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Grupo de trabajo del pueblo atacameñO


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6.8 Siglo XVI

Se calcula según estimaciones obtenidas a partir de los documentos etnohistóricos que a fines del siglo XVI y una vez celebrado el acuerdo de Suipacha, el número de población atacameña era mucho mayor al señalado por los primeros cronistas iberos. Jorge Hidalgo proyecto 20.000 habitantes para la región atacameña, cifra que en trabajos posteriores estimó exagerada tomando en cuenta la población reportada para los siglos XVI y XVII (Hidalgo, 1978). Sin embargo algunos autores postulan que la población atacameña pudo superar las 15 mil almas y, en todo caso, no pudo ser inferior a 10.000 (Téllez, 1998).


Sobre este contexto poblacional se instala las instituciones clásicas del sistema político y económico hispano, que dando origen a la Colonia, se van a caracterizar por los repartimientos, las encomiendas y los corregidores. Los repartimientos o las llamadas mercedes de tierras eran las tierras que se concedían a los conquistadores mientras que las encomiendas eran los indígenas que se encomendaban a los españoles para que trabajasen bajo su mandato a cambio de recibir la evangelización. El corregidor constituía un cargo polifuncional y de gran poder ya que tenía que administrar la justicia, controlar y cobrar los tributos que tenían que proporcionar los atacameños y apresar a los desertores y buscados del reino de Chile (Núñez, 1992:101). De esta forma, se presume que hacia los años 1550-1596, tanto San Pedro de Atacama como Toconao eran lugares controlados por la Corona y en los cuales se desarrolló una profunda labor evangelizadora.
En términos de la visión que poseían los conquistadores sobre el hostil territorio de atacama y como consecuencia de ésta, cabe señalar que nunca los españoles implantaron el sistema de haciendas, tampoco explotaron las ricas minas de minerales, limitándose solamente a estimular la actividad agrícola por medio de la incorporación de nuevas especies vegetales, especialmente frutales, que se adaptaron bien en algunos de los pueblos de la zona (v.gr. Toconao).
Sin embargo, la población atacameña empezó a experimentar la merma en su número, ya que además de las perdidas humanas registradas como consecuencia de los conflictos bélicos con los españoles (Batalla del Pucará de Quitor), éstos eran los portadores de una nueva contaminación biológica que a través de plagas, pestes y diversas enfermedades fueron cobrando nuevas victimas cuya fisiología no estaba adaptada para luchar contra estos invisibles invasores. De esta forma, y al igual que muchas colectividades humanas en América se produjo un paulatino proceso de genocidio y etnocidio de las poblaciones originarias, que hará que entre un siglo y otro la población disminuya dramáticamente, ya sea como consecuencia de este colapso biológico o los crecientes flujos migracionales que se producirán a raíz del cobro de tributos.
Como mencionábamos anteriormente, le correspondió al Corregidor Juan Velásquez de Altamirano pacificar esta zona. No obstante también fue la autoridad que controlaba el comercio de la época especialmente aquel que se desarrollaba en torno al eje Cobija-Potosí, y en el cuál la principal materia transportada era el pescado seco. Los siguientes corregidores siguieron explotando recursos marinos bajo esa lógica y es así que hacia finales de siglo, Juan de Segura, corregidor de Atacama, mantuviera tal práctica comercial (Martínez, 1985). Sin embargo, si bien estos fenómenos generaron la articulación de toda una nueva red comercial en los andes circumpuneños, esta se desarrollo sobre un antiquísimo sistema de caravaneo que abarcaba el suroeste boliviano, la costa del pacífico, el noroeste argentino y en donde los atacameños jugaron el importante rol de intermediadores a través del desarrollo de una intensa movilidad giratoria (Núñez y Dillehay, 1978.)
En términos de las explotaciones mineras, poco son los antecedentes que se disponen pero se presume que al no estar interesados los españoles en minas que no poseyeran metales preciosos, su interés se concentro en la explotación de las minas que existían en la costa. En Cobija durante esa época se explotó un mineral de cobre que fue trabajado con mano de obra atacameña y local, pero que ya era conocido y trabajado por los indígenas durante la época prehispánica.
Por otra parte, como consecuencia del proceso de evangelización llevado a la práctica por los europeos entre las comunidades indígenas, se comenzaron también a articular medidas etnocidas contra el pueblo atacameño. De esta forma, al desestructurar las estructuras sociopolíticas y culturales tradicionales de los atacameños, se quería poner fin a cualquier resabio del pasado que recalcara la condición de incivilizados y salvajes de estas gentes. Y es así como comienza un rápido proceso aculturativo que a fines del siglo XIX producirá la desaparición de un elemento central en esta cultura: la Lengua Kunza.
