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Autonomía integradora y transformación social: el desafíO Ético emancipatorio


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Integración social y complejidad.-
El tema de la integración es uno de los temas claves del desarrollo social contemporáneo. En un mundo de globalización e interconexiones, el carácter de esta integración es objeto de debate y de confrontaciones, a veces violentas. La reconfiguración del mundo , y de los procesos identitarios en los países bajo las banderas de la autonomía nacional, genera otro conjunto de preocupaciones e incertidumbres sobre las salidas del orden de inestabilidad que se genera, conducentes a la desintegración ó la integración legítimas para las condiciones socioculturales concretas que las sustentan.
Al interior de las sociedades y en el marco de la construcción de una praxis-conciencia ciudadana emancipatoria, lo mismo que desde la perspectiva de la construcción ética de la persona, el énfasis en los procesos de desarrollo conducentes a la autonomía y a la integración, comprendidas como eventos complejos, emergencias necesarias en un orden de dinámicas contradictorias, de incertidumbres relativas y de fluctuaciones inesperadas, constituye un tema de primer orden.
El empleo de la noción de integración social tiene en la literatura especializada matices distintos y hasta contrapuestos, de aquí que para la construcción del concepto de autonomía integradora debamos especificar en cuáles de sus acepciones debemos tomar esta noción.
Esta variabilidad semántica se expresa desde sus connotaciones más negativas hasta las positivas, considerada como un proceso de moldeamiento simplemente adaptativo o como articulación constructiva con la sociedad.
G. Girardi (1998, Vol.I, pág.15) se refiere, en la primera acepción, a lo que constituiría la esencia de la educación integradora, como “aquella que tiene como fin real, consciente o inconsciente, integrar el individuo a la sociedad, haciendo de él un buen ciudadano, es decir, un hombre de orden, mediante la inculcación de la ideología dominante. De esta manera, la educación integradora es un factor fundamental en la reproducción de la sociedad”.
Y, visto desde este ángulo, el tema de la integración resulta ser un mecanismo de conservación, adaptación pasiva, de asimilación al orden de dominación establecido (ya se trate de un régimen clasista explotador o de un régimen popular, lo que establece diferencias sustanciales); por tanto, esta acepción de la integración resulta conservadora, rutinaria y, de alguna manera, paralizante del desarrollo social.
Desde otro ángulo, la noción de integración es considerada como “el polo opuesto a la marginali­dad o exclusión y pone el énfasis en la integración como un proceso de participación efectiva de todos los grupos e indivi­duos en el funcionamiento de la vida social” (Domínguez M.I., 2000).
En este sentido, la autora cita a Mattelart y Garretón (1965): “… una sociedad estará más o menos integrada según sus miembros participen de sus bienes efectivamente o tengan al menos oportunidades de hacerlo. No existirá tal integración en la medida que ciertos sectores no tengan dicha posibilidad….....una nación estará más o menos integrada, según la vida nacional en sus distintos aspectos sea la resultante de las decisiones en todos los niveles de todos sus miembros. No existirá tal integración en la medida que -en los distintos niveles de la vida nacional- la gestación de las decisiones deje al margen a sectores importan­tes”.
Como señala la autora (Domínguez M.I., 2000), este enfoque de la noción de integración implicaría que la integración social: “es la compleja red de relaciones que se entreteje entre los tres elementos básicos de su existencia: justicia social, participación y cohesión nacional” (28).
Como ella destaca, “tal posibilidad conduce necesariamente a la lógica del socia­lismo, un sistema cuya esencia - más allá de deformaciones en sus aplicaciones prácticas - radica en su amplio carácter inclusivo y participativo como elementos consustanciales a su propio funcio­namiento”. A esta idea volveremos más adelante desde la perspectiva del paradigma emancipatorio.
Si analizamos los componentes de las dos visiones referidas sobre el tema de la integración social vemos que, en ambas, el aspecto de la dominación-participación constituye un eje central sobre el cuál se estructura la noción. Otro componente derivado intrínsecamente es el que tiene que ver con la cohesión-fragmentación (vinculándola a las normas y valores y las condiciones de posibilidad de un orden de justicia social).
Se entiende que el aspecto de los mecanismos de socialización (la educación y otros subsistemas sociales) constituye un elemento central de análisis. Por ejemplo Girardi se refiere al tema como educación integradora.

