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Catacresis y metáfora en la construcción de la identidad colectiva


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Catacresis y metáfora en la construcción de la identidad colectiva



Ernesto Laclau

Una catacresis es un término figural para el cual no existe un término literal correspondiente. Por ejemplo, cuando Homero escribe acerca de la innumerable sonrisa del mar, eso no es una catacresis; es una metáfora porque hay una forma literal de la sonrisa del mar, es decir, las olas. En cambio, si yo hablo de las alas de un edificio, eso es una figura porque realmente el edificio no tiene alas, pero no hay otro término que pueda reemplazar al término figural. O sea, la eliminación de la referencia literal directa es lo que constituye una catacresis. El problema que tradicionalmente se ha discutido y se discute cada vez más en tiempos recientes, es en qué medida la catacresis es una figura del lenguaje. Porque si el único rasgo definitivo de la catacresis es que no tiene un término literal correspondiente, en ese caso la catacresis puede estar basada en una metáfora, en una sinécdoque, en una metonimia, y en la medida en que no haya término literal, siempre tenemos catacresis. La catacresis no es un caso especial de lenguaje figural, sino que la catacresis es una dimensión de lo figural en general. ¿Porqué no hay un término literal? Y aquí nos enfrentamos con dos posibilidades. En primer lugar, que la catacresis sea la forma de denominar algo que no tiene un nombre por sí mismo. Esa es la forma en que, por ejemplo, Cicerón lo entendía en De oratore. El argumento que él presentaba es que la experiencia del lenguaje es la experiencia de una situación en la cual los objetos con los que uno se encuentra en el mundo son más que las palabras que uno tiene para designarlos y que, por consiguiente, no hay otra forma de designarlos que a través de lo que se llamaba un “abuso del lenguaje”, que es utilizar un término que alude a algo diferente para aludir a aquello que no es el objeto de una forma de nominación específica. Pero esto significa simplemente que hay una situación empírica de ausencia de un nombre. Hay otra posibilidad que es mucho más interesante, a la cual Cicerón no hace, desde luego, referencia, y es la que voy a tratar en mi presentación. Esta dice que a través de un proceso de nominación catacrético, uno inscribe en el lenguaje algo que constitutivamente es innombrable. Es decir, un objeto al cual no corresponde, por definición, ningún término, porque hay un proceso de nominación que va más allá de lo que es, estrictamente hablando, nombrable. Voy a volver a este punto pero antes quisiera incorporar una serie de otras consideraciones y distinciones que van a ayudarnos.


La primera distinción es la distinción entre paradigma y sintagma que viene de la lingüística saussureana. Para Saussure, sólo había dos relaciones posibles constitutivas del lenguaje: las relaciones de combinación y las relaciones de sustitución. Para darles un ejemplo que se da siempre en las lingüísticas estructurales, si yo digo: “a cup of milk”, éste es un sintagma porque hay una relación de combinación precisa entre los términos. Yo no puedo decir: “cup a milk of”. La segunda relación es aquello que puede ser sustituido en las diferentes posiciones sintagmáticas, por ejemplo, en lugar de decir “cup”, puedo decir “glass”, puedo decir “bottle”, etc. La importancia de esto para el análisis político es que uno puede enfatizar en la constitución de las identidades políticas, o bien el polo sintagmático, o bien el polo paradigmático. Los lenguajes populistas o los lenguajes de ruptura radical de los espacios sociales tienden a crear solamente dos posiciones sintagmáticas y redistribuir todos los otros elementos discursivos alrededor de estos polos. Por ejemplo, si yo digo “Braden o Perón”, obviamente hay dos posiciones sintagmáticas y todos los otros elementos tienen que constituirse alrededor de estos polos. Si, por el contrario, tengo un discurso más institucionalista, en ese caso, se multiplican las posiciones sintagmáticas y estos elementos paradigmáticos tienden a constituirse alrededor del polo combinatorio.
