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Los lapsus II


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Los lapsus II
En el artículo anterior sobre los lapsus recordábamos que había sido Freud, a principios del siglo XX, es decir, hace poco más de 100 años, el que había reconocido en estos pequeños “accidentes” de la vida cotidiana, deseos del sujeto. Al igual que ha ocurrido con la energía eléctrica, o la televisión, que se han incorporado a nuestra vida sin que casi podamos imaginarnos cómo era el mundo sin estos descubrimientos e inventos, Freud introdujo una manera de pensar que hoy nos resulta “natural”. Por eso es interesante que recordemos que, por lo menos en estos temas, llevamos pensando así… ¡sólo 100 años! Y aún nos resistimos. Queremos creer que los errores no significan nada, que nuestros cambios de humor se deben a la climatología…

El psicoanálisis considera estos factores facilitadores, como la fatiga o la distracción que colaboran en la producción de lapsus.

Los actos fallidos se acompañan en ocasiones de fenómenos secundarios que llaman nuestra atención. Cuando, por ejemplo, olvidamos temporalmente una palabra, nos impacientamos e intentamos recordarla, “la tenemos en la punta de la lengua”, la reconocemos en cuanto alguien la pronuncia. A veces los actos fallidos se encadenan: olvidamos una cita, nos hacemos el firme propósito de no olvidarla, y nos equivocamos en la hora al apuntarla en la agenda.

Es evidente que cuando cometemos un lapsus éste puede revestir múltiples formas, pues en lugar de la palabra justa podemos pronunciar otras mil inapropiadas, o deformarla de múltiples maneras. Así que cuando en un caso particular elegimos entre todos estos lapsus posibles, uno determinado, podemos preguntarnos si hay razones para pensar que se trata de una elección con sentido o se debe al azar. Es decir, si al examinar el error, éste tiene que ver con la vida del sujeto, o es una casualidad.



A todos nos ha pasado, o todos recordamos algún lapsus producido por un personaje público: modelo o político. Da igual si se trataba de “estar en el candelero o en el candelabro”, de aplaudir a los soldados de Honduras o Ecuador, los efectos de estos actos se nos aparecen con sentido, es decir, como un acto psíquico completo.

Hasta ahora, hemos hablado de actos fallidos y quizás de ahora en adelante, los debiéramos llamar actos correctos. Sólo que sustituyendo a los que esperábamos o nos proponíamos. Pero siempre revelando al sujeto algo de sí mismo a lo que no se puede llegar, lo inconsciente, y que sólo puede esperarse que se manifieste.


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