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El fin del periodismo y otras buenas noticias Nuestra hipótesis Autor: lavaca org


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El fin del periodismo y otras buenas noticias

Nuestra hipótesis

Autor: lavaca.org

Nuestra hipótesis es la siguiente:

Estamos ante un momento extraordinario.

El capitalismo mediático está en crisis.

La velocidad de las transformaciones tecnológicas, sociales y políticas han obligado a los medios comerciales de comunicación a mutar a un ritmo que alteró su esencia. Nada de lo que están obligados a hacer hoy les garantiza que puedan volver a hacerlo mañana, en idénticas condiciones y con los mismos resultados. Nada, tampoco, les indica cómo evitar que esta decadencia no los arrastre a un proceso de extinción, como artefactos de una era que comenzó con Guttemberg y terminó hoy.

Game over.

El futuro llegó.

Con esta convicción analizamos este proceso, sus consecuencias y sus potenciales beneficios y amenazas.


El proceso de esta transición nos ofrece la oportunidad de convertir todo lo que hagamos y dejemos de hacer -no tan solo lo que podamos, sino aquello que seamos capaces o incapaces de soñar- en herramientas aptas para construir una nueva forma de comunicación humana que recupere su sentido: establecer relaciones.

Tenemos mucho a favor.

Las audiencias están activas y expectantes.

Las capacidades tecnológicas han potenciado el trabajo en red y global.

Eso que llamamos realidad es un big bang de novedades.

El interrogante es si este caldo en el que bulle el futuro, cocinándose sobre una hoguera que convierte en leña a todas las intermediaciones, no nos incluye a nosotros, los periodistas profesionales.

Bajo la amenaza de convertirnos en humo, solo nos queda la capacidad para reflexionar sobre nuestros propios errores.

Y arriesgar.



Lo invisible

Italo Calvino escribió en 1972 Las ciudades invisibles1, un libro maravilloso que, a la manera del I Ching, permite con cada nueva lectura nuevas interpretaciones. Se trata de textos breves, hilvanados con una excusa narrativa: los relatos de Marco Polo al emperador de los tártaros, Kublai Jan, quien financia sus expediciones a mundos remotos, desconocidos.

Una de las interpretaciones posibles de este libro la revela el propio Calvino en el prólogo2:
A este emperador melancólico que ha comprendido que su ilimitado poder poco cuenta en un mundo que marcha hacia la ruina, un viajero imaginario le habla de ciudades imposibles (...) ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices”.
Los relatos sobre otros mundos se convierten, así, en visiones de futuros posibles que Marco Polo transforma en esperanza alimentando la atención de su emperador. Vive -al igual que Sherezade- gracias a ello: el emperador no financia sus viajes, sino su relato.
Durante una cantidad de tiempo suficiente como para establecer la confusión actual, los medios comerciales de comunicación vivieron gracias a sus relatos de una realidad a la que las audiencias no podían acceder por sí mismas. Esas ciudades invisibles podían tener la forma de la escena de un crimen, el palacio gubernamental o la intimidad de una estrella de rock. La capacidad para acceder a esos mundos y narrarlos con atracción y precisión construían su relación con el público, que financiaba no solo esas expediciones al más allá, sino la mirada que sobre ellas le traían. Luego, se comenzó a comercializar esos espacios de charla. Así nació la publicidad. A mayor cantidad de audiencia, tirada, rating, mayor era la tarifa para ocupar un lugar privilegiado en la charla con ese público masivo y por lo tanto indiscriminado, llamado lector, oyente o televidente.

Resulta relativamente fácil asegurar que esto ya no es así, pero no tan sencillo advertir cuándo comenzó a venderse otro tipo de cosa. Es sabido que los medios comerciales de comunicación ya no viven de los relatos que publican, sino de aquellos que ocultan. Su influencia está directamente relacionada con su capacidad de invisibilizar información que solo comercia entre exclusivos y excluyentes públicos. Este regreso al trono imperial como privilegiada audiencia marca un punto de inflexión en el uso estratégico de la comunicación como forma de eliminar las fronteras entre la sociedad y el mercado y ha transformado a lo que genéricamente denominábamos “medios masivos de comunicación” en una cosa bien diferente: en medios masivos de formación de opinión. Es decir, en dispositivos de control social.

De eso se trata lo que llamamos capitalismo mediático: la construcción de poder basada en controlar, restringir y clasificar los flujos de la información.

El término poder deriva de la palabra latina posse.

Por entonces, con esa palabra se aludía a lo posible, y su actual traducción equivaldría a otra palabra: potencia

También admite otra acepción: posibilidad, en cuanto a la posibilidad concreta de realizar un cambio.

Así definido, el poder es concebido como algo dinámico, complejo y, fundamentalmente, sometido a constantes tensiones.

Poder es, fundamentalmente, capacidad de cambio.

Sin embargo, si buscamos hoy la definición en el Diccionario de María Moliner encontramos:
Poder: fuerza para dominar o influenciar a los otros.
Y sus sinónimos son: poderío, dominio, potestad, autoridad, mando.
Un origen teórico de este cambio de definiciones puede fecharse en 1946, cuando Andrew Paul Ushenko escribió su tratado Power. Desde entonces el término quedó anclado en la connotación de dominación. La fecha no es casual. Power es hijo de la Segunda Guerra. Encarna una ilusión: la del poder inamovible, inapelable e inmutable.

