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La Celestina Fernando de Rojas Introducción


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Aucto dézimoquinto

ARGUMENTO DEL DÉCIMOQUINTO AUCTO

Areusa dize palabras injuriosas a vn rufián, llamado Centurio, el qual se despide della por la venida de Elicia, la qual cuenta a Areusa las muertes que sobre los amores de Calisto e Melibea se auían ordenado, e conciertan Areusa y Elicia que Centurio aya de vengar las muertes de los tres en los dos enamorados. En fin, despídese Elicia de Areusa, no consintiendo en lo que le ruega, por no perder el buen tiempo que se daua, estando en su asueta casa.

AREUSA, CENTURIO, ELICIA.

ELICIA.- ¿Qué bozear es este de mi prima? Si ha sabido las tristes nueuas que yo le traygo, no auré yo las albricias de dolor, que por tal mensaje se ganan. Llore, llore, vierta lágrimas, pues no se hallan tales hombres a cada rincón. Plázeme que assí lo siente. Messe aquellos cabellos como yo triste he fecho, sepa que es perder buena vida más trabajo que la misma muerte. ¡O [142] quanto más la quiero que hasta aquí, por el gran sentimiento que muestra!

AREUSA.- Vete de mi casa, rufián, vellaco, mentiroso, burlador, que me traes engañada, boua, con tus offertas vanas. Con tus ronces e halagos hasme robado quanto tengo. Yo te di, vellaco, sayo e capa, espada e broquel, camisas de dos en dos a las mill marauillas labradas, yo te di armas e cauallo, púsete con señor que no le merescías descalçar; agora vna cosa que te pido que por mí fagas pónesme mill achaques.

CENTURIO.- Hermana mía, mándame tú matar [143] con diez hombres por tu seruicio e no que ande vna legua de camino a pie.

AREUSA.- ¿Por qué jugaste tú el cauallo, tahúr vellaco? Que si por mí no ouiesse sido, estarías tú ya ahorcado. Tres vezes te he librado de la justicia, quatro vezes desempeñado en los tableros. ¿Por qué lo hago? ¿Por qué soy loca? ¿Por qué tengo fe con este couarde? ¿Por qué creo sus mentiras? ¿Por qué le consiento entrar por mis puertas? ¿Qué tiene bueno? Los cabellos crespos, la cara acuchillada, dos vezes açotado, [144] manco de la mano del espada, treynta mugeres en la putería. Salte luego de ay. No te vea yo más, no me hables ni digas que me conoces; si no, por los huesos del padre que me hizo e de la madre que me parió, yo te haga dar mill palos en essas espaldas de molinero. Que ya sabes que tengo quien lo sepa hazer y, hecho, salirse con ello.

CENTURIO.- ¡Loquear, bouilla! Pues si yo me ensaño, alguna llorará. Mas quiero yrme e çofrirte, que no sé quien entra, no nos oyan.

ELICIA.- Quiero entrar, que no es son de buen llanto donde ay amenazas e denuestos.

AREUSA.- ¡Ay triste yo! ¿Eres tú, mi Elicia? ¡Jesú, Jesú!, no lo puedo creer. ¿Qué es esto? ¿Quién te me cubrió de dolor? ¿Qué manto de tristeza es este? Cata, que me espantas, hermana mía. Dime presto qué cosa es, que estoy sin tiento, ninguna gota de sangre has dexado en mi cuerpo.

ELICIA.- ¡Gran dolor, gran pérdida! Poco es lo que muestro con lo que siento y encubro; más [145] negro traygo el coraçón que el manto, las entrañas, que las tocas. ¡Ay hermana, hermana, que no puedo fablar! No puedo de ronca sacar la boz del pecho.

AREUSA.- ¡Ay triste! ¿Qué me tienes suspensa? Dímelo, no te messes, no te rascuñes ni maltrates. ¿Es común de entrambas este mal? ¿Tócame a mí?

ELICIA.- ¡Ay prima mía e mi amor! Sempronio e Pármeno ya no biuen, ya no son en el mundo. Sus ánimas ya están purgando su yerro. Ya son libres desta triste vida.

AREUSA.- ¿Qué me cuentas? No me lo digas. Calla por Dios, que me caeré muerta.

