Ana səhifə

La Celestina Fernando de Rojas Introducción


Yüklə 1.06 Mb.
səhifə12/13
tarix18.07.2016
ölçüsü1.06 Mb.
1   ...   5   6   7   8   9   10   11   12   13

Aucto décimo octauo

ARGUMENTO DEL DÉCIMO OCTAUO AUCTO

Elicia determina de fazer las amistades entre Areusa e Centurio por precepto de Areusa e vanse a casa de Centurio, onde ellas le ruegan que aya de vengar las muertes en Calisto e Melibea; el qual lo prometió delante dellas. E como sea natural a estos no hazer lo que prometen, escúsase como en el proceso paresce.

CENTURIO, ELICIA, AREUSA.

ELICIA.- ¿Quién está en su casa?

CENTURIO.- Mochacho, corre, verás quién osa entrar sin llamar a la puerta. Torna, torna acá, que ya he visto quién es. No te cubras con el manto, señora: ya no te puedes esconder, que, quando vi adelante entrar a Elicia, vi que no podía traer consigo mala compañía ni nueuas que me pesassen, sino que me auían de dar plazer.

AREUSA.- No entremos, por mi vida, más adentro, [178] que se estiende ya el vellaco, pensando que le vengo a rogar. Que más holgara con la vista de otras como él, que con la nuestra. Boluamos, por Dios, que me fino en ver tan mal gesto. ¿Paréscete, hermana, que me traes por buenas estaciones e que es cosa justa venir de bísperas y entrarnos a uer vn desuellacaras que ay está?

ELICIA.- Torna por mi amor, no te vayas; si no, en mis manos dexarás el medio manto.

CENTURIO.- Tenla, por Dios, señora, tenla no se te suelte.

ELICIA.- Marauillada estoy, prima, de tu buen seso. ¿Quál hombre ay tan loco e fuera de razón, que no huelgue de ser visitado, mayormente de mugeres? Llégate acá, señor Centurio, que en cargo de mi alma por fuerça haga que te abrace, que yo pagaré la fruta.

AREUSA.- Mejor lo vea yo en poder de justicia e morir a manos de sus enemigos, que yo tal gozo le dé. ¡Ya, ya hecho ha conmigo para quanto biua! ¿E por quál carga de agua le tengo [179] de abraçar ni ver a esse enemigo? Porque le rogué estotro día que fuesse vna jornada de aquí, en que me yua la vida e dixo de no.

CENTURIO.- Mándame tú, señora, cosa que yo sepa hazer, cosa que sea de mi officio. Vn desafío con tres juntos e si más vinieren: que no huya por tu amor. Matar vn hombre, cortar vna pierna o braço, harpar el gesto de alguna que se aya ygualado contigo: estas tales cosas, antes serán hechas, que encomendadas. No me pidas que ande camino ni que te dé dinero, que bien sabes que no dura conmigo, que tres saltos daré sin que me se cayga blanca. Ninguno da lo que no tiene. En vna casa biuo qual vees, que rodará el majadero por toda ella sin que tropiece. Las alhajas que tengo es el axuar de la frontera, vn jarro desbocado, vn assador sin punta. La cama en que me acuesto está armada sobre aros de broqueles, vn rimero de malla rota por [180] colchones, vna talega de dados por almohada. Que, avnque quiero dar collación, no tengo qué empeñar, sino esta capa harpada, que traygo acuestas.

ELICIA.- Assí goze, que sus razones me contentan a marauilla. Como vn santo está obediente, como ángel te habla, a toda razón se allega; ¿qué más le pides? Por mi vida que le hables e pierdas enojo, pues tan de grado se te offresce con su persona.

CENTURIO.- ¿Offrescer dizes, señora? Yo te juro por el sancto martilogio de pe a pa, el braço me tiembla de lo que por ella entiendo hazer, que contino pienso cómo la tenga contenta e jamás acierto. La noche passada soñaua que hazía armas en vn desafío por su seruicio con quatro hombres, que ella bien conosce, e maté al vno. E de los otros que huyeron el que más sano se libró me dexó a los pies vn braço yzquierdo. Pues muy mejor lo haré despierto de día, quando alguno tocare en su chapín.

AREUSA.- Pues aquí te tengo, a tiempo somos. Yo te perdono, con condición que me vengues [181] de vn cauallero, que se llama Calisto, que nos ha enojado a mí e a mi prima.

