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1. estudios arabes-islámicos contemporáneos -“Posición Hegemónica Norteamericana y la Imposición de la Democracia en Irak en beneficio particular para el país del norte”


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3.- La cuestión Palestina.
Así como en el siglo XIX la “cuestión judía” convocó enormes discusiones –desde el romanticismo alemán, pasando por Marx, Hess hasta Herzl con el sionismo- en el siglo XX lo ha hecho la “cuestión palestina”. La creación del Estado de Israel constituía el supuesto fin a la “cuestión judía”. Pero, a la luz del texto de Tsemel –en cuanto testimonio- ¿ha sido –después de todos estos años- la creación del Estado de Israel la “tierra prometida”? Si el Estado de Israel se ha vuelto un estado de excepción permanente es porque quizá, ha consumado la promesa. Y la promesa sería, precisamente, apuntalada por el sionismo, en cuanto “ideología nacional”.

El mesianismo sionista está indisolublemente ligado a la situación de excepción que allí se vive. En efecto, en el estado de excepción, como situación ajurídica, no es posible distinguir la violencia del derecho. En cuanto tal, el Mesías es, precisamente, aquél cuya palabra tiene el carácter de ley. Por eso, el mesianismo sionista calza perfectamente bien con el protestante norteamericano y, de modo inverso, con el wahabismo islámico. Al respecto, Oliver Roy ha advertido: “En la manera de actuar de los neofundamentalistas islámicos pueden verse muchos rasgos propios de las sectas fundamentalistas protestantes, que también rechazan la noción misma de cultura a favor de un código moral de comportamiento (…)60. Sin embargo, lo que Roy no advierte es que la complicidad entre el “neofundamentalismo islámico” y las sectas protestantes norteamericanas61 obedece a la puesta en práctica de una máquina biopolítica y que, por las mismas razones en que ambas formas de fundamentalismos coinciden, se podría agregar a ello al sionismo (o cualquier otro), en la medida que en los tres casos de “fundamentalismo” (cristiano, musulmán y judío) se pondría en juego la aparición de un poder soberano y la transformación de los ciudadanos en nuda vida. Allí, el soberano, en cuanto excede la ley establecida para fundar otra produce nuda vida, a las cuales puede dar muerte impunemente y, al mismo tiempo, sin celebrar sacrificio (puesto que, precisamente, el Mesías es la ley). Allí, entonces, se comprende la secreta complicidad62 norteamericana-wahabí-sionista en la actual “cuestión palestina”. Esta complicidad no descarta las pugnas entre ellos, pero sus pugnas –aunque millones de vidas se vayan en ello- no remiten a una diferencia decisiva (es decir, la cuestión metafísica de la soberanía). Como se sabe, los EEUU financiaron política y económicamente a los talibanes durante la guerra fría, como también apoyaron –hasta el día de hoy- política y económicamente a Israel desde su creación en 194863.