ELICIA.- Pues más mal ay que suena. Oye a la triste, que te contará más quexas. Celestina, aquella que tú bien conosciste, aquella que yo tenía por madre, aquella que me regalaua, aquella que me encubría, aquella con quien yo me honrraua entre mis yguales, aquella por quien yo era conoscida en toda la ciudad e arrabales, ya está dando cuenta de sus obras. Mill cuchilladas [146] le vi dar a mis ojos: en mi regaço me la mataron.

AREUSA.- ¡O fuerte tribulación! ¡O dolorosas nueuas, dignas de mortal lloro! ¡O acelerados desastres! ¡O pérdida incurable! ¿Cómo ha rodeado atan presto la fortuna su rueda? ¿Quién los mató? ¿Cómo murieron? Que estoy enuelesada, sin tiento, como quien cosa impossible oye. No ha ocho días que los vide biuos e ya podemos dezir: perdónelos Dios. Cuéntame, amiga mía, cómo es acaescido tan cruel e desastrado caso.

ELICIA.- Tú lo sabrás. Ya oyste dezir, hermana, los amores de Calisto e la loca de Melibea. Bien verías cómo Celestina auía tomado el cargo, por intercessión de Sempronio, de ser medianera, pagándole su trabajo. La qual puso tanta diligencia e solicitud, que a la segunda açadonada sacó agua. Pues, como Calisto tan presto vido buen concierto en cosa que jamás lo esperaua, a bueltas de otras cosas dio a la desdichada de mi tía vna cadena de oro. E como sea de tal calidad aquel metal, que mientra más beuemos dello más sed nos pone, con sacrílega [147] hambre, quando se vido tan rica, alçose con su ganancia e no quiso dar parte a Sempronio ni a Pármeno dello, lo qual auía quedado entre ellos que partiessen lo que Calisto diesse. Pues, como ellos viniessen cansados vna mañana de acompañar a su amo toda la noche, muy ayrados de no sé qué questiones que dizen que auían auido, pidieron su parte a Celestina de la cadena para remediarse. Ella púsose en negarles la conuención e promesa e dezir que todo era suyo lo ganado e avn descubriendo otras cosillas de secretos, que como dizen: riñen las comadres etc. Assí que ellos muy enojados, por vna parte los aquexaua la necessidad, que priua todo amor; por otra, el enojo grande e cansancio que trayan, que acarrea alteración; por otra, auían la fe quebrada de su mayor esperança. No sabían qué hazer. Estuuieron gran rato en palabras. Al fin, viéndola tan cobdiciosa, perseuerando en [148] su negar, echaron mano a sus espadas e diéronle mill cuchilladas.

AREUSA.- ¡O desdichada de muger! ¡Y en esto auía su vejez de fenescer! ¿E dellos, qué me dizes? ¿En qué pararon?

ELICIA.- Ellos, como ouieron hecho el delicto, por huyr de la justicia, que acaso passaua por allí, saltaron de las ventanas e quasi muertos los prendieron e sin más dilación los degollaron.

AREUSA.- ¡O mi Pármeno e mi amor! ¡Y quanto dolor me pone su muerte! Pésame del grande amor que con él tan poco tiempo auía puesto, pues no me auía más de durar. Pero pues ya este mal recabdo es hecho, pues ya esta desdicha es acaescida, pues ya no se pueden por lágrimas comprar ni restaurar sus vidas, no te fatigues tú tanto, que cegarás llorando. Que creo que poca ventaja me lleuas en sentimiento y verás con quanta paciencia lo çuffro y passo.

ELICIA.- ¡Ay que rauio! ¡Ay mezquina, que salgo de seso! ¡Ay, que no hallo quien lo sienta como yo! No hay quien pierda lo que yo pierdo. ¡O quánto mejores y más honestas fueran mis [149] lágrimas en passión ajena, que en la propia mía! ¿A donde yré, que pierdo madre, manto y abrigo; pierdo amigo y tal que nunca faltaua de mi marido? ¡O Celestina sabia, honrrada y autorizada, quántas faltas me encobrías con tu buen saber! Tú trabajauas, yo holgaua; tú salías fuera, yo estaua encerrada; tú rota, yo vestida; tú entrauas contino como abeja por casa, yo destruya, que otra cosa no sabía hazer. ¡O bien y gozo mundano, que mientra eres posseydo eres menospreciado y jamás te consientes conocer hasta que te perdemos! ¡O Calisto y Melibea, causadores de tantas muertes! ¡Mal fin ayan vuestros amores, en mal sabor se conuiertan vuestros dulces plazeres! Tórnese lloro vuestra gloria, trabajo vuestro descanso. Las yeruas deleytosas, donde tomays los hurtados solazes, se conuiertan en culebras, los cantares se os tornen lloro, los sombrosos árboles del huerto se sequen con vuestra vista, sus flores olorosas se tornen de negra color. [150]