Lo que tradicionalmente se ha dicho es que vía las relaciones paradigmáticas yo constituyo la metáfora, y vía las relaciones sintagmáticas tenemos una relación de tipo metonímica. Es decir, la relación metafórica está basada en una relación de analogía; cuando Góngora dice al referirse a la caverna “bostezo de la montaña”, es porque hay una relación de analogía entre el bostezo y la montaña. Si yo digo “la pava está hirviendo”, lo que está hirviendo es el agua y no la pava; no hay analogía, sino una relación de continuidad. Y aquí ya encontramos, a través de esta distinción, un primer problema que nos va a acompañar en la discusión siguiente, y es que en el caso de la metonimia se mantiene la visibilidad del desplazamiento sintagmático, mientras que la metáfora tiende a eliminar esa visibilidad. Un ejemplo: supongamos que existe cierta área en la cual hay violencia racial, y que la única fuerza social capaz de oponerse a la violencia racial son los sindicatos. En ese caso, tenemos originariamente un desplazamiento de tipo metonímico, porque la función básica de los sindicatos no es luchar contra el racismo, sino defender los salarios de los miembros, pero dado que es la única fuerza presente en esta zona para combatir al racismo, esta lucha es asumida. En este caso, lo que tenemos es una relación de continuidad. Uno ve que este desplazamiento dentro del polo sintagmático implica una situación contingente, pero con el tiempo, si esta situación se mantiene, uno tiende a pensar rápidamente que la lucha antirracista es una lucha sindical, o sea que la metonimia se diluye cada vez más en el polo metafórico. Es decir, que el polo metafórico y el polo metonímico son dos extremos in continuum, en el cual tenemos siempre el movimiento de uno a otro.
El problema es en qué medida estas dos situaciones -metáfora y metonimia- corresponden a una situación discursiva o están, por el contrario, inscriptas en la estructura misma del lenguaje. Y la respuesta es exactamente la segunda.
Saussure había insistido en que tanto el polo sintagmático como el polo paradigmático son necesarios para el funcionamiento de una lengua, pero la Lingüística Estructural de tipo clásico puso énfasis sobre todo en la dimensión sintagmática, porque es allí donde el sistema diferencial, característico del estructuralismo lingüístico, se constituía. Ahora bien, el interés de Saussure era mucho más polivalente. Él enfatizaba que el polo asociativo del lenguaje -es decir el polo paradigmático- es también constitutivo del lenguaje, y los ejemplos que él dió fueron de tipo fonético, pero desde el punto de vista de una perspectiva psicoanalítica puede inmediatamente expandirse a otra variedad de direcciones. Por ejemplo, hay en latín primitivo un término en nominativo que es “oratore” y el genitivo “oratoris”. Y hay otro término en los comienzos del latín que es “onos” y en genitivo pasa a ser “onoris”, pero aquí es donde la presión estructural del polo asociativo inmediatamente comienza a operar, porque dado el hecho de que estos dos términos tienen la misma forma en el genitivo, hay una presión estructural sobre este término para que también sea sustituido fonéticamente por esa otra forma, y posteriormente en latín pasa a ser “honor”. Y Saussure hablaba de aquel proceso por el cual nuevos términos se incorporan al lenguaje a través de esta presión estructural del polo asociativo. Por ejemplo, ustedes tiene en francés el término “reaction” al cual corresponde la expresión “reactionaire”, y tienen el término “represion” al cual no correspondía nada, pero a través de esta presión estructural un nuevo término -“represionaire”- es inmediatamente introducido.
A pesar de que el interés de Saussure en el Curso de Lingüística General era fundamentalmente fonético, después de la renovación del estructuralismo lingüístico de las escuelas de Praga y de Copenhague, no hay ningún motivo para no expandirlo a otros campos, entre ellos el campo semántico. Y es aquí donde el psicoanálisis ha sido fundamental. Las asociaciones que crean relaciones de sustitución no aparecen en ningún modo limitadas por posiciones estructurales que se dan en el polo sintagmático. Para darles un ejemplo, el análisis de Freud de “El hombre de las ratas”, pone énfasis en que las relaciones de sustitución que van constituyendo un complejo pueden operar tanto al nivel del significado como al nivel del significante; es decir, tanto al nivel de algo que está dado por el significado de un término, como a través de lo que él llamaba “fuentes verbales”. En el ejemplo que él da, “ratas” y “penes” entran en una relación de estrecha asociación por el hecho de que se suponía que las ratas esparcían la sífilis y otras enfermedades venéreas. Ahí es el significado lo que crea la base para esta relación asociativa.
