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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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1 pedido una reserva de billete de avión.Y se denuncian las accioes de un traidor. Bizzarro salía con una escolta de cuatro coches, había impuesto un pago de doscientos cincuenta euros mensuales. Siviero, hombre de Bizzarro, su fiel chófer, será torturado quizá para hacerle decir los recorridos que su jefe de zona haría en el futuro. Pero los planes para matar a Bizzarro no terminan aquí. Deciden ir a casa de su hijo y «no perdonar a nadie». Pero entonces se produce una llamada telef6nica un killer está desesperado por la ocasión desaprovecha pues se ha enterado de que BizzarrO ha salido de nuevo a la calle tanto para demostrar su poder como el hecho de que sigue indemne.Y se lamenta de la ocasión desaprovechada:
—1Maldita sea! Ese ha estado toda la mañana en la calle... No hay nada oculto.Todo parece claro, evidente, cosido a la piel
de lo cotidiano. Pero el ex alcalde de Melito dice en qué hotel se en— cierra Bizzarro con su amante, adonde va a descargar tensión y esperma. Es posible adaptarse a todo. Puede vivir con las luces apagadas a fin de no dar señales de presencia en casa, a salir con cuatro coches de escolta, a no hacer ni recibir llamadas telefónicas, a no ir al funeral de la propia madre. Pero adaptarse a no ver uno a su amante tiene el regusto del escarnio, del fin de todo poder.
El 26 de abril de 2004, Bizzarro está en el hotel Villa Giulia, en el tercer piso. En la caifl con su amante. Llega el comando. Llevan el chaleco de la policía. En el vestíbulo del hotel, reclaman la tarjeta magnética para abrir; el recepcionista ni siquiera pide la identificación a los presuntos policías. Llaman a su puerta. Bizzarro todavía va en calzoncillos, pero lo oyen acercarse a la puerta. Empiezan a disparar. Dos ráfagas de pistola. La desencajan, la atraviesan y dan en su cuerpo. Los tiros acaban por derribar la puerta y lo rematan dísparándole a la cabeza. Proyectiles y astillas de madera clavados en la cat ne. El recorrido de la matanza ya se ha trazado. Bizzarro ha sido primero. O uno de los primeros. O por lo menos el primero cc el que se ha puesto a prueba la fuerza del clan Di Lauro. Una fuerz capaz de abalanzarse sobre cualquiera que se atreva a romper la aiianl za, a destruir el pacto de negocios. El organigrama de los secesionis tas todavía no está claro, no se comprende enseguida. Se respira uz atmósfera tensa, pero parece que todavía se espera algo. Sin embargo unos meses después del asesinato de Bizzarro se produce algo qu, aclara la situaci6n, que desencadena el confficto, como una declarad ción de guerra. El 20 de octubre de 2004 Fulvio Montanino y Clau dio Salerno —según las investigaciones, incondicionales de Cosima y responsables de algunas plazas de venta de droga— mueren abati-i dos por catorce balazos. Frustrada la encerrona, en la que deberíar haberse cargado a Cosimo y a su padre, esta emboscada es el inicio de las hostilidades. Cuando empieza a haber muertos, no se puede i hacer otra cosa que combatir. Todos los capos han decidido rebelar— se contra los hijos de Di Lauro: Rosario Pariante y Raifaele Abbi— nante, además de los nuevos dirigentes Raifaele Amato, Gennaro McKay Marino, Arcangelo Abate y Giacomo Migliaccio. Continúan siendo fieles a Di Lauro los De Lucia, Giovanni Cortese, Enrico D’Avanzo y un nutrido grupo de afiliados de base. Bastante nutrido. Jóvenes a los que se les promete el ascenso al poder, el botín, el crecimiento económico y social en el clan. La dirección del grupo la asumen los hijos de Paolo Di Lauro. Cosimo, Marco y Ciro. Cosimo ha intuido, con gran clarividencia, que se expone a morir o a ser encarcelado. Reclusión y crisis económica. Pero no hay más remedio que elegir: o esperar lentamente a ser derrotados por el crecimiento de un clan en el propio seno de este, o intentar salvar los negocios o al menos la propia piel. Derrotados en el poder económico significa inmediatamente derrotados también en la carne.
