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Literatura castellana Edad Media


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Los personajes


Celestina se alza como el personaje central de la obra por su inteligencia, habilidad, avaricia, falsedad y malas artes. Es el lado oscuro medieval y pecador, y a la vez quien va repartiendo sexualidad y pasiones porque también las ha conocido. Será su avaricia lo que la conduzca a la muerte, no sus artes para despertar el deseo en jóvenes que están deseando caer en sus redes. Calisto y Melibea proceden del amor cortés pero serán los arquetipos físicos de la poesía renacentista sentimental, aunque Rojas va más allá y en su indagación humana no duda en presentar a un joven indolente dispuesto a gastar su fortuna por satisfacer su deseo y en manifestarse ante su diosa Melibea como un ser vulgar y grosero ante su apetito carnal. Melibea es un personaje lleno de matices: es la más espiritual de la obra, lo que no significa que sea ingenua, es tentada y una vez que su lujuria se ha despertado lucha por no caer en el deshonor que presiente que se le avecina, mas no puede resistirse. En definitiva son personajes humanos y creíbles que se van transformando conforme avanza la acción.
CALISTO, MELIBEA, SEMPRONIO, CELESTINA, ELICIA, CRITO, PÁRMENO

CALISTO. En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios.

MELIBEA. ¿En qué, Calisto?

CALISTO. En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotasse, y hazer a mí, inmérito, tanta merced que verte alcançasse, y en tan conveniente lugar, que mi secreto dolor manifestarte pudiesse. Sin duda, incomparablemente es mayor tal galardón que el servicio, sacrificio, devoción y obras pías que por este lugar alcançar yo tengo a Dios offrecido [ni otro poder mi voluntad humana puede cumplir]. ¿Quién vido en esta vida cuerpo glorificado de ningún hombre como agora el mío? Por cierto, los gloriosos santos que se deleytan en la visión divina no gozan más que yo agora en el acatamiento tuyo. Mas, o triste, que en esto deferimos, que ellos puramente se glorifican sin temor de caer de tal bienaventurança, y yo, misto, me alegro con recelo del esquivo tormento que tu absencia me ha de causar.

MELIBEA. ¿Por gran premio tienes éste, Calisto?

CALISTO. Téngolo por tanto, en verdad, que si Dios me diesse en el cielo la silla sobre sus santos, no lo ternía por tanta felicidad.

MELIBEA. Pues, ¡aún más ygual galardón te daré yo, si perseveras!

CALISTO. ¡O bienaventuradas orejas mías que indignamente tan gran palabra avéys oído!

MELIBEA. Más desventuradas de que me acabes de oír, porque la paga será tan fiera qual [la] meresce tu loco atrevimiento, y el intento de tus palabras [Calisto] ha seído como de ingenio de tal hombre como tú aver de salir para se perder en la virtud de tal mujer como yo. ¡Vete, vete de aí, torpe! que no puede mi paciencia tolerar que haya subido en coraçón humano conmigo el ilícito amor comunicar su deleyte.

CALISTO. Yré como aquel contra quien solamente la adversa Fortuna pone su studio con odio cruel.

¡Sempronio, Sempronio, Sempronio! ¿Dónde está este maldicto?

SEMPRONIO. Aquí stoy, señor, curando destos cavallos.

CALISTO. Pues, ¿cómo sales de la sala?

SEMPRONIO. Abatióse el girifalte y vínele a endereçar en el alcándara.

CALISTO. ¡Ansí los diablos te ganen!, ansí por infortunio arrebatado perezcas, o perpetuo intolerable tormento consigas, el qual en grado inconparablemente a la penosa y desastrada muerte que spero traspassa. ¡Anda, anda, malvado!, abre la cámara y endereça la cama.

SEMPRONIO. Señor, luego hecho es.

CALISTO. Cierra la ventana y dexa la tiniebla acompañar al triste y al desdichado la ceguedad. Mis pensamientos tristes no son dignos de luz. ¡O bienaventurada muerte aquella que desseada a los afligidos viene! ¡O si viniéssedes agora, Crato y Galieno, médicos, sentiríades mi mal. ¡O piedad celestial, inspira en el plebérico coraçón, por que sin esperança de salud no embíe el spíritu perdido con el desastrado Píramo y de la desdichada Tisbe!

SEMPRONIO. ¿Qué cosa es?

CALISTO. ¡Vete de aí! No me hables, si no quiçá, ante del tiempo de mi raviosa muerte, mis manos causarán tu arrebatado fin.

SEMPRONIO. Yré, pues solo quieres padecer tu mal.

CALISTO. ¡Ve con el diablo!

SEMPRONIO. No creo según pienso, yr conmigo el que contigo queda.