Hasta que la propia ilusión cambió.


Cuando el mundo occidental se sacudió en Seattle en 1999 con las protestas de los movimientos antiglobalización – es decir, con la capacidad de acción de la resistencia- el sociólogo polaco Zygmunt Bauman ya había imaginado la revuelta como una consecuencia inevitable.

Su capacidad de anticipar aquello que a muchos tomaba por sorpresa tiene como punto de partida la siguiente frase:


La empresa pertenece a las personas que invierten en ella: no a sus empleados, ni a sus proveedores, ni a la localidad en donde está situada”.
Así Albert J. Dunlap, famoso “racionalizador” de empresas modernas, resumió su credo en un artículo publicado por Times.

Así, también, comienza el libro de Bauman titulado La globalización, consecuencias humanas3, un lúcido ensayo sobre el poder global, su complejidad, tendencias y repercusiones.

Para Bauman, el último cuarto del siglo pasado será recordado en los libros de Historia como los tiempos de la Gran Guerra de la Independencia del Espacio que permitió que los centros de poder se liberaran “consecuente e inexorablemente de las limitaciones territoriales” encarnando una de las condiciones aristotélicas: el movimiento. “La movilidad se ha convertido en el factor estratificador más poderoso y codiciado por todos, aquel a partir del cual se construyen y reconstruyen diariamente las nuevas jerarquías sociales, políticas, económicas y culturales de alcance mundial”, señala Bauman.

Esta capacidad de movimiento es la que le permite a los capitales desconectarse, en un grado inédito, de las obligaciones del ejercicio del poder. Así de livianos y transportables, “tienen poco problemas para liar sus maletas y partir en busca de ambientes más acogedores, es decir, maleables, blandos, que no ofrezcan resistencia.”

Para Bauman esto no significa el Fin de la Historia -tal como lo vaticinó Francis Fukuyama- sino el Fin de la Geografía. “Las distancias ya no importan. Lejos de ser objetiva, impersonal, física, establecida, la distancia es ahora un producto social. Su magnitud varía en función de la velocidad empleada para superarla y en una economía monetaria, en función del costo de alcanzar esa velocidad.”

Estamos ante lo que Bauman define como los tiempos de la Modernidad Líquida4, caracterizada por la fuidez del poder.

Así las cosas, los indicadores de espacio y tiempo perdieron importancia. También perdieron su significado: aquí/allá; exterior/interior; cerca/lejos. Categorías todas que sirvieron, entre otras cosas, para medir la potencia, es decir, el poder de enemigos o aliados, pero también las nociones culturales que aún se intentan fijar artificialmente en las secciones con las que los medios comerciales fraccionan sus relatos: nacional, internacional, política, economía.
En la revista de comunicación Voces y Cultura, editada en España, Carlos Zeller5 analiza esta forma de organización de la información:

“En su origen, esta organización temática reflejaba las jerarquías de poder en la estructura del Estado: las secciones de Política y Política Internacional ocupaban las primeras páginas y absorbían la mayor parte de los recursos”.

Zeller señala que esta división no es solo una propuesta cartográfica que ordena tanto la lectura como el trabajo dentro de un medio de comunicación, sino que se transformó en una concepción ideológica nítida al filtrar qué temas se pueden tratar en dónde.

“La sección Economía ha sido sometida a una especie de cuidadosa limpieza de los efectos colaterales que produce la organización económica. Así, por ejemplo, mientras en sus páginas se da cuenta extensamente de los avatares de la economía y sus indicadores (...) no se publica en ella prácticamente ni una sola línea sobre la desigualdad económica y social dentro y fuera del país. El efecto más significativo en términos periodísticos lo constituye la separación entre causa y efecto, entre economía y sociedad”, concluye.

Este problema de estructura que afecta a todo el periodismo contemporáneo demuestra “la incapacidad manifiesta para ver y comprender aquellos hechos que no adoptan la categoría de acontecimiento”. Es decir: el periodismo puede contar lo que pasa solo cuanto lo que sucede se manifiesta de manera espectacular –en el sentido de espectáculo-, cuando ya es evidente y, por lo tanto, ineludible. Podríamos agregar otra conclusión: se despolitiza la economía en momentos en que ésta se ha convertido, justamente, en un factor político determinante.
Es cierto que la globalización, su velocidad, su penetración y su no-espacio geográfico ha dejado anacrónicas las habituales divisiones del trabajo periodístico. Desde el punto de vista de la edición, esto se evidencia en la secuencia de secciones y divisiones temáticas que con su tradicional esquematización –justificada con el fin de ordenar la lectura- se ha convertido en una peligrosa herramienta de fragmentación de la realidad. Pero su efecto es paradójico: la sensación de un mundo descontrolado y caótico hoy se transmite al imponer un orden que la realidad no tiene. Lo que pretende esclarecer, confunde. La simplificación, complica.