Es la guerra. Nadie acierta a imaginar cómo se desarrollará, pero todos saben con seguridad que será terrible y larga. La más despiadada que el sur de Italia haya visto en los últimos diez años. Los Di Lauro tienen menos hombres, son mucho menos fuertes, están menos organizados. En el pasado siempre han reaccionado con fuerza escisiones internas. Escisiones causadas por la gestión liberal que fralgunos les parecía un salvoconducto para la autonomía, para leiiitar su propio centro empresarial. Una libertad, en cambio, la del
Di Lauro, que es concedida y no se puede exigir. En 1992, el tiguo grupo dirigente resolvió la escisión de Antonio Rocco, jefe le zona de Mugnaflo, en el bar Fulmine, entrando armado con mes y bombas de mano. Mataron a cinco personaS. Para salvarse,
..occo se arrepintió, y el Estado, al aceptar su colaboración, U5O .ajo protección casi a doscientas personas todas a punto de conver— tirse en blanco de los Di Lauro. Pero el arrepentimiento no sirvió, de
Inada. Las declaraciones del arrepentido no perjudicaron a los directivos de la sociedad.
En esta ocasión, en cambio, los hombres de Cosimo Di Lauro empiezan a estar preocupados, como muestra la orden de custodia cautelar en prisión dictada por el Tribunal de Nápoles el 7 de diciembre de 2004. Dos afiliados, Luigi Petrone y Salvatore Tamburino, se llaman por teléfono y comentan la declaración de guerra que supone el asesinato de Montanino y Salerno.
Petrone: «Han matado a Fulvio».
Tamburiflo «Ah...».
Petrone: «EMe has oído?».
Empieza a tomar forma la estrategia de lucha, la dictada, según Tamburiflo, por Cosimo Di Lauro. Cogerlos de uno en uno y matarlos, incluso utilizando bombas en caso necesario.
TamburinO «Con bombas, con bombas, ¿o no? Eso ha dicho Cosimino, ahora los mando coger uno a uno... los hago... como sea, ha dicho... a todos...».
Petrone: «Esos... Lo importante es que la gente está de acuerdo, que “trabaja”..
Tamburiflo «Gino, aquí hay a millones. Son todos chavales... todos chavales.., ahora te cuento lo que está organizando ese. . .
La estrategia es nueva. Aceptar en la guerra a chiquillos, elevarlos al rango de soldados, transformar la máquina perfecta de la venta de droga, de la inversión, del control del territorio en un mecanismo militar. Aprendices de charcuteros y de carniceros, de mecánicos, de camareros, chiquillos desocupados. Todos iban a convertirse en la fuerza nueva e inesperada del clan. A partir de la muerte de Mon nino empieza un largo y sangriento toma y daca, con muertos y n muertos: una o dos emboscadas al día, primero las bases de los d clanes, después los parientes, el incendio de las casas, las palizas. sospechas.
Tamburino: «Cosimino es muy frío. Ha dicho: “Comamos, bamos, follemos”. Qué le vamos a hacer... ha pasado, sigamos ad lañte».
Petrone: «Pero yo soy incapaz de comer. He comido por c
La orden de combatir no debe ser desesperada. Lo importante e adoptar una actitud de vencedores. Tanto si se trata de un ejí
como de una empresa. Los que demuestran estar en crisis, los que huyen, los que desaparecen, los que se encogen sobre sí mismos, ya han perdido. Comer, beber, follar. Como si no estuviera pasando nada. Pero los dos personajes no las tienen todas consigo, no saben cuántos afiliados se han pasado a los españoles y cuántos se han quedado en su bando.
Tamburino: «Y no sabemos cuántos se han ido con esos... No lo sabemos».
Petrone: «1Ah! ¿Cuántos se han largado? ¡Aquí se han quedado un montón,Totore! No entiendo... ¿A esos... no les gustan los Di Lauro?».
Tamburino: «Si yo fuera Cosimino, ¿sabes qué haría? Empezaría a matarlos a todos. Aunque no estuviera seguro... absolutamente a todos. Empezaría a quitar... a esa chusma de en medio...».
Matar a todos.A todos sin excepción. Aun teniendo dudas.Aunque no sepas de qué parte están, aunque no sepas si tienen una parte. ¡Dispara! Es chusma. Chusma, solo chusma. Frente a la guerra, al peligro de la derrota, aliados y enemigos son papeles intercambiables. Más que individuos, son elementos en los que probar la propia fuerza y objetivarla. Solo después se crearán alrededor de las partes los aliados y los enemigos. Pero antes es preciso empezar a disparar.