CENTURIO.- ¡O!, reñiego de la condición. Dime luego si está confessado.

AREUSA.- No seas tú cura de su ánima.

CENTURIO.- Pues sea assí. Embiémosle a comer al infierno sin confessión.

AREUSA.- Escucha, no atajes mi razón. Esta noche lo tomarás.

CENTURIO.- No me digas más, al cabo estoy. Todo el negocio de sus amores sé e los que por su causa ay muertos e lo que os tocaua a vosotras, por donde va e a qué hora e con quién es. Pero dime, ¿quántos son los que le acompañan?

AREUSA.- Dos moços.

CENTURIO.- Pequeña presa es essa, poco ceuo tiene ay mi espada. Mejor ceuara ella en otra parte esta noche, que estaua concertada.

AREUSA.- Por escusarte lo hazes. A otro perro con esse huesso. No es para mí essa dilación. Aquí quiero ver si dezir e hazer si comen juntos a tu mesa.

CENTURIO.- Si mi espada dixesse lo que haze, tiempo le faltaría para hablar. ¿Quién sino ella [182] puebla los más cimenterios? ¿Quién haze ricos los cirujanos desta tierra? ¿Quién da contino quehazer a los armeros? ¿Quién destroça la malla muy fina? ¿Quién haze riça de los broqueles de Barcelona? ¿Quién reuana los capacetes de Calatayud, sino ella? Que los caxquetes de Almazén assí los corta, como si fuessen hechos de melón. Veynte años há que me da de comer. Por ella soy temido de hombres e querido de mugeres; sino de ti. Por ella me dieron Centurio por nombre a mi abuelo e Centurio se llamó mi padre e Centurio me llamo yo.

ELICIA.- Pues ¿qué hizo el espada por que ganó tu abuelo esse nombre? Dime, ¿por ventura fue por ella capitán de cient hombres?

CENTURIO.- No; pero fue rufián de cient mugeres.

AREUSA.- No curemos de linaje ni hazañas viejas. Si has de hazer lo que te digo, sin dilación determina, porque nos queremos yr.

CENTURIO.- Más desseo ya la noche por tenerte contenta, que tú por verte vengada. E porque más se haga todo a tu voluntad, escoge qué muerte quieres que le dé. Allí te mostraré vn [183]reportorio en que ay sietecientas e setenta species de muertes: verás quál más te agradare.

ELICIA.- Areusa, por mi amor, que no se ponga este fecho en manos de tan fiero hombre. Más vale que se quede por hazer, que no escandalizar la ciudad, por donde nos venga más daño de lo passado.

AREUSA.- Calla, hermana, díganos alguna, que no sea de mucho bullicio.

CENTURIO.- Las que agora estos días yo vso e más traygo entre manos son espaldarazos sin sangre o porradas de pomo de espada o reués mañoso; a otros agujero como harnero a puñaladas, tajo largo, estocada temerosa, tiro mortal. Algún día doy palos por dexar holgar mi espada.

ELICIA.- No passe, por Dios, adelante; déle palos, porque quede castigado e no muerto.

CENTURIO.- Juro por el cuerpo santo de la letanía, no es más en mi braço derecho dar palos sin matar, que en el sol dexar de dar bueltas al cielo.

AREUSA.- Hermana, no seamos nosotras lastimeras; haga lo que quisiere, mátele como se le antojare. Llore Melibea como tú has hecho. Dexémosle. Centurio, da buena cuenta de lo [184] encomendado. De qualquier muerte holgarémos. Mira que no se escape sin alguna paga de su yerro.

CENTURIO.- Perdónele Dios, si por pies no se me va. Muy alegre quedo, señora mía, que se ha ofrecido caso, avnque pequeño, en que conozcas lo que yo sé hazer por tu amor.

AREUSA.- Pues Dios te dé buena manderecha e a él te encomiendo, que nos vamos.

CENTURIO.- Él te guíe e te dé más paciencia con los tuyos.

