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El fin del periodismo y otras buenas noticias Nuestra hipótesis Autor: lavaca org


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decir que lo que es, es


Y lo que no es, no es

Esto es verdadero.

Esta sencilla definición contempla, en realidad, toda la compleja y delicada trama que separa la verdad de la mentira.

Aristóteles plantea dos cosas fundamentales:


  • Verdadero y falso son conceptos que tienen “una conexión esencial”. Lo que no es una cosa, es la otra.

  • No son permanentes. La verdad y la falsedad son transitorias, en la medida en que las cosas cambian. Esa es, por así decirlo, su fatalidad: son perennes. Diferencia la opinión del saber. La opinión no es saber. La opinión es lo que Platón llama "doxa" y en tanto cual puede ser verdadera. El saber, en cambio, depende del "cuándo", es decir, del tiempo y de la "percepción", de la persona o su punto de vista. Y admite aparentes contradicciones (tesis y antítesis) que se formulan en la búsqueda de una verdad que, cuando se alcanza, puede haber dejado de serla.

Sin embargo, en la búsqueda de una definición de lo que burdamente podríamos llamar “una verdad objetiva” Aristóteles llega a la siguiente conclusión:

Es lo que pasa”.

Sólo por esto, Aristóteles merecería ser el padre del periodismo.
Los guaraníes utilizan un mismo vocablo (ñe’e) para nombrar dos conceptos: palabra y alma. Lo original de la cultura guaraní es esta comunión que caracterizó toda su vida comunitaria y que implica una altísima valoración del lenguaje como medio de comunicación.

Con uno mismo y con los demás.

Con el interior y el exterior.

Con lo divino (utópico) y lo terrenal (real).

La muerte es para ellos la pérdida de la palabra y las “bellas palabras” son equivalentes a la sabiduría y la verdad.

Palabra y alma, así unidos, representan todo lo que la humanidad tiene de divino e imperecedero. La frontera entre la vida y la muerte. Por eso, implican búsqueda y movimiento: es necesario estar dispuesto a un continuo aprendizaje para encontrarlas y comprenderlas.

Por eso también, los guaraníes eran nómades. Buscaban la Tierra sin Mal, que no solo era un lugar físico sino ideológico: encontrar las palabras-almas era una tarea personal, única, que construía a su vez un concepto colectivo de progreso y de identidad.

El sociólogo francés Pierre Clastres reconstruyó e interpretó la cultura guaraní en su libro La sociedad contra el Estado17, pero fue Cornelius Castoriadis18 quien realizó una lectura transgresora de lo que Clastres describía, respecto “a esos jefes guaraníes que no son verdaderos jefes, que no tienen ningún poder real sobre su tribu y cuyo papel es cantar de la mañana a la noche la gloria de los ancestros que nos dieron leyes tan buenas ¿Por qué diablos hay que afirmar de la mañana a la noche que los ancestros nos dieron leyes tan buenas? Nadie repite que dos más dos es cuatro o que el sol está ahí durante todo el día y desaparece por la noche. Se trata de descalificar de antemano toda crítica a las leyes dadas por los ancestros”.

Al igual que esos jefes guaraníes consagrados a la reiteración refutadora, los medios comerciales de comunicación han concentrado toda su capacidad y potencia a proteger con su canto y rezo valores, ideologías e identidades desmentidas por la realidad. ¿Dónde, sino en los medios comerciales, viven esos cuerpos de diseño quirúrgico? ¿Dónde, sino en los medios comerciales, moran los paradigmas sociales de inclusión? Convertidos en el hogar de los fantasmas, proclaman a través de una Cinta Transportadora de Información Continua la bondad de esas leyes ancestrales que construyeron esas instituciones que hoy están vaciadas, heridas o muertas.
Suponíamos que a mayor desarrollo tecnológico de las comunicaciones y a mayor circulación de información, la consecuencia directa sería mayor comprensión de la realidad y los conflictos contemporáneos. No ha sido así, sino todo lo contrario. Lo que se ha expandido –al ritmo del progreso tecnológico- son los canales de propagación del virus que afecta a la comunicación moderna: la mentira.