Si valoramos la dimensión subjetiva constitutiva de la persona, de los grupos sociales y del sistema social, en cierto sentido transversal a los aspectos considerados, el tema de la autonomía-sumisión aflora en todas sus implicaciones.


Así, aclarando la noción de hombre de orden, muy ligada a su visión de la ideología como legitimación de la dominación, G. Girardi ( 1998, Vol.I, pág.21, 22) señala que “es aquel que concibe su desarrollo como la adhesión a una norma exterior a un sistema de valores preexistente, a un orden moral y político, a una ley que coincide concretamente con el sistema de valores dominante en la sociedad…de la que forma

parte…..Su actitud fundamental es, pues, la docilidad a la ley, docilidad que exige el sacrificio de toda aspiración en conflicto con ella, aún la aspiración a la libertad”. (29)


Como puede apreciarse en los análisis de Girardi, los elementos constitutivos de un modo de relación de la persona, en la dimensión autoritarismo-conservadurismo, se articulan e interactúan con modos de manifestación de ciertos tipos de relaciones e interacciones sociales que se fundamentan en un componente ideológico, derivado de ciertas concepciones y modos instituidos de las prácticas individuales y sociales.
En las dos posiciones tratadas sobre la integración, en lo referente a las dimensiones de dominación-participación y de cohesión-fragmentación, se podría inferir que una postura constructiva alternativa a la dominación autoritaria sería la de construcción de autonomía, entendida en el sentido de la posibilidad real de participación en la formulación y control de las decisiones (individuales, grupales, sociales) y de disfrute de oportunidades equitativas para todos de los bienes sociales (que, más allá de un igualitarismo ramplón, trataría de la posibilidad de equidad social en todos los planos de la vida social).
En el ámbito de las normas y valores, esto implicaría la construcción de consensos reales y efectivos sobre las cuestiones esenciales, a partir de la diversidad de puntos de vista existentes. Se trataría de la promoción de valores de dignidad, solidaridad, patriotismo, progreso y equidad social, a partir de la constitución y ampliación de mecanismos de diálogo, transparencia social y otros soportes de carácter jurídico que hicieran posible el afloramiento de los ámbitos de problemas a enfrentar por la sociedad en su conjunto dentro del marco de acuerdos consensuados.
Identidad y contradicción como formadores de la cultura.-
La comprensión de las manifestaciones sociales y psicológicas de la situación humana requieren, más que nunca en estos momentos de reajuste esencial de los paradigmas y de confrontaciones sociales, de enfoques holísticos multilaterales y transdisciplinarios, de la integración de diferentes vertientes del saber, que pueden aportar elementos claves de comprensión de la trama de relaciones y expresiones manifiestas, tácitas e inconscientes en el campo de lo imaginario social , en su articulación dialéctica y contradictoria con las elaboraciones sistematizadas de la cultura y la ideología .
Esta comprensión integradora revelaría muchos nudos contradictorios de las expresiones de la subjetividad social al nivel de lo psicológico cotidiano, diferencias y aproximaciones de los discursos y prácticas de los distintos actores sociales, arrojando luz sobre las preocupaciones vitales explícitas y latentes, los costos y riesgos para la política social y cultural en su más amplia expresión.
No se trata de la psicologización burda de los fenómenos que, por su naturaleza y complejidad son más amplios, diversos y complicados, ni de una sociologización de las situaciones sociales, ni de una lectura ingenua de los componentes verbales y comportamentales de los actores sociales, sino de penetrar en la profundidad comprensiva de las determinaciones de las condiciones de vida materiales y la estructura social, articulándola con la interpretación de los mecanismos psicológico-sociales, ideológicos y culturales que explicarían las manifestaciones sociales complejas y, a su interior, las situaciones humanas que componen los fenómenos sociales actuales.
Es preciso, por otro lado, determinar las diferencias entre las interpretaciones y lecturas desde el discurso oficial normativo y lo que puede estarse expresando al nivel de la subjetividad, en el sentir y el pensar individual y social, y descodificar cuáles pueden ser los mecanismos psicológicos y sociales que pueden estar confiriendo una determinadas significaciones a las actuales expresiones de la subjetividad y el comportamiento social integrantes de nuestra diversa y múltiple identidad cultural.
Si consideramos la formación de la Identidad como la constante reelaboración y enriquecimiento de elementos sustanciales de la cultura, podemos proyectarla en su devenir histórico y en sus dinámicas actuales. El análisis sincrónico y diacrónico de seguro nos revelaría, desde esta perspectiva de la complejidad, interesantes cuestiones sobre su naturaleza específica, su esencialidad histórica y su devenir.
Identidad personal, cultural, nacional ¿sería, entonces, la referencia a la condición misma del ser individual y social, consistencia y coherencia expresada en la construcción de sus valores esenciales y en los modos de hacer que definen la dinámica de su cultura?. ¿Es integración más o menos armónica vista a partir de sus elementos confluyentes y discordantes?.
En esa perspectiva, el análisis de la Identidad nacional nos remitiría al de los componentes de la sociedad, de sus marcos referenciales culturales y de sus pertenencias culturales y de nación, ambos con una connotación contradictoria para determinados grupos sociales, proyectados también en la dimensión contrastante con otras culturas u otras identidades ajenas.
Esta comprensión de la Identidad se comprende mejor a partir de los principios dialógico y hologramático, de Morín.

