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Autonomía integradora y transformación social: el desafíO Ético emancipatorio


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Al respecto de las cualidades de los Grupos Gestores, la Autonomía integradora supone la construcción de un cierto tipo de estados disposicionales (también cognoscitivos e instrumentales) de la subjetividad social y ciertos modos de ejercicio de los patrones de interacción colectiva, en todos los campos de su expresión.
Implica, por tanto, la conformación de una CULTURA para el libre ejercicio y consenso del poder desde abajo con el poder desde arriba (y desde el medio), en la que el estado de los constreñimientos normativos o prohibiciones no sean atentatorios de los valores fundamentales de autoexpresión humana en los diferentes campos y favorezcan la creación de las mejores condiciones de vida que permitan el progreso individual y social en marcos identitarios de solidaridad y dignidad para la autorrealización integral de las personas.
No se trata de un modelo idílico o ideal utópico inalcanzable, sino de la tarea de diseño de una sociedad para el desarrollo humano en la que la autogestión social de las fuerzas sociales positivas ocupe el lugar que le corresponde en el interjuego con los poderes estatales y las relaciones (macro)sociales, mediante mecanismos emancipatorios de participación social.

V ) Participaciòn y construcciòn de la subjetividad social para una proyecciòn emancipatoria.-


El concepto de participación ha sido enfocado ampliamente en nuestro contexto (52), desde distintos posicionamientos.

Las autoras del trabajo citado anteriormente sobre experiencias de participación comunitaria (Guzón A. y otros, 2003) apuntan varios aspectos de interés del tratamiento del tema por varios autores que resumen algunas de las direcciones clave y que, a mi juicio, necesitan ser abordadas:


“Participar es (“... estar en algo, ser parte de, decidir, es tomar decisiones y no simplemente ser ejecutor de algo, es ser sujeto en todo un proceso, por lo tanto la participación es la estrategia esencial en toda promoción comunitaria”) (Kisnerman N. y otros,1990). En cualquier caso, implica que se pertenezca a un todo como espacio en el cual se comprende y se tiene presente a cada participante. Esto promueve el compromiso y la responsabilidad individual en un ambiente de inclusión, en donde cada quien desempeña un rol o una función en igualdad de importancia.

Participar lleva implícito que se produzcan múltiples relaciones de diferentes tipos, que lleven a “la posibilidad de todos los miembros de un grupo o comunidad de estar informados, de opinar, y lo más importante, de decidir sobre los objetivos, metas, planes y acciones, en cada una de las etapas del proceso…” (Linares Cecilia, 1996, pág. 19), a través de lo cual se debe generar un (“…paulatino, pero constante crecimiento, responsabilidad y capacidades, colectivas e individuales, su crecimiento en última instancia está vinculado con la socialización del poder, progresión de la autonomía y reconocimiento del otro”) (Arenas P. y otros, 2001).