(¡O desventura, o súbito mal! ¿Quál fue tan contrario acontescimiento que ansí tan presto robó el alegría deste hombre, y lo que peor es, junto con ella el seso? ¿Dexarle he solo, o entraré allá? Si le dexo matarse ha; si entro allá, matarme ha. Quédese, no me curo. Más vale que muera aquél a quien es enojosa la vida, que no yo, que huelgo con ella. Aunque por ál no desseasse bivir sino por ver [a] mi Elicia, me devería guardar de peligros. Pero si se mata sin otro testigo, yo quedo obligado a dar cuenta de su vida. Quiero entrar. Mas puesto que entre, no quiere consolación ni consejo. Assaz es señal mortal no querer sanar. Con todo quiérole dexar un poco desbrave, madure, que oído he dezir que es peligro abrir o apremiar las postemas duras, porque más se enconan. Esté un poco, dexemos llorar al que dolor tiene, que las lágrimas y sospiros mucho desenconan el coraçón dolorido. Y aun si delante me tiene, más conmigo se encenderá, que el sol más arde donde puede reverberar. La vista a quien objecto no se antepone cansa, y quando aquél es cerca, agúzase. Por esso quiérome soffrir un poco, si entretanto se matare, muera. Quiçá con algo me quedaré que otro no [lo] sabe, con que mude el pelo malo. Aunque malo es esperar salud en muerte ajena. Y quiçá me engaña el diablo, y si muere, matarme han, y yrán alla la soga y el calderón. Por otra parte, dizen los sabios que es grande descanso a los afligidos tener con quien puedan sus cuytas llorar, y que la llaga interior más empece. Pues en estos extremos en que stoy perplexo, lo más sano es entrar y sofrirle y consolarle, porque si possible es sanar sin arte ni aparejo, más ligero es guarecer por arte y por cura.)

CALISTO. ¡Sempronio!

SEMPRONIO. ¿Señor?

CALISTO. Dame acá el laúd.

SEMPRONIO. Señor, vesle aquí.

CALISTO.¿Quál dolor puede ser tal, que se yguale con mi mal?

SEMPRONIO. Destemplado está esse laúd.

CALISTO. ¿Cómo templará el destemplado? ¿Cómo sentirá el armonía aquel que consigo está tan discorde, aquel en quien la voluntad a la razón no obedece? Quien tiene dentro del pecho aguijones, paz, guerra, tregua, amor, enemistad, injurias, peccados, sospechas, todo a una causa. Pero tañe y canta la más triste canción que sepas.

SEMPRONIO.

Mira Nero de Tarpeya

a Roma cómo se ardía;

gritos dan niños y viejos

y él de nada se dolía.

CALISTO. Mayor es mi fuego, y menor la piedad de quien yo agora digo.

SEMPRONIO. (No me engaño yo, que loco está este mi amo.)

CALISTO. ¿Qué estás murmurando, Sempronio?

SEMPRONIO. No digo nada.

CALISTO. Di lo que dizes; no temas.

SEMPRONIO. Digo que ¿cómo puede ser mayor el fuego que atormenta un bivo que el que quemó tal ciudad y tanta multitud de gente?

CALISTO. ¿Cómo? Yo te lo diré; mayor es la llama que dura ochenta años que la que en un día passa, y mayor la que mata un ánima que la que quemó cient mil cuerpos. Como de la aparencia a la existencia, como de lo bivo a lo pintado, como de la sombra a lo real, tanta diferencia ay del fuego que dizes al que me quema. Por cierto si el de purgatorio es tal, más querría que mi spíritu fuesse con los de los brutos animales que por medio de aquél yr a la gloria de los santos.

SEMPRONIO. (Algo es lo que digo; a más ha de yr este hecho. No basta loco, sino herege.)

CALISTO. ¿No te digo que hables alto quando hablares? ¿Qué dizes?

SEMPRONIO. Digo que nunca Dios quiera tal, que es especie de heregía lo que agora dixiste.

CALISTO. ¿Por qué?

SEMPRONIO. Porque lo que dizes contradize la christiana religión.

CALISTO. ¿Qué a mí?

SEMPRONIO. ¿Tú no eres christiano?

CALISTO. ¿Yo? Melibeo só, y a Melibea adoro, y en Melibea creo, y a Melibea amo.

SEMPRONIO. Tú te lo dirás. Como Melibea es grande, no cabe en el corazón de mi amo, que por la boca le sale a borbollones. No es más menester; bien sé de qué pie coxqueas; yo te sanaré.

CALISTO. Increíble cosa prometes.

SEMPRONIO. Antes fácil. Que el comienço de la salud es conocer hombre la dolencia del enfermo.

CALISTO. ¿Quál consejo puede regir lo que en sí no tiene orden ni consejo?

SEMPRONIO. (¡Ha, ha, ha! ¿Éste es el fuego de Calisto: éstas son sus congoxas? Como si solamente el amor contra él assestara sus tiros. ¡O soberano Dios, quán altos son tus misterios, quánta premia pusiste en el amor, que es necessaria turbación en el amante! Su límite pusiste por maravilla. Paresce al amante que atrás queda; todos passan, todos rompen, pungidos y esgarrochados como ligeros toros, sin freno saltan por las barreras. Mandaste al hombre por la mujer dexar el padre y la madre. Agora no sólo aquello, mas a ti y a tu ley desamparan, como agora Calisto. Del qual no me maravillo, pues los

sabios, los santos, los profetas por él te olvidaron.)

CALISTO. ¡Sempronio!

SEMPRONIO. ¿Señor?

CALISTO. No me dexes.

SEMPRONIO. (De otra temple está esta gayta.)

CALISTO. ¿Qué te paresce de mi mal?

SEMPRONIO. Que amas a Melibea.

CALISTO. ¿Y no otra cosa?

SEMPRONIO. Harto mal es tener la voluntad en un solo lugar cativa.