Pero por el otro lado, Freud señalaba que “el complejo del hombre de las ratas” se constituía también por asociaciones al nivel del significante, y éstas a veces operaban solamente sobre sílabas de las palabras. Por ejemplo, “ratten” significa en alemán “cuotas”, y de esa manera el dinero era traído al interior del complejo. Y “mitratten” significa “jugar” y el padre del “hombre de las ratas” era un jugador, con lo cual el padre entraba en este punto. Es decir que una vez que esta relación se ha introducido, el proceso asociativo opera de un modo generalizado. No se puede sostener, como el estructuralismo lingüístico clásico, que el polo paradigmático es simplemente un apéndice del polo sintagmático, ya que tiene un rol constitutivo fundamental. Rápidamente, podemos advertir que, si esto es así, la estructura de estas sustituciones es una estructura esencialmente topológica, es decir, que las formas de esta sustitución son, necesariamente, retóricas.
Ahora, si estas sustituciones son esencialmente retóricas el problema es por qué hay una relación catacrética. ¿Por qué hay términos que son figurales y a los cuales no corresponde ninguna forma literal? ¿Qué significa esto para una perspectiva retórica, para una perspectiva política y para una perspectiva psicoanalítica? Y esto es lo que voy a tratar de explicar ahora.
El punto es por qué en ciertos momentos la sustitución no es sustitución en la literalidad, sino que es sustitución de nada. Una situación en la cual todo movimiento tropológico, todo movimiento retórico, pudiera ser conducido a una literalidad última, sería una situación en la cual los procesos de nominación y los procesos figurales estarían enteramente sometidos a lo conceptual. Si yo fuera capaz de redescribir en términos enteramente literales algo que está dicho en forma metafórica, el campo conceptual podría dar cuenta en sus propios términos de todo lo que habita el universo retórico; por el contrario, si el proceso retórico añade algo que no puede ser reducido a lo conceptual, en ese caso el campo de lo conceptual estaría penetrado por ciertas fallas fundamentales. Quiero darles un ejemplo de mi propia obra, que tiene que ver con la forma en que la noción de “significante vacío” ha sido planteada en Kant.
El problema fundamental es cómo es posible un significante vacío. Un significante vacío sería, en teoría, un significante sin significado, y un significante sin significado sería una sucesión de sonidos a los cuales no correspondería absolutamente nada, y en la medida en que no correspondiera absolutamente nada estaría fuera del orden del lenguaje; una sucesión de sonidos no es parte del lenguaje. ¿Cuál es la posibilidad de un significante vacío en ese caso? Un significante vacío es sólo posible si a través de la ausencia de significado se está aludiendo a una ausencia que es interna al lenguaje mismo, es decir, es simplemente una falla del lenguaje en cuanto tal.
El lenguaje, para Saussure, es un sistema de diferencias, es decir que no hay términos positivos: para entender lo que quiere decir “padre” necesito entender lo que quiere decir “madre”, “hijo”, etc. Esto quiere decir que la totalidad del lenguaje está necesariamente incluida en cada acto individual de significación, pero en ese caso lo que tengo que obtener es la sistematicidad del sistema, porque [de lo contrario] el lenguaje se disolvería en una ausencia completa de sentido, dado que el sistema es un sistema de diferencias. Sin embargo, para establecer la sistematicidad del sistema necesito establecer los límites del sistema, y para establecer los límites del sistema -en esto coincidiría con Hegel- tenemos que ver lo que está más allá de los límites; si yo no veo lo que está más allá de un límite, tampoco puedo ver un límite. Entonces, el problema que esto nos plantea es que si este es el sistema de las diferencias y lo que está más allá del límite es otra diferencia, esta diferencia sería interna y no externa al sistema. ¿Cuál es la solución a este problema? La única solución es que si esto está más allá de los límites es algo que pertenece a la naturaleza de una exclusión, que no es simplemente una diferencia más, sino algo que amenaza al sistema de diferencias pero al mismo tiempo lo constituye. Por ejemplo, Saint Just afirmaba en el curso de la Revolución Francesa: “la unidad de la República es solamente la destrucción de lo que se opone a ella”. Sin este elemento excluido no habría unidad alguna. En ese caso, aparentemente hemos resuelto nuestro problema, pero lo hemos resuelto sobre la base de crear un problema mucho más difícil de afrontar, porque si frente