De la misma forma participar se expresa como (“… la capacidad y la actividad de las grandes mayorías para actuar en la toma de decisiones, en las relaciones de poder y de influencia en distintos niveles del desarrollo social; y esta participación se hace realmente efectiva cuando transfiere poder a los sectores populares para que ejerzan influencia sistemática en el desarrollo de la sociedad, significa en este caso compartir la diversificación del protagonismo social con sus correspondientes espacios de influencia”) (Fernández, O.,1996)”.
En ese sentido, se destacan las conclusiones del Grupo de Coordinación para el Trabajo Comunitario Integrado (GMTCI, 1996), acerca de que la participación debe expresarse “.....no sólo como respuesta a movilización convocada desde un centro, sino intervención activa en todo el proceso social, desde la identificación de necesidades, la consecuente definición de políticas, hasta la ejecución, pasando por la implementación y control en torno a dichas políticas” (Guzón A. y otros, 2003), introduciendo el reconocimiento a diferentes niveles de participación (53).
El tema de la participación –como señalan hoy muchos autores en los que se encuentra una resonancia explícita o implícita a los planteamientos Gramscianos- no es un asunto referido sólo a la movilización de las masas; es básicamente un tema vinculado con una concepción y una forma de ejercicio del poder (54) y, por otra, lleva de la mano al espinoso y complicado asunto de la sociedad civil (55).
A Gramsci interpretó el problema del poder a través del concepto de hegemonía. De acuerdo con Acanda J. L. (2002, pág. 244-245): “ La teoría de la hegemonía tenía que desarrollar la teoría marxista sobre el Estado, superando su interpretación inicial como mero conjunto de instrumentos de coerción, para interpretarlo también como sistema de instrumentos de producción de liderazgo intelectual y de consenso….(En ese sentido)…la irrupción del concepto de lo civil …..es el resultado de la comprensión gramsciana de la importancia de los mecanismos de producción de hábitos, de comportamiento, valores y modos de pensar…..en la estructuración del poder en las sociedades modernas”. Al respecto el propio autor cita a Gramsci en los Cuadernos de la Cárcel (1975: “El ejercicio normal de la hegemonía…se caracteriza por una combinación de fuerza y consenso, que se equilibran de diferentes maneras, sin que la fuerza predomine demasiado sobre el consenso, y tratando de que la fuerza parezca apoyada en la aprobación de la mayoría, expresada mediante los llamados órganos de la opinión pública”.
Para decirlo en palabras de Fals Borda (1991): “participar significa romper voluntariamente, y a través de la experiencia, la relación asimétrica de sumisión y dependencia integrada en el binomio sujeto-objeto. Esta es la esencia de la participación”.
Ello apunta a “un proceso de recuperación de la iniciativa en la construcción de alternativas…construcción de poder: el poder como fuerza, como capacidad, como posibilidad real de apropiación política, económica, cultural, pero también como construcción colectiva que en su propio proceso supone reinvención de las formas y prácticas del poder y superación de un poder-dominación”. (Rebellato J.L., citado pág.16; Girardi G. 1994).
En el caso cubano, a mi juicio, el tratamiento del tema del poder en todos los ámbitos de la vida social ha sido simplificado, en gran medida, por la presencia de un entorno muy amenazante desde el principio del triunfo revolucionario, de manera que el enfrentamiento provocó versiones maniqueas de lo bueno y lo malo, posiciones de necesaria defensa que, en algunos casos derivaron en conservadoras y promovieron el levantamiento de unas barreras que impidieran la permeabilidad del nuevo régimen social popular por las ideologías y políticas extremas que se le oponían. Junto con ello, se creó, en el imaginario social oficial, la imagen-tabú acerca de que todo lo que no coincidiera con una determinada propuesta política-partidaria del momento, se convertiría automáticamente en su opuesto y se tildaría de potencialmente enemiga o destructora del sistema constituido. En este contexto, es explicable que a otro poder que no se generara “desde arriba”, o se controlara desde las instituciones sociales dirigidas centralmente, se le adjudicaría así un carácter potencialmente disgregador (56).
Unido a esto, las “orientaciones” de trabajo de las instituciones sociales son construidas desde los intereses visualizados centralmente y con normativas protectoras que apenas permiten la afluencia “desde abajo” de una retroalimentación (y mucho menos una reproyección) adecuadas de los cursos a seguir, según el reclamo de las necesidades populares (57).
El aumento de una cultura política popular, no solamente producto del sistema de educación e instrucción, sino por la vivencia profunda de una experiencia sociohistórica compartida, de signos complejos y contradictorios, con sus aristas integradoras y desintegradoras, en las nuevas condiciones de retirada de ciertas utopías y de su demostrada ineficacia e insolvencia (como la que nos marcó desde el “socialismo real”), y, a pesar de las fuertes amenazas externas, requiere, más que nunca antes, de un cambio de perspectiva fundamental: desde el enfoque básicamente directivo estatal-partidista (sin que ello implique disminuir la importancia y funciones que estas instancias deben desempeñar en la vida política y social de la sociedad), hacia nuevas formas de participación-poder con fuerte impacto social desde las bases constituidas por los diversos actores sociales de las masas populares.