El 30 de octubre de 2004 se presentan en casa de Salvatore de cristris un señor de sesenta años que se ha casado con la madre Biagio Esposit0 un secesionista, un Español. Quieren saber dónde i ha escondido. Los Di Lauro tienen que cogerlos a todos antes


que se orgauicen antes de que puedan darse cuenta de que son iayotía. Le parten los brazos y las piernas con un bastón, le destrola nariz. Después de cada golpe le piden información sobre el
o de su mujer. El no contesta, y después de cada silencio asestan tro golpe. Lo acribillan a patadas, tiene que confesar. Pero no lo hace. O quizá no sabe realmente dónde está el escondrijo. Morirá
un mes de agonía.
El 2 de noviembre matan a Massimo Galdiero en un aparcamiento. El objetivo era su hermano GennarO, presunto amigo de affaele Amato. El 6 de noviembre matan enVia Labriola a Antonio Landieri; para que no escape disparan contra todo el grupo que estaba a su alrededo Resultarán gravemente heridas cinco personas más. Todos llevaban una plaza de coca y al parecer dependían de Gennaro McKaY. Pero los Españoles responden, y el 9 de noviembre dejan un Fiat Punto blanco en medio de una calle. Esquivan puestos de control y abandonan el coche enVia Cupa Perrillo. Es media tarde cuando la policía encuentra tres cadáveres: Stefano Maisto, Mario Maisto y Stefano Mauriello. Abran la portezuela que abran, los policías encuentran un cuerpo. Delante, detrás, en el portaequipajes. El 20 de noviembre matan a Biagio MigliacciO en Mugnaflo.Van a matarlo a la concesionaria donde trabaja. Le dicen: «Esto es un atraco», y le disparan al pecho. El objetivo era su tío Giacomo. El mismo día responden los españoles matando a Gennaro Emolo, padre de uno de los fieles de los Di Lauro acusado de formar parte del brazo militar. El 21 de noviembre los Di Lauro se cargan, mientras se encuentran en un estanco, a Domenico Riccio y Salvatore Gagliardi, personas cercanas a Raifaele Abbinante. Una hora más tarde matan a Francesco Tortota. Los killers no van en moto sino en coche. Se acercan, le disparan y lo recogen como si fuera un saco. Lo meten en el coche y lo llevan a las afueras de Casavatote, donde prenden fuego al coche y al cuerpo. Dos pájaros de un tiro. A medianoche del día 22, los carabineros encuentran un coche quemado. Otro más.


Para seguir lafaida,* había conseguido hacerme con una radie con capacidad para sintonizar las frecuencias de la policía, de mod.. que llegaba con mi Vespa más o menos al mismo tiempo que las pa trullas. Pero aquella noche me había dormido. El vocerío estrideni y cadencioso de las centralitas se había convertido para mí en una es pecie de melodía adormecedora. Así que aquella vez fue una llamac telefónica en plena noche la que me informó de lo sucedido. Cuar, do llegué al lugar, encontré un coche completamente quemado. L habían cubierto de gasolina. Litros de gasolina. Por todas partes. Ga solina en los asientos delanteros, gasolina en los posteriores, gasolin en los neumáticos, en el volante. Las llamas ya se habían extinguido’ los cristales habían estallado cuando llegaron los bomberos. No s muy bien por qué me acerqué a aquella carcasa de coche. Hacía un peste terrible, a plástico quemado. Pocas personas alrededor, un guar dia urbano con una linterna mira dentro de la chapa. Hay un cuerpo, o algo que lo parece. Los bomberos abren las portezuelas y cogen el cadáver haciendo una mueca de asco. Un carabinero se marea y, apoyado en la pared, vomita la pasta con patatas que ha comido hace unas horas. El cuerpo no era más que un tronco rígido, completamente carbonizado; la cabeza, una calavera ennegrecida; las piernas estaban desolladas por las llamas. Cogieron el cuerpo por los brazos y lo depositaron en el suelo a la espera del coche mortuorio.
La ftsrgoneta que recoge a los muertos va continuamente de un lado a otro, desde Scampia hasta Torre Annunziata. Recoge, amontona, retira cadáveres de gente asesinada. La Campania es el territorio donde hay más asesinatos de Italia y ocupa uno de los primeros puestos del mundo. Las ruedas del coche mortuorio son enormemente lisas; bastaría con fotografiar las llantas oxidadas y el gris del interior de los neumáticos para tener la imagen símbolo de esta tierra. Los tipos salieron de la furgoneta con guantes de látex, sucísimos, usados una y otra vez, y se pusieron manos a la obra. Metieron el ca—
* Lucha entre dos familias del crimen organizado, típica de la Mafia, la Camorra y la ‘Ndrangheta, practicada mediante la eliminación de los componentes de ambas por motivos de venganza, supremacía, control del territorio o actividades ilícitas. (N de los T)

en una bolsa, una de esas negras, las body bag en las que flor- mente se meten los cuerpos de los soldados muertos. El cadáver icía uno de esos que se encuentran bajo las cenizas del Vesubio