AREUSA.- Calla, por Dios, hermana, pon silencio a tus quexas, ataja tus lágrimas, limpia tus ojos, torna sobre tu vida. Que quando vna puerta se cierra, otra suele abrir la fortuna y este mal, avnque duro, se soldará. E muchas cosas se pueden vengar que es impossible remediar y esta tiene el remedio dudoso e la vengança en la mano.

ELICIA.- ¿De quién se ha de auer enmienda, que la muerta y los matadores me han acarreado esta cuyta? No menos me fatiga la punición de los delinquentes, que el yerro cometido. ¿Qué mandas que haga, que todo carga sobre mí? Pluguiera a Dios que fuera yo con ellos e no quedara para llorar a todos. Y de lo que más dolor siento es ver que por esso no dexa aquel vil de poco sentimiento de ver y visitar festejando cada noche a su estiércol de Melibea y ella muy vfana en ver sangre vertida por su seruicio.

AREUSA.- Si esso es verdad ¿de quién mejor se puede tomar vengança? De manera que quien lo comió, aquel lo escote. Déxame tú, que si [151] yo les caygo en el rastro, quándo se veen e cómo, por dónde e a qué hora, no me ayas tú por hija de la pastellera vieja, que bien conosciste, si no hago que les amarguen los amores. E si pongo en ello a aquel con quien me viste que reñía quando entrauas, si no sea él peor verdugo para Calisto, que Sempronio de Celestina. Pues, ¡qué gozo auría agora él en que le pusiesse yo en algo por mi seruicio, que se fue muy triste de verme que le traté mal! E vería él los cielos abiertos en tornalle yo a hablar e mandar. Por ende, hermana, dime tú de quien pueda yo saber el negocio cómo passa, que yo le haré armar vn lazo con que Melibea llore quanto agora goza.

ELICIA.- Yo conozco, amiga, otro compañero de Pármeno, moço de cauallos, que se llama Sosia, que le acompaña cada noche. Quiero trabajar de se lo sacar todo el secreto e este será buen camino para lo que dizes.

AREUSA.- Mas hazme este plazer, que me embíes [152] acá esse Sosia. Yo le halagaré e diré mill lisonjas e offrescimientos hasta que no le dexe en el cuerpo de lo hecho e por hazer. Después a él e a su amo haré reuessar el plazer comido. E tú, Elicia, alma mía, no recibas pena. Passa a mi casa tu ropa e alhajas e vente a mi compañía, que estarás muy sola e la tristeza es amiga de la soledad. Con nueuo amor oluidarás los viejos. Vn hijo que nasce restaura la falta de tres finados: con nueuo sucessor se pierde la alegre memoria e plazeres perdidos del passado. De vn pan, que yo tenga, ternás tú la meytad. Más lástima tengo de tu fatiga, que de los que te la ponen. Verdad sea, que cierto duele más la pérdida de lo que hombre tiene, que da plazer la esperança de otro tal, avnque sea cierta. Pero ya lo hecho es sin remedio e los muertos irrecuperables. E como dizen: mueran e biuamos. A los biuos me dexa a cargo, que yo te les daré tan amargo xarope a beuer, qual ellos a ti han dado. ¡Ay prima, prima, como sé yo, quando me ensaño, reboluer estas tramas, avnque [153] soy moça! E de ál me vengue Dios, que de Calisto Centurio me vengará.

