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Levantamiento del 2 de mayo de 1808 introduccióN, antecedentes, desarrollo y consecuencias del coflicto


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LEVANTAMIENTO DEL 2 DE MAYO DE 1808

INTRODUCCIÓN, ANTECEDENTES, DESARROLLO Y CONSECUENCIAS DEL COFLICTO
INTRODUCCIÓN:
La crisis del reinado de Carlos IV había demostrado que era imposible modernizar el país por la vía del reformismo ilustrado. La crisis del Antiguo Régimen que se había venido gestando durante todo el reinado eclosionó en 1808 con la ocupación del país por parte de los franceses, la sublevación contra ellos y el estallido de una guerra que no fue sólo de independencia sino también civil. La guerra de la Independencia ratifica la quiebra del Antiguo Régimen y el inicio de un proceso que culminará con la revolución liberal. Durante la guerra contra los franceses, el pueblo español adquirió conciencia de su entidad nacional y de su soberanía. Las ideas liberales penetraron con fuerza y el país vivió su primera experiencia constitucional. A la guerra le acompaño el inicio de un cambio político y social decisivo en la Historia contemporánea española.

El reinado efectivo de Fernando VII supuso un paréntesis de reacción, de intento de conservar a toda costa el absolutismo. Los desastres de la guerra, la permanente inestabilidad y la pérdida de las colonias redujeron a España a la condición de potencia de segundo orden y sólo el tímido reformismo del final del reinado pudo presagiar un cambio posterior. Durante veinte años de gobierno despótico los liberales fueron perseguidos y las reformas aplazadas pese al breve periodo de libertad del Trienio Constitucional. Pero la experiencia anterior había sido un punto de no retorno y el derrumbamiento definitivo se desencadenará inevitablemente a la muerte del rey.



ANTECEDENTES:
El 14 de diciembre de 1788 murió en Madrid Carlos III y le sucedió su hijo Carlos IV de talante político bien distinto al de su padre. Si Carlos III se ajustaba en gran medida al modelo ideal de monarca del despotismo ilustrado con Carlos IV se estableció lo que algunos autores denominan despotismo ministerial ya que el verdadero poder lo ejercía el ministro y no el rey.

El reinado de Carlos IV estuvo condicionado por el estallido en 1789 de la Revolución Francesa y su evolución. Un acontecimiento de esta magnitud creó una alarmante preocupación en toda Europa ante el temor de que sus propuestas revolucionarias se extendieran. Pero en España este temor era particularmente comprensible por la proximidad con Francia y por las relaciones de parentesco existentes entre los monarcas de ambos países. Su reinado puede considerarse como el primer capítulo de un proceso que conducirá a la crisis que pondrá fin al Antiguo Régimen y que alumbrará a la España Contemporánea. Un capítulo que se abre con la necesidad de dar respuesta a una serie de dificultades crecientes: el bloqueo de la economía, el recrudecimiento de la protesta social, la agudización de las contradicciones políticas en el seno de las clases dirigentes, las explosión de la controversia ideológica en el interior, la sucesión de los enfrentamientos militares en el exterior que conllevan la bancarrota de la Hacienda y los primeros signos del movimiento de emancipación en la América española

La política exterior española desde la guerra de sucesión y la entronización de la nueva dinastía de los Borbones, había estado marcada por la alianza con Francia a través de los pactos de familia; pero la revolución francesa obligó a España a replantearse su actitud hacia la nueva Francia que se estaba configurando. Así, las relaciones con el revolucionario país vecino atravesaron tres fases: una primera, de neutralidad (1789 – 1792); una segunda, de guerra (1793 - 1795); y una tercera de alianza (1796 – 1808).
Prevención y neutralidad (1789 – 1792):

Cuando accedió al trono Carlos IV mantuvo como primer ministro como recomendación de su padre a Floridablanca, cuya política se caracterizó por una actitud de vigilancia y neutralidad hacia Francia, y de represión contra la propaganda revolucionaria. En mayo de 1789 decidió convocar Cortes generales para que jurasen a su heredero, el futuro rey Fernando. Tras la jura, las Cortes derogaron la Ley

Sálica fijada por Felipe V y aprobaron el restablecimiento de la herencia dinástica fijada por las Partidas, que facilitaba la sucesión femenina al trono. La revolución Francesa generó en España el “pánico de Floridablanca” un repliegue defensivo del gobierno, que significó el retorno de la Inquisición a su primitiva función de aparato represivo de la Monarquía, la imposición de una severa censura oficial y de un cordón ideológico de sanidad en las fronteras terrestres y marítimas y la suspensión de todos los periódicos con excepción de la prensa oficial. Conforme la revolución se radicalizaba, la tensión con Francia fue aumentando. Entre las medidas adoptadas podrían señalarse las siguientes:


  1. La inspección de correspondencias y de paquetes procedentes de Francia para incautarse de cuanto pudiese servir de propaganda revolucionaria

  2. La prohibición a los periódicos de publicar cualquier noticia referente a Francia, y la posterior supresión de la prensa no oficial.

  3. La prohibición de los estudiantes de salir al extranjero sin permiso del rey.

  4. El establecimiento de rígidas medidas de control para los extranjeros residentes o de paso por España.

  5. La revitalizaron de la Inquisición como aparato represivo contra las nuevas ideas.


Ascenso de Godoy y guerra contra Francia (1793-1795):

Influencia de la reina, Maria Luisa de Parma, un joven y apuesto guardia de corps, Manuel Godoy, ascendió al cargo de primer ministro. Dejando a un lado los motivos por los que un personaje de estas características había alcanzado de forma tan meteórica y dudosa la cima del poder, lo cierto es que fue el verdadero gobernante de España desde 1792 hasta el final del reinado en 1808, aunque durante un breve paréntesis de menos de tres años (1798-1800) fue relevado como primer ministro.

La Revolución Francesa había entrado en una fase de radicalización y había abolido la monarquía. La política de Godoy se oriento, en un primer momento, ha salvar la vida del monarca francés, en marzo estalló la Guerra de los Pirineos contra la República Francesa. El conflicto fue un desastre militar, con ocupación francesa con plazas españolas en el pirineo y en América. La labor de Luis XVI no sirvió de nada ya que fue guillotinado en 21 de enero de 1793.

Poco después, el 7 de marzo, Francia declaraba la Guerra a España, y se iniciaba una contienda que quiso presentarse desde España con una autentica cruzada contra las fuerzas del mal encarnadas en la Francia revolucionaria.

La inferioridad de las tropas militares españolas obligo a finalizar la guerra. En la paz de Basilea (1795) se restablecieron a España los territorios conquistados durante la guerra con los franceses; España, a cambio, cedió a Francia la parte española de la isla de Santo Domingo. Godoy recibió el titulo de Príncipe de la Paz.

El voluntario eclipse de Godoy abre las puertas del gobierno a los representantes más ilustrados que jamás a tenido España. Jovellanos que forma parte de él durante unos meses, y principalmente Mariano Luis de Urquijo, condenado en 1792 por la Inquisición por traducir una tragedia de Voltaire, convertido en la práctica en primer ministro, creen que ha llegado el momento de iniciar una gran ofensiva regalista, apoyada en el clero jansenista, al término de la cual se perfila la abolición de la Inquisición



Gaspar Melchor de Jovellanos

La alianza con la Francia Revolucionaria (1796 – 1808):

En agosto de 1796 se renovaron los acuerdos con Francia (primer Tratado de San Idelfonso), que llevaron a España a entrar en guerra con Inglaterra. En 1797 los ingleses derrotaron a la escuadra española en el Cabo de San Vicente, bloquearon los puertos, el comercio colonial se hundió, y Godoy se vio obligado a autorizar el tráfico con barcos neutrales y a negociar la paz por separado. Aunque el gobierno intentó más tarde recuperar el control del comercio atlántico las colonias, habituadas ya a los intercambios con los europeos y norteamericanos, hicieron caso omiso.

En 1799 queda vacante la silla pontificia y ello da origen a un decreto que otorga a los obispos los poderes papales en materia de dispensas matrimoniales: la polémica que desata el decreto revela una profunda división en el episcopado entre quienes aceptan las sumisión de la Iglesia a la autoridad civil y aquellos que, con mayor o menor rotundidad se niegan a servir de caución a un cisma en ciernes. La elección de Pío VII que provoca la caída de Urquijo hará resurgir con más fuerza a la Inquisición, como lo manifiesta el largo encarcelamiento de Jovellanos en el castillo de Bellver en Mallorca. Godoy, sin embargo, en sus memorias no titubeará en presentarse como el heredero de la Ilustración, y no le faltan argumentos para ello. Ahora bien, las medidas que toma y ejecuta tendentes a reducir las riquezas de la Iglesia más que dictadas por algún tipo de consideración ideológica, son originadas por el deterioro de finanzas públicas. Este es el caso de la más audaz de todas ellas: el decreto de 1798 que prescribe la venta de la mayoría de los bienes raíces pertenecientes a las obras pías, hospitales, y memorias y aniversarios, colegios mayores y otras instituciones religiosas.