Sin embargo, también es cierto que lograr otro tipo de representación de la realidad -una realidad “linkeada” por así decirlo- es un desafío. El conocimiento específico no alcanza. El manejo de cierta jerga técnica no basta. Saber es entender que hoy se sabe poco y nada acerca de los cimientos sobre los cuales se apoyan los conflictos y quizá por eso sólo se nos vuelven evidentes recién cuando estallan.

Bauman, al igual que el canadiense Roger Fidler6 entre otros teóricos, coincide en que la historia moderna se ha caracterizado por el progreso constante de los medios de transporte. Pero fue el transporte de la información lo que puso en evidencia que ya no hacía falta ningún desplazamiento físico para estar instantánea y eficazmente en cualquier parte.

El desarrollo vertiginoso del transporte de información reorganizó el espacio de manera técnica, artificial. Y está nueva organización impuso otro tipo de concepción de poder. Un poder sin territorio, pero que domina este mundo en el que muchos –demasiados- carecen de todo tipo de movilidad. No se trata tan sólo de quedarse en un lugar, sino de la imposibilidad de desplazarse a voluntad, de tener acceso a otros lugares y de aspirar a otro tipo de distribuciones.

¿Cómo redefine el concepto de lo político esta nueva forma de poder?

Mientras los capitales –es decir, los recursos necesarios para poder hacer cosas- se desplazan rápidamente, los gobiernos tropiezan con los escombros que estos vertiginosos movimientos dejan en el territorio en donde ellos están irremediablemente anclados. “Aquello que se mueve con velocidad similar a la del mensaje electrónico está prácticamente libre de las restricciones relacionadas con el territorio dentro del cual se originó, aquel hacia el cual se dirige o el que atraviesa de paso”.

Para ser aún más didáctico con las consecuencias prácticas de esta afirmación, Bauman cita un artículo de The Guardian, de Londres, en donde se informa:
El conglomerado sueco-suizo Asea Brown Boveri anunció que reducirá su mano de obra en Europa occidental en 57.000 puestos de trabajo. Por su parte, Electrolux anunció que reducirá el 11% de su plantel global. Pilkington Glass también anunció recortes significativos. En sólo diez días, tres firmas europeas han eliminado puestos de trabajo en una escala comparable por su magnitud con las cifras mencionadas en las recientes propuestas de los gobiernos francés y británico sobre creación de empleo. (...) Si la industria europea occidental se está desplazando masivamente hacia fuera del continente, la discusión sobre cuál es la mejor política oficial para enfrentar el desempleo parece más bien incongruente.”
Esta sensación de que las cosas se van de las manos, que exceden la racionalidad política tradicional, es evocada con un término que nadie sabe exactamente qué significa: globalización. A decir de Bauman, expresa el carácter indeterminado e ingobernable de los asuntos mundiales.

El nuevo desorden mundial.

En términos más tradicionales, la historia de esta transformación podría resumirse de la siguiente manera: la producción capitalista pasó de la explotación a la exclusión. “La apuesta del imperialismo de la moderna era sólida era la conquista del territorio para aumentar el volumen de mano de obra sujeta a la explotación. A la larga se ha hecho evidente que una dimensión de la expansión occidental a nivel planetario, la más espectacular y tal vez, la de mayores consecuencias, ha sido la lenta pero implacable globalización de la producción de desechos humanos, (...) el crecimiento de los volúmenes de desigualdad, humillación, sufrimiento y pobreza humanas7”.
En este marco, los estados nacionales parecían tener poco para hacer. Fueron perdiendo no solo su potencia, sino también sus posibilidades de actuar. Una prueba: los cálculos realizados por el economista francés René Passet que establecieron, a mediados de los 90, que las transacciones financieras puramente especulativas entre monedas sumaban la cantidad de 1,3 billones de dólares diarios, un volumen cincuenta veces mayor que el del intercambio comercial y casi igual a los 1,5 billones de dólares de las reservas de todos los bancos nacionales del mundo en ese momento. “Ningún Estado –concluyó Passet- puede resistir más allá de unos pocos días las presiones especulativas de los mercados.”

Ese flujo incontrolable de capital que brega por la libertad de movimientos y la falta de restricciones dependía, básicamente, de la fragmentación política. “Se podría decir que tienen intereses creados en los estados débiles, es decir, en aquellos que son débiles pero siguen siendo estados. Esta debilidad estatal es lo que necesita el nuevo desorden mundial para sustentarse y reproducirse.(...) La fragmentación política y la globalización son aliadas estrechas y conspiran juntas."

Desregulación, liberalización, flexibilización, alivio de la presión impositiva y de las cargas laborales fueron los pasos indispensables para producir el efecto buscado.
La contracara perfecta de la movilidad del capital es la cárcel. Esa fortaleza en donde están confinados los que no tienen lugar en esta tierra no- geográfica. A eso redujo Bauman la función de los estados nacionales: a la aplicación de leyes penales que son, por supuesto, territoriales. “Construir más cárceles, elaborar nuevas leyes que multipliquen el número de violaciones punibles mediante prisión, obligar a los jueces a agravar las penas son medidas que aumentan la popularidad de los gobiernos. (...) En el mundo de las finanzas globales, la tarea que se asigna a los gobiernos estatales es poco más que la de grandes comisarías.”

