Una de las características más novedosas de los movimientos sociales argentinos es que muchos se han organizado bajo un concepto de poder diferente: asambleario y horizonal. No es una voz, entonces, sino un coro lo que expresa sus preocupaciones, contradicciones y respuestas. Esta multiplicidad –que sin duda es la contracara de la uniformidad jerárquica del modelo al cual se oponen- representa uno de los conflictos con el sistema de producción de una noticia tal cual está planteado hoy.
De la misma manera que el mundo global ha dejado anacrónicas las secciones en las que un medio fragmenta las noticias, estos movimientos no “caben” en los compartimentos en el que intentan meterlo.
En el marco del Foro Social Mundial realizado en la Argentina un asambleista se presentó de la siguiente manera:
“No represento a nadie ni nadie me representa a mí. Por lo tanto, le pido al coordinador de esta mesa que no se refiera a mi como integrante de la Asamblea de Belgrano, sino como fulano de tal, persona y vecino”.
Esta aparente reducción de un ciudadano a vecino, de un miembro de un movimiento social a un solo individuo es la manera más sencilla de explicar algo muy complejo: cómo ha entrado en crisis y se ha hecho añicos todo el sistema de representación institucional y político. Para hacerlo aún más difícil de lo que ya es, “nosotros no es el plural de yo, sino un término cuya connotación es una estructura compleja que vincula unidades marcadamente desiguales”, tal como advierte Bauman41.
Sin embargo, la organización del poder a través de asambleas es re-presentado siempre como un fenómeno compacto, cuya muerte se ha anunciado mil veces y cuya vitalidad se comprueba en cada una de las batallas que atraviesan diferentes organizaciones, localidades y temas.
Durante las primeras reuniones de una asamblea barrial que espontáneamente surgieron a fines de diciembre de 2001 en los barrios de la Capital, sus integrantes dedicaron larguísimas horas a debatir con qué palabras iban a comunicarse, no solo entre sí sino con el resto de la comunidad: con qué nombre iban a identificarse, si iban a utilizar el término “compañeros” o “vecinos” al nombrarse, entre otras cuestiones que nadie allí consideró menores. En una de esas reuniones, escuchamos a un vecino proponer, por ejemplo, que no se utilicen términos que pudieran evocar discursos políticos partidarios, no solo porque estaban gastados sino porque ese movimiento nació para desafiar a los aparatos ideológicos partidarios, luego de lo cual aclaró: “Pero no le tengamos miedo a la palabra política. Es la palabra que ellos ensuciaron. Lo que estamos haciendo nosotros es política. Tenemos el deber y el derecho de hacerla”.
En un seminario que brindamos junto a integrantes de ocho fábricas recuperadas, hemos escuchado a un obrero decir que prefiere que se refieran a su movimiento no como un “fenómeno” sino como un “proceso”.
El diccionario de María Moliner define esas palabras de la siguiente manera:
Fenómeno: cosa que aparece. Suceso extraordinario y sorprendente. Monstruo, monstruosidad.
Proceso: Progreso, marcha hacia adelante.
La diferencia, entonces, no es inocente.
Siguiendo con este razonamiento, fueron las mujeres de Ammar Capital quienes nos enseñaron la diferencia entre una trabajadora sexual y una mujer en estado de prostitución. Ellas, mujeres prostitutas organizadas, conocen bien la diferencia. En un caso, estamos hablando de institucionalizar la explotación. En el otro, de reconocer la condición imprescindible para que se produzca un pago a cambio de someterlas sexualmente: ser mujeres pobres.
Distinguir entre ese “ser” y ese “estar” es lo que les permitió salir de la trampa de los falsos dilemas con los que otros quisieron atraparlas.
Fueron las víctimas de una masacre como Cromañón quienes nos advirtieron porqué no podíamos usar en ese caso la palabra tragedia, ya que lo trágico tiene una connotación de fatalidad, de algo ineludible que en el caso concreto de esta muerte de 194 jóvenes enmascaraba la corrupción que posibilitó esa masacre.
Fueron, una vez más, los vecinos de Gualeguaychú convertidos en asambleistas y ambientalistas por obra de la construcción de una industria contaminante en el Río Uruguay quienes nos señalaron que allí no estaba erigiéndose una planta papelera, sino una procesadora de pasta. La diferencia entre decir “no a las papeleras” o “no a las pasteras” es determinante, ya que solo la producción de pasta es contaminante. Esta verdad irrefutable confundida por el uso de una sola palabra es lo que le permitió a las empresas denunciadas arrear a un contingente de periodistas hasta Europa en un tour por las plantas papeleras, sin que se hiciera notar la diferencia entre este gato rioplantense y aquella liebre europea42.
Al escucharlos y al hacer oir a otros eso que escuchábamos, con la menor interferencia posible y sin temor a que sus contradicciones, tensiones y dudas resten en absoluto potencia a la batalla, estamos transformando un medio en un medium, una palabra que en lengua latina refiere a la “luz pública”.
Una luz que, entre otras cosas, arrebata el brillo de aquellos que creyeron tener la oportunidad de ocupar el centro de la escena montados sobre el cartón pintado de un cuarto poder que -ahora se ve claramente- solo era un retablo de marionetas. No es nuestra intención forzar la conclusión de un proceso en pleno desarrollo, sino simplemente señalar –con asombro y alegría- que estamos siendo parte de otra noticia cuyo final seguramente escribirán otros.
Como de alguna manera debemos concluir este texto provisional, dictado desde la trinchera por quienes estamos dispuestos a combatir lo que somos para ser algo mejor que nosotros mismos, apelamos una vez más al maravilloso Calvino, convencidos de que este final de su relato sobre las ciudades imposibles representa para nosotros un maravilloso comienzo:
“El infierno de los vivos no es algo por venir: hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos; aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.
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