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Roberto saviano debate 1 1 el puero 2 9


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La guerra de Secondigliano



McKaY y Angioletto habían tomado una decisión. Querían oficializar la formación de un grupo propio, todos los dirigentes más antiguos estaban de acuerdo, habían dicho claramente que no querían enfrentarse a la organización sino convertirse en competidores suyos. Competidores leales en el vasto mercado. Codo con codo, pero de forma autónoma. Así pues —según las declaraciones del arrepentido Pietro EspositO— enviaron el mensaje a Cosimo Di Lauro, el regente del cártel. Querían reunirSe con Paolo, el padre, el máximo din— gente el vértice, el principal referente de la sociedad. Hablar con él en persona decirle que no compartían las medidas de reestructuración que habían tomado sus hijos. Puesto que no se podían utilizar los móviles para evitar que lo localizaran, querían mirarlo a los ojos y no dejar que sus palabras pasaran una a una de boca en boca, envolviendo los mensajes en la aliva de muchas lenguas. Genny McKay quería ver a Paolo Di Lauro, el boss que había permitido su ascenso empresarial.
Cosimo acepta formalmente la petición del encuentro; se trata, por lo demás, de reunir a toda la cúpula de la organización: campos, dirigentes, jefes de zona. No se puede negar. Pero CosirriO ya lo tiene todo pensado, o eso parece. Parece realmente que sepa hacia dónde está orientando su gestión de los negocios y cómo debe organizar su defensa. Así pues según las investigaciones y las declaraciones de colaboradores de la justicias CosimO no manda a subordinados a la cita. No manda al «emisario», Giovanni Cortese, el portavoz oficial, el que siempre se ha ocupado de las relaciones de la familia Di Lauro con el exterior. CosimO manda a sus hermanos Marco y Ciro a inspeccionar el lugar del encuentro. Ellos van a ver, comprueban qué ambien- te se respira, no advierten a nadie de que van a pasar por allí sin escolta, quizá en coche. Deprisa, pero no demasiado. Observan las vías de huida preparadas, a los centinelas apostados, sin llamar la atención. Refieren a Cosimo lo que han visto, le cuentan los detalles. Cosimo comprende. Lo habían preparado todo para una trampa. Para matar a Paolo y a cualquiera que lo acompañase. El encuentro era una encerrona, era un medio de matar y sancionar una nueva era en la gestión del cártel. Por lo demás, un imperio no se escinde dando un apretón de manos, sino cortándolas con una cuchilla. Esto es lo que se cuenta, lo que dicen las investigaciones yios arrepentidos. Cosimo, el hijo en cuyas manos Paolo puso el control del narcotráfico con un papel de máxima responsabilidad, debe tomar una decisión. Habrá guerra, pero no la declara, lo conserva todo en la mente, espera a comprender los movimientos, no quiere alarmar a los rivales. Sabe que en breve se le echarán encima, que intentarán clavarle las garras en la carne, pero tiene que ganar tiempo, decidir una estrategia precisa, infalible, ganadora. Averiguar con quién puede contar, qué fuerzas puede manejar. Quién está con él y quién contra él. No hay otro espacio en el tablero.
Los Di Lauro justifican la ausencia de su padre por la dificultad que tiene para desplazarse a causa de las investigaciones policiales. Prófugo, buscado desde hace más de diez años. Faltar a una reunión no es un hecho grave para alguien que figura entre los treinta prófugos más peligrosos de Italia. El mayor holding empresarial del narcotráfico, uno de los más fuertes en el plano nacional e internacional, está atravesando la más terrible de las crisis después de décadas de funcionamiento perfecto.
El clan Di Lauro ha sido siempre una empresa perfectamente organizada. El boss lo estructuró con un diseño de empresa multinivel. La organización está compuesta por un primer nivel de promotores y financiadores, constituido por los dirigentes del clan que se encargan de controlar las actividades de tráfico y venta a través de sus afiliados directos y formado, según la Fiscalía Antimafia de Nápoles, por Rosario Pariante, Raifaele Abbinante, Enrico D’Avanzo y Arcangelo Valentíno. El segundo nivel comprende a los que manejan literialmente la droga, la compran y la preparan, y se ocupan de las es con los camellos, a los que garantizan defensa legal en caso
arresto. Los elementos más relevantes son Gennaro Marino, Lucio e Lucia y Pasquale Gargiulo. El tercer nivel está representado por DS jefes de plaza, es decir, miembros del clan que están en contacto efecto con los camellos, coordinan a los pali y las vías de huida, y se cupan también de la seguridad de los almacenes donde se guarda la iercancía y de los lugares donde se corta. El cuarto nivel, el más pe—
está constituido por los camellos. Cada nivel se divide en iubniveles, que se relacionan exclusivamente con su dirigente y no con toda la estructura. Esta organización permite obtener un beneficio igual al 500 por ciento de la inversión inicial.