ELICIA.- Cata que creo que, avnque llame el que mandas, no aurá effecto lo que quieres, porque la pena de los que murieron por descobrir el secreto porná silencio al biuo para guardarle. Lo que me dizes de mi venida a tu casa te agradesco mucho. E Dios te ampare e alegre en tus necessidades, que bien muestras el parentesco e hermandad no seruir de viento, antes en las aduersidades aprouechar. Pero, avnque lo quiera hazer, por gozar de tu dulce compañía, no podrá ser por el daño que me vernía. La causa no es necessario dezir, pites hablo con quien me entiende. Que allí, hermana, soy conoscida, allí estoy aparrochada. Jamás perderá aquella casa el nombre de Celestina, que Dios aya. Siempre acuden allí moças conoscidas e allegadas, medio parientas de las que ella crió. Allí hazen sus conciertos, de donde se me seguirá algún prouecho. E también essos pocos amigos, que me quedan, no me saben otra morada. Pues ya sabes quán duro es dexar lo vsado e [154] que mudar costumbre es a par de muerte e piedra mouediza que nunca moho la cobija. Allí quiero estar, siquiera porque el alquile de la casa, que está pagado por ogaño, no se vaya em balde. Assí que, avnque cada cosa no abastasse por sí, juntas aprouechan e ayudan. Ya me paresce que es hora de yrme. De lo dicho me lleuo el cargo. Dios quede contigo, que me voy.

[155]

Aucto décimo sesto

ARGUMENTO DEL DECIMOSESTO AUCTO

Pensando Pleberio e Alisa tener su hija Melibea el don de la virginidad conseruado, lo qual, según ha parescido, está en contrario, y están razonando sobre el casamiento de Melibea; e en tan gran quantidad le dan pena las palabras, que de sus padres oye, que embía a Lucrecia para que sea causa de su silencio en aquel propósito.

PLEBERIO, ALISA, LUCRECIA, MELIBEA.

PLEBERIO.- Alisa, amiga, el tiempo, según me parece, se nos va, como dizen, entre las manos. Corren los días como agua de río. No hay cosa tan ligera para huyr como la vida. La muerte nos sigue e rodea, de la qual somos vezinos e hazia su vandera nos acostamos, según natura. [156] Esto vemos muy claro, si miramos nuestros yguales, nuestros hermanos e parientes en derredor. Todos los come ya la tierra, todos están en sus perpetuas moradas. E pues somos inciertos quándo auemos de ser llamados, viendo tan ciertas señales, deuemos echar nuestras baruas en remojo e aparejar nuestros fardeles para andar este forçoso camino; no nos tome improuisos ni de salto aquella cruel boz de la muerte. Ordenemos nuestras ánimas con tiempo, que más vale preuenir que ser preuenidos. Demos nuestra hazienda a dulce sucessor, acompañemos nuestra vnica hija con marido, qual nuestro estado requiere, porque vamos descansados e sin dolor deste mundo. Lo qual con mucha diligencia deuemos poner desde agora por obra e lo que otras vezes auemos principiado en este caso, agora aya execución. No quede por nuestra negligencia nuestra hija en manos [157] de tutores, pues parescerá ya mejor en su propia casa que en la nuestra. Quitarla hemos de lenguas de vulgo, porque ninguna virtut ay tan perfecta, que no tenga vituperadores e maldizientes. No ay cosa con que mejor se conserue la limpia fama en las vírgines, que con temprano casamiento. ¿Quién rehuyría nuestro parentesco en toda la ciudad? ¿Quién no se hallará gozoso de tomar tal joya en su compañía? ¿En quien caben las quatro principales cosas que en los casamientos se demandan, conuiene a saber: lo primero discrición, honestidad e virginidad: segundo, hermosura; lo terçero el alto origen e parientes; lo final, riqueza? De todo esto la dotó natura. Qualquiera cosa que nos pidan hallarán bien complida.

ALISA.- Dios la conserue, mi señor Pleberio, porque nuestros desseos veamos complidos en nuestra vida. Que antes pienso que faltará ygual a nuestra hija, según tu virtut e tu noble sangre, que no sobrarán muchos que la merezcan. Pero como esto sea officio de los padres e muy ageno a las mugeres, como tú lo ordenares, seré yo alegre, e nuestra hija obedecerá, según su casto biuir e honesta, vida y humildad.

LUCRECIA.- ¡Avn si bien lo supiesses, rebentarías! ¡Ya!, ¡ya! ¡Perdido es lo mejor! ¡Mal año [158] se os apareja a la vejez! Lo mejor Calisto lo lleua. No ay quien ponga virgos, que ya es muerta Celestina. Tarde acordays y más auíades de madrugar. ¡Escucha!, ¡escucha! señora Melibea.