CALISTO. Poco sabes de firmeza.

SEMPRONIO. La perseverancia en el mal no es constancia mas dureza o pertinacia la llaman en mi tierra. Vosotros los filósophos de Cupido llamalda como quisiéredes.

CALISTO. Torpe cosa es mentir el que enseña a otro, pues que tú te precias de loar a tu amiga Elicia.

SEMPRONIO. Haz tú lo que bien digo y no lo que mal hago.

CALISTO. ¿Qué me repruevas?

SEMPRONIO. Que sometes la dignidad del hombre a la imperfeción de la flaca mujer.

CALISTO. ¿Mujer? ¡O grossero! ¡Dios, Dios!

SEMPRONIO. ¿Y assí lo crees, o burlas?

CALISTO. ¿Que burlo? Por dios la creo, por dios la confesso, y no creo que hay otro soberano en el cielo aunque entre nosotros mora.

SEMPRONIO. (¡Ha, ha, ha! ¿Oístes qué blasfemia? ¿Vistes qué ceguedad?)

CALISTO. ¿De qué te ríes?

SEMPRONIO. Ríome, que no pensava que havía peor invención de peccado que en Sodoma.

CALISTO. ¿Cómo?

SEMPRONIO. Porque aquéllos procuraron abbominable uso con los ángeles no conoscidos, y tú con el que confiessas ser Dios.

CALISTO. ¡Maldito seas! Que hecho me has reír, lo que no pensé ogaño.

SEMPRONIO. ¿Pues qué? ¿Toda tu vida avías de llorar?

CALISTO. Sí.

SEMPRONIO. ¿Por qué?

CALISTO. Porque amo a aquélla ante quien tan indigno me hallo, que no la espero alcançar.

SEMPRONIO. (¡O pusillánime, o fi de puta! ¡Qué Nembrot, que magno Alexandre; los quales no sólo del señorío del mundo, mas del cielo se juzgaron ser dignos!).

CALISTO. No te oí bien esso que dixiste. Torna, dilo, no procedas.

SEMPRONIO. Dixe que tú, que tienes más coraçón que Nembrot ni Alexandre, desesperas de alcançar una mujer, muchas de las quales en grandes estados constituídas se sometieron a los pechos y resollos de viles azemileros, y otras a brutos animales. ¿No has leído de Pasife con el toro, de Minerva con el can?

CALISTO. No lo creo, hablillas son.

SEMPRONIO. Lo de tu abuela con el ximio, ¿hablilla fue? Testigo es el cuchillo de tu abuelo.

CALISTO. ¡Maldito sea este necio, y qué porradas dize!

SEMPRONIO. ¿Escozióte? Lee los yestoriales, estudia los filósofos, mira los poetas. Llenos están los libros de sus viles y malos enxemplos, y de las caídas que levaron los que en algo, como tú, las reputaron. Oye a Salomón do dize que las mujeres y el vino hazen a los hombres renegar. Conséjate con Séneca y verás en qué las tiene. Escucha al Aristóteles, mira a Bernardo. Gentiles, judíos, christianos y moros, todos en esta concordia están. Pero lo dicho y lo que dellas dixiere no te contezca error de tomarlo en común; que muchas ovo y ay santas, virtuosas y notables cuya resplandesciente corona quita el general vituperio. Pero destas otras, ¿quién te contaría sus mentiras, sus tráfagos, sus cambios, su liviandad, sus lagrimillas, sus alteraciones, sus osadías? Que todo lo que piensan osan sin deliberar: sus dessimulaciones, su lengua, su engaño, su olvido, su desamor, su ingratitud, su inconstancia, su testimoniar, su negar, su rebolver, su presunción, su vanagloria, su abatimiento, su locura, su desdén, su sobervia, su subjeción, su parlería, su golosina, su luxuria y suziedad, su miedo, su atrevimiento, sus hechizerías, sus enbaymientos, sus escarnios, su desienguamiento, su desvergüença, su alcahuetería. Considera qué sesito está debaxo de aquellas grandes y delgadas tocas, qué pensamientos so aquellas gorgueras, so aquel fausto, so aquellas largas y autorizantes ropas, qué imperfición, qué alvañares debaxo de templos pintados. Por ellas es dicho: arma del diablo, cabeça de peccado, destrución de paraíso. ¿No has rezado en la festividad de San Juan, do dize: [las mugeres y el vino hazen (a) los hombres renegar do dize:] ésta es la mujer, antigua malicia que a Adam echó de los deleytes de parayso, ésta el linaje humano metió en el infierno; a ésta menospreció Helías propheta, etc.?

CALISTO. Di pues, esse Adam, esse Salomón, esse David, esse Aristóteles, esse Vergilio, essos que dizes, como se sometieron a ellas, ¿soy más que ellos?

SEMPRONIO. A los que las vencieron querría que remedasses, que no a los que dellas fueron vencidos. Huye de sus engaños. ¿Sabes qué hazen? Cosas, que es diffícil entenderlas. No tienen modo, no razón, no intención. Por rigor encomiençan el ofrecimiento que de sí quieren hazer. A los que meten por los agujeros, denuestan en la calle; conbidan, despiden, llaman, niegan, señalan amor, pronuncian enemiga, ensáñanse presto, apazíguanse luego, quieren que adevinen lo que quieren. ¡O qué plaga, o qué enojo, o qué fastío es conferir con ellas, más de aquel breve tiempo, que aparejadas son a deleyte!