Los refugiados son la refutación viva de la promesa del Estado de Israel, como su más emblemática realidad. Al respecto, nuestra abogada escribe: La arbitrariedad impuesta por los soldados y los policías tiene mayor peso que el sistema jurídico que represento. Pensé en Primo Levi, diciéndome que debía alegrarse de no haber vivido el momento en que otros, los otros, sería oprimidos por judíos.”64. Una fuerza más allá de la ley, y una ley sin aplicabilidad (sin fuerza-de-ley), he ahí un estado de excepción: hecho y derecho siendo radicalmente indistinguibles. En esa situación y cual retorno de lo reprimido, aparece Primo Levi como un estallido fugaz en el texto de Tsemel que deja en suspenso el curso de los acontecimientos: la memoria excede toda representación, y abre la puerta a “los otros”. ¿No hay allí, en la imagen de Primo Levi, una vergüenza experimentada por Tsemel que va más allá del Estado de Israel y que, por ello, interpela a la “humanidad misma del hombre”? En efecto, los otros que retornan con Primo Levi son los radicalmente otros. Aquellos que habiendo hecho la experiencia del exterminio, no encuentran palabra alguna que pueda acoger su dolor. El punto en que la humanidad del hombre se vuelve indistinguible respecto de su animalidad, es la zona de excepción, en cuyo intersticio los refugiados tienen lugar (“los otros”). Estos otros, ahora “oprimidos por los judíos”. Así, la memoria emerge de esa zona, testimonia sobre ella e interpela a los vivos en sus seguridades más elementales. Memoria y porvenir, los judíos del Lager y los niños palestinos que viven en Israel, parecen habitar una nueva morada. Esta nueva morada, sin embargo, no constituye un núcleo originario de un futuro Estado-nacional sino, ante todo, el espacio que permitiría pensar una vida inmediatamente política, esto es, una vida que no tuviera que a-bando-narse para llegar a ser otra de sí (como hoy se pretende validar el “culturalismo” como sustitución de la forma del Estado-nacional)65. De esta forma, “los otros” interrumpen la dialéctica circular entre judíos y palestinos, para volverla, decisivamente inoperante. Por ello, Tsemel puede reunir, más allá del tiempo “homogéneo y vacío”, a judíos y palestinos en un mismo gesto y sólo por ello, en medio del debilitamiento de las luchas de liberación nacional, se vuelve legítimo preguntar: ¿es la creación de un Estado palestino, la “solución” a la “cuestión palestina”? La pregunta que planteo tiene en vista esta posible imagen: quizá en el siglo XXII, una abogada palestina que defienda palestinos en tribunales palestinos, pueda testimoniar sobre cómo el Estado palestino ha traicionado el espíritu que le dio legitimidad, fundándose en la violencia no sobre otros pueblos sino, peor aún, contra el suyo propio.

Al respecto, la experiencia histórica de la llamada Intifada (sobre todo la de 1987), testimonia la interrupción misma de la máquina biopolítica. El gesto se abre y asombra, pero el asombro no por algo divino, sino por el despertar de lo humano en toda su radicalidad. Desde los “territorios ocupados” y más allá tanto, de la religión como del Estado-nación, la intifada interrumpe para suspender la dialéctica mortal de la máquina israelí. Quizá, los ecos de la intifada sean, precisamente, la exigencia para lo por venir. Puesto que la exigencia que trae la “cuestión palestina”, no sólo consistiría en sospechar del optimismo finisecular del “fin de la historia” o en el “asistencialismo” de los promotores de “derechos humanos”, sino sobre todo, en recuperar una pregunta que hace mucho habría quedado oculta: ¿Qué significa actuar políticamente?



TANZIMAT EN EL IMPERIO OTOMANO:

REFLEJO DE LAS REVOLUCIONES EUROPEAS

AL INTERIOR DEL MUNDO ISLÁMICO

Sebastián D. Salinas Gaete

Universidad de Chile.

I
Como un imperio islámico con dominios al interior del continente europeo, no fue extraño entonces que el Imperio Otomano se viera susceptible a las influencias, corrientes y revoluciones que surgieron desde el llamado “Viejo Mundo”, adentrándose en la mentalidad de los hombres ilustrados y siendo la semilla para cambios o intentos de reformas más profundos, algo contraproducente si recordamos la necesidad de cuidar la tradición islámica.

Reflejo de los intentos por lograr la tan ansiada modernidad en muchos aspectos, tras las ideologías y revoluciones, la Casa de Osmán trató de hacer lo propio, llegándose a un proceso denominado “Tanzimat” (“reorganización”), que marcó de manera decisiva el desarrollo del imperio durante el siglo XIX.

Por tal motivo, todo el proceso que fue la Tanzimat muestra dos variantes: la necesidad de reformas profundas dentro de un imperio que iba en decadencia, más la urgencia de responder frente a estos nuevos estímulos que aparecían desde Europa, muchas veces en son de imitar a una sociedad que se veía mucho más desarrollada y que iba de la mano con el tan anhelado progreso.