CENTURIO.- Allá yrán estas putas atestadas de razones. Agora quiero pensar cómo me escusaré de lo prometido, de manera que piensen que puse diligencia con ánimo de executar lo dicho e no negligencia, por no me poner en peligro. Quiérome hazer doliente; pero, ¿qué aprouecha? Que no se apartarán de la demanda, quando sane. Pues si digo que fui allá e que les hize huyr, pedirme han señas de quién eran e quántos yuan y en qué lugar los tomé e qué vestidos lleuauan; yo no las sabré dar. ¡Helo todo perdido! Pues ¿qué consejo tomaré, que cumpla con mi seguridad e su demanda? Quiero embiar [185] a llamar a Traso, el coxo, e a sus dos compañeros e dezirles que, porque yo estoy occupado esta noche en otro negocio, vaya a dar vn repiquete de broquel a manera de leuada, para oxear [186] vnos garçones, que me fue encomendado, que todo esto es passos seguros e donde no consiguirán ningún daño, más de fazerlos huyr e boluerse a dormir.

[187]

Aucto décimonono

ARGUMENTO DEL DÉCIMONONO AUCTO

Yendo Calisto con Sosia e Tristán al huerto de Pleberio a visitar a Melibea, que lo estaua esperando e con ella Lucrecia, cuenta Sosia lo que le aconteció con Areusa. Estando Calisto dentro del huerto con Melibea, viene Traso e otros por mandado de Centurio a complir lo que auía prometido a Areusa e a Elicia, a los quales sale Sosia; e oyendo Calisto desde el huerto, onde estaua con Melibea, el ruydo que trayan, quiso salir fuera, la qual salida fue causa que sus días peresciessen, porque los tales este don resciben por galardón e por esto han de saber desamar los amadores.

SOSIA, TRISTÁN, CALISTO, MELIBEA, LUCRECIA.

SOSIA.- Muy quedo, para que no seamos sentidos. Desde aquí al huerto de Pleberio te contaré, hermano Tristán, lo que con Areusa me ha passado oy, que estoy el más alegre hombre del mundo. Sabrás que ella por las buenas nueuas, que de mí auía oydo, estaua presa de mi amor y embiome a Elicia, rogándome que la visitasse. E dexando aparte otras razones de [188] buen consejo que passamos, mostró al presente ser tanto mía, quanto algún tiempo fue de Pármeno. Rogome que la visitasse siempre, que ella pensaua gozar de mi amor por tiempo. Pero yo te juro por el peligroso camino en que vamos, hermano, e assí goze de mí, que estuue dos o tres vezes por me arremeter a ella, sino que me empachaua la vergüença de verla tan hermosa e arreada e a mí con vna capa vieja ratonada. Echaua de sí en bulliendo vn olor de almizque; yo hedía al estiercol, que lleuaua dentro de los çapatos. Tenía vnas manos como la nieue, que, quando las sacaua de rato en rato de un guante, parecía que se derramaua azahar por casa. Assí por esto, como porque tenía vn poco ella quehacer, se quedó mi atreuer para otro día. E avn porque a la primera vista todas las cosas no son bien tratables e quanto más se comunican mejor se entienden en su participación.

TRISTÁN.- Sosia amigo, otro seso más maduro y esperimentado, que no el mío, era necessario para darte consejo en este negocio; pero lo que con mi tierna edad e mediano natural alcanço al presente te diré. Esta muger es marcada ramera, según tú me dixiste: quanto con ella te passó has de creer que no caresce de engaño. [189] Sus offrecimientos fueron falsos e no sé yo a qué fin. Porque amarte por gentilhombre ¿quántos más terná ella desechados? Si por rico, bien sabe que no tienes más del poluo, que se te pega del almohaça. Si por hombre de linaje, ya sabrá que te llaman Sosia e a tu padre llamaron Sosia, nascido e criado en vna aldea, quebrando terrones con vn arado, para lo qual eres tú más dispuesto, que para enamorado. Mira, Sosia, e acuérdate bien si te quería sacar algún punto del secreto deste camino, que agora vamos, para con que lo supiesse reboluer a Calisto e Pleberio, de embidia del plazer de Melibea. Cata que la embidia es vna incurable enfermedad donde assienta, huésped que fatiga la posada: en lugar de galardón, siempre goza del mal ageno. Pues si esto es assí, ¡o cómo te quiere aquella maluada hembra engañar con su alto nombre, del qual todas se arrean! Con su vicio ponçoñoso quería condenar el ánima por complir su apetito, reboluer tales casas para contentar su dañada voluntad. ¡O arufianada muger, e con qué blanco pan te daua çaraças: Quería vender su cuerpo a trueco de contienda. Óyeme e, si assí presumes que sea, ármale trato [190] doble, qual yo te diré: que quién engaña al engañador... ya me entiendes. E si sabe mucho la raposa, más el que la toma. Contramínale sus malos pensamientos, escala sus ruyndades, quando más segura la tengas, e cantarás después en tu establo: vno piensa el vayo e otro el que lo ensilla.