CALISTO. ¿Vees? Mientras más me dizes y más inconvenientes me pones, más las quiero. No sé qué se es.

SEMPRONIO. No es este juyzio para moços, según veo, que no se saben a razón someter; no se saben administrar. Miserable cosa es pensar ser maestro el que nunca fue discípulo.

CALISTO. Y tú, ¿qué sabes? ¿Quién te mostró esto?

SEMPRONIO. ¿Quién? Ellas, que desque se descubren, ansí pierden la vergüença, que todo esto y aún más a los hombres manifiestan. Ponte pues en la medida de honrra; piensa ser más digno de lo que te reputas. Que cierto, peor estremo es dexarse hombre caer de su merescimiento, que ponerse en más alto lugar que deve.

CALISTO. Pues ¿quién yo para esso?

SEMPRONIO. ¿Quién? Lo primero eres hombre y de claro ingenio, y más, a quien la natura dotó de los mejores bienes que tuvo, conviene a saber: hermosura, gracia, grandeza de miembros, fuerça, ligereza, y allende desto, fortuna medianamente partió contigo lo suyo en tal quantidad que los bienes que tienes de dentro con los de fuera resplandecen. Porque sin los bienes de fuera, de los quales la fortuna es señora, a ninguno acaesse en esta vida ser bienaventurado, y más, a constellación de todos eres amado.

CALISTO. Pero no de Melibea, y en todo lo que me has gloriado, Sempronio, sin proporción ni comparación se aventaja Melibea. Miras la nobleza y antigüedad de su linaje, el grandíssimo patrimonio, el excelentíssimo ingenio, las resplandecientes virtudes, la altitud y ineffable gracia, la soberana hermosura, de la qual te ruego me dexes hablar un poco, por que aya algún refrigerio. Y lo que te dixere será de lo descobierto, que si de lo occulto yo hablarte sopiera, no nos fuera necessario altercar tan miserablemente estas razones.

SEMPRONIO. (¡Qué mentiras y qué locuras dirá agora este cativo de mi amo!)

CALISTO. ¿Cómo es esso?

SEMPRONIO. Dixe que digas, que muy gran plazer avré de lo oír. (¡Assí te medre Dios, como me será agradable esse sermón!).

CALISTO. ¿Qué?

SEMPRONIO. Que assí me medre Dios, como me será gracioso de oír.

CALISTO. Pues porque ayas plazer, yo lo figuraré por partes mucho por estenso.

SEMPRONIO. (¡Duelos tenemos! Esto es tras lo que yo andava. De passarse avrá ya esta importunidad.)

CALISTO. Comienço por los cabellos. ¿Vees tú las madexas del oro delgado que hilan en Aravia? Más lindas son y no replandeçen menos; su longura hasta el postrero assiento de sus pies; después crinados y atados con la delgada cuerda, como ella se los pone, no ha más menester para convertir los hombres en piedras.

SEMPRONIO. (¡Más en asnos!)

CALISTO. ¿Qué dizes?

SEMPRONIO. Dixe que essos tales no serían cerdas de asno.

CALISTO. ¡Veed qué torpe y qué comparación!

SEMPRONIO. (¿Tú cuerdo?)

CALISTO. Los ojos verdes, rasgados, las pestañas luengas, las cejas delgadas y alçadas, la nariz mediana, la boca pequeña, los dientes menudos y blancos, los labrios colorados y grossezuelos, el torno del rostro poco más luengo que redondo, el pecho alto, la redondeza y forma de las pequeñas tetas, ¿quién te la podría figurar? Que se despereza el hombre quando las mira. La tez lisa, lustroza, el cuero suyo escureçe la nieve, la color mezclada, qual ella la escogió para sí.

SEMPRONIO. (¡En sus treze está este necio!).

CALISTO. Las manos pequeñas en mediana manera, de dulce carne acompañadas, los dedos luengos, las uñas en ellos largas y coloradas, que pareçen rubíes entre perlas. Aquella proporción que veer yo no pude, no sin dubda por el bulto de fuera juzgo incomparablemente ser mejor que la que Paris juzgó entre las tres diesas.

SEMPRONIO. ¿Has dicho?

CALISTO. Quan brevemente pude.

SEMPRONIO. Puesto que sea todo esso verdad, por ser tú hombre, eres más digno.

CALISTO. ¿En qué?

SEMPRONIO. En que ella es imperfecta, por el qual defeto dessea y apetece a ti y a otro menor que tú. ¿No as leído el filósofo do dize: ansí como la materia apetece a la forma, ansí la mujer al varón?

CALISTO. O triste, ¿y quándo veré yo esso entre mí y Melibea?

SEMPRONIO. Possible es, y aún que la aborrezcas quanto agora la amas; podrá ser alcançándola, y viéndola con otros ojos, libres del engaño en que agora estás.

CALISTO. ¿Con qué ojos?

SEMPRONIO. Con ojos claros.

CALISTO. Y agora, ¿con qué la veo?

SEMPRONIO. Con ojos de allinde, con que lo poco pareçe mucho y lo pequeño grande. Y por que no te desesperes, yo quiero tomar esta empresa de complir tu desseo.