El modelo de la empresa de los Di Lauro siempre me ha recordado el concepto matemático de fractal tal como lo explican en los manuales, o sea, un racimo de plátanos cada uno de cuyos plátanos es a su vez un racimo de plátanos cuyos plátanos son racimos de plátanos, y así hasta el infinito. El clan Di Lauro factura solo con el nar— cotráfico quinientos mil euros al día. Los camellos, los gestores de los almacenes y los enlaces no suelen formar parte de la organización, sino que son simples asalariados. El negocio de la venta de droga es enorme, miles de personas trabajan en él, pero no saben quién las dirige. Intuyen más o menos para qué familia camorrista trabajan, pero nada más. Por si algún detenido decide arrepentirse, se limita el conocimiento de la estructura a un perímetro específico, mínimo, que no permita comprender y conocer el organigrama entero, el enorme periplo del poder económico y militar de la organización.
Toda la estructura económica_financiera tiene su equipo militar:
un salvaje grupo de choque y una vasta red de colaboradores. Entre los killers figuraban Emanuele D’Ambra, Ugo De Lucia, llamado «Ugariello, Nando Emolo, llamado «‘o Schizzato»,Afltohhio Ferrara, llamado «‘o Tavano», Salvatore Tamburino, Salvatore Petriccione, Umberto La Monica y Antonio Mennetta. Por debajo, los colaboradores, es decir, los jefes de zona: Gennaro Aruta, Ciro Saggese, Ful— vio Montanino, Antonio Galeota, Giuseppe Prezioso, guardaespaldas personal de Cosimo, y Costantino Sorrentino. Una organización que contaba como mínimo con trescientas personas, todas a sueldo. Una estructura compleja donde todo estaba colocado en un orden preci so. Estaba el parque de coches y motos, enorme, siempre disponibi como una estructura de emergencia. Estaba la armería, escondida conectada con una red de herreros preparados para destruir las
mas inmediatamente después de ser usadas para los homicidios. Ha bía una red logística que permitía a los killers ir, justo después de i encerrona, a entrenarse en un polígono regular de tiro donde se re gistraban las entradas, a fin de mezclar los rastros de pólvora de bal y tener una coartada para eventuales pruebas de stub. El stub es 1 que más temen todos los killers; la pólvora de bala que no se va nun ca y que constituye la prueba más aplastante. Había, asimismo, unal red que proporcionaba la ropa a los grupos de choque: chándal ano- dino y casco integral de motorista, que se destruía inmediatamen— te después. Una empresa invulnerable, de mecanismos perfectos o casi perfectos. No se intenta ocultar una acción, un homicidio, una inversión, sino simplemente hacer que sea indemostrable ante un tribunal.
Frecuentaba Secondigliano desde hacía tiempo. Desde que Pasquale había dejado de tiabajar como sastre, me informaba del ambiente que se respiraba en la zona, un ambiente que cambiaba deprisa, a la misma velocidad con la que se transforman los capitales y as direcciones financieras.
Me movía por la zona norte de Nápoles en Vespa. Lo que más me gusta cuando recorro Secondigliano y Scampia es la luz. Calles enormes, anchas, oxigenadas en comparación con la maraña del centro histórico de Nápoles, como si bajo el asfalto, junto a los bloques de pisos, todavía estuviera vivo el campo abierto. Por otro lado, Scampia tiene su propio espacio en el nombre. Scampia, palabra de un dialecto napolitano desaparecido, designaba la tierra abierta, la zona de maleza, donde a mediados de la década de 1960 levantaron el barrio y las famosas Velas. El símbolo podrido del delirio arquitectónico o quizá simplemente una utopía de cemento, que no ha podido oponer resistencia contra la construcción de la máquina del narcotráfico que ha penetrado en el tejido social de esta parte del indo. El desempleo crónico y la ausencia total de proyectos de arrollo social han hecho que se haya convertido en un lugar ca-
de almacenar toneladas de droga, así corno en un taller para isformar el dinero facturado con la venta de droga en economía va y legal. Secondigliano es el escalón de bajada que, desde el pelf o del mercado ilegal, lleva renovadas fuerzas a la actividad emsana 1 legítima. En 1989, el Observatorio de la Camorra escribía una de sus publicaciones que en la zona norte de Nápoles se re— straba una de las relaciones camellos_flúme de habitantes más de Italia. Quince años después, esa relación se ha convertido en a más alta de Europa y figura entre las primeras cinco del mundo.