Pero el cuerpo social es sabio: todo virus desarrolla también sus propios anticuerpos.


Un ejemplo paradigmático de la distancia que trazan los medios comerciales de comunicación entre la realidad y la ficción que construyen ( y defienden) es el caso de los Juicios por la Verdad que se llevaron a cabo en varios tribunales argentinos a finales de los 90. Luego de sancionadas las leyes de punto final y obediencia debida, diferentes organizaciones de derechos humanos plantearon ante los estrados que el Estado garantice un derecho fundamental y de mayor jerarquía que esos decretos: el derecho a la verdad. La persistencia en el tiempo de este reclamo posibilitó que se tramitaran estos juicios que no tenían ningún valor punitivo (no sancionaban los delitos que allí se expondrían) sino revelador. Las audiencias fueron por eso públicas y obligaban a los magistrados a cumplir con todos los requerimientos previstos en un juicio ordinario: los fiscales acusan, los defensores, defienden; los imputados tienen la obligación de declarar y las víctimas, de narrar en voz alta sus padecimientos. Ningún medio comercial de comunicación registró nada de todo esto, con la excepción de desenlaces trágicos (como el infarto y la posterior muerte que le provocó a uno de los denunciados el hecho de enfrentarse, luego de casi 25 años, con la víctima que lo acusaba) lo cual los obligó a resumir en pocas líneas el contexto en el cual se había producido el hecho. La verdad, toda la verdad que en esos juicios se revelaba, fue visible solo para los pocos asistentes a cada sesión del tribunal, generalmente personas a quienes el silencio social había convertido en víctimas. Ese “yo no sabía” colectivo se repitió así una vez más, infinitamente, con una operación mediática que intentaba vaciar de sentido una frase dramática: nunca más.

Su antídoto se cultivó en las calles, cuando una nueva generación –la de los hijos de los desaparecidos- creó una herramienta poderosa: el escrache. Una mezcla de lenguajes –el arte, la murga, el stencil, la movilización, la radio abierta, el aerosol, la proclama política y todos los etcéteras que fueron capaces de imaginar- con la que escribieron en la calle aquello que no podían comunicar de otra manera, pero que tenía la fuerza ineludible de la verdad.

“Si no hay justicia, hay escrache”.

Esto es: si las instituciones conspiraban para sostener la red de impunidad, esa negación de la memoria debía combatirse con aquello que la memoria tiene de poderoso: la persistencia.

Escrache se transformó así en una palabra con alma y en una herramienta de comunicación social que trascendió todas las fronteras al crear un símbolo universal.
En su libro Ser, verdad, Acción, el filósofo Ernst Tugendhat 19 repasa cuestiones elementales de la filosofía para pronunciarse sobre los conflictos del hombre moderno. Una tarea didáctica, para un mundo que parece haber perdido las huellas de las diferencias, especialmente en un tema que él analiza en el último capítulo: la comunicación.

Tugendhat cita a Habermas para decir que cuando alguien miente no hay acción comunicativa. Podríamos decir entonces que la mentira es la negación misma del periodismo en cuanto ejercicio social de la comunicación.

Ahora bien.

¿Cuándo mentimos?

Aristóteles es quien nos responde: “cuando no comunicamos lo que pasa”.

¿Cómo mentimos?

Veamos un ejemplo .

Durante una conferencia realizada en el año 2000 en Buenos Aires a la que asistieron expertos y periodistas, otro Premio Nobel de Economía, Gary Becker, afirmó que la desocupación –que en ese momento afectaba al 18% de la población económicamente activa - era un falso problema. “Sólo refleja la obstinación de los trabajadores –alentada por sus corruptas dirigencias gremiales- a negarse a trabajar por un salario de 100 dólares mensuales”. Cuando algunos de los presentes le recordó que debido a la sobrevaluación de la moneda local, el costo de vida en la Argentina era similar al de los Estados Unidos y que ninguna persona podía sobrevivir con 100 dólares mensuales, su respuesta fue terminante:

La economía como ciencia nada tiene que decir acerca de cuánto dinero necesita un trabajador para vivir.”