Se trataría de reconocer también la importancia que desde el enfoque de la complejidad, adquieren las redes sociales como espacios que potencian la solidaridad, configuran una identidad, devienen un referente para sus participantes…(y que)…a la vez, desarrollan poderes, generan rivalidades y conflictos, enfrentan competencias - J. L. Rebellato (citado, pág. 16). Esto implica la manifestación de la dinámica social en su realidad contradictoria emergente, que sólo puede encauzarse a partir de su expresión abierta y no de oclusiones y clausuras decretadas (que de cualquier manera, no eliminan el conflicto, sino que lo mantienen soterrado y, por ende, con manifestaciones disímiles y, muchas veces, inadecuadas porque no se enfrentan en su realidad de manifestación).
Como plantea el propio autor (ibídem): “Se trata de transformar estas redes y estos espacios, conformándolos como redes que dan libertad, es decir, factores que potencian una identidad socio-cultural, fortalecen intercambios de comunicación, capacitan en la construcción de espacio y cultura democrática, ayudan a visualizar colectivamente la situación de exclusión, permiten construir estrategias y distribuir equitativamente las responsabilidades del poder y la decisión”.
Estas concepciones emancipatorias reafirman nuestra propuesta de construcción de “autonomía integradora”. Se trata de construir “espacios de autonomía inspirados en la lógica de la solidaridad”, como plantea Rebellato (ibídem).
La recuperación-reconstrucción del concepto de democracia desde el paradigma social emancipatorio (tarea urgente e imprescindible para la práctica política y social de hoy), tiene que ver con esta reconceptualización de las prácticas de poder social, “con la construcción de vínculos que hay que referir a valores éticos como son los de autonomía, la solidaridad, la acción colectiva…que implican la conciencia de la reciprocidad y del reconocimiento de las diferencias…potenciando una ciudadanía crítica…..el desarrollo de una cultura que lucha contra todas las formas de dominación y exclusión…Una democracia que impulsa formas de participación, control, gestión y distribución del poder.” (Ibídem, pág. 20).
Cualquier reconceptualización del concepto de democracia, a la luz de la experiencia sociohistórica concreta de un país y un sistema social instituido, no puede operar con una ruptura de todas las tradiciones e instituciones. Tiene que operar sus transformaciones a partir de lo existente y sus reconfiguraciones posibles. Distintas experiencias que se realizan en nuestro país, en las que las instituciones sociales locales (organizaciones de masas y políticas de la localidad-circunscripción-barrios) participan como integrantes de talleres de transformación integrales ó de grupos gestores locales o comunitarios, pueden ser una de las bases críticas para el avance hacia los reenfoques posibles, aún cuando la investigación y la experiencia social indicaran fortalezas y debilidades a considerar de las mismas.
En esta concepción emancipatoria, el espacio territorial, la ciudad, los barrios se transforman en espacio políticos, los procesos de construcción de poder local –indica Rebellato (ibídem pág. 21 y 22)- son, a su vez, procesos que dan entrada a una pedagogía del poder y a una pedagogía del conflicto:” porque no existe ejercicio del poder sin emergencia de los conflictos. Estos se multiplican a todos los niveles: entre los organismos descentralizados locales y la estructura central ….respecto a formas de ejercicio de la conducción autoritaria, entre distintos sectores populares ante la urgencia de dar respuesta a necesidades vitales, por el espacio territorial, entre políticas sociales que acompañen a la descentralización, entre los diversos ritmos, entre el tiempo político, el tiempo social y el tiempo técnico”. Refiriéndose a Pedro Puntual (1995) y a Freire (1986), destaca que “El conflicto como emergencia de contradicciones, cumple la función de analizador”.
El rol de las instancias centrales estatales-partidarias, -visto en esta perspectiva, atendería más que a la función de control y de contención del conflicto, a la de su prevención, explicitación y enfrentamiento constructivos.
Como hemos planteado anteriormente, las formas de organización para la autogestión comunitaria no agotan el tema de la autonomía integradora social, que guarda estrecha relación con la comprensión de un diseño institucional emancipatorio de la “sociedad civil” y la coparticipación popular ciudadana múltiplemente organizada. Al respecto, podemos considerar la afirmación de Raúl Leiss (CIE, 1999, pág. 75): “Esta constitución (del conglomerado popular) como sujeto político, tiene sentido en la medida en que se construya desde abajo y desde adentro en espacios de poder e identidad, para así crear nuevas formas de relaciones sociales a varios niveles”.
La tradición, las normas restrictivas y la compulsión social.-
La acción posible del ejercicio del poder por la ciudadanía se autoclausura en la percepción que se configura a partir de los límites impuestos por las normas habituales y la rutina de los procedimientos establecidos, aún tratándose de situaciones de expresión de democracia participativa directa (58). Veamos algunos de ellos:
Una limitaciòn consiste en que el temario de los asuntos parta de los intereses y metas del nivel central.-