SOSIA.- ¡O Tristán, discreto mancebo! Mucho más me has dicho, que tu edad demanda. Astuta sospecha has remontado e creo que verdadera. Pero, porque ya llegamos al huerto e nuestro amo se nos acerca, dexemos este cuento, que es muy largo, para otro día.

CALISTO.- Poned, moços, la escala e callad, que me paresce que está hablando mi señora de dentro. [191] Sobiré encima de la pared y en ella estaré escuchando, por ver si oyré alguna buena señal de mi amor en absencia.

MELIBEA.- Canta más, por mi vida, Lucrecia, que me huelgo en oyrte, mientra viene aquel señor, e muy passo entre estas verduricas, que no nos oyrán los que passaren.

LUCRECIA.- ¡O quién fuesse la ortelana


de aquestas viciosas flores,
por prender cada mañana
al partir a tus amores!

Vístanse nueuas collores


los lirios y el açucena;
derramen frescos olores,
quando entre por estrena. [192]

MELIBEA.- ¡O quan dulce me es oyrte! De gozo me deshago. No cesses, por mi amor.

LUCRECIA.- Alegre es la fuente clara
a quien con gran sed la vea;
mas muy más dulce es la cara
de Calisto a Melibea.

Pues, avnque más noche sea,


con su vista gozará.
¡O quando saltar le vea,
qué de abraços te dará!

Saltos de gozo infinitos


da el lobo viendo ganado;
con las tetas los cabritos,
Melibea con su amado.

Nunca fue más desseado


amado de su amiga,
ni huerto más visitado,
ni noche más sin fatiga.

MELIBEA.- Quanto dizes, amiga Lucrecia, se me representa delante, todo me parece que lo veo con mis ojos. Procede, que a muy buen son lo dizes e ayudarte he yo. [193]

LUCRECIA, MELIBEA.
Dulces árboles sombrosos,
humilláos quando veays
aquellos ojos graciosos
del que tanto desseays.

Estrellas que relumbrays,


norte e luzero del día,
¿por qué no le despertays,
si duerme mi alegría?

MELIBEA.- Óyeme, tú, por mi vida, que yo quiero cantar sola.


Papagayos, ruyseñores,
que cantays al aluorada,
lleuad nueua a mis amores,
como espero aquí asentada.

La media noche es passada,


e no viene.
sabedme si ay otra amada
que lo detiene.

CALISTO.- Vencido me tiene el dulçor de tu suaue canto; no puedo más suffrir tu penado esperar. ¡O mi señora e mi bien todo! ¿Quál muger podía [194] auer nascida, que despriuasse tu gran merecimiento? ¡O salteada melodía! ¡O gozoso rato! ¡O coraçón mío! ¿E cómo no podiste más tiempo sufrir sin interrumper tu gozo e complir el desseo de entrambos?

MELIBEA.- ¡O sabrosa trayción! ¡O dulce sobresalto! ¿Es mi señor de mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. ¿Dónde estauas, luziente sol? ¿Donde me tenías tu claridad escondida? ¿Auía rato que escuchauas? ¿Por qué me dexauas echar palabras sin seso al ayre, con mi ronca boz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna quán clara se nos muestra, mira las nuues cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontezica., ¡quánto más suaue murmurio su río lleua por entre las frescas yeruas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se dan paz unos ramos con otros por intercessión de vn templadico viento que los menea! Mira sus quietas sombras, ¡quán escuras están e aparejadas para encobrir nuestro deleyte! Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de plazer? Déxale, [195] no me le despedaces, no le trabajes sus miembros con tus pesados abraços. Déxame gozar lo que es mío, no me ocupes mi plazer.

CALISTO.- Pues, señora e gloria mía, si mi vida quieres, no cesse tu suaue canto. No sea de peor condición mi presencia, con que te alegras, que mi absencia, que te fatiga.

MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu desseo era el que regía mi son e hazía sonar mi canto? Pues conseguida tu venida, desapareciose el desseo, destemplose el tono de mi boz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía e buena criança, ¿cómo mandas a mi lengua hablar e no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no oluidas estas mañas? Mándalas estar sossegadas e dexar su enojoso vso e conuersación incomportable. Cata, ángel mío, que assí como me es agradable tu vista sossegada, me es enojoso tu riguroso trato; tus honestas burlas me dan plazer, tus deshonestas manos me fatigan, quando passan de la razón. Dexa estar mis ropas en su [196] lugar e, si quieres ver si es el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Pues cierto es de lienço. Holguemos e burlemos de otros mill modos, que yo te mostraré, no me destroces ni maltrates como sueles. ¿Qué prouecho te trae dañar mis vestiduras?

CALISTO.- Señora, el que quiere comer el aue, quita primero las plumas.

LUCRECIA.- (Aparte.) Mala landre me mate, si más los escucho. ¿Vida es esta? ¡Que me esté yo deshaziendo de dentera y ella esquiuándose porque la rueguen! Ya, ya apaziguado es el ruydo: no ouieron menester despartidores. Pero también me lo haría yo, si estos necios de sus criados me fablassen entre día; pero esperan que los tengo de yr a buscar.

MELIBEA.- ¿Señor mío, quieres que mande a Lucrecia traer alguna colación?

CALISTO.- No ay otra colación para mí, sino tener tu cuerpo e belleza en mi poder. Comer e beuer, donde quiera se da por dinero, en cada tiempo se puede auer e qualquiera lo puede alcançar; pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no ay ygual que en este huerto, ¿cómo mandas que se me passe ningún momento que no goze?

LUCRECIA.- (Aparte.) Ya me duele a mí la cabeça [197] d' escuchar e no a ellos de hablar ni los braços de retoçar ni las bocas de besar. ¡Andar!, ya callan: a tres me parece que va la vencida.



CALISTO.- Jamás querría, señora, que amaneciesse, según la gloria e descanso que mi sentido recibe de la noble conuersación de tus delicados miembros.

MELIBEA.- Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano; tú, señor, el que me hazes con tu visitación incomparable merced.

SOSIA.- ¿Assí, vellacos, rufianes, veníades a asombrar a los que no os temen? Pues yo juro que si esperárades, que yo os hiziera yr como merecíades.

CALISTO.- Señora, Sosia es aquel que da bozes. Déxame yr a valerle, no le maten, que no está sino vn pajezico con él. Dame presto mi capa, que está debaxo de ti.

MELIBEA.- ¡O triste de mi ventura! No vayas allá sin tus coraças; tórnate a armar. [198]

CALISTO.- Señora, lo que no haze espada e capa e coraçón, no lo fazen coraças e capaçete e couardía.

SOSIA.- ¿Avn tornays? Esperadme. Quiçá venís por lana.

CALISTO.- Déxame, por Dios, señora, que puesta está el escala.

MELIBEA.- ¡O desdichada yo!, e como vas tan rezio e con tanta priessa e desarmado a meterte entre quién no conosces? Lucrecia, ven presto acá, que es ydo Calisto a vn ruydo. Echémosle sus coraças por la pared, que se quedan acá.

TRISTÁN.- Tente, señor, no baxes, que ydos son; que no era sino Traso el coxo e otros vellacos, que passauan bozeando. Que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos al escala.

CALISTO.- ¡O!, ¡válame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confessión!

TRISTÁN.- Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caydo del escala e no habla ni se bulle. [199]

SOSIA.- ¡Señor, señor! ¡A essotra puerta! ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡O gran desuentura!

LUCRECIA.- ¡Escucha, escucha!, ¡gran mal es este!

MELIBEA.- ¿Qué es esto? ¿Qué oygo?, ¡amarga de mí!

TRISTÁN.- ¡O mi señor e mi bien muerto! ¡O mi señor despeñado! ¡O triste muerte sin confessión! Coge, Sosia, essos sesos de essos cantos, júntalos con la cabeça del desdichado amo nuestro. ¡O día de aziago! ¡O arrebatado fin!

MELIBEA.- ¡O desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontecimiento como oygo? Ayúdame a sobir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien e plazer, [200] todo es ydo en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumiose mi gloria!

LUCRECIA.- Tristán, ¿qué dizes, mi amor?, ¿qué es esso, que lloras tan sin mesura?