Con el tiempo, mi cara había llegado a ser conocida, un conocimiento que para los vigilantes del clan, los pali, tenía un valor neutro. En un territorio controlado visualmente segundo a segundo, hay un valor negativo —policías, carabineros, infiltrados de familias rivales— y un valor positivo: los compradores.T0d0 lo que no es molesto, todo lo que no es un estorbo, es neutro, inútil. Entrar en esa categoría significa no existir. En las plazas de la venta de droga siempre me han fascinado la perfecta organización y el contraste de la degradación. El mecanismo de venta es como el de un reloj. Es como si los individuos se movieran exactamente igual que los engranajes que ponen en marcha el tiempo. No hay movimiento de nadie que no desencadene el de otro. Cada vez que lo observaba me quedaba fascinado. Los sueldos se distribuyen semanalmente: cien euros para los vigilantes quinientos para el coordinador y cajero de los camellos de una plaza, ochocientos para el camello y mil para el que se ocupa de los almacenes y esconde la droga en casa. Los turnos van de las tres de la tarde a las doce de la noche y de las doce de la noche a las cuatro de la madrugada; por la mañana es muy raro que se venda porque hay demasiada policía rondando. Todos tienen un día de descanso, y si se presentan tarde a la plaza de venta de droga, por cada hora se les descuentan cincuenta euros de la paga semanal.
Via Baku es un incesante ir y venir de gente trapicheando. Los clientes llegan, pagan, recogen y se van. A veces incluso hay filas de coches haciendo cola detrás de los vendedores. Sobre todo los sábados por la noche. Entonces vienen camellos de otras plazas a esta zona. EnVia Baku se factura medio millón de euros al mes. La Br gada de Narcóticos señala que se vende una media de cuatrocient$ dosis de marihuana y cuatrocientas de cocaína al día. Cuando llega policía, los camellos saben a qué casa tienen que ir y dónde tien que esconder la mercancía. Cuando los vehículos de la policía van entrar en una plaza de venta de droga, casi siempre se coloca delati$ te un coche o una motocicleta para ralentizar la marcha y i que los pali recojan a los camellos en moto y se los lleven. Los pali n suelen tener antecedentes ni ir armados, de modo que, aunque lo detengan, corren muy poco riesgo de ser incriminados. Cuando s multiplican los arrestos de camellos, se llama a los reservas, personas casi siempre drogadictos o consumidores habituales de la zona, que. se prestan a trabajar como vendedores en casos de emergencia. Por cada camello arrestado, se llama a otro que ocupará su puesto. El comercio debe continuar. Incluso en los momentos críticos.
Via Dante es otra zona de facturación de grandes capitales. Aquí, todos los camellos son chavales jovencísimos, es una plaza de distribución floreciente, una de las plazas más recientes montadas por los Di Lauro.Y Viale della Resistenza, antigua plaza de heroína, así como de kobret y cocaína. Los responsables de la plaza tienen auténticas sedes operativas desde donde organizan la defensa del territorio. Los pali comunican por móvil lo que está sucediendo. El coordinador de la plaza, escuchándolos a todos de viva voz con un plano delante, consigue tener ante los ojos en tiempo real los desplazamientos de la policía y los movimientos de los clientes.
Una de las novedades que el clan Di Lauro ha introducido en Secondigliano es la protección del comprador. Antes de que iniciaran ellos su actividad como organizadores de plazas, los pali solo protegían a los camellos de arrestos e identificaciones. En años anteriores, los compradores podían ser detenidos, identificados y llevados a la comisaría. Di Lauro, en cambio, puso pali para proteger también a los compradores; así, cualquiera podría acceder con seguridad a las plazas gestionadas por sus hombres. El máximo grado de comodidad para los pequeños consumidores, que son una de las principales almas del comercio de la droga en Secondigliano. En la zona de la barriada Berlingieri, si telefoneas, te tienen preparada la mercancía. Esta bién Via Ghisleri, Parco Ises, toda la barriada Don Guanella, sector H de Via Labriola, Sette PalazZi. Territorios transformados mercados rentables, en calles vigiladas, en lugares donde las permas que viven allí han aprendido a tener una mirada selectiva, : Como silos ojos, cuando dan con algo horrendo, oscurecieran el ob-
o la situación. Una costumbre de escoger qué ver, un medio ara continuar viviendo. El inmenso supermercado de la droga. De toda, sea del tipo que sea. No hay estupefaciente que se introduzca i Europa que no pase primero por la plaza de Secondigliano. Si la droga fuera solo para los napolitanos y los campanios, las estadísticas darían resultados delirantes. Prácticamente en todas las familias napolitanas al menos dos miembros tendrían que ser cocainómanos y uno heroinómaflo. Sin contar el hachís y la marihuana. Heroína, kobret, drogas blandas y pastillas, esas que algunos siguen llamando éxtasis cuando en realidad existen setenta y nueve variantes de éxtasis. En Secondigliano se venden como rosquillas, las llaman expediente X, o fichas, o caramelos. Con las pastillas se obtienen enormes ganancias.