CALISTO. ¡O, Dios te dé lo que desseas! Que glorioso me es oírte, aunque no espero que lo as de hazer.

SEMPRONIO. Antes lo haré cierto.

CALISTO. Dios te consuele. El jubón de brocado que ayer vestí, Sempronio, vístelo tú.

SEMPRONIO. Prospérete Dios por éste (y por muchos más que me darás. De la burla yo me llevo lo mejor; con todo, si destos aguijones me da, traérgela he hasta la cama. Bueno ando; házelo esto que me dio mi amo, que sin merced, imposible es obrarse bien ninguna cosa.)

CALISTO. No seas agora negligente.

SEMPRONIO. No lo seas tú, que impossible es hazer siervo diligente el amo perezoso.

CALISTO. ¿Cómo as pensado de hazer esta piedad?

SEMPRONIO. Yo te lo diré. Días ha grandes que conozco en fin desta vezindad una vieja barbuda que se dize Celestina, hechizera, astuta, sagaz en quantas maldades hay. Entiendo que passan de cinco mil virgos los que se han hecho y desecho por su autoridad en esta cibdad. A las duras peñas promeverá y provocará a luxuria, si quiere.

CALISTO. ¿Podríala yo hablar?

SEMPRONIO. Yo te la traeré hasta acá; por esso, aparéjate. Seyle gracioso, seyle franco; estudia, mientras voy yo, a le dezir tu pena, tan bien como ella te dará el remedio.

CALISTO. ¿Y tardas?

SEMPRONIO. Ya voy; quede Dios contigo.

CALISTO. Y contigo vaya. ¡O todopoderoso, perdurable Dios, tú que guías los perdidos, y los reyes orientales por el estrella precedente a Bethleén truxiste y en su patria los reduxiste, húmilmente te ruego que guíes a mi Sempronio, en manera que convierta mi pena y tristeza en gozo, y yo indigno meresca venir en el desseado fin.

CELESTINA. ¡Albricias, albricias, Elicia: Sempronio, Sempronio!

ELICIA. ¡Ce, ce, ce!

CELESTINA. ¿Por qué?

ELICIA. Porque está aquí Crito.

CELESTINA. ¡Mételo en la camarilla de las escobas, presto: dile que viene tu primo y mi familiar!

ELICIA. Crito, ¡retráhete aí; mi primo viene, perdida soy!

CRITO. Plázeme; no te congoxes).

SEMPRONIO. Madre bendita, qué desseo traygo! Gracias a Dios que te me dexo ver.

CELESTINA. Hijo mío, rey mío, turbado me as; no te puedo hablar. Torna y dame otro abraço. ¿Y tres días podiste estar sin vernos? ¡Elicia, Elicia, cátale aquí!

ELICIA. ¿A quién, madre?

CELESTINA. A Sempronio.

ELICIA. Ay, triste, ¡qué saltos me da el coraçón! ¿Y qué es dél?

CELESTINA. Vesle aquí, vesle; yo me le abraçaré, que no tú.

ELICIA. ¡Ay, maldito seas, traydor! Postema y landre te mate y a manos de tus enemigos mueras y por crímenes dignos de cruel muerte en poder de rigurosa justicia te veas, ¡ay, ay!

SEMPRONIO. ¡Hy, hy, hy! ¿Qué as, mi Elicia? ¿De qué te congoxas?

ELICIA. Tres días ha que no me ves. ¡Nunca Dios te vea; nunca Dios te consuele ni visite! ¡Guay de la triste que en ti tiene su esperança y el fin de todo su bien!

SEMPRONIO. Calla, señora mía; ¿tú piensas que la distancia del lugar es poderosa de apartar el entrañable amor, el fuego que está en mi coraçón? Do yo vo, conmigo vas, conmigo estás; no te aflijas, ni me atormentes más de lo que yo he padecido. Mas di, ¿qué passos suenan arriba?

ELICIA. ¿Quién? Un mi enamorado.

SEMPRONIO. Pues créolo.

ELICIA. ¡Alahé, verdad es! Sube allá y verlo has.

SEMPRONIO. Voy.

CELESTINA. ¡Andacá, dexa essa loca, que [ella] es liviana y turbada de tu absencia! Sácasla agora de seso; dirá mil locuras. Ven y hablemos; no dexemos passar el tiempo en balde.

SEMPRONIO. Pues, ¿quién está arriba?

CELESTINA. ¿Quiéreslo saber?

SEMPRONIO. Quiero.

CELESTINA. Una moça, que me encomendó un frayle.

SEMPRONIO. ¿Qué frayle?

CELESTINA. No lo procures.

SEMPRONIO. Por mi vida, madre, ¿qué frayle?

CELESTINA. ¿Porfías? El ministro, el gordo.

SEMPRONIO. ¡O desventurada, y qué carga espera!

CELESTINA. Todo lo levamos; pocas mataduras has tú visto en la barriga.

SEMPRONIO. Mataduras no, mas petreras, sí.

CELESTINA. ¡Ay, burlador!

SEMPRONIO. Dexa si soy burlador; muéstramela.

ELICIA. ¡Ha, don malvado! ¿Verla quieres? ¡Los ojos se te salten, que no basta a ti una ni otra! ¡Anda, véela, y dexa a mí para siempre!