La dialógica –explica Mabel Quintela (2000) retomando a E. Morín- se comprende como “la asociación compleja (complementaria y antagónica) entre instancias conjuntamente necesarias para la existencia, el funcionamiento y el desarrollo de un fenómeno organizado”. Según este punto de vista, la dialógica relativiza la contradicción; ésta sigue viva y latente, no desaparece; más bien coexisten las diferencias.


Esta coexistencia de las diferencias y contradicciones propias de un organismo social, por tanto vivo, en determinados momentos se expresan en puntos de bifurcación que, tal vez pueden conducir a una síntesis que las supera o a una crisis más o menos prolongada, o a negociaciones de convivencia y ajustes de las partes, etc.
El concepto de Identidad (personal, grupal, cultural, nacional) es un concepto multidimensional que refiere múltiples aspectos de la realidad social material, estructural y espiritual. Desde una perspectiva limitada, puede parecer que la alusión al concepto de Identidad, en cualquier nivel que se le trate, apuntaría a lo semejante, común, homogéneo, de la persona, sociedad, cultura, etc. y este es el tratamiento algo simplista que, a veces, recibe.
Sin embargo, en cualesquiera de sus variados ejes o dimensiones de análisis, el fenómeno de la Identidad nos plantea la conformación de procesos que se caracterizan por la síntesis de elementos que provienen de un estado constitutivo de diversidad y hasta de posible contradicción. La identidad cultural de un pueblo, por ejemplo, se constituye desde las raíces poblacionales, étnicas, culturales, diversas que lo forman en una dimensión temporal histórica.
Por tanto, se aplica aquí también el principio hologramático (el todo está en las partes y las partes están en el todo). La Identidad nacional, cultural, contiene a todos sus elementos y a la vez está presente en todos ellos.
¿Como surge, entonces, el proceso identitario a partir de la complejidad y la diversidad?

La identidad se conforma, al decir de Fernando Ortiz(1993), a través de la conjugación de necesidades, aspiraciones, medios, ideas, trabajos y peripecias de sus componentes diversos. Conciencia sentida, deseada y responsable (de la cubanidad), que aporta a la cultura común en gestación, una y múltiple, la acción y la subjetividad de sus distintos componentes, sus formas de emotividad colectiva, su idiosincrasia, sus desarraigos, sus temores, sus fantasías, su arte, su religión, sus visiones del mundo.


