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Cosmos u. B. A


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Temporada Nº 59



Exhibición Nº

7653
Cine

COSMOS U.B.A.

Con el apoyo del INCAA y la gerencia de Espacios INCAA

  • Fundado por Salvador Sammaritano

  • Fundación sin fines de lucro

  • Miembro de la Federación Argentina de Cine Clubes

  • Miembro de la Federación Internacional de Cine Clubes

  • Declarada de interés especial por la Legislatura de la Ciudad de Bs. Aires

Usted puede confirmar la película de la próxima exhibición llamando al 4825 4102 o escribiendo a: ccnucleo@hotmail.com

Buenos Aires, lunes 22 de octubre de 2012

Todas las películas que se exhiben deben considerarse Prohibidas para menores de 16 años


VEA CINE EN EL CINE – VEA CINE EN EL CINE - VEA CINE EN EL CINE


La balada del soldado

(Ballada o soldaie, URSS - 1959)


Dirección: Gregory Chujrai. Guión: Grigoriy Chukhray, Valentin Ezhov. Dirección de fotografía: Vladimir Nikolayev, Era Savelyeva. Música original: Mikhail Ziv. Diseño del film: Boris Nemechek. Montaje: Mariya Timofeyeva. Diseño de sonido: Venyamin Kirshenbaum. Vestuario: Lyudmila Ryashentseva. Elenco: Vladimir Ivashov (Pvt. Alyosha Skvortsov), Zhanna Prokhorenko (Shura), Antonina Maksimova (la madre), Nikolai Kryuchkov (el general), Yevgeni Urbansky (el inválido), Elza Lezhdey (esposa del inválido), Aleksandr Kuznetsov (Gavrilkin), Yevgeni Teterin, V. Markova (Liza), Marina Kremnyova (Zoya), Vladimir Pokrovsky, Georgi Yumatov, Gennadi Yukhtin (Pvt. Seryozha Pavlov), Valentina Telegina, Lev Borisov, Leonid Chubarov, Vladimir Kashpur, Vladimir Abramov (Mitya), N. Dadyro, Semyon Svashenko, Nina Menshikova, Valentin Bryleyev, Evgeni Evstigneev, Yuri Dubrovin. Producción: M. Chernova. Duración: 88‘.

Este film se exhibe por gentileza de Luis Vainikoff y Artkino Pictures


El Film


La balada de un Soldado cuenta la historia de un joven soldado soviético de comunicaciones en plena II Guerra Munidal, que logra destruir 2 o 3 tanques con un rifle AT y al cual por este hecho le van a conceder una medalla. El en revés de la medalla pide que le den un par de días de permiso para volver a su casa a reparar el techo. Aquí comienzan las aventuras de este soldado para llegar a casa, de polisón en algún tren o pidiendo aventones, donde conocerá a una bella joven. Esta película representa lo mejor de la cinematografía soviética durante el breve periodo de “deshielo” de la Guerra Fría. Esta etapa, que comenzó en 1953 con la muerte de Stalin, planteó la posibilidad de una coexistencia pacífica entre el capitalismo y el comunismo. El famoso discurso de Nikita Jruschov de 1956, en el que el nuevo líder del Partido Comunista denunciara el culto a la personalidad y las purgas estalinistas, también tuvo un efecto en el manejo de las empresas culturales soviéticas, generando mejores condiciones para la creación artística. Para 1962, con la crisis de los misiles en Cuba, el deshielo había concluido y con él la burocracia se impuso de nuevo sobre la espontaneidad de los artistas.