MELIBEA.- ¿Qué hazes ay escondida, loca?



LUCRECIA.- Llégate aquí, señora, oyrás a tus padres la priessa que traen por te casar.

MELIBEA.- Calla, por Dios, que te oyrán. Déxalos parlar, déxalos deuaneen. Vn mes há que otra cosa no hazen ni en otra cosa entienden. No parece sino que les dize el coraçón el gran amor que a Calisto tengo e todo lo que con él vn mes há he passado. No sé si me han sentido, no sé qué se seaaquexarles más agora este cuydado que nunca. Pues mándoles yo trabajar en vano. Por demás es la cítola en el molino. ¿Quién es el que me ha de quitar mi gloria? ¿Quién apartarme mis plazeres? Calisto es mi [159] ánima, mi vida, mi señor, en quien yo tengo toda mi sperança. Conozco dél que no biuo engañada. Pues él me ama, ¿con qué otra cosa le puedo pagar? Todas las debdas del mundo resciben compensación en diuerso género; el amor no admite sino solo amor por paga. En pensar en él me alegro, en verlo me gozo, en oyrlo me glorifico. Haga e ordene de mí a su voluntad. Si passar quisiere la mar, con él yré; si rodear el mundo, lléueme consigo; si venderme en tierra de enemigos, no rehuyré su querer. Déxenme mis padres gozar d'él, si ellos quieren gozar de mí. No piensen en estas vanidades ni en estos casamientos: que más vale ser buena amiga que mala casada. Déxenme gozar mi mocedad alegre, si quieren gozar su vejez cansada; si no, presto podrán aparejar mi perdición e su sepultura. No tengo otra lástima, sino por el tiempo que perdí de no gozarlo, de no conoscerlo, después que a mí me sé conoscer. No quiero marido, no quiero ensuziar los ñudos [160] del matrimonio ni las maritales pisadas de ageno hombre repisar, como muchas hallo en los antiguos libros que ley o que hizieron más discretas que yo, más subidas en estado e linaje. Las quales algunas eran de la gentilidad tenidas por diosas, assí como Venus, madre de Eneas e de Cupido, el dios del amor, que siendo casada corrompió la prometida fe marital. E avn otras, de mayores fuegos encendidas, cometieron [161] nefarios e incestuosos yerros, como Mirra con su padre, Semíramis con su hijo, Canasce con su hermano e avn aquella forjada Thamar, hija del rey Dauid. Otras avn más cruelmente traspassaron las leyes de natura, como Pasiphe, muger del rey Minos, con el toro. Pues reynas eran e grandes señoras, debaxo de cuyas culpas la razonable mía podrá passar sin denuesto. Mi amor fue con justa causa. Requerida e rogada, catiuada de su merescimiento, aquexada por tan astuta maestra como Celestina, seruida de muy peligrosas visitaciones, antes que concediesse por entero en su amor. Y después vn mes há, como has visto, que jamás noche ha faltado sin ser nuestro huerto escalado como fortaleza e muchas auer venido [162] em balde e por esso no me mostrar más pena ni trabajo. Muertos por mí sus seruidores, perdiéndose su hazienda, fingiendo absencia con todos los de la ciudad, todos los días encerrado en casa con esperança de verme a la noche. ¡Afuera, afuera la ingratitud, afuera las lisonjas e el engaño con tan verdadero amador, que ni quiero marido ni quiero padre ni parientes! Faltándome Calisto, me falte la vida, la qual, porque él de mí goze, me aplaze.

LUCRECIA.- Calla, señora, escucha, que todavía perseueran.

PLEBERIO.- Pues, ¿qué te parece, señora muger? ¿Deuemos hablarlo a nuestra hija, deuemos darle parte de tantos como me la piden, para que de su voluntad venga, para que diga quál le agrada? Pues en esto las leyes dan libertad a los hombres e mugeres, avnque estén so el paterno poder, para elegir.