Los pueblos atacameños conservaban una primitiva lengua que no tenía relación ni parentesco con el Quechua y el Aymará y que ante los ojos de los conquistadores aparecía como un elemento que obstaculizaba la evangelización de la zona. Sin embargo, es digno destacar que los atacameños no sólo dominaban su propio idioma, sino que también y como consecuencia de su rol de intermediadores, hablaban el quechua, el aymará y la lengua de la costa como lenguas complementarias, situación que en un momento de la historia nos estaría indicando un profundo dominio lingüístico de diversos dialectos que constituirían a los Atacameños en sabedores poliglotas. A esta complejidad lingüística se suma la incorporación de la lengua castellana como consecuencia de la conquista y posterior evangelización de la zona, ya que ésta paso a constituir la lengua oficial. No obstante, se presume que los oficios religiosos efectuados con motivo de los acuerdos de paz alcanzados en 1557, se realizaron en la lengua de los naturales (Kunza) y estuvieron a cargo del Padre Cristóbal Díaz de los Santos.
La pacificación de estos territorios, si bien se efectuó en 1557, no presentó las mismas características en las áreas vecinas, más aún muchas de las provincias andinas del noroeste argentino (Omaguaca, Casavinco, Cachinoca y el valle Calchaquí) aún se encontraban alzadas contra los españoles a finales del siglo XVI, razón por la cuál no se fundaron pueblos de españoles en esas comarcas. Sin embargo, en Atacama autores presumen que el primer pueblo de españoles formado en esta región, debió haberse construido en los alrededores de la Iglesia o Capilla en donde se celebro la misa de pacificación, o sea el actual ayllu de Conde Duque o el ayllu de Beter a pesar de que las evidencias arquitectónicas permitan postular que los templos ubicados en tales zonas, son posteriores al siglo XVI (Núñez, 1992:107)10. Sin embargo, hay evidencias documentales que permiten afirmar que hacia los años 1590 a 1608 y como resultado de una recomendación del Virreinato de esa época se debía organizar un pueblo de indios con aquellos atacameños que fueron pacificados por Juan Velásquez de Altamirano, hecho que seguramente se concretizó con la fundación del pueblo de indios de Beter.
De lo anterior se desprende la importancia geopolítica que tenía el territorio atacameño para los conquistadores europeos ya que al haberse realizado un “exitoso” proceso de pacificación, muchas de las autoridades coloniales utilizaron a San Pedro de Atacama, Atacama la Alta, como principal capital administrativa y cabecera de doctrina de los pueblos situados en la cuenca del Salar de Atacama y territorios aledaños. Por otra parte, los pueblos asentados en las inmediaciones de los ríos Loa y Salado tuvieron como cabecera de doctrina al pueblo de Chiu-Chiu, que hacía finales del siglo XVI era conocido como Atacama la Baja, territorios que hacia comienzos del siglo XVII presentaba difusos limites fronterizos y convergencia de una gran cantidad de grupos étnicos lo que ha llevado a algunos autores a utilizar el término de poblaciones interdigitadas (Martínez, 1998:59).


6.9 Siglo XVII

Durante esta época el sistema de los corregidores ya se había consolidado en Atacama, acentuándose el abuso y la opresión sobre las comunidades atacameñas y su cultura. Sin embargo también se experimentaron drásticos cambios culturales y tecnológicos que reestructuraron las bases mismas de la economía y cultura atacameña11. Ejemplo de tales procesos lo constituye la incorporación de ganado mular en las labores de tráfico (Sanhueza, 1992), desplazándose parcialmente la llama por este tipo de ganado que dará origen a uno de los fenómenos más interesantes en esta época: la arriería mulera colonial. Se poseen antecedentes que indican que durante el siglo XVII (1683) los atacameños radicados en Chiu-Chiu no viajaban a los valles del norte argentino, sino más bien al litoral cercano, articulando labores de arriería o fletes que incluso llegaban hasta las minas de Lípez (Núñez, 1992:113). Sin embargo, la principal ruta comercial activada por la arriería la constituía aquella ubicada entre Cobija-Potosí y que en torno al tráfico de congrio seco conectaba diversos pisos ecológicos y conglomerados culturales de este perfil andino.