La identidad es conciencia de pertenencia a la cultura, la patria, la nación, siguiendo a Ortiz (1993), pero es también, con él, todo el caleidoscopio de la subjetividad contradictoria, potencialidad desintegradora e integradora de sus miembros.
Es importante considerar aquí al individuo como persona, y al grupo humano concreto, que funcionan en un contexto socio-cultural específico de normas, valores y un sistema de instituciones y esferas de actividad social, en los que asumen responsabilidades y compromisos ciudadanos, manifiestan roles ejecutados desde las distintas posiciones sociales, construyen sus proyectos de vida y mantienen estilos de vida específicos en las diversas relaciones sociales (D´Angelo, O., 1993,1995,1996,1997).
La integración social se construye desde la práctica participativa en la realidad social como expresión del imaginario social creador (de la praxis social y de sus instituciones)

-Castoriadis- y desde el imaginario inconsciente de la experiencia cotidiana y sus proyecciones perspectivas -Psicoanálisis social-.

Experiencia cotidiana, conocimiento de la realidad, conciencia, sentido común y formaciones inconscientes, en su historicidad y perspectivas, serían dimensiones psicológicas importantes conformadoras de la identidad.
Otro aspecto a tener en cuenta sobre el concepto de integración social se relaciona, de una parte, con su consideración en la dialéctica del movimiento social y, de otra, con sus cualidades de complejidad.
Visto desde el prisma de los valores y normas que conforman la cohesión nacional, la integración social tiene una estrecha relación con los procesos formadores y confirmatorios de la identidad (nacional, cultural, social).

Fernando Ortíz(1993), refiriéndose a la fusión de elementos formadores de la cubanidad (expresión de la cubanía como nuestra identidad nacional), manifestó que ésta se ha ido formando en un proceso complejo desintegrativo e integrativo.


Es precisamente en ese proceso dialéctico y múltiple de integración de referentes sustanciales diversos, lleno de vicisitudes y complejidades propios del contexto histórico-social y físico-natural, que se va produciendo la mezcla, los préstamos y elaboraciones sintéticas que van definiendo lo que, para cada momento histórico, presenta la cualidad nueva de determinada Identidad cultural o nacional.
Este doble carácter integrativo-desintegrativo del proceso social también es enfatizado en las investigaciones de M.I.Domínguez (2000); en su opinión, la definición que asume en sus trabajos (señalada anteriormente), “constituye un paso de avance en el largo camino recorrido en el tratamiento de esta categoría, pues….se afilia a los que intentan superar el antagonismo dicotómico entre integración y conflicto al considerar que la integración social solo es posible como etapa de desarrollo, después de haber resuelto los conflictos más esenciales y en la cual se generarán otros, es decir, como momento de equilibrio para la solución de nuevas contradicciones”.
Por tanto, la característica del proceso social podría ser considerada mejor desde la perspectiva dialéctica: integración-conflicto-desintegración-crisis-reintegración, en el que cada uno de sus momentos pueden ser vistos como sucesiones del proceso mismo de desarrollo social.
En el enfoque de complejidad afloran otras características de este proceso: no se trata de un orden lineal de sucesiones, sino que se expresa a través de la interacción de la diversidad de sus componentes y a través de la multicausalidad (no siempre pronosticable en el curso de sus efectos múltiples e impactos) que se caracteriza por fluctuaciones, en el que tienen lugar condiciones de incertidumbre, bifurcaciones en las trayectorias con posibilidades de desequilibrios con potenciales (no deterministas) niveles de equilibrio en nuevos estadíos de desarrollo.
Este necesario reenfoque dialéctico-complejo del proceso de integración social, conllevaría el cambio de perspectiva de los procesos sociales, con mayor espacio a las emergencias, a las generaciones provenientes de la autonomía de los actores sociales, en todos los campos de la vida social, a la vez que se requeriría la reformulación de muchos mecanismos de socialización en sus contenidos y propósitos fundamentales, para hacer cada vez más real y efectiva la amplitud de la participación y el compromiso ciudadanos en las grandes tareas de la construcción del progreso social equitativo y solidario.
Es, desde este punto de vista que G. Girardi (citado, pág.37) expresa que: “La crisis de la educación es la crisis del autoritarismo estructural y del modelo de hombre que tiende a reproducir…La alternativa a la educación integradora (entendida en el sentido constrictivo que el señaló antes) es la educación liberadora”.
Se trataría, entonces de propiciar, desde el paradigma emancipatorio, una amplia expresión de la autonomía integradora, con espacios para el libre desenvolvimiento de los ciudadanos en todas las esferas de su actividad social, con la condición de que, en todas ellas se tributara al potenciamiento de un nivel de integración que garantizara la cohesión dentro de la diversidad y la preservación (siempre potencialmente enriquecida) de los valores humanos más elevados a través de proyectos sociales posibles consensuados.

