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Ciencia, política y cientificismo oscar Varsavsky Oscar Alberto Varsavsky (1920 1976)


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IV. Autonomía científica

La ciencia actual, en resumen, está adaptada a las necesidades de un sistema social cuyo factor dinámico es la producción industrial masificada, diversificada, de rápida obsolescencia; cuyo principal problema es vender −crear consumidores, ampliar mercados, crear nuevas necesidades o como quiera decirse− y cuya institución típica es el gran consorcio, modelo de organización y filosofía para las fuerzas armadas, el gobierno, las universidades.

Es lógico que este sistema estimule la especialización, la productividad, la competitividad individual, la invención ingeniosa, el uso de aparatos, y adopte criterios cuantitativos, de rentabilidad de inversiones para evaluar todo tipo de actividad.

Esto se refleja, hemos visto en la ciencia actual de todo el mundo: en los países desarrollados por adaptación, y en los demás por seguidismo, por colonialismo científico.

El que aspire a una sociedad diferente no tendrá inconvenientes en imaginar una manera de hacer ciencia muy distinta de la actual. Más aún, no tendrá más remedio que desarrollar una ciencia diferente. En efecto, la que hay no le alcanza como instrumento para el cambio y la construcción del nuevo sistema. Puede aprovechar muchos resultados aislados, pero no existe una teoría de la revolución ni una técnica de implementación de utopías. Lo que dijo Marx hace más de cien años y para otro continente no fue desarrollado ni adaptado a nuestras necesidades −ni corregido− de manera convincente, y hoy veinte grupos pueden decirse marxistas y sostener posiciones tácticas y estratégicas totalmente contradictorias. Si no se quiere proceder a puro empirismo e intuición, no hay otro camino que hacer ciencia por cuenta propia, para alcanzar los objetivos propios.

Esto significa inscribirse en el movimiento pro autonomía cultural, que es la etapa más decisiva y difícil de la lucha contra el colonialismo.

Lo que significa la autonomía cultural está en general claro, salvo justamente en lo que respecta a la ciencia, y eso por las razones que hemos dado. No es mucha la autonomía científica que podemos conseguir sin cambiar el sistema social o sin que ese sea nuestro objetivo. Y no cambiaremos gran cosa el sistema si no logramos independizarnos científicamente aunque sea en parte.

Esto no es tan fácil de conseguir, no sólo por sus dificultades intrínsecas, sino porque debemos enfrentarnos a toda una campaña organizada para la ‘integración científica’ de América Latina, que se opone a la autonomía.

Iniciada formalmente en Punta del Este en la reunión de presidentes americanos en enero del 67 para ‘estimular el desarrollo’ de nuestra ciencia, prosigue con las actividades del Consejo Interamericano Cultural, que organiza ‘Centros de Excelencia’ para educar de manera homogénea a los investigadores y profesores latinoamericanos según las indiscutidas normas de la ‘ciencia universal’. Simultáneamente, nuestros gobiernos, preocupados por el atraso económico, claman ante la CEPAL (Lima, abril de 1969) para que el hemisferio Norte nos transmita a mayor velocidad su ciencia y su tecnología. Y la National Academy of Science promueve reuniones de cooperación científica, como la de Mar del Plata, julio de 1969.

Con eso nos atan más fuertemente aún a la sociedad de consumo, que es aceptada sin discusión como único estilo concebible de desarrollo. Y lo ridículo es que todas estas actitudes son aplaudidas o vistas con buenos ojos hasta por aquellos que luchan sinceramente contra la dependencia económica. Aceptar la tecnología del Norte significa producir lo mismo que ellos, competir con ellos en el terreno que ellos conocen mejor, y por tanto, en definitiva, perder la batalla contra sus grandes cooperaciones, suponiendo que se desee darla. Y digo esto último porque si aceptamos su ciencia y su tecnología o sea si aceptamos que nos enseñan a pensar, haremos lo mismo que ellos, seremos como ellos, y entonces pierde sentido toda lucha por la independencia económica o incluso política. La solución lógica en tal caso es la que eligió Puerto Rico.

Esta nueva política norteamericana de fomentar nuestra ciencia ha desorientado a nuestros científicos politizados. No existiendo −un ejemplo más− una ciencia de las relaciones coloniales, se siguen aplicando análisis hechos esencialmente a principios de siglo, con escasas modificaciones. Así, la imagen de un país dependiente es la de exportador de materias primas e importador de bienes manufacturados en la metrópoli. Esto ya tuvo que modificarse para el caso cada vez más general de los consorcios metropolitanos que instalaban en fábricas filiales en la periferia, pero de todos modos se aceptaban hasta hace muy poco sin discusión que el imperialismo era enemigo de que progresaran nuestra ciencia y tecnología. Nos parecía incluso que aprovechar un subsidio extranjero para la investigación científica era casi como arrebatar las armas al invasor.

¿Por qué entonces tanto interés norteamericano, reflejado por los gobiernos títeres de nuestros países, en elevar nuestro nivel científico? No se trata de una contradicción del capitalismo’; por el contrario, es una estrategia correcta para ellos, y si alguna contradicción hay es que la guerra de Vietnam y sus demás problemas no permiten a los Estados Unidos llevar adelante esta política con la intensidad deseada.

El hecho crucial es que el gran consorcio −el personaje más importante de la ‘nueva sociedad industrial’− necesita expandirse sea como sea; implantar fábricas en todas partes del mundo, crear allí consumidores como los de la metrópoli (para que demanden los mismos bienes) y reclutar personal ejecutivo, administrativo y técnico-científico para seguir creciendo. Como ya no es propiedad de una o dos familias, se ha despersonalizado y racionalizado al extremo, perdiendo el prejuicio de emplear sólo compatriotas en puestos de responsabilidad. No les molesta ya poner en cargos de importancia a ‘nativos’, con tal que sean más fieles a la empresa que al país. Pero eso es fácil si el ideal de vida aceptado por el país es el consumista, y más aún si se agita la simpática bandera de la integración de países hermanos contra el poco nacionalismo que aún queda.

Esta política ya dio buenos dividendos en Europa y está a punto de triunfar en América. Su objetivo final es homogeneizar culturalmente el mundo: todos seguiremos las mismas modas en el vestido, la comida, la lectura, los entretenimientos, la investigación científica. La libertad consistirá en poder elegir entre diferentes marcas de cigarrillos, automóviles, colas, espectrofotómetros, estaciones de televisión o cadenas de hoteles de turismo. Todos podremos servir como engranajes del mismo sistema, a nivel de consumidores, obreros o técnicos.