al elemento excluido estos distintos elementos están no en una relación diferencial, sino en una relación equivalencial, todos ellos equivalen respecto al elemento excluido. Pero una relación de equivalencia es exactamente lo que subvierte una relación de diferencia; es decir, de alguna manera toda la sistematicidad del sistema es un objeto que es necesario porque sin él no habría significación y, por otro lado, es imposible porque se funda en dos relaciones que se subvierten mutuamente. En tanto imposible, es un objeto que no puede tener una representación directa, es decir, no hay literalidad que corresponda a ese objeto. En tanto necesario, sin embargo, tiene que acceder de algún modo al campo de la representación, es decir, es un objeto como en el caso de Kant que se muestra a través de la imposibilidad de su representación adecuada. Entonces, ¿cuál es la posibilidad de la representación de este objeto? Es posible solamente, y admitiendo que la representación va a ser distorsionada, si alguna de estas diferencias asume la función de representar un todo que es enteramente inconmensurable consigo mismo. Así, la relación de representación implica que una particularidad asume la representación de universalidad que la trasciende. Y esto es lo que yo he denominado una “relación hegemónica” y “hegemonía”, para mí, es la categoría fundamental de lo político. Una relación hegemónica es una relación por la cual la universalidad se constituye a partir de un elemento de particularidad.
Ahora bien, si esto es así, la relación entre el representante y aquello que representa no puede traducirse tampoco en términos de literalidad. Es decir, el representante constituye aquello que representa, pero lo representado no es un objeto que corresponda, sino que es un vacío en el interior de la estructura. No habría hegemonía ni habría política si tuviéramos la posibilidad de una expresión literal directa de esta totalidad que es, como vemos, una totalidad esencialmente elusiva. Les doy un ejemplo: en Polonia se comienzan a hacer una serie de demandas muy concretas de un grupo de obreros, pero estas demandas se hacen en un contexto de un estado altamente represivo. Entonces, el significado de esas demandas aparece dividido. Por un lado, son la particularidad de esas demandas, pero, por otro, son algo más que necesariamente las trasciende. Eso es algo que solamente puede constituirse sobre la base de lo que he denominado “cadenas de equivalencias”. Por ejemplo, encontramos las demandas de este grupo de obreros, y el hecho de que estas demandas se presentan inmediatamente en otra localidad por un grupo distinto, por ejemplo, los estudiantes. Esas demandas, desde el punto de vista de su particularidad, son muy distintas a las del primer grupo, pero desde el punto de vista de su oposición al sistema se equivalen y de alguna manera se va formando una cadena equivalencial que en cierto momento sólo puede ser representada por una demanda particular, la cual está cargada con una representación universal que va más allá de ella. Es decir, en este modelo hegemónico la universalidad es algo que sólo se constituye a partir de la equivalencia entre particularidades. Inmediatamente se percibe aquí la diferencia entre este tipo de modelo y el que presenta Habermas, para el cual la universalidad es un objetivo dialógico que es obtenible, para el cual la universalidad, es decir, lo que hemos llamado la sistematicidad del sistema, se puede lograr a través de una representación directa.
Los símbolos que van a constituir la totalidad de esta cadena equivalencial entre distintos grupos se van vaciando cada vez más de contenido, porque tienen que representar, no sólo las demandas originarias, sino todas las demandas que se estructuran a través de esta cadena. Es decir, en la medida en que esta cadena tiene que representar todas estas demandas no puede confundirse con la diferencialidad de la extensionalidad de ninguna de ellas, cada vez menos en la medida en que la cadena se expande: a esto llamo un significante vacío. Pero como ustedes ven, es una vacuidad de un tipo muy especial. Podemos decir, usando una distinción que se hace en filosofía analítica, que desde el punto de vista de la intensionalidad de un objeto, es decir, de su contenido propio, este significante se empobrece cada vez más. Pero desde el punto de vista de la extensionalidad se enriquece cada vez más, y este doble proceso de crecimiento y empobrecimiento es lo que constituye, a mi modo de ver, la estructura fundamental del mundo político en la medida que las relaciones políticas sean concebidas en términos hegemónicos.