El siguiente trabajo intentará mostrar de qué manera el proceso de reforma otomana en el siglo XIX, fue la contrapartida que este imperio musulmán intentó llevar a cabo frente al surgimiento de revoluciones, ideas e ideales por parte del continente europeo, pero donde la misma realidad del imperio y sus provincias llevó a que tuviera características propias, siendo el resultado muy disímil en algunos aspectos a lo ocurrido al oeste del Bósforo.



II
Tras haber vivido su época de esplendor en el siglo XV, siendo quizás el símbolo mayor de aquello la conquista de Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano comenzó a vivir un paulatino proceso de decadencia que se hizo manifiesto desde mediados del siglo XVII, acrecentándose en las centurias siguientes.

La pérdida de territorios, la intervención de potencias extranjeras en asuntos externos e incluso externos, pero especialmente la seguidilla de derrotas militares que marcaron la historia otomana, fueron detonantes para que se iniciara un proceso de reflexión y crítica interna, siendo muchas veces la respuesta la necesidad de incorporar conocimientos y avances extranjeros, algo resistido por las elites aristocráticas (ya sean los ulemas musulmanes como los jenízaros en el ejército), que veían esta posibilidad como un germen para la pérdida de sus privilegios, resistiéndose a todo proceso que pudiera debilitar el status quo social que los mantenía en lo alto de la pirámide.

Pero ni el poder eclesiástico o el militar podía oponerse ante las evidencias que mostraban la necesidades de cambios, ejemplificadas por las crisis económicas pero especialmente tras los humillantes tratados tras derrotas militares, como lo sucedido en 1699 en Carlowitz, la primera vez en que la Casa de Osmán aceptó todas las condiciones impuestas por la Liga Santa, renunciando por ejemplo a Hungría, Transilvania y Croacia.

Por ello, comenzó la llegada indirecta de ideas de carácter liberal al imperio, las que empezaron a llamar la atención de los intelectuales turcos en la llamada “época de los tulipanes” (aproximadamente entre 1717 a 1730), cuando hubo un resurgimiento económico pero especialmente cultural dentro del mundo otomano, iniciando la etapa de reflexión sobre la situación del imperio.

Las reformas se harían presentes en el ámbito militar, prioridad otomana tras las caídas, siendo entonces el ejército el canal de transmisión de ideas más propicio, algo acrecentado tras el tratado de Passarowitz (1718).

Desde entonces, comienza el aumento de la creencia turca de necesitar ponerse al día con lo que pasaba en Europa. Ya en los intervalos pacíficos en la historia del imperio, muchos embajadores y diplomáticos llegaban con ideas y tecnología. Ahora, se convertía en prioridad el imitar las modas europeas. Tras Passarowitz la occidentalización se hizo mucho mayor, siendo ejemplo que en 1719 se restauró la embajada en Viena, o que en 1721 el embajador otomano enviado a París haya recibido como misión el estudiar los avances de la civilización francesa y de su educación, viendo las características que fueran posibles de imitar o adaptar dentro del imperio otomano. Por ello, no extraña el período de afrancesamiento que llegaría desde la milicia a la arquitectura66.

Además de las reformas militares, vinieron otros cambio en el siglo XVIII. Así, en 1729 se estableció la primera imprenta en turco en Estambul. Si bien ya existían imprentas en el imperio, el temor a que esta invención ayudara a expandir ideas que pudieran estar en contra del orden establecido y de la autoridad, donde el ejemplo de Lutero servía para visualizar lo que podría pasar, hizo que durante muchos años existiera la prohibición de imprimir ya sea en turco o en árabe. Cerrada en 1742, esta imprenta había logró editar cerca de 70 libros, incluyendo una descripción de Francia realizada por un embajador turco cerca de 1721, haciendo más ávida la información sobre Occidente para los intelectuales y clases letradas 67.