III)La Autonomía integradora como cuestión esencial del autodesarrollo del individuo y de la sociedad.-


El tema de la Autonomía constituye un tema esencial en la psicología, la filosofía y, en general, en las ciencias sociales. Cualquiera que sea la posición de partida, de manera más implícita o explícita, la mayor parte de los planteos tocan el asunto, como cuestión esencial del desarrollo humano.
Es preciso aclarar las relaciones del tema de la autonomía con las interpretaciones filosóficas del sujeto. Al respecto Jorge L. Acanda (2001) aclara que: “Una primera cuestión apunta a la necesidad de diferenciar entre sujeto, subjetividad e individuo. Es un momento indispensable, si queremos evitar la……….“desmedulación del sujeto”. Todo individuo tiene subjetividad, pero no todo individuo es un sujeto…. Ni el sujeto es algo situado por encima del individuo y de la historia, ni es el individuo”.
Para N. Luhman, los «sistemas psíquicos» individuales son autorreferentes, como cualquier sistema pero, como tales, no forman parte de la sociedad (considerada como conjuntos de comunicaciones), sino que constituyen su entorno. Posición que podría verificarse, a nuestro juicio, desde una intención analítica general y si entendiéramos la sociedad sólo desde la perspectiva de la comunicación, en tanto que él haya propuesto sustituir como unidad elemental de la sociología al uso, la «acción social» por la «comunicación» (1991, pág. 163; 1996, pág. 201). Pero si no se toma en cuenta la realidad concreta del proceso social, más allá de los actos comunicativos entonces, pareciera una aproximación limitada, de la misma forma que nos parece apropiado referir los sistemas individuales como entorno social, al momento de analizar la dinámica especial del propio sistema social, pero sólo en una cierta suspensión (“epojé”) analítica y transitoria.
En otro sentido, el tema del sujeto remite directamente a la cualidad relacional con el contexto social y, directamente, al tema de la alienación –cuestión de sumo interés, pero que no podemos abordar aquí, sino colateralmente-: “Si los individuos no logran ser autores autónomos de sus vidas, ello se debe a que determinados objetos sociales asumen el papel de sujetos, y conforman la vida de las personas, alzándose ante ellos como entes cosificados que los dominan y los subyugan….. Objetos reificados y reificadores, condicionarán la existencia de un modo de subjetividad social que obstruya el camino hacia la consecución de la autonomía, objetivo esencial de la teoría crítica.” (Acanda J.L, ibídem).
Fernando González Rey, a lo largo de toda su obra, ha argumentado la necesidad de comprensión del individuo como sujeto social proactivo y su intencionalidad consciente. Él señala, en concordancia con Alain Touraine (1999) que el individuo, como sujeto “sólo tiene razón de ser como momento de tensión, ruptura y cambio, como momento de desarrollo del hombre singular frente al conjunto desordenado e incoherente de situaciones que debe enfrentar dentro de la sociedad actual, a través de las cuales tiene que mantener la producción de sentidos como condición de su identidad” (González Rey, F.,2002, pág.202).
El enfoque histórico-cultural vigotskiano destaca, precisamente el carácter de esta producción de sentidos, en su unidad individual y social. El concepto de sentido “expresa las diferentes formas de la realidad en complejas unidades simbólico-emocionales, en las cuáles la historia del sujeto y de los contextos sociales…son momentos esenciales de su constitución” (González Rey, Ibídem, pág. IX)