Un euro para producirlas, de tres a cinco euros el coste al por mayor, para luego venderlas en Milán, Roma y otras zonas de Nápoles a entre cincuenta y sesenta euros. En Scampia, a quince euros.


El mercado de Secondigliano ha superado las antiguas rigideces de la venta de droga reconociendo en la cocaína la nueva frontera. Droga de élite en el pasado, hoy día, gracias a las nuevas políticas económicas de los clanes, se ha vuelto totalmente accesible al consumo de masas, con diferentes grados de calidad pero capaz de satisfacer todas las exigencias. Según los análisis del grupo Abele, el 90 por ciento de los consumidores de cocaína son trabajadores o estudiantes. La coca ya no se asocia con «ponerse ciego», se ha emancipado de esa categoría para convertirse en una sustancia consumida en cualquier momento del día; después de las horas extraordinarias, se toma como relajante, para tener fuerzas para hacer algo que se parezca a una actividad humana y viva, y no solo un sucedáneo para la fatiga. La coca la toman los camioneros para conducir de noche; se toma para aguantar horas delante del ordenador, para seguir adelante sin parar, trabajando durante semanas sin ningún tipo de descanso. Un disolvente del cansancio, un anestésico del dolor, una prótesis a la felicidad. A fin de abastecer a un mercado que necesita d
como recurso y no solo para aturdirse, había que transformar la ven ta, hacerla flexible, desvincularla de la rigidez delictiva. Ese es el saltc cualitativo dado por el clan Di Lauro. La liberalización de la ventas del aprovisionamiento de droga.Tradicíonalmente, los cárteles crimi nales italianos han preferido la venta de grandes alijos a la venta
alijos medianos y pequeños. Los Di Lauro, en cambio, han es’
la venta de alijos medianos para extender un pequeño empresaria.. do de venta de droga capaz de crear nuevos clientes. Un pequeño empresariado libre, autónomo, en condiciones de hacer lo que quiera con la mercancía, de venderla al precio que quiera, de difundirla como y donde quiera. Cualquiera puede acceder al mercado, por cualquier cantidad. Sin necesidad de buscar intermediarios del clan. La Cosa Nostra y la ‘Ndrangheta irradian por doquier el tráfico de droga, pero quieren conocer el recorrido que va a seguir; para comprar por mediación de ellos droga con la finalidad de venderla, es necesario ser presentado por afiliados y aliados del clan. Para ellos es flindamental saber en qué zona se venderá, con qué organización se articulará su distribución. El Sistema de Secondígliano no funciona así. La consigna es laissezfaire, laissez passer. Liberalismo total y absoluto. La teoría es que el mercado se autorregula. De este modo, en poquísimo tiempo son atraídos a Secondigliano todos aquellos que quieren poner en marcha un pequeño negocio entre amigos, que quieren com— prar a quince y vender a cien para costearse unas vacaciones o un máster, o para obtener una ayuda para pagar un préstamo. La liberalización absoluta del mercadó de la droga ha llevado a un hundimiento de los precios..
La venta al por menor, salvo en determinadas plazas, puede desaparecer. Ahora existen los llamados círculos. El círculo de los médicos, el círculo de los pilotos, de los periodistas, de los funcionarios. La pequeña burguesía parece el guante perfecto para esta distribución informal e hiperliberal de la mercancía droga. Un intercambio que parece amistoso, una venta completamente alejada de estructuras criminales, similar a la de las amas de casa que ofrecen cremas y aspiradoras a sus amigas. Es idóneo también para liberar de responsabilidades morales excesivas. Ningún camello con chándal brillante en las esquinas de las plazas durante jornadas enteras, prote— o por los pali. Nada excepto producto y dinero. Espacio suficienpara la dialéctica del comercio. Según los datos proporcionados r las jefaturas de policía más importantes de Italia, uno de cada tres :enidos por tráfico de droga no tiene antecedentes penales y es mpletamente ajeno a los circuitos criminales. El consumo de comna, según los datos del Instituto Superior de Sanidad, ha alcanza- máximos históricos: más del 80 por ciento (1999-2002). El núiero de personas dependientes que se dirigen al SERT (Servicio de drogodependencias) se duplica cada año. La expansión del mercado
* inmensa; los cultivos transgénicOS permiten cuatro cosechas al año,
r lo que no hay problemas de abastecimiento de materia prima, y
* ausencia de una organización hegemónica favorece la libre iniciaL. Robbie Williams, famoso cantante cocainómano, se pasó años iciendo que «la cocaína es el modo que Dios ha inventado para deItfrte que tienes demasiado dinero». Esta frase, que había leído en al -ú periódico me vino a la mente cuando vi en las Casas Celestes a unos jóvenes que alababan el producto y el lugar: «Si existe la coca de las Casas Celestes, eso significa que Dios no ha dado ningún vabr al dinero».
Las Casas Celestes, llamadas así por el color azul claro que tenían originalmente bordean Via Liniitone d’Arzano y se han convertido en una de las mejores plazas de cocaína de Europa. En otra época no era así. Quien hizo de esta plaza un lugar tan provechoso fue, según las investigaciones, Gennaro Marino McKay. Él es el referente del clan en este territorio. No solo el referente; el boss Paolo Di Lauro, en reconocimiento a su gestión, le ha dado la plaza en franquicia. Puede hacerlo todo con autonomía, solo debe ingresar una cuota mensual en la caja del clan. Gennaro y su hermano Gaetano son conocidos como «los McKay». La razón es el parecido que tenía su padre con el sheriff Zeb McKay, de la serie televisiva La conquista del Oeste. Así que toda la familia dejó de ser Marino para convertirSe en McKay. Gaetano no tiene manos. Lleva dos prótesis de madera. De esas rígidas. Pintadas de negro. Las perdió luchando en 1991. La guerra contra los Puca, una antigua familia cutoliana. Estaba manejando una bomba de mano, le explotó entre las manos y todos los dedos

staron por los aires. Gaetano McKay siempre va con un acom unte, una especie de mayordomo que ocupa el puesto de sus lOs, 1unque cuando tiene que firmar sujeta el bolígrafo con las tesis, convirtido1o en un perno, un clavo fijo sobre la página después se retuerce con el cuello y las muñecas y consigue trazar c una letra imperceptiblemente torcida su firma.