Mucho mayor sería el impacto de la Revolución Francesa, quizás el primer movimiento europeo que encontró eco tanto en intelectuales como en no intelectuales por los lugares donde sus ideas se esparcían.

Las noticias de lo sucedido tras la toma de la Bastilla coincidió con el gobierno de Selim III en el trono otomano (1789-1807), el primer sultán que trató de llevar a cabo planes reformistas de mayor envergadura, partiendo por supuesto desde el ámbito militar. Así, a las ideas nacionalistas que perneaban ciertas zonas del imperio, se llevaron a cabo varias reformas entre 1792 - 1793, conocidas bajo el nombre genérico de “Nizam I-Cedid” (Nuevo Orden), consistentes en reformar el ejército bajo la influencia francesa, crear nuevos impuestos para financiar estos cambios y algo que traería un mayor flujo de influencias a futuro: la decisión de establecer embajadas permanentes en las principales capitales europeas, como Londres, Viena, París y Berlín; creando un canal de transmisión de las ideas europeas mucho mayor, junto con una nueva oposición al sultán 68.

Además, la instrucción militar se dedicó a seguir el modelo francés, algo que no cambio ni siquiera con la tensa e inestable situación vivida tras 1789 en el país galo, creando una capa de oficiales asiduos a Europa y sus ideas, los que terminaban impregnándose mucho más cuando se empezó a tomar la idea de que los más destacados tuvieran pasantías en territorio europeo, algo que se facilitó tras las embajadas ya mencionadas69.

Como síntesis, la Revolución Francesa hizo que tres ideas fueran importantes dentro del imperio otomano, algunas de ellas reformando estructuras mentales de siglos. La primera fue la libertad, ya que antes este vocablo se ocupaba sólo para designar a quienes no eran esclavos. Tras la Revolución Francesa y a lo largo del siglo XIX, empezó a entenderse con todas las connotaciones políticas que abarca hasta el día de hoy. En segundo término, estuvo la igualdad. Si bien no existían las diferencias económicas tan grandes y dramáticas como en Europa, si había clases privilegiadas en el sistema social, llamándose a igualar las oportunidades y responsabilidades. En tercer lugar, no se encuentra la fraternidad, como uno pudiera suponer si se sigue el lema de la Revolución Francesa, sino que apareció fuerte el concepto de nacionalidad, algo que mermó el poderío otomano debido a su larga extensión y a la gran cantidad de pueblos que sometía bajo su mandato70.

Sin embargo, pese a sus intenciones Selim III no tenía el peso político para imponer su criterio, fracasando ante la fuerza de jenízaros y ulemas que unieron fuerzas para derrocarlo, al ver con temor cómo el impulso reformador tarde o temprano los alcanzaría. El sultán terminó abdicando en 1807 y tras un confuso incidente fue asesinado en 1808. Pese a este trágico final, ya estaban puestas las bases para reformas más profundas71.


III
En 1808 llegó a ocupar el cargo de sultán y califa otomano Mahmut II, quien gobernaría hasta 1839. Tras el triste final de su antecesor, Mahmut II tuvo mucho más cuidado pero siguió con lo insinuado tibiamente por su predecesor, logrando resultados y aumentando los cambios en número y osadía. Por este motivo, es considerado como el primer sultán otomano reformista propiamente tal72.

De hecho, a los pocos días de asumir firmó el Sened-i Ittifak (Documento de Acuerdo), donde pro primero vez se limitaba el poder y la soberanía del monarca. Aunque nuca llegó a ponerse en práctica, era una muestra que el impulso reformador y las ideas liberales seguían avanzando73.

Pero los nacionalismos europeos, la lucha de las potencias por hegemonía y otros elementos hicieron que de a poco el nuevo gobernante del palacio Topkapi en Estambul, debiera hacer frente a los problemas internacionales, derivados de lo que comúnmente se llama “cuestión de Oriente”, lo que se acrecentó durante la primera mitad del siglo XIX, cuando la idea de mantener equilibrios en Europa era la preocupación constante.

