Ana səhifə

Nuevo Testamento evangelio de san mateo


Yüklə 1.41 Mb.
səhifə12/68
tarix27.06.2016
ölçüsü1.41 Mb.
1   ...   8   9   10   11   12   13   14   15   ...   68

13 1Por aquel tiempo se presentaron algunos, que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían, 2y respondiéndoles, dijo: ¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los otros por haber padecido todo esto? 3Yo os digo que no, y que si no hicierais penitencia, todos igualmente pereceréis. 4Aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató, ¿creéis que eran más culpables que todos los hombres que moraban en Jerusalén? 5Os digo que no, y que si no hicierais penitencia, todos igualmente pereceréis. 6 Y dijo esta parábola: Tenía uno plantada una higuera en si viña y vino en busca del fruto y no lo halló. 7Dijo entonces al viñador: Van ya tres años que vengo en busca del fruto y no lo hallo; córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra en balde? 8Le respondió y dijo: Señor, déjala aún por este año que la cave y la abone, 9a ver si da fruto para el año que viene... ; si no, la cortarás.
Una curación en sábado

10Enseñaba en una sinagoga un sábado. 11Había allí una mujer que tenía un espíritu de enfermedad hacia dieciocho años, y estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse. 12Viéndola Jesús, la llamó y le dijo: Mujer, estás curada de tu enfermedad. 13Le impuso las manos y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios. 14Interviniendo el jefe de la sinagoga, lleno de ira porque Jesús había curado en sábado, decía a la muchedumbre: Hay seis días en los cuales se puede trabajar; en ésos venid y curaos, y no el día de sábado. 15Respondióle el Señor y dijo: Hipócritas, ¿cualquiera de vosotros no suelta del pesebre su buey o su asno en sábado y lo lleva a beber? 16¿Pues esta hija de Abraham, a quien Satanás tenía ligada dieciocho años ha, no debía ser soltada de su atadura en día de sábado? 17Y diciendo esto, quedaban confundidos todos sus adversarios, y toda la muchedumbre se alegraba de las obras prodigiosas que hacia.
El grano de mostaza

(Mt 13,31-34; Mc 4,30-34)



18Decía, pues: ¿A qué es semejante el reino de Dios y a qué lo compararé? 19Es semejante a un grano de mostaza que uno torna y arroja en su huerto, y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas. 20De nuevo dijo: ¿A qué compararé el reino de Dios? 21Es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda.
La salud de los gentiles y la reprobación de los israelitas

22Recorría ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su camino hacia Jerusalén. 23Le dijo uno: Señor, ¿son pocos los que se salvan? El le dijo: 24Esforzaos a entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos serán los que busquen entrar y no podrán; 25una vez que el amo de casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos. El os responderá: No sé de dónde sois. 26Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y has enseñado en nuestras plazas. 27El dirá: Os repito que no sé de dónde sois. Apartaos de mi todos, obradores de iniquidad. 28Allí habrá llanto y crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, a Isaac, y a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, mientras vosotros sois arrojados fuera. 29Vendrán de oriente y de occidente, del septentrión y del mediodía, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios, 30y los últimos serán los primeros, y los primeros serán los últimos.

La astucia de Herodes



31En aquella hora se le acercaron algunos fariseos, diciéndole: Sal y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte. 32El les dijo: Id y decid a esa raposa: Yo expulso demonios y hago curaciones hoy, y las haré mañana, y al día tercero consumaré mi obra. 33Pues he de andar hoy, y mañana, y el día siguiente, porque no puede ser que un profeta perezca fuera de Jerusalén.
Amenaza contra Jerusalén

34¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos como el ave a su nidada debajo de las alas y no quisiste! 35Se os deja vuestra casa. Os digo que no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
El hidrópico curado en sábado