Contra lo que nos decían los ingenuos análisis izquierdistas el imperio trata de unirnos con nuestros vecinos, porque ya estamos en una etapa en que esta unión no nos refuerza contra él, sino que nos quita libertad de acción y le permite dominar a los díscolos a través de la mayoría sumisa. Es la unidad del rebaño, no la del ejército. Así, en el caso de la integración científica, todo intento de autonomía quedará sofocado, pues el común denominador de todos los países latinoamericanos es la ciencia standard del hemisferio Norte que hemos descrito, y al aceptar unirnos tenemos que acatar el criterio de la mayoría.

Todo intento de homogeneizarnos es peligroso mientras provenga de afuera. La TV educativa, la enseñanza por medio de computadoras, los textos uniformes, son formas dulces pero eficaces del lavado de cerebro porque transmiten conocimiento enlatado en el exterior. Corolario: la autonomía científica debe defenderse a toda costa, así como también las demás formas de independencia cultural. La integración científica no debe aceptarse.

Nótese que el éxito de este programa de integración sería un golpe mortal para los fósiles de nuestras universidades, incapaces de alcanzar el nivel de capacitación que se propone. Nadie lo lamentará, pero no olvidemos que de todos modos están en proceso de extinción. Los cientificistas hacen de esta derrota de los fósiles una bandera que confunde a muchos (otra vez la falacia triangular). En este contexto colonialista, creer que los fósiles son el enemigo principal de la ciencia argentina es tan ingenuo como creer que el latifundista criollo es el enemigo principal de nuestra independencia económica. El peligro principal es perder nuestra identidad nacional, la poca que nos queda. Una vez asimilados totalmente al bloque de la cultura consumista habremos perdido toda oportunidad de elegir nuestros objetivos propios y el sistema social más adecuado para conseguirlos.

Debemos pues aclarar en qué consiste esta autonomía científica, y cómo se relaciona con nuestro problema central: el cambio de sistema.

En primer lugar sostengo que aun desde el limitado punto de vista desarrollista es necesaria la autonomía científica. Y además, que ella es al mismo tiempo más beneficiosa para el adelanto de la Ciencia −con mayúscula− que el seguidismo cientificista.

Pero debemos insistir, a riesgo de repetirnos, sobre el significado de esta autonomía, pues es fácil atacar por el ridículo la idea de una ciencia argentina. ¿Qué es una Física argentina, o una Sociología argentina, aparte de las aplicaciones locales de verdades universales descubiertas por esas ciencias? La ley de la gravitación no es inglesa aunque haya sido descubierta allí. Lo que es verdad en Nueva York también es verdad en Buenos Aires.

Lo que ocurre es que la verdad no es la única dimensión que cuenta: hay verdades que son triviales, hay verdades que son tontas, hay verdades que sólo interesan a ciertos individuos. “Una proposición significa algo si y sólo si puede ser declarada verdadera o falsa”, afirma una escuela filosófica muy en boga entre los científicos norteamericanos. Yo no lo creo: hay otra dimensión del significado que no puede ignorarse: la importancia.

Es cierto que un teorema demostrado en cualquier parte del mundo es válido en todas las demás, pero a lo mejor a nadie le importa (lo sé muy bien, como autor y lector de numerosos teoremas que no interesan prácticamente a nadie).

La respuesta habitual a eso es: “no se sabe nunca; tal vez dentro de diez años este teorema va a ser la piedra fundamental de una teoría importantísima”, y se dan algunos ejemplos históricos (pocos, y casi todos dudosos). Si, como posibilidad lógica no se puede descartar, pero ¿cuál es su probabilidad? Porque si es muy cercana a cero no vale la pena molestarse. Además seamos realistas: si un teorema que yo descubro hoy resulta importante dentro de diez años, es seguro que el científico que lo necesite para su teoría lo va a redescubrir por su cuenta, y recién mucho después algún historiador de la ciencia dirá: “ya diez años antes ese teorema había sido demostrado en Argentina”. No interesa. Ese valor potencial de cualquier descubrimiento científico es el que tendría un ladrillo arrojado al azar en cualquier sitio, si a alguien se le ocurriera construir allí una casa. Es posible, pero no se puede organizar una sociedad, ni la ciencia de un país, con ese tipo de criterio. No todas las investigaciones tienen la misma importancia, y por lo tanto la misma prioridad; ellas no pueden elegirse al azar.

Y la importancia es algo esencialmente local; una teoría sobre el petróleo no tiene el mismo interés en Suiza que en Venezuela. Nosotros no debemos usar los criterios de importancia del hemisferio Norte. Y si usamos nuestros propios criterios ya habremos comenzado a hacer ciencia argentina.

La otra característica local, nacional, de la ciencia es la gran complejidad propia y de interacción con el medio, que presentan todos los sistemas y fenómenos de escala humana.

En efecto, si bien un átomo es el mismo en todas partes −se lo describe con las mismas variables y esta sujeto a las mismas variables y está sujeto a las mismas acciones externas− ya no ocurre lo mismo con un río, para citar otro ejemplo físico. Lo que se puede afirmar válidamente para todos los ríos −la teoría general de los ríos− no nos ayuda gran cosa para hacer predicciones interesantes en nuestra escala de tamaño y tiempo sobre su comportamiento: inundaciones en cada uno de sus puntos, cambios de forma del lecho, características de sus puertos, etcétera. Son tantas las variables que intervienen −característica propias del río y condiciones de contorno como el terreno y el clima− y de importancia relativa tan diferente según el río, que es absurdo construir un modelo general que sirva para cualquier río con solo cambiar de valores numéricos los parámetros.

Cada río necesita su propia ‘teoría’, que consiste en primer lugar en discernir cuáles son los factores importantes para su comportamiento en función de los objetivos del estudio, y luego combinarlos según leyes específicas de ese río, específicas porque son casos particulares especiales de leyes generales desconocidas.

Y si esto pasa con un sistema natural como un río, es claro que sucede en mayor grado con los sistemas sociales o biológicos.