No obstante lo anterior, la vida para los atacameños debió ser muy difícil en este siglo ya que a la famosa tributación obligada que cada indio debía entregar en monedas, se sumaba el trabajo gratuito que era realizado para los españoles. Lo anterior retomó una clásica estrategia inka cual era la mita que permitía tener a los invasores un aporte importante en mano de obra y en cuya lógica se basaba en el envío de atacameños a labores pesadas en distantes lugares del área andina, como por ejemplo la Casa de fundición de metales de Potosí. De esta forma, el cobro de tributos si bien se extiende por todos los pueblos atacameños12 , generará en el siglo XVIII la desarticulación y desintegración de la sociedad atacameña, la cuál ante tan desolador panorama de injusticia y abusos comenzará a despoblar lentamente los asentamientos de la zona, ya sea escapando del sistema tiránico de los corregidores o en busca de recursos complementarios como ha sido observado por algunos etnohistoriadores como Jorge Hidalgo (1984).
Lo cierto en este contexto es que si bien los atacameños habían articulado desde la antigüedad una serie de movimientos transcordilleranos especialmente con el noroeste argentino, se presentan en la revisita efectuada en 1683, una serie de tributarios que aunque no están en su lugar de origen por encontrarse trabajando ya sea en las minas de Lípez (Bolivia) o pastando en las vegas del río San Juan o provincia de Chichas, de igual modo le tributan al “cacique cobrador” quién incluso recorría grandes distancias para cobrar las especies y monedas que constituían el tributo. Lo anterior justificaría la percepción desolada que se poseía de los ayllus atacameños en esa época, en donde quedaban generalmente sólo la mujer, los hijos y los ancianos de aquellos atacameños.
En términos de las cifras demográficas se observa en este período un descenso considerable de la población atacameña ya que de los 10.000 habitantes que se presume poblaban esta zona durante el siglo XVI, a comienzos del XVII se cree que 3.000 atacameños vivían en estas comarcas andinas. El resto de la población bien pudo desaparecer como consecuencia del shock fisiológico o emigrar hacia otros territorios huyendo del sistema mercantil colonial de Atacama o conservado una antiquísima lógica andina de complementariedad ecológica que los llevaba a explotar recursos de diversos pisos andinos. También se presume que gran parte de la población atacameña fue obligada a trabajar en haciendas ubicadas en territorios Chichas, de Tarija o Tucumán.
Sin embargo, con el descubrimiento del gran mineral de plata de Potosí este pequeño asentamiento comenzó a concentrar el interés de los hispanos, quienes además de urbanizar una gran ciudad, convirtieron a esta zona en el núcleo estratégico de toda una compleja red de caravaneo y tráfico de mercancías que se desarrollaba en los andes centro sur andinos, pero que integraba recursos tanto de la costa del pacífico como de la selva. En este contexto de explotación minera, si bien la zona de Atacama poseía escasos atractivos minerales por la ausencia de metales preciosos, de igual modo se desarrollaron formas de opresión en algunos yacimientos de cobre del sector como San Bartolo en donde los atacameños tenían que realizar turnos de trabajo obligatorio para los señores corregidores.
Hacia fines de este siglo, los hábitos culturales de los españoles repercutieron negativamente en los atacameños ya que Núñez señala que el préstamo, la compra al fiado y la promoción del alcoholismo conllevó a que la propiedad atacameña quedara expuesta al manipuleo de blancos y mestizos “decentes” (op. cit. 117), perdiendo éstos lentamente sus propiedades y pertenencias. A esto se sumaba el progresivo despoblamiento que se registraba en los ayllus atacameños como consecuencia de estos factores y que hacia fines del siglo XVII había producido la ausencia total o parcial de más de la mitad de la población, quienes en busca de mejores expectativas de vida buscaron mejor suerte en otras comarcas. De esta forma comienza a consolidarse lo que algunos autores denominan la Cultura del Viaje (op.cit. 117) visualizada en la gran capacidad de desplazamientos de los atacameños en territorios distantes y que se acentuará durante el siglo XVIII.


6.10 Siglo XVIII

Con la consolidación de un patrón de ocupación en tierras distantes, ya sea debido al régimen económico colonial o a la explotación de recursos en pisos ecológicos lejanos, se fueron generando una serie de actitudes por parte de los colonizadores que incluso llegaron a considerar a los atacameños como “indios forasteros” desarraigados de su tierra natal. Lo anterior si bien podía causar la perdida de los derechos políticos en los territorios, en Atacama primó una lógica del “Eterno Retorno” ya que muchas veces a pesar de existir vínculos entre los atacameños emigrados y sus lugares de origen, estos nunca perdieron sus derechos dentro de sus comunidades y territorios ancestrales.