Cabe recordar que en esa década el cine soviético era objeto de burla entre los espectadores occidentales a causa de las limitaciones impuestas por el “realismo socialista” favorecido por Stalin. Se decía que la diferencia entre el cine que se hacía en Hollywood y el que se hacía en Rusia era que el norteamericano contaba la historia de amor entre un hombre y una mujer mientras que el soviético prefería narrar el romance entre un labriego y su tractor. No les faltaba razón a los detractores de las películas rusas, aunque el prestigio del comunismo también llevara a los espectadores “conscientes” a soplarse los más infames churros de propaganda colectivista con tal de sentir que estaban colaborando a la derrota del capitalismo y al fin de la explotación del hombre por el hombre. De ahí el éxito de La Balada del Soldado, premiada en Cannes, Estados Unidos, Inglaterra, Italia y la propia URSS. Representaba una alternativa, más personal e intimista, frente a otras cintas cuyo principal objetivo era convencer al resto del mundo (y a no pocos rusos) de las bondades del comunismo con argumentos desmedidos y frecuentemente ridículos. Georges Sadoul, que nunca fue un crítico confiable, pero que gozaba de gran prestigio por aquellos años, llegó a decir en su “Historia del Cine Mundial” que se trataba una “lírica historia de amor entre el desconcierto y los dramas de la última guerra, pintados con una verdad sin afeites”.

En una entrevista, Chujrai hace un recuento de las trabas burocráticas que enfrentó La Balada del Soldado desde que presentó el guión. Sus superiores en Mosfilme se negaron en un principio a apoyar una historia “intrascendente” y únicamente accedieron a realizar la cinta debido a la aceptación que el trabajo anterior de Chukhrai, El cuarenta y uno (1956) había tenido entre el público ruso. Aun así, el director tenía que trabajar con actores reconocidos pero que no eran los ideales para los papeles protagónicos, hasta que un accidente en los primeros días de filmación lo obligó a permanecer en el hospital. Ahí Chujrai decidió que no podía seguir adelante con el rodaje a menos que los actores principales fueran reemplazados, por lo que nuevamente tuvo que enfrentar a sus productores así como a su equipo técnico hasta convencerlos que los protagónicos debían ser Vladimir Ivashov y Zhanna Prokhorenko, ambos muy jóvenes y sin experiencia previa en cine.

La Balada del Soldado abre con una escena cotidiana en un pueblito ruso. Una mujer de mediana edad recorre el camino principal ante la mirada de una pareja joven. Se detiene en los linderos del pueblo, como esperando la llegada de alguien, y es entonces cuando el narrador, que no volverá a aparecer, nos informa que la mujer espera a su hijo, que marchó al frente para pelear contra los nazis. La voz del narrador menciona que el joven no regresará jamás y que ahora yace en otro pueblo muy lejano, de nombre extranjero, como tantos otros soldados desconocidos que murieron para proteger a su patria. Lo que veremos a lo largo de la cinta es un largo “flashback” donde se narra un episodio de la vida de este soldado que servirá para ejemplificar el sacrificio de los veinte millones de rusos que se enfrentaron al ejército alemán. A su vez, el prólogo le da al relato un sentido trágico que de otra forma lo reduciría a una anécdota banal. Desde el momento en que el espectador sabe que Alyosha (Vladimir Ivashov), el protagonista, no volverá a ver a su madre, su viaje de regreso a casa, lleno de contratiempos, adquiere la misma relevancia que tendría la resolución de una batalla. Es difícil entender cómo los funcionarios de Mosfilme pudieron pasar por alto el simbolismo de la historia, aunque es necesario recordar que por esos años los comunistas criticaban al cine neorrealista italiano por no ofrecer “soluciones”, descartando obras tan valiosas como Ladrones de bicicletas (1955, Vittorio De Sica) o Roma, Ciudad Abierta (1949, Roberto Rossellini).

Alyosha obtiene el permiso para regresar durante unos días a su casa tras destruir, más bien por accidente, un par de tanques alemanes. Durante el viaje Alyosha encuentra a varios personajes que simbolizan a la población rusa que derrotó al ejército de Hitler (aunque los gringos crean que lo hicieron ellos solitos). Si bien Chujrai y su co-guionista Valentin Yezhov se preocupan por mencionar algunos aspectos negativos, predomina el optimismo y se insiste en la integridad del pueblo soviético. Los soldados del Ejército Rojo pueden reaccionar con incredulidad ante las hazañas de Alyosha, pero los oficiales siempre están dispuestos a ayudarle. Un guardia encargado de vigilar un tren cargado de heno puede extorsionarlo y amenazarlo con denunciarlo ante el teniente, a quien describe como una bestia, pero el egoísmo siempre es castigado en la película de Chujrai.