TRISTÁN.- ¡Lloro mi gran mal, lloro mis muchos dolores! Cayó mi señor Calisto del escala e es muerto. Su cabeça está en tres partes. Sin confessión pereció. Díselo a la triste e nueua amiga, que no espere más su penado amador. Toma tú, Sosia, dessos pies. Lleuemos el cuerpo de nuestro querido amo donde no padezca su honrra detrimento, avnque sea muerto en este lugar. Vaya con nosotros llanto, acompáñenos soledad, síganos desconsuelo, visítenos tristeza, cúbranos luto e dolorosa xerga.

MELIBEA.- ¡O la más de las tristes triste! ¡Tan [201] tarde alcançado el plazer, tan presto venido el dolor!

LUCRECIA.- Señora, no rasgues tu cara ni meses tus cabellos. ¡Agora en plazer, agora en tristeza! ¿Qué planeta houo, que tan presto contrarió su operación? ¡Qué poco coraçón es este! Leuanta, por Dios, no seas hallada de tu padre en tan sospechoso lugar, que serás sentida. Señora, señora, ¿no me oyes? No te amortezcas, por Dios. Ten esfuerço para sofrir la pena, pues touiste osadía para el plazer.

MELIBEA.- ¿Oyes lo que aquellos moços van hablando? ¿Oyes sus tristes cantares? ¡Rezando lleuan con responso mi bien todo! ¡Muerta lleuan mi alegría! ¡No es tiempo de yo biuir! ¿Cómo no gozé más del gozo? ¿Cómo tuue en tan poco la gloria, que entre mis manos toue? ¡O ingratos mortales! ¡Jamás conocés vuestros bienes, sino quando dellos caresceys! [202]

LUCRECIA.- Abíuate, abiua, que mayor mengua será hallarte en el huerto, que plazer sentiste con la venida ni pena con ver que es muerto. Entremos en la cámara, acostarte as. Llamaré a tu padre e fingiremos otro mal, pues este no es para poderse encobrir.

[203]


El veynteno aucto

ARGUMENTO DEL VEYNTENO AUTO

Lucrecia llama a la puerta de la cámara de Pleberio. Pregúntale Pleberio lo que quiere. Lucrecia le da priessa que vaya a uer a su hija Melibea. Leuantado Pleberio, va a la cámara de Melibea. Consuélala, preguntando qué mal tiene. Finge Melibea dolor de coraçón. Embía Melibea a su padre por algunos instrumentos músicos. Sube ella e Lucrecia en vna torre. Embía de sí a Lucrecia. Cierra tras ella la puerta. Llégase su padre al pie de la torre. Descúbrele Melibea todo el negocio, que hauía passado. En fin, déxase caer de la torre abaxo.

PLEBERIO, LUCRECIA, MELIBEA.

PLEBERIO.- ¿Qué quieres, Lucrecia? ¿Qué quieres tan presurosa? ¿Qué pides con tanta importunidad e poco sosiego? ¿Qué es lo que mi hija ha sentido? ¿Qué mal tan arrebatado puede ser, que no aya yo tiempo de me vestir ni me des avn espacio a me leuantar?

LUCRECIA.- Señor, apresúrate mucho, si la quieres [204] ver viua, que ni su mal conozco de fuerte ni a ella ya de desfigurada.

PLEBERIO.- Vamos presto, anda allá, entra adelante, alça essa antepuerta e abre bien essa ventana, porque le pueda ver el gesto con claridad. ¿Qué es esto, hija mía? ¿Qué dolor e sentimiento es el tuyo? ¿Qué nouedad es esta? ¿Qué poco esfuerço es este? Mírame, que soy tu padre. Fabla comigo, cuéntame la causa de tu arrebatada pena. ¿Qué has? ¿Qué sientes? ¿Qué quieres? Hablame, mírame, dime la razón de tu dolor, porque presto sea remediado. No quieras embiarme con triste postrimería al sepulcro. Ya sabes que no tengo otro bien, sino a ti. Abre essos alegres ojos e mírame.

MELIBEA.- ¡Ay dolor!

PLEBERIO.- ¿Qué dolor puede ser, que yguale con ver yo el tuyo? Tu madre está sin seso en oyr tu mal. No pudo venir a verte de turbada. Esfuerça tu fuerça, abiua tu coraçón, arréziate de manera que puedas tú comigo yr a visitar a ella. Dime, ánima mía, la causa de tu sentimiento.