Sin embargo, en el siglo XVIII se experimentaría una época de cambios y crisis muy profundos lo que se visualizaba por una parte en el despoblamiento del sector y en los nuevos movimientos indígenas rebeldes que si bien ocurrieron en varias partes de los Andes, en Atacama también dejaron sentir sus consecuencias y efectos (Hidalgo, 1982). En relación a esto cabe señalar que los atacameños que migraron (ausentes) hacia otros lugares constituían el 60% de la población tributaria lo que a la larga generaría una crisis en el cobro de los tributos y en las instituciones que habían sido articuladas para cobrarlos, siendo en éstos casos el cacique principal el responsable de llegar con tales tributos ante el corregidor. No es de extrañar, entonces que estos personajes hayan recorrido grandes distancias visitando sectores tan remotos como el noroeste argentino o la zona del sudoeste boliviano, lugares que albergaban a la población atacameña que había ido a buscar mejor suerte y que sólo hacia comienzos del siglo XIX se radicaron definitivamente en esos parajes (Núñez, 1992:123).
Durante esta época la configuración administrativa de la zona se mantiene, es decir se dividía el gran territorio de Atacama en dos grandes sectores: Atacama la Alta con su cabecera en San Pedro y Atacama la Baja que tenía como cabecera de doctrina a Chiu-Chiu. Sin embargo, un hecho que destaca en este panorama es que las actuales localidades ubicadas en la puna argentina como Susques e Incahuasi dependían administrativamente de Atacama la Alta, situación que se prolongo por motivos eclesiásticos hasta mediados del siglo XIX.
Sin duda, la práctica de una intensa movilidad territorial si bien había acompañado a los atacameños desde épocas prehispánicas ahora se readaptaba en torno a la arriería de burros y mulas, situación que a lo largo del siglo XVIII se incrementa ya sea por el tráfico con el pacífico donde era transado el pescado seco de congrio o productos que eran llevados a las regiones de Lípez y Chichas o viceversa.
No obstante, el despoblamiento de Atacama, especialmente la Alta coincide con el período de mayor desarrollo agrícola y ganadero que se estaba experimentado en el Noroeste Argentino, principalmente en las provincias de Salta y Tucumán y a donde fueron decenas de atacameños a asentarse llegando inclusive a nombrarse algunos espacios como atacameños (v.gr. río San Juan de los Atacamas). Sin embargo, este proceso de dispersión de la población atacameña perdura con gran énfasis hasta fines del siglo XVIII, época de grandes crisis y transformaciones para el mundo indígena ya que ante el régimen de terror impuesto por los corregidores los atacameños y nativos en general no hallaron otra solución que escaparse o huir mediante la fuga.
Estas crisis y transformaciones para el mundo indígena se expresarían a fines del siglo XVIII por medio de alzamientos a la autoridad española los cuales eran dirigidos en el mundo andino por Túpac Amaru y Tomas Catari.
Túpac Amaru, Cacique de la Provincia de Tinta en Perú en 1780 toma detenido a su corregidor, lo juzga y en nombre del Rey lo cuelga, lo que genera un animo de rebelión en la masa indígena y de indignación en la Corona Española. Valiéndose de un discurso mesiánico, ya que proclamaba ser el legitimo descendiente del último de los incas, congrego a varios miles de nativos quienes veían en él un escape ante el tiránico sistema de los corregidores, representando de esta forma la rebelión más grande de la América Española que se haya experimentado en todo el período colonial. Tomas Catari, articulando un discurso parecido logro emancipar las fuerzas indígenas que en aquellos años se hallaban en el Alto Perú actual Bolivia.
De esta forma, las ideas Tupajamaristas y Cataristas también tuvieron eco en los despoblados territorios de Atacama, ya que a fines de este siglo y como consecuencia de los abusos de algunos corregidores como José Manuel Fernández Valdivieso se empezaron a generar sentimientos recurrentes de descontento ante los atropellos de estos representantes de la corona española. Fernández Valdivieso, corregidor de Atacama desde 1749 a 1757, constituía un fiel representante de la concentración de poderes ya que su opinión tenía injerencia en diversas esferas de la vida social: religiosa, política, judicial, policial, militar y administrativa y que por medio de prácticas poco honestas, para nuestra época, creaba y reproducía fuertes vínculos de dependencia entre los atacameños y el sistema colonial español, que más que beneficiar a los habitantes de esta zona, los perjudicaba enormemente.
