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Vargas Llosa, Mario. (2000). La Fiesta del Chivo. Madrid: Alfaguara


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Vargas Llosa, Mario. (2000). La Fiesta del Chivo. Madrid: Alfaguara.
Vargas Llosa narrando los últimos días del dictador Rafael Leonidas Trujillo nos da una visión general de su dictadura. Esta vista a través de tres perspectivas diferentes. La primera de estas nos la da una mujer que arrastra un terrible dolor, Urania Cabral, hija de Agustín “Cerebrito” Cabral, presidente del senado durante la dictadura, colaborador y cortesano del dictador. A través de ella conocemos un grupo de personas, del que su padre es el prototipo, muy importante en la dictadura, los burócratas civiles. Este grupo descrito como: “preparados, cabezas del país,... sensibles, cultos” (p.75), eran escogidos y utilizados por el dictador para diversos fines, tales como administrar sus bienes (p. 151) o legitimar las necesidades del régimen (p.150). Ellos tenían una lealtad y una devoción por Trujillo que llegaban a extremos absurdos. Competían y conspiraban entre sí (p.232) para estar mas cerca de él. Lo veían como el amo de sus vidas, un rey divino que les hacía un gran favor al permitirles estar a su lado. Por él eran capaces de cualquier sacrificio incluso ofrecerle lo más querido como ofrenda, sus esposas (p.74). El ejemplo más extremo lo ofrece la misma Urania que nos narra a través de la obra cómo su padre caído en desgracia ante los ojos del dictador, no vacila en ofrecer a su hija a cambio de volver a estar en los círculos íntimos de este. Es como un Abraham bíblico que ofrece lo más valioso: su única hija en sacrificio a su Dios. De esta forma Vargas Llosa hace patente una idea; la divinización de Trujillo. A este, desde los sectores más cercanos al régimen hasta los sectores pobres lo perciben como un padre, un ser divino, un mesías mandado por Dios, un elegido. La idea Dios y Trujillo (p.293) está presente en toda la obra. Otro detalle importante de los burócratas civiles es la habilidad que tuvieron muchos de ellos para sobrevivir al tirano y adaptarse al nuevo sistema democrático (p. 72).

La segunda perspectiva nos la ofrecen los conspiradores que desesperados esperan a que pase el dictador para darle muerte. Estos hombres, Antonio de la Masa, Antonio “Tony” Imbert, Amado “Amadito” García Guerrero, Salvador “el Turco” Estrella Sadhalá, Pedro “Negro” Livio Cedeño, Huascar Tejada Pimentel y Roberto Pastoriza Neret tenían varias cosas en común. Eran hombres de acción, pertenecían o estaban vinculados de alguna forma al ejército. Por supuesto eran trujillistas o mejor dicho eran miembros de la dictadura (este dato es importante, porque un grupo que no estuviera vinculado a la dictadura se le hubiera hecho mucho más difícil lograr un atentado con éxito contra Trujillo). Y lo más importante es que por alguna desgracia personal estaban profundamente decepcionados y resentidos contra el dictador. Tomemos por ejemplo el caso de de la Maza. El hermano de este Tavito, piloto y trujillista acérrimo, participó en el escándalo de Jesús Galíndez, crítico de la dictadura que fue secuestrado en Nueva York y asesinado en Santo Domingo (p.111). Ante el ruego y la advertencia de Antonio para que pida asilo, Tavito le responde: “Aquí no pasará nada. Aquí el jefe manda....¿Por qué no confiar en el jefe?” (p.114). Debido a la presión internacional el régimen asesina a Tavito y a demás testigos (p.115). Este suceso aparte de darnos la razón por las que de la Maza odia a Trujillo también nos enseña dos aspectos de la dictadura. El primero y como mencionábamos antes, es la total devoción de los miembros del régimen al dictador. El segundo es la capacidad del dictador para eliminar a sus colaboradores más fieles cuando su seguridad está en juego. Así como de la Maza, el resto del grupo están convencidos de que la única forma de lograr un cambio es matando al dictador.