Según las investigaciones de la Fiscalía Antimafia de Nápol Genny McKay habían logrado crear una plaza capaz de alma vender. Por otro lado, el buen precio que les ofrecen los proveedo se debe precisamente a su capacidad para acumular, y a eso ayuda jungla de cemento de Secondigliano, con SU5 cien mil habitantes. cuerpo de las personas, sus casas, su vida cotidiana se convierten la gran muralla que rodea los depósitos de droga. Precisamente, plaza de las Casas Celestes ha permitido un descenso impresionant de los costes de la coca. Por lo general, se parte de entre cincuenta sesenta euros el gramo y se llega a los cien o doscientos. Aquí ha b jado a entre veinticinco y cincuenta manteniendo una calidad mu’ alta, Leyendo los informes de la DDA se descubre que Genny Mi Kay es uno de los empresarios italianos más competentes en el ram de la coca, gracias a lo cual ha logrado imponerse en un mercad que eXPerimeta un’ crecimiento exponencial no comparable co ningún otro. La organización de las plazas de venta de droga podí haberse dado también en Posillipo, en Panoli, en Brera, pero se dado en Secondigliano. En cualquier otro lugar, la mano de obra ha-J bija tenido un coste elevadísimo. Aquí, la ausencia total de trabajo,’ imposibilidad de encontrar otra salida que no sea la emigración i.... que los salarios sean bajos, bajísimos. No hay niás misterio, no hace falta apelar a ninguna sociología de la miseria, a ninguna metafisica gueto. No puede considerarse gueto un territorio capaz de facturar trescientos millones de euros al año solo con el negocio de una fa— niilia, Un territorio donde actúan decenas de clanes y las cifras de beneficios son comparables únicamente a las que proporciona una operación financiera. El trabajo es meticuloso y los pases productivos cuestan muchísimo. Un kilo de coca le cuesta mil euros al productor; cuando llega al mayorista ya cuesta treinta mil euros. Treinta ki— lo se convierten en ciento cincuenta después del primer corte: un

r de mercado alrededor de quince millones de euros.Y si el


e es mayor, de tres kilos puedes sacar hasta doscientos. El corte
.rndamental: cafeína, glucosa, manitol, paracetamol, lidocaína,
izocaína, anfetamina.Y también, cuando la urgencia lo impone,
y calcio para perros. El corte determina la calidad, y el corte
hecho atrae muerte, policía, arrestos. Obstruye las arterias del comercio.
Imbién en esto los clanes de Secondigliano van por delante de los emás, y la ventaja es preciosa. Aquí están los Visitantes: los heroinó— mos. Los llaman como a los personajes de la serie televisiva de los os ochenta que comían ratas y, bajo una epidermis aparentemenhumana, escondían escamas verduscas y viscosas. A los Visitantes usan como cobayas, cobayas humanos, para experimentar los
Cortes: comprobar si un corte es dañino, qué reacciones provoca, dónde pueden estirar el polvo. Cuando los «cortadores» neceaitan muchos cobayas, bajan los precios. De veinte euros la dosis, descienden hasta diez. Se corre la voz y los heroinómanos vienen hasta las Marcas y Lucania por pocas dosis. La heroína es un mercado que ha sufrido un colapso brutal. Los heroinómanos, los yonquis, son cada vez menos. Están desesperados. Montan en los autobuses tambaleándose, bajan y suben en los trenes, viajan de noche, hacen autostop, recorren kilómetros a pie. Pero la heroína más barata del continente merece todos los esfuerzos. Los «cortadores» de los cia— nes recogen a los Visitantes, les regalan una dosis y esperan. En una conversación telefónica reproducida en la orden de custodia cautelar en prisión de marzo de 2005, dictada por el Tribunal de Nápoles, dos hablan de la organización de una prueba, un test con cobayas humanos para probar el corte de la sustancia. Primero se llaman para organizarla:
—Les quitas cinco camisetas... ¿para las pruebas de alergia? Al cabo de un rato se vuelven a llamar:
—Has probado el coche?
—Sí...
Refiriéndose, evidentemente, a si había hecho la prueba.

—Sí. ¡Madre mía, colega, una maravilla! Somos los número un tendrán que cerrar todos.


Estaban exultantes, contentísimos de que los cobayas no
ran muerto, más aún, de que hubieran disfrutado mucho. Un cor acertado duplica la venta; si es de la mejor calidad, enseguida es soE citado en el mercado nacional y se hunde a la competencia.
Hasta que no leí este intercambio de frases, no comprendí la ecena que había presenciado tiempo atrás. Entonces no lograba coni prender qué estaba ocurriendo en realidad delante de mis ojos. P la zona de Miano, cerca de Scampia, había una decena de Visitante Los habían convocado en un descampado, frente a unas naves. Hab ido a parar allí no por casualidad, sino porque suponía que sintiend el hálito de lo real, el caliente, el más auténtico posible, se puede
gar a comprender el fondo de las cosas. No estoy seguro de que se fundamental observar y estar presente para conocer las cosas, perc es fundamental estar presente para que las cosas te conozcan a ti. Había un tipo bien vestido, incluso diría que impecablemente vestido,, con un traje blanco, una camisa azul y unos zapatos deportivos recién estrenados. Desplegó un paño de ante sobre el capó del coche. Dentro había unas cuantas jeringuillas. Los Visitantes se acercaron empujándose. Parecía una de esas escenas —idénticas, calcadas, siempre iguales desde hace años— que muestran los telediarios cuando en África llega un camión con sacos de harina. Pero un Visitante se puso a gritar:

—No, no la cojo. Si la regaláis, no la cojo... Queréis matarnos...