La anécdota fue narrada por el argentino Atilio Borón en su libro El búho de Minerva. Los medios comerciales de comunicación, en cambio, eligieron contar otra cosa, menos premonitoria, si se tiene en cuenta que apenas un año después el salario promedio de la Argentina era efectivamente de 100 dólares.

Leamos, textualmente, la versión que transmitió sobre esta misma conferencia una agencia de noticias:

Gary Becker, Premio Nobel de Economía 1992, que visitó en la semana nuestro país, aseguró que para que la Argentina crezca, necesita la promoción de talentos y de la nueva economía, concretamente si se especializa en el mercado tecnológico de habla hispana. El economista, reconocido por haber extendido el espectro de análisis micro en el campo del comportamiento humano, además reconoció que la Argentina no tiene demasiadas ventajas competitivas, y por esa razón debe desregular más el mercado laboral para sacar provecho del capital humano”.

En los últimos años han proliferado cursos de posgrado y perfeccionamiento de periodistas profesionales, pero de manera proporcional ha disminuido la calidad no solo de la información, sino de la producción de las noticias. A mayor formación no hemos obtenido mayor profesionalismo, sino domesticación y disciplina. De esta manera, se ha logrado contaminar las prácticas a través de una operación de unificar y consolidar conceptos claves de la construcción de la narración periodística que hoy la realidad convierte en artefactos antiguos.

En principio, el ordenamiento jerárquico de la pirámide informativa (la palabra pirámide evoca aquí el alma con la que se pretende construirla) es un corset autoritario que impone un modelo único para describir una realidad diametralmente diferente. Resulta cuanto menos patético, además, ceñirse en plena era tecnológica a una técnica creada en tiempos de la linotipo: el orden informativo era hace dos siglos una necesidad de producción: en la imprenta se cortaba lo que sobraba. Y para ganar rapidez productiva sin que la noticia perdiera sentido, lo prescindible debía escribirse al final. Alguien encontró en esa pirámide construida a partir del quien, cuándo, cómo y dónde una solución que hoy resume el problema en el cual estamos atrapados: en la era de la Modernidad Líquida no hay rostros, ni espacios precisos.

Ramonet es quien dijo certeramente que la comunicación es una herramienta, pero al mismo tiempo una ideología. En momentos en donde es necesario reflejar cómo las personas que se enfrentan a una ideología dominante e intentan construir nuevas formas de organización –horizontales, corales y diversas- y, al mismo tiempo, nuevas formas de vida, el ejercicio de la comunicación debería plantearse qué herramientas necesita para reflejar estas experiencias.

Las que están en uso corresponden a otra.

Las nuevas, ni siquiera están pensándose.

En tanto se inicie esta búsqueda, un viejo periodista italiano –Furio Colombo20- nos ofreció una salida para soportar los embates de un tiempo de transición:

“La alternativa para los profesionales del periodismo es volver a recuperar el elevado rol de escribanos de acontecimientos comprobados, de fuentes confiables, de reconstrucciones independientes. Es posible que todo esto se produzca en espacios más reducidos, con modalidades más pobres y un grado de repercusión menor. Pero con el tiempo podría reconstruir el respeto y la confianza que el periodismo actual ha perdido”.

El programa de acción, en cambio, lo definió con precisión un integrante del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano, que observó silencioso el desarrollo de un seminario que organizamos con periodistas profesionales en una de los comedores comunitarios de esa organización. Sobre final, los participantes –ablandados por el relato de las batallas cotidianas que esa organización estaba obligada a librar- formularon una pregunta a nuestros anfitriones.

-¿Qué podemos hacer por ustedes?

Sin dudar, el más joven de los integrantes del MTD les contestó:

-Si quieren hacer algo por nosotros, defiendan las causas que consideren justas. Y cuenten la verdad.

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