La paz de Basilea significo no solo la finalización del conflicto entre España y Francia sino también el comienzo de una nueva fase de entendimiento y amistad entre los dos países rivales hasta entonces.

La rivalidad con Inglaterra a causa de la alianza con Francia tuvo para España graves consecuencias como los ataques ingleses a barcos españoles en el comercio con América, muy especialmente la derrota franco – española de Trafalgar (1805), que supuso el hundimiento de España como potencia marítima.
MOTÍN DE ARANJUEZ
En 1807 Godoy firmó con Napoleón el Tratado de Fontanibleau en virtud del cual se permitía a las tropas francesas su paso por España para conquistar Portugal, país al lado de Inglaterra, con la que Francia estaba, una vez más, en guerra.

El objetivo era dividir Portugal en tres partes, de las cuales una se constituiría como principado para el propio Godoy. Con este pretexto Napoleón dispuso sus tropas en distintas partes de España lo que levanto serias sospechas sobre su intención de ocupar la península.

Godoy al comprender el peligro que se avecinaba pretendió trasladar a la familia real a Andalucía desde donde se podría iniciar la resistencia al avance Napoleonico: pero en Marzo de 1908 estalló el Motín de Aranjuez lugar donde se encontraba la corte. El origen del motín debe buscarse en el partido que se había formado en torno al príncipe heredero, futuro Fernando VII, radicalmente opuesto al excesivo poder y protagonismo de Godoy. Este partido fomentó el descontento entre grupos populares (soldados, campesinos y servidores de palacio), que fueron quienes protagonizaron el motín asaltando el palacio de Godoy.

Carlos IV que se vio obligado a destituir a Godoy y a abdicar a favor de su hijo Fernando, comunicó a Napoleón lo ocurrido y reclamó su ayuda para recuperar el trono.


ABDICACIONES DE BAYONA
La oportunidad que esperaba Napoleón había llegado. En una carta a su hermano Luís, Rey de Holanda, le comenta que los acontecimientos acaecidos en Aranjuez le daban pie para justificar la ocupación militar de Madrid su pretexto de sofocar el principio de insurrección que el motín había originado en la capital; más aún, de hacer caso a sus palabras, desmentidas por los hechos, había sido el pueblo de Madrid quien había apelado a él para restaurar el orden. Lo cierto es que Napoleón había sabido aprovechar astutamente el momento de crisis de poder que la caída de Godoy y el derrocamiento de Carlos IV habían ocasionado para realizar un proyecto largamente acariciado por él: incorporar a España y sus inmensas colonias a su Imperio, instalando para ello en el trono español a un miembro de su propia familia. El Emperador, que despreciaba a los Borbones como incapaces de gobernar, supo manejar astutamente las disputas entre Carlos IV y su hijo Fernando VII para apartarles del trono. Los monarcas españoles fueron siempre unas pobres marionetas

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Pese a todo, Napoleón intentó evitar en la medida de lo posible un conflicto armado con España, y por eso actuó siempre con el mayor de los secretos, ocultando hasta el último momento su propósito, a veces incluso a sus generales. Baste el siguiente ejemplo: hacia mediados de Marzo, poco antes del motín de Aranjuez, el ejército francés, bajo el mando de su Jefe Supremo, el Mariscal Joaquín Murat, lugarteniente de Napoleón en España, se hallaba en Somosierra, de camino a Cádiz, adonde se dirigía para reforzar su guarnición ante el temor de un posible ataque inglés. Las autoridades españolas suponiendo que en su itinerario pasarían por Madrid publicaron el 18 de Marzo un bando por que el se anunciaba su llegada a la Villa y se mandaba por orden del Rey tratarlos y recibirlos como aliados; al mismo tiempo, se envió como comisionado al Capitán de Artillería Velarde, con el objeto de cumplimentar a Murat y acordar el modo y el día para la entrada de sus tropas. Sin embargo, el Duque de Berg negó disponer de planes para entrar en la capital y que, en caso de hacerlo, actuaría siempre de acuerdo y conforme con el Gobierno español.


Tras una entrada triunfal en Madrid, Fernando VII se encontró en manos de Murat, instalado ya en la capital. La tensión iba en aumento en la ciudad, pese a las llamadas a la calma del propio monarca. Pronto se precipitaron los acontecimientos: Napoleón invitó a Fernando a dirigirse hacia l norte para tener una entrevista con él.

En Bayona (ya en territorio francés) tuvieron lugar unas negociaciones vergonzosas. Napoleón había hecho llevar hasta allí al depuesto Carlos a Maria Luisa y a Godoy. Exigió la renuncia al trono de la familia al completo, cuyos miembros llegaron a insultarse en presencia del emperador. El 7 de mayo Fernando abdicó a favor de sus padres y éstos lo hicieron a favor de Napoleón. Carlos IV sólo se preocupó de que se garantizara la unidad de las posesiones de la Corona y el exclusivismo de la religión católica; a cambio él y su hijo recibieron varios castillos en Francia y enormes rentas, con las que empezaron un “exilio dorado”. Napoleón decidió entonces entregar el reino a su hermano José.




DESARROLLO DEL LEVANTAMIENTO:


Los franceses en Madrid:

Cuando la tarde del 23 de Marzo de 1.808 Joaquín Murat, entra al frente de sus tropas en Madrid lo hace, supuestamente, como amigo y aliado. Así lo manda cumplir a su ejército y así lo proclaman las autoridades españolas a la población.

¿Cómo les recibió el pueblo de Madrid? Pues no se puede decir que se les acogiera con gran entusiasmo, pero tampoco con hostilidad. Se les recibió sobre todo con curiosidad, sin que sonara una aclamación pero tampoco un insulto. Por cierto, para todo aquel que piense que la manipulación mediática es algo surgido recientemente en esta sociedad nuestra de la comunicación, que echen un vistazo a la prensa oficial de aquellos días, el Moniteur Universal francés y la Gaceta de Madrid, que nos hablan de la inmensa alegría y gozo con que los franceses fueron recibidos por los madrileños.
Oficial de la Guardia Imperial cargando, de Gericault.



Las tropas que junto con Murat entraron desfilando en Madrid fueron la 1ª división del General Musnier de la Converserie y el destacamento de la Guardia Imperial, que despertó la admiración entre los espectadores por sus espléndidos uniformes y su altivo porte. Formaban parte de ella los coraceros, con sus brillantes petos de acero y sus cascos empenachados con una larga cola de pelo de caballo; los granaderos, con sus morriones de pelo de oso; los mamelucos con su exótico uniforme y su tremendo armamento, que incluía dos pares de pistolas, carabina, trabuco, sable y bayoneta; los dragones, con su casco con la cimera adornada por un águila, turbante de piel de pantera, y cabellera negra … La Guardia Imperial era un cuerpo de élite que llegará a contar en 1815 con unos efectivos de 102.708 hombres.

¿Y cómo era el Duque de Berg, la persona con la que ahora debían tratar las autoridades españolas? Joaquín Murat, Gran Duque de Berg y de Clèves, era de origen humilde, empezó su carrera militar bajo el amparo de la Revolución francesa y más tarde de la mano de su cuñado Napoleón llegaría a Rey de Nápoles. De actitud valiente y decidida, intervino decisivamente en varias batallas; con su carga de caballería – la más grande de la historia - decidió la batalla de Eylau. Pero también era un déspota cruel, presto a la cólera y a la acción. No razonaba, se limitaba a mandar. Lucía una larga caballera ensortijada y gozaba de una presencia física agraciada. Amante del lujo y la ostentación gustaba vestir exóticos uniformes recargados de bordados de oro. Tal vez un claro resumen de su personalidad sea el momento en que condenado a ser fusilado, ya frente al pelotón, pide a sus verdugos que apunten al pecho y no desfiguren su rostro, para, acto seguido, dar él mismo la orden de “¡Fuego!”.

Pero retomemos el hilo de nuestra historia y volvamos al 23 de Marzo de 1808. Al día siguiente, efectúa su entrada en Madrid Fernando VII. El Rey venía de Aranjuez como nuevo monarca, junto otros miembros de la familia real, escoltado por la Guardia de Corps y se puede decir que la recepción que se le brindó fue apoteósica. Al Rey le resultó prácticamente imposible avanzar por entre aquella marea humana que se abalanzaba sobre él para besarle y tocarle. Los vítores continuos, los pañuelos blancos ondeando por doquier, lluvias de flores, gente llorando de alegría,… nada, ni siquiera la entrada meses más tarde de los vencedores de Bailén, igualaría la entusiástica recepción que se le tributó aquella mañana en Madrid a Fernando VII, el Rey deseado. No hay que dejar de lado que en este recibimiento también jugara un destacado papel una reacción nacionalista como respuesta a la ocupación francesa que vivía la ciudad. Algunos soldados franceses, mezclados en diferentes puntos entre la multitud que aclamaba el paso del monarca español, se comportaron de una manera muy poco decorosa, insultando y despreciando a Fernando VII, lo que provocó las primeras riñas y confrontaciones entre españoles y franceses. Murat no acude a Palacio a dar la bienvenida al nuevo Rey.
MADRID, CIUDAD OCUPADA.