Otra síntesis posible de esta mirada sobre el poder global es la definición que del sociólogo francés Pierre Bordieu8:


El poder absoluto es el poder de volverse imprevisible y prohibir a los demás cualquier anticipación razonable, de instalarnos en la incertidumbre más absoluta, sin dejar asidero alguno a la capacidad de prever”.


Lo asimétrico
La construcción de este nuevo tipo de poder fue amalgamada con un material estratégico: la información. Y si bien es cierto que durante la modernidad sólida la información ya se había ya transformado en mercancía, con la llegada del capitalismo global esta imagen quedó reducida a una simplificación. No alcanza –por insuficiente, pero también por ingenua- a describir el proceso que aceleró tanto su auge como su caída.

Tomemos un ejemplo.

En el año 2001 el Premio Nobel de Economía fue recibido por quienes acuñaron la teoría llamada “información asimétrica”. Entre los fundamentos dados por la Academia sueca puede leerse que el trabajo de los premiados “aportó el núcleo duro de la teoría económica moderna, la que sería impensable sin el componente de la información asimétrica”. Esta teoría -que dio origen a la llamada Economía de la Información9- se basa en el estudio del funcionamiento de los mercados cuando los diversos agentes no disponen de la misma información.

El primero en referirse a la información asimétrica fue George Akerlof en un famoso artículo publicado en 1970 donde analizó el mercado de autos usados. Esta aparentemente ingenua metáfora le permitió establecer lo siguiente:



  • El vendedor es el único que sabe cuáles son las condiciones del producto que ofrece y quiere venderlo al precio más alto posible.

  • El comprador la única información que tiene es que se trata de un producto que otro desechó (y “por algo será”). Sospecha que, por el simple hecho de estar en venta, el vehículo tiene algún defecto. Por lo tanto, no está dispuesto a pagar un precio elevado por un auto usado.

  • La conclusión es que hay una relación directa entre la información y el precio. Y toda “selección adversa” – es decir, todo precio bajo- está originado por la insuficiente información que tiene el comprador sobre la verdadera calidad del producto.

Así, la tesis de Akerlof prueba -entre otras cosas- cómo la información construye el precio de un producto.

De ahí a inferir que la información puede ser usada como una levadura , hay un solo paso.

Y otro, cuando se cambia el término precio por valor.

Lo que queda, simplificando, es el siguiente enunciado:

“La información puede inflar el valor de las cosas”.

Nada dice este enunciado acerca de los atributos de esa información. Es decir, no proclama que esa información deba ser –necesariamente- falsa o verdadera.


Así llegamos al economista Joseph Stiglitz, quien tomó esta teoría y la aplicó a los mercados financieros.

Sin duda habrá quién pueda explicar mejor cómo una cosa llevó a la otra, pero lo que nos interesa aquí es el resultado final. El propio Stiglitz lo sintetizó para los legos de la siguiente manera:


Ahora se reconoce que la información es imperfecta, que obtener información puede ser costoso, que hay importantes asimetrías en la información y que el tamaño de esas asimetrías de la información puede ser afectado por las acciones de las empresas y de los individuos”.
Recordemos que Stiglitz fue jefe de asesores del ex presidente norteamericano Bill Clinton y luego, vicepresidente del Banco Mundial hasta 1999. En este cargo fue testigo de la imposición de recetas económicas que originaron privatizaciones, apertura indiscriminada de los mercados y brutales ajustes fiscales en los países emergentes. Renunció, formuló críticas al FMI y recibió el Nobel por haber descubierto a fines de los `70 que el poder absoluto lo construye y lo conserva quien sea capaz de obtener más y mejor información, pero también quien controle, mida y valore qué información obtienen los demás10. De eso se trata “afectar el tamaño de las asimetrías informativas”. De crear –o mejor dicho inventar- información capaz de imponer en el imaginario una “calidad superior” a la que realmente tiene un producto, con la única finalidad de aumentar su precio. Si llevamos este procedimiento a las mercancías, estamos hablando de marketing11. Lo cual no es poca cosa, especialmente si se lee con atención No Logo, una fenomenal investigación realizada por la canadiense Naomi Klein. Pero si trasladamos esta ecuación al territorio de las ideologías, estamos hablando de cómo una forma de dominación logró entrar a la historia travestida de teoría económica: neoliberalismo.

Es imposible pensar en esta cirugía estética sin tener en cuenta el rol de los medios comerciales de comunicación. Podríamos detenernos aquí a analizar el vaciamiento de las palabras, la uniformidad del estilo, la necesaria precarización de las formas de trabajo y el sinfin de procedimientos que se fueron acoplando a la rutina de la industria informativa hasta convertirla es una maquinaria eficaz y eficiente de trans-fugar sentidos. Pero eso ya es historia vieja.

La noticia es otra: el mecanismo estalló espectacularmente, en puntos geográficos diversos, pero con fechas precisas.

Setiembre, 2001, Nueva York.

