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Nuevo Testamento evangelio de san mateo


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4 1Mientras ellos hablaban al pueblo, sobrevinieron los sacerdotes, el oficial del templo y los saduceos. 2Indignados de que enseñasen al pueblo y anunciasen cumplida en Jesús la resurrección de los muertos, 3les echaron mano y los metieron en prisión hasta la mañana, porque era ya tarde. 4Pero muchos de los que habían oído la palabra creyeron, hasta el número de unos cinco mil.

5A la mañana se juntaron todos los príncipes, los ancianos y los escribas en Jerusalén, 6y Anás, el sumo sacerdote, y Caifás, y Juan, y Alejandro, y cuantos eran del linaje pontifical; 7y poniéndolos en medio, les preguntaron: ¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho esto vosotros? 8Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: «Príncipes del pueblo y ancianos: 9Ya que somos hoy interrogados sobre la curación de este inválido, por quién haya sido curado, 10sea manifiesto a todos vosotros y a todo el pueblo de Israel que en nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros habéis crucificado, a quien Dios resucitó de entre los muertos, por El, éste se halla sano ante vosotros.

11El es la piedra rechazada por vosotros los constructores, que ha venido a ser piedra angular. 12En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos». 13Viendo la libertad de Pedro y Juan, y considerando que eran hombres sin letras y plebeyos, se maravillaban, pues los habían conocido de que estaban con Jesús; 14y viendo presente al lado de ellos al hombre curado, no sabían qué replicar 15y mandándoles salir fuera del consejo: conferían entre sí, 16diciendo: ¿Qué haremos con estos hombres? Porque el milagro hecho por ellos es manifiesto, notorio a todos los habitantes de Jerusalén, y no podemos negarlo. 17Pero para que no se difunda más el suceso en el pueblo, conminémosles que no hablen a nadie en este nombre. 18Y llamándolos, les intimaron no hablar absolutamente ni enseñar en el nombre de Jesús. 19Pero Pedro y Juan respondieron y dijéronles: «Juzgad por vosotros mismos si es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a El; 20porque nosotros no podernos dejar de decir lo que hemos visto y oído». 21Pero ellos les despidieron con amenazas, no hallando motivo para castigarlos, y por causa del pueblo, porque todos glorificaban a Dios por el suceso. 22El hombre en quien se había realizado el milagro de la curación pasaba de los cuarenta años. 23Los apóstoles, despedidos, se fueron a los suyos y les comunicaron cuanto les habían dicho los pontífices y los ancianos. 24Ellos, en oyéndolos, a una levantaron la voz a Dios y dijeron: «Señor, tú que hiciste el cielo y la tierra, y el mar y cuanto en ellos hay; 25que por boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste:

«¿Por qué braman las gentes y los pueblos meditan cosas vanas?



26Los reyes de la tierra han conspirado y los príncipes se han federado contra el Señor y contra su Cristo».

27En efecto, juntáronse en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, 28para ejecutar cuanto tu mano y tu consejo habían decretado de antemano que sucediese. 29Ahora, Señor, mira sus amenazas, y da a tus siervos hablar con toda libertad tu palabra, 30extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombro de tu santo Siervo Jesús». 31Después de haber orado, tembló el lugar en que estaban reunidos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con libertad.
La vida común entre los fieles

32La muchedumbre de los habitantes que habían creído tenía un corazón y un alma sola, y ninguno tenía por propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común. 33Los apóstoles atestiguaban con gran poder la resurrección del Señor Jesús, y todos los fieles gozaban de gran estima. 34No había entre ellos indigentes, pues cuantos eran dueños de haciendas o casas las vendían y llevaban el precio de lo vendido, 35y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y a cada uno se le repartía según su necesidad. 36José, el llamado por los apóstoles Bernabé, que significa hijo de la consolación, levita, chipriota de naturaleza, 37que poseía un campo, lo vendió y llevó el precio, y lo depositó a los pies de los apóstoles.