ALISA.- ¿Qué dizes? ¿En qué gastas tiempo? ¿Quién ha de yrle con tan grande nouedad a nuestra Melibea, que no la espante? ¡Cómo! [163] ¿E piensas que sabe ella qué cosa sean hombres? ¿Si se casan o qué es casar? ¿O que del ayuntamiento de marido e muger se procreen los hijos? ¿Piensas que su virginidad simple le acarrea torpe desseo de lo que no conosce ni ha entendido jamás? ¿Piensas que sabe errar avn con el pensamiento? No lo creas, señor Pleberio, que si alto o baxo de sangre o feo o gentil de gesto le mandaremos tomar, aquello será su plazer, aquello aurá por bueno. Que yo sé bien lo que tengo criado en mi guardada hija.

MELIBEA.- Lucrecia, Lucrecia, corre presto, entra por el postigo en la sala y estóruales su hablar, interrúmpeles sus alabanças con algún fingido mensaje, si no quieres que vaya yo dando bozes como loca, según estoy enojada del concepto engañoso, que tienen de mi ignorancia.

LUCRECIA.- Ya voy, señora.

[165]

Aucto décimo séptimo

ARGUMENTO DEL DÉCIMO SÉPTIMO AUCTO

Elicia, caresciendo de la castimonia de Penélope, determina de despedir el pesar e luto que por causa de los muertos trae, alabando el consejo de Areusa en este propósito; la qual va a casa de Areusa, adonde viene Sosia, al qual Areusa con palabras fictas saca todo el secreto que está entre Calisto e Melibea.

ELICIA, AREUSA, SOSIA.

ELICIA.- Mal me va con este luto. Poco se visita mi casa, poco se passea mi calle. Ya no veo las músicas de la aluorada, ya no las canciones de mis amigos, ya no las cuchilladas ni ruydos de noche por mi causa e, lo que peor siento, que ni blanca ni presente veo entrar por mi puerta. [166] De todo esto me tengo yo la culpa, que si tomara el consejo de aquella que bien me quiere, de aquella verdadera hermana, quando el otro día le lleué las nueuas deste triste negocio, que esta mi mengua ha acarreado, no me viera agora entre dos paredes sola, que de asco ya no ay quien me vea. El diablo me da tener dolor por quien no sé si, yo muerta, lo tuuiera. A osadas, que me dixo ella a mí lo cierto: nunca, hermana, traygas ni muestres más pena por el mal ni muerte de otro, que él hiziera por ti. Sempronio holgara, yo muerta; pues ¿por qué, loca, me peno yo por él degollado? ¿E qué sé si me matara a mí, conio era acelerado e loco, como hizo a aquella vieja, que tenía yo por madre? Quiero en todo seguir su consejo de Areusa, que sabe más del mundo que yo e verla muchas vezes e traer materia cómo biua. ¡O qué participación tan suaue, qué conuersación tan gozosa e dulce! No en balde se dize: que vale más vn día del [167] hombre discreto, que toda la vida del nescio e simple. Quiero pues deponer el luto, dexar tristeza, despedir las lágrimas, que tan aparejadas han estado a salir. Pero como sea el primer officio, que en nasciendo hazemos, llorar, no me marauilla ser más ligero de començar e de dexar más duro. Mas para esto es el buen seso, viendo la pérdida al ojo, viendo que los atauíos hazen la muger hermosa, avnque no lo sea, tornan de vieja moça e a la moça más. No es otra cosa la color e aluayalde, sino pegajosa liga en que se trauan los hombres. Ande pues mi espejo e alcohol, que tengo dañados estos ojos; anden mis tocas blancas, mis gorgueras labradas, mis ropas de plazer. Quiero adereçar lexía para estos cabellos, que perdían ya la ruuia color y, esto hecho, contaré mis gallinas, haré mi cama, porque la limpieza alegra el coraçón, barreré mi puerta e regaré la calle, porque los que passaren vean que es ya desterrado el dolor. Mas primero quiero yr a visitar mi prima, por preguntarle si ha ydo allá Sosia e lo que con él ha passado, que no lo he visto después que le dixe cómo le querría hablar Areusa. Quiera Dios que la halle sola, que jamás está desacompañada de galanes, como buena tauerna de borrachos. [168]

ELICIA.- Cerrada está la puerta. No deue estar allá hombre. Quiero llamar. Tha, tha.

AREUSA.- ¿Quién es?