14 1Habiendo entrado en casa de uno de los principales fariseos para comer en día de sábado, le estaban observando. 2Había delante de El un hidrópico. 3Y tomando Jesús la palabra, habló a los doctores de la Ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en sábado o no? 4Ellos guardaron silencio. Y asiéndole, le curó y lo despidió, 5y les dijo: ¿Quién de vosotros, si su hijo o su buey cayere en un pozo, no le saca al instante en día de sábado? 6Y no podían replicar a esto.
Invitación a la modestia

7Decía a los invitados una parábola, observando cómo escogían para si los primeros puestos: 8Cuando seas invitado a una boda, no te sientes en el primer puesto, no sea que venga otro más honrado que tú invitado por el mismo, 9y llegando el que a uno y al otro os invitó, te diga: Cede a éste tu puesto, y entonces, con vergüenza, vayas a ocupar el último lugar. 10Cuando seas invitado, ve y siéntate en el postrer lugar, para que cuando venga el que te invitó te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales, 11porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.
Sobre la elección de los invitados

12Dijo también al que le había invitado: Cuando hagas una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a los parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos a su vez te inviten y tengas ya tu recompensa. 13Cuando hagas una comida, llama a los pobres, a los tullidos, a los cojos y a los ciegos, 14y tendrás la dicha de que no puedan pagarte, porque recibirás la recompensa en la resurrección de los justos.
La parábola de los invitados descorteses

(Mt 22,2-14)



15Oyendo esto, uno de los invitados dijo: Dichoso el que coma pan en el reino de Dios. 16El le contestó: Un hombre hizo un gran banquete e invitó a muchos, 17A la hora del banquete envió a su siervo a decir a los invitados: Venid, que ya está preparado todo. 18Pero todos unánimemente comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado un campo y tengo que salir a verlo; te ruego que me des por excusado. 19Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes y tengo que ir a probarlas; ruégote que me des por excusado. 20Otro dijo: He tomado mujer y no puedo ir. 21Vuelto el siervo, comunicó a su amo estas cosas. Entonces el amo de la casa, irritado, dijo a su siervo: Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí. 22El siervo le dijo: Señor, está hecho lo que mandaste y aún queda lugar, 23y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa, 24porque os digo que ninguno de aquellos que habían sido invitados gustará mi cena.
Necesidad de la abnegación para tomar la cruz

25Se le juntaron numerosas muchedumbres, y, vuelto a ellas, les decía: 26Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo. 27El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. 28¿Quién de vosotros, si quiere edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene para terminarla? 29No sea que, echados los cimientos y no pudiendo acabarla, todos cuantos lo vean comiencen a burlarse de él, diciendo: 30Este hombre comenzó a edificar y no pudo acabar. 31 O¿qué rey, saliendo a campaña para guerrear con otro rey, no considera primero y delibera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32Si no, hallándose aún lejos aquél, le envía una embajada haciéndole proposiciones de paz. 33Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo. 34Buena es la sal; pero si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se sazonará? 35Ni para la tierra es útil, ni aun para el estercolero; la tiran fuera. El que tenga oídos para oír, que oiga.
La censura de los fariseos

15 1Se acercaban a El todos los publicanos y pecadores para oírle, 2y los fariseos y escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos.
La oveja perdida

(Mt 18,12-14; Jn 19,1-8)



3Propúsoles esta parábola, diciendo: 4¿Quién habrá entre vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no deje las noventa y nueve en el desierto y vaya en busca de la perdida hasta que la halle? 5Y una vez hallada, la pone alegre sobre sus hombros, 6y vuelto a casa convoca a los amigos y vecinos, diciéndoles: Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja perdida. 7Yo os digo que en el cielo será mayor la alegría por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia.
La dracma perdida

8¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si pierde una, no enciende la luz, barre la casa y busca cuidadosamente hasta hallarla? 9Y una vez hallada, convoca a las amigas y vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido. 10Tal os digo que será la alegría entre los ángeles de Dios por un pecador que haga penitencia.
El hijo pródigo

11Y añadió: Un hombre tenía dos hijos, 12y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, 13y pasados pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana, y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente. 14Después de haberlo gastado todo sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. 15Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar puercos. 16Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado. 17Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo aquí me muero de hambre! 18Me levantaré, e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19Ya no soy digno de ser llamado hijo tuvo; trátame como a uno de tus jornaleros. 20Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. 21Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. 22Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, 23y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, 24porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta.