La evidente decadencia del Imperio Otomano llamó la atención a las potencias europeas de la época, que veían más cercana la posibilidad de anexionarse de una manera u otra los territorios que el imperio iba dejando, a causa de su paulatina contracción. El principal interesado era el Imperio Ruso, que trataba de asegurar su hegemonía tanto en el Mar Negro como en la Europa Oriental, bajo el pretexto de proteger a los ortodoxos, tratando de penetrar hasta Salónica. Para ello, en 1795 ya había logrado la desaparición de Polonia como Estado independiente. Francia e Inglaterra, por otro lado, trataban que el equilibrio europeo se mantuviera a su favor, actuando como árbitros en los conflictos, para luego intentar posesionarse de sitios estratégicos que les permitieran asegurar el dominio de las principales vías comerciales entre Asia y Europa, donde precisamente se enmarcaban los Osmanlíes, tratando que ni Austria o la misma Rusia aumentaran su poder.

Inglaterra por ejemplo estaba interesada en proteger las rutas hacia la India, su más preciada posesión, tratando de dominar el istmo que divide el Mediterráneo del Océano Índico, empezando un relación por conveniencia con los países árabes. Francia por su parte, estaba interesada en proteger el comercio, cultura e intereses de los cristianos de Próximo Oriente. Austria temía por el aumento de la influencia rusa en los Balcanes, estableciéndose principalmente en la zona de Bosnia y Herzegovina. Tardíamente, en la segunda mitad del siglo XIX, pero con importancia se incorporó Alemania a este grupo de naciones interesadas en la zona.

Esta situación, narrada a grandes rasgos, se conoció como la “cuestión de Oriente” 74, período donde el colonialismo e imperialismo empezaban a mostrarse con mayor fuerza. Dentro de las estrategias usadas los europeos, ansiosos en ver la desmembración otomana a su favor, estuvo el favorecer los nacionalismos locales e incentivar un fuerte odio antimusulmán, triste herencia que permanece hasta el día de hoy en zonas como los Balcanes.

Así, vinieron revueltas como la sucedida en Serbia, que vio desde 1803 una sublevación más amplia y unitaria, liderada por Gjorgje Petrovic, llamado Karadjorgevic o Karadgeorge (Jorge “el negro”). Incluso Napoleón intentó sofocar a los serbios luego que Selim III lo reconociera como emperador en 1805, pero finalmente éstos obtuvieron una promesa para su autonomía en el tratado de Bucarest, firmado en 1812 y logrado gracias al apoyo del zar Alejandro I a la causa serbia.

Luego de volver a manos otomanos en 1813, en 1815 se produjo un segundo levantamiento serbio. Recién en 1829, en el tratado de Adrianópolis, los otomanos dieron la autonomía efectiva a Serbia, y reconocieron a Milos I Obrenovic (antiguo príncipe de la Serbia central) como soberano, a cambio de un tributo anual y el derecho a mantener guarniciones en las fronteras. En 1830 Milos I obtuvo definitivamente la independencia limitada de Serbia como Estado tributario de los turcos y formó en 1838 las primeras instituciones políticas, con la “Constitución Turca” de Serbia.

Con este estado de las cosas, el sultán Mahmut II se concentró en las reformas que necesitaba el imperio, para lo cual debía destruir las instituciones antiguas y tradicionales, bastiones del inmovilismo. Su primera gran época, de 1808 hasta 1826, fue un período de preparación para lo que vendría más adelante.