SEMPRONIO. Calla, Dios mío; ¿y enójaste? Que no la quiero ver a ella ni a mujer nascida. A mi madre quiero hablar, y quédate a Dios.

ELICIA. ¡Anda, anda, vete, desconoscido, y está otros tres años que no me buelvas a ver!

SEMPRONIO. Madre mía, bien ternás confiança y creerás que no te burlo. Toma el manto y vamos, que por el camino sabrás lo que si aquí me tardasse en dezir[te], impidiría tu provecho y el mío.

CELESTINA. Vamos. Elicia, quédate a Dios; cierra la puerta. ¡Adiós, paredes!

SEMPRONIO. ¡O madre mía! Todas cosas dexadas aparte, solamente sey attenta y ymagina en lo que te dixere, y no derrames tu pensamiento en muchas partes, que quien junto en diversos lugares le pone, en ninguno lo tiene, sino por caso determina lo cierto. [Y] quiero que sepas de mí lo que no has oído, y es que jamás pude, después que mi fe contigo puse, dessear bien de que no te cupiesse parte.

CELESTINA. Parta Dios, hijo, del suyo contigo, que no sin causa lo hará, siquiera porque has piedad desta pecadora de vieja. Pero di, no te detengas, que la amistad que entre ti y mí se affirma no ha menester preámbulos ni correlarios ni aparejos para ganar voluntad. Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dize por muchas palabras lo que por pocas se puede entender.

SEMPRONIO. Assí es. Calisto arde en amores de Melibea; de ti y de mí tiene necessidad. Pues juntos nos ha menester, juntos nos aprovechamos, que conoscer el tiempo y usar el hombre de la oportunidad haze los hombres prósperos.

CELESTINA. Bien has dicho; al cabo estoy; basta para mí mecer el ojo. Digo que me alegro destas nuevas, como los cirurjanos de los descalabrados; y como aquéllos dañan en los principios las llagas, y encarescen el prometimiento de la salud, ansí entiendo yo hazer a Calisto. Alargarle he la certinidad del remedio, porque como dizen, el esperança luenga aflige el coraçón, y quanto él la perdiere, tanto gela promete. ¡Bien me entiendes!

SEMPRONIO. Callemos, que a la puerta estamos, y como dizen, las paredes han oídos.

CELESTINA. Llama.

SEMPRONIO. Tha, tha, tha.

CALISTO. ¡Pármeno!

PÁRMENO. ¿Señor?

CALISTO. ¿No oyes, maldito sordo?

PÁRMENO. ¿Qué es, señor?

CALISTO. A la puerta llaman; corre.

PÁRMENO. ¿Quién es?

SEMPRONIO. Abre a mí y a esta dueña.

PÁRMENO. Señor, Sempronio y una puta vieja alcoholada davan aquellas portadas.

CALISTO. ¡Calla, calla, malvado, que es mi tía; corre, corre, abre! Siempre lo vi que por fuyr hombre de un peligro, cae en otro mayor. Por encubrir yo este hecho de Pármeno, a quien amor o fidelidad o temor pusieran freno, caí en indignación désta, que no tiene menor poderío en mi vida que Dios.

PÁRMENO. ¿Por qué, señor, te matas? ¿Por qué, señor, te congoxas? ¿Y tú piensas que es vituperio en las orejas désta el nombre que la llamé? No lo creas, que ansí se glorifica en lo oír, como tú quando dizen: «Diestro cavallero es Calisto.» Y demás, desto es nombrada, y por tal título conoscida. Si entre cient mugeres va y alguno dize «¡Puta vieja!», sin ningún empacho luego buelve la cabeça y responde con alegre cara. En los combites, en las fiestas, en las bodas, en las confradías, en los mortuorios, en todos los ayuntamientos de gentes, con ella passan tiempo. Si passa por los perros, aquello suena su ladrido; si está cerca las aves, otra cosa no cantan; si cerca los ganados, balando lo pregonan; si cerca las bestias, rebuznando dizen: «¡Puta vieja!»; las ranas de los charcos otra cosa no suelen mentar. Si va entre los herreros, aquello dizen sus martillos; carpinteros y armeros, herradores, caldereros, arcadores, todo officio de instrumento forma en el ayre su nombre. Cántanla los carpinteros, péynanla los peynadores, texedores; labradores en las huertas, en las aradas, en las viñas, en las segadas con ella passan el afán cotidiano; al perder en los tableros, luego suenan sus loores. Todas cosas que son hazen, a doquiera que ella está, el tal nombre representan. ¡O qué comedor de huevos assados era su marido! Qué quieres más, sino que, si una piedra topa con otra, luego suena «¡Puta vieja!»

CALISTO. Y tú, ¿cómo lo sabes y la conosces?

PÁRMENO. Saberlo has. Días grandes son passados que mi madre, mujer pobre, morava en su vezindad, la qual rogada por esta Celestina, me dio a ella por serviente, aunque ella no me conosce, por lo poco que la serví y por la mudança que la edad ha hecho.



CALISTO. ¿De qué la sirvías?

