Kurdistán
La única región donde el movimiento pareció tener cierto futuro fue en el Kurdistán iraquí, región autónoma que en la práctica funciona casi como un Estado independiente. En Suleimanía, la segunda ciudad de la región y la más activa económica y socialmente, las protestas arrancaron ya el 16 de febrero. Murieron dos jóvenes por disparos y al día siguiente, la ciudad fue tomada por la policía y por tanques del ejército.
Las protestas compartían un elemento esencial con los levantamientos del mundo árabe: superaban las divisiones locales de etnias, religiones o partidos. Kurdistán está dividida desde los años 90 en dos zonas: el norte, con la capital Erbil, está bajo la autoridad del clan de Mustafa Barzani y su partido KDP, rurales y muy conservadores, mientras que el sur, alrededor de Suleimanía, vota al más urbano y abierto PUK, dirigido por el actual presidente de Iraq, Yalal Talabani. Pero los manifestantes de Suleimanía pisotearon retratos de ambos líderes y pedían el fin de la corrupción, enquistada profundamente en ambas zonas.
Las protestas continuaron hasta la segunda semana de marzo, con una acampada en la plaza Sarai en el centro de Suleimanía, bautizada pronto “Azadi” (Libertado, equivalente kurdo de Tahrir). Los manifestantes fueron desalojados varias veces por policías y sicarios al mando del régimen, que también destruyeron dos emisoras de radio independientes, pero mantenían su pulso pacífico, aunque el movimiento se desinfló poco más tarde. Pero mostró que la seguridad ciudadana y la prosperidad económica, orgullo de la administración kurda autónoma, se sostiene en la corrupción y el nepotismo y se paga con la represión rotunda de las voces disidentes.
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