. Dijo a los judíos: Ahí tenéis a vuestro rey. 15Pero ellos gritaron: ¡Quita, quita! ¡Crucifícale! Díjoles Pilato: ¿A vuestro rey voy a crucificar? Contestaron los príncipes de los sacerdotes: Nosotros no tenemos más rey que al César. 16Entonces se lo entregó para que le crucificasen.
Camino del Calvario

(Mt 27,24-50; Mc 15,15-37; Lc 23,25-46)

Tornaron, pues, a Jesús, 17que, llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota, 18donde le crucificaron, y con El a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. 19Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz; estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. 20Muchos de los judíos leyeron este título, porque estaba cerca de la ciudad el sitio donde fue crucificado Jesús, y estaba escrito en hebreo, en latín, y en griego.

21Dijeron, pues, a Pilato los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No es escribas rey de los judíos, sino que El ha dicho: Soy rey de los judíos. 22Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está. 23Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. 24Dijéronse, pues, unos a otros: «No la rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quién le toca», a fin de que se cumpliese la Escritura: «Dividiéronse mis vestidos y sobre mi túnica echaron suertes». Es lo que hicieron los soldados. 25Estaban junto a la cruz de Jesús su Madre y la hermana de su Madre, María la de Cleofás y María Magdalena. 26Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, dijo a la Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. 27Luego dijo al discípulo: He ahí a tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

28Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba ya consumado, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo sed. 29Había allí un botijo lleno de vinagre. Fijaron en un venablo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. 30Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús: Todo está acabado, e inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
La lanzada

31Los judíos, como era el día de la Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilatos que les rompiesen las piernas y los quitasen. 32Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero y al otro que estaba crucificado con El; 33pero llegando a Jesús, como le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, 34sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y agua. 35El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad para que vosotros creáis; 36porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «No romperéis ni uno de sus huesos». 37y otra Escritura dice también: «Mirarán al que traspasaron».
La sepultura

(Mt 27,-57-6o; Mc 15,42-46; Lc 23,45-50)



38Después de esto rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. 39Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. 40Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. 41Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. 42Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús.
La Magdalena encuentra removida la piedra

(Mt 28,1-8; Mc 16,1-8; Lc 24,1-11)



20 1El día primero de la semana, María Magdalena vino muy de madrugada, cuando aún era de noche, al monumento, y vio quitada la piedra del monumento. 2Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Han tomado al Señor del monumento y no sabemos dónde le han puesto.
Comprobación por Pedro y Juan

(Lc 24,12)



3Salió, pues, Pedro y el otro discípulo y fueron al monumento. 4Ambos corrían; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al monumento, 5e inclinándose, vio las bandas; pero no entró. 6Llegó Simón Pedro después de él, y entró en el monumento y vio las fajas allí colocadas, 7y el sudario que había estado sobre su cabeza, no puesto con las fajas, sino envuelto aparte. 8Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al monumento, y vio y creyó; 9porque aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que El resucitase de entre los muertos. 10Los discípulos se fueron de nuevo a casa.
Aparición a María Magdalena

(Lc 24,10)



11María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, 12y vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. 13Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. 14En diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. 15Díjole Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. 16Díjole Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: ¡Rabboni!, que quiere decir Maestro. 17Jesús le dijo: Deja ya de tocarme, porque aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. 18María Magdalena fue a anunciar a los discípulos: «He visto al Señor» y las cosas que le había dicho.
Primera aparición a los discípulos

(Mc 16,14; Lc 24,36-45)



19La tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se hallaban los discípulos por temor de los judíos, vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros. 20Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor. 21Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envió mi Padre, así os envío yo. 22Diciendo esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; 23a quien perdonarais los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuvierais, les serán retenidos. 24Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Dijéronle, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. 25El les dijo: Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no creeré.
Segunda aparición

26Pasados ocho días, otra vez estaban dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Vino Jesús cerradas las puertas, y, puesto en medio de ellos, dijo: La paz sea con vosotros. 27Luego dijo a Tomás: Alarga acá tu dedo y mira mis manos, y tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. 28 Respondió Tomás y dijo: ¡Señor mío y Dios mío! 29Jesús le dijo: Porque me has visto, has creído; dichosos los que sin ver creyeron.

30Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos que no están escritas en este libro: 31y éstas fueron escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.
APENDICE
Postrera aparición a los discípulos

21 1Después de esto se apareció Jesús a los discípulos junto al mar de Tiberíades, y se apareció así: 2Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, llamado Dídimo; Natanael, el de Caná de Galilea, y los de Zebedeo, y otros dos discípulos. 3Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. Los otros le dijeron: Vamos también nosotros contigo. Salieron y entraron en la barca, y en aquella noche no cogieron nada. 4Llegada la mañana, se hallaba Jesús en la playa; pero los discípulos no se dieron cuenta de que era Jesús.

5Díjoles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis en la mano nada que comer? Le respondieron: No. 6El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la muchedumbre de los peces. 7Dijo entonces a Pedro aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la zamarra pues estaba desnudo y se arrojó al mar. 8Los otros discípulos vinieron en la barca, pues no estaban lejos de tierra, sino como unos doscientos codos, tirando de la red con los peces. 9Así que bajaron a tierra, vieron unas brasas encendidas y un pez puesto sobre ellas y pan. 10Díjoles Jesús: Traed de los peces que habéis cogido ahora. 11Subió Simón Pedro y arrastró la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos, no se rompió la red. 12Jesús les dijo: Venid y comed. Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: ¿Tú quién eres?, sabiendo que era el Señor. 13Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio, e igualmente el pez. 14Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitado de entre los muertos.
La triple confesión de Pedro

15Cuando hubieron comido, dijo Jesús a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El le dijo: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Díjole: Apacienta mis corderos. 16Por segunda vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas. 17Por tercera vez le dijo: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase: ¿Me amas? Y le dijo: Señor, tu lo sabes todo, tú sabes que te amo. Díjole Jesús: Apacienta mis ovejas. 18En verdad, en verdad te digo: Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras. 19Esto lo dijo indicando con qué muerte había de glorificar a Dios. Después añadió: Sígueme.
El discípulo amado

20Se volvió Pedro y vio que seguía detrás el discípulo a quien amaba Jesús, el que en la cena se había recostado en su pecho y le había preguntado: Señor, ¿quién es el que te ha de entregar? 21Viéndole, pues, Pedro, dijo a Jesús: Señor, ¿y éste, qué? 22Jesús le dijo: Si yo quisiera que éste permaneciese hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme. 23Se divulgó entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría; mas no dijo Jesús que no moriría, sino: Si yo quisiera que éste permaneciese hasta que venga, ¿a ti qué? 24Este es el discípulo que da testimonio de esto, que lo escribió, y sabemos que su testimonio es verdadero.

25Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
Prólogo

1 1En el primer libro, ¡oh caro Teófilo!, traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó 2hasta el día en que fue levantado al cielo, una vez que, movido por el Espíritu Santo, tomó sus disposiciones acerca de los apóstoles que se había elegido; 3a los cuales, después de su pasión, se dio a ver en muchas ocasiones, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.
PRIMERA PARTE
La Iglesia En Jerusalén

(1,4-8,3)



4Y comiendo con ellos, les mandó no apartarse de Jerusalén, sino esperar la promesa del Padre, que de mí habéis escuchado; 5porque Juan bautizó en agua, pero vosotros, pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu Santo. 6Los reunidos le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el reino de Israel? 7El les dijo: No os toca a vosotros conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en virtud de su poder soberano; 8pero recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra.
La ascensión

9Diciendo esto y viéndole ellos, se elevó, y una nube le ocultó a sus ojos. 10Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en El, que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante 11y les dijeron: Varones galileos, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo vendrá así como le habéis visto ir al cielo. 12Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. 13Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelotes y Judas de Santiago. 14Todos éstos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús, y con los hermanos de éste.
Elección de San Matías

15En aquellos días se levantó Pedro en medio de los hermanos, que eran en conjunto unos ciento veinte, y dijo: 16Hermanos, era preciso que se cumpliese la Escritura, que por boca de David había predicho el Espíritu Santo acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús, 17y era contado entre nosotros, habiendo tenido parte en este ministerio. 18Este, pues, adquirió un campo con el precio de su iniquidad; pero, precipitándose, reventó y todas sus entrañas se derramaron; 19y fue público a todos los habitantes de Jerusalén, tanto que el campo se llamó en su lengua Hacéldama, que quiere decir Campo de Sangre. 20Pues está escrito en el libro de los Salmos:

«Quede desierta su morada y no haya quien habite en ella, y otro se alce con su cargo».