Bastó con la sospecha de uno para que los demás se alejaran de inmediato. El tipo parecía no tener ganas de convencer a nadie y esperaba. De vez en cuando escupía al suelo el polvo que los Visitantes levantaban al andar y que se le pegaba a los dientes. Con todo, uno se acercó; uno no, una pareja. Temblaban, estaban realmente en el límite. Tenían el mono, como suele decirse. Él tenía las venas de los brazos inutilizables; se quitó los zapatos, pero las plantas de los pies también estaban destrozadas. La chica cogió una jeringuilla del paño y se la puso en la boca para sujetarla mientras le desabrochba la camisa, lentamente, como si tuviera cien botones, y después clavó la aguja bajo el cuello. La jeringuilla contenía coca. Hacerla fluir por langre permite ver en muy poco tiempo si el corte funciona o está 1 hecho, si es demasiado puro o de mala calidad. Al cabo de un iento, el chico empezó a tambalearse, le salió un poco de espua por la comisura de los labios y cayó. En el suelo empezó a tener nvulsiones. Luego se tumbó boca arriba, rígido, y cerró los ojos. El vestido de blanco empezó a telefonear con el móvil:
—Yo diría que está muerto... Sí, vale, le hago el masaje...
Empezó a pisar con el botín el pecho del chico. Levantaba la ro- y después dejaba caer la pierna con brusquedad. Hacía el masa-
• cardiaco dando patadas. La chica, a su lado, mascullaba unas palaras que se le quedaban pegadas a los labios:
—Lo haces mal, lo haces mal. Le estás haciendo daño...
Mientras tanto, intentaba, con la fuerza de un colín, alejarlo del cuerpo de su novio. Pero el tipo estaba incómodo, casi atemorizado por la presencia de ella y de los Visitantes en general:
—No me toques... das asco... No te atrevas a acercarte a mí... no me toques o te disparo!
Continuó dando patadas contra el pecho del chico; luego, con el pie apoyado en su esternún, telefoneó de nuevo:
—Creo que este la ha palmado. Ah, el pañuelo.., espera que no encuentro...
Sacó un pañuelo de papel del bolsillo, lo mojó con agua de una botella y lo mantuvo extendido sobre los labios del chico. Si respiraba, aunque fuera muy débilmente, agujerearía el kleenex y de ese modo demostráría que aún estaba vivo. Una precaución que había tomado porque no quería ni rozar aquel cuerpo. Llamó por última vez:
—Está muerto.Tenemos que hacerlo más ligero...
El tipo montó en el coche, cuyo conductor no había parado ni un segundo de saltar sobre el asiento, bailando al ritmo de una música de la que yo no conseguía oír ni el más leve rumor, pese a que se movía como si estuviera a todo volumen. En unos minutos, todos se alejaron del cuerpo paseando por ese fragmento de polvo. El chico quedó tendido en el suelo.Y su novia lloriqueando. Su lamento también se quedaba pegado a los labios, como si la única forma de expresión vocal que permitiera la heroína fuese una cantinela ronca.

No conseguí entender por qué lo hizo, pero la chica se bajó 1 pantalones del chándal y, agachándose justo encima de la cara d chico, le orinó en la cara. El pañuelo se le pegó a los labios y a la n riz. Al poco, el chico pareció recobrar el conocimiento: se pasó mano por la nariz y la boca, como cuando te quitas el agua de la c al salir del mar. Este Lázaro de Miano resucitado por efecto de qu:


sabe qué sustancia contenida en la orina se levantó lentamente.
que, si no hubiera estado tan desconcertado por la situación, habri proclamado a gritos que era un milagro. En cambio, me puse a c minar arriba y abajo. Lo hago siempre cuando no entiendo qué pas cuando no sé qué hacer. Ocupo espacio, nerviosamente. Eso debi de llamar la atención, pues los Visitantes empezaron a acercarse a mi gritando. Creían que tenía alguna relación con el tipo que casi mat a aquel chico. Me gritaban:
—Tú... tú... querías matarlo...
Me alcanzaron; aceleré el paso para dejarlos atrás, pero continuaban siguiéndome, recogiendo del suelo porquerías de toda clase y tirándolas contra rníYo no había hecho nada. Pero, si no eres un yonqui, eres un camello. De pronto apareció un camión. Salían a decenas de los depósitos todas las mañanas. Frenó a mi lado, y oí una voz que me llamaba. Era Pasquale. Abrió la portezuela y me hizo subir. No era un ángel de la guarda que salva a su protegido; éramos más bien dos ratones que recorren la misma alcantarilla y se tiran de la cola.
Pasquale me miró con la severidad del padre previsor. Esa expresión que basta por sí sola y ni siquiera tiene que perder tiempo pronunciándose para reprender.Yo, en cambio, le miraba las manos. Cada vez más rojas, agrietadas, cortadas en los nudillos y con las palmas blancas. Es dificil que unas yemas acostumbradas a las sedas y los terciopelos de la alta costura puedan adaptarse a diez horas al volante de un camión. Pasquale hablaba, pero seguían distrayéndome las imágenes de los Visitantes. Monos. Ni siquiera monos. Cobayas. Para probar el corte de una droga que recorrerá media Europa y no puede exponerse a matar a alguien. Cobayas humanos que permitirán a los romanos, los napolitanos, los abruzos, los lucanios y los boloñeses no acabar mal, no perder sangre por la nariz ni echar espuma por la boca. Un Visitante muerto en Secondigliano es solo un enésimo de ado sobre el que nadie hará indagaciones. Será mucho si lo en del suelo, le limpian la cara de vómito y de orina ylo ende- En otros lugares se harían análisis, investigaciones, conjeturas e la muerte. Aquí,simplemente: sobredosis.
El camión de Pasquale recorría las carreteras nacionales que coilnicafl el territorio norte de Nápoles. Naves, depósitos lugares nde recoger detritos, y objetos esparcidos herrumbrosos, tirados
r todas partes. No hay polígonos industriales. Apesta a chimenea, ero faltan las fabricas. Las casas están diseminadas a lo largo de las Carreteras, y las plazas se construyen alrededor de un bar. Un desier— confuso, complicado. Pasquale se había dado cuenta de que no esaba escuchándolo y frenó de repente. Sin maniobrar, justo para darme una buena sacudida. Luego me miró y dijo:
—En SecOndii0 las cosas están poniéndose mal... ‘AVicchiarella está en España con el dinero de todos.Tienes que dejar de venir a esta zona, noto la tensión en todas partes. Hasta el asfalto se despega del suelo para irse de aquí...
Había decidido enterarme de lo que estaba sucediendo en Secondi— gliano. Cuanto más insistía Pasquale en lo peligroso de la situación, más me convencía de que era imposible no tratar de comprender los elementos del desastre.Y comprenderlos significaba como mínimo formar parte de ellos. No hay elecçión, y no creo que haya otro modo de entender las cosas. La neutralidad y la distancia objetiva son lugares que nunca he conseguido encontrar. Raifaele Amato ‘aVic— chiarella, el responsable de las plazas españolase un dirigente del segundo nivel del clan, había huido a Barcelona con el dinero de la caja de los Di Lauro. Eso se decía. En realidad, no había pagado su cuota al clan, demostrando de esa forma que ya no estaba sometido a quien quería ponerlo a sueldo. Había oficializado la escisión. Por el momento solo trabajaba en España, territorio dominado desde siempre por los clanes. En Andalucía, los Casalesi de la provincia de Caserta, en las islas, los Nuvoletta de Marano, y en Barcelona, los <(secesionistas». Ese es el nombre con el que algunos empiezan a llamar a los hombres de los Di Lauro que han puesto tierra de por medio. Los primeros cronistas que siguen el asunto. Los que cubren la crón negra. En cambio, en Secondigliano para todo el mundo son «los
pañoles». Los llaman así precisamente porque su líder está en EspaL, donde han empezado a controlar no solo las plazas sino también tráfico a gran escala, dado que Madrid es uno de los nudos fur
mentales para el tráfico de cocaína procedente de Colombia y ci Perú. Según las investigaciones, los hombres vinculados a Amato di rante años habían hecho circular toneladas de droga mediante ui estratagema genial. Utilizaban los camiones de la basura. Arriba, de sechos, y abajo, droga. Un método infalible para evitar controles. Na die pararía a un camión de la basura de noche mientras carga y des carga desperdicios al tiempo que transporta toneladas de droga.
Cosimo Di Lauro había intuido —según lo que se desprende de las investigaciones— que los dirigentes estaban ingresando cada vez menos capital en la caja del clan. Las apuestas se habían hecho con cap ital de los Di Lauro, pero una gran parte del beneficio que se debía repartir había sido deducido.
Las apuestas son las inversiones que cada dirigente hace para la adquisición de un alijo de droga con capital de los Di Lauro. Apuesta. El nombre deriva de la economía irregular y ultraliberal de la coca y de las pastillas, para la que no hay elemento de certeza y cálculo. Se apuesta, también en este caso, como en una ruleta. Si apuestas cien mil euros y las cosas te van bien, en catorce días se convierten en trescientos mil.