Se puede hacer difícil, en este caso, colocar un asunto de sentido para la experiencia colectiva diferente a la agenda convocada o a las normas de contenido pre-establecidas. Las orientaciones se dirigen al debate de temas generados en los niveles centrales, o bien, se trata de apelativos a la discusión de los asuntos del área específica, o restringidos a alguno de sus aspectos particulares., con menor énfasis en las limitaciones de las condiciones de vida en general, o en contradicciones o conflictos cotidianos, etc.


Otra limitaciòn ocurre cuando la conexiòn entre las dificultades particulares (ya sean laborales, comunitarias o de otro tipo) y las polìticas generales, es excluìda del debate de manera apriorística.-

En esta situación, cuando los planteamientos y aportaciones sobrepasan el nivel en que ocurren (por ejemplo, de aquéllos que entorpecen la producción, los servicios locales o las actividades elementales del vecindario) y se refieren a temas generales, o a interpretaciones de las causas más generales (institucionales, sociales o de otro tipo) de los macroproblemas que enmarcan las situaciones particulares, el asunto en cuestión queda fuera de competencia automáticamente y, en algunos casos, si son planteados, se elevan al nivel superior en espera de una respuesta de retorno que, muchas veces, presenta alguna explicación parcial a tono con la concepción en que ha sido trazada la política al respecto en los niveles centrales, o se declara que se toma para su análisis sin que medien mecanismos de control y seguimiento desde las bases, con lo que se pierde su curso de acción.


Estos son dos ejemplos de normas establecidas que llegan a conformar tradiciones de autocensura, sin que sea necesario afirmarlas explícitamente. Van conformando una cultura implícita de lo prohibido, que impide aportar a los marcos instituidos y da lugar a la retórica y al formalismo en todo el proceso de participación social.
Además de este tipo de limitaciones normativas, se dan otras limitaciones psicològicas derivadas de los mecanismos de centralizaciòn y presiòn institucionalizados.-

Unas veces, estas limitaciones psicológicas son derivadas de la falta de información sobre los hechos de cualquier tipo sobre los que no existen fuentes diversas que completen los matices del asunto y son, por tanto, configuradas de acuerdo al conocimiento parcial elaborado.


Otras limitaciones psicológicas, por el contrario, son el resultado, más que del desconocimiento, precisamente, del conocimiento implícito o atribuido acerca de cuales son los marcos restrictores establecidos -en lo normativo y en la interpretaciòn ideológica-, que pueden conllevar una carga de autoatribución de culpa (castigo potencial percibido, autoamenaza de exclusiòn, temor de daño indirecto a las metas individuales y de la colectividad, etc.), y de punición velada o represalias sutiles como mecanismo social de castigo real por la disensión expresada sobre determinadas normas o construcciones ideológicas sobre las que está prohibido debatir y, por tanto, se constituyen en la instancia psicológica individual y colectiva, como un mecanismo de autoveto, autocensura o autorrepresión.
Estos mecanismos psicológicos, generados en cualquier situación de interacción social, ya sea de orden cotidiano como de las que traten de temas de orden político u otros, operan como restrictores importantes de expresión constructiva de la subjetividad social.
Ocurre que son mecanismos habitualmente olvidados o desconocidos, tanto por la investigación social como por la práctica política, por lo que sus modos de operación, sus consecuencias diversas para la integridad de la persona, del colectivo y de la sociedad en su conjunto, quedan ocultas e inexplicables. La profundidad de los procesos se vela por sus manifestaciones externas, la apariencia oculta la esencia.
Muchas veces, esta autorrepresión (o represión real) se vincula a la virtualidad de exclusión del individuo de su grupo (comunidad, nación), ya se produzca realmente o sólo en el imaginario que genera comportamientos sociales correspondientes al nivel de las relaciones entre las personas.