s de que los arqueólogos hayan vertido yeso en el hueco depor el cuerpo. Alrededor del coche se habían agrupado ya decedecenas de personas, pero todas guardaban silencio. Parecía que
subiera nadie. Ni siquiera las fosas nasales se aventuraban a respi_ ,demasiado ftierte. Desde que ha estallado la guerra de la Camo_ muchos han dejado de poner límite a su propio aguante.Y están para ver qué sucederá más. Todos los días se enteran de qué más Dsible, qué más tendrán que soportar. Se enteran, informan en ia y continúan viviendo. Los carabineros empiezan a hacer fotos, la ‘oneta se va con el cadáver.Voy a la jefatura de policia. Algo dirán
esa muerte. En la sala de prensa están los periodistas habituales unos policías.Al cabo de un momento se oyen comentarios:»Se ,n entre ellos. ¡Mejor así!», «Si te haces camorrista, mira cómo s», «Estabas encantado de ganar, ¿no?, pues ahora disfruta de la serte, escoria». Los comentarios habituales, pero cada vez más as— eados, más exasperados. Como si el cadáver estuviera allí Y todos
ran algo que recriminarle: esa noche destrozada, esa guerra inminable, esas patrullas militares que invaden todos los rincones de .ípoles. Los médicos necesitan horas para identificar el cadáver.M_ uen le pone el nombre de un jefe de zona desaparecido hace unos s. Uno de tantos, uno de los cuerpos hacinados en espera del peor mbre posible en las cámaras frigoríficas del hospital Cardaj]j uego llega el desmentido.
Alguien se cubre los labios con las manos, los periodistas tragan Lnta saliva que la boca se les queda seca. Los policías menean la caeza mirándose las puntas de los zapatos. Los comentarios se inteen, culpables. Aquel cuerpo era de GelS0mmnaVe, na chica de veintidós años. Secuestrada, torturada, asesinada de Ui’i tiro en la nuca disparado tan de cerca que la bala había salido por la frente. r Después la habían metido en un coche, su coche, la habían quemado. Había salido con un chico, Gennaro Notturno, que había optado por estar con los clanes y luego se había acercado a los Españoles. Había salido con él unos meses tiempo atrás. Pero alguien los había visto abrazados, quizá en laVespa.Juntos en coche. Gennaro bía sido condenado a muerte, pero había conseguido esconder a saber dónde, quizá en algún garaje cerca de la calle donde han r tado a Gelsomina. No creyó necesario protegerla porque ya no n tenía relaciones con ella. Pero los clanes deben golpear y los inC duos, a través de sus amistades, su parentela, incluso sus afectos convierten en mapas. Mapas sobre los que escribir un mensaje. peor de los mensajes. Hay que castigar. El hecho de que alguien qt de sin castigo es un riesgo demasiado grande que legitima la = lidad de traición, nuevas hipótesis de escisiones. Golpear, y del m más duro. Esa es la consigna. Lo demás vale cero. Así que los fieles Di Lauro van a casa de Gelsomina, van a verla con una excusa. La cuestran, la golpean brutalmente, la torturan, le preguntan dónde e Gennaro. Ella no contesta. Quizá no sabe dónde está, o prefiere s frir ella lo que le harían a él. Así que acaban con ella. Los camorri tas enviados a hacer el «servicio» quizá estaban ciegos de coca, o zá estaban sobrios para percibir el más mínimo detalle. Pero es ci dominio público qué métodos utilizan para eliminar toda clase de sistencia, para anular el más leve soplo de humanidad. El hecho que el cuerpo estuviera quemado me pareció una manera de borr las torturas. El cuerpo de una chica torturada habría provocado un intensa furia en todos, y del barrio no se espera aprobación, per desde luego tampoco hostilidad. Por eso hay que quemar, quemarh todo. Las pruebas de la muerte no son graves. No más graves qud cualquier otra muerte en período de guerra. Pero es insoport imaginar cómo se ha producido esa muerte, cómo ha sido ejecutada esa tortura. Así que, aspirando con la nariz la mucosidad del pecho y. escupiendo, conseguí apartar las imágenes de mi mente.
Gelsomina Verde, «Mina», el diminutivo con que era conocida en el barrio. También la llaman así en los periódicos que se ocupan de ella, con el consiguiente sentimiento de culpa del día después. Habría sido fácil no distinguirla de la carne de los que se matan entre ellos, O, si hubiera estado viva, seguir considerándola la novia de un camorrista, una de las muchas que aceptan por dinero o por la importancia que eso te da. Simplemente la enésima «señora» que disfruta de la riqueza de un marido camorrista. Pero el «Saracino»,

Dmo llaman a Gennaro Notturno, está empezando. Con el tiempo iiio se convierte en jefe de zona y controla a los camellos, llega a los