Diciembre, 2001, Buenos Aires.
En estos nuevos tiempos, la teoría original de Stiglitz sigue siendo un gran aporte, invirtiendo los términos de la hipótesis: si concentrar información ha sido la clave de esta acumulación imperial de poder, hacerla circular es una manera de debilitarlo.

Cuestionar este modelo de poder pasa, en gran medida, por la diversidad y calidad de la información que seamos capaces de compartir para que cada quien pueda construir su propio relato del presente.

No significa que aritméticamente se simplifiquen los problemas, sino todo lo contrario. “Viendo” su complejidad, tornándola visible, es al menos posible reconocer tanto las miserias del mundo actual como a sus miserables responsables.

Uno de los ejemplos más evidentes de esta operación de información asimétrica es, justamente, la construcción del mito de la creación del poder global. Sea cual fuere el hilván que lo zurza, generalmente resalta -como un fuerte spot- los detalles de la construcción de su poder omnipresente, de manera tal de dejar en completa oscuridad los poderosos anticuerpos que generó en el proceso.

Quien maneja el spot, conoce también toda la información que contiene la escena: la que se resalta y la que se oculta.

Veamos cómo

La herramienta que generalmente se asocia a la capacidad de trasladar velozmente información es la World Wide Web (wwww), la red mundial de redes. Se trata de una construcción que no realizó ninguna empresa ni gobierno y que fue impulsada, fundamentalmente, por la necesidad social de compartir información.

El primero en mover sus hilos fue un inglés formado en Oxford, Tim Berners-Lee, que empezó proyectando el diseño de la red en 1990 cuando trabajaba en el Centro de Investigación de Partículas Elementales (CERN), de Suiza. “La diseñé para que tuviera un efecto social –ayudar a la gente a trabajar junta- y no como un juguete técnico. La meta última de la red de redes es apoyar y mejorar la interrelación de nuestra existencia en el mundo” escribió cuando lanzó su proyecto. De forma gradual, otros técnicos se sumaron a su esfuerzo, tal como describe Berners-Lee en su libro Weaving the Web, de 1999, donde asegura: “La gente de Internet construyó la red mundial de redes a su medida: libre y comunitariamente”.

A medida que el grupo fue ampliándose, Bernens-Lee organizó una comunidad - el World Wide Web Consortium- en un esfuerzo por impedir y prevenir la absorción comercial de la red mundial de redes. Rechazó todas las millonarias ofertas comerciales recibidas. Mientras las empresas se preguntaban ¿cómo puedo hacer mía la web?, él se preguntaba ¿cómo puedo hacer para que la web sea siempre de todos?

El paso previo que permitió el uso masivo de la red fue la creación de la computadora personal y había sido dado por Steve Wozniak, miembro del Homebrew Computer Club, un grupo que empezó a reunirse con regularidad a mediados de la década del 70. En 1976, utilizando la información compartida libremente en el club, Wozniak construyó la primera computadora personal que podía ser usada por quien no fuera un técnico especializado. Ninguna compañía creyó que el invento tuviera futuro. “Pienso que a lo sumo habrá mercado para cinco computadoras de este tipo” dijo entonces Ken Olsen, cofundador y presidente de IBM.

Por último, la más importante contribución individual que dio el impulso definitivo a la web fue la de Marc Andreessen, un estudiante de 22 años, que sentó en 1993 la base del primer programa de navegación (muy fácil de usar y con acceso libre y gratuito) y el primer programa de buscador que permitió ordenar definitivamente el caos en la red.

Si aún quedan dudas sobre el espíritu que motivó esta búsqueda de progreso tecnológico, puede leerse la consigna que escribió Wozniak en la última línea de su invento: “¡el poder cibernético para el pueblo!”.


Esta revolución que permitió aumentar sideralmente la velocidad y cantidad del transporte de información no es hija de la ciencia, sino de la ética.

Nética son los principios de conducta en el contexto de la comunicación en Internet, pero también la base de la cooperación que los hackers se dictaron para tener reglas de intercambio. Si bien los orígenes de la ética hacker se remontan a la década del 60, la Nética fue formulada con nombre y apellido en 1990, cuando los hackers Mitch Kapor y John Perry Barlow pusieron en marcha una fundación en San Francisco con la finalidad de potenciar los derechos del ciberespacio.

Kapor fue una figura central en el desarrollo de las computadoras personales, al crear en 1982 el programa de hoja de cálculo Lotus. Licenciado en psicología y asesor en salud mental, es hijo de la contracultura de la década del 60 y renunció a la empresa en la que trabajaba para dedicarse a la enseñanza y a velar por los derechos fundamentales del ciberespacio: la libertad de expresión y la privacidad.

Kapor y Barlow fueron los primeros hackers reconocidos públicamente como tales y su importancia motivó que el FBI los considerase un peligro. Los acusaron de ser piratas informáticos (crackers es el término correcto, porque refiere a romper barreras de seguridad) y ordenaron un allanamiento y proceso judicial. Los medios comerciales informaron la noticia de forma tal que desde entonces el término hacker se unió en la prensa a la idea de delito. La intervención del FBI los dejó preocupados, pero mucho más las consecuencias de confundir a un hacker con un delincuente y desde entonces han bregado por luchar contra lo que en realidad intuían que había detrás de esa maniobra: un control sobre el ciberespacio.