De esta forma, el corregidor Fernández Valdivieso instauro un sistema económico en donde él supervigilaba cualquier transacción de bienes ya sea de cueros de cordero, vacuno, chinchilla y lanas de camélidos, reimponiendo la mita pero debido a lo injusto que resultaba este sistema y su labor en más de una ocasión fue amonestado por la Real Audiencia de la Plata por los abusos y atropellos cometidos contra los Atacameños (op. cit. 130).
No obstante, el panorama no varió con los siguientes corregidores ya que desde 1758 a 1770 las tensiones persistieron, agudizándose los problemas y conflictos en estos territorios, que sólo fueron resueltos de forma parcial bajo el mando de don Francisco de Argumaniz. De esta forma, algunos rasgos de la cultura atacameña tienden a desintegrarse generando un panorama que ha sido calificado como de descomposición cultural y que se expresaría en la desarticulación paulatina de la lengua, la creación de escuelas, las reiteradas fugas y la vigencia a modo de resabio de un sistema de complementaridad ecológica (Hidalgo, 1982b:221).
Francisco de Argumaniz, corregidor de Atacama desde 1770 al 1778, como buen representante del despotismo ilustrado del siglo XVIII puso en práctica un proceso de cambios etnocidas dirigidos a extirpar la lengua Kunza articulando un proyecto de enseñanza básica para el sur andino y en especial para Atacama que sería el proyecto escolar laico orientado a indígenas comunes más temprano del área andina (Hidalgo, 1982b:231). En estas escuelas se prohibía a los niños hablar otra lengua que no fuera el castellano bajo la pena de seis azotes para los transgresores. Sin embargo, los profesores que impartían enseñanza en estas escuelas ubicadas en los cabildos eran indígenas ladinos, o sea bilingües, instruidos en el idioma castellano como Don Francisco Xavier y Felix Martín en Toconao y Ignacio Siarez, maestro de la escuela de San Pedro de Atacama.
En este contexto de instauración de medidas etnocidas tendientes a civilizar a los atacameños tuvieron eco los ideales que Túpac Amaru defendía en Tinta y Tomas Catari en Chayanta. De esta forma, se realiza la primera rebelión indígena en el corregimiento de Atacama que ocurriría en el pueblo minero de Incahuasi el 28 de febrero de 1775, asentamiento ubicado al sureste de Peine y cuyo movimiento estuvo liderado por el sacerdote Miguel Olmedo, quién junto a un grupo de valerosos Atacameños crearon un ambiente de insurrección y rebeldía que el corregidor Argumaniz no pudo controlar.
En San Pedro de Atacama, los aires de rebeldía se comenzaron a manifestar hacia fines de 1780 ya que en esta época los corregidores ya no querían cobrar el tributo a los agitados Atacameños. Sin embargo en 1781 se realizan las primeras operaciones tendientes a desarticular la institución de los corregidores ya que se toma prisionero al Capitán de Milicias de San Pedro de Atacama, embargándose todos los bienes de su propiedad, actos en donde el Alcalde Mayor Indígena de este pueblo, don Carlos León, junto a los lideres rebeldes indígenas jugaron un importante rol al expulsar de estos territorios a todos los españoles que se oponían a los nuevos valores de la insurrección (Núñez, 1982:131) aunque en algunos pueblos como Chiu-Chiu o Atacama la Baja se organizaron algunos frentes disidentes a estas ideas libertarias.
De esta forma, con el asalto a la casa de don Pedro Manuel Rubén de Celis a mano de 200 indios Atacameños el día 12 de Marzo de 1781, comienza formalmente la rebelión en Atacama, ya que este al ser informante del corregidor Matheo de Castaño lo había ayudado a fugarse a Salta con el dinero reportado de los tributos. No obstante y a pesar de que quienes conducían la rebelión en esta zona era don Carlos León junto a los lideres rebeldes y caciques indígenas, hacía falta la figura de un líder indígena que portara un mensaje de esperanza y optimismo ante el cruel panorama generado por los Corregidores.