o dos mil euros. Pero es una carrera larga.Al parecer, dos mil quientos euros es el precio de la indemnización por un homicidio.
Y si además necesitas quitarte de en medio porque los carabineros indan detrás de ti, el clan te paga un mes en el norte de Italia o en el extranjero. Quizá él también soñaba con llegar a ser boss, con domitiar media Nápoles e invertir en toda Europa.
Si me detengo y tomo aliento, me resulta facil imaginar cómo se conocieron pese a no haberles visto nunca la cara. Debieron de conocerse en un bar, uno de los malditos bares meridionales de la periferia en torno a los cuales gira como un torbellino la existencia de todos, chiquillos y viejos de noventa años asmáticos. O quizá se conocieron en alguna discoteca. Una vuelta por la plaza del Plebiscito, un beso antes de volver a casa. Luego, los sábados pasados juntos, unas pizzas en compañía, la puerta de la habitación cerrada con pestillo los domingos después de comer mientras los demás se duermen, apoltronados después de la comilona.Y así sucesivamente. Lo mismo que se hace siempre, lo mismo que, por suerte, les sucede a todos. Después, Gennaro entra en el Sistema. Seguramente fue a casa de algún amigo camorrista, hizo que lo presentara y después debió de empezar a trabajar para Di Lauro. Supongo que tal vez la chica se en— teró, intentó buscarle otra cosa que hacer, como les ocurre a muchas chicas de por aquí, luchar por su novio. Pero quizá al final se olvidó del oficio de Gennaro. Al fin y al cabo, es un trabajo como otro. Conducir un coche, transportar algunos paquetes: se empieza con pequeñas cosas. Insignificancias. Pero que te permiten vivir, te permiten trabajar y a veces hasta sentirte realizado, querido, gratificado. Luego, la historia entre ellos terminó.
Sin embargo, esos pocos meses han sido suficientes. Han sido suficientes para relacionar a Gelsomina con la persona de Gennaro. Para hacer que esté «marcada» por su persona, que pertenezca al mundo de sus afectos. Aunque su relación haya terminado, aunque tal vez nunca naciera realmente. No importa. Son solo conjeturas e imaginaciones. Lo que queda es que han torturado y matado a una chica porque la vieron mientras acariciaba y daba un beso a determinada persona unos meses antes, en alguna parte de Nápoles. resulta imposible creerlo. Gelsomina se deslomaba trabajando, cc todos los de por aquí. Es frecuente que las chicas, las esposas, ten que mantener solas a la familia porque muchísimos hombres pasa años sumidos en la depresión. Incluso los que viven en SecondigF no, incluso los que viven en el «Tercer Mundo», consiguen ten alma. No trabajar durante años te transforma; ser tratado como ur mierda por tus superiores, sin contrato, sin respeto, sin dinero, aca ba contigo. O te conviertes en un animal o estás en el limite. Gelso mina, pues, trabajaba como todos los que tienen que tener por k menos tres empleos para lograr reunir un sueldo del que daba la mil tad a la familia. Formaba parte también del voluntariado que ayuda ba a los ancianos de la zona, cosa sobre la que no escatimaron elogiosi los periódicos, que parecían competir en rehabilitarla y transformar su cuerpo carbonizado en una figura que de nuevo pudiera ser re-. cordada con inocua compasión.
Estando en guerra no es posible seguir teniendo relaciones amorosas, lazos, vínculos, todo puede convertirse en elemento de debilidad. El terremoto emocional que se produce entre los afiliados más jóvenes está grabado en las conversaciones telefónicas intervenidas por los carabineros, como la que mantienen Francesco Venosa yAnna, su novia, transcrita en la orden de detención dictada por la Fiscalía An— timafla de Nápoles en febrero de 2006. Es la última llamada antes de cambiar de número, Francesco huye al Lacio, advierte a su hermano Giovanni con un SMS de que no se le ocurra salir a la calle, porque está en el punto de mira:
«Hola hermano t.q. te ruego q no salgas x ningún motivo. Ok?».
Francesco tiene que explicarle a su novia que tiene que irse y que la vida del hombre de Sistema es complicada:
<(Ahora tengo dieciocho años... no es para tomárselo a risa... Estos te quitan de en medio... ¡te matan,Anna!».
Pero Anna es obstinada, le gustaría hacer las pruebas para ser subteniente de los carabineros, cambiar su vida y hacérsela cambiar a Francesco. Al chico no le desagrada en absoluto que Anna quiera en-

en los carabineros, pero se siente ya demasiado mayor para cam— it de vida:


Prancesco: ((Ya te lo he dicho, me alegro por ti... Pero mi vida otra. . . Y yo no cambio mi vida».
Anna: <(Ah, genial, me alegro... Tú sigue así y verás».
Francesco: «Anna,Aaina..., no te pongas así. . . ».
Anna: <(Pero si tienes solo dieciocho años, puedes cambiar per— .ctameflte... ¿Por qué estás resignado? No lo entiendo...».
FrancesCo ((Yo no cambio mi vida, por nada del mundo».
Anna: «Ah, o sea, que estás bien así».
FrancesCO «No, Anna, no estoy bien así, pero por el momento hemos sufrido... y tenemos que recuperar el respeto perdido... Cuando andábamos por el barrio, la gente no tenía valor para mirarnos a la cara... y ahora todos levantan la cabeza».
Para Francesco, que es de los Españoles, la ofensa más grave es que ya no se siente nadie sometido a su poder. Ha habido demasiados muertos y por eso en su barrio todos lo ven como alguien relacionado con un grupo de killers canallas, de camorristas fracasados. Eso es intolerable, es preciso reaccionar aun a costa de la vida. Su novia intenta frenarlo, hacer que no se sienta un condenado.
Anna: «No debes meterte en la trifulca, tú puedes vivir perfectamente..
Francesco: «No, no quiero cambiar de vida.
El jovencísimo secesionista está aterrorizado por el hecho de que los Di Lauro la tomen con ella, pero la tranquiliza diciendo que él salía con muchas chicas, de modo que nadie puede relacionar a Anna con él. Después le confiesa, como un adolescente romántico, que ahora ella es la única.
«... Al final tenía treinta mujeres en el barrio.., pero ahora dentro de mí sé que solo estoy contigo...»
Anna parece olvidarse del miedo a la venganza; como es natural en una chiquilla como ella, solo piensa en la última frase que ha pronunciado Francesco:
Anna: «Me gustaría creerlo».