25El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros; 26y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. 27El le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha recobrado sano. 28El se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó. 29El respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos; 30y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con meretrices, le matas un becerro cebado. 31El le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; 32mas era preciso hacer fiesta y alegrarse, porque este tu hermano había perdido y ha sido hallado.
El administrador infiel

16 1Decía a los discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, el cual fue acusado de disiparle la hacienda. 2Llamóle y le dijo: ¿Qué es lo que oigo de ti? Da cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir de mayordomo. 3Y se dijo para sí el mayordomo: ¿Qué haré, pues mi amo me quita la mayordomía? Cavar no puedo, mendigar me da vergüenza. 4Ya sé lo que he de hacer para que cuando me destituya de la mayordomía me reciban en sus casas. 5Llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? 6El dijo: Cien batos de aceite. Y le dijo: Toma tu caución, siéntate al instante y escribe cincuenta. 7Luego dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? El dijo: Cien coros de trigo. Díjole: Toma tu caución y escribe ochenta. 8El amo alabó al mayordomo infiel de haber obrado industriosamente, pues los hijos de este siglo son más avisados en el trato con los suyos que los hijos de la luz. 9Y yo os digo: Con las riquezas injustas haceos amigos, para que, cuando éstas falten, os reciban en los eternos tabernáculos. 10El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho; y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho. 11Si vosotros, pues, no sois fieles en las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas? 12Y si en lo ajeno no sois fieles, ¿quién os dará lo vuestro? 13Ningún criado puede servir a dos señores, porque, o aborrecerá al uno y amará al otro, o se allegará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.
Reprensión de los fariseos

14Oían estas cosas los fariseos, que son avaros, y se mofaban de El. 15Y les dijo: Vosotros pretendéis pasar por justos ante los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que es para los hombres estimable, es abominable ante Dios. 16La Ley y los Profetas llegan hasta Juan: desde entonces se anuncia el reino de Dios y cada cual ha de esforzarse por entrar en él. 17Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra que el faltar un solo ápice de la Ley. 18Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada por el marido, comete adulterio.
El rico epulón y el pobre Lázaro

19Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino y celebraba cada día es espléndidos banquetes. 20Un pobre, de nombre Lázaro, estaba echado en su portal, cubierto de úlceras, 21y deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros venían a lamerle las úlceras. 22Sucedió, pues, que murió el pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. 23En el infierno, en medio de los tormentos, levantó sus ojos y vio a Abraham desde lejos y a Lázaro en su seno. 24Y, gritando, dijo: Padre Abraham, ten piedad de mi y envía a Lázaro para que, con la punta del dedo mojada en agua, refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. 25Dijo Abraham: Hijo, acuérdate de que recibiste ya tus bienes en vida y Lázaro recibió males, y ahora el es aquí consolado y tú eres atormentado. 26Además, entre nosotros y vosotros hay un gran abismo, de manera que los que quieran atravesar de aquí a vosotros no pueden, ni tampoco pasar de ahí a nosotros.

27Y dijo: Te ruego, padre, que siquiera le envíes a casa de mi padre, 28porque tengo cinco hermanos, para que les advierta, a fin de que no vengan también ellos a este lugar de tormento. 29Y dijo Abraham: Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen. 30El dijo: No padre Abrahán; pero si alguno de los muertos fuese a ellos, harían penitencia. 31Y le dijo : Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir si un muerto resucitado.
El escándalo

17 1Dijo a sus discípulos: Es inevitable que haya escándalos; sin embargo, ¡ay de aquel por quien vengan! 2Mejor le fuera que le atasen al cuello una rueda de molino y le arrojasen al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeños. 3Mirad por vosotros.
El perdón del prójimo

Si peca tu hermano contra ti, corrígele, y si se arrepiente, perdónale. 4si siete veces al día peca contra ti y siete veces se vuelve a ti diciéndote: Me arrepiento, le perdonaras.