El contingente militar francés que ocupa Madrid y los pueblos de su alrededor estaba formado por el, así llamado, Cuerpo de Observación de las Costas del Océano – creado en 1807 con la finalidad de invadir Portugal – y un destacamento de la Guardia Imperial.

Dicho Cuerpo de Observación estaba compuesto por tres divisiones de infantería, una división de caballería y artillería:

- La 1ª división, compuesta por cuatro regimientos provisionales y el batallón de Westfalia, bajo las órdenes del General Musnier de la Converserie.

- La 2ª división, al mando del General Gobert compuesta por la Brigada Lefranc y la Brigada Dufour. A ella pertenecía el batallón prusiano, aliados por entonces de Napoleón.

- La 3ª división, bajo el mando del General Morlot.

- Una División de caballería bajo el del General Grouchy, formada por la Brigada de Coraceros Rigaud y la de Húsares Wathier. Cuando esta última Brigada fue destinada a Aranjuez fue reemplazada por la Brigada de Coraceros Caulaincourt, que pertenecía a otro cuerpo de ejército, el del General Dupont.

Todo ello sumaba unos treinta mil hombres, colocados bajo el mando del Mariscal Moncey, cuyo Jefe de estado mayor era el General Harispe.

Alojar tamaña cantidad de fuerzas no era tarea fácil. Dentro de la Villa se tuvieron que acondicionar gran número de edificios para tal fin, así como desalojar de algunos cuarteles a las tropas españolas que los ocupaban. Además, bastantes mandos y oficiales franceses se hospedaron en viviendas particulares de acuerdo a su rango. También se habilitaron varias iglesias y conventos para servir de alojamiento a los soldados franceses. Lamentablemente muchos de estos edificios sufrieron la rapacidad de la soldadesca, que se apropió, cuando no destrozó, de muchas de las obras de arte que allí se custodiaban.

En un principio, dentro de los muros de Madrid, se alojó la 1ª división, la división de caballería de Grouchy – que lo hizo en el Retiro - y el destacamento de la Guardia Imperial, pero el 29 de Abril, y por mandato expreso del Emperador, la 1ª división fue trasladada al Pardo, donde se instaló en barracones construidos con la madera de los bosques del lugar, que eran de propiedad real. La causa del traslado fueron los desórdenes provocados por sus oficiales.

El destacamento de la Guardia quedó repartido de la siguiente manera: en el cuartel del Conde Duque se instaló el batallón de marinos; en los cuarteles de la subida del Retiro la artillería y toda la dotación del gran Parque, instalados en tiendas de campaña y bajo el mando del general La-Riboissière; en los cuarteles del Pósito lo hizo la Caballería y en el cuartel de la calle de Alcalá los fusileros de la Guardia, que mandaba el coronel Friederichs.

Las fuerzas restantes se distribuyeron en los alrededores de Madrid de la siguiente manera:

La 2ª división se acuarteló junto a la Fuente de la Reina. Su cuartel general quedó ubicado en la cercana localidad de Chamartín.

En las huertas de Leganitos y el convento de San Bernardino, las fuerzas del general Gobert, la 3 ª división.

En el Cuartel de la Puerta de Santa Bárbara se alojaron los lanceros polacos de la Guardia Imperial.

Los pueblos de Carabanchel – donde se instaló la Brigada de Coraceros de Caulaincourt -, Fuencarral, Chamartín, Canillejas, Rejas, Villaverde, Getafe y Leganés no quedaron exentos y tuvieron que soportar también en su recinto contingentes franceses.

Murat tomó residencia en el Palacio del Marqués de Grimaldi, contiguo al convento de Doña María de Aragón y muy cercano al Palacio Real, ya que se encontraba en lo que es hoy la Plaza de la Marina. El anterior morador del Palacio de Grimaldi había sido Godoy, el Príncipe de la Paz, quien había mandado decorar suntuosamente su interior con mármoles y frescos.

La comandancia general de Madrid se le otorgó al general Grouchy.

Frente a tan formidables efectivos ¿de qué recursos disponían los madrileños?

Pues en Madrid se hallaban acuarteladas las siguientes fuerzas de infantería: la segunda de las tres compañías de Guardias de Corps, los cuatro batallones de las guardias españolas y valonas, la brigada de los carabineros reales, parte de dos batallones de los Guardias de infantería española, el primer batallón del regimiento de Saboya, el primero de Aragón, los Voluntarios de Estado y la compañía de fusileros de los Reales Bosques.
De caballería se hallaban presentes los Dragones del Rey, los de Lusitania y los Húsares de María Luisa, y del arma de artillería se disponía de los granaderos de Marina y de la compañía de artilleros de la segunda batería del tercer regimiento.

Lo que hacía un total de unos ocho mil seiscientos hombres.

El Capitán General de Madrid era D. Francisco Javier Negrete.

Madrid es una ciudad ocupada militarmente y todos los accesos a la Villa son controlados por los franceses. La población de la Villa ronda los doscientos mil habitantes.

LA DIFÍCIL CONVIVENCIA

Fernando VII, que vivía en la más absoluta inopia, aún consideraba a Napoleón como amigo y salvaguarda de sus intereses. En una carta a su padre, fechada el 8 de Abril, le comentaba lo satisfecho que se encontraba por la buena inteligencia que existía entre el Emperador y él. La Corte española hacía en este sentido todo lo posible para convencer al pueblo de los amistosos lazos de colaboración que con Francia existían y para granjearse, por otra parte, la simpatía de los franceses. Ambos intentos fracasaron.

Como gesto de buena voluntad hacia los franceses se les devolvió la espada de Francisco I en un acto que tuvo lugar el 31 de Marzo. Murat, el encargado de recoger dicha espada, recibió además un espléndido regalo personal consistente en seis magníficos caballos. Además, pendientes de las noticias que llegan desde Francia y por las que se informaba de la inminente llegada del Emperador a la Corte – la Gaceta la anuncia el 2 de Abril -, se engalanaron varios edificios e incluso se empezó a elaborar un programa de actos oficiales, bailes y demás para recibir a Bonaparte. Y a pesar de todos los esfuerzos y para desesperación de Fernando VII y su séquito, Murat, siguiendo instrucciones de Napoleón, sólo reconoce como Rey de España a Carlos IV. Fernando VII espera que todo se arregle durante la estancia de Napoleón en Madrid, pero ignora que el Emperador no tiene intención de poner los pies en la Villa, y que el proyectado viaje es el inicio de una celada para hacerle caer prisionero del francés.

La otra cara de la moneda, los madrileños, estaban cada vez más enojados con sus indeseados y molestos huéspedes. Las frecuentes revistas y paradas militares que gustaba de organizar Murat como muestras de su poder y la insolencia que mostraban sus soldados, así como los asesinatos y violaciones que cometían, exasperaban cada vez más a la población y la idea de una rebelión rondaba cada vez por más cabezas. Eran continuos los choques y disputas entre los madrileños y los franceses. Testigos de ellos son los registros del Hospital General, donde se habían destinado varias salas para atender a los soldados franceses, que dan cuenta de cómo ya el 24 de Marzo ingresaban tres soldados franceses heridos en diversos altercados con los habitantes de Madrid. Tres días más tarde, el 27, tuvo lugar una violenta confrontación en la Plaza de la Cebada que causó la muerte a varios soldados franceses y que a punto estuvo ya de acabar en levantamiento.

El 2 de Abril se dicta un bando por el que se prohíben los corrillos de gente y donde se ordena cerrar antes de las ocho de la tarde las tabernas y demás establecimientos en los que se vendan bebidas alcohólicas. Pronto aparecen en las calles libelos contra los gravosos huéspedes, y todo aquel que colabora con ellos, ya sea vendiéndoles productos o con su trabajo, es objeto de público desprecio.

EL REY ABANDONA MADRID

Napoleón quería tener bajo su custodia en Bayona a Godoy, Carlos IV y Fernando VII. Era el último paso para apartarles del trono. Sabía que con los primeros no habría demasiados problemas en hacérselos enviar, pero hacer salir de la capital a Fernando VII sin levantar sospechas ni alborotos requería cierta cautela. Ya había dado los primeros pasos con su anunciando viaje a Madrid. Cerrar la trampa exigía cierta astucia y Napoleón eligió al Duque de Róvigo, el general Savary, futuro Ministro de Policía, como el hombre más adecuado para llevar a cabo el plan. Savary, además, debe comunicar a Murat las intenciones de Napoleón de colocar a un hermano suyo en el trono de España.