5 1Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira, su mujer, vendió una posesión 2y retuvo una parte del precio, siendo sabedora de ello también la mujer, y llevó el resto a depositarlo a los pies de los apóstoles. 3Díjole Pedro: Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás de tu corazón, moviéndote a engañar al Espíritu Santo, reteniendo una parte del precio del campo? 4¿Acaso sin venderlo no lo tenías para ti, y vendido no quedaba a tu disposición el precio? ¿Por qué has hecho tal cosa? No has mentido a los hombres, sino a Dios. 5AI oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Se apoderó de cuantos lo supieron un temor grande. 6Luego se levantaron los jóvenes y envolviéndole le llevaron y le dieron sepultura. 7Pasadas como tres horas, entró la mujer, ignorante de lo sucedido, 8y Pedro le dirigió la palabra: Dime si habéis vendido en tanto el campo. Dijo ella: Sí, en tanto; 9y Pedro a ella: ¿Por qué os habéis concertado en tentar al Espíritu Santo? Mira, los pies de los que han sepultado a tu marido están ya a la puerta, y ésos te llevarán a ti. 10Cayó al instante a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta y la sacaron, dándole sepultura con su marido. 11Gran temor se apoderó de toda la iglesia y de cuantos oían tales cosas.
El Sanedrín, contra los apóstoles

12Eran muchos los milagros y prodigios que se realizaban en el pueblo por mano de los apóstoles. Estando todos reunidos en el pórtico de Salomón, 13nadie de los otros se atrevía a unirse a ellos, pero el pueblo los tenía en gran estima. 14Crecían más y más los creyentes, en gran muchedumbre de hombres y mujeres, 15hasta el punto de sacar a las calles los enfermos y ponerlos en los lechos y camillas para que, llegando Pedro, siquiera su sombra los cubriese; 16y la muchedumbre concurría de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por los espíritus impuros, y todos eran curados.

17Con esto, levantándose el sumo sacerdote y todos los suyos, de la secta de los saduceos, llenos de envidia, 18echaron mano a los apóstoles y los metieron en la cárcel pública. 19Pero el ángel del Señor les abrió de noche las puertas de la prisión, y sacándolos les dijo: 20Id, presentaos en el templo y predicad al pueblo todas estas palabras de vida. 21Ellos obedecieron, y entrando al amanecer en el templo, enseñaban. Entre tanto, llegado el sumo sacerdote con los suyos, convocó el consejo, es decir, todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron a la prisión para que se los llevasen. 22Llegados los alguaciles, no los hallaron en la prisión. Volvieron y se lo hicieron saber, 23diciendo: La prisión estaba cerrada y bien asegurada y los guardias en sus puertas; pero abriendo, no encontramos dentro a nadie. 24Cuando el oficial del templo y los pontífices oyeron tales palabras, se quedaron sorprendidos, pensando qué habría sido de ellos.

25En esto llegó uno que les comunicó: Los hombres esos que habéis metido en la prisión están en el templo enseñando al pueblo. 26Entonces fue el oficial con sus alguaciles y los condujo, pero sin hacerles fuerza, porque temían que el pueblo los apedrease. 27Conducidos, los presentó en medio del consejo. Dirigiéndoles la palabra el sumo sacerdote, les dijo: 28Solamente os hemos ordenado que no enseñéis sobre este nombre, y habéis llenado a Jerusalén de vuestra doctrina y queréis traer sobre nosotros la sangre de ese hombre.

29Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: «Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. 30El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis dado muerte suspendiéndole de un madero. 31Pues a ése le ha levantado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel penitencia y la remisión de los pecados. 32Nosotros somos testigos de esto, y lo es también el Espíritu Santo, que Dios otorgó a los que le obedecen». 33Oyendo esto, rabiaban de ira y trataban de quitarlos de delante. 34Pero levantándose en el consejo un fariseo de nombre Gamaliel, doctor de la Ley, muy estimado de todo el pueblo, mandó sacar a los apóstoles por un momento y dijo:

35«Varones israelitas, mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. 36Días pasados se levantó Teudas, diciendo que él era alguien, y se le allegaron como unos cuatrocientos hombres. Fue muerto, y todos cuantos le seguían se disolvieron, quedando reducidos a nada. 37Después se levantó Judas el Galileo, en los días del empadronamiento, y arrastró al pueblo en pos de sí; mas pereciendo él también, cuantos le seguían se dispersaron. 38Ahora os digo: Dejad a estos hombres, dejadlos; porque si esto es consejo u obra de hombres, se disolverá, 39pero si viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra a Dios».