Lo primero que hizo fue acercarse a Occidente, empezando por el ejército. Selim III había creado los Nizam-i Cedid (nuevo orden), que fueron restaurados por Mahmut II bajo el nombre de Sekban-i Cedid (nuevos soldados). Este grupo fue creado para intentar hacer prescindibles a los jenízaros, muchas veces los principales responsables en el fracaso de las reformas anteriores. Los sekban-i cedid fueron adiestrados por europeos, con las mismas armas que se usaban en Europa, pero la mantención de los otros cuerpos militares tradicionales, como los mismos jenízaros, los limitó en su desarrollo y número pese a ser efectivos, llegando a un máximo de diez mil hombres frente a los sobre cien mil jenízaros existentes en la época.

Lentamente, los turcos fueron rompiendo el aislamiento respecto a Europa, reflejado en el aumento de los libros extranjeros en el imperio. Pero la asimilación de los cambios fue a un ritmo demasiado lento para lo que el imperio necesitaba. De la Revolución Francesa, y del resto de las revoluciones europeas, llegaron los conceptos de “democracia” o “derechos del hombre”, que cuajaron en un limitado grupo de intelectuales, más no en el grueso de la población, debido a que las estructuras mentales de los otomanos no podían comprender tales conceptos.

Mahmut II, entonces, planeó su golpe maestro: acabar con los jenízaros. La ocasión propicia para ello se la dio la guerra de independencia griega.

Desde 1821 hasta 1830, los griegos lucharon contra los otomanos para lograr su independencia, siendo apoyados abiertamente desde Occidente. Los griegos habían sido quizás el pueblo que de mejor manera había mantenido su identidad durante la dominación turca. Muchos de ellos habían logrado dominar actividades económicas, comerciales y políticas en el imperio - como los fanariotas, comerciantes del barrio griego Fanar, de donde deriva su nombre -, e incluso algunos de ellos se habían refugiado en las montañas lejos del peligro turco, transformándose en guerrilleros (kleftes) que nunca estuvieron efectivamente bajo las órdenes turcas y que incluso se unían con los armatoli, o guerrilleros griegos bajo las órdenes turcas encargados de mantener el orden, especialmente en la Rumelia 75.

Con la llegada del siglo XIX, las ideas tanto del nacionalismo como del romanticismo cuajaron dentro de los griegos, que habían tenido en el poeta y humanista Rigas Velestinlís a su precursor, quien esperaba el apoyo de Napoleón Bonaparte para su causa y que terminó siendo ejecutado en 1798 (junto a siete de sus compañeros), luego de promover intensamente la revolución griega76.

Los griegos pronto recibieron diversos apoyos: de Rusia, que buscaba tanto proteger a los ortodoxos como el debilitar a los turcos; de los liberales europeos, que veían la independencia griega como un vivo ejemplo de la lucha contra el despotismo; de los cristianos, que estaban en contra de la dominación musulmana; y de los intelectuales europeos, que sentían una gran simpatía hacia los helenos debido a que veían en Grecia la cuna de la civilización, cultura, arte y democracia, teniendo entre los más conocidos helenófilos a figuras como Víctor Hugo y Lord Byron, llegando éste último a viajar a Grecia para luchar por su independencia, en una muestra del romanticismo que estaba presente en la escena europea. Además, había una serie de comités griegos en el exterior sirvieron de base para la propagación del ideal helénico en el mundo, mientras que internamente la batuta era llevada por una sociedad secreta llamada la “Sociedad de Amigos” (Filike Hetairia)77.

Las acciones comenzaron intensamente en 1821, fecha que es señalada como el inicio de la guerra de independencia griega, luego de propagarse una revuelta en Morea liderada por el arzobispo de Patras, Germanos. En los años siguientes, los griegos fueron capaces de liberar gran parte de la península helénica y comenzaron a establecer sus propias instituciones, proclamando su independencia el 27 de enero de 1822 con la “Declaración de Epidauro”, documento generado por la Asamblea Nacional Griega.