El poder de la fe

(Mt 21,22; Mc 11-23)



5Dijeron los apóstoles al Señor: Acrecienta nuestra fe. 6Dijo el Señor: Si tuvierais fe tanto como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarráigate y trasplántate en el mar, y él os obedecería.
Ciervos inútiles ante el Señor

7¿Quién de vosotros, teniendo un siervo arando o apacentando el ganado, al volver él del campo le dice: Pasa en seguida y siéntate a la mesa, 8y no le dice más bien: Prepárame la cena, cíñete para servirme hasta que yo coma y beba, y luego comerás y beberás tú? 9¿Deberá gratitud al siervo, porque hizo lo que se le había ordenado? 10Así también vosotros, cuando hiciereis estas cosas que os están mandadas, decid: Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos.
Los diez leprosos

11Yendo hacia Jerusalén, atravesaba por entre la Samaria y la Galilea, 12y entrando en una aldea, le vinieron al encuentro diez leprosos, que a lo lejos se pararon, 13y levantando la voz, decían: Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros. 14Viéndolos, les dijo: Id y mostraos a los sacerdotes. En el camino quedaron limpios. 15Uno de ellos, viéndose curado, volvió glorificando a Dios a grandes voces; 16y cayendo a sus pies, rostro a tierra, le daba las gracias. Era un samaritano. 17Tomando Jesús la palabra, dijo: ¿No han sido diez los curados? Y los nueve, ¿dónde están? 18¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? 19Y le dijo: Levántate y vete, tu fe te ha salvado.
La venida del reino de Dios

20Preguntado por los fariseos acerca de cuándo llegaría el reino de Dios, respondióles y dijo: No viene el reino de Dios ostensiblemente. 21Ni podrá decirse: Helo aquí o allí, porque el reino de Dios está dentro de vosotros. 22Dijo a los discípulos: Llegará tiempo en que desearéis ver un solo día del Hijo del hombre, y no lo veréis. 23Os dirán: Helo allí o helo aquí. No vayáis ni le sigáis, 24porque así como el rayo relampaguea y fulgura desde un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su día. 25Pero antes ha de padecer mucho y ser reprobado por esta generación. 26Como sucedió en los días de Noé, así será en los días del Hijo del hombre. 27Comían y bebían, tomaban mujer los hombres, y las mujeres marido, hasta el día en que Noé entró en el arca, y vino el diluvio y los hizo perecer a todos. 28Lo mismo en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban; 29pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, que los hizo perecer a todos. 30Así será el día en que el Hijo del hombre se revele. 31Aquel día, el que esté en el terrado y tenga en casa sus enseres, no baje a cogerlos; e igualmente el que esté en el campo no vuelva atrás. 32Acordaos de la mujer de Lot. 33El que busque guardar su vida, la perderá, y el que la perdiere, la conservará. 34Dígoos que en aquella noche estarán dos en una misma cama, uno será tomado y otro dejado. 35Estarán dos moliendo juntas, una será tomada y otra será dejada. 36Y tomando la palabra, le dijeron: ¿Dónde será, Señor? 37y les dijo: Donde esté el cuerpo, allí se juntarán los buitres.
Parábola del juez inicuo

18 1Les dijo una parábola para mostrar que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer, 2diciendo: Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. 3Había asimismo en aquella ciudad una viuda que vino a él, diciendo: Hazme justicia contra mi adversario. 4Por mucho tiempo no le hizo caso; pero luego se dijo para sí: Aunque, a la verdad yo no tengo temor de Dios ni respeto a los hombres, 5mas, porque esta viuda me está cargando, le haré justicia, para que no acabe por molerme. 6Dijo el Señor: Oíd lo que dice este juez inicuo. 7¿Y Dios no hará justicia a sus elegidos, que claman a El día y noche, aun cuando los haga esperar? 8Os digo que hará justicia prontamente. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?
El fariseo y el publicano