Han fracasado hasta ahora los esfuerzos de la Economía y la Sociología por establecer leyes generales que sirvan para algo interesante a nuestra escala. Las pocas leyes válidas son tan amplias que resultan triviales, o se refieren a escalas de tiempos inútiles para la acción (como la teoría de las civilizaciones de Toynbee, si fuera cierta). Y las que sirven para guiar la política económica de un país europeo no tienen casi nunca validez aquí. La insistencia en querer aplicarnos leyes empíricas, criterios o instrumentos que han probado alguna eficacia en el Norte, es un concepto erróneo de la ciencia por parte de los que desde allí lo proponen, y es mero seguidismo por parte de los que lo aceptamos. Los ejemplos que pueden darse al respecto son infinitos.

Si alguna afirmación científica nos permite hacer la experiencia, es que conviene plantear el estudio de cada problema social y de otros de análoga complejidad en su marco de referencia local, buscando los factores importantes y las leyes adecuadas al caso particular, sin despreciar la experiencia universal, pero sin aceptarla a priori. Hacer eso en Argentina es hacer ciencia argentina. Y sus adelantos contribuirán a construir esa ciencia social universal, hoy tan endeble, más que el seguidismo a las ideas del hemisferio Norte. Para evitar confusiones, insistiré en que la autonomía científica es independencia de criterio, actitud crítica, pero de ninguna manera rechazo indiscriminado de todo lo que provenga de otro país: ideas, aparatos, información. Basta recordar que la ciencia del Norte ha producido una fuerza física irrebatible, las armas, a las cuales sería suicida renunciar por mucho afán de independencia cultural que se tenga.

Hay desgraciadamente pocos ejemplos en el mundo que nos sirvan de guía para no caer en los extremismos infantiles, pues hoy el país que no copia a los Estados Unidos copia a la URSS (En rigor, de China no se sabe nada). Una posición más razonable me parece ver en algunos aspectos del movimiento pro black studies de los negros norteamericanos: algunos estudiantes negros se rehúsan a caracterizar los grupos sociales con las variables usadas por los sociólogos blancos, porque ellas no son siempre las más útiles para comprender lo que ocurre, por ejemplo, con las familias negras. Las variables que describen a la familia negra deben ser elegidas teniendo en cuenta sus problemas especiales, los objetivos que persiguen los negros y los instrumentos de acción que ellos pueden manejar.

Por mi parte creo que hay un método de trabajo que prácticamente obliga a hacer ciencia autónoma razonable. Es el estudio interdisciplinario de problemas grandes del país, incluyendo una adaptación a éste de la enseñanza superior.

Por ‘estudio interdisciplinario’ no quiero decir un equipo dirigido por un biólogo, por ejemplo, en el que actúan como colaboradores secundarios químicos, estadísticos o economistas, ni tampoco un estudio múltiple de los distintos aspectos del problema hecho por varios especialistas que trabajan cada uno por su cuenta. El primer tipo de estudio es en realidad monodisciplinario y el segundo multidisciplinario. El ‘inter’ indica un grado de organización y amplitud mayor: los distintos aspectos discutidos en común por especialistas de igual nivel en las distintas disciplinas, para descubrir las interconexiones e influencias mutuas de esos aspectos, y para que cada especialista aproveche no sólo los conocimientos, sino la manera de pensar y encarar los problemas habituales en los demás. Esta interacción de disciplinas, que exige discusión, crítica y estímulo constante entre los investigadores, y permite que ideas y enfoques típicos de una rama de la ciencia se propaguen de manera natural a las demás, me parece una garantía de éxito.

Tomemos como ejemplo el estudio de una región como el Chaco o la Patagonia. Es costumbre en estos casos hacer investigaciones separadas de los aspectos geográficos, ecológicos (cuando no simplemente descripción de especies), económicos y sociales, aunque cada uno de esos equipos incluye colaboradores de diversas disciplinas ‘auxiliares’. Al no estar integrados esos equipos, no pueden poner de acuerdo sus evaluaciones de la importancia relativa local de los diferentes subproblemas de que se compone la investigación, y entonces cada equipo hace un estudio ‘neutro’, siguiendo criterios universalistas y se recoge una cantidad de información que dice un poco de cada cosa y no es suficiente para ninguna. Así, el ecólogo puede estudiar infinitas cosas interesantes, pero en un equipo interdisciplinario elegirá aquellas que sean más útiles según los criterios comunes a todos (que en el caso ideal estarán guiados por un plan, estrategia política u objetivos nacionales). Lo mismo puede decirse del antropólogo, el economista y hasta del cartógrafo. Si trabajan cada uno por su cuenta, caen indefectiblemente en los criterios ortodoxos de sus ciencias, por falta de otra orientación. Si se integran, no pueden perder de vista que el estudio se hace en este país, con estos objetivos y estos recursos, que deben asignarse eficientemente. Es muy distinto estudiar un suelo en general que estudiarlo en función de ciertos usos específicos posibles. Es muy distinto estudiar la fauna general de una región que buscar enemigos naturales de ciertas especies que se quieren implantar. Es muy distinto estudiar la cultura entera de una tribu que preocuparse especialmente por sus probables actitudes si se la tiene que desplazar de su territorio usual porque allí se hará un embalse.

Es de notarse que estas cuestiones parecen superficialmente ser de ciencia aplicada pero, como siempre en cuanto se quieren tratar en serio conducen a la investigación teórica original. Huelga decir que la solución de cualquier problema social requiere un planteo teórico, casi siempre con alguna dosis de originalidad, antes y después de la recolección de datos. Que la observación activa de la naturaleza conduce a cuestiones teóricas tampoco es novedad: no es por simple aplicación de lo que ya se sabe que se resuelven problemas como la desulfuración de un petróleo o la descontaminación de ciertas aguas o suelos. Pero aún en el campo de la Matemática abstracta pueden surgir problemas teóricos nuevos en cuanto uno se propone utilizarla sin preconceptos, como me ha tocado verificar.

En efecto, por el solo hecho de intentar la sistematización global y razonablemente detallada de sistemas económico-sociales, pero buscando hacerlo de modo que resulte útil para tomar decisiones y comparar distintas estrategias −no sólo para publicar papers− se ve uno llevado poco a poco a descartar las herramientas clásicas del Análisis y el Álgebra. Eso no debería sorprender a nadie, a posteriori, pues casi todas las motivaciones externas para el desarrollo de esas herramientas provinieron de la Física, cuyos problemas son de otro tipo.