La tercera perspectiva y para mí es la más fascinante es la que nos da el propio Trujillo de su gobierno y de él mismo. Vargas Llosa entra en la psiquis de Trujillo y trata de “desatanizarlo” y humanizarlo un poco, a la misma vez que intenta entender su dictadura. Así nos presenta a un Trujillo orgulloso de su físico y de ser un “marine” (p.24), obsesionado por la limpieza y la imagen (p.38 y79), hijo fiel y atento (p.366), decepcionado por el rechazo de EU a él, que le había sido tan fiel (p.25), furioso con su ingrato país que no agradecía el haberlo llevado al progreso durante 30 años (p.35), pero convencido que todo lo que hace es por el bien de este (p.227). También lo vemos decepcionado con su familia (p. 231), en especial con sus hijos (p.33). Agobiado por las presiones de los EU y la OEA (p.25), la iglesia católica que después de tantos años de amistad se le va en contra (p.33) y las conspiraciones del grupo 14 de Junio (p.89), pero nunca dispuesto a rendirse (p.96). Despreciando a otros dictadores que huyeron como Batista, Rojas Pinillas y Pérez Jiménez (p.96) y a los líderes demócratas del caribe que atentan contra él: “ ni Betancourt, la rata del palacio de Mira Flores, ni Muñoz Marín, el narcómano de Puerto Rico, ni el pistolero costarricense de Figueres lo inquietaban” (p.34). Otros aspectos más siniestros, su racismo y su complejo de ser descendiente de haitianos a quienes odia (p.38 y 367), su falta de remordimiento ante sus crímenes como la masacre haitiana (p.215), la muerte de las hermanas Mirabal, los asesinatos de Galíndez, de José Almoida y Ramón Marrero Aristy, la represión de la oposición a quienes llama “ratas, sapos, hienas y serpientes” (p.35 y36). Aparte de la imagen divina de Trujillo hay otras que Vargas Llosa nos da. Por supuesto la del título “el Chivo”, el carácter sexual de Trujillo, su imagen de padrote, por eso es su dolor ante la impotencia y de todos sus problemas ese es él más que le preocupa: “Este no era un enemigo que pudiera derrotar como a esos miles que había derrotado a lo largo de sus años. Vivía dentro de él, sangre de su sangre. Lo estaba destruyendo ahora que necesitaba más fuerza” (p.26). Otra imagen más importante es la de seductor, hipnotizador, su mirada que es imposible de soportar (p. 47 y 106) que sedujo y hechizó a todo el país. Casi al final de la historia Vargas Llosa nos dice: “poco a poco, la gente iba perdiendo el miedo, o, más bien, rompiéndose el encantamiento que había tenido a tantos dominicanos entregados en cuerpo y alma a Trujillo” (p.490). Un detalle interesante es la visión que se tiene de Trujillo hoy día, la enfermera del senador Cabral nos dice: “Sería un dictador y lo que digan, pero parece que entonces se vivía mejor. Todos tenían trabajo y no se cometían tantos crímenes.” (p. 128). Y como los haitianos volvieron a entrar al país: “ la ciudad acaso el país entero se llenó de haitianos” (p.15).

Los personajes secundarios nos refuerzan esos puntos de vista. Así vemos a un senador Henry Chirinos “el Constitucionalista Beodo” un ejemplo de los burócratas civiles que sobrevivieron al régimen y se acomodaron al nuevo sistema. Vemos la figura patética del general José René “Pupo” Román paralizado por la noticia de la muerte de Trujillo e incapaz de realizar la tarea asignada en la conspiración, dirigir un golpe de estado. Otra figura patética la ofrece Ramfis Trujillo, el hijo del dictador, incapaz de seguir los pasos de su padre, pero sangriento y despiadado deseoso de venganza. La figura siniestra de Johnny Abbes, el jefe del servicio secreto de la dictadura, está siempre presente. Frío y calculador, desconfiando de todos, pero con una lealtad absoluta a su amo Trujillo. Él mismo le dice a su amo: “Yo vivo por usted para usted. Si me permite yo soy el perro guardián de usted.” (p.95).

Un personaje que adquiere importancia casi al final de la obra es Balaguer. Es interesante como Vargas Llosa lo presenta. Primero como lo percibe Trujillo: “afable y diligente poeta y jurista” (p.284), “falto de ambiciones” (p.287). Lo trata con respeto: “es el único de mis colaboradores que nunca he tuteado” (p.288). Se atreve a llevarle la contraria al dictador (p.304). Para Abbes es una persona digna de desconfianza (p.99). A la muerte del dictador Balaguer adquiere una presencia heróica. Lo vemos astuto con su trato a los familiares del dictador y quitándole la delantera a Johnny Abbes en la jugada por el poder (p.450, 455). Tomando su rol de presidente legal (p.453). Valiente enfrentando a Ramfis (p.459) y a los hermanos del dictador (p.479). Profundamente dolido con la muerte de los conspiradores y los guardias que se supone los custodiaran (p.479). Y profundamente alegre cuando supo de la supervivencia de algunos de ellos(p.479). A mi entender esa forma de Vargas Llosa presentar a Balaguer un tanto valiente y sabio es porque simpatiza con él. No hay que olvidar que tanto Vargas Llosa como Balaguer son tendencias centro-derechistas.

Encuentro que Vargas Llosa deja inconclusos dos temas en su obra. El primero es que no nos dice como fue que “Cerebrito” Cabral cae en desgracia y si Chirinos tuvo que ver en eso. Tampoco nos dice quién fue la mano amiga que evitó que Trujillo viera el memorando sobre la salida de Urania del país (p.283). Uno se queda con curiosidad sobre ese tema. Él segundo es que no nos explica cómo Trujillo hechiza a todo el país. Sobre sus orígenes sólo da detalles fugaces y en ese sentido falla en su intento de entender a la dictadura.



Miguel Méndez Hernández

Universidad De Puerto Rico

Recinto de Río Piedras


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