El sultán otomano Mahmut II decidió pactar con Mohammed Alí de Egipto, quien a cambio de la cesión de Creta y Morea se puso en marcha contra los griegos. Alí obtuvo grandes victorias que hicieron temblar a los griegos, pero pronto Rusia e Inglaterra se le opusieron, uniéndoseles después Francia. La batalla naval de Navarino, en 1827, fue un desastre para la flota turca - egipcia y lentamente las potencias entraron más decisivamente en el conflicto. En 1829, luego de varias derrotas, los turcos debieron firmar el tratado de Adrianópolis (Edirne) y en 1830 el tratado de Londres, donde se reconoció la independencia griega, más la autonomía de Serbia, Moldavia y Valaquia, mientras que Rusia obtuvo garantías comerciales más la Besarabia. Pese a esto, los griegos pronto se mostraron más propensos a los ingleses que a los rusos, por lo que éstos se enfocaron desde entonces a los pueblos eslavos.

Mientras todo este conflicto estaba en su parte más álgida, el cuerpo de los jenízaros se mostró absolutamente incapaz de hacer frente a los griegos y su prestigio dentro de la sociedad turca se vino abajo. Mahmut II se dio cuenta que esta era la oportunidad para deshacerse de ellos.

En 1826 el número de jenízaros era de ciento treinta y cinco mil hombres, los cuales pasaban gran parte del tiempo en sus cuarteles. Para evitar su accionar nefasto, Mahmut puso gradualmente a personas leales en puestos claves, tendiéndoles una trampa: los hizo sublevarse a propósito, para a continuación bombardear los cuarteles, que estaban rodeados secretamente de artillería. Los pocos que quedaron vivos fueron eliminados. De esta manera, los famosos jenízaros desaparecieron de la vida otomana.

Estos hechos, sucedidos el 15 de junio de 1826, fueron conocidos como “El hecho feliz” (Vaka-i Hayriyye, o “acontecimiento beneficioso”) y supusieron un quiebre aparentemente favorable para las reformas. Si bien permitió los cambios que vendrían a futuro, el “hecho feliz” produjo un inmediato y desastroso resultado. La eliminación de los jenízaros dejó al imperio con un ejército demasiado débil como para hacer frente a los conflictos de la época, lo que permitió a los enemigos aprovecharse de la debilidad. El nuevo ejército, llamado “las tropas victoriosas de Mahmut” (Asakir-i Mansure-i Muhammediye), fue creado en 1827 e hizo de su nombre una ironía.

Esta situación se agravaría con las acciones de Mohammed Alí de Egipto.

Dada su gran extensión, en el Imperio Otomano las provincias más alejadas eran casi autónomas que sólo respondían pagando tributos, siendo el gobernador provincial amo y señor. Una de las provincias importantes era Egipto, invadida en 1798 por los ejércitos napoleónicos, que tomaron Alejandría el 2 de julio. Los franceses no permanecieron mucho tiempo en la zona, siendo obligados a retirarse gracias a la unión de ingleses (invitados por el sultán) y turcos, bajo el gobierno de Selim III. Una vez recuperado Egipto, éste permaneció nominalmente como provincia otomana, aunque era administrada en realidad por los mamelucos.

El más destacado oficial de ejército en estos hechos era un albanés nacido en Macedonia, llamado Mohammed Alí y que estaba a cargo de una unidad de mercenarios invitados para luchar contra los franceses. Aprovechándose de la anarquía existente, en 1805 se hizo proclamar pachá y en 1811 se deshizo de los mamelucos, exterminándolos en El Cairo.

Mohammed Alí se convirtió en el dueño del sur de la Arabia, en el amo de Siria y de la Anatolia sudoriental. Comenzó lentamente a avanzar sobre territorios otomanos, después de haberlos apoyado contra los griegos, derrotándolos en Konya, en 1832. Entonces, Francia e Inglaterra acudieron en apoyo de los otomanos (quienes desesperados habían solicitado ayuda a Rusia), al creer que si se apoderaba del imperio Alí sería capaz de darle un nuevo aire, formar una nueva dinastía y obstaculizar sus pretensiones. Por mediación de las potencias, en 1833 se firmaron los tratados de Kutahya y Hunkar Iskelesi, que puso a Turquía bajo cierta tutela rusa y que reconoció a Mohammed Alí como gobernador de Siria, Cilicia y el Hadjaz. Las pretensiones de Alí continuaron y sólo las amenazas de los europeos pudieron frenarlo. Años después logró por fin ser reconocido como gobernador hereditario de Egipto 78.