21Ahora, pues, conviene que de todos los varones que nos han acompañado todo el tiempo en que vivió entre nosotros el Señor Jesús, 22a partir del bautismo de Juan hasta el día en que fue tomado de entre nosotros, uno de ellos sea testigo con nosotros de su resurrección. 23Fueron presentados dos: José, por sobrenombre Barsaba, llamado Justo, y Matías. 24Orando dijeron: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos escoges 25para ocupar el lugar de este ministerio y el apostolado de que prevaricó Judas para irse a su lugar. 26Echaron suertes sobre ellos, y cayó la suerte sobre Matías, que quedó agregado a los once apóstoles.
Pentecostés

2 1Cuando llegó el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, 2Se produjo de repente un ruido como el de un viento impetuoso, que invadió toda la casa en que residían. 3Aparecieron, como divididas, lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, 4quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les daba. 5Residían en Jerusalén judíos, varones piadosos, de cuantas naciones hay bajo el cielo, 6y habiéndose corrido la voz, se juntó una muchedumbre que se quedó confusa al oírlos hablar cada uno en su propia lengua. 7Estupefactos de admiración, decían: Todos estos que hablan, ¿no son galileos? 8Pues ¿cómo nosotros los oímos cada uno en nuestra propia lengua, en la que hemos nacido? 9Partos, medos, elamitas, los que habitan Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y Asia, 10Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra Cirene, y los forasteros romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes los oímos hablar en nuestras 11propias lenguas las grandezas de Dios. 12Todos, atónitos y fuera de sí, se decían unos a otros: ¿Qué es esto? 13Otros, burlándose, decían: Están cargados de mosto.

14Entonces se levantó Pedro con los once y, alzando la voz, les habló: Judíos y todos los habitantes de Jerusalén, oíd y prestad atención a mis palabras. 15No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues no es aún la hora de tercia; 16esto es lo dicho por el profeta Joel:

17«Y sucederá en los últimos días, dice Dios,

que derramaré mi Espíritu sobre toda carne,

y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas,

y vuestros jóvenes verán visiones,

y vuestros ancianos soñarán sueños;

18Y sobre mis siervos y sobre mis siervas

derramaré mi Espíritu en aquellos días

y profetizarán.

19Y haré prodigios arriba en el cielo

y señales abajo en la tierra,

sangre y fuego y nubes de humo.

20El sol se tornará tinieblas

y la luna sangre

antes que llegue el día del Señor, grande y manifiesto.

21Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará».

22Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón probado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por El en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis, 23a éste, entregado según los designios de la presciencia de Dios, lo alzasteis en la cruz y le disteis muerte por mano de los infieles. 24Pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, le resucitó, por cuanto no era posible que fuera dominado por ella, 25pues David dice de El:

«Traía yo al Señor siempre delante de mí,

porque El está a su derecha para que no vacile.

26Por esto se regocijó mi corazón y exultó mi lengua,

y hasta mi carne reposará en la esperanza.



27Porque no abandonarás en el ades mi alma,

ni permitirás que tu Santo experimente la corrupción.



28Me has dado a conocer los caminos de la vida

y me llenarás de alegría con tu presencia».



29Hermanos, séame permitido deciros con franqueza del patriarca David, que murió y fue sepultado, y que su sepulcro se conserva entre nosotros hasta hoy. 30Pero, siendo profeta y sabiendo que le había Dios jurado solemnemente que un fruto de sus entrañas se sentaría en su trono, 31le vio dé antemano y habló de la resurrección de Cristo, que no sería abandonado en el ades ni vería su carne la corrupción. 32A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. 33Exaltado a la diestra de Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, le derramó según vosotros veis y oís. 34Porque no subió David a los cielos, antes dice:

«Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra



35Hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies».

36Tenga, pues, por cierto toda la casa de Israel que Dios le ha hecho Señor y Cristo a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado.