La verdad es que no le costó mucho al Duque tender la celada al ingenuo monarca español. Nada más llegar a Madrid, el 7 de Abril, a Savary le fue concedida una entrevista con Fernando VII. El Duque de Rovigo otorga astutamente desde el primer momento el título de Su Majestad al monarca español y coloca el queso en la ratonera: como Napoleón ya se halla de camino a Madrid, ¿por qué no salir a esperarle en Burgos? Sería un bonito gesto por parte de Fernando VII del que sin duda saldría beneficiado. El monarca español cae en la ratonera y le entran unos incontrolables deseos de salir al encuentro de Bonaparte. En seguida manda preparar el viaje y anunciarlo en la Gaceta de Madrid.

El 10 de Abril, a las diez de la mañana, el monarca, acompañado del general Savary, del ministro Cevallos, del duque de San Carlos, su consejero Escoiquiz, el conde de Villariezo y los marqueses de Ayerbe, de Guadalcázar y de Feria, abandona la capital camino de Burgos donde espera encontrar a Napoleón. Durante todo su viaje estará escoltado por fuerzas francesas que se encuentran dispersas a lo largo de todo su camino. Él aún lo ignora, pero ya es prisionero de los franceses. Antes de salir de la ciudad, el Rey nombra una Junta Suprema de Gobierna presidida por su hermano, el Infante Antonio – otro incapaz más en la familia - , y compuesta por cinco ministros: Cevallos de Estado; Gil de Lemos, de Marina; Azanza de Hacienda; O’Farril, de Guerra y Piñuela de Gracia y Justicia, para que tome las riendas del Gobierno en su nombre durante todo el tiempo que durara su ausencia. Qué lejos estaba de sospechar el monarca que ésta se prolongaría durante seis años. Las órdenes siguen siendo las de siempre: colaborar en todo momento con los franceses y evitar cualquier tipo de conflicto con ellos.

La Junta, fiel a su monarca, hará todo tipo de ímprobos y serviles esfuerzos para cumplir las instrucciones. Que no fue obedecida lo prueba la cantidad de bandos que un día sí y otro también aparecían en las calles exhortando a mantener el orden público. Notorio es que el 20 de Abril se llegara a establecer una censura de toda nota o escrito público – lo que incluía anuncios de enlaces matrimoniales, esquelas funerarias... -, para evitar que se pudiera publicar cualquier ofensa o agravio a los franceses. Es más, la sumisión llegó tal extremo que se dispuso que los soldados españoles hicieran las guardias sin munición, para evitar que a las provocaciones de los franceses respondieran hostilmente o que en ellos encontrara ayuda el pueblo si se producía un tumulto. La inseguridad que en la ciudad reinaba hizo que las puertas del Convento de la Encarnación se cerraran el jueves Santo, 14 de Abril, por la tarde, cuando la costumbre era que permanecieran abiertas toda esa noche.

Desde la salida del monarca la Junta mantuvo una continua pugna con Murat. El primer conflicto lo tuvieron ya el mismo día de la partida de Fernando VII, cuando Murat exigió a la Junta que les entregara a Godoy, que se hallaba prisionero en el castillo de Villaviciosa de Odón. No era una cuestión baladí. Estaba en juego algo más que el traslado de un preso de una autoridad a otra. Para la opinión pública Godoy era el causante de todos los males de España, y como tal debía ser juzgado por las autoridades españolas; Fernando VII consideraba que no se hallaría firmemente asentado en el trono hasta que acabara con Godoy, quien tenía un enorme ascendiente sobre Carlos IV y podía hacerle cambiar de opinión respecto a su renuncia; y para Napoleón era un antiguo y fiel aliado, con gran influencia sobre Carlos IV y con capacidad para ayudarle a derrocar a Fernando VII en caso necesario. La Junta rechazó tajantemente poner en manos francesas a un prisionero tan importante, pero debido a las rudas amenazas de Murat, así como a la posición de Fernando VII ante Napoleón, tuvo que acabar cediendo. Esto la puso en evidencia delante de muchos, que empezaron a dudar incluso de su patriotismo.

Paralelamente, con la pugna sobre Godoy aún abierta, Napoleón movió de nuevo pieza en su intrincado juego por hacerse con el trono de España. La noche del 16 de Abril el Duque de Berg hizo llamar a su Palacio a O’Farril y Azanza para comunicarles que era deseo del Emperador no reconocer más rey en España que Carlos IV, por haber sido su abdicación forzada y, por lo tanto, nula. Jaque. O’Farril aseguró indignado que Carlos IV no sería obedecido por autoridad alguna, y el Duque de Berg amenazó entonces con recurrir a las armas. Jaque mate. O’Farril y Azanza trasladaron la cuestión a la Junta, que a su vez la comunicó a Fernando VII. Se inició una ardua discusión entre la Junta y Murat y finalmente se llegó al tácito acuerdo que la Junta reconocería como Rey a Carlos IV, pero éste no debía ejercer acto alguno de soberanía ni debía anunciarse como tal.

En cualquier caso, Carlos IV viajaría también a Bayona, aceptando encantado el ponzoñoso ofrecimiento de Napoleón de actuar como juez para dirimir el conflicto familiar.

Tras la marcha hacia Bayona de Godoy y Carlos IV, el 21 y 22 de Abril respectivamente, les toca ahora el turno a María Luisa de Borbón, antigua Reina de Etruria, y al Infante Francisco de Paula, el del “indecente parecido”, cuyas partidas se anuncian el 25 de Abril. María Luisa es un personaje poco querido por el pueblo, que ve en ella a una colaboradora de los franceses por su amistad con Murat, a quien conoce desde sus tiempos en los que siendo ella Reina de Etruria, Murat era el Comandante del ejército francés que Napoleón mantenía en aquel estado. Surge de nuevo el tira y afloja entre la Junta, que se opone a su partida, y Murat. La disputa es solucionada por la propia María Luisa, quien el 28 de Abril comunica que su deseo es reunirse en Bayona con sus padres. Quedaba aún por dilucidar la partida del Infante.

El panorama es tan malo que el 29 de Abril la Junta manda secretamente dos mensajeros a Fernando VII para preguntarle si en caso necesario podía sustituirse la Junta o convocarse Cortes, si debía cerrarse la frontera con Francia, y para ver si se debía mandar al ejército levantarse contra los franceses.
DOMINGO, 1 DE MAYO
Durante la madrugada del 30 de Abril al 1 de Mayo, dada la gravedad del momento que se está viviendo, la Junta se constituye en sesión permanente, convocando también a los presidentes, gobernadores, y decanos de los Consejos de Castilla, Indias, Hacienda, y Órdenes, además de dos magistrados de cada uno de estos tribunales.

La Junta sigue negándose a la marcha del Infante, aduciendo ante Murat que estando el pueblo tan agitado no podía garantizar el orden público si finalmente se producía su salida.

La respuesta de Murat llega por medio del embajador francés Laforest: si es preciso llegar a ese extremo para hacer cumplir sus requerimientos, el Duque de Berg está dispuesto en recurrir a la fuerza y derrocar al Gobierno español.

La Junta no tiene más remedio que acabar cediendo y permitir la marcha del pequeño Francisco de Paula.

La mañana del primero de Mayo se celebra en el Sotillo la tradicional romería de Santiago el Verde, y son muchos los forasteros que desde los alrededores acuden a Madrid para participar en el festejo. Entre los asistentes a la romería se reparten octavillas exhortando a luchar contra los franceses. No pocos de los romeros procedentes de los pueblos de alrededor, alertados del inminente levantamiento, pernoctarán esa noche en Madrid.

Murat acude como de costumbre a misa en la Iglesia de Carmen Calzado. Su asistencia a los oficios no obedece a una supuesta religiosidad del Duque de Berg; es puramente un acto político. Ese día es abucheado estrepitosamente a la salida de la Iglesia. Pero es que cuando el Duque de Berg vuelve a su residencia, tras la habitual revista militar francesa en el Prado, es vuelto a ser increpado por la multitud. Ya cerca de la calle de los Cofreros alguien arroja una piedra que golpea en las ancas de su caballo. Murat, ante la imposibilidad de identificar al autor opta por ignorar el atentado y manda a su escolta que prosiga su camino.