PÁRMENO. Señor, yva a la plaça y traíale de comer y acompañávala; suplía en aquellos menesteres que mi tierna fuera bastava. Pero de aquel poco tiempo que la serví, recogía la nueva memoria lo que la vieja no ha podido quitar. Tiene esta buena dueña al cabo de la cibdad, allá cerca de las tenerías, en la cuesta del río, una casa apartada, medio caída, poco compuesta y menos abastada. Ella tenía seys officios, conviene [a] saber: labrandera, perfumera, maestra de hazer afeytes y de hazer virgos, alcahueta y un poquito hechizera. Era el primero officio cobertura de los otros, so color del qual muchas moças destas sirvientes entravan en su casa a labrarse y a labrar camisas y gorgueras y otras muchas cosas. Ninguna venía sin torrezno, trigo, harina, o jarro de vino y de las otras provisiones que podían a sus amas hurtar; y aún otros hurtillos de más qualidad allí se encubrían. Assaz era amiga de studiantes y despenseros y moços de abades. A éstos vendía ella aquella sangre innocente de las cuytadillas, la qual ligeramente aventuravan en esfuerço de la restitución que ella les prometía. Subió su hecho a más: que por medio de aquellas, comunicava con las más encerradas, hasta traer a execución su propósito, y aquestas en tiempo honesto, como estaciones, processiones de noche, missas del gallo, missas del alva, y otras secretas devociones. Muchas encubiertas vi entrar en su casa; tras ellas hombres descalços, contritos, y reboçados, desatacados, que entravan allí a llorar sus peccados. ¡Qué tráfagos, si piensas, traía! Hazíase física de niños; tomaba estambre de unas casas; dávalo a hilar en otras, por achaque de entrar en todas. Las unas, «¡Madre acá!», las otras, «¡Madre acullá! ¡Cata la vieja! ¡Ya viene el ama!» de todas muy conoscida. Con todos estos affanes, nunca passava sin missa ni bispras ni dexava monasterios de frayles ni de monjas; esto porque allí hazía ella sus aleluyas y conciertos. Y en su casa hazía perfumes, falsava estoraques, menjuí, ánimes, ámbar, algalia, polvillos, almizcles, mosquetes. Tenía una cámara llena de alambiques, de redomillas, de barrilejos de barro, de vidrio, de arambre, de estaño, hechos de mil faciones; hazía solimán, afeyte cosido, argentadas, bujelladas, cerillas, llanillas, unturillas, lustres, lucentores, ciarimientes, alvalines y otras aguas de rostro, de rassuras de gamones, de corteza, de spantalobos, de taraguntia, de hieles, de agraz, de mosto, destillados y açucarados. Adelgasava los cueros con çumos de limones, con turvino, con tuétano de corço y de garça, y otras confaciones. Sacaba agua[s] para oler, de rosas, de azaar, de jasmín, de trébol, de madreselvia y clavellinas, mosquatadas y almizcladas, polvorizadas con vino. Hazía lexías para enruviar, de sarmientos, de carrasca, de centeno, de maurrubios, con salitre, con alumbre y millifolia y otras diversas cosas. Y los untes y mantecas que tenía, es fastío de dezir: de vaca, de osso, de cavallos y de camellos, de culebra y de conejo, de vallena de garça, y de alcaraván, y de gamo, y de gato montés, y de texón, de harda, de herizo, de nutria. Aparejos para baños, esto es una maravilla; de las yervas y raízes que tenía en el techo de su casa colgadas; mançanilla y romero, malvaviscos, culantrillo, coronillas, flor de saúco y de mostaza, spliego y laurel blanco, tortarosa y gramonilla, flor salvaje y higueruela, pico de oro y hojatinta. Los azeytes que sacava para el rostro no es cosa de creer: de storaque, y de jazmín, de limón, de pepitas, de violetas, de benjuy, de alfócigos, de piñones, de granillo, de açufayfes, de neguilla, de altramuces, de arvejas, y de carillas, y de yerva paxarera; y un poquillo de bálsamo tenía ella en una redomilla que guardava para aquel rascuño que tiene por las narizes. Esto de los virgos, unos hazía de bexiga y otros curava de punto. Tenía en un tabladillo, en una caxuela pintada, unas agujas delgadas y peligeros, y hilos de seda encerados, y colgadas allí raízes de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla albarrana y cepacavallo. Hazía con esto maravillas: que, quando vino por aquí el embaxador francés, tres vezes vendió por virgen una criada que tenía.

CALISTO. ¡Assí pudiera ciento!

PÁRMENO. ¡Sí, santo Dios! Y remediava por caridad muchas huérfanas y erradas que se encomendavan a ella. Y en otro apartado tenía para remediar amores y para se querer bien: tenía huessos de corçón de ciervo, lengua de bívora, cabeças de codornizes, sesos de asno, tela de cavallo, mantillo de niño, hava morisca, guija marina, soga de ahorcado, flor de yedra, spina de erizo, pie de texón, granos de helecho; la piedra del nido del águila, y otras mil cosas. Venían a ella muchos hombres y mujeres, y a unos demandava el pan do mordían, a otros, de su ropa; a otros, de sus cabellos, a otros, pintava en la palma letras con açafrán; a otros, con bermellón, a otros dava unos coraçones de cera, llenos de agujas quebradas, y a otras cosas en barro y en plomo fechas, muy espantables a ver. Pintava figuras, dezía palabras en tierra. ¿Quién te podrá dezir lo que esta vieja hazía? Y todo era burla y mentira.