Casi todos los personajes que Alyosha encuentra al recorrer Rusia en sentido inverso al de los miles de hombres que se aprestan a defender su patria son esquemáticos y por lo tanto poco creíbles. Desde una amable “bábushka” que acepta transportar al muchacho en un destartalado camión a pesar de llevar dos días sin dormir, hasta el soldado lisiado que teme regresar con su esposa temiendo ser rechazado… y que es regañado al instante por la empleada de una oficina de telégrafos. La única excepción es Shura, una jovencita que viaja de incógnito en el mismo vagón de carga de Alyosha y que muestra una gama de emociones mayor incluso que la del protagonista nominal. Liberada de la carga de representar el sacrificio de un pueblo, Shura es sólo una muchacha que representa para Alyosha la posibilidad de encontrar el amor en medio del caos de la guerra. Al mismo tiempo el personaje significa la irrupción de una trama secundaria que, como suele suceder en el cine clásico, es en apariencia menos importante que la trama principal pero que es en realidad lo que hace posible la transformación del héroe. El trayecto que emprende el ingenuo soldado de 19 años con la única intención de reparar el techo de la casa de su madre lo pone en contacto con un mundo más amplio que el de su pueblo natal, llevándolo incluso a pensar por un momento en abandonarlo todo para seguir a Shura.

Chujrai hizo bien en seleccionar a estos dos jóvenes para interpretar a sus personajes. Decía antes que el realizador no pudo librarse del todo de la retórica del realismo socialista y esto es evidente, entre otras cosas, en el estilo de actuación empleado por la mayoría del elenco, lleno de afectación. Esta grandilocuencia afecta también a la fotografía, que busca siempre la contundencia cuando le vendría mejor al relato un lenguaje visual más sobrio. Complementan el cuadro un montaje que todavía entonces le debía demasiado a las teorías de Eisenstein y una música que siempre sobrepasa en dramatismo a las imágenes que debería acompañar. Un ejemplo claro de esto es la secuencia en la que Alyosha baja del tren buscando agua y se encuentra a un grupo de obreros -mujeres, niños y ancianos- que escuchan un noticiero que los mantiene al tanto de las batallas libradas en el frente. Aquí un “travelling” nos revela cada uno de sus rostros, de un hieratismo imposible, hasta que el reporte termina y todos vuelven al trabajo sin pronunciar palabra.

Sólo hay algunos momentos en los que el manejo de la anuncia la llegada inminente de la “nouvelle vague” y su libertad formal. Uno es al principio, cuando Alyosha huye de un tanque alemán que le pisa los talones y el “top shot” que los retrata se empeña en seguirlos hasta que la imagen se invierte, sugiriendo de manera eficaz el pánico del muchacho. Otro es el uso de la profundidad de campo en la escena que nos muestra al soldado lisiado alejándose por el andén, con el golpe de las muletas sobre el piso como manifestación de su confianza recuperada. Un uso muy discreto del erotismo, cuando Alyosha espía a una desprevenida Shura mientras ésta se quita las medias, y algunos detalles de actuación que escaparon a la supervisión de los burócratas de “Mosfilm”, cuando Shura toma agua de un grifo y se moja media cara, apuntan a lo que una película menos vigilada pudo haber ofrecido en cuanto a verosimilitud.

Por desgracia, se vivía entonces en Rusia bajo un gobierno que abominaba de todo acto artístico que no estuviera cuidadosamente planeado para presentar la mejor imagen posible de cara al extranjero. La Balada del Soldado puede verse hoy con agrado por las mismas razones que estuvieron a punto de impedir su realización dentro del rígido burocratismo de la “Mosfilm”. Al concentrarse en hechos en apariencia intrascendentes Grigori Chujrai y sus colaboradores lograron una obra que no ha envejecido al mismo ritmo que otras que en su momento enloquecieron a los espectadores “progresistas” de aquella época. La ideología marxista, que reclamaba para sí el rango de conocimiento científico y por lo tanto ahistórico, no podía sino menospreciar una película que “sólo” trataba del fugaz encuentro de dos personas en medio de un conflicto de una escala mucho mayor. Cuarenta y cinco años después las leyes objetivas de la historia han condenado al sistema socialista al olvido mientras que La Balada del Soldado, gracias a su arte, le sobrevive.



(Extraído de www.claqueta.es)
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