MELIBEA.- ¡Pereció mi remedio! [205]

PLEBERIO.- Hija, mi bienamada e querida del viejo padre, por Dios, no te ponga desesperación el cruel tormento desta tu enfermedad e passión, que a los flacos coraçones el dolor los arguye. Si tú me cuentas tu mal, luego será remediado. Que ni faltarán medicinas ni médicos ni siruientes para buscar tu salud, agora consista en yeruas o en piedras o en palabras o esté secreta en cuerpos de animales. Pues no me fatigues más, no me atormentes, no me hagas salir de mi seso e dime ¿qué sientes?

MELIBEA.- Vna mortal llaga en medio del coraçón, que no me consiente hablar. No es ygual a los otros males; menester es sacarle para ser curada, que está en lo más secreto dél.

PLEBERIO.- Temprano cobraste los sentimientos de la vegez. La moçedad toda suele ser plazer e alegría, enemiga de enojo. Levántate de ay. Vamos a uer los frescos ayres de la ribera: alegrarte has con tu madre, descansará tu pena. Cata, si huyes de plazer, no ay cosa más contraria a tu mal.

MELIBEA.- Vamos donde mandares. Subamos, [206] señor, al açotea alta, porque desde allí goze de la deleytosa vista de los nauíos: por ventura afloxará algo mi congoxa.

PLEBERIO.- Subamos e Lucrecia con nosotros.

MELIBEA.- Mas, si a ti plazerá, padre mío, mandar traer algún instrumento de cuerdas con que se sufra mi dolor o tañiendo o cantando, de manera que, avnque aquexe por vna parte la fuerça de su acidente, mitigarlo han por otra los dulces sones e alegre armonía.

PLEBERIO.- Esso, hija mía, luego es hecho. Yo lo voy a mandar aparejar.

MELIBEA.- Lucrecia, amiga mía, muy alto es esto. Ya me pesa por dexar la compañía de mi padre. Baxa a él e dile que se pare al pie desta torre, que le quiero dezir vna palabra, que se me oluidó que fablasse a mi madre.

LUCRECIA.- Ya voy, señora. [207]

MELIBEA.- De todos soy dexada. Bien se ha adereçado la manera de mi morir. Algún aliuio siento en ver que tan presto seremos juntos yo e aquel mi querido amado Calisto. Quiero cerrar la puerta, porque ninguno suba a me estoruar mi muerte. No me impidan la partida, no me atajen el camino, por el qual en breue tiempo podré visitar en este día al que me visitó la passada noche. Todo se ha hecho a mi voluntad. Buen tiempo terné para contar a Pleberio mi señor la causa de mi ya acordado fin. Gran sinrazón hago a sus canas, gran ofensa a su vegez. Gran fatiga le acarreo con mi falta. En gran soledad le dexo. Y caso que por mi morir a mis [208] queridos padres sus días se diminuyessen, ¿quién dubda que no aya auido otros más crueles contra sus padres? Bursia, rey de Bitinia, sin ninguna razón, no aquexándole pena como a mí, mató su propio padre. Tolomeo, rey de Egypto, a su padre e madre e hermanos e muger, [209] por gozar de vna manceba. Orestes a su madre Clistenestra. El cruel emperador Nero a su madre Agripina por solo su plazer hizo matar. Estos son dignos de culpa, estos son verdaderos parricidas, que no yo; que con mi pena, con mi muerte purgo la culpa, que de su dolor se me puede poner. Otros muchos crueles ouo, que mataron hijos e hermanos, debaxo de cuyos yerros el mío no parescerá grande. Philipo, rey de Macedonia; Herodes, rey de Judea; Constantino, emperador de Roma; Laodice, reyna de Capadocia, e Medea, la nigromantesa. Todos estos mataron hijos queridos e amados, sin ninguna razón, quedando sus personas a saluo. Finalmente, me ocurre aquella gran crueldad de Phrates, rey de los Parthos, que, porque no quedasse sucessor después dél, mató a Orode, su viejo padre e a su vnico hijo e treynta hermanos suyos. Estos fueron delictos dignos de culpable culpa, que, guardando sus personas de peligro, matauan sus mayores e descendientes e hermanos. Verdad es que, avnque todo esto assí sea, no auía de remedarlos en lo que malhizieron; pero no es más en mi mano. Tú, Señor, que de mi habla eres testigo, ves mi poco poder, ves quán catiua tengo mi libertad, quán presos mis sentidos de tan poderoso amor del muerto [210] cauallero, que priua al que tengo con los viuos padres.