ELICIA.- Abre, amiga; Elicia soy.

AREUSA.- Entra, hermana mía. Véate Dios, que tanto plazer me hazes en venir como vienes, mudado el hábito de tristeza. Agora nos gozaremos juntas, agora te visitaré, vernos hemos en mi casa y en la tuya. Quiçá por bien fue para entrambas la muerte de Celestina, que yo ya siento la mejoría más que antes. Por esto se dize que los muertos abren los ojos de los que biuen, a vnos con haziendas, a otros con libertad, como a ti.

ELICIA.- A tu puerta llaman. Poco espacio nos dan para hablar, que te querría preguntar si auía venido acá Sosia.

AREUSA.- No ha venido; después hablaremos. ¡Qué porradas que dan! Quiero yr abrir, que o es loco o priuado. [169] ¿Quién llama?

SOSIA.- Abreme, señora. Sosia soy, criado de Calisto.

AREUSA.- Por los santos de Dios, el lobo es en la conseja. Escóndete, hermana, tras esse paramento e verás quál te lo paro lleno de viento de lisonjas, que piense, quando se parta de mí, que es él e otro no. E sacarle he lo suyo e lo ageno del buche con halagos, como él saca el poluo con la almohaça a los cauallos.

AREUSA.- ¿Es mi Sosia, mi secreto amigo? ¿El que yo me quiero bien sin que él lo sepa? ¿El que desseo conoscer por su buena fama? ¿El fiel a su amo? ¿El buen amigo de sus compañeros? Abraçarte quiero, amor, que agora, que te veo, creo que ay más virtudes en ti, que todos me dezían. Andacá, entremos a assentarnos, que me gozo en mirarte, que me representas la figura del desdichado de Pármeno. Con [170] esto haze oy tan claro día que auías tú de venir a uerme. Dime, señor, ¿conoscíasme antes de agora?

SOSIA.- Señora, la fama de tu gentileza, de tus gracias e saber buela tan alto por esta ciudad, que no deues tener en mucho ser de más conoscida que conosciente, porque ninguno habla en loor de hermosas, que primero no se acuerde de ti, que de quantas son.

ELICIA.- (Aparte. Escondida.) ¡O hideputa el pelón e cómo se desasna! ¡Quién le ve yr al agua con sus cauallos en cerro e sus piernas de fuera, en sayo, e agora en verse medrado con calças e capa, sálenle alas e lengua!

AREUSA.- Ya me correría con tu razón, si alguno estuuiesse delante, en oyrte tanta burla como de mí hazes; pero, como todos los hombres traygays proueydas essas razones, essas engañosas alabanças, tan comunes para todas, hechas de molde, no me quiero de ti espantar. Pero hágote cierto, Sosia, que no tienes dellas necessidad; sin que me alabes te amo y sin que [171] me ganes de nueuo me tienes ganada. Para lo que te embié a rogar que me vieses, son dos cosas, las quales, si más lisonja o engaño en ti conozco, te dexaré de dezir, avnque sean de tu prouecho.

SOSIA.- Señora mía, no quiera Dios que yo te haga cautela. Muy seguro venía de la gran merced, que me piensas hazer e hazes. No me sentía digno para descalçarte. Guía tú mi lengua, responde por mí a tus razones, que todo lo avré por rato e firme.

AREUSA.- Amor mío, ya sabes quánto quise a Pármeno, e como dizen: quien bien quiere a Beltrán a todas sus cosas ama. Todos sus amigos me agradauan, el buen seruicio de su amo, como a él mismo, me plazía. Donde vía su daño de Calisto, le apartaua. Pues como esto assí sea, acordé dezirte, lo vno, que conozcas el amor que te tengo e quánto contigo e con tu visitación siempre me alegrarás e que en esto no perderás nada, si yo pudiere, antes te verná prouecho. Lo otro e segundo, que pues yo pongo mis ojos en ti, e mi amor e querer, auisarte que te guardes de peligros e más de descobrir tu secreto a ninguno, pues ves quanto daño vino a Pármeno e a Sempronio de lo que supo Celestina, [172] porque no querría verte morir mallogrado como a tu compañero. Harto me basta auer llorado al vno. Porque has de saber que vino a mí vna persona e me dixo que le auías tú descubierto los amores de Calisto e Melibea e cómo la auía alcançado e cómo yuas cada noche a le acompañar e otras muchas cosas, que no sabría relatar. Cata, amigo, que no guardar secreto es propio de las mugeres. No de todas; sino de las baxas e de los niños. Cata que te puede venir gran daño. Que para esto te dio Dios dos oydos e dos ojos e no más de vna lengua, porque sea doblado lo que vieres e oyeres, que no el hablar. Cata no confíes que tu amigo te ha de tener secreto de lo que le dixeres, pues tú no le sabes a ti mismo tener. Quando ouieres de yr con tu amo Calisto a casa de aquella señora, no hagas bullicio, no te sienta la tierra, que otros me dixeron que yuas cada noche dando bozes como loco de plazer.