En el epílogo de La ética hacker, un libro esencial para iluminar esta escena central de la creación del capitalismo mediático, el sociólogo español Manuel Castells detalla qué rol jugó cada corporación en esta historia:


  • AT&T dejó pasar la oportunidad de ser el operador de Arpanet (el antecendente de Internet) en la década de 1970.

  • IBM no previó la revolución de los ordenadores personales y se subió al tren cuando ya estaba en marcha, en condiciones tan confusas que concedió la licencia de su sistema operativo a Microsoft y dejó la puerta abierta a la aparición de los ordenadores personales clónicos, que acabarían por empujarla a sobrevivir principalmente como empresa de servicios.

  • Microsoft no llegaría a percibir el potencial de Internet hasta 1995, cuando lanzó su Internet Explorer, un navegador que no había sido creado originariamente por esa empresa.

  • Rank Xerox diseñó muchas de las tecnologías clave de la era del ordenador personal en su unidad de investigación PARC de California. Pero sólo comprendió a medias las maravillas que sus investigadores estaban realizando, hasta el punto de que su trabajo fue ampliamente comercializado por otras compañías, sobre todo por Apple Computer.

Es claro entonces cómo estas empresas encontraron en la cultura hacker una fuente de reconstrucción de poder, capaz de transformarlas y ponerlas a salvo de hecatombe general del capitalismo industrial.

Pero ¿qué características tuvo esta cultura capaz de crear esas maravillosas herramientas que fueron cooptadas por las corporaciones globales? Así la describe Pekka Himanen en su libro La ética hacker:




  1. El hacker y el trabajo: el trabajo no es ya una ocupación sino una pasión. Por lo tanto, deja de medirse por las categorías “remunerado” y “no remunerado”. Dice Pekka: “Ser hacker es muy divertido, pero es un esfuerzo divertido: hay que trabajar duro, y mucho. Mucho esfuerzo significa todo aquello que resulte necesario para hacer las cosas siempre un poco mejor.”

  2. El hacker y el tiempo: Un aspecto central de la ética hacker es su relación con el tiempo. Internet y la computadora personal no se crearon en una oficina con horario de 9 a 6 de la tarde y fichero en la entrada. El hacker trabaja generalmente toda la noche. Al principio, porque era el horario que le consagraba a su pasión luego del trabajo formal. Luego, porque se fue apropiando de su propio tiempo y le dio el significado que quería. El hacker crea su propio ritmo de vida. No es una casualidad. La consigna de Benjamín Franklin de que “el tiempo es dinero” es fundacional del capitalismo. Y los hackers inventaron otra: “el tiempo es vida”. Esto es: las máquinas que inventaron fueron creadas con el único fin de hacer la vida más humana. Por eso, no les asusta el trabajo duro, pero sí el horario duro: el trabajo lo ordena el trabajador y nunca el reloj. “Esta respuesta puede entenderse tanto desde un punto de vista puramente pragmático como ético. El mensaje pragmático consiste en que la fuente de la productividad más importante en la economía de la información es la creatividad y no es posible crear algo interesante si la premura de tiempo es constante o regular. La dimensión ética es aún más importante: hablamos de una vida digna. La mentalidad de la supervisión del horario laboral trata a las personas adultas como si fueran demasiado inmaduras para hacerse cargo de sus propias vidas. En una cultura con este tipo de mentalidad la mayoría de los seres humanos se hallan condenados a obedecer” , señala Pekka.

  3. El hacker y el dinero: “La ética hacker es la ética académica. El conocimiento debe ser público y el saber es una construcción comunitaria. En una época en que la motivación del dinero ha pasado a ser tan poderosa, la aplicación de esta ética es lo que permitió la creación del navegador de Internet o el sistema operativo Linux, creados por un grupo de hackers que dedicaron su tiempo libre a trabajar conjuntamente. Para garantizar la preservación de este desarrollo abierto, incluyeron la leyenda “copyflet” que garantiza que todos los desarrollos serán de uso gratuito y abierto a los que puedan continuar otros. La leyenda original del sistema Linux impulsado por Richard Stallman decía: “copyflet: todos los derechos, al revés”. Los primeros hackers de los años 60 tenían un lema: “no hagas nada en la vida a menos que sea para ser feliz”. En la comunidad hacker, las motivaciones sociales desempeñan un papel importante. No es posible comprender por qué algunos dedican su tiempo libre a desarrollar programas que acaban distribuyendo gratuitamente sin percibir los fuertes motivos sociales que tienen para hacerlo. El principal es el reconocimiento de sus iguales. Y en ese sentido, la pertenencia a una comunidad es un fuerte motivador. Ese reconocimiento es más fuerte que el del dinero. Todas las manifestaciones de la ética hacker del dinero suponen un desafío a cualquier sistema existente. No hay en la comunidad una sola manera de responder a este desafío: algunos trabajan reparando computadoras viejas, otros en la Academia, unos pocos venden lo que hacen en millones y se dedican a la beneficencia. Algo es seguro: ninguno está interesado en ser lo que las empresas quieren que sean.