Ese intento, hecho ya sin prejuicios, lleva a modelos matemáticos de tal complejidad que resulta imposible extraer de ellos conclusiones generales, mediante el examen ortodoxo de cada una de sus fórmulas o ecuaciones. Ya he desarrollado este tema en otras publicaciones, de modo que me limito aquí a decir que el manejo de estos modelos grandes requiere puntos de vista no contemplados en las ramas más de moda en la Matemática actual. El método que se está empezando a desarrollar ya tiene nombre −Experimentación Numérica− pero no justificación teórica; es parecido al de simulación (también carente de teoría general) pero incluye no sólo nuevas necesidades a estudiar por la Estadística, sino ramas apenas tratadas ‘empíricamente’, como la taxonomía numérica, cuya teoría está en pañales.

Tal vez los matemáticos jóvenes hallarían más campo para satisfacer su vocación teórica tratando, pues, de resolver este gran problema práctico de representar un sistema complejo y manejar luego esa representación o modelo de manera que se pueda extraer algún tipo de conclusiones útiles.

No se trata pues de hacer ciencia aplicada, sino de no romper la cadena completa de la actividad científica: descripción, explicación, predicción, decisión.

El académico desprecia el último eslabón; el empírico se queda sólo con él. Aquí se propone empezar por él, pues decidir implica haber definido los objetivos y por lo tanto da el verdadero planteo del problema. Y luego ir hacia atrás funcionalmente:

Predecir, no para tener la satisfacción de acertar, sino para poder decidir, o sea elegir entre varias posibilidades la que mejor logrará los objetivos. Explicar no por el placer de construir teorías, sino para poder predecir. Describir no para llenar enciclopedias, sino en función de la teoría, usando las categorías necesarias para explicar.

Observemos por último, que esta forma integrada de trabajo en equipo se ve rara vez en el hemisferio Norte. Es una modalidad poco compatible con la descripción que hemos hecho de la ciencia actual, y se recurre a ella sólo en caso de guerra o compromisos similares −como la carrera hacia la luna− y con grandes dificultades. La competitividad se opone a la participación en un equipo de iguales, donde será luego difícil discernir la paternidad de las ideas, y donde hay que renunciar a la comodidad de ignorar todo salvo una especialidad limitada.

Tiene pues sentido hablar de autonomía científica. A muchos nos parece además una manera conveniente de prevenir posibles deformaciones de la ciencia debidas a un monopolio que tiende a hacerse cada vez mayor. Y como hemos dicho, ser menos satélites científicos es serlo también en tecnología y por lo tanto en economía. Si en algo apreciamos nuestra nacionalidad debemos cuidar nuestra independencia también en el campo científico.

V. Ciencia y cambio de sistema

Los ejemplos mencionados parecen mostrar que puede hacerse ciencia autónoma dentro de este sistema social y usarla con sentido desarrollista. Pero eso es ilusorio: un proyecto como el estudio regional lleva rápidamente a plantear preguntas decisivas para las cuales el sistema actual tiene sólo respuestas artificiales. ¿Cuáles son los objetivos nacionales? ¿Cuáles son los ‘intereses’ que no se pueden tocar? Incluso para armar el equipo de investigadores y lograr que funcione sin tropiezos durante el tiempo necesario para llegar a algún resultado, es necesario cambiar profundamente el sistema. Un estudio así afectaría demasiados intereses poderosos y hasta perjudicaría la carrera científica individual de los miembros del equipo, por no adaptarse al cientificismo.

Estos inconvenientes se presentan en mayor grado aún si pasamos a considerar el gran proyecto: la investigación del proceso de toma del poder y construcción de un nuevo sistema social. Pero es claro que al ser estos los objetivos del estudio, sólo participarán en él científicos politizados, rebeldes, a quienes poco importa sacrificar su carrera científica dentro de este sistema, y que saben de antemano que sus métodos de trabajo deben tener muy en cuenta esas condiciones ambientales: intereses hostiles y falta de fondos.

Veamos algunas características de este proyecto.

A) El tamaño del problema y la escasez de recursos humanos, materiales y de tiempo, hacen ridícula la esperanza de avanzar mucho en su resolución antes del cambio. Adiós revolución si tiene que esperar el visto bueno de los ‘sabios’. Pero numerosos problemas parciales concretos pueden ser resueltos, y el mero planteo de los más generales términos objetivos y adaptados a las condiciones locales va a contribuir en grado sorprendente a esclarecer la estrategia en todos sus aspectos.

El énfasis sobre las condiciones locales es esencial. Si se pretende hacer una teoría general de la revolución se habrá fracasado de entrada. Debe plantearse un problema de decisión dinámica: sabemos esto y aquello de la Argentina de hoy y de la situación mundial. Qué medidas provisorias debemos adoptar de inmediato; qué nueva información hay que conseguir; qué estudios parciales hay que realizar a corto plazo y a qué decisiones menos provisorias se llega en base a ellos con respecto a cuándo y cómo actuar. Este proceso se va repitiendo continuamente, poniendo al día la estrategia y la táctica en base a la nueva información. Estas son preguntas típicas de un estado mayor. El papel de un científico no es reemplazar, sino integrarse a ese estado mayor revolucionario, cuando exista, y usar su experiencia científica junto con la experiencia de los hombres de acción. El Pentágono también tiene sus ‘trusts de cerebros’, pero por supuesto la analogía también termina ahí.

B) Sería ingenuo pensar que unos pocos meses de discusión en el grupo inicial pueden producir un acuerdo sobre cuestiones generales que permita plantear unívocamente los problemas específicos. No se puede empezar un estudio científico del cambio tratando de decidir si todos los esfuerzos deben concentrarse en investigar los problemas de la guerrilla campesina, de la movilización obrera o de la prédica general. No se sabe lo suficiente, al comienzo, para poder elegir.

Habrá que ocuparse de todas las alternativas, hasta donde den las fuerzas. Con suerte se podrá ir eliminando algunas a medida que se comprende mejor la situación. Lo más probable es que sea necesario integrar todas las alternativas estudiadas en una estrategia mixta, para lo cual habrá que conocerlas todas bien.

Del mismo modo, el rumbo tan distinto seguido por la URSS, China, Cuba, etcétera, después de triunfar sus revoluciones, hace evidente la necesidad de definir concretamente los objetivos del nuevo sistema social, a corto y largo plazo, teniendo en cuenta las condiciones locales. Es esta una cuestión fundamental, y por lo tanto es difícil que haya acuerdo rápido. Será necesario explorar todas las alternativas que sean propuestas y apoyadas.