En dirección también a Palacio se acerca un viejo coche que a su paso es aclamado por la gente. ¿A qué viene ese alboroto? ¿Quién es su ocupante, que tantas simpatías despierta? Es el infante Antonio de Borbón, un personaje que hasta ahora siempre había pasado de forma inadvertida para el pueblo. ¿Cómo interpretar pues el hecho? Una vez más es la reacción de los madrileños ante la tensa situación que estaban viviendo. El Infante corresponde a las aclamaciones saludando afable y feliz a la gente.
¿Cuándo se ha visto en otra así?
Por la noche, la Junta de Gobierno celebra una Asamblea Extraordinaria para tratar la partida de los miembros de la familia Real – la Reina María Luisa y sus hijos y el Infante Francisco de Paula -, porque se teme que tal circunstancia pueda ocasionar una revuelta. De hecho, los ánimos están tan exacerbados que la Junta se cuestiona si no será el momento de levantar a las tropas y armar al pueblo de Madrid contra los franceses. Pero tanto la falta de recintos fortificados y de tropas suficientes como la escasez de pertrechos - los pocos disponibles se hallaban concentrados en el Parque de Monteleón – hacen que finalmente la Junta acuerde descartar cualquier acto hostil y calmar los ánimos del pueblo, conteniéndole, en caso necesario con las propias tropas españolas. Su parecer es que hubiera sido un baño de sangre inútil luchar contra los franceses en estas condiciones. Se acuerda también nombrar una nueva Junta que sustituya a la primera en caso de que la primera fuera incapacitada mediante el uso de la violencia, integrada por tres ministros de tribunales y otros tres tenientes generales.
¿Estuvo todo preparado?
En general, se tiene la idea que el levantamiento del 2 de Mayo surgió como algo espontáneo. La partida del pequeño Francisco de Paula provocó un estallido de ira popular y el pueblo se lanzó a la calle para impedir la salida el pequeño Infante y, de paso, expulsar de Madrid a los odiados franceses. Sin embargo, existen varios indicios que apuntan que todo estuvo preparado de antemano y que la reacción del pueblo fue hábilmente manipulada y dirigida en todo momento.
¿Qué pistas son estas?
La principal, como veremos, el propio desarrollo de los acontecimientos.

Conocemos también que dos oficiales franceses propusieron al impresor Álvarez de la Torre editar un cartel con el siguiente texto: “¡Viva Carlos IV! ¡Viva Godoy! ¡Muera Murat!“ y que dos emisarios del Duque de Montijo - quien ya tenía experiencia en preparar revueltas, porque había participado de forma decisiva en el motín de Aranjuez - habían hecho sendos ofrecimientos a un zapatero y a un trapero de una buena cantidad de dinero si organizaban una partida de trescientos o cuatrocientos hombres dispuestos a montar jaleo. Así pues, había grupos de españoles y franceses, moviéndose entre bastidores, intrigando para provocar un enfrentamiento armado aunque, claro, con diferentes motivos e intenciones: los españoles para expulsar a los franceses y éstos para afianzar su dominio mediante una brutal demostración de su fuerza militar.

Los espías franceses pronto advirtieron al Emperador de movimientos sospechosos por parte de destacados personajes próximos a Fernando VII. Así, el 19 de Abril Napoleón comunicaba a Murat que tenía noticias que el Duque de Infantado andaba soliviantando al pueblo con ideas antifrancesas e incitándole al motín. El Duque de Berg, que ya andaba con la mosca detrás de la oreja, estuvo a punto de hacer prender a Escoiquiz, al Duque del Infartando y otros miembros de la camarilla fernandina, pero el transcurso de los acontecimientos le aconsejaron desistir de tal propósito.

Finalmente, tras los sucesos del 2 de Mayo, el Embajador en España, el Conde La Forest, escribe que la canalla [sic] que el partido de Fernando VII había puesto en primera fila había sido derrotada y Napoleón afirma a Murat disponer de correos interceptados en los que se puede leer claramente cómo el infante D. Antonio y los miembros de la Junta Superior de Artillería Económica – a cuya Secretaría pertenecía Velarde como secretario – habían organizado la insurrección.

FRENTE A PALACIO

En el Palacio Real reina desde temprano gran actividad. Se está preparando la partida de María Luisa de Borbón y sus hijos, así como la del infante Francisco de Paula.

Sobre las siete de la mañana dos coches, destinados al traslado de tan augustas personas, salen de las Caballerizas Reales y esperan frente a la Puerta del Príncipe de Palacio su salida. Cerca de las ocho y media abandona el Palacio la Reina de Etruria, acompañada de sus hijos, y algunos miembros de su servidumbre. María Luisa, su familia, un mayordomo y un aya se instalan en uno de los coches, el cual, acto seguido, parte por la calle del Tesoro. Sólo unos pocos espectadores, indiferentes, contemplan su marcha.

Es entonces cuando hace su aparición en escena un personaje que jugará un destacado papel en los acontecimientos desarrollados este día: el maestro cerrajero José Blas de Molina. Fernandista exarcebado, tenía experiencia en soliviantar a la muchedumbre, porque ya había dirigido una partida durante el motín de Aranjuez. José se acerca a paso vivo al coche que aún espera, junto al que se hallan entonces un zapatero y tres mujeres con sus cestos de la compra, echa un vistazo al interior del carruaje y empieza a gritar “¡Traición ¡ ¡Se han llevado al Rey y quieren llevarse a todas la personas Reales! ¡Muerte a los franceses!”. Ante sus exclamaciones hombres y mujeres empiezan a congregarse a su alrededor. Por si fuera poco el jaleo que se está montando, por uno de los balcones que da a la Puerta del Príncipe, se asoma el Teniente Coronel de Infantería Rodrigo López de Ayala y Varona, gentilhombre y Mayordomo de Semana, y se une al clamor de Molina pidiendo a voces al pueblo que se arme, porque los franceses se llevan al infante.

En esos momentos se encuentran presentes frente a Palacio unas setenta personas. Nuestro amigo el cerrajero convence entonces a unos cuantos de ellos para adentrarse en Palacio y buscar al Infante, para ponerlo a salvo. El Jefe de los Guardias de Corps, D. Pedro de Torres, intenta detenerles, pero es apartado a un lado de muy malas maneras y el gentío penetra en Palacio. El pequeño Infante Francisco les sale al paso en la escalera y les pide que abandonen el Palacio, que él se dirigirá al pueblo por un balcón.

Mientras tanto, Murat, inquieto por las noticias que le empiezan a llegar de Palacio manda al coronel Lagrange que se persone en el lugar para informarse de primera mano sobre lo que allí está ocurriendo y para que apresure la marcha de María Luisa y del pequeño Francisco de Paula. Dispone también que se prepare un batallón de granaderos para intervenir en Palacio si fuera necesario.

Los ánimos se hallan muy encrespados, y cuando el gentío ve aparecer la figura de Lagrange se precipita sobre él para asesinarle. Le salva la vida la intervención rápida y decidida del Capitán de Guardias Valonas Coupigny. Un piquete de soldados franceses que vienen en su busca consiguen llevarse a Lagrange sano y salvo.

O’Farril se encara con Molina y le culpa de estar promoviendo un motín. Son ya centenares los que claman ante Palacio. Algunos cortan las correas del carruaje del Infante para impedir su marcha. De nuevo tiene que intervenir Coupigny para salvar la vida a otro soldado francés, el cual tiene la desgracia que su camino le lleve frente a Palacio en esos momentos. Varios soldados franceses que aciertan a pasar por las inmediaciones son también atacados y puestos en fuga, e incluso uno de ellos es asesinado junto a la Iglesia de San Juan.

Llega el destacamento de granaderos enviados por Murat. Traen consigo dos pequeñas piezas de cañón que colocan apuntando a la muchedumbre, y sin que medie aviso previo hacen una descarga alta de fusilería, seguida de otra de metralla.

Los disparos causan varios muertos y heridos. Muchos de los presentes huyen presas del pánico, pero otros muchos corren a armarse. Son aproximadamente las nueve y cuarto de la mañana.

El levantamiento ha comenzado.

¡A LAS ARMAS!

Algunos se dirigen a asaltar el Palacio de Grimaldi para acabar con Murat, pero son fácilmente rechazados por la guarnición francesa que custodia su residenciav. Pronto se presentan en los alrededores de Palacio las tropas acuarteladas en San Nicolás, prestas para la lucha.

Con las ideas muy claras, Molina, convertido desde el principio de los acontecimientos de Palacio en uno de los cabecillas del motín – cuando no en director de los acontecimientos - , invita a los presentes a dirigirse al Parque de Artillería de Monteleón para armarse con las armas que allí se guardan. El recorrido que siguen hasta el Parque lo efectúan pasando junto al Convento de las monjas de Santa Clara, por la calle del Espejo, plazuela de Herradores, Hileras, Postigo de San Martín, calle de Hita a la de Tudescos, corredera de San Pablo, plazuela de San Ildefonso y calle de la Palma alta a las Maravillas. Avanzan con rapidez y en el mayor silencio posible para no ser detectados por los franceses.