Cuando veo estos datos de aceleración económica, siempre me acuerdo de cuando Giovanni Falcone, estando en un colegio, puso un ejemplo que acabó en cientos de cuadernos escolares:


«Para comprender que la droga es una economía floreciente, pensad que mil liras invertidas el 1 de septiembre en la droga se convierten en cien millones el 1 de agosto del año siguiente».
Las sumas que los dirigentes ingresaban en las arcas de los Di Lauro continuaban siendo astronómicas, pero cada vez menores. A largo plazo, una práctica como esa fortalecería a unos en detrimento de y poco a poco, en cuanto el grupo tuviera fuerza organizativa militar, daría un empujón a Paolo Di Lauro. El empujón final, el ue no tiene remedio. El que llega con el plomo y no con la competencia. Así pues, Cosimo ordena ponerlos a todos a sueldo. Quiere que dependan totalmente de él. Una opción opuesta a las decisiones que hasta entonces había tomado su padre, pero necesaria para proteger sus propios negocios, su propia autoridad, su propia familia. No más empresarios asociados, con libertad de decisión sobre las cantidades de dinero que quieren invertir, la calidad y los tipos de droga que quieren introducir en el mercado. No más niveles autónomos en el seno de una empresa multínivel, sino dependientes. Puestos a sueldo. Cincuenta mil euros al mes, dice alguien. Una cifra exorbitante. Pero, en definitiva, un sueldo. En definitiva, un papel de subordinado. En definitiva, el fin del sueño empresarial a cambio de un trabajo de dirigente.Y la revolución administrativa no acababa ahí. Los arrepentidos cuentan que Cosimo había impuesto una transformación generacional. Los dirigentes no debían tener más de treinta años. Rejuvenecer las cúspides deprisa, de inmediato. El mercado no permite concesiones a plusvalías humanas. No concede nada. Debes vencer, comerciar. Todo vínculo, sea afecto, ley, derecho, amor, emoción o religión, es una concesión a la competencia una traba que conduce a la derrota.Todo cabe, pero solo después de la prioridad de la victoria económica, después de la certeza del dominio. Por una especie de respeto aún subsistente, se escuchaba a los viejos boss cuando proponían ideas vetustas, órdenes ineficaces, y se tomaban en consideración sus decisiones exclusivamente por respeto a su edad. Y sobre todo, la edad podía poner en peligro el liderazgo de los hijos de Paolo Di Lauro.
Ahora, en cambio, todos estaban en el mismo plano: nadie podía apelar a pasados míticos, a experiencias pretéritas, al respeto debido. Todos deben enfrentarse con la calidad de sus propias propuestas, su capacidad de gestión, la fuerza de su carisma. Cuando los grupos de choque de SecondiglianO empezaron a demostrar su fuerza militar, la escisión aún no se había producido. Estaba madurando. Uno de los primeros objetivos fue Ferdinando Bizzarro, «Bacchetella» o «Fétido», como el personaje calvo, bajo y viscoso de La familia Adams. Bizzarro

era el rais de Melito. Rais es una expresión que se utiliza para desi nar a quien posee una autoridad fuerte pero no total, es decir, soma tida al boss, a la autoridad máxima. Bizzarro había dejado de ser diligente jefe de zona de los Di Lauro. Quería gestionar él mismo dinero.Y también quería tomar las decisiones importantes, no solo 1 administrativas. En su caso, no se trataba de la clásica rebelión; sc quería promocionarse como interlocutor nuevo, autónomo. Pero había autopromocionado. En Melito, los clanes son feroces. Territc rio de ftbricas clandestinas, de producción de zapatos de altísima c lidad para tiendas de medio mundo. Estas fabricas son fiindamei


para obtener el dinero destinado a practicar la usura. El propietari de una fabrica clandestina casi siempre apoya al político, o al jefe ¿ zona del clan que hará elegir al político, gracias al cual tendrá i
controles sobre su actividad. Los clanes camorristas de Secondiglia. no nunca han sido esclavos de los políticos, nunca han sido aficionados a establecer pactos programáticos, pero en estos sitios es funda— mental tener amigos.
Y precisamente el que había sido el referente de Bizzarro en las instituciones se convirtió en su ángel de la muerte. El clan, para matar a Bizzarro, había pedido ayuda a un político:Alfredo Cicala. Según las investigaciones de la DDA de Nápoles, fue Cicala, el ex alcalde de Melito, además de ex dirigente local del partido de la Margarita, quien dio indicaciones precisas sobre dónde poder encontrar a Bizzarro. A juzgar por lo que se lee en la transcripción de las conversaciones telefónicas grabadas, no parece que se esté organizando un homicidio, sino simplemente realizando un cambio de jefes. No hay ninguna diferencia. Los negocios deben continuar; la decisión de Bizzarro de hacerse autónomo amenazaba con hundir el negocio. Hay que hacerlo empleando todos los medios, empleando todo el poder. Cuando la madre de Bizzarro muere, los afiliados de Di Lauro deciden ir al funeral y disparar, disparar contra todo y todos. Quitarlo de en medio a él, quitar de en medio a su hijo, a sus primos. A todos. Estaban dispuestos. Pero Bizzarro y su hijo no asistieron al funeral. No obstante, la organización de la encerrona continúa. Tan minuciosamente que el clan comunica por fax a sus afiliados lo que está sucediendo y lo que hay que hacer:

«Ya no hay nadie de Secondigliano, él los ha echado a todos... sale los martes y los sábados con cuatro coches... A vosotros os reconiend0 que no os mováis por nada del mundo. Fétido ha


aviado el mensaje de que por Pascua quiere doscientos cincuenta uros por tienda y no tiene miedo de nadie. Esta semana tendrán
torturar a Siviero.»
De este modo, a través del fax, se prepara una estrategia. Se incluye una tortura en la agenda como si fuese una factura comercial,
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