C) Al llegar a nivel de problemas semiespecíficos aparecerán muchas cuestiones ya largamente debatidas por economistas, sociólogos, etcétera, pero el marco de referencia revolucionario implica analizar aspectos de ellas que casi nunca se toman en cuenta, como veremos en los ejemplos que siguen.

Estos ejemplos pueden dividirse en tres categorías: problemas de la toma del poder, del afianzamiento inmediato del nuevo sistema y de sus objetivos a largo plazo.

Los tres deben analizarse desde el comienzo, con diferente urgencia pero sin descuidar ninguno. Tenemos ya demasiados ejemplos históricos de lo peligroso que resulta dejar los problemas concretos de largo plazo para cuando el viejo sistema haya caído: no hay garantías de que los mejores líderes de la etapa de toma del poder sean siquiera aceptables para las siguientes, de modo que es esencial que éstas sean claras.

Más importante aún, no puede haber participación popular seria, responsable, si los objetivos constructivos del cambio permanecen a nivel de slogan: justicia, independencia, felicidad, ‘hombre nuevo’.

D) Problemas de la toma del poder.

Casi todos son problemas de ciencia aplicada, pero en muchos casos habrá que hacer −y confirmar lo más rápidamente posible− hipótesis teóricas sobre fenómenos sociológicos a todo nivel. Donde es muy necesario el espíritu científico y el entrenamiento de investigador es en la organización y evaluación de todos los datos que los empíricos y tecnólogos poseen.

1. Tomemos como primer ejemplo la campaña del Che en Bolivia. A pesar de la enorme facilidad de prepararla que significa tener un país interesado en su éxito −Cuba−, parece que faltó información y análisis de los datos disponibles. No se conocía bien la topografía de la zona, ni su ecología, ni su antropología. No se estaba bien preparado para subsistir en ella, para resolver los problemas logísticos, para comunicarse con la población. Discutir cómo se superan estos defectos dará una idea clara del papel que puede tener la experiencia científica en estas cuestiones.

En el caso del Che todo esto no tuvo mucha importancia, pues el final heroico de la gesta resultó más positivo que un éxito militar, si no para Bolivia, para los demás movimientos rebeldes del mundo. Pero éste no puede ser el objetivo de todas las campañas de guerrilla campesina. Si éste es uno de los métodos que se piensa emplear, o por lo menos evaluar antes de desecharlo, tiene que estar planeado científicamente: todos sus aspectos deben ser tomados en cuenta a la luz de toda la información accesible.

Por supuesto, uno de los aspectos principales es el ‘timing’, elegir el momento adecuado para iniciar operaciones. No sería científico dedicarse a estudiar cuidadosamente todos los detalles de la campaña y para ello postergarla indefinidamente. Existe ya una serie de criterios, con el pomposo nombre de ‘teoría de la decisión’, que nos aconseja justamente estimar costos, riesgos y beneficios de tomar una decisión en cierto momento, comparándola con la conveniencia de esperar a reunir más datos, y cuáles deben ser éstos, teniendo en cuenta su importancia y el costo y tiempo de conseguirlos.

Si se trata de aprovechar una coyuntura política favorable, es ‘científico’ iniciar la campaña aunque no esté perfectamente preparada. Pero eso requiere proceder por aproximaciones sucesivas: preparar primero sólo los aspectos esenciales de la campaña, por si hay que iniciarla con urgencia y luego ir completando sus detalles en orden decreciente y de importancia.

Hacer esto organizadamente es hacer ciencia guerrillera. Requiere toda clase de especialistas, prácticos y teóricos, para pasar de este nivel de ‘buenos consejos’ a otro de decisiones concretas. No soy uno de ellos y por lo tanto me limito a estas trivialidades tan descuidadas, que en el fondo consisten sólo de sentido común aprovechando al máximo gracias al método científico.

2. Marginalidad. Este es un tema usual en Sociología, pero a nosotros no nos alcanza con averiguar el origen geográfico, la estructura por edad, el alfabetismo, las uniones ilegitimas y otros índices igualmente caros a los sociólogos ni con hacer entre ellos correlaciones y tests con métodos no paramétricos ni con discutir si les corresponde alguna categoría marxista o parsoniana.

Lo que se debe estudiar científicamente −para el cambio− es cuáles son los mecanismos de comunicación con esas masas; qué tipo de prédica es más eficaz, qué métodos de movilización, su ‘estructura de rebeldía’ (clasificación que atiende a su probable participación en movimientos activos y semiactivos), qué papeles pueden desempeñar en cada alternativa de toma del poder, y después, su capacidad de sobrevivir y armarse por cuenta propia. El enfoque revolucionario es diferente por su insistencia en estudiar, no cómo es una situación, sino cómo se controla. Así, muchos sociólogos estudian la formación de líderes entre estas masas, al estilo norteamericano, es decir, conformándose con describir la realidad con las variables que allí se recomiendan y expresan su posición política eligiendo entre estructuralismo y funcionalismo y otros dilemas escapistas. Pero al no tener un objetivo político concreto la realidad que describen consiste sólo en aquellos aspectos interesantes para las escuelas sociológicas del Norte: qué instituciones formales o informales aparecen, qué funciones llenan, entre quiénes reclutan su clientela, cómo eligen sus líderes, etcétera, etcétera. Todo esto puede ser útil, sin duda, pero está lejos de ser lo más urgente o se queda a mitad de camino. Lo que se busca es la manera de producir cierto tipo de líderes y de instituciones que preparen al grupo para participar en el cambio, y esto exige el uso de nuevas variables en la descripción y el abandono de otras.

3. Estabilidad de este sistema. La sociedad actual tiene una cantidad fuerzas disolutivas en acción, y una cantidad de mecanismos de defensa contra ellas. Es necesario plantear esta situación en toda su generalidad, y a un nivel mucho más concreto que los slogans sobre las contradicciones del capitalismo, pensando en la acción. Tiene problemas técnicos, muchos de ellos producidos por el crecimiento demográfico y económico, como la contaminación, el suministro de agua, la ineficiencia de la burocracia, la decadencia de la educación formal, el desorden en la organización del trabajo −desde los problemas de tráfico hasta las migraciones incontroladas−, etcétera. Y por el lado de la defensa, el intento de crear una tecnocracia parcial que ayude a disimular los defectos, enrolando para ello a científicos de todo color político con el absurdo argumento de que los problemas técnicos son neutros.