SOSIA.- ¡O cómo son sin tiento e personas desacordadas las que tales nueuas, señora, te acarrean! Quien te dixo que de mi boca lo hauía oydo, no dize verdad. Los otros de verme yr con la luna de noche a dar agua a mis cauallos, holgando e auiendo plazer, diziendo cantares [173] por oluidar el trabajo e desechar enojo y esto antes de las diez, sospechan mal y de la sospecha hazen certidumbre, affirman lo que barruntan. Sí, que no estaua Calisto loco, que a tal hora auía de yr a negocio de tanta affrenta, sin esperar que repose la gente, que descansen todos en el dulçor del primer sueño. Ni menos auía de yr cada noche, que aquel officio no çufre cotidiana visitación. Y si más clara quieres, señora, ver su falsedad, como dizen, que toman antes al mentiroso que al que coxquea, en vn mes no auemos ydo ocho vezes y dizen los falsarios reboluedores que cada noche.

AREUSA.- Pues por mi vida, amor mío, porque yo los acuse y tome en el lazo del falso testimonio me dexes en la memoria los días que aueys concertado de salir e, si yerran, estaré segura de tu secreto y cierta de su leuantar. Porque no siendo su mensaje verdadero, será tu persona segura de peligro e yo sin sobresalto de tu vida. Pues tengo esperança de gozarme contigo largo tiempo.

SOSIA.- Señora, no alarguemos los testigos. Para esta noche en dando el relox las doze está hecho el concierto de su visitación por el huerto. Mañana preguntarás lo que han sabido, de lo [174] qual, si alguno te diere señas, que me tresquilen a mí a cruzes.

AREUSA.- ¿E por qué parte, alma mía, porque mejor los pueda contradezir, si anduuieren errados vacilando?

SOSIA.- Por la calle del vicario gordo, a las espaldas de su casa.

ELICIA.- (Aparte. Escondida.) ¡Tiénente, don handrajoso! ¡No es más menester! ¡Maldito sea el que en manos de tal azemilero se confía! ¡Qué desgoznarse haze el badajo!

AREUSA.- Hermano Sosia, esto hablado, basta para que tome cargo de saber tu innocencia e la maldad de tus aduersarios. Vete con Dios, que estoy ocupada en otro negocio y me he detenido mucho contigo.

ELICIA.- (Aparte.) ¡O sabia muger! ¡O despidiente propio, qual le merece el asno que ha vaziado su secreto tan de ligero!

SOSIA.- Graciosa e suaue señora, perdóname si te he enojado con mi tardança. Mientra holgares con mi seruicio, jamás hallarás quien tan de grado auenture en él su vida. E queden los ángeles contigo. [175]

AREUSA.- Dios te guíe. ¡Allá yras, azemilero! ¡Muy vfano vas por tu vida! Pues toma para tu ojo, vellaco, e perdona, que te la doy de espaldas. ¿A quién digo? Hermana, sal acá. ¿Qué te parece, quál le embío? Assí sé yo tratar los tales, assí salen de mis manos los asnos, apaleados como este e los locos corridos e los discretos espantados e los deuotos alterados e los castos encendidos. Pues, prima, aprende, que otra arte es esta que la de Celestina; avnque ella me tenía por boua, porque me quería yo serlo. E pues ya tenemos deste hecho sabido quanto desseáuamos, deuemos yr a casa de aquellotro cara de ahorcado, que el jueues eché delante de ti baldonado de mi casa e haz tú como que nos quieres fazer amigos e que rogaste que fuesse a verlo.

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