La noticia del levantamiento se extiende pronto por toda la ciudad y son muchos los madrileños que se lanzan a la calle, armados con todo lo que tienen a mano, incluidos palos y piedras. Por toda la ciudad surgen varias partidas armadas. Una de ellas, por ejemplo, es la que forma y arma el arquitecto Alfonso Sánchez, miembro de la Real Academia de San Fernando, y en la que combaten, entre otros, un profesor de arquitectura y otro de Ciencias. En muchos de los grupos que espontáneamente surgen reina la confusión sobre qué hacer: unos abogan por ir a los cuarteles y pelear junto a las milicias españolas, otros son partidarios de luchar en las calles,… algunos son interceptados dirigiéndose al Parque de Monteleón. En las entradas a Madrid se empiezan a formar barricadas para impedir el acceso a los franceses que se hallan acuartelados fuera.

Un grupo de paisanos se arma con los fusiles que está repartiendo la Guardia Española. Su comandante esperará infructuosamente la orden de combatir junto al pueblo. El Capitán General de Madrid manda a todas las tropas estar sobre las armas y no moverse.

La lucha cobra, principalmente, un carácter enteramente popular. Son los majos, manolos y chisperos los que derramarán su sangre. La nobleza y las clases acomodadas no participan en el enfrentamiento, ni tampoco los militares, que se atienen en todo momento a la orden de no actuar. La única excepción serán los artilleros del Parque de Monteleón, que amotinados combatirán unidos al pueblo. Hubo también algunos soldados, integrantes de diversos cuerpos, que se escaparon de los cuarteles vestidos de paisano y se unieron a los civilesvi. Miembros de la compañía de Fusileros de los Reales Bosques también combatieron de paisano mezclados entre el paisanaje.

Las autoridades contemplan con profunda consternación y horror cómo se ha producido finalmente lo que han estado intentando evitar desde el principio. Saben que el alzamiento está condenado al fracaso y que el pueblo está siendo dirigido al matadero.


LA LUCHA EN LAS CALLES
La lucha en la Puerta del Sol. Grabado del XIX.



Murat, a quien no sorprende lo más mínimo lo que está pasando, tiene todo minuciosamente preparado y no le va a temblar el pulso a la hora de tomar decisiones. Su plan sigue al pie de la letra las instrucciones que Napoleón le daba en su carta del 10 de Abril. Ordena a todas sus fuerzas converger hacia el centro de la ciudad, aislar a los amotinados controlando las avenidas y plazas y emplear la artillería y la caballería para barrer las calles, además de asegurarse el Parque de Monteleón, donde están depositadas las únicas armas que no se encuentran en manos francesas. Enseguida empieza a despachar mensajeros con instrucciones para sus generales, dispersos por todo Madrid. Murat y su Estado Mayor abandonan el Palacio de Grimaldi por considerarle poco seguro y se instalan en el Campo de Guardias, entre la Puerta de San Vicente y el barranco de Leganitos, custodiados por fuerzas de la 1ª división, que no participará en la lucha.

El general Rossetti parte con órdenes para las tropas que se hallan acantonadas en el Retiro. Le acompañan en su cometido una escolta compuesta por dos escuadrones de cazadores y un pelotón de cuarenta mamelucos, mandados por el coronel Daumesnil, jefe de escuadrón de la Guardia Imperial, que empezó su carrera militar como soldado y llegaría a General y Barón del Imperio. Poco antes de llegar a la Puerta del Sol se encuentran con la primera resistencia y tienen que cargar para lograr abrirse paso. En la Carrera de San Jerónimo son tiroteados desde varios edificios. El fuego más nutrido sale de la casa de don Eugenio Aparicio, corredor de vales reales, situada en el número 4 de la Puerta del Sol enfrente del palacio de duque de Híjar. Pero Rossetti y su grupo son portadores de órdenes y no pueden detenerse para participar en la refriega. Será a la vuelta de su misión cuando los mamelucos se enzarcen en la lucha que en la Puerta del Sol está teniendo lugar, saqueando las viviendas y matando a sus ocupantes.

Posiblemente este es el momento que inmortaliza Goya en su cuadro “El 2 de Mayo”. Sin duda el pintor contó con informadores de primera mano, ya que su hijo Javier vivía en la hoy desaparecida calle de la Zarza y su discípulo León Ortega fue herido en la lucha que se desarrolla en los alrededores de la Puerta del Sol.

En un principio los madrileños logran hacerse dueños de varios puntos de la ciudad, porque no había dado tiempo aún a que los franceses se movilizaran y son pocas las fuerzas que de ellos se encuentran por las calles. Pero apenas recibidas las órdenes del Duque de Berg la maquinaria de guerra francesa empieza a mover con precisión sus engranajes y sus tropas empiezan a abandonar sus acuartelamientos para reprimir el levantamiento. La prontitud con la que han reaccionado hace pensar que se hallaban en estado de alerta. Pronto nuevos sonidos empiezan a poblar las calles: el de las cureñas arrastrándose por las calzadas, los cascos de centenares de caballos batiendo el empedrado y música de trompetas y tambores.

El enemigo se acerca desde diversos lugares. El Batallón de Marinos acude a defender el Palacio de Grimaldi. El Coronel Friederichs, con dos batallones de fusileros, se dirige a Palacio, para luego subir por la calle de Platerías. El General Grouchy reúne sus tropas en el Prado y se dirige por la calle de Alcalá hacia la Puerta del Sol y la Plaza Mayor. A su vez, las fuerzas que se encuentran acantonadas fuera de la ciudad comienzan a entrar por las puertas de Segovia, Toledo, San Vicente y Fuencarral, por donde lo hace la división de Wesfalia, a las órdenes del general Lefranc. Una vez adueñados de las Plazas Mayor, de las de Santa Cruz y Antón Martín instalan allí sus cañones.

Desde las casas los vecinos les arrojan de todo: macetas, muebles, agua hirviendo, tejas,... A veces con tan buen tino como la maceta que acaba con la vida del general Legrand en la calle de las Infantas. Los franceses, por su parte, tienen órdenes del general Grouchy de penetrar en cualquier vivienda desde donde se les ataque y matar a todos sus ocupantes. Cuando las circunstancias no permiten el acceso inmediato a la casa los soldados marcan con la bayoneta las puertas. Acabada la refriega todos estos edificios serán objeto de represalia y los infortunados que en ellos se encuentran asesinados.

Con el fin de afianzar las calles establecen centinelas en ellas con orden de disparar a cualquiera que se asome por una ventana o balcón. Muchos madrileños, entre ellos niños y mujeres, pagarán con su vida su curiosidad.

Junto a muchos gestos de crueldad y ferocidad existen también escenas de caballerosidad. Así, por ejemplo, de los muchos militares franceses que se hallan alojados en domicilios particulares e intentan unirse a sus tropas algunos son asesinados inmisericordemente en las calles por las turbas, pero a otros, como al general francés Rivoissière, se les disuade de abandonar la seguridad de la vivienda o son perdonados por los paisanos que les encuentran solos y desarmados por las calles. Con los polacos y los mamelucos no hay piedad, puesto que constituyen las tropas extranjeras más odiadas. Ellos, por su parte, destacan por su ferocidad y crueldad.

Por toda la ciudad se suceden momentos de heroísmo:

En la Cárcel de la Villa y Corte cincuenta y seis de los noventa presos que albergan sus muros solicitan permiso para abandonar la prisión y poder luchar junto a sus compatriotas, bajo palabra de volver una vez acabada la refriega a la cárcel. Conseguido el permiso se dirigen a la vecina Plaza Mayor, donde sorprenden y rinden al destacamento francés de artillería que se allí se encuentra. Mientras les dura la munición consiguen mantener la posición ante un escuadrón ligero francés que intenta recuperarla; en cuanto se les acaba abandonan la Plaza Mayor y se desperdigan por las calles, prosiguiendo la lucha en diversos puntos. A la mañana siguiente, cumpliendo su palabra, regresan a la cárcel. Sólo faltan tres hombres, uno por encontrarse herido de gravedad en el Hospital, otro muerto en la lucha y otro desaparecido; quizás se fugara aprovechando la ocasión o quizás sea una de esas pobres víctimas que quedarán por siempre sin identificar. Sabemos también de un preso que se fugó del presidiario del viejo puente de Toledo para pelear contra los franceses.

Los obreros que se hallan trabajando en las obras de la iglesia de Santiago arrojan sus herramientas desde los andamios sobre los soldados polacos. Cuando ya no disponen qué tirarles algunos de ellos se incorporan a la lucha en las calles; otros se acaban refugiando en la iglesia, donde son capturados.