Raúl Leiss (CIE, 1999, pág. 75) enfoca el asunto desde el paradigma emancipatorio de la siguiente forma: “si algo está claro es que el sujeto protagónico de los cambios sigue siendo el sujeto popular, entendido como el conjunto de clases, capas y sectores subordinados que abarcan la mayoría de nuestros países y que sufren un proceso de dominación múltiple (se emplean aquí, además de esta categoría, las de emancipación múltiple, explotación, exclusión, dominación, discriminación sociocultural, opresión étnica, de género -n. del a.- CIE, 1999, citado pág. 58, 75)…..El gran conglomerado popular (30)…..adquiere el carácter de sujeto social, en la medida en que su accionar signifique organización, acumulación y articulación….para transformar profundamente su vida, se convierte en sujeto político (organizaciones populares, movimientos sociales u organizaciones políticas). En el seno de los sujetos sociales y políticos se encuentra el peso específico de los agentes históricos populares”.
Fue la psicología humanista, en todo su diapasón de expresiones, la que quizás abordó el tema de manera más amplia en el campo de la psicología. C. Rogers, R. May, E. Fromm, A. Maslow, G. Allport y otros, hasta llegar al planteamiento de K. Obujowsky (1976), para quien la consecución de la autonomía (en su dimensión individual-social) constituye el fin mismo de la persona.
El tema de la autonomía del individuo, planteado en estas corrientes psicológicas constituye un constructo sistémico integrado por procesos de autoexpresión, autorregulación, autodeterminación, autoactualización o autorrealización que se construyen en relaciones de interacción con los otros significativos a través de la formación de la identidad personal mediante las elaboraciones del autoconcepto, la autoestima.
Parece interesante partir de estas elaboraciones y articularla con la comprensión de la influencia de atribuciones y mecanismos de defensa inconscientes en contextos sociales más permisivos o restrictivos que caracterizan las condiciones de vida concretas sociohistóricamente determinadas. (D´Angelo O., 1994, 1995, 1996, 1998).
Los enfoques actuales de complejidad, lejos de considerar el tema de la autonomía de la persona como una necesidad inmanente del individuo aislado o descontextualizado, al estilo de ciertas elaboraciones clásicas de la corriente de psicología humanista, permiten su interpretación a la luz de la intervinculación con el contexto.
En términos de Morín (Quintela, M, 2000): La autoorganización, que es capacidad del si-mismo de mantenerse, regenerarse, producirse, es auto-ecoorganización; o sea, la organización del sistema vivo, al mismo tiempo que se separa del ambiente, se liga tanto más a él, intercambiando materia, energía, información. No obstante, habría que considerar aquí, a nuestro juicio, la diferencia de los sistemas humanos de los biológicos y físicos, etc., dado que en los primeros el intercambio es, por un lado, intencional y también pre-reflexivo y, por otro, no es sólo intercambio de comunicación, sino de sentidos construídos socialmente.
Para Luhman, la autonomía del sistema no significa que el sistema esté aislado o sea totalmente independiente, sino sólo, que es a él mismo a quien compete regular las lógicas de sus dependencias o independencias. Esta superioridad evolutiva de los sistemas funcionales humanos se debe fundamentalmente a su naturaleza autorreferente, a la capacidad que desarrollan los sistemas para tomar conciencia de sí y delimitarse respecto de un entorno o ambiente. Un sistema sólo se puede determinar introduciendo una distinción entre un “dentro” y un “afuera”. Sólo así puede acceder a una autoobservación, (lo cuál es de especial importancia al tratar al individuo como sistema complejo) sin la cual no puede establecer las distinciones que son requeridas para asegurar su selectividad y reproducir sus elementos. La autoobservación presupone la incorporación al sistema de la diferencia entre sistema-entorno.
En esta misma dirección, F. Munné (2000) ha analizado cuatro dimensiones del self como fuentes de contradicción interna y mecanismos de integración personal:

En esta multidimensionalidad del self –dice Munné- radica paradójicamente su unidad. Porque los diferentes aspectos actúan en interdependencia, a modo de vasos comunicantes, generando un sistema dinámico complejo…(mientras que, a la vez)…surgen contradicciones entre esos aspectos del self.”, cuestión que le sirve para analizar el interesante problema de la borrosidad, de los límites difusos (aunque discernibles) entre el individuo y los otros significativos (Munné. F. 1993, 1999).


La persona es y forma parte de sistemas complejos, que requieren su autoactualización constante en medio de cursos contradictorios, en los que la proyección perspectiva presenta la característica de los procesos de incertidumbre y caos, a los que pretende, intencionalmente, imponer un orden posible. Ello implica reajustes constantes y reconstrucciones de las aspiraciones y de las valoraciones de contextos vitales. Estas reconstrucciones deben mantener lo esencial de la dimensión de la identidad personal en síntesis con las direcciones de desarrollo posibles, conservar la coherencia personal en la dimensión temporal del presente con el pasado y futuro.
Para J. Piaget el esquema del desarrollo de la individuación, plantea el tránsito del egocentrismo a la sociocentricidad, que pasa por las adquisiciones de niveles de autonomía cada vez mayores y que, al hacer al individuo más independiente (y reflexivo) con relación a la influencia del medio, le permite operar con mayores grados de independencia; en el campo de los valores (también para Piaget), se trataría del tránsito del convencionalismo y de la heteronomía (aceptación acrítica de las influencias valorativas), al de la autonomía de la persona.
En otra dimensión epistemológica, se ha enfatizado el carácter de “sujeto”, otorgando al individuo (o ente social) las características proactivas y prosociales (González Rey, F., 1989).

Ser sujeto, para E. Morín –citado por Quintela M., 2000, pág.25- “es el acto autoafirmativo propio de todo ser vivo de ponerse en el centro de su mundo, considerarlo y vivirlo como propio…pero esta autorreferencialidad está unida a la referencia a lo otro y a los otros…se constituye por un principio autoexorreferencial”.

Para Morín (de igual manera que para la corriente histórico-cultural) “el ambiente se internaliza y juega desde dentro un rol co-organizador. Por esta razón…la autoorganización es la raíz de la subjetividad” (Ibídem).
Asimismo, Fernando González (2002, pág. 178) extiende al asunto a la subjetividad social, como un sistema complejo que se produce de forma simultánea en el plano individual y social…subjetividad social de la cual el individuo es constituyente y, simultáneamente, constituido.
Toda la formación del ser humano es una formación para la autonomía, el asumir las propias direcciones de vida, en vinculación con las necesidades y determinaciones sociales diversas y la oportunidades del contexto social.
“Precisamente la intención de la filosofía crítica y de una teoría crítica de la educación ha de ser la de revestir a todo individuo con la capacidad de ser sujeto, es decir, de conformar consciente y autónomamente su vida, capacidad de la que usualmente no disfruta, o lo logra sólo en un sentido muy limitado. Es preciso reconstruir la subjetividad de modo tal que incluya esos poderes trascendentes al individuo como condiciones constitutivas de la individualización y a la vez como resultados de la interacción de los individuos. La autonomía de los individuos ha de entenderse no en oposición a, sino como forma organizacional particular de las fuerzas sociales que, por otro lado, condicionan su subjetividad” (Acanda J.L., 2002).
Lo mismo que para la persona, debe ocurrir para la sociedad madura o desarrolladora. La dimensión de la autonomía –que se puede expresar también como autogestión social es aquí central, como veremos más adelante.
¿Qué es Autonomía integradora?
No deberíamos confundir la propuesta que afirma el término con usos semánticos diferentes. Así, podríamos empezar a delimitar a lo que no se refiere:

El término no apunta, al menos, ni a adaptabilidad social ni a autonomismo político.


Parecería, pues, que la unión de los términos autonomía e integración estaría planteando la unión mecánica de elementos opuestos. Sin embargo, al construir el término estamos apuntando más bien a las siguientes características:

-Autodeterminación contextual

-Independencia en la diversidad

-Apertura a alternativas múltiples

-Responsabilidad y solidaridad social

-Compromiso ético humano emancipatorio

-Integración social en la diversidad y la contradicción

-Dialéctica de construcción social abajo-arriba, arriba-abajo.

-Empoderamiento para la autogestión social.
La propuesta se inscribe en el planteo general que venimos argumentando a lo largo de este trabajo.

El fin es crear la posibilidad de construir Proyectos de Vida individuales y sociales que promuevan el autodesarrollo y los valores humanos para el bienestar y la felicidad con base en altos valores humanos de justicia social, dignidad y solidaridad e identidad cultural de sentido patriótico.

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