Se dejaron persuadir; 40e introduciendo luego a los apóstoles, después de azotados, les conminaron que no hablasen en el nombre de Jesús y los despidieron. 41Ellos se fueron contentos de la presencia del consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús; 42y en el templo y en las casas no cesaban todo el día de enseñar y anunciar a Cristo Jesús.


La elección de los diáconos

6 1Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos, se produjo una murmuración de los helenistas contra los hebreos, porque las viudas de aquellos eran mal atendidas en el servicio cotidiano. 2Los doce, convocando a la muchedumbre de los discípulos, dijeron: No es razonable que nosotros abandonemos el ministerio de la palabra de Dios para servir a las mesas. 3Elegid, hermanos, de entre vosotros a siete varones, estimados de todos, llenos de espíritu y de sabiduría, a los que constituyamos sobre este ministerio, 4pues nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra. 5Fue bien recibida la propuesta por toda la muchedumbre, y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y Nicolás, prosélito antioqueno; 6los cuales fueron presentados a los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. 7La palabra de Dios fructificaba, y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos en Jerusalén, y numerosa muchedumbre de sacerdotes se sometía a la fe.
San Esteban

8Esteban, lleno de gracia y de virtud, hacía prodigios y señales grandes en el pueblo. 9Se levantaron algunos de la sinagoga llamada de los libertos, cirenenses y alejandrinos y de los de Cilicia y Asia a disputar con Esteban, 10sin poder resistir a la sabiduría y al espíritu con que hablaba. 11Entonces sobornaron a algunos que dijesen: Nosotros hemos oído a éste proferir palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. 12Y conmovieron al pueblo, a los ancianos y escribas, y llegando le arrebataron y le llevaron ante el Sanedrín. 13Presentaron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de proferir palabras contra el lugar santo y contra la Ley; 14y nosotros le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar y mudará las costumbres que nos dio Moisés. 15Fijando los ojos en el todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.

7 1Díjole el sumo sacerdote: ¿Es como éstos dicen? 2El contestó: «Hermanos y padres, escuchad: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando moraba en Mesopotamia, antes que habitase en Jarán, 3y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y ve a la tierra que yo te mostraré. 4Entonces salió del país de los caldeos y habitó en Jarán. De allí, después de la muerte de su padre, se trasladó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora; 5no le dio en ella heredad, ni aun un pie de tierra, mas le prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, cuando no tenía hijos. 6Pues le habló Dios: «Habitará tu descendencia en tierra extranjera y la esclavizarán y maltratarán por espacio de cuatrocientos años; 7pero al pueblo a quien han de servir le juzgaré yo, dice Dios, y después de esto saldrán y me adorarán en este lugar». 8Luego le otorgó el pacto de la circuncisión: y así engendró a Isaac, a quien circuncidó el día octavo; e Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas. 9Pero los patriarcas, por envidia de José, vendieron a éste para Egipto; 10mas Dios estaba con él y le sacó de todas sus tribulaciones, y le dio gracia y sabiduría delante del Faraón, rey de Egipto, que le constituyó gobernador de Egipto y de toda su casa. 11Entonces vino el hambre sobre toda la tierra de Egipto y de Canán, y una gran tribulación, de modo que nuestros padres no encontraban provisiones; 12mas oyendo Jacob que había trigo en Egipto, envió primero a nuestros padres, 13y a la segunda vez José fue reconocido por sus hermanos, y su linaje dado a conocer al Faraón. 14Envió José a buscar a su padre con toda su familia, en número de setenta y cinco personas; 15y descendió Jacob a Egipto, donde murieron él y nuestros padres. 16Fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que Abraham había comprado a precio de plata, de los hijos de Emmor en Siquem.