  4. El hacker y el aprendizaje: El proceso de aprendizaje característico del hacker empieza con el planteamiento de un problema interesante, sigue con la búsqueda de una solución mediante el uso de diferentes fuentes y culmina con la comunicación del resultado a su red de relaciones. Lo que el hacker persigue no es la solución, sino el aprendizaje. Y en el proceso de aprender, enseña a los demás. Cuando un hacker coloca en la red un problema y su experiencia (hasta dónde llegó a solucionarlo) alrededor de ese problema se produce un debate continuado, crítico y en evolución. Y la recompensa es participar de ese debate, que implica el reconocimiento de sus iguales y la posibilidad de aprender-enseñar. Esta Academia en Red en un modelo de aprendizaje abierto y en continuo estado de evolución donde maestros y estudiantes, expertos y novatos se mezclan. Como en la Academia de Platón, la tarea central de la enseñanza consiste en fortalecer la capacidad en plantear los problemas, desarrollar las argumentaciones y avanzar en las críticas. En el modelo de aprendizaje hacker es esencial la cooperación. El único límite es la imaginación.

Repasemos ahora algunas fechas: estamos hablando de una cultura que nació a principios de los años 60, cuando los hackers comenzaron a llamarse a sí mismos hackers. Estamos refiriéndonos a las creaciones que se originaron en esta cultura, tales como el nacimiento de Internet (cuyos orígenes se remontan a 1969), la computadora personal (1976) la red mundial de redes (1990) o el programa de navegación (1993). Y estamos citando, finalmente, un libro escrito en otoño de 1998, con libertad de derechos de reproducción en más de 10 idiomas en Internet12.

Cada lector sabrá valorar si esta información es vieja o nueva, si es noticia o es historia, pero reproducirla es parte de la tarea de arrebatar el control del spot. Al iluminarse toda la escena puede verse no sólo a los verdaderos protagonistas de la llamada “era de la información” sino apreciar lo más importante: qué los impulsó.
Lo intolerable

En tiempos en que lo siniestro parecía inapelable, el filósofo francés Jean Baudrillard escribió su ensayo La transparencia del mal. La lucidez de su escepticismo –quizá el rasgo más distintivo de la posmodernidad - lo llevó a analizar una metáfora de la impotencia: el partido de fútbol entre el Real Madrid y el Nápoles, por la Copa Europa de 1987, que se jugó en un estadio vacío, por una disposición disciplinaria de una Federación Internacional, debido a la violencia que había desatado la hinchada en el encuentro anterior.

Ser tele-vidente (ver de lejos) era la única forma de participación admitida en una sociedad que, incapaz ya de domesticar la violencia que engendra, la aprisiona detrás de la pantalla de un televisior. Baudrillard concluye: “Así los asuntos de la propia política deben desarrollarse en cierto modo en un estadio vacío (la forma vacía de la representación) del que ha sido expulsado cualquier público real en tanto susceptible de pasiones demasiado vivas y donde solo emana una retranscripcción televisiva (...). Sutilmente es como si una federación política internacional hubiera suspendido al público por un período indeterminado y lo hubiera expulsado del partido. Así es nuestra escena transpolítica: la forma transparente de un espacio público del que se han retirado los actores, la forma pura de un acontecimiento del que se han retirado las pasiones”.

Obligados así a permanecer sentaditos frente a la pantalla, llegó el día en que todos fuimos sometidos a contemplar la imagen de lo intolerable.

La caída del capitalismo mediático tiene, por eso, el tempo escénico de las Torres Gemelas.

Primero, se resquebraja una.

Y no sabemos qué pasa ni porqué.

Es el alerta. Lo que nos hace fijar la vista, hipnotizados.

Luego, otra.

Y confirmamos el impacto.

Eso que nadie nos advirtió que podía suceder está efectivamente ocurriendo.

Recién entonces, sobreviene el derrumbe, dejando a la vista no solo el espectáculo de la caída, sino también las tripas del gigante. Sus cimientos.

El solo hecho de verlo nos transforma.

En testigos y sobrevivientes.

En espectadores y protagonistas.

Cuando el pasado cae, el presente se impregna de rabia y magia.

Así, el nada por aquí se transforma en todo por allá.

Abracadabra.


Entre los escombros del 11 de setiembre pueden encontrarse los restos de la que fuera la gran propaladora de noticias global: la CNN. La emisora que en los años 90 consolidó su estilo informativo de Cinta Transportadora de Información Continua fue un símbolo también de otro fenómeno de los tiempos victoriosos del capital: las megafusiones.

Veamos cómo.