La guerra continúa. El 24 de noviembre de 2004 matan a Salvatoti Abbinante. Le disparan en la cabeza. Sobrino de uno de los dirigen tes de los Españoles, Raifaele Abbinante, hombre de Marano. El tej rritorío de los Nuvoletta. Los maraneses, para tener una participa ción activa en el mercado de Secondigliano, hicieron trasladar a barrio de Monterosa a muchos hombres con sus familias, y Rar


Abbinante es, según las acusaciones, el dirigente de este grupo ma foso en Secondigliano. Era uno de los personajes con más carism en España, donde mandaba en el territorio de la Costa del Sol. — una macroinvestigaci6n realizada en 1997 fueron incautados dos mil quinientos kilos de hachís, veinte mil pastillas de éxtasis y mil qui- nientos kilos de cocaína. Los jueces demostraron que los cárteles na- politanos de los Abbinante y los Nuvoletta controlaban casi todo el tráfico de droga sintética en España e Italia. Después del homicidio de Salvatore Abbinante, se temía que los Nuvoletta intervinieran, que la Cosa Nostra decidiera decir la suya en lafaida de Secondiglia— no. No sucedió nada, al menos militarmente. Los Nuvoletta abrieron las fronteras de sus territorios a los secesionistas huidos: esa fue la respuesta de los hombres de la Cosa Nostra en la Campania a la guerra de Cosimo. El 25 de noviembre los Di Lauro matan a Antonio Esposito en su tienda de alimentación. Cuando llegué allí, su cuerpo se encontraba entre botellas de agua y cartones de leche. Lo recogieron entre dos; lo levantaron agarrándolo de la chaqueta y de los pies y lo pusieron en una camilla metálica. Cuando el coche mortuorio se fue, apareció en la tienda una señora que empezó a ordenar los cartones en el suelo y limpió las salpicaduras de sangre del expositor de los embutidos. Los carabineros la dejaron hacer. Rastros de balas, pisadas: todas las pistas ya habían sido recogidas. El inútil catálogo de las huellas ya estaba terminado. Aquella mujer se pasó toda la noche arreglando la tienda, como si ordenar pudiese cancelar lo que había pasado, como si restablecer el orden en los cartones de leche y en la bollería envasada pudiera relegar a los pocos minutos en los que se había producido la emboscada, solo a esos minutos, el peso de la muerte.

entras tanto, en Scampia se había corrido la voz de que CosimO Di pagaría ciento cincuenta mil euros a quien le diese informa


1 da al para encontrar a Gennaro Marino McKaY Una rempensa elevada, pero no en exceso para un imperio económico tno el del Sistema de Secondigliaflo. Por el importe de la recomsa, se advirtió que no se quería sobrestimar al enemig0. Pero la rernpensa no da sus frutos, antes llega la policía. Todos los dirigentes le los secesionistas que aún permanecían en la zona se habían reunien el decimotercer piso de un edificio deVia Fratelli Cervi. Como
iedida de precaución, habían blindado el descansill0. Al final del tramo de escaleras, una jaula con verja cerraba el rellano. Además, las
rtas blindadas hacían seguro el lugar del encuentro. La policía roel edificio. Lo que los había blindado contra eventu25 ataques
de los enemigos, ahora los condenaba a esperar sin poder hacer rada, a esperar que las radiales cortaran las rejas y que la puerta blindada fuera derribada. Mientras esperaban que los detuviesen, tiraron por la ventana una mochila con una metralleta, pistolas y bombas de mano. Al caer, la metralleta dispar6 una ráfaga. Una bala pasó rozando la nuca de un policía que vigilaba el edificio. El nerviosismo le hizo ponerse a saltar, luego a sudar y por último le provocó un ataque de ansiedad y empezó a respirar convulsivamente. Morir alcanzado de rebote por un proyectil que ha escupido una metralleta arrojada desde un decimotercer piso es una hipótesis que no se toma en consideración. Casi delirando, empegó a hablar solo, a insultar a todo el mundo, mascullaba nombres y agitaba las manos como si quisiera ahuyentar mosquitos que revoloteaban delante de su cara.
—Han dado el chivatazo —decía—. En vista de que no conseguían acabar con ellos, han dado el chivatazo y nos han mandado a nosotros... Nosotros seguimos el juego de unos y de otros, les salvamos la vida a estos. Dejémoslos aquí, que se maten entre ellos, que se maten todos, ¿a nosotros qué nos importa?
Sus compañeros me indicaron que me alejara. Aquella noche, en la casa deVia Fratelli Cervi detuvieron a Arcangelo Abete y su hermana Anna, a MassimilianO Cafasso, a Ciro Mauriellb, a Gennaro Notturno, el ex novio de MinaVerde, y a Raifaele NottUrno. Pero el verdadero golpe de la detención fue GennarO McKay, el líder sece GOMORRA