En la Puerta de Toledo un grupo compuesto en su mayoría por mujeres, las famosas manolas, lucha denodadamente para impedir la entrada de los coraceros del general Caulaincourt. La lucha es muy dispar y no consiguen detenerles. Pronto por la calle Toledo, libres ya de obstáculos, cabalgan los jinetes hacia la Plaza Mayor.

En la Puerta del Sol el apelotonamiento de gente luchando es tal que la caballería necesitará cargar hasta tres veces para poder penetrar en la Calle Mayor desde San Jerónimo y Alcalá. El Coronel Dausmenil pierde en la lucha dos caballos.

Un grupo de paisanos que se había refugiado en la vecina Iglesia del Buen Suceso son masacrados por los franceses, que entran a la bayoneta sin respetar el recinto sagrado. Algunos soldados franceses intentan penetrar en el Hospital General, pero varios de sus empleados, entre ellos un ayudante de cocina y cinco practicantes, consiguen rechazar en un principio la intentona. Pronto le llega al enemigo como refuerzo un batallón de granaderos, con lo que adueñarse del recinto y capturar a sus decididos defensores.
Los grupos de paisanos que intentaban entrar en Madrid para incorporarse a la refriega son perseguidos por la caballería y masacrados.

A pesar de su arrojo el pueblo es incapaz de ofrecer una resistencia seria ante el experimentado ejército francés.

Sobre las doce de la mañana Murat se dirige al Consejo de Castilla para que haga todo lo que en su mano esté para que se ponga fin a la lucha, que aún prosigue en Sol, Antón Martín, la Plaza Mayor, Puerta Cerrada,… y en el Parque de Monteleón. Aranza y O’Farril se encuentran intentando poner paz por las calles anexas a Palacio y el Concejo manda imprimir un bando en el que el infante Antonio, exhorta a los madrileños a la paz y amenaza con castigar a quien así no lo haga. El bando es colocado en las calles sobre la una. En esos momentos, el único sitio donde aún se mantiene una enconada lucha es en el Parque de Monteleón.
EL PARQUE DE MONTELEÓN

El Parque de Monteleón, antiguo palacio y residencia de los Marqueses del Valle, era por aquel entonces utilizado como depósito militar de artillería. Circundado por una tapia y rodeado por edificios en tres de sus lados no era lugar apropiado para realizar una sólida defensa. Sin embargo, la decidida resistencia que unos pocos centenares de soldados y paisanos hicieron del mismo frente a varios miles de soldados franceses es uno de los episodios más conocidos de la historia de nuestra ciudad.

Aquella mañana, desde muy pronto, se empezaron a reunir pequeños grupos de paisanos frente a sus puertas, cerradas a cal y canto. En el interior del Parque se encuentra acuartelado un destacamento francés de artillería compuesto por 70 soldados y un oficial junto a 16 artilleros españoles. La gente clama pidiendo armas e insulta a los franceses. La situación es significativa, porque aún no se ha producido el enfrentamiento en el Palacio Real y ya hay grupos de civiles intentando conseguir armas...

El primer militar que llega al Parque esa mañana es el teniente de artillería Arango, enviado por sus superiores con la misión de disolver a la multitud allí congregada sin recurrir a la violencia. Le han comunicado, además, que es muy importante que las armas allí almacenadas no acaben en manos del pueblo y la revuelta adquiera entonces mayores proporciones. Arango consigue en primer lugar tranquilizar al oficial francés y luego que le deje acceder al Parque. Una vez dentro, Arango, sin que de ello se aperciban los franceses, que están más atentos a lo que pasa fuera que a lo que ocurre dentro, empieza junto con algunos de los soldados españoles que allí había a cargar fusiles y confeccionar cartuchos de cañón, de los que se disponía de muy pocos. “Por lo que pueda pasar” tuvo que pensar Arango.

Son ya las 9:30 y nuevos grupos de civiles van llegando al Parque. Los ánimos de todos cada vez están más exaltados. El oficial francés está muy nervioso; no ha recibido aún noticias de lo que está pasando en la ciudad y amenaza con abrir fuego si no se dispersa la muchedumbre. Arango, sobrepasado por la situación, manda secretamente un mensajero solicitando instrucciones a sus superiores. En esos momentos, y para alivio de

Arango, hacen acto de presencia en el Parque el capitán de artillería Daoíz, seguido de otros tres oficiales.

Mientras todos estos sucesos tienen lugar en el Parque, el también capitán de artillería Velarde, se amotina y se dirige al cuartel de Voluntarios del Estado con la intención de conseguir que dicho cuerpo se una al alzamiento popular. El Coronel de los Voluntarios, el Marqués de Palacio, le niega su apoyo, pero es tal vehemencia y el ardor que muestra Velarde en su empeño, que al final el Marqués le concede una compañía de Voluntarios del Estado – 33 hombres -, con la misión de reforzar la guarnición española que se halla en el Parque, pero, eso sí, con instrucciones de no pelear sin haber recibido antes la orden pertinente.

Cuando Velarde y su grupo llegan al Parque Velarde intimida a la rendición a los franceses, oferta que estos aceptan sin oposición. El batallón de Voluntarios queda encargado de su custodia. Daoíz, oficial al mando por antigüedad, aún se halla indeciso sobre qué resolución tomar y mantiene un vivo diálogo con Velarde, tras el que se retira meditabundo unos instantes. En su interior hay una lucha entre el patriota, que le incita a unirse al pueblo, y el soldado, cuya formación y férrea disciplina le impone acatar las órdenes recibidas. Finalmente vence el patriota y dirigiéndose a sus compañeros les ordena repartir las armas entre los civiles. Las puertas se abren y los madrileños entran en tropel, gritando vivas al Rey y muerte a los franceses. Muchos abandonan el Parque tras armarse, para unirse a la lucha que está teniendo lugar por las calles, pero otros se quedan para colaborar en su defensa. Los artilleros españoles que se encontraban en el Parque se unen a la contienda.

Daoíz manda colocar los cañones en el patio y apostar vigías en los balcones de los edificios colindantes. Pronto los centinelas avisan que se acerca el enemigo. Daoíz manda a todos refugiarse en el Parque y cerrar las puertas, así como mantenerse en silencio absoluto. El teniente de Voluntarios Jacinto Ruiz, viendo las apuradas circunstancias entiende que su puesto es estar junto al pueblo, por lo que decide unirse a los insurgentes.

Los soldados franceses, el batallón de Westfalia, avanzan a paso redoblado por la calle de Fuencarral, ignorantes de cuanto ha sucedido en el Parque. Cuando llegan encuentran la puerta cerrada y se disponen a forzarla; es entonces cuando Daoíz manda hacer fuego sobre ellos. Los cañones colocados en el patio vomitan su carga que, atravesando la puerta, causan gran mortandad en los franceses. Al mismo tiempo desde los edificios colindantes se dispara sobre ellos. El ataque inesperado les ocasiona gran número de bajas y se retiran.

Daoíz aprovecha la pausa para mandar emplazar los cañones: uno mirando a la fuente Nueva, que estaba junto la Puerta de los Pozos, otro en la calle de San José, apuntando hacia la calle de San Bernardo, frente a la fuente de Matalobos, otro en la esquina frente al convento de las Maravillas y el otro colocado en la misma entrada del Parque. El teniente Ruiz queda asignado al mando de uno de los cañones.

A la alegría de la momentánea victoria se une la producida por la llegada de refuerzos: se trata de la partida dirigida por Blas Soriano. Velarde forma un grupo con aquellos paisanos que saben utilizar un arma de fuego y los usa para proteger la carga y el manejo de los cañones. Pero no disponen de mucho tiempo, porque enseguida se reagrupan los franceses, que una vez repuestos de la sorpresa inicial planifican el asalto al Parque. El ataque se produce desde la calle de San Bernardo.

El enemigo no consigue avanzar y la lucha se convierte en un furioso y continuo intercambio de disparos. Los que manejan los cañones son los que mayor castigo sufren, ya que luchan sin parapeto alguno. Jacinto Ruiz cae malherido.

El Capellán del Convento de las Maravillas, situado frente al Parque, manda a las monjas abrir las puertas del convento para atender a los heridos, sin distinción de su nacionalidad.

Se incorpora al asalto al Parque el 4º regimiento de la División de Musnier, atacando los franceses ahora desde diversos puntos. Clara del Rey, que se halla en el Parque con sus hijos y marido, muere de un disparo en la sien.

La lucha en el Parque de Monteleón. Grabado del XIX.