Hay problemas sociales, como el auge generalizado de la rebeldía y la violencia, desde la criminalidad hasta los grupos políticos revolucionarios, pasando por los movimientos estudiantiles y eclesiásticos. Por la defensa está el neofascismo o dictadura elástica, que no usa la violencia innecesariamente sino que estimula la autocensura y limita la ‘participación’ a los problemas locales inmediatos. El mejoramiento técnico de las fuerzas de seguridad, en armamento y organización. El estímulo a los entretenimientos escapistas y al consumo, que exigen dedicarse a ganar dinero.

¿Cuáles de estas fuerzas pueden ser aprovechadas para el cambio, y cómo? Por cierto no tratan de eso los numerosos libros sobre ‘cambio social’ que están hoy de moda, pero que sólo se refieren a cambios dentro del sistema actual.

4. Prédica. Dejando de lado su contenido, que requiere haber discutido los objetivos generales del nuevo sistema, el problema de la difusión de éstos requiere la atención sistemática de expertos. No se dispone de los grandes medios masivos, ¿cuál es entonces el método más eficiente? ¿Y qué lenguaje debe usarse ante las distintas clientelas? Hay que hacer hipótesis teóricas o ir verificándolas con encuestas y otros procedimientos accesibles.

Un aspecto particular es el entrenamiento de cuadros. Es vital encontrar un equilibrio entre la urgencia y la necesidad de que los prosélitos tengan una comprensión bastante profunda de los objetivos del movimiento y de su responsabilidad. Esto tampoco puede lograrse por métodos intuitivos.

E) Problemas del afianzamiento del nuevo sistema. Son demasiadas posibilidades para estudiarlas todas, pero a medida que se vea más claro cuál será en definitiva el método de tomar el poder y la relación de fuerzas, se les podrá dar un orden de importancia.

Siempre habrá problemas de seguridad física: desde prevenir sabotajes aislados hasta ganar una guerra civil. Veamos otros ejemplos aislados.

1. Abastecimiento de ciudades. Uno de los problemas clásicamente más difíciles de resolver es el de la distribución y control de precios de los bienes de primera necesidad en las grandes ciudades. Pocos países han tenido éxito en esto, por no haber tomado en cuenta todos los factores involucrados, desde la producción hasta el consumidor, en sus aspectos tecnológicos y humanos. Este problema puede resultar agudísimo si la toma del poder genera violencia, desorden o sabotaje. El control de una ciudad requiere un conocimiento íntimo de sus mecanismos vitales: agua, luz, teléfonos, transporte. Es necesario además tener preparadas medidas inmediatas que muestren cómo el nuevo sistema puede resolver problemas ante los cuales el antiguo era impotente.

2. Capital extranjero. Todo lo que se sabe al respecto es útil, pero insuficiente. Por moderado que sea el cambio del sistema, esos capitales se verán profundamente afectados y tomarán contramedidas. No alcanza entonces con saber cuánto remite una empresa en beneficios, royalties, etcétera, ni qué parte del capital se financia con inversiones directas (aunque todo esto es importante para la etapa de la prédica). Hay que llegar al proceso mismo de producción.

En primer lugar es necesario saber qué interés tiene cada producto. Muchos podrán dejarse de fabricar sin mayores inconvenientes para la comunidad, pero entonces hay que tener previstas las posibilidades de reconversión de las plantas, maquinarias, obreros y técnicos.

De los productos importantes hay que conocer todos los puntos neurálgicos: qué importaciones de insumos, equipos y repuestos requieren y en qué mercados se pueden conseguir; cuál es la mejor manera de reemplazarlos si no se los consigue; qué conocimientos técnicos especiales exigen: quiénes son los que los poseen en el país y cómo puede entrenarse a otros; de qué manera puede sabotearse la producción y cómo evitarlo. Donde el proceso incluye fases semisecretas (catalizadores especiales, por ejemplo) hay que estimar si se podrán reproducirse o si conviene ir planeando otro método de producción. Debe saberse qué hacer con el sistema administrativo.

En resumen, hay que hacer un ensayo general de nacionalización y puesta en marcha de la fábrica bajo el nuevo sistema, previendo todos sus problemas y adaptándola a los nuevos objetivos de producción y condiciones de trabajo.

Una fábrica de éstas emplea para su funcionamiento normal toda clase de especialistas, desde físicos, estadísticos y matemáticos (investigación operativa) hasta sociólogos y psicólogos, para manejar al personal. Con mayor razón se los requiere para estudiar las cuestiones que hemos planteado. No hay una sola ciencia que no tenga algo que aportar a la adaptación de una gran empresa a la nueva sociedad.

Algunos casos son realmente difíciles y requieren ser planteados lo antes posible. Por ejemplo la IBM y otras empresas que se ocupan de computadoras. Puesto que estamos insistiendo en la importancia de tratar todos los aspectos de todos los problemas y de analizar toda la información disponible, las computadoras aparecen como un instrumento de los más importantes, y como no se fabrican en el país son muy sensibles a medidas de represalia. Hay muchas soluciones posibles, ninguna muy satisfactoria, y deben ser evaluadas a tiempo.

Por supuesto, lo antedicho se aplica también a empresas nacionales, en principio, pero es probable que éstas representen un problema menos agudo.

3. Bancos. Una de las primeras medidas a tomar por cualquier nuevo sistema tiene que ser el control de las finanzas y en particular evitar la fuga de capitales. Para lograrlo con eficiencia, banco por banco, se requeriría demasiado personal especializado y suficientemente fiel al nuevo sistema como para no dejarse tentar. Es indispensable tener ideado algún sistema inteligente de control general que evite eso.

F) Problemas de largo plazo.

Estos resultan de la definición de los objetivos generales del sistema. Algunos son inevitables y deben, además, haberse discutido desde el comienzo, pues sus soluciones propuestas forman un elemento importante de la prédica del cambio.

No es suficiente con mostrar las lacras de este sistema social: él se defiende eficazmente insistiendo en que poco a poco las va superar, mientras que sus más visibles sucesores −los sistemas socialistas− no son mucho mejores y han exigido tremendos sacrificios de bienestar, ‘libertad’ y vidas para estabilizarse (típica falacia triangular). Es indispensable, pues, la prédica positiva; la descripción de la Utopía que se pretende alcanzar, con un grado de realismo suficiente para que parezca algo más que un sueño o una frase vacía.