sionista. Los Marino habían sido objetivos principales de lafaida. I’ bían incendiado sus propiedades: el restaurante Orchidea, en Diacono, en Secondigliano, una panadería en Corso Secondigli una pizzería enVia Pietro Nenni, en Arzano.Y la casa de Genn McKay, un chalet de madera estilo dacha rusa situado enVia LinutC ne, en Arzano también. Entre cubos de cemento armado, calles ¿ trozadas, alcantarillas obstruidas e iluminación esporádica, el boss las Casas Celestes había conseguido apoderarse de una parte de t rritorio y organizarlo como si fuera un paraje de montaña. Hal. hecho construir un chalet de madera noble con palmeras libias, más caras, en el jardín. Algunos dicen que había ido por asuntos negocios a Rusia, donde había estado alojado en una dacha y se hai bía enamorado de ella.Y nada ni nadie podía impedir a Genn Marino construir en el corazón de Secondigliano una dacha, símbo lo de la pujanza de sus negocios y, todavía en mayor medida, prome sa de éxito para sus chicos, que, si sabían comportarse, antes o des pués podrían acceder a ese lujo, aunque fuese en la periferia d> Nápoles, aunque fuese en la orilla más recóndita del Mediterráneo:1 Ahora, de la dacha solo queda el esqueleto de cemento y los árboles carbonizados. Al hermano de Gennaro, Gaetano, lo encontraron los carabineros en una habitación del lujoso hotel La Certosa, en Massa Lubrense. Para no jugarse el pellejo, se había encerrado en una habitación en la costa, una manera inesperada de sustraerse al conflicto. El mayordomo, el hombre que sustituía sus manos, en cuanto llegaron los carabineros los miró a la cara y dijo:


—Me habéis estropeado las vacaciones.
Sin embargo, el arresto del grupo de los Españoles no logró taponar la hemorragia de lafaida. El 27 de noviembre matan a Giuseppe Bencivenga. El 28 disparan contra Massimo de Felice y el 5 de diciembre le toca a Enrico Mazzarella.
La tensión se convierte en una especie de pantalla que se interpone
entre las personas. En la guerra, los ojos dejan de estar distraídos.
Cada cara, cada cara concreta debe decirte algo. Debes descifrarla.
Debes observarla. Todo cambia. Tienes que saber en qué tienda en- estar seguro de todas y cada una de las palabras que pronuncias. a decidir si paseas con alguien, tienes que saber quién es.Tienes ue averiguar algo sobre él que sea más que una certeza, eliminar toda posibilidad de que sea un peón en el tablero del conflicto. Caminar juntos, dirigirse la palabra significa compartir el bando. En la guerra el umbral de atención de todos los sentidos se multiplica, es como si se oyera con más agudeza, se mirara más a fondo, se percibieran los olores más intensamente. Pese a que la prudencia no sirve de nada frente a la decisión de una matanza. Cuando alguien ataca, no se preocupa de a quién salvar y a quién condenar. En una conversación telefónica intervenida, Rosario Fusco, acusado de ser uno de los jefes de zona de los Di Lauro, habla con voz muy tensa a su hijo, tratando de ser convincente:
No debes verte con ninguno, métetelo en la cabeza, te lo he escrito también: si quieres salir, si quieres ir a dar un paseo con una chica, bueno, pero no debes verte con ningún chico, porque no sabemos con quién están o a quién pertenecen.Y si tienen que hacerle algo a ese y estás cerca, te lo hacen también a ti. ¿Entiendes cuál es el problema en estos tiempos? Esto, papá...
El problema es que no puedes sentirte excluido. No basta con suponer que la propia conducta podrá ponerte a resguardo de cualquier peligro.Ya no vale decirse: «Se matan entre ellos». Durante un conflicto de la Camorra, todo lo que ha sido construido con constancia es puesto en peligro, una cerca de arena derribada por una ola de resaca. Las personas intentan pasar con sigilo, reducir al mínimo su presencia en el mundo. Poco maquillaje, colores anónimos, pero no solo eso. El que tiene asma y no puede correr se encierra con llave en casa, pero poniendo una excusa, inventándose un motivo, porque revelar que se queda encerrado en casa podría resultar una declaración de culpabilidad: de no se sabe qué culpa, pero en cualquier caso una confesión de miedo. Las mujeres dejan de ponerse zapatos de tacón, inapropiados para correr. A una guerra no declarada oficialmente, no reconocida por los gobiernos y no relatada por los reporteros, corresponde un miedo no declarado, un miedo que se mete debajo de la piel.
Te sientes inflado como después de una comilona o de un trago de vino de la peor calidad. Un miedo que no estalla en los anun.1 cios de las calles o en los diarios. No hay invasiones o cielos cubier tos de aviones, es una guerra que sientes por dentro. Casi como ui
fobia, No sabes si manifestar el miedo o esconderlo. No acabas dq ver claro si estás exagerando o infravalorando. No hay sirenas de alar- ma, pero llegan informaciones de lo más divergentes. Dicen que 1 guerra es entre bandas, que se matan entre ellos. Pero nadie saber dónde se encuentra la frontera entre lo que es suyo y lo que no lo es.r Los vehículos de los carabineros, los puestos de control de la policía y los helicópteros que empiezan a sobrevolar a todas horas no tranquilizan, casi parecen acotar el terreno. Quitan espacio. No calman. Circuascriben y hacen el espacio mortal de la lucha todavía más an— gostoY te sientes atrapado, hombro contra hombro, y el calor del otro te resulta insoportable.
Atravesaba con mi Vespa esta capa de tensión. Cada vez que iba a Secondigliano durante el conflicto, me cacheaban por lo menos una decena de veces al día. Si hubiera llevado simplemente una de esas navaj itas suizas multiusos, me la habrían hecho tragar. Me paraba la policía, luego los carabineros, a veces incluso una patrulla de la policía fiscal, y luego los vigilantes de los Di Lauro, y los de los Españoles. Todos con la misma autoridad de siempre, gestos mecánicos, palabras idénticas. Las fuerzas del orden pedían la documentación y después cacheaban; los vigilantes, en cambio, cacheaban y hacían más preguntas, intuían un matiz, radiografiaban las mentiras. Los días de máximo confficto, los vigilantes cacheaban a todo el mundo. Inspecciona1 an todos los coches. Para catalogar los rostros, para averiguar si iban armados .Veías acercarse primero ciclomotores que te examinaban hasta el alma, luego motos, y por último coches que te seguían.
Los enfermeros denunciaron que, antes de entrar para socorrer a alguien, a cualquiera, no solo a los heridos de arma de fuego sino también a una viejecita con una fractura de fémur o a un hombre que había safrido un infarto, tenían que bajar, dejarse cachear, dejar subir a la atnbulancia a un vigilante que comprobaba si era realmente un transcrte sanitario o escondía armas, killers o personas que intean huir. En las guerras de la Camorra no se reconoce a la Cruz
‘oja, ningún clan ha firmado el tratado de Ginebra. Ni siquiera los
Dches camuflados de los carabineros se salvan. Una vez descargaron
a ráfaga de tiros contra un coche en el cual iban montados un gru de carabineros de paisano porque los confündieron con rivales, tio que solo produjo heridas. Días después se presenta en el cuartel n chaval con una bolsa de viaje donde lleva varias mudas, perfectaente al tanto de cómo hay que comportarse durante un arresto. Lo
‘lesa todo de inmediato, quizá porque el castigo que habría reciido por disparar a los carabineros hubiera sido mucho peor que la
Icárcel. o más probablemente, el clan, para no suscitar especiales odios entre fuerzas públicas y camorriSt, debió de animarlo a
entregarse prometiéndole el pago de lo que le correspondía y de los gastos de defensa. El chaval declaró sin vacilar en el cuartel:
—Creí que eran los Españoles y disparé.
El 7 de diciembre me despertó una llamada en plena noche. Un amigo fotógrafo me avisaba del blitz.* No de un blitz cualquiera. Sino del blitz. El que los políticos locales y nacionales pedían como reacción contra lafaida.
El barrio Tercer Mundo está rodeado por miles de hombres entre policías y carabineros. Un barrio enorme, cuyo sobrenombre, así como la pintada que hay en una pared al principio de la calle principal: «Barrio Tercer Mundo, no entréis», ofrece una imagen clara de su situación. Se convierte en un gran depliegue mediático. Después de este blitz, Scampia, Miano, Piscinola, San Pietro a Paterno y Secondi— gliano serán territorios invadidos por periodistas y equipos de televisión. La Camorra vuelve a existir después de años de silencio. De repente. Pero los instrumentos de análisis son viejos, viejísimos no ha habido una atenci6n constante. Como si se hubiera congelado un cerebro hace veinte años y descongelado ahora. Como si nos encontráramos frente a la Camorra de Raifaele Cutolo y las dinámicas mafiosas que llevaron a hacer volar las autopistas y matar a ‘os jueces. Actualmente todo ha cambiado, salvo los oios de los observadores,
* Rápida operación militar o policial efectuada
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