37En oyéndole, se sintieron compungidos de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer, hermanos? 38Pedro les contestó: Arrepentíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39Porque para vosotros es esta promesa y para vuestros hijos y para todos los de lejos cuantos llamare a sí el Señor, Dios nuestro. 40Con otras muchas palabras atestiguaba y los exhortaba diciendo: Salvaos de esta generación perversa. 41Ellos recibieron su palabra y se bautizaron, y se convirtieron aquel día unas tres mil almas. 42Perseveraban en oír la enseñanza de los apóstoles y en la unión, en la fracción del pan y en la oración.

43Se apoderó de todos el temor, a la vista de los muchos prodigios y señales que hacían los apóstoles: 44y todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común; 45pues vendían sus posesiones y haciendas y las distribuían entre todos según la necesidad de cada uno. 46Todos acordes acudían con asiduidad al templo, partían el pan en las casas y tomaban su alimento con alegría y sencillez de corazón, 47alabando a Dios en medio del general favor del pueblo. Cada día el Señor iba incorporando a los que habían de ser salvos.
Sermón de San Pedro en el templo

3 1Pedro y Juan subían a la hora de la oración, que era la de nona. 2Había un hombre tullido desde el seno de su madre, que traían y ponían cada día a la puerta del templo llamada la Hermosa para pedir limosna a los que entraban en el templo. 3Este, viendo a Pedro y a Juan que se disponían a entrar en el templo, extendió la mano pidiendo limosna. 4Pedro y Juan, fijando en él los ojos, le dijeron: Míranos. 5El los miró esperando recibir de ellos alguna cosa. 6Pero Pedro le dijo: No tengo oro ni plata; lo que tengo, eso te doy: En nombre de Jesucristo Nazareno, anda. 7Y tomándole de la diestra, le levantó, y al punto sus pies y sus talones se consolidaron; 8y de un brinco se puso en pie, y comenzando a andar, entró con ellos en el templo saltando y brincando y alabando a Dios. 9Todo el pueblo que lo vio andar y alabar a Dios, 10reconoció ser el mismo que se sentaba a pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y quedaron llenos de admiración y espanto por lo sucedido. 11El cogía a Pedro y a Juan, y todo el pueblo, espantado, concurrió a ellos en el pórtico llamado de Salomón. 12Visto lo cual por Pedro, habló así al pueblo:

Varones israelitas, ¿qué os admiráis de esto o qué nos miráis a nosotros, como si por nuestro propio poder o por nuestra piedad hubiéramos hecho andar a éste? 13El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis en presencia de Pilato cuando éste juzgaba que debía soltarle. 14Vosotros negasteis al Santo y al Justo y pedisteis que se os hiciera gracia de un homicida. 15Pedisteis la muerte para el autor de la vida, a quien Dios resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. 16Por la fe en su nombre, éste, a quien veis y conocéis, ha sido por su nombre consolidado, y la fe que de El nos viene dio a éste la plena salud en presencia de todos vosotros 17Ahora bien, hermanos, ya sé que por ignorancia habéis hecho esto, como también vuestros príncipes. 18Dios ha dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de su Cristo. 19Arrepentíos, pues, y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, 20a fin de que lleguen los tiempos del refrigerio de parte del Señor y envíe a Jesús, el Cristo, que os ha sido destinado, 21a quien el cielo debía recibir hasta llegar los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que Dios habló desde antiguo por boca de sus santos profetas. 22Dice, en efecto, Moisés: «Un profeta hará surgir el Señor Dios de entre vuestros hermanos, como yo; vosotros le escucharéis todo lo que os hablaré; 23toda persona que no escucharé a este profeta será exterminada de su pueblo». 24Y todos los profetas, desde Samuel y los siguientes, cuantos hablaron, anunciaron también estos días. 25Vosotros sois los hijos de los profetas y de la alianza que Dios estableció con vuestros padres cuando dijo a Abraham: «En tu descendencia, serán bendecidas todas las familias de la tierra». 26Dios, resucitando a su Siervo, os lo envía a vosotros primero para que os bendiga al convertirse cada uno de sus maldades.


Los dos apóstoles ante el Sanedrín
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