PLEBERIO.- Hija mía Melibea, ¿qué hazes sola? ¿Qué es tu voluntad dezirme? ¿Quieres que suba allá?

MELIBEA.- Padre mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estó, que estoruaras la presente habla, que te quiero fazer. Lastimado, serás breuemente con la muerte de tu vnica fija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso e tu passión, llegado es mi aliuio e tu pena, llegada es mi acompañada hora e tu tiempo de soledad. No haurás, honrrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oyrás la causa desesperada de mi forçada e alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no, quedarás más quexoso en no saber por qué me mato, que doloroso por verme muerta. Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado dezirte quisiere. Porque, quando el coraçón está embargado de passión, están cerrados los oydos al consejo e en tal tiempo las frutuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío, mis vltimas palabras e, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro. Bien [211] vees e oyes este triste e doloroso sentimiento, que toda la ciudad haze. Bien vees este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fuy yo la causa. Yo cobrí de luto e xergas en este día quasi la mayor parte de la cibdadana cauallería, yo dexé, oy muchos siruientes descubiertos de señor, yo quité muchas raciones e limosnas a pobres e enuergonçantes, yo fuy ocasión que los muertos touiessen compañía del más acabado hombre, que en gracia nasció, yo quité a los viuos el dechado de gentileza, de inuenciones galanas, de atauíos e brodaduras, de habla, de andar, de cortesía, de virtud, yo fuy causa que la tierra goze sin tiempo el más noble cuerpo e más fresca juuentud, que al mundo era en nuestra edad criada. E porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son passados, padre mío, que penaua por amor vn cauallero, que se llamaua Calisto, el qual tú bien conosciste. Conosciste assimismo [212] sus padres e claro linaje: sus virtudes e bondad a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor e tan poco el lugar para hablarme, que descubrió su passión a vna astuta e sagaz muger, que llamauan Celestina. La qual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho. Descubría a ella lo que a mi querida madre encobría. Touo manera cómo ganó mi querer, ordenó cómo su desseo e el mío houiessen efeto. Si él mucho me amaua, no viuía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce e desdichada execución de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad. Del qual deleytoso yerro de amor gozamos quasi vn mes. E como esta passada noche viniesse, según era acostumbrado, a la buelta de su venida, como de la fortuna mudable estouiesse dispuesto e ordenado, según su desordenada costumbre, como las paredes eran altas, la noche escura, la escala delgada, los siruientes que traya no diestros en aquel género de seruicio e él baxaua pressuroso a uer vn ruydo, que con sus criados sonaua en la calle, con el gran ímpetu que leuaua, no vido bien los passos, puso el pie en vazío e cayó. De la triste cayda sus más escondidos sesos quedaron [213] repartidos por las piedras e paredes. Cortaron las hadas sus hilos, cortáronle sin confessión su vida, cortaron mi esperança, cortaron mi gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él despeñado, que viuiese yo penada? Su muerte combida a la mía, combídame e fuerça que sea presto, sin dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por seguille en todo. No digan por mí: a muertos e a ydos... E assí contentarle he en la muerte, pues no tuue tiempo en la vida. ¡O mi amor e señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me incuses la tardança que hago, dando esta vltima cuenta a mi viejo padre, pues le deuo mucho más.» ¡O padre mío muy amado! Ruégote, si amor en esta passada e penosa vida me has tenido, que sean juntas nuestras sepulturas: juntas nos hagan nuestras obsequias. Algunas consolatorias palabras te diría antes de mi agradable fin, coligidas e sacadas de aquellos antigos libros, que tú por más aclarar mi ingenio me mandauas leer; sino que ya la dañada memoria con la grand turbación me las ha perdido e avn porque veo tus lágrimas malsofridas [214]decir por tu arrugada haz. Salúdame a mi cara e amada madre: sepa de ti largamente la triste razón porque muero. ¡Gran plazer lleuo de no la ver presente! Toma, padre viejo, los dones de tu vegez. Que en largos días largas se sufren tristezas. Rescibe las arras de tu senectud antigua, rescibe allá tu amada hija. Gran dolor lleuo de mí, mayor de ti, muy mayor de mi vieja madre. Dios quede contigo e con ella. A él ofrezco mi ánima. Pon tú en cobro este cuerpo, que allá baxa.

[215]

1   ...   5   6   7   8   9   10   11   12   13


Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©atelim.com 2016
rəhbərliyinə müraciət