Mecanismos de exclusión (también autoexclusión) que ocasionan un sentimiento de daño a la integridad e identidad del individuo humano (grupo, etc.), operando como un procedimiento desintegrativo que puede conllevar desde al aislamiento hasta la fragmentación de la experiencia de identidad personal, grupal, nacional (proceso que puede devenir, en cierto modo, esquizofrenizante).


Estos modos de comportamiento forman parte de la experiencia primaria de relaciones institucionales en los mas variados contextos sociales actuales y encuentran diferentes balances de contradicción y tensión con aquéllas manifestaciones de solidaridad, fraternidad y apoyo que, respecto a diversas actividades y situaciones cotidianas también se presentan con un fuerte sentido constructivo en diferentes planos de la vida social, como parte de tradiciones que se han fomentado en la formación de valores solidarios en nuestra práctica social.
Los resultados combinados de todo este conjunto de potencialidades, limitaciones y tensiones conducen, en distintos casos, a la parálisis, la apatía, el formalismo, la doble moral y todo un conjunto de deformaciones que contribuyen a velar la realidad, mas que a desentrañarla en sus profundas conflictuaciones.
Unas de las manifestaciones de mayor alcance son las que hemos denominado de esquizofrenia social (59). La persona (grupo) es fragmentada al volverse incoherente sus formas de expresión en las esferas de su manifestación institucionalizada, con relación a sus percepciones habituales, sus necesidades e intereses en la esfera de lo real cotidiano y en los planos de las relaciones íntimas domésticas.
Los estados de esquizofrenia social se producen también cuando hay una disonancia significativa entre los discursos institucionales oficiales y la interpretación de la vida social tal y como es experimentada por los sujetos sociales en su realidad concreta (lo que se hace, tal vez, más visible con relación a algunos espacios noticiosos y otros de los medios de comunicación) (60).
Esta situación de fragmentación de la persona aumenta cuando a esas distancias se agrega un componente de presión coercitiva (ya se trate de presión social o ideológica a través del comportamiento social cotidiano o de la presión de normas institucionales restrictivas) para el cumplimiento de las prácticas y políticas derivadas de esos discursos. Se trata aquí, no de negar la existencia, hasta un punto necesaria, de mecanismos de presión e inclusión social, espontáneos o institucionales, sino de alertar acerca de su conversión en un mecanismo opresivo de las potencialidades humanas.
La manifestación de doble moral (y hasta de otros comportamientos menos ingenuos de oportunismo social) es una expresión de esta esquizofrenia, en que el individuo (grupo) está dividido entre las formas en que piensa y las que tiene que pensar, entre lo que necesitaría hacer y lo que tiene que hacer, entre lo que dice y lo que siente o debería decir; es un ser escindido y, por tanto alienado.
Las expresiones de esquizofrenia social son paralizantes y distorsionantes de la acción social efectiva, constructiva y desarrolladora en cualesquiera de sus manifestaciones. La consecuencia es la deformaciòn de los espacios participativos, que se comienzan a convertir en inertes, asfixiantes, inoperantes y formales. Por tanto, van dejando de ser, progresivamente, espacios de construcciòn de sentido social eficiente, mientras que los espacios de configuraciòn de sentidos eficientes circulan en las esferas informales de lo cotidiano, más permeables y tolerantes a la diversidad y expresiones humanas. Todo ello plantea el peligro de escisión oculta o no siempre visible, de conformación de un doble plano contradictorio de la sociedad: la declarada y la real cotidiana, con intervínculos y vasos comunicativos conflictuados.
Los espacios institucionales inertes también forman sentido, pero entonces son dimensiones cargadas negativamente (catéxis negativas), en los que emergen zonas de incredulidad social, de desconfianza y de vulnerabilidad.
La construcción de esa percepción de ficción acerca de los espacios y discursos institucionales oficiales (al menos, en un cierto nivel de sus manifestaciones) contrasta, en ese caso, con la credibilidad y sustentación de las elaboraciones de sentido en la esfera de las relaciones reales informales, constituidas en los patrones de interacción social más apegados a las experiencias y condiciones de reproducción cotidiana de la vida.