Lo anterior varió sustancialmente con la llegada a la zona de Atacama del ayquineño Tomás Paniri, quién habiendo participado en la rebelión de Túpac Amaru en Chichas, traía una carta o circular de este líder en donde lo nombraba Capitán General de Atacama para establecer la rebelión en esta zona. Tomas Paniri había sido cacique y alcalde de Ayquina y conocía tanto la costa como el interior de Atacama y Chichas lo cuál estaría facilitado por el manejo de más de una lengua nativa, situación que fue interpretada por parte de los indígenas como el surgimiento de un líder que pondría fin a los abusos de los corregidores. En Atacama, pese al núcleo disidente que se hallaba en Chiu-Chiu liderado por el Vicario Alejo Pinto, Paniri siempre contó con el apoyo del Alcalde Mayor de San Pedro de Atacama, don Carlos León, quien desempeñaba su rol de manera vitalicia y representaba a la verdadera nobleza india y empezó a nombrar a capitanes de milicia en Calama y Chiu-Chiu, incluso buscándolos en el bando opuesto, quienes apoyarían y coordinarían la insurrección en esta zona. También traía una carta del Cacique de Lípez dirigida a los seis ayllus de San Pedro; Conde Duque, Sequitor, Coyo, Betere, Solcor y Solo y en la cuál pedía apoyo para asaltar la ciudad de la Plata o Potosí.
Como mencionamos anteriormente, la resistencia española frente a esta revolución liderada por Tomas Paniri se articulo en la cabecera de doctrina de Atacama la Baja, o sea Chiu-Chiu, y adquirió profundas connotaciones religiosas y simbólicas ya que fue liderada por el Vicario de este poblado don Alejo Pinto quien pidió apoyo militar a las autoridades españolas que se ubicaban en los valles tarapaqueños. Sin embargo, hacia esta época se realiza en la iglesia de Chiu-Chiu una entrevista entre el líder indígena Tomas Paniri y el representante eclesiástico y en la cuál Paniri se presenta con un sable al cinto, instrumento propiamente español y una honda de lana en el pecho, símbolo de la lucha andina. De acuerdo a los testimonios españoles la conversación entre estas dos personas fue a oídos sordos ya que mientras una hablaba del derecho de los indígenas el otro señalaba que todo el movimiento revolucionario estaba mal y atentaba contra la Iglesia y contra Dios. Después de realizada esta entrevista Tomas Paniri se dirige a San Pedro de Atacama a reforzar las posiciones rebeldes junto al Alcalde Mayor don Carlos León y otros caciques indígenas.
En Chiu-Chiu si bien venía articulándose una acción antirrevolucionaria liderada por Alejo Pinto junto al alcalde indio de esta localidad, ésta adquirió un cariz simbólico-religioso que hacia las festividades de Semana Santa de 1781 había generado una atmósfera espiritual de penitencia en donde los sacrificios, los azotes y los automartirios de los indígenas constituían prácticas comunes de esa época. Incluso Alejo Pinto utiliza su propia figura para provocar una reacción de antirebelión entre la masa indígena. La noche del viernes Santo se presenta desnudo de pies y piernas, con grillos en los tobillos, con una pesada cruz en el hombro y coronado en espinas en la cabeza, entra a la Iglesia y empieza un llanterío general, los hombres se empiezan a golpear, las mujeres se cachetean, durante una hora y todos juran defender al cura en contra del “Terrible” Paniri (Hidalgo, Comunicación Personal).
Llegados los apoyos logísticos desde los Valles Tarapaqueños, se inician movimientos de tropas en Chiu-Chiu, ante los cuales Paniri quien se encontraba en San Pedro de Atacama es informado y traicionado por su propia gente, ya que se le tiende una emboscada en Chiu-Chiu donde es capturado. Posteriormente es remitido a Pica donde los jueces deciden enviarlo a una isla guanera de Iquique, sometiéndolo a juicio y confesando ante las torturas de la época que él había sido el asesino de cinco españoles y participado en la muerte de un sacerdote. De esta forma, el día 14 de Mayo de 1781 se cumple la sentencia de muerte en una isla guanera, poniendo fin a los sueños y a las aspiraciones de libertad que las Comunidades Atacameñas crearon en torno a la figura de Tomas Paniri.
Hacia fines del siglo XVIII y como consecuencia de los profundos cambios políticos y culturales que afectaban la zona y sus habitantes, debido a la descomposición progresiva y gradual de la cultura atacameña, al despoblamiento del sector que venía agudizándose en esta época y a la perduración del sistema de los corregidores se fue generando un complejo panorama sociopolítico que propicio el contexto en donde se desarrollaron algunas de las ideas libertarias que motivaran durante comienzos del siglo XIX la guerra de la Independencia contra la Corona Española, fenómeno ante el cuál no estuvieron ajenos los Atacameños.

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