CALISTO. Bien está, Pármeno; déxalo para más oportunidad. Assaz soy de ti avisado; téngotelo en gracia. No nos detengamos, que la necessidad deshecha la tardança. Oye, aquélla viene rogada; spera más que deve. Vamos, no se indigne. Yo temo y el temor reduze la memoria y a la providencia despierta. ¡Sus! vamos, proveamos; pero ruégote, Pármeno, la embidia de Sempronio, que en esto me sirve y complaze; no ponga impedimiento en el remedio de mi vida; que si para él hovo jubón, para ti no faltará sayo. No pienses que tengo en menos tu consejo y aviso que su trabajo y obra, como lo spiritual sepa yo que precede a lo corporal. Y [que] puesto que las bestias corporalmente trabajen más que los hombres, por esso son pensadas y curadas, pero no amigas de ellos. En [la] tal diferencia serás conmigo en respecto de Sempronio, y so secreto sello, postpuesto el dominio, por tal amigo a ti me concede.

PÁRMENO. Quéxome, señor [Calisto], de la dubda de mi fidelidad y servicio, por los prometimientos y amonestaciones tuyas. ¿Quándo me viste, señor, embidiar, o por ningún interesse ni resabio tu provecho estorcer?

CALISTO. No te escandalizes, que sin dubda tus costumbres y gentil criança en mis ojos ante todos los que me sirven están. Mas como en caso tan arduo, do todo mi bien y vida pende, es necessario prover, proveo a los contescimientos, comoquiera que creo que tus buenas costumbres sobre buen natural florescen, como el buen natural sea principio del artificio. Y no más, sino vamos a ver la salud.

CELESTINA. (Passos oygo; acá descienden; haz, Sempronio, que no lo oyes. Escucha y déxame hablar lo que a ti y a mí me conviene.

SEMPRONIO. Habla.)

CELESTINA. No me congoxes, ni me importunes, que sobrecargar el cuydado es aguijar al animal congoxoso. Ansí sientes la pena de tu amo Calisto, que paresce que tú eres él y él tú, y que los tormentos son en un mismo subjecto. Pues cree que yo no vine acá por dexar este pleyto indeciso o morir en la demanda.

CALISTO. Pármeno, detente. ¡Ce!, escucha qué hablan éstos; veamos en qué bivimos. ¡O notable mujer, o bienes mundanos, indignos de ser posseídos de tan alto coraçón. ¡O fiel y verdadero Sempronio! ¿Has visto, mi Pármeno? ¿Oíste? ¿Tengo razón? ¿Qué me dizes, rincón de mi secreto y consejo y alma mía?

PÁRMENO. Protestando mi innocencia en la primera sospecha, y cumpliendo con la fidelidad, porque te me concediste, hablaré; óyeme, y el affecto no te ensorde, ni la esperança del deleyte te ciegue. Tiémplate y no te apressures, que muchos con cobdicia de dar en el fiel, yerran el blanco. Aunque soy moço, cosas he visto assaz, y el seso y la vista de las muchas cosas demuestran la esperiencia. De verte o de oírte descender por la escalera, parlan lo que éstos fingidamente han dicho, en cuyas falsas palabras pones el fin de tu desseo.

SEMPRONIO. (Celestina, ruynmente suena lo que Pármeno dize.

CELESTINA. Calla, que para la mi santiguada, do vino el asno vendrá el albarda; déxame tú a Pármeno, que yo te le haré uno de nos, y de lo que oviéremos, démosle parte: que los bienes, si no son communicados no son bienes. Ganemos todos, partamos todos, holguemos todos. Yo te le traeré manso y benigno a picar el pan en el puño, y seremos dos a dos y, como dizen, tres al mohíno).

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El teatro en la Edad Media

El teatro medieval tiene origen religioso. Para que la misa resultase más amena, empezaron a cantarse algunos pasajes referidos a la vida de Cristo. Hacia el siglo XII, esos cantos habían cobrado protagonismo y ya se representaban en lengua romance en los claustros de las iglesias. Desvirtuando su propósito didáctico-religioso, se introdujeron elementos cómicos y profanos como una concesión al público, por lo que pasaron a realizarse en las plazas de los pueblos.

En la península Ibérica, las representaciones religiosas recibieron el nombre de autos. Eran piezas breves dialogadas, de contenido religioso. Sólo se consrvan 147 versos del Auto de los Reyes Magos, de finales del siglo XII.

A excepción del Auto de los Reyes Magos, no se conservan textos teatrales anteriores al siglo XV. Y en este siglo, las primeras manifestaciones del teatro son de carácter religioso: la representación de los episodios más importantes de la vida de Jesucristo, particularmente de su nacimiento y de su muerte en las fechas de navidad y de Viernes Santo.

El primer auor de piezas dramáticas es Gómez Manrique, autor de la Representación del Nacimiento de Nuestro Señor, conjunto de escenas de escasa accción teatral.

Ya hacia finales del siglo, aparecdnlas obras del que es considerado el padre del teatro castellano, Juan del Encina.



INDICE



Edad Media 1

Siglo XV 1

El humanismo. 1

JORGE MANRIQUE: La vida como río 3

Obra y estilo 5

Coplas por la muerte de su padre 5

FERNANDO DE ROJAS 12



Los personajes 13

El teatro en la Edad Media 25



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