Este proceso hace que las dos esferas, la institucional oficial y la informal cotidiana se conviertan en esferas de oposición, a veces irreconciliable y conducente a crisis y neurosis individuales y colectivas de cierta magnitud, muchas veces sólo observadas a través de síntomas indirectos –manifestaciones sociales disruptivas, puntos de bifurcación social- con consecuencias impredecibles.
Esos efectos indirectos y de larga acción pueden corroer desde dentro la homogeneidad social imaginada, desdibujándose en un cuadro de diversidad no reconocida y llegar a la fragmentación interior (de los individuos y los colectivos). La propia formación de la identidad colectiva (nacional) –como un proceso de integración y desintegración según vimos antes (Fernando Ortiz)-, puede resultar dañado; el balance constitutivo de ambos procesos puede contener fuertes elementos virtuales de inclinación hacia el polo desestructurador y tener consecuencias sociales imprevisibles, aunque se exprese también en manifestaciones integrativas -reales o aparentes- en parte.
Estos efectos desintegradores son tan perjudiciales cuando se instalan como mecanismos habituales de la subjetividad que pueden conformar verdaderos estilos de vida colectivos que pueden hipotecar cualquier acción reconstructiva de la identidad individual y social basada en valores de honestidad y dignidad humana (61). Puesto en juego el discurso oficial normativo y los valores declarados frente a las necesidades de supervivencia, se producen deslizamientos por los resquicios de la institucionalidad que son vivenciados como actos normales y hasta legítimos por amplias capas, sin distinción de ideologías y militancias.
Por eso, cuando una norma instituida atenta directa o indirectamente contra los “principios de la vida”, inmediatamente se instaura una conducta social que la viola, apoyada por mecanismos de racionalización o por el reconocimiento de la dualidad moral inevitable del comportamiento propio.
En un paradigma social de tendencia verticalista (aún de tipo participativo-movilizativo), aunque una parte importante de su visión se dirija a la atención de las necesidades sociales (62), la acogida a los sucesos cotidianos con su carga de necesidades, angustias y expectativas, se lastra por carencia (o mutilación) de mecanismos de expresión y acción social de amplio diapasón, como los que se pueden asumir desde una más amplia proyección de los enfoques emancipatorios.
El paradigma centralista o verticalista tiende a reafirmarse contínuamente en su propio origen, a manera de autosatisfacción que acomoda la realidad desde las premisas iniciales que lo constituyen (63). La incredulidad y las acciones desviadas o evasivas resultantes, en tensión con valores y experiencias positivas de construcción social a partir del paradigma vigente, compartidos por amplias capas de la población, ahondan los procesos de esquizofrenización, que llevan a expresiones de conflicto y comportamiento formal en los espacios de movilización pública.
La esquizofrenia social presenta, entonces, al menos dos caras: la conflictuación de los individuos que perciben los aspectos contradictorios y, no obstante, por compulsión social introyectada o real, deben continuar el doble juego aún a costa de sus convicciones, y la otra cara que es la del cinismo y el oportunismo, el aparecer haciendo como sí su acción en el plano de lo público fuera una expresión de convicciones y no de mimetismo o conveniencia. Muchas veces son comportamientos que se racionalizan en aras de expresiones populares como las siguientes: no hay otra solución, hay que seguir viviendo, es mejor no buscarse problemas, evitar señalarse, etc.
Cualquier interpretación de la situación social está basada en una experiencia única de conocimiento y vivencias, matizada por las interpretaciones conceptuales y por el acercamiento prerreflexivo de los individuos y grupos a los hechos, para formar parte de interpretaciones y estados de ánimo colectivos que configuran las subjetividades sociales.
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