9Dijo también esta parábola a algunos que confiaban mucho en sí mismos, teniéndose por justos, y despreciaban a los demás: 10Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo, el otro publicano. 11El fariseo, en pie, oraba para sí de esta manera: ¡Oh Dios!, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano. 12Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo. 13El publicano se quedó allá lejos y ni se atrevía a levantar los ojos al cielo, y hería su pecho, diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio a mí, pecador! 14Os digo que bajó éste justificado a su casa y no aquél. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humille será ensalzado.
Los niños vienen a Jesús

(Mt 19,13-15; Mc 10,i3-16)



15También le presentaban niños para que los tocase; viendo lo cual, los discípulos los reprendían. 16Jesús los llamó a sí, diciendo: Dejad que los niños vengan a mí y no se lo prohibáis, que de ellos es el reino de Dios. 17En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él.
La abnegación y renuncia de todo

(Mt 19,16-26; Mc 10,17-27)



18Cierto personaje le preguntó, diciendo: Maestro bueno, ¿qué haré para alcanzar la vida eterna? 19Jesús le respondió: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. 20Ya sabes los preceptos: No adulterarás, no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. 21Díjole él: Todos esos preceptos los he guardado desde la juventud. 22Oyendo esto Jesús, le dijo: Aún te queda una cosa: Vende cuanto tienes y repártelo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme. 23El, oyendo esto, se entristeció, porque era muy rico. 24Viéndolo Jesús, dijo: ¡Qué difícilmente entran en el reino de Dios los que tienen riquezas! 25Porque más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que el que un rico entre en el reino de Dios. 26Dijeron los que le oían: Entonces, ¿quién puede salvarse? 27El respondió: Lo que es imposible a los hombres, es posible para Dios.
El premio de los apóstoles

(Mt 19,27-30; Mc 1o,28-31)



28Díjole Pedro: Pues nosotros, dejando todo lo que teníamos, te hemos seguido. 29El les dijo: En verdad os digo que ninguno que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por amor al reino de Dios 30dejará de recibir mucho más en este siglo y la vida eterna en el venidero.

Nuevo vaticinio de la pasión

(Mt 20,17-19; Mc 10,32-34)

31Tomando aparte a los doce, les dijo: Mirad, subimos a Jerusalén y se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas del Hijo del hombre, que 32será entregado a los gentiles, y escarnecido, e insultado, y escupido, 33y después de haberle azotado, le quitarán la vida, y al tercer día resucitará. 34Pero ellos no entendían nada de esto, eran cosas ininteligibles para ellos, no entendían lo que les decía.
El ciego de Jericó

(Mt 20,29-34; Mc 10,46-52)



35Acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna. 36Oyendo a la muchedumbre que pasaba, preguntó qué era aquello. 37Le contestaron que era Jesús Nazareno que pasaba. 38El se puso a gritar, diciendo: Jesús, hijo de David, ten piedad de Mí. 39Los que iban en cabeza le reprendían para que callase, pero él gritaba cada vez más fuerte: Hijo de David, ten piedad de Mí. 40Deteniéndose Jesús, mandó que se lo llevasen, y cuando se le hubo acercado, le preguntó: 41¿Qué quieres que te haga? Dijo él: Señor, que vea. 42Jesús le dijo: Ve, tu fe te ha hecho salvo, 43y al instante recobró la vista y le seguía glorificando a Dios. Todo el pueblo que esto vio daba gloria a Dios.
Zaqueo
1   ...   8   9   10   11   12   13   14   15   ...   68


Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©atelim.com 2016
rəhbərliyinə müraciət