17Cuando se iba acercando el tiempo de la promesa hecha por Dios a Abraham, el pueblo creció y se multiplicó en Egipto, 18hasta que surgió sobre Egipto otro rey que no había conocido a José. 19Usando de malas artes contra nuestro linaje, afligió a nuestros padres hasta hacerlos exponer a sus hijos para que no viviesen. 20En aquel tiempo nació Moisés, hermoso a los ojos de Dios, que fue criado por tres meses en casa de su padre; 21y que, expuesto, fue recogido por la hija del Faraón, que le hizo criar como hijo suyo. 22Y fue Moisés instruido en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso en palabras y obras. 23Así que cumplió los cuarenta años sintió deseos de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel; 24y viendo a uno maltratado, le defendió y le vengó, matando al egipcio que le maltrataba. 25Creía él que entenderían sus hermanos que Dios les daba por su mano la salud, pero ellos no lo entendieron. 26Al día siguiente vio a otros dos que estaban riñendo, y procuró reconciliarlos, diciendo: ¿Por qué, siendo hermanos, os maltratáis uno a otro? 27pero el que maltrataba a su prójimo le rechazó diciendo: ¿Y quién te ha constituido príncipe y juez sobre nosotros? 28¿Acaso pretendes matarme, como mataste ayer al egipcio? 29Al oír esto huyó Moisés, y moró extranjero en la tierra de Madián, en la que engendró dos hijos.

30Pasados cuarenta años, se le apareció un ángel en el desierto del Sinaí, en la llama de una zarza que ardía. 31Se maravilló Moisés al advertir la visión, y acercándose para examinarla, le fue dirigida la voz del Señor: 32«Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob». Estremecióse Moisés y no se atrevía a mirar. 33El Señor le dijo: «Desata el calzado de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa. 34He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto y he oído sus gemidos. Por eso he descendido para librarlos; ven, pues, que te envíe a Egipto». 35Pues a este Moisés, a quien ellos negaron diciendo: ¿Quién te ha constituido príncipe y juez?, a éste le envió Dios por príncipe y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza. 36El los sacó, haciendo prodigios y milagros en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por espacio de cuarenta años.

37Ese es el Moisés que dijo a los hijos de Israel: Dios os suscitará de entre vuestros hermanos un profeta como yo. 38Ese es el que estuvo en medio de la asamblea en el desierto con el ángel, que en el monte de Sinaí le hablaba a el, y con nuestros padres; ése es el que recibió la palabra de vida para entregárosla a vosotros, 39y a quien no quisieron obedecer nuestros padres, antes le rechazaron y con sus corazones se volvieron a Egipto, 40diciendo a Arón: Haznos dioses que vayan delante de nosotros, porque ese Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él. 41Entonces se hicieron un becerro y ofrecieron sacrificios al ídolo, y se regocijaron con las obras de sus manos. 42Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército celeste, según que está escrito en el libro de los profetas:

«¿Acaso me habéis ofrecido víctimas y sacrificios

durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel?

43Antes os trajisteis la tienda de Moloc,

y el astro del dios Refarn,

las imágenes que os hicisteis para adorarlas.

Por eso yo os transportaré al otro lado de Babilonia»



44Nuestros padres tuvieron en el desierto la tienda del testimonio, según la había dispuesto el que ordenó a Moisés que la hiciesen conforme al modelo que había visto. 45Esta tienda la recibieron nuestros padres, y la introdujeron cuando con Josué ocuparon la tierra de las gentes, que Dios arrojó delante de nuestros padres; y así hasta los días de David, 46que halló gracia en la presencia de Dios y pidió hallar habitación para el Dios de Jacob. 47Pero fue Salomón quien le edificó una casa. 48Sin embargo, no habita el Altísimo en casas hechas por mano de hombre, según dice el profeta:

49«Mi trono es el cielo,

y la tierra el escabel de mis pies;

¿qué casa me edificaréis a mí, dice el Señor,

o cuál será el lugar de mi descanso?



50¿No es mi mano la que ha hecho todas las cosas?»

51Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros siempre habéis resistido al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. 52¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, a quien vosotros habéis ahora traicionado y crucificado; vosotros, 53que recibisteis por ministerio de los ángeles la Ley y no la guardasteis».

54Al oír estas cosas se llenaron de rabia sus corazones y rechinaban los dientes contra él. 55El, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús en pie a la diestra de Dios, 56y dijo: Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre en pie, a la diestra de Dios. 57Ellos, gritando a grandes voces, tapáronse los oídos y se arrojaron a una sobre él. 58Sacándole fuera de la ciudad, le apedreaban. Los testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven llamado Saulo; 59y mientras le apedreaban, Esteban oraba, diciendo: Señor Jesús, recibe mi espíritu. 60Puesto de rodillas, gritó con fuerte voz: Señor, no les imputes este pecado. Y diciendo esto, se durmió. Saulo aprobaba su muerte.
El Evangelio en Samaria