Según recuerda Thierry Meyssan,13 a fines de los años 90, por iniciativa del general Colin Powell, convertido en administrador de AOL (America Online), un complejo proceso de fusiones-adquisiciones permitió crear el gigante de la comunicación AOL-Time-Warner, en el que se incluye la CNN. Ya sabemos a dónde terminó el general Powell y a dónde fue capaz de llegar la cadena informativa global hasta comenzar a perder su horizonte: el líder de las noticias locales es ahora el canal Fox News14. Pero es gracias el minucioso relato que realizó Meyssan de la transmisión de aquel día inolvidable que podemos reconstruir exactamente los detalles de cómo implosionó:

El 11 de septiembre de 2001, un poco antes de las 9 am, la CNN es el primer medio masivo de comunicación en difundir imágenes de la torre norte del World Trade Center, que acababa de recibir el impacto de un avión. La cadena, que dispone permanentemente de una cámara instalada sobre un techo de New York que permite filmar la ciudad, simplemente puso en pantalla un plano fijo, mal encuadrado. El comentarista ignora lo ocurrido exactamente, de qué tipo de avión se trata y si el drama fue accidental o criminal. Sin embargo, algunos minutos más tarde, y a pesar de no haberse iniciado aún ninguna investigación, afirma saber por una fuente oficial anónima que se trata de un atentado orquestado por Osama Bin Laden. Las cadenas de información continua del mundo entero están ya retransmitiendo esta acusación anónima y sin fundamento”.

La conclusión de Meyssan es obvia:

Ya nadie cree en la veracidad de la CNN, pero todo el mundo la ve, directamente o mediante retransmisión por otras cadenas. El espectáculo CNN nos fascina: nos permite, a escala planetaria, entrar en comunión con una misma tragedia. Y, como la embriaguez, el disfrute de la «catarsis» que nos brinda nos hace olvidar que, en el Imperio Global, la huida ya no es posible, y la libertad no es más que un recuerdo”.

A pesar del pesimismo de esta frase, el solo hecho de haberla pronunciado revela aquello que la escritora india Arundhati Roy diagnosticó en su conferencia de cierre del Foro Social Mundial celebrado en Porto Alegre en febrero de 2003.

Antes del 11 de setiembre de 2001, Estados Unidos tenía una historia secreta. En especial secreta para su propio pueblo. Pero ahora los secretos de Estados Unidos son historia, y su historia es de conocimiento público. Es charla callejera”.

Así quedó en evidencia el punto sin retorno de la globalización: si todos dependemos de todos, todos podemos hacer algo juntos aquí y/o allá.
Diciembre de 2001 marcó un punto de inflexión en la realidad argentina.

La crisis institucional profundizó la grieta entre la sociedad y los sistemas de representación, dejando en evidencia las heridas provocadas por la expulsión social. No sé trató tan solo de un cuestionamiento a un grupo de funcionarios. No se detuvo en el deterioro de la imagen de los partidos políticos. El derrumbe tuvo como protagonista a las más importantes herramientas de intermediación social. Entre ellas, los medios comerciales de comunicación.

Analicemos algunos datos:


  • Según el informe de la Asociación Mundial de Diarios (WAN), los diarios argentinos fueron protagonistas de la caída más pronunciada de ventas de todo el mundo. Entre 1997 y 2001 el retroceso alcanzaba el 35,8%. Sólo Turquía, que padeció en ese período una crisis comparable con la de Argentina, descendió un porcentaje similar, aunque menor: un 33,4%. Un ejemplo: el propio diario Clarín declaró que en 1993 vendía un promedio de un millón de ejemplares diarios. Según datos del Instituto Verificador de Circulación, en diciembre de 2005 vendió 411.363 ejemplares promedio de lunes a sábado y 774.163 los domingos.

  • También, hacia fines del 2001, la televisión llegó a su piso histórico de encendido. Un estudio de Ibope, realizado en septiembre de 2000, señalaba que la televisión abierta ya había perdido aproximadamente 560.000 espectadores en la franja que va de las 19 a las 24 horas, en comparación al mismo mes de 1999. Según esa misma fuente, en enero de 2003 el encendido alcanzaba al 42%. Si se tiene en cuenta que la cantidad de hogares que tienen aparato de televisión supera el 90 por ciento, significa nada menos que más de la mitad estaba desconectada.

  • La inversión publicitaria en todos los medios comerciales de comunicación mostró en 2002 una caída del orden del 40% en relación a las cifras de 2001 (más del 50% si descontamos el efecto inflacionario).

  • El mercado de revista prácticamente se redujo a la mitad. De las 20.000 ediciones anuales alcanzadas en 2001 pasó a editarse a fines de 2002 11.522, según las cifras de la Asociación Argentina de Editores de Revistas15.

  • Más de un millón de hogares se dio de baja del servicio de televisión por cable o satelital entre 1998 y 2002, según un estudio realizado por la Secretaría de Cultura de la ciudad de Buenos Aires.16

  • El único medio que soportó los embates de la crisis fue la Cenicienta de las pautas publicitarias: la radio. No fue casualidad. La habitual pobreza de la producción radial la había obligado a rellenar espacio de aire con llamados de los oyentes. El pecado se convirtió en virtud cuando la crisis convirtió a esos oyentes en protagonistas de las noticias.

Así las cosas, después de aquel diciembre, todo estaba dado para el nacimiento de una nueva forma de comunicación.

Todo había cambiado: las audiencias, las tecnologías, el poder hipnótico de los medios comerciales de comunicación.

Todo había cambiado, menos los periodistas.

Lo verdadero

¿Qué es verdad y qué es mentira?

Aristóteles lo definió así:

Decir que lo que es, no es.

O lo que no es, es.

Esto es falso.

En cambio,

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