El último punto que quisiera tratar es la cuestión de la centralidad de la relación de representación. Partamos del campo político. Tradicionalmente en teoría política hubo una gran desconfianza en toda relación de representación, ya que se veía en ella la posibilidad de una aprehensión a la voluntad del representado. Como ustedes saben, Rousseau era ampliamente crítico de la relación de representación. Para él, la constitución de una verdadera voluntad colectiva tenía que darse sin ninguna relación de representación. La noción de sociedad sin clases en Marx es también una objeción radical del sistema representativo: la extinción del Estado implica que el campo de la política como campo de la representación tiene que llegar a un fin. Cuando se admitió que, dada la complejidad de las sociedades contemporáneas, la relación de representación era ineludible, se trató de limitar la representación a un mínimo. Una buena representación fue descrita como aquella en la cual el representante transmite del modo más fiel posible la voluntad del representado. Este modelo me parece erróneo por lo siguiente: tenemos, por un lado, el representado y, por otro, el representante. La “teoría de la buena representación” dice que este proceso tiene que moverse en una sola dirección, es decir, que el representante es el medio transparente a través del cual una voluntad exterior a sí misma, preconstituida, se va a expresar. Pero es fácil darse cuenta de que una relación de representación no puede funcionar así. El representado no está presente en el punto en el cual la representación se va a dar, y en ese punto el representante tiene que tratar problemas que eran totalmente ajenos al punto en que la representación comenzó. Por ejemplo, si un grupo de agricultores pide que se cree un impuesto a la importación de trigo extranjero y el representante tiene que expresar ese punto de vista, va a tener que hacer algo distinto. Va a tener que explicar por qué eso coincide con el interés nacional, o sea, tiene que elaborar un discurso distinto del que existía en el punto de partida, y este discurso nuevo del representante a su vez va a influir y a transformar la identidad del representado. Es decir, cualquier proceso de representación supone un movimiento con direcciones distintas. ¿Podemos decir, sin embargo, que aunque esto sea así, una sociedad sería más democrática si la primera línea predominara sobre la segunda? No necesariamente. Porque eso depende de cuál sea la identidad del representado constituido en este punto. Si esa identidad del representado es una identidad completamente anémica, destruida, sobre la cual es difícil constituir intereses, la función del representante se va a incrementar. La función del representante va a ser constituir lenguajes que permitan la movilización y la creación de intereses al nivel del representado, y en este sentido va a ser mucho más democrática que un modelo puramente clientelístico, donde las demandas individuales son transmitidas directamente a un sistema. Es decir, toda la lógica de representación es una lógica sumamente compleja en la cual esas dos líneas se van a entrecruzar constantemente y el punto de equilibrio va a ser el resultado de situaciones coyunturales que no se pueden determinar al nivel de una teoría general. Se va a tratar de una situación de indecibilidad, como dirían los deconstruccionistas. Pero, ¿en qué medida este problema de la representación se liga a todo lo que hemos dicho antes? Se liga porque una representación que fuera absolutamente transparente sería la reduplicación de una voluntad literal, constituida a priori, y en esa medida veríamos que a esa reduplicación, el elemento retórico, le correspondería siempre una última literalidad. Si, por el contrario, esto no es así, si aquí hay una falta originaria y el proceso de representación, por más mínimo que sea, tiene una función constitutiva, en ese caso, en el proceso de representación vamos a estar en el campo de la catacresis, porque vamos a estar creando algo en sentido figural -aumentar el sueldo- al cual no corresponde literalmente ningún referente. Yo creo que en una teoría de la democracia todas estas dimensiones son absolutamente fundamentales, porque la teoría democrática clásica consistió fundamentalmente en la teoría de la soberanía popular, en la eliminación de esta complejidad. Pero esta complejidad no nos lleva a una democracia de menos valor; por el contrario, a lo que lleva es a una democracia que sea mucho más atenta a las diferencias y a la dificultad de constitución de un pueblo como acto colectivo.


  • Ernesto Laclau es actualmente profesor de teoría política en la Universidad de Essex, Inglaterra.
    Se publica aquí una síntesis de la conferencia que dictó en Buenos Aires, el 18 de julio de 2002. Agradecemos al Departamento de Posgrados de la UBA la autorización para la publicación de este conferencia.




 En: Phrónesis – Revista de filosofía y cultura democrática; año 3; número 9; verano 2003


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