8 1Aquel día comenzó una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén, y todos, fuera de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria. 2A Esteban le recogieron algunos varones piadosos e hicieron sobre él gran luto. 3Por el contrario, Saulo devastaba la Iglesia, y entrando en las casas, arrastraba a hombres y mujeres y los hacía encarcelar.
SEGUNDA PARTE
Expansión De La Iglesia Fuera De Jerusalén

(8,4-12,25)



4Los que se habían dispersado iban por todas partes predicando la palabra. 5Felipe bajó a la ciudad de Samaria y predicaba a Cristo 6La muchedumbre, a una, oía atentamente lo que Felipe le decía y admiraba los milagros que hacía; 7pues muchos espíritus impuros salían gritando a grandes voces y muchos paralíticos y cojos eran curados, 8lo cual fue causa de gran alegría en aquella ciudad. 9Pero había allí un hombre llamado Simón, que de tiempo atrás venía practicando la magia en la ciudad y maravillando al pueblo de Samaria, diciendo ser él algo grande. 10Todos, del mayor al menor, le seguían y decían: Este es el poder de Dios llamado grande; 11y se adherían a él, porque durante bastante tiempo los había embaucado con sus magias. 12Mas cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba el reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres. 13El mismo Simón creyó y, bautizado, se adhirió a Felipe, y viendo las señales y milagros grandes que hacía, estaba fuera de sí.

14Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron cómo había recibido Samaria la palabra de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan, 15los cuales, bajando, oraron sobre ellos para que recibiesen el Espíritu Santo, 16pues aún no había venido sobre ninguno de ellos; sólo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. 17Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. 18Viendo Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se comunicaba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, 19diciendo: Dadme también a mí ese poder de imponer las manos, de modo que se reciba el Espíritu Santo. 20Díjole Pedro: Sea ese tu dinero para perdición tuya, pues has creído que con dinero podía comprarse el don de Dios. 21No tienes en esto parte ni heredad, porque tu corazón no es recto delante de Dios. 22Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega al Señor que te perdone este mal pensamiento de tu corazón, 23porque veo que estás lleno de maldad y envuelto en lazos de iniquidad. 24Simón respondió diciendo: Rogad vosotros por mí al Señor para que no me sobrevenga nada de eso que habéis dicho. 25Ellos, después de haber atestiguado y predicado la palabra del Señor, volvieron a Jerusalén, evangelizando muchas aldeas de los samaritanos.
La conversión del eunuco etíope

26El ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el medio día, por el camino que por el desierto baja de Jerusalén a Gaza. 27Púsose luego en camino y se encontró con un varón etíope, eunuco, ministro de Candaces, reina de los etíopes, intendente de todos sus tesoros. Había venido a adorar a Jerusalén, 28y se volvía sentado en su coche leyendo al profeta Isaías. 29Dijo el Espíritu a Felipe: Acércate y llégate a ese coche. 30Aceleró el paso Felipe; y oyendo que leía al profeta Isaías, le dijo: ¿Entiendes por ventura lo que lees? 31El le contestó: ¿Cómo voy a entenderlo si alguno no me guía? Y rogó a Felipe que subiese y se sentase a su lado. 32El pasaje de la Escritura que iba leyendo era éste:

«Como una oveja llevada al matadero y como un cordero ante el que lo trasquila, enmudeció y no abrió su boca. 33En su humillación ha sido consumado su juicio; su generación, ¿quién la contará?, porque su vida ha sido arrebatada de la tierra».



34Preguntó el eunuco a Felipe: Dime, ¿de quién dice eso el profeta? ¿De sí mismo o de otro? 35Y abriendo Felipe sus labios y comenzando por esta Escritura, le anunció a Jesús. 36Siguiendo su camino, llegaron adonde había agua, y dijo el eunuco: Aquí hay agua; ¿qué impide que sea bautizado? 37Felipe dijo: Si crees de todo corazón, bien puedes. Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. 38Mandó parar el coche y bajaron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó. 39En cuanto subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y ya no le vio más el eunuco, que continuó alegre su camino. 40Cuanto a Felipe, se encontró en Azoto, y de paso evangelizaba todas las ciudades hasta llegar a Cesárea.
La conversión de Saulo
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