Es claro que sería ridículo perder tiempo ahora discutiendo si el ‘hombre nuevo’ debe almorzar en su casa o en comedores comunales, pero sí es necesario explicar cuáles son todas las facilidades que la sociedad puede poner a disposición, y dar argumentos sólidos para mostrar que eso es realmente alcanzable a partir de los medios de que hoy disponemos y en un plazo visible.

1. Planificación de la producción nacional. En este terreno fundamental hay que avanzar lo más posible. Existe mucha información primaria en las oficinas de estadística o de planificación, pero lo que se hace allí con ella es muy poco útil. La mentalidad de estos planificadores del sistema actual, constreñidos a no tocar ningún elemento básico de la estructura económica y social por irracional e ineficiente que sea, está orientada hacia problemas inocuos de contabilidad nacional y estudios de rentabilidad y financiación de proyectos aislados o trivialmente coordinados. Precios, tipo de cambio, endeudamiento y crecimiento del producto son los conceptos rectores de su actividad.

Pero en un sistema social racional, no interesa el valor monetario de lo que se produce sino su valor de uso, y así no tiene el menor sentido evaluar el ‘producto del sector educacional’ −o sea, la utilidad de la enseñanza− por el sueldo de los maestros. Precios, rentabilidad y financiación son elementos secundarios, pues son controlables de muchas maneras con tal que el país esté dispuesto a redistribuir los ingresos de manera racional. Lo único importante −y es una trivialidad que los economistas de este sistema olvidan cuidadosamente− es si el país puede producir todo lo que quiere consumir, en kilos, litros u horas de clase, o si tiene que pedir ayuda extranjera para ello.

El sistema tiene que decir cuáles son sus necesidades finales, en términos específicos: cantidades de cada mercancía, horas-hombre de cada tipo de servicio, etcétera. (La sociedad consumista se niega a este tipo de planteo porque interferiría con su estilo de producir lo más posible, no importa qué, y hacerlo consumir con alguna ganancia). Una vez fijada así la demanda final −o por lo menos el mínimo compatible con los objetivos sociales− el papel de los planificadores es decir cómo hacer para satisfacerla o demostrar que esos objetivos son demasiado ambiciosos para la capacidad del país y requieren que otros nos regalen la diferencia. Dados los recursos naturales y humanos del país y su equipamiento actual (fábricas, caminos, energía), hay que saber qué parte de esa demanda podemos cubrir directamente, y qué otra parte debemos adquirir en el exterior, pagándola con otros productos y servicios (y aquí parecen inescapables los precios, porque son externos, pero el país −a diferencia de una empresa− siempre puede competir en precios, porque puede subsidiar las exportaciones todo lo necesario. El problema es siempre de producción y por tanto de recursos escasos, no de costos).

Con objetivos de consumo racionalmente estudiados y aceptados por la población como base mínima, se verá que las necesidades de importación son incomparablemente menores de lo que se dice, y que por lo tanto no hace falta orientar toda la actividad económica hacia la exportación competitiva, que es la suicida filosofía económica actual.

Si este problema es atacado por un grupo interdisciplinario de científicos, en vez de serlo sólo por economistas, se verá además que si nos preocupamos por la originalidad de la producción (para lo cual es indispensable la autonomía cultural) en vez de preocuparnos por los costos, tendremos mucho más éxito con nuestras exportaciones.

2. Educación. La experiencia de Rusia y China nos muestra que la falta de cuadros técnicamente capaces no es el único peligro de descuidar la educación (como sostienen todos los sistemas consumistas). Más importante para el cambio de la sociedad es la falta de educación para el cambio, que significa echar por tierra una serie de valores que hasta el día de hoy tienen una fuerza indiscutida. ¿Cómo se enseña a la gente que andar ‘bien’ vestido no es tan importante como participar en la vida pública? ¿Que el prestigio de tener automóvil es falso? En resumen, ¿cómo se les hace renunciar al móvil de juntar dinero y consumir, y cómo se consigue reemplazar eso por los móviles de la nueva sociedad?

Hay miles de estos problemas, que no se resuelven cambiando planes de estudio o colocando televisores en las escuelas, sino pensando concretamente en cómo decir las cosas para que no suenen a catecismo, cómo se enseña la ciencia sin que se convierta en cientificismo.

El gran reto a los pedagogos es diseñar un sistema de enseñanza que, partiendo de un pequeño grupo inicial que sabe lo que desea enseñar, consiga ampliarlo hasta que eso pueda transmitirse a la población sin perder tiempo y sin traicionar su contenido. Téngase en cuenta que ese grupo inicial no va a disponer de la Biblia (ni de un librito rojo) ya escrita, cuyo texto basta difundir. Muchas de las ideas estarán todavía tácitas y habrá que explicitarlas. ¿Cómo se organiza un equipo de redactores de textos, fieles pero no dogmáticos? ¿Cómo se ligan los principios generales con la realidad cotidiana, para que el niño deje de ver a la enseñanza como un mal cuento de hadas, igualmente falso pero aburrido? ¿Deben subsistir las escuelas o ser reemplazadas por otro tipo de institución? ¿La educación debe continuar toda la vida de una manera formalizada, concurriendo a clases obligatorias, o mediante la lectura informal de revistas o los programas de televisión, o cómo?

A pesar de sus enunciados generales, creo que éstos son los problemas más importantes que enfrenta el cambio: su éxito o fracaso depende mucho más de la eficacia de su educación que de sus planes económicos. Además es sólo a través de una educación eficaz que se podrán tener éxitos económicos durables.

3. Urbanización. Los problemas de las ciudades en todos sus aspectos están de gran moda en la ciencia social actual, sin que hasta ahora se haya notado mayor progreso en ninguna parte del mundo y eso, a pesar de ser uno de los pocos campos en que se ha tratado de trabajar interdisciplinariamente: Pero, como sucede en planificación nacional, al tener que limitarse a medidas superficiales para no molestar a intereses poderosos, nada puede resolverse.

Las ciudades ya existentes representan una inversión tan grande que no se ve cómo transformarlas mucho a corto plazo. Pero su fenomenal velocidad de crecimiento hace que el problema empeore día a día y es fácil perder la iniciativa si no se tienen pensadas las primeras medidas. El sistema argentino de ciudades tiene que estar planificado antes del cambio, para proponerlo como meta a toda la población. Pero además de los problemas técnicos, económicos y sociales −desde nuevos sistemas de cloacas, hasta nuevas instituciones−, ese plan exige tomar decisión sobre cuestiones muy oscuras, como la posible influencia que pueda ejercer sobre la cultura el tener sólo ciudades pequeñas o superciudades.