Cerca de una hora llevará transcurrida la contienda cuando los franceses hacen un intento en columna cerrada que, bajo el mando del Coronel Montholon, avanza inexorablemente hacia el Parque. Están muy cerca de su objetivo cuando por la calle de San Pedro la Nueva aparece un heraldo gritando a pleno pulmón y agitando un gran pañuelo blanco. Ambos bandos cesan el fuego para escuchar sus propuestas. Se trata del capitán de voluntarios Melchor Álvarez, que comunica a Daoíz que el Gobierno le ordena que cese la lucha inmediatamente. Su discurso es interrumpido por un artillero español que dispara sobre el grupo parlamentario francés. Argumenta que ha visto a los franceses efectuar un movimiento hostil aprovechando la tregua. Ante este ataque a traición algunos franceses huyen y otros, incluyendo Montholon, son hechos prisioneros.

Se ha conseguido de nuevo rechazar el ataque, pero la situación española es desesperada. Hay gran cantidad de muertos y heridos, y las posibilidades de recibir refuerzos son muy remotas.



Murat monta en cólera cuando recibe las noticias del fracaso de este último ataque y ordena al general Lagrange que acabe con la resistencia inmediatamente y sin contemplaciones. La Brigada Lefranc se incorporará a este nuevo ataque.

Lagrange manda instalar dos cañones junto a la fuente de Matalobos y otros dos frente al Palacio de Montemar. Protegidos por el fuego de los cañones manda avanzar sus columnas, unos dos mil hombres, a paso de carga y a la bayoneta por las calles de San José y de San Pedro. Será el último ataque, el definitivo. Son alrededor de las doce y media.

Daoíz es herido en un muslo pero sigue en su puesto. Velarde consigue que se incorporen a la lucha algunos Voluntarios, cuando un disparo efectuado por un oficial de la Guardia Noble Polaca acaba con su vida.

Los españoles, sin municiones, cargan los cañones con piedras de chispa, que actúan como metralla, pero las columnas francesas avanzan valientemente ante el fuego sin que nadie le frene y consigue finalmente llegar hasta los cañones, matando a sus artilleros, y entrando en el Parque a sangre y fuego.

Es la una de la tarde y la defensa del Parque ha durado unas tres horas, movilizando a numerosas fuerzas enemigas y causándole, entre muertos y heridos, unas mil bajas.

Algunos paisanos consiguen huir del Parque y otros corren a refugiarse y esconderse en el interior del edificio, en unos desvanes. Los franceses no toman prisioneros y matan a todo aquel que cae en sus manos. El General Lagrange se encara con Daoíz, quien no soporta sus insultos y echa mano de su espada, con la que consigue herir a Lagrange, pero un soldado francés le atraviesa por la espalda con su bayoneta. Un médico francés intenta salvar la vida a Daoíz, pero la herida es mortal. El artillero es conducido moribundo a su casa, en la calle de la Ternera nº 12, donde muere al poco.

La compañía de Voluntarios del Estado abandona el recinto sin ser molestada, llevando al teniente Ruiz, herido de gravedad y atendido en primera instancia por un médico francés. Escondido durante días para evitar las represalias, Ruiz conseguirá fugarse de Madrid. Destinado a un Regimiento de Guardias Valonas alcanzará el grado de Teniente Coronel. Sin embargo, sus heridas se agravan y fallecerá el 13 de Marzo de 1809 en Trujillo. El último herido saldrá del Parque sobre las seis de la tarde. Los paisanos escondidos en los desvanes abandonan el recinto por la noche.


LA REPRESIÓN

A las dos Murat manda hacer público un nuevo bando, en el que se prohíbe bajo pena de muerte cualquier tipo de reunión, encargando a los Alcaldes de Corte recoger todas las armas blancas y de fuego que posean los vecinos. Al mismo tiempo, una comisión pacificadora, compuesta por miembros del Consejo y otras personalidades, sale a la calle con el fin de detener los enfrentamientos que aún siguen vivos por la ciudad. Murat se ha comprometido a ratificar todos los compromisos que se hagan para cesar la lucha y a no tomar represalias ante los graves sucesos acaecidos. Acompañan a dicha comisión tropas españolas y francesas.
Según cae la tarde el día empieza a nublarse, amenazando lluvia. De igual manera se va oscureciendo el panorama para los madrileños. El Duque de Berg está dispuesto a dar un escarmiento ejemplar e incumple lo pactado. Manda establecer en el principal de la Casa de Correos una Comisión Militar, presidida por Grouchy, para juzgar a los prisioneros hechos durante la lucha o a todo aquel que sea detenido portando armas. Los juicios son sumarísimos. Aunque empieza a funcionar desde el mismo momento de su creación la orden del día por la que se establece dicha comisión militar, con todas sus consecuencias, no se hará pública hasta el día 4 de Mayo .Forman parte de dicha comisión el Capitán General Negrete y el General Sesti.

Por las calles rondan las patrullas, deteniendo a todos los que porten un arma. Los Guardias de Corps acompañan a los franceses en dicho cometido. A los que llevan capa se les obliga a echársela doblada al hombro, para que quede claro que no ocultan armas encima. Muchos inocentes de haber participado en la lucha son detenidos simplemente por habérseles hallado encima cualquier objeto que pudiera servir como arma. Así, por ejemplo, se arresta a dos arrieros por encontrársele en la montera una aguja de coser sacos, a un albañil y su hijo, que venían de trabajar en el Resguardo de la Puerta de Alcalá, y traían sus herramientas, a un cirujano que portaba su estuche… Todos ellos serán fusilados o ejecutados directamente en las calles. Entre las víctimas de la represión figura una niña de 15 años, detenida cuando se dirigía a su domicilio, sito en el 18 de la calle de San Andrés, por hallársele en la faltriquera unas tijeras, las propias de su oficio, ya que ella es costurera; su nombre es Manuela Malasaña. A los presos se les conduce al Conde-Duque, San Gil, el Cuartel de la Puerta de Santa Bárbara, al Prado, frente a Cibeles,… donde son interrogados y muchos de ellos condenados a muerte.

Pero la cacería no se limita a patrullar por las calles. En algunos casos se busca a los heridos hasta sus domicilios, donde se les remata ante los ojos de sus familiares. Es la hora también de tomarse cumplida venganza de los que al amparo de sus viviendas han agredido a los franceses. Toda casa marcada, o delante de la cual aparezca un francés muerto o herido es asaltada y desvalijada, cuando no incendiada, y sus infelices dueños asesinados si no han conseguido huir o esconderse a tiempo. Las casas del Marqués de Villescas, en la calle de Alcalá, la de los Duques de Híjar, en la Carrera de San Jerónimo, figuran entre las asaltadas. Curiosamente, varias casas lujosas desde las cuales no se ha efectuado acto hostil alguno también son saqueadas bajo la misma acusación.

Los fusilamientos comienzan el mismo día 2, por la tarde, continúan por la noche y acaban la mañana del día 3. A las cuatro de la mañana del día 3 son ejecutados en las tapias de la casa del Príncipe Pío - sita en la Plaza de los Afligidos, frente al convento de San Joaquín - cuarenta y tres infelices. A las ocho de la mañana se llevan en nueve carros los cadáveres de los fusilados en el Prado, junto a la fuente de Cibeles, detrás del llamado canapé, la pared que separaba las posesiones reales del Retiro del Paseo del Prado, en el lugar que hoy conocemos por tal motivo como Plaza de la Lealtad o de los Mártires. Hubo también ejecuciones en el patio del Hospital del Buen Suceso, en la Puerta del Sol, en las tapias del Convento de Jesús de Medinaceli...
Los fusilamientos del 3 de Mayo. Francisco de Goya.



Durante toda la noche del día 2 las fuerzas francesas permanecen en continuo estado de alerta. Sus hogueras iluminan diversas plazas y calles de la ciudad. Murat manda que efectúen continuos disparos al aire para asustar a la población. Todo forma parte del clima de terror que quiere imponer el temible Duque de Berg para afianzar su poder y vencer cualquier conato de resistencia que aún pudiera quedar entre los madrileños.

Por mandato de Murat los cadáveres españoles permanecerán en algunos sitios sin enterrar hasta el día 7. Los fusilados junto a la casa del Príncipe Pío, cuyos cuerpos son abandonados en un hoyo de la Florida, no lo serán hasta el 12 de Mayo.

 Todo esto (lo que os señalo con fondo gris) está copiado tal cual de http://www.amigosdelforo.es/2deMayo.pdf. ¿No os parece que un poco pobre copiar y pegar? No estoy segura de que si quiera hayáis leído lo que ponéis...
ARTILLERÍAS Y CUERPOS

Pero, ¿qué es todo esto? ¿qué queréis decirme con este listado de capitanes, tenientes, sargentos, cadetes, subcadetes y demás? Si os importa este aspecto ¿no deberías documentaros acerca de cómo funcionaban en vez de copiar los nombres de estas gentes? ¿qué sentido tiene todo esto?. Por cierto, también está copiado y pegado de Internet, concretamente de http://members.tripod.com/~gie1808a1814/meses/mayo.htm#BM0000.


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