Las acciones de Mohammed Alí dejaron en claro la debilidad del ejército otomano, pese a que las reformas trataron de insertarse en primer lugar dentro de la milicia, sumado a los intentos por mejorar la enseñanza (creando por ejemplo escuelas técnicas), la aparición de los primeros periódicos y la adopción de las costumbres occidentales.

Sumado a eso, Mahmut II intentó generar la idea de un Estado Otomano, algo contrario al concepto de imperio islámico que predominaba desde el medioevo. Por ello, no debe extrañar que en 1838 proclamara algo que suele conocerse erróneamente como el primer código penal turco moderno, en un intento por establecer bases legales alejadas de la sharia o ley islámica derivada del Corán y de la tradición musulmana, definiendo responsabilidades y castigos. Además, vino una enorme preocupación por la educación y de conocimientos, los que cambiaron tras el contacto con Europa, ya que hasta ese momento estaban marcados por la figura de los ulemas, los sabios musulmanes. Ya desde 1826, tras la eliminación de los jenízaros se crearon las primeras escuelas militares, para que en 1834 se abriera la primera academia militar, enviando al año siguiente estudiantes a Inglaterra, Francia, Prusia y Austria, mientras que en 1840 llegaron profesores franceses y prusianos. El ansia de conocimientos aumentó y entre 1827 y 1829 vino el nacimiento de escuelas de medicina y cirugía, llegando a tal nivel la necesidad de imitar lo europeo que el mismo Mahmut II creó un periódico en 1831, donde según él publicó varios artículos de forma anónima o con otro nombre, viéndose a sí mismo como un innovador 79.

La marina fue reformada según estándares occidentales y entre 1836 y 1839 se intentó modernizar la administración y organización del Estado. Para aumentar la centralización, algo necesario en la visión del sultán tras la separación de Grecia y Egipto, se trató de inclinar al gobierno a la usanza de los gabinetes occidentales. De esta manera, el Gran Vizir se hizo Primer Ministro y coordinador de las actividades de los ministros; la oficina del teniente del gran vizir se hizo Ministerio del Interior, mientras que desde 1836 surgieron el Ministerio de Asuntos Exteriores, Ministerio de Asuntos Judiciales, Ministerio de Comercio y el Ministerio de Obras Públicas entre otros, generando además un sistema regular de salarios para la burocracia. Sumado a eso, se formaron consejos asesores, junto con desarrollar de forma paulatina la separación entre los tres poderes estatales, siendo la piedra de inicio para que más adelante aparecieran sistemas representativos y el parlamentarismo en la futura Turquía, aunque por supuesto al ser incipientes fueron limitados en número 80.

Se eliminaron autoridades intermedias, para evitar el surgimiento de caudillos locales, y en una decisión importante surgió con fuerza la Oficina de Traducciones (Tercume Odasi). Tras la revolución griega de 1821, los griegos fueron sacados de uno de los puestos más influyentes y que solían ocupar, como era el de traductores, pasando ahora esos cargos a turcos sobresalientes y con condiciones. Éstos, al estar en más contacto con el extranjero por razones obvias, se convirtieron a la larga en una importante intelligentsia, siendo muchas veces la base intelectual para las reformas más profundas que vendrían con el tiempo. Así, sin este contacto directo con lo europeo no se explica la aparición de personajes como Sadik Rifat Pasah, que en la década de 1830 fue el primer hombre en el imperio de mencionar que los derechos del hombre eran naturales al individuo 81.

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