G) Los ejemplos anteriores confirman la necesidad de trabajar en equipos interdisciplinarios bien integrados, donde hay lugar para todo tipo de científicos. Notemos que esto es válido no sólo para los problemas de largo plazo sino también para los inmediatos, de preparación del cambio.

Así, los físicos deben asesorar en el desarrollo de sistemas prácticos de comunicación, adaptados a la estrategia militar que se estudia, pues no será suficiente con los conocimientos de los ingenieros para idear las innovaciones necesarias. Lo mismo puede decirse de los armamentos o de los sistemas de tratamiento de la información. Así un buen problema para un físico teórico es como evitar la localización de un transmisor.

Por tratarse de una ciencia típicamente básica, los físicos serán quienes más tengan que cambiar de mentalidad, trabajando en parte como asesores de los demás científicos y en parte como ingenieros de alta preparación general y poca especificidad. Por supuesto, quien esté dedicado al estudio de las partículas elementales tendrá que abandonarlo, sin dejar por eso de ser físico; es su entrenamiento general, no sus conocimientos específicos, lo que puede ser útil en esta etapa.

Y si no se han formado equipos que necesiten físicos o ingenieros, debe cambiar de ‘profesión’ sin lamentos. Cualquier físico con sensibilidad política puede ser tan útil como un sociólogo o un economista de carrera para estudiar estos problemas concretos, simplemente por su costumbre de exigir claridad en los planteos. Conozco por propia experiencia la enorme utilidad de contar con un censor de espíritu crítico y pocos conocimientos específicos −que no se conforma con terminología sino que exige entender− dentro de un equipo de eruditos resignados de antemano, porque así es la ciencia social actual, a no llegar a nada más concreto que algunas asociaciones o regresiones. Entre paréntesis, esto plantea el problema de si no corremos el peligro de desmantelar nuestra Física Teórica y de quedarnos al margen de los futuros desarrollos en ese campo, que no por provenir del Norte pueden sernos menos útiles.

Ese peligro me parece insignificante: ni los físicos teóricos decididos a cambiar de campo son hoy mayoría, ni puede suponerse que esta tendencia sería estimulada por la nueva sociedad, cuando se imponga. No hemos definido mucho el carácter de ésta, pero sí lo suficiente para creer que no será irracional. La asignación de recursos a los distintos campos de investigación básica será uno de los temas que se discutirán científicamente en ella, y si bien es probable que la Física Teórica pierda peso relativo con respecto a otros campos hoy demasiado descuidados, no es concebible que desaparezcan. Sospecho por otra parte, que un intervalo de 5 ó 10 años dedicados a digerir y usar los descubrimientos del último medio siglo en Física y Matemática, abandonando casi todas las investigaciones actuales, sería de gran provecho desde todo punto de vista.

Los matemáticos tienen en cambio opciones de utilidad más evidente. También tendrán que abandonar su campo específico, si están dedicados a Topología, Álgebra, Análisis Funcional o alguna de sus numerosas mezclas. Pero tienen ante sí una tarea no sólo indispensable para este proceso, sino carente todavía de base teórica, de modo que resulta interesante incluso desde el punto de vista de la ‘ciencia pura’. Esta tarea es la organización de la información de modo que sirva para tomar decisiones. En cierto sentido es llevar lo que hoy se llama ‘investigación operativa’ y ‘modelos matemáticos’ a sus últimos extremos de aplicación. Ningún equipo de investigadores puede pasarse sin un matemático que formalice e integre sus ideas, muestre las incompatibilidades, las lagunas conceptuales y de información, y pueda extraer las consecuencias lógicas de todas esas ideas, hipótesis, datos y alternativas de acción.

El papel de los demás científicos es mucho más claro y no vale la pena describirlo. Sólo conviene repetir que para todos vale, como regla general, que no deben trabajar aislados, sino como parte de un equipo que analiza todos los aspectos de un problema real, para llegar a recomendar decisiones prácticas.

En la mayoría de los casos se trata de hacer ciencia aplicada de todos los niveles. A veces −sobre todo en las ciencias sociales− se necesitarán también desarrollos teóricos y metodológicos nuevos. La misma técnica del trabajo en equipo es un problema metacientífico mal conocido. Y como no es de esperar que las fundaciones subsidien estos temas, será necesario ir creando una metodología de la ‘ciencia pobre’.

H) Es evidente que ningún país tiene cuadros científicos en cantidad y calidad adecuadas para ocuparse de todos los aspectos del cambio, pero en ese sentido la Argentina está menos mal preparada que la gran mayoría de los países dependientes. Es claro además que serán pocos los científicos que decidan dedicarse a la ciencia del cambio, pero muchos de los que sigan trabajando en sus temas habituales se prestarán a colaborar de alguna manera más o menos discreta, dedicando tiempo extra o adaptando sus temas propios, si esto puede hacerse de manera inteligente.

La tarea decisiva, crucial, es el planteo de los temas, la asignación de sus prioridades y la organización del trabajo. Todo depende de la calidad de liderazgo que allí se ejerza. Si no hay suficiente amplitud de miras, sentido común y falta de amor propio, este proyecto sólo logrará el ridículo.

No hay tampoco un movimiento revolucionario con líderes reconocidos que tengan autoridad política para designar a los responsables de esta organización científica para el cambio. Los científicos rebeldes tendrán que organizarse en equipos de manera espontánea al comienzo, elegir sus problemas, y luego adaptarse y reorganizarse sobre la marcha, a la luz de sus éxitos y fracasos, y sobre todo de la situación local y sus perspectivas.

Queda un consuelo ante la innegable dificultad de la tarea: por poco que se haga, siempre quedará un saldo positivo. El valor de un científico como activista político común es en general nulo, pues raras veces tiene la personalidad requerida, y es un desperdicio lastimoso de su entrenamiento. Y como científico del sistema es negativo para el cambio, pues el mero hecho de cumplir con sus funciones ayuda a disimular los defectos y lo convierte en colaboracionista. Su actividad como rebelde lo libera de su dualidad esquizofrénica y lo prepara para actuar en la nueva sociedad.

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